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EVOLUCIÓN RECIENTE DE LAS DISPARIDADES ECONÓMICAS TERRITORIALES EN AMÉRICA LATINA: ESTADO DEL ARTE, RECOMENDACIONES DE POLÍTICA Y PERSPECTIVAS DE INVESTIGACIÓN

Luis Mauricio Cuervo González




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B. Teorías histórico estructurales de la convergencia y la divergencia económica regional

Unos diez o quince años antes de la oleada de estudios, investigaciones y artículos relacionados con la teoría económica del crecimiento regional reseñada en la sección anterior, se publicaron una serie de estudios e informes sobre el mismo tema, con un enfoque algo diferente, con un énfasis histórico comparativo y aproximaciones principalmente estructuralistas (Bairoch, 1981; Williamson, 1981; Martin, 1984). Adicionalmente, aunque no hace parte de esta tradición, en esta sección discutiremos y presentaremos los resultados de un trabajo reciente de historia de las disparidades económicas (O’Rourke, 2001) que complementa y amplía la perspectiva desarrollada por los otros trabajos.

Las características o rasgos comunes compartidos por estos trabajos, que justifican su agrupamiento en esta sección son los siguientes. Un primer rasgo distintivo es el de tratarse de estudios de historia económica comparativa de largo plazo. El plazo de estudio pretende abarcar el período que se inicia con la revolución industrial moderna. Un segundo rasgo es el esfuerzo por hacer una medición precisa de las características más significativas de esa historia económica, en particular, la evolución de las disparidades económicas espaciales, sean éstas inter o intranacionales. El tercero, es el énfasis otorgado a los cambios económicos estructurales considerados en este caso como las variables independientes o explicativas y no única y exclusivamente como procesos exógenos o choques externos como es la tendencia en el trabajo de Barro y Sala-i-Martin (1995a).

Como se verá más abajo, especialmente en Williamson (1981), el enfoque que inspira estos trabajos parece ser una interesante mezcla de la teoría de François Perroux de los polos de crecimiento y de los modelos neoclásicos de crecimiento. Se parte del hecho, demostrado convincentemente por estos trabajos, del carácter desigual del desarrollo y de su impacto generador de desequilibrios económicos territoriales de magnitudes inéditas: éste es el sentido del trabajo de historia económica adelantado por Bairoch (1981), en el trabajo acá reseñado y en el resto de su trayectoria, lo mismo que concuerda con los postulados del crecimiento polarizado formulados por Perroux. Este hecho es observado a través de las explicaciones de la industrialización, de sus orígenes y formas de difusión por medio de la identificación de una serie de factores que permiten entender las fuentes del crecimiento económico diferencial: de allí su componente estructural. Finalmente, se considera el papel jugado por los mercados factoriales, sus posibles imperfecciones

o su amplitud y flexibilidad, para identificar el papel de los supuestos neoclásicos en la difusión espacial de los procesos de crecimiento.

1. La fragmentación del mundo desarrollado y no desarrollado

El trabajo de Paul Bairoch (1981) pone la evolución de las disparidades económicas internacionales en perspectiva de largo plazo, desde inicios de la revolución industrial, poniendo en evidencia que: (a) después de la revolución industrial, los niveles de desigualdad en los indicadores de crecimiento económico internacional alcanzan magnitudes sin precedentes, y (b) coexisten dos tendencias de sentido diferente, como son la convergencia al interior de los grupos de mayor desarrollo relativo, y la divergencia creciente entre los países hoy desarrollados y los conocidos como parte del tercer mundo.

Tomando una muestra de 6 países hoy día considerados desarrollados y 7 países considerados por el autor como subdesarrollados en el momento de publicación del artículo, para períodos previos a sus procesos de modernización económica e industrialización:

“las diferencias de ingresos se extienden entre 130 y 200 dólares, una brecha de 1,0 a 1,5. Después de considerar varios elementos que amplían un poco este margen, la diferencia máxima debió estar probablemente de 1,0 a 1,4-1,6” (Bairoch, 1981, p.5).

Posteriormente a estas fechas, es decir ya iniciados en forma los procesos de industrialización y modernización contemporáneas, estas brechas tienden a ampliarse incesantemente hasta alcanzar diferencias de 1 a 8 alrededor de 1970:

“Alrededor de 1872-1876, los países desarrollados, con cerca del 31% de la población mundial, concentraban alrededor del 50% del ingreso mundial. Esto implica que la brecha en los promedios de ingreso estaba ya en el rango de 1,0 a 2,2. Esta diferencia alcanzó los 3,4 por 1913; 5,2 en 1950; 7,2 en 1970 y 7,7 en 1977” (Bairoch, 1981, p.8).

Esta brecha, medida en términos de capacidad de compra ascendía, por las mismas fechas (1977) a cerca de 15 (Bairoch, 1981, p.9).

Al interior de los países desarrollados se presenta una tendencia diferente. Observando el comportamiento histórico de los ocho países con ingresos más altos en el mundo (para la época de elaboración de este artículo, obviamente), las brechas de ingreso tendieron a incrementarse hasta alcanzar un máximo por los años 1950 y experimentar posteriormente una rápida caída.

“Antes de la primera guerra mundial, entre los ocho países más ricos del mundo había cuatro que aún eran no industriales (Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Dinamarca). Alrededor de 1800, la brecha entre los tres más pobres y los tres más ricos del grupo de los más desarrollados, estaba apenas en el rango de 1,0 a 1,5; a los comienzos de 1860 había alcanzado 2,9 y en 1913, 4,0. (…) En 1950 la brecha entre los tres más pobres y los tres más ricos en el mundo desarrollado era todavía de 1,0 a 5,4: y en 1970 se había reducido a 1,0 a 3,0” (Bairoch, 1981, p.9-10, 12).

Estas conclusiones son corroboradas y ampliadas por estudios más recientes de convergencia económica internacional. A través de la observación de la varianza en las tasas de ingreso per cápita al interior de los países de la OCDE (Andrés, Boscá y Doménech, 1998, p.238) confirman la presencia de convergencia al interior de los países más desarrollados y agregan, además, la evidencia de la existencia de divergencia en continentes de menor desarrollo relativo: para el lapso de 1960 a 1990, mientras para los países de la OCDE esta varianza en el ingreso per cápitadesciende de casi 0,5 a casi 0,3, mientras en Asia y en África ascienden de 0,5 a casi 0,8 en el primero y 0,6 en el segundo.

Adicionalmente, el trabajo de estos mismos autores permite apreciar que la tendencia a la convergencia internacional entre los países de mayor desarrollo relativo, esta vez mirada como convergencia β, no es un proceso lineal ni irreversible pues, como resultado de la crisis de los años 1970 parece haberse detenido e, incluso, cambiado de sentido.

“Como hemos visto en la gráfica 1, el desempeño de los países de la OCDE después de la Segunda Guerra Mundial es uno de los mejores ejemplos de convergencia económica. (…) Sin embargo, en otros estudios hemos encontrado que incluso en ese período la convergencia en la OCDE no es estable ni entre países ni entre períodos más cortos” (Andrés, Boscá y Doménech, 1998, p.248).

Tomando como universo los países de la Unión Europea, Puga (2001, pp. 3-5), obtiene una conclusión que ratifica la existencia de procesos de convergencia al interior de grupos de países de mayor desarrollo relativo. Para diferentes medidas de desigualdad, normalizadas a 100 en 1950, Puga (2001, p.3-5), muestra que para 1990 han descendido a valores que oscilan entre 60 y 20, dependiendo del indicador utilizado.

Esta discrepancia en el comportamiento de las brechas de ingreso entre países ricos y pobres y al interior de los hoy desarrollados confirmaría la validez de las restricciones teóricas impuestas al modelo de convergencia propuesto por Barro y Sala-i-Martin (1995a): esta convergencia es predecible entre países con altos grados de homogeneidad macroeconómica y estructural pero, no necesariamente, entre países con tan grandes diferencias como los desarrollados y los del tercer mundo. Adicionalmente, la perspectiva histórica pone en evidencia el papel desempeñado por la revolución industrial como generadora de disparidades económicas de magnitudes totalmente desconocidas en la historia reciente de la humanidad:

“Esto nos lleva a otro raro accidente histórico: la revolución industrial. Ha sido un muy potente y singular factor generador de crecimiento y de bienestar y un muy especial generador de desigualdades económicas a los niveles internacional y regional” (Bairoch, 1981, p.16).

Por otro lado, aún en países con tendencia a la convergencia, su comportamiento de largo plazo es cíclico con fases de creciente divergencia y otras de convergencia.

2. La experiencia histórica de los Estados Unidos

En acuerdo con la conclusión señalada por Bairoch (1981), Williamson (1981) especifica un modelo explicativo de las diferencias en los niveles regionales de ingreso per cápita en función de los principales componentes del gran “desequilibrio” económico desencadenado por las fuerzas de la industrialización. Partiendo de definir la desigualdad regional como la varianza en los niveles regionales de ingreso per cápita V, o bien como el cuadrado de esta variación V2, ella puede ser descompuesta en las diferentes “fuentes de crecimiento regional”, a saber:

V2 = A + B + C + (F.G) + (2H.J) (1.1)

Donde, A, denota la contribución de la varianza en los ingresos per cápita de los trabajadores no agrícolas; B, la contribución de los ingresos per cápita de los trabajadores agrícolas; D, es una de las fuentes que más interés ha despertado en los estudios del crecimiento regional y es la contribución de la industrialización a la productividad agregada de las regiones (estados en este caso). Este término D tiene dos componentes F y G, la brecha promedio de productividades entre dos sectores y la varianza en los niveles de industrialización propiamente dichos, efectos que han sido denominados desplazamiento diferencial, el primero, y desplazamiento proporcional, el segundo (Williamson, 1981, p.379-380).

Dados estos factores o fuentes explicativas de las diferencias de crecimiento regional, la persistencia de estas fuerzas de desequilibrio dependerá de dos condiciones: (a) el tamaño del impacto inicial y su persistencia en el tiempo y (b) la velocidad del ajuste interregional efectuado a través de los mercados de factores. Para el caso de la historia norteamericana en las fases de surgimiento de abruptos desequilibrios como 1850 y 1930, este proceso dependió de la velocidad en el ajuste de los mercados laborales (Williamson, 1981, p.381). En efecto, la tasa de crecimiento del trabajo poco calificado en los estados más desarrollados sobrepasó el promedio nacional, tanto por la migración proveniente de los estados más atrasados, como por la llegada de migrantes internacionales. Ambas fuerzas históricas han tenido un impacto semejante, como es el de aumentar la relación capital-trabajo en los estados más atrasados, mientras tiende a caer en los más desarrollados, acercándose a los promedios nacionales (Williamson, 1981, p.381). Otra fuerza de equilibramiento debe ser tenida en cuenta: las nuevas tecnologías, centradas en sectores no agrícolas y con una localización regional muy específica en un principio tienden a difundirse hacia otros sectores no agrícolas menos específicos en su localización. Más importante aún, estas nuevas tecnologías también tienden a difundirse al interior de cada sector hacia otras regiones. Esta tasa de difusión ha dependido de la capacidad de las regiones pobres para desarrollar habilidades en los sectores más dinámicos (Williamson, 1981, p.382).

El estudio econométrico adelantado por Williamson (1981, p.383), utilizando la información del ingreso per cápita estatal desde 1840 arrojó los siguientes resultados:

“Las disparidades económicas regionales en los Estados Unidos muestran las siguientes tendencias de largo plazo:

Primero, entre 1840 y 1880 prevaleció una tendencia a la convergencia regional al interior del norte, resultado consistente con el carácter desbalanceado del crecimiento industrial inducido en las etapas iniciales de la industrialización.

Segundo, y en contraste, para el mismo período, se dio un proceso de divergencia regional entre el norte y el sur —el bien conocido impacto de la Guerra Civil.

Tercero, entre 1880 y 1900, la convergencia tuvo lugar a lo largo de todo el país —resultado consistente con el carácter relativamente balanceado del crecimiento sectorial de la tasa de crecimiento de la productividad de los factores (TFPG). La convergencia fue más pronunciada en el norte, sugiriendo que en el sur había fuerzas adicionales inhibidoras de la misma.

Cuarto, esta tendencia a la convergencia en el largo plazo fue interrumpida entre 1900 y 1929. Por tanto, éstas fueron décadas de divergencia regional en los ingresos per cápita, especialmente a lo largo de los veinte. Una vez más, el resultado es consistente con la evidencia del desbalance tecnológico intersectorial durante el primer tercio del siglo XX. Esta divergencia fue aún más pronunciada en el norte, sugiriendo la presencia de otras fuerzas específicas al sur que tendieron a contrarrestar el impacto del crecimiento desbalanceado.

Quinto, el período 1929-1970 presenta convergencia por todas partes, un resultado consistente con el crecimiento balanceado, típico de mediados del siglo XX”.

En la explicación detallada de los comportamientos de la convergencia en cada uno de los períodos señalados, las relaciones económicas campo-ciudad, la modernización de la producción agropecuaria y la flexibilidad del mercado laboral, juegan un papel fundamental. Por ejemplo, en el proceso de convergencia económica regional al interior del norte, la convergencia en las productividades agrarias jugaron un muy importante papel, al lado del descenso en la brecha de productividades rurales y no rurales que desempeñaron el papel protagónico (Williamson, 1981, p.385). Se habría producido un proceso de difusión interestatal de la modernización de la producción agrícola en el norte, acompañado de una brecha decreciente entre la productividad del trabajo agropecuario y no agropecuario. Este patrón se repitió posteriormente en la explicación de las tendencias a la difusión de la convergencia hacia el sur y entre el norte y el sur: el descenso en la brecha de productividades entre sectores explica el 43% de la convergencia experimentada entre 1880 y 1970. Al interior de este componente, la convergencia en los ingresos rurales explica el 100% de esta evolución (Williamson, 1981, p.385).

El contraste entre los procesos de convergencia al interior del norte y entre el norte y el sur, ponen de presente una serie de muy interesantes y significativas semejanzas y diferencias. En cuanto a las semejanzas, es de destacar que las fuentes de convergencia son muy parecidas: la caída en las brechas de productividad explica el 33%; la convergencia en los ingresos sectoriales per cápita de los trabajadores, explica el 29%, la totalidad de la cual está explicado por la convergencia en los ingresos de los trabajadores agrícolas; la convergencia en las estructuras de producción cuenta en un porcentaje menor, el 18% (Williamson, 1981, p.386). Las principales diferencias a ser destacadas son: primero, la convergencia en la productividad agraria es mucho más fuerte a nivel nacional que al interior del norte; segundo, mientras las diferencias entre productividad agrícola y no agrícola crecen en el norte durante el período de 1900 a 1929, están cayendo a nivel de la economía nacional. Esta discrepancia se debe al comportamiento particular de los precios del algodón, cultivo propio del sur, que crecieron extraordinariamente entre 1900 y 1920 y entre 1929 y 1950 (Williamson, 1981, p.387). En estas condiciones, parece claro que el desarrollo de la industria textil en el norte empujó el desarrollo económico del sur a través de la expansión del cultivo del algodón, de su modernización tecnológica y de la consolidación de sus precios relativos.

Las principales implicaciones derivadas de los resultados obtenidos del seguimiento de las disparidades económicas regionales propuestas por Williamson (1981, p.389), son:

“[Primero, hay evidencia de poca consistencia entre las tendencias de la desigualdad agregada y regional.]8 La implicación parece ser que las tendencias en la varianza del ingreso entre estados nunca han sido un ingrediente importante en las tendencias de la desigualdad agregada y que las tendencias de la desigualdad al interior de los estados han dominado el panorama.9 Segundo, la importancia concedida por la literatura especializada a las fallas de mercado parece haber sido desproporcionada. Las brechas en el ingreso sectorial y los diferenciales de salario son difícilmente lo mismo, aunque la literatura parece haber sugerido lo contrario”.

Las desviaciones en los niveles salariales regionales y nacionales no sobrepasan el 1% y darían lugar a rechazar la falsa creencia de la existencia de fallas del mercado laboral.

Puede decirse que, en términos generales y para el caso de los Estados Unidos, las conclusiones obtenidas por Williamson (1981), coinciden con las de Barro y Sala-i-Martin (1995a). En ambos casos se señala que posteriormente a 1880 la tendencia dominante es a la convergencia económica regional. Adicionalmente, algunos de los factores explicativos explorados por Williamson (1981), podrían servir para apoyar los supuestos y las bases teóricas sobre las cuales se construye el modelo neoclásico de crecimiento y las adaptaciones propuestas por Barro y Sala-i-Martin (1995a): la movilidad del factor trabajo especialmente y la relativa versatilidad económica y social en la difusión de los cambios tecnológicos estarían a la base de esta secular y relativamente estable tendencia hacia la convergencia.

Hay, no obstante, dos discrepancias mayores que vale la pena destacar. La primera es más aparente que real y proviene de la diferencia en los períodos de análisis. Williamson (1981), identifica la presencia de una discrepancia y de una fragmentación económica regional entre norte y sur para el período previo a 1880. Barro y Sala-i-Martin (1995a), no encuentran evidencias de esta fragmentación en la medida en que su período de estudio es posterior a 1880. Podría pensarse entonces que la Guerra Civil habría creado las condiciones políticas para una integración socioeconómica de todo el territorio nacional, como es la que haberse producido en efecto a lo largo de todo el siglo XX.

La segunda tiene que ver con el período de 1900 a 1929, identificado por Williamson (1981), como de divergencia, en tanto que para Barro y Sala-i-Martin (1995a), ésta se localiza estrictamente en la década de los años 1920. Adicionalmente, vale destacar las diferencias de enfoque e interpretación teórica de la evidencia empírica de los períodos donde no se presenta la convergencia. Mientras que para Williamson (1981), estos períodos son tratados como fases de transición y cambio tecnológico, debidos al proceso de industrialización e influenciados por las migraciones internacionales, en Barro y Sala-i-Martin (1995a), se les da un tratamiento de “perturbaciones externas y shocks”. La aproximación de Williamson (1981), podría ser incluso más consistente con el modelo de Barro y Sala-i-Martin (1995a), pues despeja la falsa creencia de un proceso uniforme y lineal de convergencia a lo largo de casi un siglo, contradictorio con la presencia de cambios tecnológicos y organizacionales de gran importancia en varias fases del siglo.

Las implicaciones de política regional derivadas por Williamson (1981), se convierten en representativas de una muy fundamentada posición que destaca la importancia de la movilidad de las personas en el territorio como principal medio de igualación de oportunidades y de desempeño, en contra de una alternativa distinta de concederle importancia a las desigualdades entre los lugares como generadoras de inequidades. Esta posición, vale aclararlo, tiene sentido y vigencia en el contexto del proceso histórico norteamericano que, como se vio, está marcado por la presencia de un mercado laboral amplio y flexible y relativamente pocas barreras a la difusión tecnológica intersectorial e interregional. Las condiciones políticas específicas de este país, de la expansión de su frontera económica interna, y de su alta integración infraestructural estarían a la base de la explicación de los resultados obtenidos y de las enseñanzas de política extraídas. Al mismo tiempo, y por contraste, anuncian la necesidad de pensar la especificidad del caso latinoamericano, caracterizado por una mayor segmentación del mercado laboral, procesos de integración económica territorial segmentados y focalizados, y separaciones persistentes entre campo y ciudad, fenómenos todos con, al parecer, muy importantes implicaciones sobre la evolución y el comportamiento de las disparidades económicas territoriales.

3. Algunas aplicaciones del enfoque estructural en América Latina

A principios de los años 1980 se hizo un conjunto de estudios de las disparidades regionales para tres países de América Latina, con un enfoque cercano al que hemos denominado histórico estructural. El resultado de estos trabajos fue recogido por Martín (1984) a partir de la investigación realizada por Arturo León (s/f), para Panamá, Colombia y Venezuela.

Estos estudios toman como punto de partida una de las consideraciones y conclusiones centrales de Williamson (1981), puesto que consideran que las desigualdades económicas territoriales son importantes en la medida en que llegaran a ser una fuente de explicación y determinación de las desigualdades sociales y personales de bienestar e ingresos.

“Cuál sería entonces un enfoque adecuado para el tratamiento de las disparidades regionales y cuál es su relevancia para el diseño de políticas? Quizás el verdadero punto de inflexión en el tratamiento contemporáneo del tema corresponda a la consideración de las disparidades territoriales como una dimensión de las disparidades sociales en la distribución del ingreso” (Martin, 1984, p.8).

De acuerdo con esta posición, el trabajo se propone explicar los diferenciales de ingreso y bienestar en función de los factores que pueden determinar su comportamiento. Estos factores, como se mencionó arriba, son de naturaleza estructural:

“La hipótesis central que guió los tres estudios citados es que las disparidades interregionales de ingreso están básicamente determinadas por las formas específicas de inserción de la fuerza de trabajo en estratos cualitativamente diferenciados del sistema productivo, estratos que a su vez se concentran en áreas o regiones diferenciales del territorio” (Martín, 1984, p.10).

Para comenzar, se hizo una exploración que permitió diferencial la contribución a la desigualdad total del ingreso de dos fuentes distintas como son, las diferencias entre jurisdicciones y las diferencias al interior de las jurisdicciones o los territorios.

“A efectos de medir esta contribución se utilizó un procedimiento de descomposición basado en el Índice de Theil. Este procedimiento permite cuantificar qué parte de la disparidad total, I, en la distribución del ingreso se explica por la disparidad entre los ingresos medios por jurisdicción y qué parte se explica por las disparidades interpersonales al interior de cada jurisdicción” (Martín, 1984, p.12).

Como se aprecia en el cuadro, el factor determinante en la explicación de las disparidades en el ingreso personal son las diferencias al interior de las jurisdicciones. No obstante, no es de despreciar la contribución proveniente de las diferencias entre jurisdicciones que oscila entre un 10% en Venezuela y un 22% en Panamá.

Estas diferencias de ingreso entre jurisdicciones se explican:

“por la existencia de estratos muy diferenciados desde el punto de vista de su productividad media y de las formas de organización técnico social de cada uno de los sectores productivos. Para medir este efecto se utilizó la clasificación cruzada, sector de actividad y categoría ocupacional y se aplicó, a los datos así estratificados, un procedimiento de descomposición de los ingresos medios jurisdiccionales basado en el método diferencial¬estructural” (Martín, 1984, p.13).

El componente estructural registra las diferencias en la composición sectorial y categorías socio ocupacionales y el diferencial capta las diferencias promedio entre regiones. Los resultados fueron bastante contundentes pues:

“la diferencia de conformación de la estructura productiva de las jurisdicciones explica alrededor de la mitad de las disparidades ínterjurisdiccionales de los ingresos medios” (Martín, 1984, p.14).

Para terminar (cuadro 2), se hizo una medición de los distintos factores conjugados para explicar las desigualdades en los ingresos personales. Tomando conjuntamente las jurisdicciones y las diferencias campo ciudad, lo territorial como factor explicativo de las diferencias de ingreso personal resulta jugando un papel importante para Colombia y Panamá. Si se tiene en cuenta que otros factores están influenciados indirectamente por la localización, como puede ser el caso de las oportunidades de educación o el sector de actividad, la incidencia de lo territorial se convierte en fundamental, en contra de la primera conclusión establecida por este estudio.

Este efecto conjugado y escondido de lo territorial a través de otros factores se investigó explícitamente (cuadro 3), a través de la asociación entre variables.

“El hecho más significativo es, sin embargo, la explicación que aporta la asociación entre las tres variables y que, en todos los casos, excede a la contribución individual de cada uno de los factores considerados. Este resultado confirma la necesidad de adoptar un enfoque de análisis de las disparidades regionales que integre las modalidades de inserción productiva, los niveles de calificación de la fuerza de trabajo y su distribución territorial” (Martín, 1984, p.19).

A pesar de que obviamente estos resultados no son directamente comparables con los obtenidos por Williamson (1981), para los Estados Unidos, sí permiten algunas analogías e inspiran algunas reflexiones. El peso de los distintos factores en la explicación de las diferencias personales en el ingreso sugiere la presencia de barreras a la difusión espacial de las actividades económicas más dinámicas y la universalización de las oportunidades de educación. Estos factores que para el caso de los Estados Unidos habrían podido jugar a favor de la convergencia, para estos países de América Latina podrían estar operando en sentido contrario.

4. Globalización y disparidades económicas

O’Rourke (2001, p.1) hace un análisis comparativo de dos coyunturas económicas mundiales conocidas por haber experimentado acelerados procesos de globalización, entendidos como:

“declinantes barreras al comercio, la migración, los flujos de capital, la Inversión Extranjera Directa y las transferencias tecnológicas”.

Su propósito es examinar las relaciones que hayan podido existir entre el comercio, la migración, los flujos de capital, por un lado, y las desigualdades (entre países y a su interior), por el otro.

En esta sección solamente se comentarán los resultados en cuanto a las tendencias en la evolución de la desigualdad en el largo plazo, obtenidos por O’Rourke (2001), a partir del trabajo de Bourguignon y Morrison (1999) realizado con información de PIB real per cápita, población y participación de quintiles de ingresos para 33 grupos de países entre 1820 y 1992. Las principales conclusiones son:

a) La desigualdad mundial se ha incrementado sustancialmente desde 1820 puesto que entre 1820 y 1910 el coeficiente de Theil se incrementó de 0,533 a 0,799, es decir cerca de un 50%. Posteriormente, la desigualdad permaneció estable hasta 1960. Finalmente, entre 1960 y 1992 el coeficiente de Theil aumentó a una tasa de 0,093 por década, muy semejante a la presente durante el siglo XIX.

b) El aumento en la desigualdad a lo largo del período considerado ha corrido principalmente por cuenta del aumento en la desigualdad entre países, dado que la desigualdad al interior de los países tendió mas bien a descender.

c) La cesación de la tendencia al incremento en la desigualdad en el período de entre guerras se debió principalmente a la dramática caída de la desigualdad al interior de los países, la cual cayó de 0,5 en 1910 a 0,323 en 1950.

d) Mientras que la desigualdad al interior de los países era la fuerza dominante en el mundo a principios del siglo XIX, su importancia se ha deteriorado a lo largo del tiempo y desde la Segunda Guerra Mundial es la desigualdad entre países la que ha jugado el papel preponderante en la evolución de la desigualdad total (O’Rourke, 2001, p.16-17).

e) Finalmente, la divergencia económica internacional de la que se ha hablado parece haber empezado a ser reemplazada por una tendencia a la convergencia.

“Melchior et al. (2000) calculan (con ponderaciones demográficas) coeficientes de Gini para la distribución del ingreso mundial utilizando datos de ingreso per cápita para 115 países. Encuentran que el coeficiente de Gini cae de 0,59 en 1965 a 0,52 en 1997, teniendo en cuenta que el despegue chino es la principal explicación de esta tendencia. (…) De acuerdo con Schultz, la convergencia desde este momento ha sido tan sólida que la desigualdad mundial (entre países y al interior de los países) ha comenzado a descender” (O’Rourke, 2001, p.17-18).


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