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EVOLUCIÓN RECIENTE DE LAS DISPARIDADES ECONÓMICAS TERRITORIALES EN AMÉRICA LATINA: ESTADO DEL ARTE, RECOMENDACIONES DE POLÍTICA Y PERSPECTIVAS DE INVESTIGACIÓN

Luis Mauricio Cuervo González




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E. Comentarios finales

En este párrafo final se recogen observaciones generales de dos tipos, unas de orden teórico y otras relacionadas con el contenido y la sustancia misma de los resultados obtenidos por las distintas investigaciones revisadas a lo largo de estas páginas.

Un primer conjunto de comentarios se relaciona con la manera como se produce conocimiento científico, con los aportes y limitaciones de una aproximación específica como la que ha sido revisada. Un primer tema de debate que se quiere proponer se relaciona con el uso de la teoría y con el papel que se le asigna, y se les debe asignar, a los modelos teóricos que se desarrollan para abordar temáticas como la presente.

La propuesta teórica inicial de Barro y Sala-i-Martin (1995a) parece, en un principio, nítida y consistente. El modelo neoclásico de crecimiento, a pesar de todas sus restricciones y supuestos, parecería predecir adecuadamente la realidad pues las experiencias históricas revisadas (USA, Japón y Europa) confirman ajustarse a lo esperado. No obstante, vale la preguntarse nuevamente qué es exactamente lo esperado y qué es exactamente lo encontrado y examinar si se confirma la correspondencia propuesta y en qué circunstancias exactas.

Una manera sencilla, además de bastante popular en términos de la aceptación de los académicos, de resumir lo que se espera del modelo está en la ecuación básica que es el objeto de las distintas pruebas econométricas: las tasas de crecimiento del ingreso per cápita de las regiones están en función inversa de los niveles de ingreso per cápita iniciales. Se supone así que las regiones o territorios de menor desarrollo relativo crecerán a tasas superiores que las de los territorios de mayor desarrollo, de tal forma que los niveles de riqueza e ingreso entre áreas ricas y pobres convergen y terminarán por hacerse similares. Las pruebas empíricas realizadas para Europa, Japón y Estados Unidos así lo confirman. Entre los estudios e investigaciones realizadas para América Latina no se pone en cuestión este punto de partida y, en los casos más radicales, se proponen las metodologías desarrolladas por Quah (1995), para confirmar o negar los hallazgos obtenidos a través de las pruebas convencionales.

Una lectura atenta y cuidadosa del modelo original permite poner en cuestión esta expectativa teórica más popular y comúnmente aceptada. Gracias a lo anterior, adicionalmente, es posible poner en evidencia parte sustancial de los resultados estadísticos de estos estudios que por lo ya visto, son pasados por alto:

1. Una primera reflexión concierne los plazos de validez temporal de las predicciones del modelo

Así como Barro y Sala-i-Martin (1995a), lo presentan, la predicción de convergencia tiene validez dentro de las restricciones teóricas impuestas al modelo, a saber, entre las más importantes, que no hay cambio ni progreso tecnológico, que las tasas de ahorro, depreciación y crecimiento de la población son fijas y exógenas, que la función de producción básica posee rendimientos marginales decrecientes y economías a escala constantes. Estas restricciones son tantas y tan importantes que lo que debería esperarse razonablemente del modelo debería ser: (a) que su validez temporal fuese muy restringida, es decir el corto o mediano plazo, de manera tal que se garantice que las condiciones que se suponen fijas, realmente lo sean; o bien, (b) que se le considere como una herramienta analítica que sirva de punto de referencia a partir de la cual los casos concretos y reales que se alejen de su predicción sean analizados como resultado de la modificación de los parámetros del modelo. Estas dos alternativas no son excluyentes sino mas bien complementarias.

En estas condiciones aparece un problema de consistencia del modelo que es aparentemente resuelto por la vía del respaldo empírico. El problema de consistencia deriva de un desajuste evidente pero no explicado entre la validez de corto o mediano plazo de la predicción del modelo y su aparente validez empírica de largo plazo. Es razonable esperar que en el lapso de un siglo la economía de los Estados Unidos haya experimentado cambios en lo tecnológico y en lo financiero que hubieran podido modificar, o bien la velocidad de la convergencia, o bien el sentido mismo de la tendencia, es decir la congelación de la convergencia o la posible aparición de divergencia. A pesar de que la anterior es la expectativa más razonable y aún consistente con la teoría, la verificación empírica obtenida en los casos de Japón, Europa y Estados Unidos habría mostrado lo contrario: persistencia, estabilidad e incluso semejanza en las velocidades de convergencia. Esta verificación parece ser razón más que suficiente para pasar por alto lo que la teoría predice y sugiere transformar la predicción de convergencia en una cuasi ley general. Si fuera esta la circunstancia se estaría entonces ante una regularidad empírica sin explicación teórica, sin modelo de respaldo pues, como se sabe, las restricciones del modelo de Barro y Sala-i-Martin (1995a), lo distancian de la posibilidad de ser consistente con la regularidad empírica encontrada.

La anterior sin salida es el resultado de una grave omisión, la de discutir el por qué y la proyección de esta inconsistencia, aunque sus consecuencias son menos dramáticas que lo sugerido. La razón es que la evidencia empírica encontrada por Barro y Sala-i-Martin (1995a), es menos concluyente y contundente que lo sugerido por ellos mismos y se asemeja más al resultado teóricamente esperado y esperable. Primero, porque los valores del coeficiente de convergencia varían de decenio a decenio, es decir no son estables, de acuerdo con la prueba estadística realizada por los mismos autores, y segundo, porque en efecto se identifican fases, coyunturas, momentos de transición de un régimen de convergencia a otro.

Se trata de períodos en donde la norma de la convergencia no se verifica y que son interpretados como resultado de la presencia de “factores perturbadores”. Los momentos en los que no se verifica la convergencia coinciden con fases de transformación económica estructural, con grandes crisis como la de los años 1930 y mediados de los 1970. Se trata de períodos que van más allá de haber presenciado meras perturbaciones coyunturales pues fueron el escenario de grandes transformaciones tecnológicas e institucionales.

Finalmente, porque tanto las observaciones de Quah (1995), como la evidencia empírica ofrecida por otros estudios, muestran resultados diferentes a la convergencia. Tanto Bairoch (1981), como O’Rourke (2001), muestran la tendencia secular a la ampliación de las brechas de ingreso entre países ricos y pobres y entre capas sociales ricas y pobres al interior de cada país. Esta tendencia está, sin embargo, matizada por la presencia de un pequeño segmento de países al interior de los cuales se produce convergencia, segmentación y separación sugerida de forma similar para algunos países latinoamericanos como Perú, Colombia, México e incluso Brasil.

La lectura simplificada que Barro y Sala-i-Martin (1995a), hace de los resultados obtenidos es lamentablemente reproducida por quienes aplican su modelo a los países latinoamericanos, dejando consecuencias parecidas: se pasa por alto la importancia de hechos constatados de manera reiterada como son la presencia de períodos, que en casos no son excepcionales ni tangenciales, donde la convergencia no se verifica y por otro lado, de diferencias significativas en las velocidades de convergencia entre los distintos lapsos examinados, subperíodos de un lapso más largo.

Sin que el modelo ni sus características lo sugieran, termina embarcado en una falsa pretensión de universalidad. Falsa desde el punto de vista de la consistencia lógica de su formulación, y falsa desde el punto de vista de la evidencia empírica efectivamente encontrada, no de la lectura estilizada, popularizada y comúnmente aceptada por los académicos latinoamericanos. Este sesgo de aproximación y de mirada impide apreciar lo más importante: primero, que el modelo aporta argumentaciones y consideraciones que permitirían entender y eventualmente explicar las diferencias, los cambios, las transiciones; segundo, que la evidencia empírica sugiere un comportamiento que no corresponde con la versión estilizada: hay momentos de convergencia y otros de divergencia, y dentro de los primeros hay fases con diferentes velocidades y ritmos.

2. Una segunda reflexión tiene que ver con la especificación de los modelos econométricos y su pretendido carácter explicativo

El modelo econométrico puesto a prueba por Barro y Sala-i-Martin (1995a), hace el contraste del resultado esperado, convergencia, mas no de los factores explicativos de la misma. Ninguno de los estudios estadísticos revisados pone a prueba la validez empírica de los postulados teóricos. Es decir, ningún ejercicio intenta examinar la asociación estadística entre la variable dependiente, tasas de crecimiento, y los parámetros o las variables dependientes, tales como la relación capital¬trabajo existente o las cantidades de capital y trabajo efectivamente empleadas. A pesar de que, como se dijo más arriba, no hay consistencia entre la teoría y la evidencia empírica, nadie se toma el trabajo de verificar si las relaciones de causalidad propuestas por el modelo operan o no. En este sentido, aunque no es visto así por quienes han usado el modelo, las estimaciones y los ejercicios empíricos realizados a lo que llegan es a establecer si hay convergencia o no, a describir su comportamiento, pero no a explicar sus factores determinantes.

Por consiguiente, el modelo original y sus aplicaciones latinoamericanas son de una gran precariedad explicativa. Después de revisar cuidadosamente los estudios y sus resultados, son pocas las sugerencias explícitas de factores que expliquen las diferencias entre países y entre períodos. Las pocas “variables explicativas” que aparecen lo hacen de forma un poco casual y fortuita, o bien porque son explícitamente mencionadas por Barro y Sala-i-Martin (1995a), como es el caso de las migraciones, o bien porque algunos otros modelos o teorías del desarrollo sugieren considerar: la infraestructura, el capital humano, la geografía física. Esta búsqueda es, por tanto, poco sistemática y sin mayor esfuerzo de fundamentación teórica, por lo cual, se requeriría un esfuerzo adicional e incluso una reorientación del trabajo. De los resultados obtenidos, no obstante, vale señalar un acuerdo bastante generalizado acerca de la importancia de la infraestructura de transporte y comunicaciones, del equipamiento básico social y de la educación, en la explicación de las disparidades económicas territoriales. Las migraciones internas, aunque en la mayoría de los casos no aparecen con peso explicativo estadístico, en dos de ellos sí, pero con sentido contrario: favoreciendo la divergencia en Chile y la convergencia, en Colombia.

En la exploración de factores explicativos, afortunadamente no se parte de cero pues, como en este capítulo se vio, en los años ochenta existió una tradición diferente que exploró relaciones causales con una mayor fundamentación y consistencia y obtuvo resultados interesantes y sugestivos. Adicionalmente, como se verá en los capítulos siguientes, hay otras tradiciones teóricas que han explorado el mismo tema desde otras perspectivas, aportando algunos elementos de respuesta a estos vacíos.

En lo que respecta a lo avanzado en este capítulo, los trabajos de Williamson (1981), y Martín (1984), son particularmente ilustrativos de los factores que están a la base de las distribuciones territoriales de la riqueza y del ingreso. Williamson (1981), pone en evidencia la importancia de la movilidad laboral y de las facilidades de difusión del cambio tecnológico en la explicación de las tendencias seculares a la convergencia en los Estados Unidos. A través de su demostración sugiere, por analogía y comparación, la importancia de examinar las peculiaridades del mercado laboral latinoamericano, de las dificultades sectoriales y geográficas de difusión tecnológica y de la situación particular del desarrollo agropecuario como dimensiones relevantes para explicar la inusitada intensidad de los desequilibrios territoriales latinoamericanos. Martín (1984), a su vez, pone en evidencia las diferencias y especificidades latinoamericanas en donde, al contrario de lo que Williamson (1981), sugiere para los Estados Unidos, la participación de lo territorial en la explicación de la desigualdad en la distribución personal del ingreso es mucho mayor y en algunos casos significativa y determinante. Finalmente, también gracias al trabajo de Williamson (1981), queda visible la importancia de entender las diferentes escalas al interior de las cuales se da la convergencia y las distintas anatomías territoriales a las que ello puede dar lugar (dando razón a las observaciones de Quah, (1995). En efecto, distingue al menos dos grandes épocas. Una primera de convergencia al interior de los estados del norte y divergencia norte-sur, y una segunda, después de una larga transición de cerca de 30 años, de una convergencia generalizada para todo el país, norte y sur incluidos.

3. Una tercera reflexión concierne los indicadores, las formas de medir la desigualdad de niveles y ritmos de crecimiento económico territorial

Tal y como se ha puesto en evidencia en estos comentarios, la ecuación básica de Barro y Sala¬i-Martin (1995a), se reduce, en términos epistemológicos, a una mera medición de esta desigualdad. No encarna, en sí misma, ninguna teoría o explicación de la evolución en la distribución territorial del ingreso sino que se reduce a ofrecer una alternativa de medición y cuantificación, alternativa que, así como tiene ventajas, también encarna una serie de sesgos y riesgos claramente expuestos por Quah (1995). En este sentido, la investigación futura debería orientarse de forma más abierta y plural, explorando y explotando no solamente las alternativas metodológicas abiertas por Barro y Sala-i-Martin (1995a), sino también las opciones ofrecidas por Quah (1995), ya ensayadas marginalmente por algunos de los autores revisados en este capítulo. En este sentido, Bonet y Meisel (1999), dejan abiertos algunos derroteros, aún en bruto,12 pero que deberían ser examinados con más detalle. En efecto, uno de los aportes más interesantes de este trabajo consiste en ensayar distintas mediciones de la desigualdad: además de los conocidos coeficientes β y σ de convergencia, utilizaron otros indicadores como el de Theil, el de Herfindahl-Hirschman, o mediciones más puntuales como es la diferencia entre el nivel mínimo y máximo de ingreso per cápita territorial o la descomposición del indicador σ para determinar la contribución territorial de su cambio.

Estas consideraciones trascienden el ámbito de lo meramente metodológico pues hacen pensar y subrayan la importancia de tener en cuenta que la economía ha adolecido de algunos sesgos que no logra superar en el estudio de estos temas. Uno de estos sesgos es lo que en otros trabajos hemos denominado “concentracionismo” y que consiste en una mirada puntual y focalizada del problema de la distribución espacial de la actividad económica. En efecto, la teoría y la investigación económica tiende a centrar su interés en el aspecto puntual, aunque estratégico no hay por qué negarlo, de si la actividad productiva se está concentrando o se está desconcentrando sin preguntarse cuál es la estructura exacta, la anatomía o la configuración precisa (el tipo de distribución, en términos de Quah (1995)) de ese proceso. En este sentido, las sugerencias de Quah (1995), y los otros indicadores ensayados por estos autores, deberían someterse a un examen cuidadoso que pusiese de presente sus propiedades, sus potencialidades y limitaciones y sugiriese qué tipo de combinaciones son las más recomendables, dependiendo del tipo de caso y de las características de la información disponible.

Los estudios revisados no solamente resaltan la importancia de la investigación histórica de largo plazo sino que, además, ponen en evidencia la necesidad y las grandes dificultades impuestas por los ejercicios de comparación. Las dificultades se hacen visibles en los trabajos promovidos por el BID en donde, a pesar de haber compartido una misma inspiración teórica y metodológica y de haber sido apoyados por una misma fuente de financiación, los resultados obtenidos para cada país son difícilmente contrastables con los de los demás. Para empezar, la definición de la variable dependiente difiere de forma considerable. En algunos casos se trata del PIB per cápita territorial, en otros se trata de los ingresos personales obtenidos a través de encuestas de hogares; en algunos la periodicidad es anual, en otros es decenal o censal; en algunos se obtienen de series de una misma fuente y en otros se originan en combinaciones de fuentes en donde al lado de datos primarios se colocan estimaciones; en algunos la cobertura es urbano rural y en otros es solamente urbana; en algunos se trata de series con una amplitud y continuidad satisfactorias y en otros se trata simplemente de mediciones puntuales, centradas en uno o en un par de años específicos.

Aunque calculan estos valores para todo el período estudiado, no hacen una comparación de los resultados obtenidos, de las discrepancias o semejanzas, de las propiedades de cada indicador, ni de las recomendaciones que derivan de una tal contrastación con el propósito de mejorar la calidad de los resultados en futuras investigaciones.

Aparte de estas dificultades, no está de sobra recordar la importancia estratégica de la comparación en este tipo de investigaciones. Por una parte, la comparación aporta criterios de “lo mucho” y de “lo poco”, de lo que es o no es sensato esperar como ritmo o dimensión de una variable o de un indicador. Por ejemplo, gracias a la comparación es posible en el caso colombiano, para el cual existen dudas acerca de la confiabilidad de las cifras para 1950, estimar que un 4% de velocidad de convergencia es poco creíble, tanto desde el punto de vista de la experiencia de los países desarrollados, como desde la de los otros latinoamericanos en donde estas velocidades promedian el 1%. De otro lado, como resultado de la comparación sería posible ponderar adecuadamente ciertas informaciones como las suministradas por las cadenas de Markov y las distribuciones de Kernel en donde se observa la probabilidad de mantenerse en el estado de pobre o de rico a lo largo del tiempo. Cuando se tienen mediciones para varios países es posible tener algún criterio para juzgar si los valores encontrados para un determinado caso son altos, bajos o medios. Finalmente, gracias al análisis comparativo, es posible determinar cual es la especificidad de cada caso nacional o incluso continental. Gracias a ella será posible identificar las peculiaridades de cada país en términos de los niveles de desigualdad, los ritmos de cambio, los ciclos y las tendencias predominantes. En síntesis, dado que en este campo, como en muchos otros de las ciencias humanas, no existen unidades de medida absolutas e invariables, la comparación aporta los criterios a través de los cuales se puede hacer una más justa y acertada valoración de lo que es “mucho” o es “poco”, de lo que es “sensato” o de lo que el buen juicio sugiere “desconfiar”. Por todo lo anterior, una segunda línea de trabajo sugerida para avanzar en el conocimiento de esta problemática es la de promover investigaciones comparativas que permitan establecer algunos parámetros mínimos a partir de los cuales se puedan hacer evaluaciones e interpretaciones más acertadas de los resultados, de las estimaciones y de las proyecciones de tendencia.

En este sentido de aprovechar los beneficios de la comparación, vale la pena explotar algunos de los resultados provistos por la revisión realizada en este capítulo en el sentido de resaltar aquellas características que aparecen como peculiares al caso latinoamericano:

(i) Las reiteradas afirmaciones acerca de los amplios niveles de desigualdad socioespacial presentes en América Latina son confirmadas por los resultados de estas investigaciones. En la mayor parte de los casos, excepción hecha tal vez de Chile durante el período más reciente, la velocidad de los procesos de convergencia en América Latina no es solamente más baja que la de los países desarrollados investigados por Barro y Sala-i-Martin (1995a), sino que la inestabilidad de los procesos es claramente mayor.

(ii) En segundo lugar, al contrario de lo constatado para los países desarrollados, en América Latina se sugiere la existencia de procesos de convergencia estratificados y fragmentados. Como se vio, la introducción de dummies regionales suele mejorar la calidad de los resultados y de su confiabilidad estadística. Se sugiere así que, probablemente, un rasgo característico de los procesos de convergencia latinoamericanos sea el predominio de la llamada convergencia condicional, en contra de la absoluta, como puede ser la circunstancia de los países desarrollados.

(iii) En tercera instancia, los períodos de contención de la convergencia son bastante frecuentes con la presencia, incluso, de algunos casos de existencia de tendencias a la divergencia. Estos rasgos y posibles peculiaridades del caso latinoamericano deberían, en primer lugar, ser ratificados, y en segundo lugar, dar lugar a investigaciones comparativas que tengan desde un principio en la mira de sus resultados el contrastar empíricamente y estadísticamente estas propiedades, así como identificar sus explicaciones.

(iv) Para terminar, el último comentario pretende insistir en una observación que se hizo en el acápite anterior y que puede ser del mayor interés. Para el período más reciente, es decir los últimos 10 ó 15 años documentados por estas investigaciones, sugieren un rasgo común en el comportamiento latinoamericano: la tendencia predominante es a la contención de los procesos de convergencia, con dos excepciones extremas, la de Colombia con presencia de una clara tendencia a la divergencia y el de Chile, con evidencias que reafirman la hipótesis de la convergencia. En estas circunstancias, es pertinente recordar e insistir en las hipótesis de trabajo que se pueden formular como posible explicación de estas tendencias comunes:

(a) Esta tendencia podría estar asociada al incremento en la inestabilidad del crecimiento que a su vez, como se dijo más arriba, estaría incentivando el crecimiento de las disparidades territoriales.

(b) Se podría explicar por la existencia de procesos de integración relativamente fragmentados que estarían restringiendo los procesos económicos dinámicos a las áreas de influencia más directa de los grandes centros, es decir, habría procesos de difusión del crecimiento regional muy selectivos y fragmentarios.

(c) Puede tener relación con el impacto de la apertura comercial y la liberalización con la producción y los niveles de vida y bienestar en el campo pues los diferenciales rural-urbanos se habrían acentuado.

(d) Esta fase podría ser interpretada como propia de una transición tecnológica que estaría poniendo en ventaja, por lo menos temporal, a las regiones más desarrolladas para ser las receptoras de los impulsos dinámicos que habrían roto con los esquemas de difusión previamente existentes para los patrones tecnológicos del pasado.


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