BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

DIVERSIDAD CULTURAL IDENTIDADES Y TERRITORIO

Héctor Ruíz Rueda y otros




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La instauración del mundo y los chapakóobam

El periodo de la Guaresma (Cuaresma) y la Semana Santa instala otro tiempo. Las normas establecidas socialmente son irrumpidas con la llegada de los chapakóobam o fariseos. En este tiempo se imponen ciertas restricciones, como la abstinencia sexual, la prohibición de comer carne y bañarse algunos días. Existen avisos que previenen a la población de la proximidad del cambio de los tiempos; algunos son de conocimiento “común”, como la interpretación de la variabilidad climática. Otros son revelados individualmente a través de los sueños o, como en el caso de una curandera que escuchaba el sonido de los tambores semanas antes de la Guaresma y los interpretaba como la cercanía de los fariseos al valle. Se ha indicado, para el caso de la Semana Santa Cora, que la proximidad de los fariseos al centro de la comunidad representa el acercamiento del desorden (Coyle citado en Geist, 2005: 31). Este “desorden” es implantado con la restauración de la ley de los fariseos y el consecuente desplazamiento de las autoridades convencionales. El cese funcional de las autoridades tradicionales yaquis durante este periodo representa perfectamente esta situación. Asimismo, relacionado con el establecimiento del nuevo orden social y la desaparición temporal de la autoridad, se involucra la desintegración de la familia. En términos estrictos, cuando la Semana Santa convoca gran cantidad de personas –mujeres y hombres de casi todas las edades– y demanda atención durante intervalos prolongados, los grupos familiares son desestructurados por el nuevo orden social. Por extensión, la autoridad paterna queda relegada al margen de la autoridad de los pariserom.

En cierto sentido, el desplazamiento de la normatividad representa la privación del mundo gobernado por Dios, su creador. La vida social instituida a partir de la familia, la autoridad y la moral es equiparable al modelo de vida inaugurado por Itom Atchay. En algunas opiniones sobre su venida al valle del Mayo se plasma la idea del origen del mundo y de la humanidad: “cuando Él vino se hizo el mundo, antes no había casas, no había nada”. Se ha dicho también, que Jesucristo estableció el calendario, la moral, las formas de curación y las fiestas. En un tiempo anterior, el hombre “vivía como los animales, sin ley ni orden”. En principio, esta opinión podría llevarnos a contemplar una separación tajante entre los hombres y los animales, como es a partir de la privación del incesto. Sin embargo diversos comentarios otorgan otro cariz a esta expresión. El enunciado que impugna un vivir como los animales, de acuerdo a un contexto simbólico regional, no necesariamente significa un tipo de degradación absoluta; sino también alude otro tipo de relación con el mundo animal, como es un convivir con los animales. A través de numerosos relatos se verifica que “en tiempos antiguos” el hombre podía comunicarse mediante palabras con los animales.

Para los mayos y los yaquis el Juyya Ánia representa el “universo antiguo y maravilloso” (Silva, 1991: 281); en él se instaura un tipo de relación simbólica entre los hombres y la naturaleza: el monte y los “animalitos del monte”. Los personajes dancísticos del venado y el pajcola, así como el chapakóoba (estos dos últimos entendidos en ciertos contextos como chivo y coyote, respectivamente) remiten a este universo maravilloso. La diferencia principal entre los hombres y estos “estados de animalidad”, se apoya en que el pajcola y el venado establecen un tipo de relación con lo mesurable, mientras el fariseo encara la contraparte de todo orden “humano”. Por ello, un tipo de prohibición normativa expuesta líneas arriba, se conjuga mejor con este último personaje antes que con las figuras de los danzantes del venado y el pajcola. Además, entre los mayos se considera que algunos animales se diferencian a grandes rasgos entre los que son potencialmente bienhechores o malintencionados (nayuterom). Por ejemplo, el miércoles de tinieblas “se abren las puertas del averno” y es cuando los fariseos se lanzan a la captura de Jesús. En este día el fariseo se expresa guturalmente por única vez. Se dice que debe imitar el sonido de cualquier animal salvaje: el coyote, el león, el puma y el chivo. Aunque subrayan “nunca como paloma pues representa el Espíritu Santo”. Asimismo, otros animales –como el torito, el gato o la zorra, la gallina, el correcaminos, entre otros– mantienen un vínculo especial con la vida humana institucionalizada y las artes.

Así, el “regreso” de Jesucristo al valle del Mayo se relaciona con la incertidumbre, y la predicación de éste supondría la revelación de un conocimiento en beneficio de los hombres, principalmente el curativo: “antes de este tiempo todo el mundo había estado muriendo, pero cuando Jesús trajo todas estas cosas y las enseñó, entonces vinieron al río Yaqui” (Olmos, 2005: 214), que, en nuestro caso, los mayos lo ubicarían en su propio río. Desde esta posición, el conocimiento revelado por Jesús se relaciona con la pérdida de aquel canal de comunicación habido entre los hombres y los animales; también determinaría el paso de la instauración del mundo construido por Dios. Tal vez el lenguaje mímico del chapakóoba, con el que se comunica y parodia a los hombres, se inscribe en esta manifestación de los “tiempos antiguos”.

Si el tiempo de la Semana Santa supone la privación del mundo normativo, también es cierto que plantea el regreso de Jesucristo a la tierra. Este retorno al valle del Mayo implicaría asimismo la emergencia de un mundo renovado, y reiteraría el vínculo con los hombres. Por lo tanto, los fariseos no solo irrumpen en el mundo normativo, sino que lo colocan antes de la venida de Jesucristo. En este sentido, la ley de los fariseos se equipara a la “condición primigenia” del hombre: caótica, oscura, ininteligible para la humanidad. El comportamiento simbólico del fariseo se inscribe en este contexto, pues parodia actos sexuales, imita la defecación, es irreverente y se muestra imperturbable ante la muerte y parcial ante la cruz y los santos. Podríamos afirmar que no existe nada conocido “humanamente” que lo avergüence: el fariseo es experto en mostrar las debilidades del hombre.

Así, el recorrido de Jesús por el valle del Mayo entablaría diversos vínculos simbólicos con la población en general. Los fariseos –perseguidores y ejecutores del O’ola– adquirirían ciertas características de aquella condición primaria del hombre no humano, sino más bien apegado a la animalidad. Por su parte, los fiesteros (los encargados de atender las imágenes de los santos) y las verónicas (las que sirven a Jesucristo) representarían a una parte de la población que siguió a Jesús hasta el final. Un tercer grupo ubicado entre ambos polos, lo conformarían el pueblo (pueblum): son los que dudan, los que atienden, los que ignoran, los necesitados. Desde este enfoque, el desenlace de la Semana Santa adquiere diversas interpretaciones, según la posición ritual y el apego individual al simbolismo mayo. Decir, por ejemplo, que para los fiesteros y las verónicas representa un tipo de confirmación; en tanto para los feligreses su conversión estaría más apegada a un bautismo: ambos términos usados en el vocabulario popular para referirse al último acto ceremonial por medio de la cual se concluye la Semana Santa.

El caso del fariseo adquiere connotaciones especiales, pues en ellos se magnifica y se muestra de manera contundente el poder transformador y creativo de Jesús. Son los chapakóobam, representantes del “mundo antiguo”, donde culmina el furor de la venida de Jesucristo puesto que “se convierten en hombres cuando son destruidos”. Por lo tanto, la Semana Santa se equipara a la destrucción del mundo antiguo, la emergencia del mundo nuevo (el normativo) y el origen mismo de la humanidad (figura 1). Un pasaje sobre la predicación de Jesucristo muestra la conversión contraria, de hombres en animales, cuando este no fue atendido:

“Dicen mis abuelitos que Él andaba con un bordón (palo o bastón) entre las casas. Pasó a donde estaban unos yoremes y éstos murmuraron: ‘ahí viene ese viejo cochino’.

— Buenos días mi’jita, saludó Jesús, pero ellos no le contestaron. Ni modo, se dijo, y se fue a otra casa.

— Buenos días, volvió a decir y esta vez sí le contestaron: ‘Buenos días’

— ¿Qué están haciendo?

— Aquí, trabajando, dijo el Yoreme.

— Buena cosecha tendrás, le dijo el viejito.

Había unos ricos que aquí les llaman yoris. A éstos se dirigió Jesús, les dijo: ‘Buenos días’. Pero ellos le contestaron: ‘está loco este viejo cochino’. Entonces Jesús siguió su camino y se pasó a otra casa. Fue entonces cuando salieron los yoris en forma de cochis y también los yoremes que no le contestaron.

”Por eso hay marranos prietos y güeros. El marrano güero se da dentro de las estaciones (en granja) y el prieto en el monte. Uno come alimento (procesado), y la otra yerba de zacate. Pero sabe más el marrano de casa que de cochera” (Diario de campo, Semana Santa, 2004).

Ahora bien, a través del planteamiento que relaciona al Juyya Ánia (literalmente el “mundo de las plantas”: juyya/planta y ánia/mundo) con la Semana Santa, es que se descubre esta última como un espacio-temporal ambiguo donde la adquisición de compromisos, dones y deudas, sitúan al individuo en un estado liminal. Sin “el mundo de las plantas” no podría entenderse el papel que desempeña Itom Atchay O’ola o Jesucristo, en tanto instaurador no sólo de aquello que se relaciona con la civilización y el conocimiento, sino con la vegetación, la fertilidad y el reverdecimiento. En efecto, conocimiento y plantas condensan con justicia a este personaje en tanto se estima como el primer jitéeberi o curandero; una de las profesiones que sitúan a sus especialistas en una posición privilegiada debido al dominio que poseen tanto de la capacidad de curar como la de dañar; una facultad compartida en principio con los pajcolas y los músicos tradicionales. Numerosas declaraciones de los interlocutores mencionan que justamente debido a los poderes que poseía Jesucristo para curar enfermos y “enderezar a los torcidos”, sin cobrar un centavo de por medio, es que los yoris, en específico los doctores, decidieron enviarle a los fariseos (una especie de la actual “policía judicial”) para apresarlo y matarlo puesto que les representaba una pérdida económica. El diálogo que a continuación reproduzco (originalmente hablado en mayo) da cuenta del momento poco antes de su captura en donde se le considera generador de la vegetación y del mundo actual:

–V (Verónicas): ¡Alto ahí! ¿Quiénes son ustedes que entran en este lugar sin permiso?

–P (Pilatos): Somos de tierras lejanas.

–V: Está bien, ¿qué es lo que buscan?

–P: Perseguimos a un hombre.

–V: ¿Y cómo se llama el Hombre que persiguen?

–P: Se llama Jesús de Nazareno.

–V: No hemos escuchado nunca el nombre de ese Hombre.

–P: Nosotros venimos sobre la huella y acaba de pasar por aquí.

–V: A lo mejor sí, pero no hemos escuchado ese nombre y que haya pasado por aquí.

–P: Ustedes siempre han vivido toda la vida aquí.

–V: Siempre hemos vivido aquí toda la vida sin salir a ninguna parte.

–P: Recuerden bien, ¿no habrá pasado por aquí?

–V: Hace tiempo, cuando empezaron a brotar los árboles pasó un Hombre por aquí, a lo mejor ese era.

–P: A lo mejor ése era, danos permiso de buscarlo.

–V: Búsquenlo en el monte.

Jesucristo condena a quienes no se sometan a su autoridad y a sus enseñanzas, es decir, a la normatividad del mundo creado y predominado por él mismo. Esta pena supone la exclusión del mundo humano y de su potestad. Un individuo alejado de esta obligación cuando muere “no va al cielo, sino se queda aquí, en el monte, como coyote o culebra”. Esta idea se relaciona con el diablo, figura por antonomasia contraria a Dios. En alguna ocasión una persona confesó renegar de la paternidad de Él y en cambio afirmó ser hijo del diablo. Es un hombre que tiene mala reputación en la comunidad, es juzgado sin escrúpulos y se le toma por loco, brujo o farsante. En sus propias palabras, tiene el poder de convertirse en coyote, lechuza, tarántula y otros animales de mal agüero. Se dice que en una ocasión intentó violar a una de sus hijas. En otro ejemplo, se tiene referencia de un señor que supuestamente vive en incesto, es brujo y ha pactado con el diablo. Una vez muerto ha de transformarse en yorem’goi (hombre-coyote) y andará errabundo por el monte.

Bajo este esquema resulta interesante subrayar la figura del pajcola, aunque su análisis requiere un apartado especial. Por ahora sólo quiero destacar algunos aspectos de su lado oscuro y las relaciones familiares. El pajcola, habitualmente asociado con su oficio principal y con una de sus cualidades más representativas, como bailar en las fiestas y la poética de su lenguaje (rezos, consejos públicos y metáforas); se considera autentico cuando adquiere poderes potencialmente benignos o malignos. Es conocido que un pajcola pueda curar algunas enfermedades y también provocarlas. La vejez de los intérpretes es síntoma de su posición con esta autenticidad: a mayor edad, mejor estado de la cualidad de su poder. Estas facultades no les son propias sino son heredadas o pedidas, según sea el caso, a partir de una misma fuente. El Juyya Ánia concentra el lugar de donde parten estas fuerzas y, exclusivamente, son concedidas por entidades superiores. Algunas veces, es Dios Padre quien otorga el don y, por ello, éste no es comprado sino adquirido de forma indefinida; su poder es predominantemente curativo. Por otro lado, las personas que no hayan nacido con esta gracia –como ser buen ejecutante de la danza– pero que la deseen, o “la envidien”, recurren al diablo. Los pajcolas que hacen pacto con él, adquieren los dones mediante la venta de su alma pero además, para seguir viviendo por muchos años se le pide a cambio las almas de otras personas, incluso de su propia familia: “por eso, los pajcolas no saben ni de padre, ni de madre”. Así, una vez muriendo el pajcola “no lo presentan en la iglesia, sino se lo llevan derecho al panteón”.

En los dos primeros casos relacionados con la brujería, podemos ver que las conductas antisociales son motivo de condena y establecen cierta separación de la comunidad. Por su parte, el pajcola es requerido en toda celebración religiosa y es ampliamente respetado. Sin embargo, la parte que me importa destacar es que tanto para los pajcolas pactados y algunos hechiceros, existe un tipo de relación afín: la condena social o el temor que supone la afronta de la institución familiar –como el incesto y la pérdida del alma– y lo animal-diabólico. Otra similitud entre ellos queda descubierta cuando se afirma que los lugares post-mortem destinados, no es la morada celestial común a los hombres, sino “aquí mismo”: el monte. Además, un tipo de reencarnación o transformación en animal salvaje les es análogo.

He intentado esbozar que la vida cotidiana se impregna de ciertas fuerzas antagónicas; que sus emisarios se relacionan con una condición anormativa y; por consiguiente, algunas de sus actividades se tornan en objeto de condena pública. En cierta manera, estas fuerzas pueden ser manipuladas por el pajcola y el brujo y, a partir de ellos, principalmente de este último, se ponen a disposición de cualquier persona. En los siguientes párrafos trataré de mostrar que estas fuerzas se “desbordan” en la Semana Santa; que los sujetos rituales son vulnerables y; que el fariseo se impregna de algunas de estas cualidades temporalmente.

Por lo pronto, como mencioné en el apartado anterior, las figuras zoomorfas (pajcola, venado y fariseo) tienen diversas propiedades en relación con la normatividad humana. Lo “diabólico” se sumaría a la cualidad anormativa de algunos animales. De esta manera, tenemos que: el pajcola se encuentra en una situación ambigua pues, en términos simbólicos, dentro de la enramada, a veces se presenta como tergiversador de la vida social –principalmente en su carácter sexual– y en otras, funge como referente moral. Por su parte, el venado se afilia con atributos curativos y algunas veces se asocia con el primer hombre-cazador.

En el caso del fariseo lo diabólico viene a darle un sentido especial sin el cual no podría entenderse cabalmente su participación en la Semana Santa. En el siguiente apartado abundo al respecto; por ahora, me limito a resaltar otro de los aspectos de su comportamiento característico, acorde con la anormatividad: que suele hacer las cosas al revés. Lo que comúnmente se hace con la diestra, el fariseo lo hace con la siniestra, como tomar el machete y saludar. En particular, es notoria la participación dancística del fariseo en la enramada donde, si el pajcola en el ritmo de la danza mueve la cabeza a los lados, el fariseo lo imita en forma vertical, siempre llevando la “contra”. En el esquema siguiente se sintetiza el campo semántico de las respectivas figuras intervenidas en la Semana Santa (figura 2).

En suma, si consideramos las expresiones simbólicas de las figuras zoomorfas y las relacionamos con el tiempo de la Guaresma y la Semana Santa, veremos que el ritual muestra por una parte los aspectos simbólicos entre el hombre y el Juyya Ánia, la renovación de los estados espirituales y la instauración del mundo normativo. En otro sentido, la Semana Santa hace temporalmente inteligible lo desconocido: el mundo antiguo, lo inhumano y lo diabólico. El tiempo de la Semana Santa, entonces, acercaría a un punto crítico ambos aspectos de la vida social, donde las fuerzas potencialmente negativas o positivas encuentran un mismo espacio.


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