BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

DIVERSIDAD CULTURAL Y MIGRACIÓN

Coordinadores: Ricardo Contreras Soto y Carmen Cebada Contreras




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Racismo, intolerancia y migraciones en la Sociedad el Riesgo Global

Willy Soto Acosta

Costa Rica

altivohaciaadelante@gmail.com

Resumen

La ponencia analiza el fenómeno de las migraciones internacionales en el contexto de la globalización, enfocándolo desde la teoría de la sociedad del riesgo.

Las migraciones, aunque históricamente inherentes a la historia de la humanidad, adquieren una notoriedad especial en la sociedad del riesgo. El movimiento de personas atravesando fronteras se vuelve más visible, precisamente porque las fronteras se vuelven más invisibles, más permeables, por más que se levanten muros y controles entre éstas.

En la sociedad del riesgo, el migrante aparece tanto como un riesgo y como en situación del riesgo.

En la primera perspectiva se le presenta como portador de amenazas para la sociedad a la cual llega: agente de criminalidad, portador de enfermedades y de costumbres culturales “extrañas”, etc. La segunda perspectiva, el migrante como persona en riesgo, enfatiza la situación de peligro constante en que vive éste: la violación a sus derechos humanos a la que constantemente es sometido (víctima de las atrocidades de los “coyotes” y de las humillaciones practicadas por la sociedad que lo “hospeda”), la fragilidad y vulnerabilidad de los medios de desplazamiento y de transporte con que emprende su éxodo, etc.

Introducción

El presente trabajo inicia enfocando el fenómeno de la intolerancia y sus manifestaciones (etnocentrismo, discriminación, racismo, violencia) que los “nacionales” de una sociedad muestran y sus consecuencias en el “intruso”, el “forajido”, el “extranjero”. Posteriormente se expone a grandes líneas la teoría de la sociedad del riesgo. En un tercer momento se enfoca el fenómeno de las migraciones desde esta teoría. Un cuarto apartado expone la idea de implementar un proyecto alternativo globalizador, que tenga como principio rector el respecto de “la otredad del otro”, incluyendo por supuesto el respeto del migrante. Para concluir, se presenta una breve reflexión desde el cristianismo y los derechos humanos acerca de cómo conducirnos ante los “extranjeros”.

Desarrollo

La intolerancia hacia el intruso (migrante) en la Globalización

Globalización significa principalmente transacciones comerciales, demográficas, y culturales entre naciones, sin importar las fronteras de los Estados. Sin embargo, ese incremento de intercambios no está siendo acompañado de un proceso de socialización que opere en cada sociedad, tendiente a la formación de un sentimiento de “ciudadanía mundial”.

Esas dos condiciones –interrelación cada vez mayor entre países acompañada de una ausencia de sentimiento de pertenencia a una ciudadanía mundial- pueden llegar a provocar niveles de intolerancia cada vez mayores, a no ser que actuemos en sentido contrario.

Cuando a mi país llegan mercancías que desplazan los artículos que yo produzco y que me permiten mantenerme económicamente, cuando a mi país llegan extranjeros que encuentran trabajo y veo que mis familiares y amigos están desempleados, cuando a través de la televisión llegan a mi país valores y comportamientos muy diferentes a los que se me inculcaron, yo me siento amenazado, perdido, y mi reacción lógica es el nacionalismo y el chovinismo.

Digámoslo directamente: si la globalización no va acompañada de un proceso de socialización y de re-socialización tendiente a crear una ciudadanía mundial, podremos estar incubando las condiciones para una tercera guerra mundial.

¿Se puede socializar a favor de la tolerancia hacia el otro, hacia el extranjero? Por supuesto, al igual que se puede socializar promoviendo el odio hacia el “forajido”, porque la intolerancia no es un fenómeno genético: no se nace intolerante o tolerante, sino que estos comportamientos son aprendidos socialmente mediando instrucción explícita o a través de experiencias vividas. Es, entonces, un producto de la socialización del individuo.

Desde pequeño, a un niño sus padres le pueden enseñar a ser racista o a odiar a los miembros de una religión contraria. Pero una persona que no era racista puede llegar a serlo porque el puesto de trabajo que quería se lo dieron a una persona de otra etnia o porque sufrió una agresión de parte de ésta.

La intolerancia generalmente proviene de personas que desconocen otras culturas y valores diferentes a los suyos. Estos individuos o grupos vuelven absoluto y universal lo suyo, generalmente por ignorancia; y todo lo que no calce en su paradigma, es rechazado como peligroso, “raro”, extraño, o al menos no es considerado.

El poder es un fenómeno que frecuentemente está a la base de ese tipo de comportamiento. El poder es la capacidad de influir en el comportamiento de los demás: cuando los individuos siguen las directrices de una persona o grupo de manera voluntaria porque creen que detrás de esa persona o grupo hay una autoridad, se denomina poder legítimo. Por el contrario, la obediencia que se produce ante una demostración de fuerza o de una amenaza sin un respaldo en una autoridad reconocida, recibe el nombre de poder ilegítimo.

Cuando el que es intolerante tiene poder, sus consecuencias negativas son mayores. Muchas personas o instituciones cambian de tolerantes a intolerantes y viceversa según posean o no poder. La posición intolerante de la Iglesia Católica durante la Inquisición cambió no tanto por un examen de consciencia que ella hizo, sino porque fue poco a poco despojada de poder por los países europeos. Un caso muy común es el del “primus inter pares”, la persona “buena gente” que cuando asume una jefatura o cualquier otra posición de poder se vuelve autoritario incluso con sus antiguos compañeros y amigos.

Es precisamente el poseer o no poder lo que hace que la diferencia entre personas y grupos pase a ser una relación de superioridad/inferioridad. Pongamos el ejemplo de la etnicidad. Este concepto hace referencia a las diferencias entre grupos humanos tomando como base el idioma, la religión, patrones culturales, pasado histórico, etc. La etnicidad no conduce al racismo: se puede reconocer diferencias sin que estas impliquen atributos de superioridad o de inferioridad.

El racista precisamente cree que: a) esas diferencias son biológicas y no sociales o aprendidas y que b) esas características diferentes entre etnias pueden ser comparadas y clasificadas en un rango de mayor a menor. El racismo reaparece cuando se suscitan fenómenos que se interpretan como amenazantes para la etnia dominante en una sociedad pero que en realidad son variables que no tiene una relación de causa-efecto entre ellas: desempleo a nivel profesional y contratación de fuerza de trabajo extranjera para labores manuales y agrícolas; decrecimiento demográfico en la etnia dominante y tendencia contraria entre los inmigrantes; incremento de actividades delictivas (robos, asesinatos, asaltos) que coincide temporalmente con llegada de extranjeros.

Las consecuencias del racismo serán más graves en la medida en que quien lo practica tenga o no poder. En este segundo caso no se irá más allá del prejuicio, es decir ideas que traducen la forma en que percibimos a los demás, mismas que se basan en apreciaciones emotivas y la mayoría de las veces, no fundamentadas. Los prejuicios pueden ser “positivos” (por ejemplo, cuando un ciudadano de un país admira al de otro Estado, por considerar que las personas de esa otra sociedad tienen mucho dinero, o porque son muy trabajadoras o inteligentes). Los prejuicios negativos se dan cuando asociamos rasgos negativos a miembros de otras etnias o nacionalidades (suciedad, promiscuidad, vagancia, baja escolaridad, alimentación a base de “bichos raros”, etc.).

El prejuicio –una de las dos manifestaciones del racismo y elemento que está en la base misma de diferentes formas de intolerancia- no es algo pasajero en individuos o grupos, algo que se puede aplicar hoy y que mañana se desecha y pasado mañana se vuelve a emplear. El prejuicio es resultado de un tipo de pensamiento, de un mecanismo cognitivo mediante el cual aprehendemos las cosas, y está directamente asociado con el estado de salud mental de la persona que lo utiliza. En efecto, como apunta Anthony Giddens:

“… El prejuicio opera principalmente, mediante el empleo del pensamiento estereotipado. Todo pensamiento implica categorías por medio de las cuales clasificamos nuestra experiencia. Algunas veces, sin embargo, estas categorías son, a un tiempo, rígidas y deformadas. Por ejemplo, una persona puede tener un punto de vista sobre los negros o los judíos que se base sobre unas ideas escasas, pero firmemente sostenidas, en cuyos términos interpretan la información sobre los encuentros con ellos …

“El acto de estereotipar está a menudo estrechamente ligado al mecanismo psicológico de la transferencia. En la transferencia, los sentimientos de hostilidad o cólera se dirigen contra objetos que no son el origen real de esas ansiedades. Las personas desahogan su antagonismo contra los chivos expiatorios, culpados por cualquiera que sea la fuente de sus problemas. La creación de chivos expiatorios es frecuente en circunstancias en las cuales agrupamientos étnicos excluidos entran en competencia unos con otros por compensaciones económicas. Los implicados en ataques a los negros, por ejemplo, se hallan con asiduidad en una posición económica similar a ellos. Culpan a los negros por sufrimientos cuyas causas reales radican en otra parte” (Giddens, 1997: 292-293).

Precisamente el pensamiento estereotipado es uno de los rasgos de lo que el psicólogo alemán Teodoro Adorno denominó “personalidad autoritaria”. Los individuos que tienen tal tipo de personalidad, además de operar con estereotipos, poseen un conservadurismo social (es decir, se oponen al cambio); experimentan una necesidad de que existan jerarquías , siendo ciegamente sumisos ante sus superiores y abiertamente despreciativos hacia los subalternos; piensan que la fuerza física es necesaria en una sociedad; manejan actitudes sumamente rígidas, vale decir que no son flexibles; experimentan sentimientos de hostilidad, de agresividad, de ansiedad, y de desconfianza hacia el prójimo. Varias de estas características tienen que ver con el tipo de socialización que sufrió el individuo: muchos adultos autoritarios fueron niños y adolescentes cuyos padres no le transmitieron cariño directo y más bien fueron en extremo disciplinarios con ellos (Grawitz, 1983 : 31; Giddens, 1997 : 293-294). La personalidad autoritaria es el prototipo del individuo intolerante.

Además del prejuicio, la otra manifestación del racismo lo es la discriminación, es decir, cuando la idea negativa que tenemos acerca de una persona se traduce en un acto real que la perjudica .

Muchas personas creen que los prejuicios y las discriminaciones se originan en verdades; es decir, que si creemos por ejemplo que los judíos son avaros, es porque efectivamente lo son. Ese razonamiento evita formularse la pregunta que necesariamente tendría que hacerse un buen pensante: ¿cuáles situaciones concretas están en el origen de que una etnia se comporte de determinada manera y no de otra?.

Además, como lo comprobó Gunnar Myrdal, los prejuicios y discriminaciones conducen al fenómeno de la “profecía auto-cumplida”:

“Debido a que la gente blanca creía que los negros eran inferiores racialmente, le negaron la igualdad en educación, oportunidades de trabajo, calidad de vivienda, y el respeto ordinario diario a la comunidad negra. Debido a que eran discriminados, muchos afroamericanos eran ignorantes, empleados en trabajos inferiores, vivían en malas viviendas y empobrecidos. Este nivel de vida más bajo “confirmó” la creencia de que la raza negra era inferior. Así pues, una creencia que en su origen era falsa (inferioridad racial) afectó la conducta de tal modo (falta de oportunidad) que la creencia falsa parecía verdad” (Gelles y Levine, 1997: 320).


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