BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

SEXUALIDAD Y PODER. TENSIONES Y TENTACIONES DESDE DIFERENTES TIEMPOS Y PERSPECTIVAS HISTÓRICAS

Ángel Christian Luna Alfaro y José Luís Montero Badillo (Editores)




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Entre el deber y el placer: historia de tratos ilícitos en la Residencia

Adriana Mabel Porta1

Introducción

El presente trabajo nace dentro del marco de una investigación más amplia que lo contiene, pero a la que a su vez enriquece: la Casa de Recogidas de la Residencia. En efecto, el personaje en torno al cual gira la historia que en las páginas sucesivas presentamos,-el sargento Francisco Calbete-, desempeñaba el rol de encargado en dicho recogimiento, y durante los cinco años que permaneció en el ejercicio de sus funciones, fue responsable de una institución específicamente creada para ‘enderezar’ el comportamiento ‘descarriado’ de mujeres de conducta ‘escandalosa’. Sin embargo, de la lectura atenta de los documentos consultados,2 descubrimos que detrás de las buenas intenciones que albergaban sus muros, se celaba la existencia de un engranaje de corrupción donde la responsabilidad ética de quien ejercía el poder cedía a la tentación de los goces del placer sexual. Para ello, una intrincada red de relaciones sustentada en un sistema de presiones, amenazas y recompensas, fácilmente ejecutables desde una posición de comando, le permitían al sargento encargado evitar sospechas y ‘blanquear’ los frutos indeseados de sus amores prohibidos. ¿Qué imprevisto determinó la destitución de Calbete? ¿Qué rol desempeñaron los distintos actores sociales implicados en esta historia? ¿Quiénes fueron considerados ‘culpables’ para la sociedad rioplatense y qué castigo merecieron? ¿Qué destino fue inflicto a las principales víctimas del sistema? Éstos y otros interrogantes constituyen las coordinadas del presente trabajo cuyo objetivo ha sido el de contribuir al conocimiento de la sociedad colonial bonaerense en el último cuarto del siglo XVIII a través del estudio de las relaciones entre sexualidad y poder.

1 Dra. en Historia, Docente Universitario a Contrato, Profesora de Lengua y Civilización española y Latinoamericana en la escuela secundaria. Ha realizado estudios de historia social, insitucional y de género sobre el área rioplatense en época colonial. Ha partecipado a congresos nacionales e internacionales e impartido seminarios en la cátedra de Historia Moderna de la cual es asistente. Su lugar de trabajo es la Università degli Studi di Messina, Facoltà di Lettere e Filosofia. Polo Universitario dell’Annunziata, C.P. 98168, Messina, Italia. Tel. 0039 090 3503229. adriporta@hotmail.com; adrianamabel.porta@istruzione.it.

2 Las fuentes con las cuales hemos reconstruido la presente historia forman parte de la sumaria que viene efectuada al sargento Calbete por ‘abuso de cargo’. Teniendo en cuenta la riqueza del material y la elocuencia de las exposiciones que realizan los diferentes testigos, hemos preferido abundar en citas textuales; las cuales con su gran poder sugestivo casi nos convierten en testigos presenciales de las declaraciones. Para evitar continuas reiteraciones, todas las citas textuales de la sumaria han sido puestas entre comillas y en cursivo, realizando sólo para la primera de ellas la referencia a pié de página, en la cual se especifica la colocación del legajo que actualmente se encuentra en el Archivo General de la Nación Argentina (de aquí en adelante AGN).

Para una mejor comprensión del tema, hemos incluido algunas noticias generales sobre el lugar en el cual se desarrolla la historia, para después entrar de lleno en el núcleo central del trabajo, que consiste en la reconstrucción de los hechos acontecidos siguiendo la cronología de la sumaria y los diversos puntos de vista de los declarantes. Por último, dedicamos un espacio a las consideraciones finales que el análisis de este case-study merece, sin dudas el ‘ojo indiscreto’ gracias al cual hemos podido finalmente penetrar los muros de la Residencia, y constatar que la vida cotidiana de sus ocupantes nada tenía que ver con la imagen austera que devuelven los documentos contenidos en la fuente primaria del argumento.3

Algunas noticias sobre la Casa de Recogidas de la Residencia

La necesidad de crear una Casa de Recogidas en la ciudad de Buenos Aires,4 era un argumento sobre el cual se venía discutiendo desde el 1735, año en el que las autoridades decidieron hacer frente al degrado femenino de las fajas pobres y marginales de la sociedad, recurriendo a las técnicas de control entonces conocidas, es decir, la internación en el llamado reclusorio, recogimiento o depósito.5

3 En efecto, el legajo Casa de Reclusas (AGN, División Colonia, IX; 21-2-5) es una rica fuente documental que permite una buena reconstrucción del funcionamiento institucional del reclusorio, pero que nada informa sobre la vida detrás de los muros de la Residencia, aspecto fundamental si queremos comenzar a estudiar el peso real que los dispositivos ejercitaban sobre la cotidianeidad de las personas.

4 Para un cuadro más completo de la cuestión, cfr. PORTA, Adriana. “‘La Residencia: un ejemplo de reclusión femenina en el período tarco-colonial rioplatense (1777-1805)’. En: Viforcos Marinas, Ma Isabel; Loreto López (coords.) Historias compartidas, religiosidad y reclusión femenina en España, Portugal y América. Siglos XVI-XIX. León, Universidad de León; Mèxico. Instituto de Ciencias Sociales y humanidades “Alfonso Vélez Pliego”; Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2007. p. 391-416.

5 No vamos a extendernos en esta sede sobre un tema que escapa a los objetivos que aquí se persiguen y sobre el cual existe una rica bibliografía. Si, en cambio, citamos algunas obras fundamentales sobre la historia de los recogimientos en Hipanoamérica, a saber: PÉREZ BALTASAR, María. “Orígenes de los recogimientos de mujeres.” En: Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea, año 1985, n° 6, p. 13-23; MURIEL, Josefina. Los recogimientos de mujeres. Respuesta a una problemática social novohispana. México: Instituto de Investigaciones Históricas, 1974; VIFORCOS MARINAS, María. Isabel. “Los recogimientos, de centros de integración social a cárceles privadas: Santa Marta de Quito.” En: Anuario de Estudios Americanos, L 2, 1993; p. 59-92; PEÑA GONZÁLEZ, P. “La casa de Corrección de Mujeres: una unidad de producción”. En: PEÑA y ZAMORANO (eds.), Mujeres ausentes miradas presentes, IV jornadas de investigación de historia de las mujeres, Santiago: Universidad de Chile, Ediciones LOM 2000, p. 109-132. VAN DEUSEN, Nancy. “Determinando los límites de la virtud: el discurso en torno al recogimiento entre las mujeres de Lima durante el siglo XVII”. En: M. ZEGARRA FLORES (ed.). Mujeres y género en la Historia del Perú, CENDOC Mujer, Lima 1999, p. 39-58; “Los primeros recogimientos para doncellas mestizas en Lima y Cuzco, 1550-

1580” En: Allpanchis, vol I, Nº 35-36, Instituto de Pastoral Andina, Cuzco, 1990, p. 249-291; “Instituciones religiosas y seglares para mujeres en el siglo XVII en Lima”. En: C. GARCÍA AYLUARDOY y M. RAMOS MEDINA (coord.), Manifestaciones religiosas en el mundo colonial americano, Centro de Estudios Históricos CONDUMEX-INAH, México, 1995; “La casa de divorciadas, la casa de La Magdalena y la política de recogimiento en Lima 1580-1660”. En: M. RAMOS MEDINA, El Monacato Femenino en el Imperio Español. Monasterios, beaterios, recogimientos y colegios. Homenaje a Josefina Muriel. México, Centro de Estudios de Historia de México, CONDUMEX, 1995, p. 395- 406; Between the Sacred and the Worldly: The Institutional and Cultural Practice of Recogimiento in Colonial Lima, Stanford University Press, 2001.

La cuestión fue postergándose por motivos fundamentalmente económicos –falta de fondos y de un local adapto-, hasta que don Juan José Vértiz,6 gobernador de la futura capital virreinal, concibió la posibilidad de utilizar la imponente estructura que habían abandonado’ los regulares expulsos para instalar dicho dispositivo. En efecto, el lugar donde se estableció el recogimiento fue precisamente “La Residencia”, un complejo edilicio ubicado en el barrio del “Alto” (hoy San Telmo),7 donde los jesuitas habían construído una casa de ejercicios espirituales para hombres y una iglesia. Por la capacidad del mismo, fue posible acomodar más de una institución, y de consecuencia la misma funcionó como sede del Cuerpo de Dragones, de un Hospicio de Pobres y Mendigos, del Hospital Bethlemita de Hombres y como hemos dicho, de una Casa de Recogidas. Una mirada atenta a los gráficos expuestos en la vitrina del Museo Penitenciario -que hoy ocupa la antigua sede de la Residencia-, nos da una idea bastante aproximada sobre la distribución arquitectónica del complejo (figura 1) y sobre el espacio material donde se desarrolla la historia que aquí tratamos. A la izquierda del núcleo fundacional de la estructura –la iglesia Nuestra Señora de Belén-, encontramos la “Residencia Hospital”, nombre con el que seguramente se indica la ubicación del Hospital Bethlemita; a la derecha del templo, observamos la Casa de Ejercicios Espirituales con su capilla interna, donde se había instalado la Casa de Reclusas; y finalmente, las Casas Redituantes, donde el sargento Calbete alquilaba una habitación.8

6 El gobernador y más tarde virrey del Río de la Plata, actuó una política destinada a reorganizar el espacio de una ciudad cuyo vertiginoso boom edilicio y demográfico había escapado al control de las autoridades. Las crónicas del período abundan en comentarios sobre el grado de delincuencia y promiscuidad alcanzado por ciertos sectores de la sociedad colonial, despertando la desconfianza de los grupos dominantes ya alarmados por el desconocimiento de una masa poblacional en continua transformación y que en parte había crecido gracias al flujo de las migraciones internas.

7 En la actualidad, del complejo ubicado en la calle Humberto Primo 378, entre Defensa y Balcarce, pueden visitarse la Iglesia de San Pedro Telmo y los restos bien conservados de la casa de ejercicios en la cual funciona el Museo Penitenciario Argentino “Antonio Ballve”.

8 Los planos y la reconstrucción pictórica expuestos al ingreso del Museo, son el resultado de las excavaciones realizadas en la residencia jesuítica y la capilla de Nuestra Señora de Belén durante el 1991 por el grupo de arqueología urbana de la Universidad de Buenos Aires. Los datos que aquí ofrecemos son el fruto de la información digitalizada durante la visita a dicha sede, efectuada personalmente en diciembre del 2005.

Las fechas entre las cuales la Casa de Recogidas desempeñó sus funciones no son fáciles de determinar, pues si su fundación se remonta al 1773, los documentos donde consta la presencia estable de mujeres parten desde noviembre de 1777. Una situación análoga se presenta con el momento de cierre del establecimiento, pues las fuentes se interrumpen abrúptamente en el 1805, y las recientes investigaciones efectuadas no han dado noticias sobre el futuro del reclusorio. Por lo tanto, cuando el sargento Calbete fue nombrado encargado de la Residencia, la institución tenía entre los dos y los seis años de vida. De todos modos, nuestro protagonista no era el único responsable del establecimiento, pues el mismo contaba con un director, el presbítero don Joseph Antonio Acosta, a quien Vértiz había nombrado para que promoviese “los saludables fines de edificación y bien de las almas de las reclusas.”9

9 AGN, División Colonia, IX; 21-2-5

Además, colaboraban con la organización de la casa un tesorero (don Martín Sarratea) y un contador (don Matheo Ramón de Alzaga), obviamente los encargados de la administración de los fondos que permitían el funcionamiento del sistema. Los mismos, inicialmente fueron obtenidos “franqueando las limosnas”, pero con el correr del tiempo la casa comenzó a autofinanciarse con la instalación de una pequeña fábrica de paños, frazadas (mantas de cama) y vellones; y más adelante con las actividades derivadas de un molino. Gracias a la cantidad de documentos contables que registran los movimientos económicos en la Residencia, es posible deducir la situación patrimonial ‘en activo’ de la Casa, hecho posteriormente corroborado por Vértiz en sus memorias y que contrasta con el déficit denunciado por la Real Hacienda en el 1784. Por otro lado, el conjunto de reclusas tenía un punto de referencia femenino en la persona de la correctora, única autorizada a vivir dentro del recogimiento, y que ocupada un rol importante dentro de la institución. Completaban el personal de vigilancia, un sargento estable, encargado de la Casa y otro ocupado en las urgencias y acciones extraordinarias, ambos pertenecientes al cuerpo de la Asamblea de Dragones, cuyo cuartel –como hemos anticipado- se hallaba dentro de la Residencia. Para la formación espiritual de las mujeres, -fundamental dado el concepto edificante que subyacía en la idea de encierro y aislamiento-, el ‘depósito’ contaba con la presencia de dos sacerdotes que se alternaban cotidianamente según su disponibilidad en la celebración de misas y rosarios, y la distribución de los sacramentos (confesión, bautismo, comunión y cuando fuese necesario la extrema unción).10 Por último, desde el punto de vista sanitario, las reclusas contaban con un médico y un grupo de “cirujanos y sangradores” que asistían mensualmente en turnos establecidos, para ofrecer sus servicios, realizar curas e introducir medicinas dentro de la Residencia. También aparece una lista de “boticas” y un único sangrador autorizado para las urgencias nocturnas. En el cuadro sucesivo reconstruimos en forma esquemática la organización de la Casa de Recogidas.

9 AGN, División Colonia, IX; 21-2-5.

10 Las fuentes hacen referencia al párroco de la Iglesia de la Concepción, que se hallaba cerca del reclusorio.

En cuanto a la cantidad de reclusas que vivieron y murieron dentro de los muros de la Residencia, las causas que determinaron la encarcelación y el tipo de libertad a la cual accedieron una vez saldada la pena con la justicia, las fuentes ofrecen una serie de datos que nos permiten reconstruir uno de los aspectos más apasionantes del estudio. Pero de las 308 mujeres que pasaron por la Casa entre mayo del 1777 y diciembre del 1805, curiosamente ninguna de ellas corresponde a las reclusas involucradas en este escándalo.

Desde el punto de vista de la composición étnica de la población femenina, es interesante destacar, que además del grupo de extranjeras, mulatas, pardas, negras esclavas, mestizas y excepcionalmente españolas presentes en la Residencia, casi un 30% de las reclusas eran indias o chinas, en su mayor parte provenientes de la llamada “entrada general.”11 Seguramente entre ellas, se hallan las cinco reclusas que forman parte de la historia que en las páginas sucesivas presentamos.

11 El ingreso casi en bloque de mujeres indias e indiecitos en la reclusión, es uno de los tantos corolarios de la política de fronteras. El enfrentamiento comenzó a verificarse en las primeras décadas del siglo XVIII, cuando la expansión de la propiedad produjo un agotamiento del ganado cimarrón en la campaña bonaerense. Este fenómeno determinó que los indios de la Pampa y sus zonas adyacentes se precipitaran sobre los rodeos mansos de las estancias fronterizas en busca de sustento. Se inició, de este modo, el período de los grandes malones (ocho en total) o incursiones violentas en las zonas de colonización de la campaña. Una vez creado el virreinato, el virrey Ceballos quiso solucionar el problema realizando “entradas” o bien incursiones al corazón de las mismas tolderías para obtener el sometimiento de las poblaciones indias. Vértiz no compartió la idea de la guerra ofensiva y, en cambio, respondió con una política defensiva, apoyándose en el Cuerpo de Blandengues y sobre todo, militarizando la frontera con una línea de fuertes y fortines que fue consolidando la avanzada “blanca” sobre las tierras del aborígen. En julio del 1782 firmó una tratado de paz con el cacique Lorenzo Calpisqui, por el cual se negaba la posibilidad de cangear cautivos por indios evangelizados y posteriromenteción a pedir ni por cange ni sin él, india christiana que se halle entre nosotros, y solamente podrán cangear aquellos indios o indias que no hubieren recivido el agua del baptismo. Finalmente se decide concluir enteramente las paces trayendo en su compañía todos los cautivos y cautivas que están entre ellos y cangearlos por indios y indias que hay en esta capital, aptos para entregárselos y que no se comprehendan en la clase de christianos, que por este tratado queda negada su extracción. Cfr. www.aulamilitar.com/pamparg,; Mayo, C., “Vivir en la frontera: vida cotidiana en la frontera pampeana (1740-1780)”, versión digital. www-gewi.uni-graz.at/jbla/JBLA_Band_40-

2003/151178.pdf.

La Sumaria

El 25 de Marzo del 1784 el Marqués de Loreto, virrey del Río de la Plata, ordena venga efectuada una Sumaria al Sargento de la Asamblea de Infantería Francisco Calbete, acusado de adulterio y trato ilícito con las reclusas durante su mandato como encargado de la dirección de la Casa de Recogidas de la Residencia. Según los primeros indicios, de por sí más que elocuentes considerando el estado avanzado de la preñez de la reclusa Dionisia Silva, el indagado habría incurrido en adulterio y trato indebido con dicha mujer. Para salvar apariencias y evitar posibles escándalos que pudiesen desacreditar el nombre de la institución, el virrey ordena el traslado inmediato de la misma a la casa donde será efectuado el parto, después del cual y una vez restablecida regresará a la reclusión, contando para dicha operación con la discreción de la Correctora y esperando que las noticias no lleguen a oídos del marido de la rea. Antes de salir de la Residencia la reclusa deberá prestar declaración, siendo el encargado de la sumaria capitán don Alfonso Sotoca previamente advertido que varias voces confirmarían los hechos: que el presbítero don Josef Antonio de Acosta, la Correctora, y las reclusas en general están enteradas de lo ocurrido, y que la mujer de un ‘tal’ Sabeli actualmente al servicio de la familia Merlo, declaró que la misma Silva se lo había confesado. El 27 de marzo, el cirujano mayor de la Plaza don Josef Capdevila, después de haber visitado a Dionisia Silva ya instalada en la casa de la ‘comadre Inés’ residente en la Alameda, dedujo que por ‘el volumen del vientre y movimiento del Jesús, estaba ya en los nueve meses’, confirmando que en su segunda visita del 6 de abril la encontró ‘parida con un niño en los brazos y el vientre desocupado, y demás señales que son propios y característicos del presente estado’12

12 AGN, División Colonia, IX , 23-10-8.

Mientras tanto, en la noche del 22 del corriente mes, las autoridades habían procedido a la detención del sargento Calbete, quien después de haber sido conducido por el capitán Sotoca a la Residencia para inventariar los bienes y documentos allí presentes, fue acompañado al cuartel de la Ranchería donde permaneció arrestado. Acto seguido, dicho funcionario y el escribano Pedro del Castillo, se dirigieron a la Casa de Recogidas donde tomaron testimonianza a la citada Dionisia en lo que seguramente puede considerarse una declaración involuntaria, ya que el asunto fue tratado en modo ‘paladeado’ mediante una larga conversación en la cual la reclusa confesó, que “era cierto haber tenido trato ilícito con el sargento Calbete, del que resultaba estar embarazada y según su cuenta próxima al parto que debería ser la semana entrante o poco más; confesó igualmente que las veces que lo había tratado ilícitamente había sido en dicha Reclusión, creyendo ella no pudiera haberlo entendido nadie, respecto de que no llegó el caso de que se quedara a dormir; que ahlajas no le ha dado y solo si le decía no le compraba ropa porque no entrasen las demás en sospecha; que es cierto pagaba la comida disponiendo para ella de todo lo necesario (...) que muchas veces le enviaba platos de lo que él comía; añadiendo habrá el tiempo de nueve meses que le sucedió el primer trato y una noche en un corredor. Que es natural de esta ciudad, casada con Antonio Fontuso, del que duda si está o no en Buenos Aires, a pedimento del cual se halla en esta reclusión, que es de unos 25 años.” Después de haber escuchado con atención, el escribano tomó juramento a la rea, quien afirmó y ratificó lo dicho, habiéndose tratado de un interrogatorio breve y privo del ritual acostumbrado para evitar posibles comentarios y juicios sobre el asunto y sobre todo, “por el respeto que es debido tener a una desgracia.”

El 29 de marzo viene llamada a testimoniar Teresa Nuñez, mujer del sargento del Cuerpo de Inválidos Andrés Saveli, considerada por la justicia una fuente primaria en cuanto testigo directo de los hechos y depositaria de la confesión informal de Dionisia Silva. Después de prestar juramento, declaró ser natural de Colonia de Sacramento, de treinta años de edad y de haber sido recluída por voluntad del marido en dicha casa donde permaneció el tiempo de cinco años. A la pregunta si ha conocido al sargento Calbete, si ha visto u oído que el mismo haya tenido tratos ilícitos con alguna o algunas de las reclusas que había o hay en dicha casa, respondió: que conoce al acusado por haber sido su director, pero en lo que respecta al trato ilícito si bien no lo ha visto, “si (ha) tenido noticias e indicios de el, habiendo sido lo primero las chinas Agustina, Pascuala, Chavela, y Tadea, las tres primeras le consta quedaban algunas noches en el cuarto del sargento por decidirlo él así, y se experimentaba su falta, la Agustina parió una vez, y según entendió de las citadas chinas lo ejecutaron todas las que decían en casa del sargento Leyba, de la Asamblea de Dragones; dicha Agustina confesó a la que declara que el citado hijo que parió lo había tenido del sargento Calbete, y que el hijo lo habían puesto en la cuna, o casa de expósitos, a dicha Agustina la rescataron los indios y está en su tierra. La china Pascuala se quedaba igualmente algunas noches en el cuarto del citado sargento de la que según oyó decir a las dos otras chinas había tenido otro hijo, refiriendo ser el parto en la casa de los Leyba, y el hijo llevaron a la casa de expósitos. La china Chavela, según ha oydo a las citadas chinas y las demás que hay allá dentro, tuvo el sargento Calbete dos hijos en ella, aviendo parido y llevádose a la casa de expósitos, según refieren todas las de la casa constandola a la que expone haberles visto los vientres elevados, que faltaban de la casa cierto tiempo y volvían a ella, sin este embarazo. Que asi esta como las dos citadas se quedaban en el cuarto del citado sargento como ha dicho varias noches, y siestas, y otras veces, diciendo él pasaban a cuidarle el cuarto. La china Tadea la tuvo en su cuarto mucho tiempo de modo que se pasaban semanas sin que entrase en la reclusion, no ha oído de esta haya parido y si que ha hablado con la que declara diciéndola vivian en mala amista con el sargento Calbete cuya (...). Que el último hijo que tuvo con Chavela y parió en la casa de Leyba, la partera que es suegra de dicho Leyba no queriendo ya llevar chicos a la cuna se lo envio a Calbete a su cuarto, y por la noche lo llevaron al torno de los Expósitos, y al dar vuelta lo hallaron muerto, lo que sucedió el antevíspera de la Candelaria de este año. Que el haber estado todo el dia la criatura en el cuarto de Calbete, lo supo por las chinas y el haber muerto en el torno por la Correctora. Que a mas de las referidas le consta está embarazada de dicho sargento Calbete la recogida Dionisia Silva, por habérselo dicho ella misma asi y notarse del vientre que tiene, cuyo hecho es notorio a más de las recogidas por haberlo vociferado a muchas como a la que declara, que no le consta si la llevaba a su cuarto respecto de que la tenía en el exercicio de tornera, y las llaves de la portería; pues la Correctora en nada de la casa se metía. Que la vieja recogida Maria Guzman le dijo a la que declara le había dicho la citada Dionisia que Calbete le habia regalado un montadientes de oro, y un relicario con cadena de plata. Que ha oído decir a las presas sin acordarse a quien, había tenido amistad ilícita con Sebastiana Peña, muger del talabartero, y con una china nombrada Catalina que su ama la tiene alli por castigo, como también la chinita Rosa Cavero que la tiene allí su ama por castigo; añadiendo por último que asi la que declara como las más, que allí han estado executándose confesiones sacrílegas, respecto de que la que declara hallándose en fila para pasar lista, y en el Refectorio cuando estaban todas a tomar tareas les decía que este Santo barón del cura Farruco cuando vms se confiesan que sea contra mi, o contra la casa todo me lo dice, de modo que las confesiones que hacían era solo por cumplir con el, experimentando las resultas de esto en que la española Francisca Javiera que ya esta libre, después de tomar mate comulgó, que el paradero de esta no lo sabe y que de cuanto lleva referido en esta declaración son noticiosas las más de las mujeres que componen la Casa de Recogidas.”

Por el tono contundente y detallado de la testimonianza y desconociendo el nombre de la persona que eleva oficialmente la queja a las autoridades, cabe preguntarse si el motor desencadenante de la denuncia no haya sido la misma Teresa Nuñez; quien empleada como doméstica en casa de vecinos de la ciudad, bien podría haber amenizado sus tareas o la conversación del mate con la noticia del embarazo de Dionisia Silva y de otras tantas irregularidades por ella vistas u oídas en sus largos años de reclusa. De todas maneras, la fuente evidencia que el escándalo era de dominio público dentro y fuera de la Residencia, pues pese al apelo formal de las autoridades sobre la discreción requerida para el tratamiento del caso, tantas eran las personas involucradas que sería imposible suponer que la cuestión pasase inobservada en la vida social de la colonia. Sin lugar a dudas, la confesión de Teresa Nuñez representa el punto de partida de los 247 documentos que componen la sumaria, un abanico rico de informaciones donde afloran nombres insospechables. En efecto, si las declaraciones corresponden a la verdad, los Leyba se hallarían directamente implicados en la cuestión, pues si la suegra podría haber oficiado de partera, el sargento de la Asamblea de Dragones y comisionado desde el 1777 en la Casa de Reclusas, formaría parte de ese engranaje perverso haciéndose cómplice de los excesos de Calbete y ofreciendo su demora para el ‘lavaje’ del delito. Como podemos imaginar, la categórica desmentida realizada por Andrea Gómez (mujer del sargento Leyba) y el individuo en cuestión durante el interrogatorio, fue acompañada por frases que aludían al gran sentimiento de desazón causado por la maldad de quienes deseaban desacreditar su reputación con tal infamia. Sea por la falta de ulteriores indicios, ya que las declaraciones de las reclusas conducen en otra dirección, o por el efecto de dichas palabras en boca de un militar español, las autoridades se dieron por satisfechas y abandonaron la pista, sucesivamente concentrándose en quienes habían compartido vida y condición con Dionisia Silva en la Residencia.

La primera reclusa interrogada es María Guzman, natural de la Villa de Luján, una mujer de 56 años que por su edad debería ser particularmente atendible en cuanto testigo ocular inmune a las debilidades del acusado. A las preguntas de rigor, la misma responde afirmando conocer al sargento por haber sido el encargado de la Casa, y agrega “que en el año que ella ha subsistido le consta haver parido la antevíspera de la Candelaria la china nombrada Chavela”, a la cual asistió personalmente durante su restablecimiento; y que el hijo, según la opinión de las demás chinas que lo habían visto en el cuarto de Calbete, era muy parecido al sargento. Más adelante continúa diciendo, que “la china Chavela ha sido de su total confianza”, y que las chinas Pasquala y Tadea – según voces- vivían en “mala amistad” con él, permaneciendo esta última temporadas en el cuarto del encargado y notándose su ausencia en la Casa. Que en total, habrían sido cinco las presas que salieron a parir afuera de la Residencia, y por el comentario general, los embarazos serían atribuibles solo al sargento. Que además de lo expuesto, “le consta por haberlo dicho la Dionisia Silva se hallaba embarazada del referido Francisco Calbete, (y que esta) le leyó a la que declara un papel en el que le decía que luego que se verificase el parto (...) como la asistiese bien en el le dispondría la libertad, y a una hija que esta con ella, con cuyo motivo cuando se encontraban trataban de su desembarazo, contando siempre que era de Calbete lo que estaba embarazada. (...) Que además de lo expuesto; que no ha visto el trato de los dos, pues tomando sus tareas en el Refectorio, se quedaba él con ella, la que después puso de tornera, y que respecto de que la china Maria Mini estaba siempre al lado de la Dionisia, esta podría decir algunas cosas que la que declara ignora.(...) Que cuando les pasaba lista, y en el Refectorio cuando les daban las tareas, decía el sargento Calbete ese Santo Padre con quien se confiesan si le dicen algo del trato de la Casa, de la comida, o del honor de él, estén entendidas que lo he de saber, porque el Padre lo ha de decir, y las he de sacrificar, con cuyo temor no osaban confesar sus pecados, pues la que declara desde que está en la Casa no ha hecho buena confesión por este temor; añadiendo por último que a la Dionisia le enviava comida, y la recibía por el torno, que lo vio los mas de los días, y dicha Dionisia el día sábado pasado que la sacaron previno a la que declara, que aunque le recibiesen juramento no dijese nada en contra de ella. Que tiene presente haber visto una presa que está fuera llamada Arias que despues de haber tomado mate fue a recibir la Comunión por temor del sargento que ordenó fuesen a comulgar las que habían confesado. Que siendo el Refectorio el pasaje donde se reparten las tareas es costumbre señalar a una mujer para que las vaya entregando a presencia del sargento, de modo que habiéndose despachado a todas, resultaba quedaba Calbete solo con la repartidora que debe estar exenta de todo trabajo. Para esta comisión, hizo siempre elección de aquellas a quien más estimaba, cuyo encargo le variaba cuando le parecía, y como era común decir de todas lo alegre que era, se infería las disfrutaba el tiempo de su encargo, y en este número se comprende a la Sebastiana Peña, mujer del talabartero. ”

La declaración de la reclusa María Guzman confirma en líneas generales las revelaciones de Teresa Nuñez, omitiendo la presunta actuación de los Leyba pero echando luz sobre el método perfeccionado por el sargento Calbete para lograr sus fines. En pocas palabras, las víctimas venían temporalmente ocupadas como repartidoras de tareas en el refectorio, quedando a solas y al capricho del encargado una vez que las demás abandonaban el lugar dirigiéndose a sus respectivas faenas. Cualquier intento de delación venía frustrado mediante amenazas de violencia física, siendo inútil aprovechar de los pocos minutos de intimidad que ofrecía el secreto de confesión, pues en repetidas prédicas les decía, que el padre ‘Farruco’ le habría referido cualquier indiscreción; y por si acaso no estaban dispuestas a obedecer, serían sacrificadas, palabra con la cual se presume maltratadas y encerradas en uno de los calabozos. Asi lo confirma la china María Cuñamini (la citada Mini), quien ratificando en pleno la declaración de María Guzman y agregando haber visto al sargento entrar de noche en el cuarto que ella misma compartía con Dionisia, denuncia el carácter violento de Calbete, quien con soltura solía golpear a las mujeres; tal como aconteció con la china Tadea, a la que después de haber hinchado el rostro de puñetazos, reemplazó por la Pasqualita. En síntesis, la política de terror instaurada por Calbete parece haber sido más que efectiva, pues ninguna de las chinas –ya sea por imposibilidad o conveniencia- intentó revelarse; y la confesión se convirtió en una simple routine que mantenía en pie el sistema exonerando al cura párroco de la incomodidad de denunciar aquellas irregularidades que contradecían los fines edificantes de la institución. Pero no es todo. Para aquellas que colaboraban, el sargento había ideado un sistema de premios compensatorios, como la ilusión del precioso bien de la libertad para la reclusa María Guzman e hija por la asistencia prodigada a la puérpera, teóricamente certificada en un papel de indecifrable lectura para las pobres analfabetas; o bien la posibilidad de un tratamiento especial en las comidas, sin olvidarnos de los regalos de valor recibidos por Dionisia Silva.

De las declaraciones de las otras reclusas señaladas como amantes de Calbete poco podemos saber, pues por lo general, se limitan a negar su participación en el asunto pretextando banales excusas para salir del paso y ofreciendo en compensación coloridos episodios sobre la culpabilidad ajena. La china Pasquala, sostuvo que entraba en el cuarto de Calbete solo para barrer y acomodar, que si bien tuvo un hijo no era del sargento, y que el parto fue efectuado fuera de la Residencia, en la casa de Petrona, la lavandera del acusado. La china Tadea, se limitó a declarar que cuando se quedaba a dormir en el cuarto de Calbete era para acompañarlo porque estaba enfermo, y “para hacerle el puchero y peinarlo”, negando todo lo demás. Declaración análoga realizó la india Pampa Chavela, quien habiendo oído -sin acordarse de quien- sobre la existencia de tratos ilícitos, ni vio, ni participó en dichos sucesos, confesando que todas las chinas habían dormido en los cuartos que les tenían asignados, y que si bien la declarante había tenido dos hijos, no eran de Calbete sino de un mozo llamado ‘Camilucho’ que a escondidas entraba con ella cuando regresaba de algunas diligencias nocturnas a la reclusión, y que como las demás, había parido en casa de Petrona la lavandera. María Sebastiana Peña, quien en casi cinco años de reclusión habría visto y escuchado más de lo conveniente, dijo con tono evasivo que algunas recogidas sostenían que las chinas tenían trato ilícito con Calbete, pero que esto “lo podían decir por ganas de decirlo, no habiendo visto ni oído nada”; que no sabría decir si los vientres elevados de las chinas eran por embarazo o enfermedad, y que igualmente ha oído -sin acordarse de quien- acerca de la relación entre el sargento y Dionisia Silva. Rosa Cavero, para aquel entonces libre y al servicio en casa de vecindad, después de haber confirmado ciertos rumores sobre las amistades ilícitas de Calbete con otras reclusas, cedió a la presión del interrogatorio rectificando en manera casi telegráfica su declaración, pues afirmó haber estado en el cuarto del acusado dos veces y haber tenido en dichas ocaciones “acto carnal” con él. En cuanto a Catalina García, ex-reclusa al servicio doméstico de doña Petrona Agüero, desmintió haber sido solicitada o tenido relaciones sexuales con Calbete. Sin embargo, refirió que Isabel Machado le había confesado haber tenido trato carnal con el sargento en el cuarto de la lana en frente del refectorio, que también vio entrar a Sebastiana con el susodicho en el cuarto de las velas y de haber precenciado involuntariamente algunos episodios por hallarse sacando lana “desnuda de medio cuerpo” con otras dos presas. De particular interés es la testimonianza de María Mercedes Godoy, quien después de corroborar con su largo relato las versiones de la mayor parte de las mujeres interrogadas, ilustró el delicado tentativo de seducción del sargento. Habiéndola comisionado para cuidar a unos guanacos que estaban en los corrales de la Residencia, es decir al exterior del recogimiento, la invitó a dormir a su cuarto, y “estando acostada en el suelo y él en el catre la dijo se quitase las enaguas y fuese a su cama a tener trato carnal con él.” Según la versión de la declarante, en breve logró sustraerse a las insistencias del acusado y por el tiempo que estuvo de encargado en la Casa no volvió a molestarla. Al respecto, es interesante observar como de alguna manera u otra el sargento intentaba obtener el tácito consenso o la colaboración de las ‘víctimas’; participación sin la cual habría sido imposible mantener la calma dentro de la reclusión por cinco años.

La declaración de Petrona Montiel, lavandera del acusado y en vías excepcionales partera, es por demás emblemática de la delicada posición en que el sargento Calbete había colocado a dicha mujer. En un primer momento, declaró que la india Chavela había sido enviada a su casa por disposición del encargado porque decía que estaba enferma de “pujos”, mientras que resultó estar embarazada.13 Que tiempo después la asistió en el parto y habiéndose sucesivamente enfermado, supo por una vecina que la india había regresado a la Residencia y el niño había sido llevado a la cuna de los expósitos. La situación resultó insostenible para la declarante cuando el capitán Sotoca mandó a llamar a la china Chavela, quien en su presencia insistió en que la misma había oficiado de comadre en diversas ocaciones sacando del paso a Calbete; y viendo que persistía en negativas, el capitán nuevamente ordenó se presentasen la china Pasquala y las otras presas que habían sido asistidas por dicha persona.

13 En realidad, el sargento encargado no tenía por qué recurrir -ni debía- a visitas médicas externas, cuando la Residencia contaba con un servicio sanitario organizado. Sólo tratándose de casos graves, las presas podían ser internadas en el Hospital de Mujeres que se hallaba en las inmediaciones . Cfr. p. 4 del presente trabajo y AGN, División Colonia, IX, 21-2-5.

Ante la gravedad de los hechos y la inconfundible visibilidad de los frutos del ‘amancebamiento’ cabe preguntarse, cuál había sido el rol desempeñado por la Correctora en todo esto como también su actitud durante el tiempo en que se verificaban dichas irregularidades, y por sobre todas las cosas, por qué no cumplió debidamente con la responsabilidad de su cargo. A tal propósito, es necesario aclarar, que durante los cinco años en que el sargento Calbete estuvo a cargo de la Casa de Recogidas tres mujeres desempeñaron la función de correctora: María Josefa Lara, María Josefa Bermúdez y María Josefa Escobar; todas nacidas en la ciudad de Buenos Aires y respectivamente de 67, 60 y 54 años de edad. Por lo que en sus relatos confiesan, las coincidencias no se limitaban al nombre o al lugar de origen: también se hallaban hermanadas por su breve duración dentro del recogimiento y por la poca estima moral que el acusado les inspiraba. Las dos primeras optaron por dejar su trabajo, lo que hipotizamos habrá sido una decisión ponderada, pues si bien nada sabemos sobre los recursos materiales de estas mujeres, en el vertiginoso crecimiento económico de la capital virreinal la movilidad social y la pobreza constituían las dos caras inseparables de una misma moneda. Diversa fue la actitud de la más joven de las tres, María Josefa Escobar, quien quizá por necesidad o indiferencia, alejó prudentemente a su hija del recogimiento y permaneció en la Casa conservando su cargo hasta después del arresto del sargento. Durante el interrogatorio, la misma confirmó abiertamente que Calbete había tenido tratos ilícitos con varias reclusas, indicando también sus nombres; que notó los embarazos y la ausencia de una ellas por el tiempo de un mes; que el susodicho las mandaba a parir fuera de la casa –sin saber donde-; y que todas las referidas comentaban que la paternidad de sus hijos era de atribuirse al sargento. Con respecto al delito de ‘sacrilegio’, confirmó que era verdad que las recogidas temían confesarse por las repetidas amenazas de Calbete, quien intistía en destacar la indiscreción del padre Farruco y en recordar el castigo al que serían sometidas en caso de ‘calumniarlo’. A la ineludible pregunta del capitán Sotoca sobre el por qué habiendo estado prematuramente al corriente de los excesos cometidos y que sin más seguían perpetuándose en el recogimiento, no advirtió al director de la casa (presbítero don Josef Antonio de Acosta) o directamente al gobierno de esta ciudad, la mujer sencillamente respondió: que había preferido no profundizar en los hechos para evitar cotilleo entre las reclusas; que el mismo Calbete la había relegado de sus funciones, asumiendo plenamente el control de la Casa y desautorizando su figura delante de las presas14; que“temía los disgustos que podía ocacionarle dicho sargento”; que el virrey “no se llevaba de cuentos y enredos”, y que en última instancia, “tomó el partido de quedarse en su cuarto, y asistir al padre cuando venía a decir misa y a la noche el rosario.”

14 Hecho confirmado por la trestimonianza de Teresa Nuñez y de otras reclusas.

La hija de la correctora, María Inés Pereyra, en una declaración prestada el 10 de abril sucesivo, sostuvo: “que luego que su madre y la que declara entraron, les previno dicho Calvete que en nada del Gobierno de la Casa se habían de meter, que casa gobernada por mugeres nunca estaba buena,” Que habiéndose un día alterado “volvió a repetir la orden que tenía dada a todas las presas y chinas, de que en nada las obedeciesen añadiendo no era necesario correctora en la Casa, y si la había era porque tenía gusto el sr. Virrey la hubiese, por cuya razón se infiere que el papel que alli hacían su madre y la que declara era despreciable, por lo que dicha su madre en nada en adelante quiso meterse.” Por su parte, la viuda María Josefa Bermúdez ilustró el motivo que determinó el nacimiento de su diverbio con el acusado y su inmediato alejamiento de la casa, ya que habiendo entendido que la mulata al servicio de Calbete, después de llevarle cotidianamente el almuerzo al refectorio o almacén tardaba demasiado tiempo en regresar con las demás, decidió pasar a la ofensiva controlando sin tregua los movimientos del sargento; hecho que la misma refiere con las siguientes palabras: “Y queriendolo atajar la declarante tuvieron entre los dos varios disgustos hasta llegar a termino de solicitar la que declara dejar su cargo para no cargar su conciencia, y no sabe más, porque la que declara habiendo observado que dicho Calvete andaba solicito para con otras lo perseguia de tal suerte que no le daba lugar, y viendo él esto llegó a término de decir a la declarante que hacía poca confianza de él, que no fuese asi, que si tenía que salir, o ir a la Iglesia, lo ejercitase que el cuidaría la casa, y eso era lo que más la hacía desconfiar.” Tiempo después de haber renunciado a su cargo, el sargento Carrera con un simple comentario disipó las ‘sospechas’ de la viuda Bermúdez, pues en una charla casual en las calles del barrio, el mismo le refirió que una gallega ex-rea le había dicho, que apenas la correctora se alejaba para hacer alguna diligencia, “quedaban las mujeres en la casa de reclusas en público amancebamiento con Calvete”. Por último, las declaraciones de María Josefa Lara, si bien en sintonía con las anteriores agravarían la posición del indagado, pues por lo que la anciana mujer expone, las correrías del sargento encargado serían tan antiguas como su llegada a la Residencia. Su relato recrea las tantas escenas de celos entre las presas por cautivarse la atención de Calbete, el aseo y la ‘decencia’ de las ropas de la china Pasquala –por elocuentes razones apodada ‘la Sargenta’-; pero también el aborto que la bonita china Petrona se había procurado tomando unas yerbas que le costaron la vida y la acostumbrada violencia del acusado probablemente responsable de muertes seguidas a maltratamientos físicos.

Mucho más preocupado por la reconocida locuacidad del sexo débil parecía el sargento Calbete, quien desde el cabalozo intentaba mitigar los daños que sin dudas acarrearían las declaraciones de mujeres finalmente libres de sus amenazas. Sin perder tiempo y contando con la complicidad del soldado de guardia Ramón Parri, -quien justificará ante sus superiores la violación de la Real Ordenanza apelándose al estado depresivo del sargento y porque simplemente pensó no “hacía en esto ni bien ni mal”-; envió una misiva a Teresa Nuñez en la que le pedía verla para aclarar la versión de la actual correctora, quien la había indicado como delatora y responsable de su encarcelamiento. La negativa de la Sabeli fue tajante, y pese a los favores que según el mismo Calbete le había hecho, la ex-reclusa prefirió mantenerse distante argumentando la imposibilidad de visitarlo. De todas maneras, la situación del sargento no era precisamente la de un condenado en total aislamiento, pues el mismo Parri declaró que durante un cambio de guardia lo encontró hablando con una negra a la que le entregó algunos reales y escuchó que la mujer decía “como me he de acordar de tantos nombres, y él le respondió: pues dáselos a quien quisieres, o repárteselo, y que no entendió a quienes había de repartir.” En pocas palabras, mientras la justicia procedía velozmente atando cabos, el acusado intentaba impedir in extremis nuevas revelaciones comprometedoras asegurándose la solidariedad de Teresa Nuñez y comprando el silencio de las presas aun presentes en la Residencia.15 Pero todo fue en vano. La susodicha fue llamada por segunda vez a declarar en fecha dos de abril y continuó enriqueciendo de sabrosos detalles las páginas de la sumaria. Esta vez, habiéndosele preguntado si deseaba agregar algún asunto relacionado con la Residencia, recordó que un día el sargento encargado le pidió que realizase dos copias de un borrador –una para el virrey y otra para el obispo- con el objetivo de difamar al cura don Mariano, párroco de la Iglesia Nuestra Señora de Belén contigua a la casa de recogidas, por tener mala amistad con la sobrina. Según Calbete, “viviendo ésta en frente la metía de noche debajo del altar de la Iglesia grande, la cual estuvo en un tiempo de tornera siendo correctora doña Josefa

Escobar, y no convenía estuviera en aquella Iglesia por estar disgustados los vecinos.”

15 En su declaración, la negra Juana esclava del pulpero Toledo afirmó que el sargento le había dado en el calabozo la suma de seis reales para repartir entre las chinas.

De la lectura de los documentos resulta imposible poder constatar la veracidad del hecho, del que

bien podríamos intuir –conociendo la moralidad del sujeto- que se tratase de un chivo expiatorio sobre el cual desviar la curiosidad del vecindario, o simplemente la voluntad de evitar competencia masculina dentro de sus dominios. De todas maneras, las autoridades demostraron poco interés por el asunto, sobre todo, cuando en el transcurso del interrogatorio la declarante dijo que Calbete prometía la libertad a las reclusas a cambio de prestaciones sexuales; y recuerda que una de ellas, que se había atrevido a confesarlo a sus compañeras, fue llamada por el encargado para que efectuase una desmentida oficial, a la que sucesivamente persiguió con castigos –prodigados personalmente por el acusado-, y que más tarde misteriosamente falleció. No menos escalofriantes fueron sus relatos sobre la alimentación de las pobres reclusas, siendo la dieta diaria una ración de carne hervida acompañada de un puñado de maíz al mediodía y por las noches sólo el hervido; aclarando que generalmente ambos alimentos estaban podridos, porque el sargento compraba grandes cantidades de carne que renovaba únicamente en caso de descomposición avanzada y que el maíz por estar ya desgranado se deterioraba con facilidad. Claro está que Calbete no compartía la vianda de las reclusas sino que se hacía traer la comida desde la calle, seguramente de la pulpería más cercana, como lo expone en su declaración la negra Juana, esclava del pulpero Toledo, quien recuerda haberle llevado la comida al sargento en cuatro oportunidades y las restantes de haberlo hecho “su negro”. Siendo las condiciones de vida de las reclusas tan miserables, no sorprende que un plato de comida aceptable fuese considerado un bien preciado por el que valía la pena sacrificarse.

El 7 de abril el capitán Sotoca se dirigió a la Casa de Niños Expósitos para controlar si entre las fechas 2 y 6 de febrero del corriente año habían abandonado criaturas en el torno, a lo cual la responsable respondió: “sólo se halló a uno y se le puso el nombre Romualdo, y el boleto que lo acompañaba exponía no estaba cristiano, (...) que cuando lo sacaron del torno ya estaba enfermo de una flema que echaba, pero con todo restableció algo y al cabo de unos quinde días murió. Que trajo esta criatura una camisa vieja, un pañal viejo, una mantilla azul celeste hecha pedazos, un orillo azul por faja, dos gorritas viejas una negra y otra blanca de vayetilla.” Según varias declaraciones prestadas por las chinas, el parto había tenido lugar en la Residencia, y el mismo Calbete habría impedido que la puérpera u otra nodriza del vecindario amamantasen al niño; lo que podría haber contribuido a la debilitación del sistema inmunitario del neonato favoreciendo su predisposición a contraer enfermedades.

Habiendo agotado todas las fuentes posibles y a su vez hallado unánime concordancia sobre la culpabilidad de Calbete, el capitán Sotoca y el escribano sargento del Castillo se dirigieron al cuartel de la Ranchería para escuchar la versión del arrestado. La duración del ‘esclarecimiento’, a juzgar por la cantidad de documentos que lo contienen, debe haberse prolongado por horas, sobre todo si consideramos que a las declaraciones del acusado siguen los careos entre el mismo y los testigos principales. De las formalidades de rigor, sabemos que al momento del arresto el sargento Calbete era un hombre de unos 36 años de edad y natural de Sevilla. Finalizados los preliminares, las autoridades demandaron al acusado sobre la historia de la china pampa Petrona, fallecida por causas poco claras en el recogimiento. A la pregunta, muy confusamente respondió: “Que no ha habido en la casa tal china Petrona, que después hubo una de este nombre la que solo estuvo en la casa como un mes y medio, y al cabo de el fue entregada a los Indios; y que ahora hace memoria

hubo otra Petrona china Pampa16 la que por disposición del Gobierno estuvo fuera de la Casa, como un año, y habiendo vuelto a ella enferma, murió al cabo de un mes, de una puntada a las que

de esta Nacion les da en la boca del estómago; en cuyo tiempo se hallaba de correctora doña

Josefa de Lara, quien le dijo cierto día le habían informado había arrojado un poco de sangre, a lo

que el que declara le dijo: si se lo han dicho, no lo crea, pues es casa de muchas novedades, y que lo viese ella, y que ninguna de las Petronas que a nombrado ha parido ni abortado.” Entrando de lleno en zona escabrosa, se le preguntó si a la citada Petrona la tuvo en su cuarto durante el mes que estuvo enferma, o antes que saliese a servir, y agregó: “Que ni antes que saliera a servir, ni después que vino la empleó ni llevó a su cuarto, y que para el trajín de salir fuera todas las empleaba a comprar para las demás presas, y labar lana al río, las que iban solas a dichos empleamientos.” Ante tales palabras, el sargento fue exhortado a confesar la verdad, ya que varios testigos habían confirmado los hechos expuestos; y en tal caso, a la falsa testimonianza se sumaría la violación del reglamento de la Casa que imponía que en caso que las indias salieran a comprar o fuesen a lavar al

río, lo hicieran acompañadas de la guardia de la Residencia.17

16 Por falta de noticias en la sumaria, es imposible saber si el capitán Sotoca hubiese controlado los documentos incautados de la Residencia antes de realizar el interrogatorio a Calbete, pues aunque el acusado aparentemente se muestre al oscuro de los movimientos de presas en la institución, era obligatorio registrar pormenorizadamente en partes de ingreso y salida con nombre y generalidades individuales a las presas de la Casa, tal como se lee en los documentos bastante bien conservados presentes en el AGN, muchos de los cuales llevan la firma del mismo Calbete. Cfr. AGN, División Colonia, IX; 21-2-5.

17 El párrafo completo perteneciente a las “órdenes que debe observar el oficial de la Guardia de recogidas de la Residencia”, textualmente dice: “Siempre que se ofrezca llamar confesor, médico o sangryador, embiará un soldado de la guardia, adonde la correctora le prevenga, y lo mismo observará en caso que se ofrescan llevar medicinas de la botica; si salen algunas indias a lavar al río, o comprar a la pulpería, irá al cuidado de ellas un soldado para que no se vayan y a su retirada las entregará a la correctora”. AGN, División Colonia, IX; 21-2-5. Solo la necesidad de superar el momento explicaría la superficialidad de las respuestas de Calbete, pues tratándose de un reclusorio, existían normas precisas que regulaban la vigilancia de la Casa y que instruían detalladamente sobre el comportamiento a seguir ante los diversos imprevistos que pudieran presentarse.

El acusado inmediatamente argumentó en su defensa que “desde la Correctora hasta la última de las recogidas eran enemigas del declarante”, agregando que la enemistad entre ellos había surgido precisamente por la falta de cumplimiento en sus funciones de la correctora, pues doña Petrona de Lara permitía que un sujeto entrase a ver a una reclusa y además porque como encargado no autorizaba a dicha mujer a que introdujese a curar un hijo insano mental dentro de su cuarto, Sobre la paternidad de los párbulos de las indias Chavela y Agustina, muy evasivamente Calbete respondió desconocer la identidad del responsable de ambas, pero recordó que con motivo de la celebración del acuerdo de paz con los infieles, la china Agustina había oficiado de intérprete porque comprendía la lenguaraza, y un cierto día la sorprendió durmiendo en un cuarto con un indio. Para el caso de la india Pasquala, descargó toda la responsabilidad sobre la hija de la correctora, admitiendo que era cierto que el parto había sido efectuado en la casa de Petrona su lavandera, y que la misma llevó la criatura a los expósitos; pero que el padre, se rumoreaba, podría ser el pulpero que está junto al hospital o el estanquero de la esquina de la Residencia, ya que la hija de la Correctora la mandaba sola a hacer los mandados. Y en lo que lo se refiere el haber tratado a la china Pasquala con demasiada condescendencia, si lo hizo fue para obedecer el pedido del señor virrey don José de Vétiz, que en varias ocasiones había recordado la necesidad de mantener la armonia entre la gente de su ‘nación’ y los cristianos. Nuevamente siendo invitado a medir sus respuestas, las que además de negar la evidencia indisponían por la hilaridad del tono, fue interrogado sobre su lavandera Petrona, la mujer que en vías excepcionales había oficiado de partera. A este propósito declaró, que es verdad que Petrona su lavandera había ayudado en dicho trance a las chinas; y que la misma vivía en una casa que administraba el exponente, la que había cedido sin otro interés que el de evitar que robaran algo del edificio.

Pese a las reiteradas solicitaciones de los funcionarios que lo invitavan a confesar sus delitos, el acusado se mantenía imperturbable en su actitud, negando los inconfundibles pormenores que reconstruían cada caso o relación pasajera con las reclusas y justificándose con medias verdades. Admitió que la china Tadea lo peinaba todos los días, que le daba la llave del cajón donde conservaba pocas sumas de dinero, que durmió sólo una noche en la que estaba enferma, pero que en cuanto al enojo y los malos tratos, no eran otra cosa que habladurías. Del episodio con la reclusa Bernarda Aguilar, quien se había atrevido a revelar a otras internadas los avances de Calbete, dijo que la misma había reconocido la falsedad de sus palabras públicamente ante el confesor franciscano que venía todos los sábados a la Residencia, argumentando que desde que vivía lejos de su marido “el diablo la habia influido a levantarse este testimonio”. Sobre el haber dormido en su cuarto la recogida Rosa Cavero se lo recordaba perfectamente, pues notó la ausencia de tres o cuatro pesos con los que la mujer renovó su ajuar comprándose unas enaguas y una camisa, y como la vio intimando con un marinero, la encerró otra vez en la reclusión. Con respecto a su relación con Dionisia Silva, por la cual suponemos se hallase en prisión, se demostró más remisivo afirmando “es cierto tropezó con ella en trato carnal una sola vez, (...) pero que duda no obstante esto sea suyo el embarazo por las salidas que hacía entre puertas, y que la vez que estuvo con ella fue junto al torno”. Habiendo finalmente admitido uno de sus tantos ‘tropiezos’ y esperando que esta apertura fuese el comienzo del cedimiento de Calbete, las autoridades continuaron arremetiendo con preguntas cada vez más incisivas sobre su relación con Dionisia, la abultada lista de sus presuntas amantes y los incómodos hijos que habían llevado al torno de los expósitos; pero el acusado retomó su vieja línea defensiva dando por falsas las testimonianzas y declarándose inocente. También negó el haber escrito cartas difamatorias causando el alejamiento del cura don Mariano Faunsaraz –con el que en cambio sostuvo haber tenido una buena amistad-; ni sobre haber obligado a las reclusas a realizar confesiones sacrílegas, hecho del cual se retenía incapaz y que demostraba que las presas ‘lo querían mal’. El sargento Calbete continuaba inamovible en su posición, descargando la culpa de tantas irregularidades en la indiferencia y la falta de responsabilidad de las correctoras, las que esperaban los momentos en que el mismo venía solicitado por las autoridades de la Plaza o del Fuerte para dejar salir a las chinas. Que en definitiva, cansado de insistir sin obtener resultados, y comprendiendo que la correctora se desentendía no sólo del manejo de las llaves del recogimiento sino que de cualquier desición que contribuyese a su buen funcionamiento, la custodia de las mismas recayó por comodidad en la tornera, que casualmente era Dionisia.18

18 Nuevamente el sargento Calbete recurría a un bajo expediente para salir del paso, ya que por el solo hecho de apelarnos al sentido común, resulta inverosímil que la encargada de custodiar las llaves del recogimiento sea precisamente una de las presas. Es más, tal como se aprende de la lectura de la cita sucesiva, el reglamento interno de la Casa exigía distancia entre el mundo exterior y las reclusas, al punto que, por ejemplo, ninguna de ellas podía encontrarse en las cercanías de la puerta. Además, queda perfectamente aclarado, que la presencia de una correctora no obedecía al capricho del virrey y sus funciones nada tenían que ver con el rol periférico que había asumido la misma durante la gestión Calbete. “Si alguna persona quiere hablar con el citado Sargento, o correctora, les hará avisar con un soldado, y si permiten su entrada no lo embarazará, que en este caso la correctora ya tendrá la suficiente satisfacción para permitirlo y lo mismo hará cuando vayan a hablar con las reclusas. Cuando salga de casa la correctora no permitirá se arrime nadie a la puerta con pretexto alguno.” AGN, División Colonia, IX; 21-2-5.

Con estas razones, intentaba desmentir las malas lenguas que insinuaban las tantas coincidencias que terminaban por conceder gran libertad de movimiento a la reclusa, quien queriendo podía tranquilamente prolongarsu labor de portera en horas nocturnas y dejar entrar en su habitación a Calbete, que vivía en un cuarto de las casas redituantes en la esquina de la Residencia.19

Habiendo agotado sin éxito todas las instancias de la fase inicial del interrogatorio, se pasó a la formalidad de los careos, donde como era de esperarse, cada una de las partes ratificó su posición. De este modo, el capitán Sotoca y el sargento del Castillo dieron por finalizada la redacción de la sumaria, la que sucesivamente fue entregada al defensor del acusado don Juan Gutierrez Gálves. Después de haber estudiado atentamente la detallada y copiosa información del legajo, el abogado de Calbete elevó el 24 de mayo una misiva al virrey en la que denunciaba la nulidad del expediente por invalidez de pruebas al haberse incurrido en lo podríamos llamar ‘vicio de forma’, pues según la defensa el capitán Sotoca “introduciéndose en la vivienda de Dionisia Silva refiere que estuvo conversando y conferenciando con ella y también de que el asunto era de irlo paladeando haciendo después que fuese declaración lo que había sido conversación y jurase al fin lo que había de ser al principio; que es un modo bien original de formar sumaria, y un convencimiento claro de que verificaría lo mismo con los otros testigos de ponerles miel para que

con el dulce declarasen ser cómplice mi parte, que es el significado del texto paladear.”20 Además, continúa, “mi parte asegura que lo que se halla en su confesión de que tuvo acto impuro con

Dionisia Silva, es supuesto, porque ni cometió tal pecado, ni se levantó el testimonio de suponérselo, y lo cierto es que las rescritas por este secretario no parecen sean originales sino

copiadas con espacio y cuidado cuando una sumaria no es fácil que reforme con tanta limpieza y sin enmendaduras y entre renglonaturas cono se halla esta.”

19 El dato queda confirmado por una voz que figura en los documentos que registran la contabilidad de la Casa, donde se especifica: ‘gastos de alquiler del cuarto del sargento encargado’. Cfr. AGN, División Colonia, IX; 21-2-5.

20 El subrayado aparece en el documento original.

En pocas palabras, el texto presentaría una proligidad inusitada, típica de una redacción a posteriori del corpus informativo en el que se habrían incluido frases jamás pronunciadas por el acusado. Y fundamentalmente, pese a toda la información recogida, sostenía la falta de pruebas suficientes para condenar al sargento Calbete, pues sobre veinte testigos interrogados, a excepción de tres, “los demás si refieren que la preñes de algunas indias hubiese ocacionado mi parte es por oídas y preguntadas las pacientes niegan haber tenido alguna y haberse embarazado de otros.” En síntesis, el sargento Galvez estructuraba su línea defensiva acusando al fiscal militar y a su secretario de: vicio de forma, falta de pruebas, falsificación de documento y omisión de acto de oficio, elementos suficientes para declarar la invalidez de la sumaria y la nulidad del proceso. Sucesivamente, envió una carta al virrey pidiendo clemencia y un mejor tratamiento para el acusado, quien no merecía cargar con el peso de todas las irregularidades que se le imputaban pues “no era propiamente el custodio o carcelero de la Residencia sino un administrador” y que aunque como tal hubiera cometido excesos, la pena debía ser siempre moderada, sobre todo, “cuando la mujer es meretriz y no se ha tratado de fuerza con ella para gozarla”.21

21 Como bien sabemos, para la sociedad del período, la mujer era considerada un ser ‘naturalmente’ inferior al hombre, débil, y moralmente voluble, un individuo inafidable en el que convivían la santidad de María y la pecaminosidad de Eva. Por este motivo, debían ser siempre controladas, dentro y fuera de la casa, y cuando las circunstancias lo exigiesen el padre, el marido o la figura masculina de la familia podía hacer uso del derecho de corrección. Si en cambio a realizar

‘pequeños tropiezos’ fuese el hombre, igualmente la responsabilidad última del ‘accidente’ recaía sobre la mujer, pues con su arte de seducción era capaz de ablandar la más férrea de las voluntades. Para un cuadro completo del tema, cfr.

ORTEGA, M. “Las edades de las mujeres”. En: MORANT, I (dir.) y ORTEGA, M., LAVRIN A., PÉREZ CANTÓ, P.

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Por su parte, las autoridades virreinales parecen haber quedado poco impresionadas por la retórica del defensor de Calbete, quienes consideraban al acusado culpable de los delitos que se le imputaban y los que por exceder las competencias del foro militar debían ser tratados en una sede más apropiada. El 3 de julio la sumaria fue enviada al padre Juan Baltasar Maziel, comisario de la Santa Inquisión, para que procediese con la instructoria por el delito de ‘sacrilegio’, pues si bien recordamos, todas las declaraciones efectuadas coincidían en que el sargento había inducido a las reclusas a violar el sacramento de la confesión actuando una política difamatoria contra el cura don Farruco. Lamentablemente los documentos del Santo Oficio son en su mayor parte ilegibles, pero pudiéndose reconstruir el íncipit y las conclusiones, se podría hipotizar que el pasaje del legajo a manos de dicho tribunal, respondiese a finalidades más burocráticas que reales, un modo de satisfacer el orgullo herido de la iglesia reconociéndole autoridad en tiempos de regalismo. Por otro lado, las corrientes ilustradas habían ganado numerosos adeptos en la institución eclesiástica rioplatense, y si bien la sociedad colonial atribuía al valor religioso una centralidad indiscusa, basta leer el nombre del comisario de la ‘Suprema’ -profesor del Colegio Carolino y uno de los padres intelectuales de la Generación de Mayo-, para imaginar el descenlace de la historia. El 7 de julio, en una carta dirigida al virrey, el padre Maziel respondió que sin dudas, el “perverso artículo que se le imputa a dicho Calbete, de infundir terror y miedo a las mujeres que estaban a su cargo en la casa de recogidas para que no manifestasen al confesor párroco lo que caería en decrédito suyo (y) de la casa”, agravaba delicadamente su posición ante la justicia pues demostraba “la perversión de su voluntad y confesión de su corazón, el cual para mejor cubrir los excesos de su carnal concupiscencia y prevenir los más remotos riesgos de manifestación, se valió sin duda, del sacrilego y grosero modo de atribuir al Párroco Confesor el horrendo crimen de la traición del Sigilo, para que sus cómplices le ocultasen en el sacramento de la penitencia los pecados que debían confesarle.” Por la dificultad de lectura ya mencionada, es imposible saber acerca de los métodos empleados por el inquisidor para lograr la confesión del acusado, los cuales aparentemente parecen haber sido más humanos que la política de terror instaurada por el mismo en la Residencia. De todas maneras, luego de un interrogatorio prolongado y no habiendo podido obtener una respuesta en grado de incriminar al sargento, el comisario dio por terminada su injerencia en el caso sintetizando su decisión con una breve fórmula final que ordenaba: “devuélvase a vuesta Excelencia el preso a fin de que con la autoridad que tiene para indagar y castigar los enunciados crímines practique lo que sea de su superior agrado.”

Nuevamente Calbete quedaba en manos de la justicia militar, la cual lo obligó a saldar las deudas económicas y morales que con su conducta libertina había prodigado. El administrador de la Casa de Niños Expósitos exigía el pago de la suma de 27 pesos y cuatro cuartillos por los gastos de crianza ocasionados durante los dos meses y nueve días que duró la breve vida y permanencia del hijo de Calvete en dicha institución. El comerciante don José García Ceballos, pedía le fuese devuelto el negro esclavo llamado Diego, el cual por creerse de propiedad de Calbete había sido embargado con los otros bienes de la Casa durante el arresto del acusado, cuando en realidad, había sido internado por su dueño en el hospital de hombres también situado dentro de la Residencia y bajo la responsabilidad del sargento encargado. Por su parte, don Nicolás Sanz, párroco de la Concepción, aceptó de buen agrado la satisfacción del agravio perpetuado por ‘complicación del abuso del Sagrado Ministerio’, aun tratándose de una distinta de las autoridades informando la ejecución de dicha providencia y sabiendo que el acusado no hallaba motivo alguno en su conciencia para efectuarlo.

Un año después

En la mañana del 22 de mayo del 1785, la secretaría de la Intendencia de la ciudad, recibió

un oficio de la Real Hacienda exigiendo el pago de una suma adeudada por Calbete, correspondiente a la venta de una partida de sal que se había conducido desde el establecimiento de Río Negro y para la cual el sargento había sido comisionado. Cinco días después, el capitán Sotoca respondió al virrey con un despacho en el que resume el estado de la cuestión y gracias al cual incidentalmente conocemos que justicia había merecido el acusado después de haber sido declarado culpable en un proceso: “Exmo. Sr. Virrey: Don Alfonso Sotoca, comisionado en la actuación que se hizo al sargento Francisco Cabete, a cuyo cargo estaba la Casa de Recogidas con el l devido a V. E., hace presente que en su Providencia del 3 de junio de 1784 se sirvió, entre otras cosas,

mandar que no obstante de quedar dicho sargento indultado22 de su crimen por el feliz Parto de

Nuestra Soberana la Señora Princesa, debía mantenerse entretenido en su cuartel, interín no diese

satisfacción al cura don Nicolás Fernandez, a quien agravió con sus exposiciones; pagase al administrador de los Expósitos el costo de la crianza del niño que tuvo en Dionisia Silva y que debe cuentas de los fondos que manejó. Por la carta que acompaña del citado cura a dicho sargento, se ve quedar satisfecho de lo que este le agravió, por lo del administrador de la Casa de Expósitos, se toca recibió el costo que ocacionó la crianza del citano niño, (...), y con el remanente que quedó del dinero embargado, se ha pagado parte del débito que hace a la Real Hacienda resultante de la administración de sal de ella que tuvo a su cuidado.

22 Transcribimos por completo el párrafo en cuestión: “Real Decreto: concede S.M., con motivo del singular beneficio que nos ha dispensado la divina Providencia con el feliz parto de la Reina nuestra Señora, indulto general a todos los presos que sean capaces de él, y se hallen en las cárceles de Madrid y todo el reino, con extensión a los reos que estén fugitivos, ausentes y rebeldes”. Cfr. DE BALMASEDA, F. Decretos del Rey don Fernando VII, Colección Legistaliva de España, Tomo IV, Madrid, Imprenta Real, 1829. p. 14.

A los ministros de la Real Hacienda que preguntaron saber si tenía viento para el cobro del remanente que ha quedado debiendo, les he hecho presente que de conocido subsiste solo embargada la ropa de su uso y algunos muebles de corto valor depositados con el sargento sr. Josef Martínez que se emplea en el cuidado de la Casa de Recogidas, sobre lo que determinará vuestra merced y dado su entretenido arresto lo que fuera de su agrado, cuyos dos puntos han sido los únicos que han tenido y tienen demorado en el día de este asunto.”

En resumidas cuentas, después de haber sido hallado culpable de los delitos de ‘amancebamiento’, ‘trato ilícito’, ‘adulterio’, y ‘sacrilegio’, por ironía del destino, el nacimiento del futuro Fernando VII, una criatura como las varias por él concebidas y abandonadas en el torno de los expósitos, lo había salvado de la aplicación de una sentencia del tribunal militar. La única razón por la cual aun se hallaba en la celda de un calabozo, era aquella parte de los 966 pesos y cinco reales que debía a la Real Hacienda, pero habiéndose declarado insolvente, la cuestión se dio por terminada. A finales de mayo, el sargento escribió al virrey apelándose a su ‘reconocida piedad’ para que le fuese concedida la gracia de la excarcelación, ya que después de haber padecido sin motivo alguno catorce meses de encierro y de ‘continua aflición’, y sobre todo, preocupado por la falta de prendas adecuadas para afrontar el invierno, demandaba justicia... El 12 de junio, una nueva misiva de Calbete suplicaba merced, esta vez recordando el esmero durante el desempeño de sus funciones en la Residencia, cargo que había aceptado con reverencial respeto del virrey Vértiz pero que no escondía había soportado con tedio... Finalmente, un mes después, Calbete recibió la anhelada respuesta de las autoridades en un documento donde se percibe la impotencia de quienes convencidos de su culpabilidad, procedían a su excarcelación no sin antes recordarle, que por el cargo de ‘abuso de su comisión’ fue suspendido su condigno castigo por el Real Indulto que se declaró alcanzarle, y no por la inocencia que quiere alegar.’El 18 de julio del 1785, el sargento de la Asamblea de Infantería Francisco Calbete, era puesto en libertad.

Algunas consideraciones finales

Como hemos podido observar, algunas mujeres en la Residencia conducían una vida muy alejada de los sanos propósitos edificantes que la institución perseguía. En realidad, los muros celaban la existencia de un engranaje perverso cuyo eje central y motor primero era el sargento Calbete, y que a su vez se articulaba en una serie de ‘eslabones’ que con distintos grados de responsabilidad pero con tácito asentimiento, permitían el funcionamiento y la durada del sistema. Para ello, el sujeto en cuestión, había elaborado una estrategia simple pero efectiva que le permitía alcanzar su objetivo primario, es decir, la satisfacción del placer sexual. Los medios con los cuales había conseguido el consenso tácito y el asenso participativo se fundaban en el establecimiento de una política de terror que oscilaba entre la intimidación psicológica y los maltratamientos físicos, y un sistema de recompensas facilitado por la vida miserable que conducían las reclusas dentro de la Casa. Claro está, que sólo gracias al haberse convertido en el ‘factótum’ del reclusorio, Calbete pudo ejercitar un comando incontrastado, hecho que confirma su habilidad en ciertos manejos y sobre todo, la ambición de imponer su voluntad a cualquier precio. Y si las reclusas, en cuanto condenadas al encierro poco tenían que perder, con su participación en este ‘juego ilícito’ habían mejorado su posición en la Residencia formando parte de la red de privilegios que el sargento continuamente renovava. Lo que más llama la atención, es la actitud del resto de las autoridades responsables de la Casa, pues si bien podemos comprender el comportamiento de las correctoras

-víctimas de la política de desprestigio de Calbete y vaciadas de su rol-; no podemos entender el

ausentismo del director de la Residencia –un presbítero-, como tampoco la indiferencia conciente de ciertas figuras con una fuerte responsabilidad moral. Para el primer caso, vaya el tradicional

‘obedézcase, pero no se cumpla’, pero si nos detenemos en el ‘apostolado’ de los curas que entraban a cumplir su misión pastoral en la Casa, creo que las palabras huelgan. Y si quienes tenían

la obligación de ver, no vieron, ¿qué evento determinó el final de la 'era Calbete? No existe dentro del legajo una denuncia formal que pueda satisfacer nuestra curiosidad al respecto. Pero de la

lectura atenta de las fuentes podemos intuir varias posibilidades. Una de ellas es la que hemos ponderado al analizar las declaraciones de la testigo principal, Teresa Núñez, quien podría haber

sido sorprendida por sus patrones en animada conversación ilustrando capítulos sobre la vida licenciosa del sargento y activado el mecanismo informativo que partiendo de la ‘gente decente’

conducía velozmente a las autoridades. O bien, el inconfundible aspecto de una mujer en sus nueve meses de embarazo, haya sido lo sificientemente elocuente para poner fin a una situación

insostenible. De todas maneras, pese al vertiginoso crecimiento edilicio y demográfico que había experimentado Buenos Aires, la misma no dejaba de ser una ‘Gran Aldea’, y en épocas de limitado

esparcimiento, los comentarios indiscretos constituían el pan cotidiano de la colonia. En última instancia, es necesario considerar, que el año del arresto del sargento encargado coincide con la

llegada del virrey Arredondo al Río de la Plata (1789-1795), un personaje que concentró su actividad de gobierno en la lucha contra la criminalidad y que seguramente prestó un mayor interés

al efectivo funcionamiento de las instituciones carcelarias. ¿Quizá haya contribuido el hecho que

Dionisia Silva fuese de origen peninsular? Todo es posible. Basta pensar al inesperado descenlace

de la historia, un Calbete indultado gracias al nacimiento del futuro monarca. De todas maneras, nada sabemos sobre el destino del sargento Calbete, quien por la tosudez manifestada durante el interrogatorio, no deja de provocarnos una cierta incomodidad en la conciencia a la hora de hacer justicia. ¿Se trataba de un actor innato o de una personalidad insensible? Demasiadas coincidencias en las declaraciones para una mínima posibilidad de rescato moral en el acusado. ¿Y de las chinas?

¿Qué fue de ellas? Dionisia Silva imploró con desgarradora humildad permanecer en reclusión el

tiempo que las autoridades lo retuviesen necesario, un proceder que deja un sabor amargo comparado con el destino y sobre todo, con la actitud indiferente de su amante.

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