BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

LA CIENCIA Y TECNOLOGÍA EN EL DESARROLLO
UNA VISIÓN DESDE AMÉRICA LATINA

Silvana Andrea Figueroa Delgado y otros


 

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CIENCIA, TECNOLOGÍA Y DESARROLLO

EL PAPEL DEL ESTADO EN EL AVANCE DE LA CIENCIA Y TECNOLOGÍA: INSUMO VITAL EN LA CONSTRUCCIÓN DEL DESARROLLO1

Silvana Andrea Figueroa Delgado*

Introducción

Ha quedado demostrado que el desarrollo es una condición que no se obtiene con el simple devenir histórico que abraza un proceso natural de evolución, la realidad advierte que esta noción se ubica lejos de representar una vía objetiva. Dicha condición que, sin duda, involucra la adquisición de capacidad sistemática para crear progreso tecnológico, demanda de una activa y decidida participación estatal, donde los esfuerzos sean canalizados, entre otras cosas, a la creación y levantamiento de una infraestructura científico-tecnológica sólida. Para sustentar la idea anterior, en un primer momento, revisaremos a grandes rasgos, las trayectorias históricas de Inglaterra y Alemania, en su quehacer estatal y económico, en las cuales salta a la luz un componente significativo de protección arancelaria, que contradice de manera tajante a las recomendaciones hoy de moda. Esta revisión pretende aportar a la reflexión y a la definición de políticas en el ámbito latinoamericano. Así, en un segundo momento, extraeremos algunas enseñanzas derivadas del análisis previo. A dos siglos de la independencia formal de América Latina, nuestro continente continúa, en los hechos, reproduciendo su contacto dependiente con los centros avanzados, pues requiere de ellos para llevar a cabo su proceso de acumulación. Debido a la falta de una actitud propositiva, en términos de creación tecnológica, América Latina ha quedado en el polo sometido de la relación que vincula a las regiones desarrolladas y subdesarrolladas; sirviendo de base receptora de los medios técnicos que van siendo superados en el polo desarrollado. Romper con estos lazos de dependencia, que condenan a la subordinación comercial, financiera y política, constituye una inspiración del presente trabajo.

Inglaterra

Inglaterra jugó el papel histórico de fungir como la cuna del capitalismo. En ella, la agrupación de artesanos en un taller, posteriormente fábrica, y su división del trabajo, así como cierta consolidación del crédito y la banca y la formación de gremios -junto con el consecuente despegue del capital industrial-, vivieron sus primeras experiencias. El ferrocarril, al igual que múltiples inventos, también experimentó su nacimiento en este país. Todo ello, le permitió conservar conocidas ventajas sobre otros -en especial hasta la segunda mitad del siglo XIX- en cuanto a desarrollo industrial, tecnológico y comercial se refiere. No obstante, su hegemonía en las áreas mencionadas se debió, en mucho, a la protección y al impulso que le fue otorgado por parte de sus elites gobernantes. Desde muy temprano, en Inglaterra se instituyeron medidas a favor de su mercado interno, las cuales desembocaron en la expansión de la estructura productiva y creativa local. Entre ellas, podemos mencionar la prohibición a la importación de manufacturas elaboradas con base en sus exportaciones de materias primas como la lana, estaño y cuero, incluso, el utilizar ropas fabricadas con telas extranjeras no fue permitido (reinado de Eduardo III, 1327-1377). Esto favoreció la utilización de mejores métodos aplicados a la agricultura, ante la demanda de una mayor productividad. Después, en 1413, se impusieron una serie de restricciones a los comerciantes foráneos, por ejemplo, el hecho de que tenían que consumir productos ingleses por el mismo monto de valor de los que importaban. Isabel I (1558-1603) suspendió en buena medida el comercio de ultramar, situación que truncó la adquisición en el exterior de los bienes de metal y de piel, a favor de los industriales y comerciantes ingleses. Ello fomentó, entre otras cosas, la inmigración definitiva de trabajadores mineros y procesadores del metal de Alemania. Aunado a esto, ordenó la construcción interna de buques, que tradicionalmente habían sido comprados a terceros. En los primeros años del siglo XVI, se aceptaron a protestantes que habían sido ahuyentados de la hoy Bélgica y Francia, los cuales trajeron consigo conocimientos en las artes manufactureras del lino, seda, papel, relojes y del metal. Asimismo, gracias al sistema proteccionista y ante la imposibilidad de exportar a Inglaterra, muchos decidieron convertirse en habitantes; se recibieron a italianos especializados en la fabricación de artículos de lujo y a tejedores de alfombras de Persia, hábiles en el uso de los tintes (List, 1885). En 1624, en Inglaterra se emitió la primera ley formal de patentes, garantizando a los inventores disfrutar del uso monopolizado de sus creaciones por un periodo de 14 años, acción que permitió estimular la actividad creativa (Penrose, 1974). En lo que refiere al intercambio marítimo, en 1651 se promulgó la primera Ley de Navegación, misma que, mediante refrendos, tuvo vigencia hasta la primera mitad del siglo XIX. Ésta consistió en prohibir a todo barco de carga que no fuese de propiedad de ingleses, importar mercancías a Inglaterra o a alguno de sus territorios dominados, a menos de que las naves fueran propiedad de los países que originariamente produjeron los bienes en cuestión. Pescados y aceites derivados de ellos sólo se aceptarían de la pesca inglesa (Columbia University, 2006 y Plant, 2005). Esto tuvo su sustento en el importante impulso a la construcción naval promovido por Isabel I y por sus sucesores. En 1694, se fundó el Banco de Inglaterra, para, en una primera instancia, hacerse cargo del financiamiento a prominentes comerciantes a través de deuda pública (Dowd, 1971). Fue este contexto -de amplia intervención estatal- el que sentó las bases para que Inglaterra se convirtiera en cuna de la Primera Revolución Industrial, evento que trastocó de manera importante los esquemas establecidos. Mientras que hasta entonces, artesanos y fabricantes (se incluye a los ingenieros) eran los responsables de contribuir al aprendizaje en el proceso productivo -generalmente no derivado de estudios científicos- y hacer más eficientes las técnicas sobre la práctica productiva cotidiana (Braverman, 1974), a partir de ahí, emergieron condiciones para que las formas de producción y el trabajo comenzaran a tomar otras aristas. Si bien ya existía el artesano colectivo laborando bajo el comando de un capitalista, ahora este último, poco a poco, fue siendo facultado para imponerle la máquina (hablando aquí en términos generales) al primero, misma que comenzó a alejarse de sus conocimientos inmediatos, a la vez que se difundía la división interna del trabajo. Emergió una fase -que tomó tiempo en consolidarse, de hecho algunos dirían que hasta la Segunda Revolución Industrial- de despojo del dominio completo del trabajador sobre el proceso productivo, lo que implicaba su conversión a obrero de fácil sustitución. Este acontecimiento ofreció las bases para la posterior aparición del Trabajo General (el científico, creativo e inventivo) separado del Trabajo Inmediato (Figueroa, 1986). El capital industrial fue habilitado para comenzar la escalada hacia su papel central (donde ahora sería él el que sometería al capital comercial). A la par, la reducción de costos de producción y el aumento de la productividad laboral, resultados de la introducción de la máquina, eliminaban paulatinamente de la competencia a los productores independientes aún existentes. Para la primera mitad del siglo XIX, Inglaterra era una potencia económica consolidada, pero su posición en el concierto mundial fue conquistada en detrimento de un auténtico progreso de los territorios por ella dominados. Destaca, aquí, el hecho de que hasta los 1830 la exportación de su maquinaria fue prohibida e incluso lo fue la utilización de ésta en sus colonias, elementos que aislaron a otros del disfrute de los desarrollos tecnológicos, con lo cual fortaleció su papel frente a los últimos (Shafaeddin, 1998). Mehdí Shafaeddin (1998) nos señala que la Gran Bretaña comenzó su incursión en el libre comercio propiamente en los 1840, en un momento en que su base industrial se encontraba fortalecida y su posición era de evidente ventaja. La idea era ahora colocar con toda facilidad su producción manufacturera en otras partes del globo, al mismo tiempo que se abastecía de materia prima barata. Hay quienes sostienen que la liberalización de granos de 1846 en Gran Bretaña2, no fue tanto el descuido de un sector como lo fue del impulso de otro, es decir, fue una estrategia deliberada para que distintas naciones vieran rentable la producción de granos y se olvidaran de la fabricación de bienes finales y de capital, conservando así su papel central en esta actividad (Reinert, 1999 y Chang, 2003). No obstante, este exceso de confianza de la Gran Bretaña en la apertura, hizo que fuera perdiendo su lugar como primera potencia económica frente a países que para en ese entonces se encontraban enfocados en el fortalecimiento de sus mercados internos, con una activa participación estatal. Alemania fue una de ellas.

Alemania

Si bien la constitución formal de la nación alemana tuvo lugar hasta 1871, preparó con mucha antelación su despegue. El Zollverein -Unión Aduanera del Norte-, establecido en 1834, y liderado por Prusia, el reino alemán más poderoso de la época -que dicho sea de paso, también recurrió a medidas intervencionistas y proteccionistas para conquistar su liderazgo-, significó el acuerdo entre varios estados de la Confederación Germánica para promover el libre cambio dentro de sus miembros, mientras que a los estados no miembros se les imponían paulatinamente altos tributos, esta conducta se dirigió a proteger la producción local e impulsar el desarrollo económico (Ashley, 1910 y Ploeckl, 2008). El Zollverein venció los obstáculos que antecedieron a su formación, a saber, la desintegración de sus mercados, los cuales se caracterizaban por la ausencia de una moneda común y por medios de comunicación y de transportes insuficientes, y, sobre todo, la imposibilidad de hacerle frente a la competencia británica que desplazaba a las iniciativas locales. El trabajo científico que floreció bajo el Zollverein fue destacable. Al comunicar sus mercados a través de la institución y expansión del ferrocarril, optó por crear sus propias locomotoras (Instituto Bachiller Sabuco, s/f). Todo indica que el primer laboratorio encargado de producir conocimiento químico práctico fue fundado en su zona de influencia (Sábato y Mackenzie, 1975). Éste sería organizado por Justus von Liebig en la Universidad de Giessen, ubicada en el entonces Hesse-Darmstadt. Ahí, se reclutaban estudiantes para la aplicación de la química orgánica en los tintes y en la agricultura; de hecho a Liebig se le atribuye la invención del fertilizante a base de nitrógeno (Wikipedia, 2007). En 1863, en Elberfeld (situado en Prusia), se estableció la empresa hoy llamada Bayer, producto de la asociación entre el comerciante Friedrich Bayer y el tintorero profesional Johann F. Weskott (Sábato y Mackenzie, 1975). Ya para 1870, la ahora Alemania exhibía un sólido sistema universitario, poseedor de laboratorios bien equipados, sustentados por el financiamiento estatal. Asimismo, existían laboratorios comerciales como es el caso de la empresa de acero y armas de la familia Krupp en Essen (Prusia). Los institutos politécnicos que fueron multiplicados, y constituían la alternativa técnica a la educación universitaria, se tornaron en una fuente de atracción de estudiantes extranjeros (Braverman, 1974). Aunado a lo anterior, se experimentó un crecimiento en el número de bancos encargados de otorgar financiamiento a las iniciativas industriales3, a la par de un aumento en la producción de carbón, hulla, textiles, hierro, y en general de la industria pesada y, por supuesto, de químicos (Instituto Bachiller Sabuco, s/f). La invención de la dinamo en 1866, que significó la posibilidad de generar y distribuir energía eléctrica a menor costo y en grandes cantidades, fue realizado y patentado por la compañía Siemens -en particular por Werner Siemens-, constituida en 1847 en la ciudad de Berlín. Ya antes W. Siemens, junto con Johann G. Halske, había diseñado el telégrafo con teclado, el cual no sólo comunicó a Berlín con Fráncfort del Meno, sino que tuvo una demanda transoceánica (Siemens AG, 2007). Una vez consolidada la nación alemana, exentó, en 1891, de impuestos de importación a aquellas materias primas que no podían ser producidas en el interior y en 1903, su política comercial se dirigió a beneficiar con altas tarifas a los bienes de capital, circunstancia que le permitió impulsar su ciencia y tecnología aplicada a maquinaria y equipo, atacando la dependencia externa en el rubro. Adicional a esto, introdujo estímulos a la exportación (Shafaeddin, 1998). Los aranceles no eran el único instrumento de protección comercial del que hizo uso Alemania, a saber, en la ley de patentes sancionada en 1876, se dictó la prohibición a las empresas de utilizar colorantes que no fueran desarrolladas por las mismas (Sábato y Mackenzie, 1975)4. Esto favoreció al desarrollo de la industria química, dándose en su interior una división del trabajo más clara entre las actividades de investigación (que se tornaban más complejas) y las de producción. El Estado participó directamente en la generación de tecnología agrícola, a través del establecimiento y mantenimiento de laboratorios, práctica que sería emulada por Estados Unidos en la construcción de su propio desarrollo (Goldsmith, 1995). Lo cierto es que para fines del siglo XIX y principios del XX, la expansión industrial de Alemania fue ejemplar. La abundancia de carbón y hierro fueron un gran soporte, pero lo que caracterizó al periodo referido fue el auge de la siderurgia de acero, de la electricidad y de maquinaria y aparatos eléctricos, así como de la industria química (y textil) y la petroquímica (Mandel, 1978). El automóvil de cuatro ruedas con motor de combustión interna a base de gasolina fue un invento del país en 1886 (About.com, 2008). Siendo éstas, industrias que requerían de mayores montos de inversión, al buscar generar escalas superiores de producción, se fomentó la concentración de capital. Pero también se crearon las condiciones para ello, de hecho, los cartels fueron legalizados en Alemania (Lenin, 1987). El sector financiero se ligó de forma estrecha con tales industrias -los mismos bancos transitaron por una concentración ante la gran demanda de financiamiento-, incluso llegó a tener una gran influencia en las decisiones de empresa (Mandel, 1978). Para apagar las quejas que se suscitaban entre la clase trabajadora, frente a la espectacular concentración de capital, el Estado alemán "creó el primer seguro público de salud en 1883, el primer seguro de accidentes en 1884 y la pensión por discapacidad y las jubilaciones en 1889" (Schulz, 2000). Lo anterior expuesto nos explica cómo Alemania pudo superar el atraso que inicialmente tuvo con respecto al Reino Unido. Para 1911, el primero mostró productividades en la fuerza laboral más altas que el segundo en los rubros correspondientes a extracción minera, manufactura, construcción, servicios públicos, transportes y comunicaciones. Aquí podemos asumir que se trató de un mejor manejo de la tecnología, derivado de la capacitación y organización laboral, así como del uso mismo de tecnologías avanzadas. En cambio, la productividad alemana era inferior en lo que refiere a agricultura, distribución y finanzas, servicios profesionales, y gobierno (Broadberry, 1988). En efecto, el alto número en las contrataciones de gobierno, era resultado de las tareas múltiples que el Estado tenía asignadas, dentro de una concepción integral del Estado como agente indispensable del desarrollo; recordemos que éste se encontraba involucrado en la generación científica de tecnología agrícola. Además era responsable de la infraestructura educativa, incluida la superior. Para 1913, Alemania rebasó a Inglaterra en la participación mundial de producción manufacturera (Bairoch y Kozul-Wright, 1996).


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