BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

LA CAUSA REPUBLICANA

José López


 


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c) A largo plazo: iniciar un proceso constituyente hacia la República

La República, desgraciadamente, no podrá alcanzarse en poco tiempo. Puede ocurrir que llegue más pronto de lo previsto, prematuramente. Pero esto también es peligroso. Si se instaura una república con prisas entonces será muy difícil, por no decir imposible, que dicha república tenga un contenido verdaderamente democrático. Si la monarquía actual, mejor dicho, si la oligarquía actual, ve peligrar su status quo, si ve como inevitable abolir la monarquía porque ya no es eficaz para camuflar la oligocracia con el disfraz de “democracia”, entonces procurará acelerar la instauración de una república reducida a la mínima expresión. El movimiento republicano debe luchar para instaurar una república que suponga un verdadero salto democrático. Las prisas no son buenas consejeras. No pueden hacerse las cosas bien con prisa. El movimiento republicano debe trabajar sin pausa pero sin prisas. Debe tener sobre todo prisa en empezar a ponerse a trabajar en serio, en preparar el camino para que cuando llegue la ocasión histórica, la podamos aprovechar, no la desperdiciemos. El movimiento republicano ya lleva cierto tiempo trabajando por la causa, pero se necesita dar un salto cualitativo importante en su trabajo. Y este salto hay que hacerlo cuanto antes.

En todo caso, para instaurar una república que merezca la pena, se necesita primero superar ciertas etapas, como las que acabo de describir. En primer lugar, es imprescindible la unidad de acción republicana. Ésta es la labor más urgente, porque si no, las acciones aisladas que se hagan serán ineficaces. Para conquistar el castillo se necesita coordinación. En segundo lugar, es primordial una ardua labor de concienciación de la ciudadanía. Esto nunca puede hacerse en dos días. Hay que desintoxicar al pueblo de la propaganda monárquica. Propaganda que lleva más de 30 años funcionando y que tiene, por ahora, los principales medios de comunicación a su favor. Debemos luchar contra el monopolio ideológico de la monarquía. A todo esto hay que sumar la influencia de casi 40 años de franquismo. Lo tenemos difícil, pero no imposible. A nuestro favor tenemos la contundencia de nuestras ideas y las condiciones objetivas de las que he hablado a lo largo de este libro. Lo podemos conseguir, pero con mucho esfuerzo, con mucha tenacidad. A pesar de todo, el sistema se puede desmoronar en cuanto metamos alguna cuña en sus muros de protección. Cualquier grieta, por pequeña que parezca, puede hundir el barco.

El sistema no es tan robusto como aparenta. Sin ir más lejos, la censura sistemática que hace del movimiento republicano demuestra su debilidad. Los monárquicos tienen miedo al debate porque saben que la razón, la verdad, no están de su lado. La situación de crisis que se vive en España es peligrosa para el status quo. El sistema está nervioso porque sabe que esta aparente calma puede romperse en cualquier momento. Cuanto más tiempo dure la crisis, cuanto más paro haya, cuantos más desahucios por impagos de hipotecas haya, mayor probabilidad de que salte la chispa y todo se desmorone. No es por casualidad que recientemente el Rey, en un hecho prácticamente inédito desde su llegada al poder, haya tomado la iniciativa para “poner orden”. Se sabe amenazado. Sabe que las aguas están empezando a ponerse turbulentas. No intervino en la cuestión de la guerra de Irak, cuando el clamor popular en contra era evidente, y ahora sí interviene. Nos dicen que la monarquía es un estamento prácticamente decorativo, y, “extrañamente”, en determinados momentos, aparece en escena. ¿Por qué? Porque interviene cuando se trata de defender sus propios intereses, la institución monárquica. Porque si realmente le interesara su pueblo, lo primero que debería hacer es poner su cargo a disposición del mismo. ¿Por qué pide sacrificios a su pueblo y no se sacrifica él? ¿Por qué no se baja el sueldo él? ¿Por qué no renuncia a él? El sueldo del Rey fue congelado este año 2010, pero no el año pasado cuando ya estábamos en plena crisis, cuando tuvo una subida del 2,7%, mientras los políticos sí congelaban sus sueldos, mientras la mayor parte de trabajadores de este país llevan años perdiendo poder adquisitivo. Evidentemente, seguir subiéndose el sueldo este año 2010 era tan descarado que tuvieron que congelárselo, por fin. Desde luego la crisis a él le ha afectado poco y tarde, hasta ahora. Pero ahora siente que la crisis puede amenazar su puesto. Ya no se trata sólo de su sueldo o de sus privilegios, se trata de la propia institución que puede peligrar. El sistema monárquico español, montado desde el franquismo, es un castillo de naipes que puede desmoronarse en cualquier momento, especialmente en momentos de crisis donde a la gente sí le indigna el que haya ciudadanos que por el simple hecho de tener cierto apellido estén por encima de las crisis. Es verdad que la familia Real no es la única que está por encima de las crisis, las familias de los grandes empresarios también lo están. Pero, a diferencia de las segundas, la familia Real está mantenida directamente por los impuestos de todos los ciudadanos. Si ya indigna a muchos ciudadanos la injusticia, lo absurdo de la institución monárquica, cuando las cosas van bien, ¿qué pueden pensar los más de 4 millones de parados oficiales, y la mayoría de trabajadores que ven peligrar sus derechos y su sustento ante una institución cara, nada transparente, y mantenida por ellos, que les pide sacrificios hipócritamente? ¿Qué pueden pensar los millones de jóvenes que no pueden acceder a una vivienda o a un trabajo digno, mientras el príncipe tiene asegurado, por ahora, su puesto, mientras él puede vivir en un palacio financiado por todos nosotros? Una institución monárquica que, no lo olvidemos, cuesta al pueblo español casi 9 millones de euros anuales en costes directos, y más de 25 millones de euros anuales en costes indirectos, según las cifras oficiales. Obviamente, en momentos de crisis como el actual, estas cifras chirrían mucho. ¿Es casualidad que el Rey haya tomado la iniciativa unos días después de la iniciativa del Partido Comunista de España de hacer una campaña de recogida de firmas para pedir que las cuentas de la Casa Real sean públicas y transparentes?

Una vez que hayamos conseguido concienciar a la ciudadanía, que la cuestión republicana protagonice la agenda política y social, habremos conseguido lo más difícil. El proceso constituyente por la República será simplemente una cuestión “técnica”. Pero el peligro no habrá acabado. Es muy importante que hasta que se instaure la República, por lo menos, dicho proceso sea controlado por el propio pueblo. La plataforma unitaria por la República deberá trabajar hasta el final, hasta conseguir instaurar una república con contenido verdaderamente democrático. Por tanto habrá que tener mucho cuidado en cómo se realiza el proceso constituyente. Los expertos técnicos que lo implementen deberán ser controlados, no deberán actuar a su libre albedrío.

Para evitar que el proceso constituyente traicione al pueblo, deberá usarse la propia democracia como metodología. Y esto significa fundamentalmente dos cosas: debates públicos y referendos.

El pueblo, como explico con más detalle en el Apéndice B, deberá elegir primero entre república y monarquía, y en segundo lugar, en caso de que la opción republicana sea la elegida, deberá elegir el tipo de república, es decir, deberá elegir su constitución, entre todas las posibles. Esto quizás se pueda hacer con un referéndum o con varios. Por ejemplo, siguiendo un sistema de varias vueltas, en una primera vuelta se presentarían todas las opciones posibles y en una segunda vuelta se elegiría entre las dos más votadas en la primera. Por supuesto, todos los referendos deberán estar precedidos, y aquí es dónde más tendrá que poner la carne en el asador el movimiento republicano, por debates públicos donde todas las opciones puedan ser defendidas por igual.

Si la clase política no tiene la iniciativa para empezar el proceso constituyente hacia la República, o si lo hace viciándolo, imposibilitando o limitando el protagonismo del pueblo, entonces el movimiento republicano deberá tener la iniciativa para, primeramente mediante los mecanismos legales existentes, forzar la situación. Deberá intentar primero recoger el número suficiente de firmas para pedir un referéndum, mediante el mecanismo de iniciativa legislativa popular existente en nuestra Constitución monárquica. Y en caso de que esto sea insuficiente, deberá movilizar masivamente a la ciudadanía en la calle. Una vez que hayamos conseguido los objetivos a corto y medio plazo, una vez concienciada la ciudadanía, las manifestaciones republicanas tendrán muchas posibilidades de ser muy concurridas. De lo que se trata siempre es de primero intentar las vías legales existentes, y si esto no es suficiente, recurrir a otras estrategias que impliquen al conjunto de la ciudadanía, como son las manifestaciones o incluso llegado el caso, la huelga general. Hay muchos métodos (pacíficos) mediante los cuales es posible presionar a la clase política. Incluso podría fomentarse una abstención masiva en los procesos electorales, un boicot general al sistema que incluyera, entre otras cosas, por ejemplo, la objeción fiscal, la resistencia fiscal, la negación masiva del pago de impuestos. Ya ha habido ciertos casos puntuales de ciudadanos que se han enfrentado a Hacienda practicando una objeción fiscal al gasto militar (Dos objetores fiscales que plantan cara a Hacienda y al militarismo; Rebelión, 24 de febrero de 2010). Una “democracia” en la que la participación está por los suelos se cuestiona a sí misma, se desmorona. Un sistema donde la gente no paga impuestos no puede funcionar. El pueblo, en realidad, en última instancia, es quien tiene el verdadero poder. De lo que se trata es de concienciarle sobre su poder, se trata de que lo use, se trata de encontrar las formas concretas y eficaces para que pueda ejercerlo. Hay que sacar partido a la fuerza de la mayoría, siempre que primero consigamos que la mayoría se apunte a la causa.

Estas son las líneas generales de lo que podría ser un programa de transición hacia la República. Por supuesto, esto es sólo mi aportación. Estoy convencido de que muchas más ideas pueden implementarse, mejores que las mías. Lo importante es que dentro del movimiento republicano vayamos hablando sobre estas cuestiones para a continuación pasar a la acción. Tan importante es la teoría como la práctica. Si no hay guión entonces por mucho que se actúe no se consigue nada, o se consigue poco con demasiado esfuerzo, pero también, sin acción entonces las palabras no sirven de nada. Es importante debatir, pero debemos debatir sobre cosas concretas, no debemos caer tampoco en debates eternos ni en debates espurios.

Tan importante es saber hacia dónde queremos ir como determinar cómo tenemos que ir. Tan importante es fijarse objetivos, etapas, como estrategias para alcanzarlas. Lo verdaderamente importante es establecer una metodología de trabajo seria y eficaz. Es hacer las cosas bien, con cierto orden y de forma que el debate sea lo más libre posible, pero a la vez eficiente. Tampoco se trata de entrar en una dinámica en la que no se avance y se esté permanentemente discutiendo sobre lo mismo. Si se hacen las cosas ordenadamente, por etapas, las probabilidades de construir una república democrática se disparan. Para construir un edificio se necesitan planos, plazos, coordinación, control, metodología. Sólo puede hacerse por etapas. No se puede hacer el techo antes que el suelo. No se pueden pintar las paredes antes que hacer las paredes. Y un sistema político es algo mucho más complejo que un edificio. Lo primero que deberá hacer la plataforma unificada por la República es establecer un plan de trabajo, es diseñar la metodología a utilizar, es consensuar unos objetivos básicos y unas estrategias generales para alcanzarlos.


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