BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

CATARSIS POR BARRÍOS

Mario Antonio Turcios Flores


 


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Capítulo 2: Barríos cambia de dueño

La colonización rural se agudizó en el caserío Barríos cuando Mr. Thompson decidió vender sus propiedades; seguramente las minas del oro y la plata estaban por extinguirse; por largos años la economía de aquel lugar pendió de esos codiciados metales; sin embargo éramos felices, éramos hermanos y hermanas, familias integradas y llevadera. Mr. Thompson quizá nunca imaginó el desequilibrio que ocasionaría en aquellas tierras con su firme decisión,

El dueño del caserío Barríos fue don Ramón Fuentes; al igual que los nuevos propietarios de los vecinos cantones y caseríos dejaron de apostarle a la minería del oro y la plata, desaparecieron casi por completo la agricultura y optaron por la ganadería. Mr. Thompson vendió aquellas tierras con derecho de usufructo a favor de los habitantes, en su mayoría fieles a su empresa, de alguna manera había tomado cariño por aquella gente. Lastimosamente los nuevos propietarios irrespetaron ese acuerdo; como pastábamos a los animales en las tierras no nos permitían cultivar.

Éramos campesinos sin alma, sin vida, en forma gradual nos estaban reduciendo. Un campesino sin tierra, no es campesino; ser agricultor no es una profesión, va más allá en la relación más profunda y fiel que un campesino entabla con la tierra. Ahí está el pan de nuestras familias. Los Fuentes y Los Ferrufinos, nuevos propietarios de aquellas tierras llegaron a irrumpir aquella conexión que nos permitía la vida.

El vecino Cantón San Antonio pasó a manos de don Tobías Fuentes; en el cantón La Jagua “el poderoso” fue Rogelio Ferrufino; él y sus tres hijos: René, Alfredo y Chepito, todos tenían la fama de llevar la maldad en la sangre. “El Poderío” de don Rogelio alcanzaba a San Pedro Carrisal y San Pedro Río Seco, todas esas tierras estaban al oriente de Berríos. Al poniente de Berríos estaba Santa Rosita Corosal y su propietaria fue la señora Romelia Perlas. Recuerdo que ahí frecuentábamos a mi tío Toño Paradas; Era el mandador de la hacienda, pero marcaba la diferencia, era un hombre noble, caritativo y solidario con la comunidad, así que recurríamos a el en busca de ayuda por nuestras necesidades y nunca se negó a ayudar.

La figura de “mandador”, una especie de administrador de haciendas que con coerción y a veces con uso de armas de fuegos hacían su labor; era algo nuevo para nosotros. Lo habíamos escuchado pero no vivido tan cerca, yo puedo sintetizar que esa forma de “administrar” es como institucionalizar la confrontación entre campesino con campesino, hermano de tierra con hermano de tierra.

La nueva forma de propiedad hizo ennegrecer el ambiente de paz de Berríos, había rivalidad entre los hacendados y los colonos. La confrontación entre campesinos fue muy frecuente; recuerdo que Leónidas Lizama era el mandador de la hacienda de don Ramón Fuentes, Juan Iglesias era el mandador de esa misma hacienda pero del extremo oriente. Toño Andrade era mandador de la hacienda de don Tobías Fuentes, éstos a más de ser mandadores, eran capataces y verdugos.

El mandador de la hacienda de don Rogelio Ferrufino era don Lencho y le decíamos Lencho “el patojo”, era cojo de un píe. También le decíamos don Lenchon porque era de gran estatura y fornido. Su figura hacía alusión a su mal carácter. Era un hombre muy conflictivo. Todos esos mandadores se mantenían montados a caballos, rondando las tierras vigilando y cuando encontraban a uno de los colonos o campesinos recogiendo leña o recogiendo mangos en tales tierras, lo perseguían hasta alcanzarlo, lo golpeaban y en ocasiones les disparaban con sus armas de fuego; nos les importaban si eran adultos o niños; pues su orden era alejar de las tierras a quien fuera que las pisara. Siempre llevaban sus armas y sus cinturones rodeados de cartuchos (balas).

Casi siempre mis padres viajaban a San Antonio Silva en el departamento oriental de La Unión para trabajar y cultivar sus propias milpas en la hacienda de la señora Polita Perlas. Ella era una buena persona, siempre nos ayudaba. Cuando sacaban la cosecha regresaban a Barríos. En raras ocasiones lograban conseguir tierras para cultivar con la Sra. Romelia Perlas, pariente de la señora Polita y propietaria de una hacienda en Santa Rosita Corosal. Rentando tierras para cultivar los frijoles y el maíz de nuestro consumo; buscando el “con qué” de su numerosa familia, como decimos en el campesinado salvadoreño, en épocas del año, lejos de Barríos vivieron mis padres hasta el año de 1975.

Vuelve la explotación del oro y la plata

Mi padre se especializó en el cultivo de la tierra, así como en la explotación de las minas de oro y plata. El oficio de la minería lo aprendió al lado de Mr. Thompson; pero el conocimiento de la tierra es una profesión que los campesinos la traemos en la sangre; el campesino que no conoce como comunicarse con la tierra, no es digno de llamarse campesino. Los campesinos de nacimiento pasan la mayor parte de su vida relacionándose con la tierra. De ahí la justa defensa de la tierra.

Morazán es uno de los departamentos menos poblados de El Salvador; encontrar un minero calificado y con la experiencia que mi padre adquirió era difícil.

En Barríos y cantones vecinos se había corrido la fama de la experiencia de mi papá como minero; pues en tiempos de Mr. Thompson, mi padre había trabajado en las minas de Montecristo, minas de Miguelito, las de las Loma del Caballo, Gualcondía y muchas minas más. Bajo la tierra de aquella zona y en las entrañas de los cerros se sabía de la existencia de los laberintos y mi padre era de pocos que los conocía muy bien; pues él estuvo al frente de todas esas excavaciones. Yo diría que aquellos laberintos fueron la réplica de las catacumbas de Roma.

Mi padre describía con lujo de detalle la forma en que hicieron aquellos caminos bajo la tierra y que con frecuencia encontraban ríos subterráneos en su afán por los metales preciosos Nunca lo escuché quejarse de claustrofobia o de padecimientos como consecuencias de trabajar en las minas, seguramente porque se concentraba y se diría que el “acariciar” las entrañas de la tierra significaba el alimento de sus quince hijos y su mujer.

Eran cuevas (minas) que venían desde San Pedro Río Seco hasta Barríos y desde Barríos hasta Santa Rosita; pasando bajo el Río Grande de San Miguel y desde Santa Rosita hasta Gualcondía , desde Gualcondía hasta San Pedro Carrisal pasando por las minas de Miguelito. De Montecristo a San Sebastián. Todas se conectaban entre sí, mi padre conocía toda el área como la palma de su mano, y no temía a la oscuridad y ni a las profundidades del las minas, era un hombre muy valiente y fuerte, no se acobardaba ante nada.

Recuerdo que a finales del año 1974 tuvimos una visita poco común, difícilmente personas de alto nivel económico visitan el caserío y menos visitaran mi casa. Dos señores abordo de un Jeek (carro todo terreno) nos visitaron, se bajaron del carro, se dirigieron a nuestra casa, saludaron y mi padre. Enseguida como era nuestra costumbre los invitó a entrar mi papá vio a los ojos a mi mamá y ella ya sobreentendió que debía preparar algo de comer para nuestros visitantes.

Mi mamá les sirvió comida y café, luego que hubiesen comido, le dijeron a papá:

- Usted es don Virgilio Flores. Mi papá dijo:- si yo soy Virgilio Flores y estoy a sus órdenes. ¿En qué les puedo servir? Ellos respondieron:

- Es usted un buen minero y conoce muy bien la extracción de oro y plata, y más aún usted conoce muy bien los diferentes cañones de minas y ríos subterráneos y donde están las mejores betas de oro y plata. Mi padre sorprendido de la información que conocían sobre su experiencia de minero, simplemente les confirmó:- si Señores así es.

Los hombres estaban impresionados y le dijeron a mi papá que el motivo de su visita era para ejecutar un proyecto de extracción de oro y plata. Uno de ellos era ingeniero en minas, se llamaba Eric y un apellido alemán que no recuerdo y su auxiliar se llamaba Fredy Zelada ellos harían el trato con mi papá y de nuevo volvimos a la minas de oro y plata.

Recuerdos de Mr. Thompson

El regreso de la industria de la minería al caserío Barríos y poblados aledaños dio brillos esperanzadores a las frágiles economías de las familias. Nadie tenía conciencia de los peligros de salud que representaban para los mineros aquel oficio y menos de los daños que se hacía a la corteza de la tierra y al medio ambiente en la zona.

Muchos accidentes mortales se habían dado anteriormente; todos sabían que trabajar en las minas era de extremo peligro, debido a los derrumbes que con frecuencia ocurrían en las profundidades. De hecho la mina de Miguelitos, tomó su nombre en memoria de los gemelos de 20 años que murieron atrapados por un derrumbe que se dio en la cueva, mientras excavaban, nadie pudo salvarlos. Esas historias a pesar de ser reales no impedían a ninguno de los jóvenes tomar la decisión de vivir la experiencia y trabajar en las enormes cuevas. Mi papa sería el encargado del personal, aunque no sabía leer ni escribir, tenía fama de ser, inteligente, honesto, decidido, responsable y muy bueno para trabajar. Fue un trato entre mi papá y el ingeniero Eric. Entre los “privilegios” que ofrecía la compañía minera a los campesinos eran concesiones de la tierra para la vivienda y algunos cultivos. La empresa había hecho trato con los dueños de las tierras de conceder concesiones o derecho de uso fructo del subsuelo.

Las noticias corrían por los cantones, mineros de diferentes edades se contratarían para la explotación del oro y la plata. Los campesinos lo veían como alternativa de llevar “el con qué”, y la tortilla a sus hogares. Pero a sus mentes el recuerdo de Mr. Thompson les llegaba. Aquel hombre que sin proponérselo se había ganado la confianza y el cariño de aquellas comunidades. El fue el primero que les mostró estabilidad laboral a partir del oro y la plata.

La zona oriental durante el siglo pasado ha sido explotada por las empresas mineras. Esos metales preciosos fueron los mismos que se llevaron los conquistadores españoles de estas tierras. A veces pienso para los europeos el oriente del país les significó su “mina de oro”.

Se enviaron a todos los cantones vecinos a jóvenes para anunciar “la buena nueva”: las minas habían regresado; se abrirían viejas y nuevas minas. Los hombres que ya tenían experiencia aventajaban a los más jóvenes; pero aún así el interés fue generalizado. De San Pedro Carrizal vino don Miguel Claros; de San Pedro Río Seco vino don Julián García, de San Sebastián (Montecristo) llegó don David Espinoza, y de la zona de Quijadita llegó don Julio Díaz, quien se haría cargo del proyecto fue don Alcides que vino de Yamabal, Morazán.

Cada una de estas personas tendrían bajo su responsabilidad de 20 25 hombres, también vinieron hombres desconocidos de otras partes lejanas como San Pedro Chirilagua, Jocoro, El Divisadero, La Trinidad y Las Conchas. De Barríos sería Virgilio Flores, mi papá quien se mantendría al frente del proyecto muy cerca de don Erick, el alemán ingeniero de minas, y junto a mi padre estaría don Tuno Granados. Don Servando, mi tío Concepción Turcios, hermano de mi mamá.

Don Desiderio Vásquez, don Hilario Valladares, esposo de mi tía Ana Josefa Benítez, don Porfirio Rodríguez, quien era el esposo de mi tía Juana Parada; mientras eso sucedía don Fredy Zelada se encontraba organizando en los respectivos almacenes de herramientas que se usarían en las excavaciones , y los vehículos para transportar las muestras de rocas que contenían el oro. Estos traslados se hacían a San Miguel, la tercera ciudad más importante del país. Mientras todo eso sucedía los vientos políticos a nivel nacional anunciaban un periodo triste y de luto.

Los mineros nos estaban ignorantes de la convulsión social, es más sus frágiles economías era producto de la injusticia que imperaba. Sin embargo la industria de la minería les sonreía y más porque el trabajo en aquellos túneles y pozos significaba el reencuentro con los recuerdos de Mr. Thompson y con la comunidad.


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