BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA ECONÓMICA

Marianela Denegri Coria


 


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La familia como agente de socialización económica en la infancia y adolescencia

La mayoría de los estudios en el ámbito de la socialización económica en la familia, se han enfocado en las concepciones de los padres sobre los montos de dinero que deben manejar los niños para sus gastos (pocket money) y específicamente acerca de su regularidad (mesada o entrega no programada); analizando las actitudes, creencias y prácticas de las familias respecto a ello y considerando las percepciones acerca de la cantidad apropiada, de otras fuentes de las que pueden obtener dinero los niños (p.e. trabajos de casa) y las reglas y responsabilidades que los padres necesitan negociar con sus hijos (Kerr y Cheadle, 1997; Lunt y Furnham, 1996; Furnham y Thomas, 1984a, 1984b; Godfrey, 1995, Sonuga-Barke y Webley, 1993).

Los primeros trabajos acerca de socialización económica en la familia, surgen en la década de los 60 a 70 ( Marshall y Magruder, 1960; Prevey, 1965) y su preocupación teórica era cómo las prácticas de socialización económica de los padres afectaban el conocimiento y la conducta de los niños en cuanto al manejo del dinero. Sin embargo, estos estudios revelaron resultados contradictorios, algunos de los cuales han sido vinculados a dificultades metodológicas como el uso de muestras relativamente pequeñas o un control poco cuidadoso de variables como el nivel socioeconómico que posteriormente ha mostrado ser muy relevantes.

Furnham y Thomas (1984a) investigaron los correlatos demográficos de la percepción de las necesidad de dar dinero a los niños en forma de mesada o circunstancialmente, en una muestra de 200 adultos británicos. Observaron que en las familias con padres jóvenes había una mayor tendencia a instituir una mesada regular desde edades más tempranas de sus hijos en comparación con los padres de mayor edad, quienes pensaban que era preferible entregar según las necesidades y especialmente a los adolescentes, y no así a los niños más pequeños. En cuanto al nivel socioeconómico, encontraron que la tendencia a entregar dinero en forma regular (mesada) y asociado al rendimiento escolar o a los trabajos de casa era una práctica más común en la clase media que en los niveles socioeconómicos bajos, donde se entregaba dinero de manera irregular y en pequeñas cantidades pero con mayor frecuencia. Ello implica que el balance final de montos recibidos por los niños es en ocasiones mayor en el nivel socioeconómico bajo pero su manejo era más ineficiente por su falta de regularidad. Un aspecto interesante en este estudio, fue el hallazgo en la clase trabajadora de la entrega diferencial de dinero según el sexo de sus hijos, siendo los niños quienes recibían más dinero para el bolsillo que las niñas.

Similares conclusiones alcanzan Lassarre, (1996) en una muestra de 246 niños y jóvenes franceses de clase media y clase baja y Furnham y Argyle (1998) en Inglaterra. En ambos estudios se destaca que los adultos de clase trabajadora introducen más tardíamente la práctica de entrega de dinero a sus hijos y que esta es más errática que en las familias de clase media. Anteriormente, Feather (1991) en Australia, había encontrado que la entrega o no de dinero en forma regular a los niños, se relacionaba con los valores y ética de cada familia, observando que aquellos padres que valoraban el logro de la autonomía como un aspecto importante para sus hijos, tendían a entregar en forma más regular y temprana una mesada para ser auto administrada por los niños. Por su parte, Sonuga- Barke y Webley (1993) en un amplio estudio que consideraba entrevistas a los padres acerca de sus prácticas de socialización económica, concluyen que “es sorpresivo el gran número de padres que no realizan ningún esfuerzo sistemático por entrenar a sus hijos en el uso y manejo del dinero, a pesar de sus declaraciones de la importancia que esto reviste” (p.83). este resultado podría dar cuenta de la escasa relación existente entre actitudes y valores declarados y los intentos reales de entregar educación económica a los niños.

Otro aspecto que se ha investigado, se relaciona con las prácticas utilizadas por los padres para entregar alfabetización económica a sus hijos. En un estudio clásico al respecto, Ward, Popper y Wackman (1977) encontraron cinco métodos que las madres usaban para enseñar a sus hijos estrategias de manejo del dinero y de consumo: 1) prohibir ciertas compras, 2) entregar lecturas informativas, 3) discutir con los niños acerca del uso del dinero, 4) proporcionar ejemplos y 5) guiar al niño para aprender de sus propias experiencias.

En otros trabajos se han relacionado las prácticas familiares de alfabetización económica, con los Estilos de crianza (Carlson y Grossbart , 1988) encontrándose que los padres democráticos tienden a entregar mayor información y oportunidades de experiencias económicas que los padres autoritarios. Por su parte, las familias permisivas tienden a satisfacer todas las necesidades y peticiones de los niños pero no entregaría formación sistemática en cuanto al manejo del dinero.

Mori y Lewis (2001) en un extenso estudio con 637 sujetos de 16 a 60 años, realizado en Inglaterra encontraron que los métodos usados para la alfabetización económica en la familia incluían el uso de alcancía 62%), la entrega de mesada (58%), el invitar a trámites bancarios (46%), ahorro a corto plazo (37%), discusiones acerca del uso del dinero (32%), mientras sólo un pequeño porcentaje (17%) de las familias tenía como preocupación sistemática el entregar alfabetización económica a sus hijos. El resto, si bien utilizaba métodos diversos, solo lo hacía esporádica o circunstancialmente cuando surgía el interés por parte de los niños. Observaron además marcadas diferencias entre el nivel ocupacional y de ingresos de los padres y sus prácticas de socialización económica, encontrando que las familias de niveles bajos (D o E) entregaban muy poca formación económica a sus hijos (21%) en comparación con los padres de niveles de mayores ingresos (83%)

Otros aspectos que han sido investigados se vinculan a la percepción que tienen los niños y especialmente los jóvenes de las prácticas de socialización económica de la familia. Furnham y Thomas (1984) observaron que los adolescentes que reciben mesada tienden a tener una mayor sensación de autocontrol y de satisfacción con su situación financiera que aquellos que recibían dinero circunstancialmente o cuando lo pedían. Similares resultados obtuvo Lassarre en Francia (1996) observado diferencias por nivel socioeconómico en la percepción de acceso al dinero de jóvenes de 16 a 17 años. Mientras los adolescentes de clase media y alta reportaban tener una cantidad constante de dinero que debían administrar (mesada) los adolescentes de clase baja tenían la percepción de “no tener dinero disponible”. Sin embargo, al profundizar en las entrevistas, se observó que recibían dinero cuando lo solicitaban y que estos aportes constituían finalmente cantidades muy superiores a las “mesadas” de los chicos de clase media y alta. Sin embargo, la circunstancialidad e irregularidad de los aportes dificultan que los sujetos sintieran que disponían de dinero para ahorrar, gastar o destinar a compras planificadas.

Webley, Lea y Portalska (1993), realizan un estudio con 220 jóvenes adultos tempranos pero que dependían económicamente de sus padres. Sus resultados indican que para estos jóvenes (20-28 años) el dinero que sus padres les entregaban tenía un valor diferente que aquel que podían ganar por sí mismos, observándose un mayor cuidado en el gasto de este último (en Webley, 1999).

Sin embargo, a pesar de la dependencia económica de los jóvenes, el mercado constantemente promueve productos de consumo juvenil. Stewart (1992) postula que uno de los más llamativos cambios sociales que se observó al final de la Segunda Guerra Mundial es la emergencia de un mercado distintivo orientado a los consumidores adolescentes y adultos jóvenes, los cuales, sin embargo, como un resultado de la expansión de la educación y los requerimientos de un mercado de empleo especializado, se mantienen durante más tiempo dependientes económicamente de sus familia. Tenemos así la paradoja de un importante segmento de la población que es “persuadido publicitariamente” para comprar bienes y servicios.

María José Rodrigo (1994) señala que las sociedades modernas disponen de un nuevo y poderoso agente socializador en los medios audiovisuales. Su empleo conjunto interactivo, su miniaturización y funcionalidad está generando un nuevo contexto de influencia social y educativa.

De esta manera los medios de comunicación de masa se han convertido en una fuente de influencia e información personal que acompaña, modela y, a veces, suple las tradicionales como la familia y las instituciones educativas. Pero los medios de comunicación, en especial la televisión, mantienen su influencia durante toda la vida. A través de ellos se perciben realidades normalmente inaccesibles o alejadas, por consiguiente, enseña a necesitar, desear y terminar amando a personas y cosas (Rodrigo, 1994).

La publicidad tiene en sí misma una peculiaridad: su finalidad es persuadir en el mínimo plazo posible. Se constituye así en un auténtico laboratorio de comprensión del tiempo escénico, en un campo de ensayo social acelerado, dónde con mínimas imágenes y mensajes debe conseguir los máximos efectos que debe traducirse en ventas, como consecuencia, la publicidad presenta gran capacidad para generar necesidades o modificar actitudes (Rodrigo, 1994).

Robertson y Rossiter (citado en Rodrigo, 1994), consideran que el niño hace 2 tipos de atribuciones al mensaje publicitario. Los más pequeños de 5 a 7 años, comienzan por considerar la publicidad como una información que dice algo acerca de las cosas, logrando distinguir solamente la publicidad de las noticias. Sólo a partir de los 10 a 11 años atribuyen intencionalidad persuasiva a los anuncios como un mensaje que incita a la compra del bien o servicio publicitado.

Siguiendo el estudio anterior, los niños con padres de mayor nivel educacional atribuyen el carácter persuasivo a la publicidad antes que los de menor nivel. Sin embargo, los niños desde los 11 a 12 años, comienzan a captar la ambigua relación de la sociedad moderna con la publicidad. Cada vez los juicios hacia la misma son más severos y los anuncios se consideran para tontos, especialmente si hay alguien significativo escuchando. Este factor de deseabilidad social no interfiere en el caso de niños y jóvenes que pasan varias horas frente al televisor, la publicidad la consideran veraz y se muestran más favorables a los productos ofertados, es tal, la inmersión en el mundo publicitario que se convierte en fuente de verdad para las personas.

La fuerza que genera la publicidad, en cualquiera de sus formas, seguirá influyendo en la elección final del producto, a pesar de que se desarrollen mecanismos de deseabilidad social o se produzca un distanciamiento crítico del fenómeno.

En síntesis, los resultados precedentes muestran la importancia de una adecuada socialización económica para el logro de una mejor actuación en un mundo económico cada vez más cambiante y complejo, permitiendo ello que los individuos logren una administración eficiente de recursos económicos escasos. Sin embargo, también señalan que los individuos no están siendo preparados para ello.


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