BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

SOCIEDAD, DESARROLLO Y MOVILIDAD EN COMUNICACIÓN

Jorge Nieto Malpica (editor)


 


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El replanteamiento del papel de la ciudadanía en la era de la democracia mediatizada

María Consuelo Lemus Pool

Resumen

La democracia actual, supeditada a las reglas del mercado que predomina en los medios masivos de comunicación, concentra su discurso y sus lógicas de participación en el tiempo mediático. Esta democracia también estructura la participación ciudadana, bajo esquemas particulares de acción, canales, formas y funciones específicas.

La propuesta de este trabajo es analizar las actuales lógicas de participación del ciudadano en el ámbito sistémico, recapitulando los avances formalmente establecidos como son el voto, la libertad de expresión, las instituciones o la representatividad; y también, detectar los puntos débiles de nuestras formas y estructuras, como la deconstrucción social que la sociedad de la información ejerce en el ser y el hacer ciudadano, y la creación de paradigmas que imponen discursos en el ejercicio de la democracia.

En el contexto de la Teoría de la Acción Comunicativa, el replanteamiento ciudadano gira en torno a la articulación social y a la toma de conciencia histórica, dentro de un sentido comunitario que rompe la lógica individualista de la actual sociedad del conocimiento, y además, la integración de la educación política del ciudadano, como agente social.

Palabras Clave: Comunicación, Ciudadanía, Democracia

El replanteamiento del papel de la ciudadanía en la era de la democracia mediatizada

Reflexionar sobre la democracia en la sociedad de la información, es remontarnos a las disonancias históricas que los regímenes políticos nos han legado respecto a la retórica de la participación social y las diversas formas de gobierno. Sin embargo, es importante destacar que, cuales sean los caminos que coadyuvaron en la consolidación de la democracia actual, hoy tenemos un régimen político que se titula “democrático”, y que está controlado por el poder mediático, el cual nos ha condicionado a que el sufragio es la máxima expresión política ciudadana, y principal representante de la democracia.

Sin embargo, las diversas formas del hacer y pensar “democrático”, se ven contrastadas en su propia instancia de regulación y operación sistémica, es decir, en el discurso del Estado.

“Aunque 140 países del mundo viven hoy bajo regímenes democráticos –hecho valorado como un gran logro -, sólo en 82 existe una democracia plena. En efecto, muchos gobiernos elegidos democráticamente tienden a sostener su autoridad con métodos no democráticos, por ejemplo, modificando las Constituciones nacionales en su favor e interviniendo en los procesos electorales y/o restando independencia a los poderes Legislativo y Judicial. Estos hechos demuestran que la democracia no se reduce al acto electoral sino que requiere de eficiencia, transparencia y equidad en las instituciones públicas, así como de una cultura que acepte la legitimidad de la oposición política y reconozca, y abogue por los derechos de todos.” (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2004: 25)

La legalidad sobre la que se legitima y funda un Estado, en un régimen de derecho pleno, es sobre la base del respeto y fundamento a las garantías individuales (Bobbio, 1986, 167). En México, posicionándonos en el tema de la democracia, y el papel ciudadano, encontramos que el continuo desgaste social y la fragmentación de la estructura gubernamental gracias a la corrupción, ha provocado que ni siquiera pueda considerarse a la democracia como una institución o como un plan de acción.

“Democracia no es el nombre de un plan particular de instituciones políticas o económicas. Más bien, es una situación que puede producirse o no gracias a las instituciones políticas o económicas. Describe un ideal, no un método para llegar a ese ideal. No es un tipo de gobierno, sino un fin del gobierno; no es una institución que existe históricamente, sino un proyecto histórico” (Lummis, 2006: 47).

Democracia como forma de vida, como un valor, como un hacer diario en las relaciones sociales da como resultado un producto que rebasa las instituciones, los sistemas políticos y al Estado mismo, da como resultado un espíritu que no está incluido en nuestro sistema educativo pese a que sea la directriz de la educación; que no se constriñe a un partido político, pese a que sea la razón de ser de tal partido; que no se restringe a dividir poderes y organizar estructuralmente la sociedad, pese a que la fuerza democrática sea la que disponga de esta manera tales elementos para crear armonía en las relaciones sociales; la democracia no otorga el poder a una persona, ni a un grupo de especialistas o representantes, sino que se mantiene libre y con la capacidad de ser acto y potencia en todas y cada una de las personas.

En este embrión fenomenológico, es que se gesta el concepto de “Ciudadanía”. En nuestra era, la sociedad de la información, la categoría de Ciudadano no es más que sinónimo de individuo capaz de razón, y de actuación pública. Es decir, es un individuo político, que sólo pasa a serlo al ejercer las facultades que le dan la personalidad para representar su rol en calidad de ciudadano.

Sin embargo, “para entender el problema de la democracia no podemos partir de un sujeto inconsciente que tiene por ahí una conciencia que se mueve en sus dirigencias, pero de la cual él no participa. El problema de la democracia supone la capacidad de los sujetos a decidir, supone el plano reflexivo de la acción” (Castañeda, 2004: 36).

La sociedad de la información presupone un programa de acción cuyo núcleo se centra en el ámbito de la competencia del sujeto. Los desplazamientos del individuo lo reducen a una especie de títere, a un sujeto que valida su proyección intersubjetiva, en la sujeción a una estructura, a un guión, a un proceso. Nos encontramos entonces que, en lugar de ciudadanos, el patrón de endoculturación crea individuos que son expresión y reflejo de la decadencia existencial, que ha gestado la soledad virtual. La conciencia y la calidad del ser está de alguna manera determinada por algo que no está en nosotros, pasamos a no ser dueños de nuestras acciones.

La democracia mediatizada es también el fantoche perfecto de una sociedad en decadencia que se ha olvidado de sí misma. Sin embargo, afirmar que la sociedad ha sido modificada sustancialmente por la influencia que los Medios Masivos de Comunicación y las invenciones tecnológicas de los Multimedia, impone también la necesidad de analizar las diferentes aristas que confluyen a este producto de inmanencia social.

Tenemos que, en nuestro sistema, la democracia como forma de vida, descansa sobre dos pilares que son incompatibles completamente con este tipo de presencia, a saber: la pobreza y la desigualdad. Sin embargo, esta realidad de doble filo se inserta sutil y casi imperceptiblemente en la cotidianeidad de las personas, empero actuamos como si ésta estuviera dentro de un sueño, en otra realidad lejana que no palpamos ni nos afecta. Así es el impacto social que ha tenido el poder de la imagen en nuestra conciencia.

Entonces, al desligarnos de la cabal comprensión de nuestro entorno. Al poner barreras reales o imaginarias a la reflexión completa de nuestro presente histórico, de nuestra conciencia histórica, y de nuestro papel como agente social, estamos desechando la capacidad de lograr la personalidad completa de ciudadano, cuyo actuar no se reduce al ámbito de bienestar personal, sino que está circunscrito al de su entorno.

Esta peculiaridad de contradicción que pasa a formar parte de la categoría de condición de la existencia, tiene como base la esencia ideológica, los lazos intersubjetivos que nos conectan unos a otros, y a todos con la misma realidad.

Por ello, la educación como esencia de tal socialización y concepción imaginaria del mundo que nos rodea, es el eje sobre el que giran las reflexiones de los problemas que tenemos. Tal educación implica primeramente el aspecto cultural, ya que somos lo que somos y actuamos como actuamos por el molde cultural en el que fuimos fundidos. Dice Douglas Lummis que “las culturas humanas son el producto de años de trabajo (…) mediante el trabajo los seres humanos transformaron la tierra en mundo, su propia naturaleza en cultura y el espacio en lugar” (Lummis, 2006: 121).

Observando un aspecto más amplio de influencia cultural tenemos que, a escala global se está produciendo una serie de transformaciones que no alcanzamos a vislumbrar con claridad. Es precisamente esta fusión sin precedentes de objetivos de vida, valores, formas culturales, esquemas educativos, modelos políticos y económicos, en una búsqueda por homogeneizar las sociedades, lo que ha provocado que las personas sean de todos los lugares, y de ninguna parte al mismo tiempo. Y las repercusiones de esta transformación quedan aún sujetas a la especulación. Lo cierto es que esa mirada al futuro se está partiendo en dos vertientes muy radicales: aquellos que miran con optimismo y aquellos que no encuentran certeza, ni esperanza.

El nuevo contexto del ser y hacer ciudadano.

La reconfiguración de la ciudadanía, y del hacer ciudadano, se perfilan también en la agenda social, bajo la influencia del poder mediático.

“Esto es un sueño de control ideológico, porque el nuevo mundo global se está creando a la imagen de un puñado de empresas transnacionales, que operan lejos de cualquier control democrático de las mayorías que constituyen el objeto de su actividad” (Dieterich, 2003: 146).

Y agregamos que, hoy día el poder imperial se presenta de manera palpable, y al mismo tiempo desapercibido. “Se está produciendo a escala planetaria una serie de fenómenos que han transformado la arquitectura intelectual y cultural en la que nos desenvolvemos, pero somos incapaces de describir el edificio en el interior del cual nos encontramos” (Ramonet, 2002: 10).

Así, los tres cuerpos de la dominación se expresan en el siguiente triángulo: la democracia que se nos presenta a nivel nacional, pero que sólo es parte de legitimación institucional del sistema de gobierno y que se limita a la democracia política o electoral, supeditada a las fuerzas globales externas; las organizaciones militares y económicas que vigilan el orden mundial, y las corporaciones transnacionales que tratan de tener a toda la humanidad y a toda la naturaleza bajo su control administrativo.

La instantaneidad vivencial, manifiesta el manejo estructural del tiempo en los Medios de Comunicación, y provoca que este cúmulo de factores que presionan nuestra esfera de ser y actuar ciudadano, pasen sólo como un reflejo, sin percibir el peligro que nos acecha desde esferas de poder más altas a la nuestra.

Así, las formas de relación de nuestros Estados nacionales a nivel mundial, la creciente autonomía del mercado, las implicaciones del capital especulativo para nuestras economías y las consecuencias de los sistemas multimedia en el desenvolvimiento personal y laboral, son sólo fragmentaciones sin importancia y aparentemente sin mayores consecuencias para nuestra vida.

El individuo –potencial actor ciudadano- queda solo en medio de una sociedad de moldes estereotipados, de tiempos de vida preestablecidos, rodeado de un desempleo que le impide analizar algo más allá de su esfera de sobrevivencia.

Y se integra, como consecuencia de lo anterior, a una Cosmovisión que no decodifica la realidad y sólo la presenta como una ráfaga de datos, información, estadísticas, inventos y cambios, que no puede asirse, mucho menos objetarse o intentar introducirse a ella como sujeto interactuante.

Entonces, podemos afirmar que las formas predominantes del control social son tecnológicas, que mediante ellas adquirimos la mayor parte de la educación informal, ya que el gen psicosocial de las nuevas generaciones ha sido marcado por esta convergencia mediática. “Lo ideológico nunca es la posición de uno mismo; es siempre la postura de algún otro, de los demás, es siempre ideología de ellos” (Ricoeur, 1994: 46).

Y también se presenta la idea de que, la cosmovisión nacida de este nuevo prototipo de socialización comunicacional, no ha traído mayores beneficios para el desarrollo de una forma de vida democrática, ejercida por medio de la libertad, ni mucho menos ha creado un conocimiento claro y exacto de los motivos de la imposición de tal socialización para beneficio de nuestro sistema económico.

“Lo nuevo de la técnica moderna es su función legitimadora de un nuevo orden social particular: La razón tecnológica se ha hecho razón política. Con ello, las relaciones de producción existentes se presentan como la forma de organización técnicamente necesaria de una sociedad racionalizada”. (Habermas, 1987: 56).

Al mismo tiempo, estas concepciones de vida establecen un “Nivel de Realidad”: “queremos decir que toda sociedad crea un clima mental, en el que ciertos hechos y sus relaciones mutuas se consideran fundamentales y merecen el calificativo de “reales” mientras que otras ideas son calificadas de fantásticas, utópicas o poco realistas” (Mannheim, 1987: 85)

En toda sociedad hay una interpretación de la realidad “generalmente aceptada”. En este sentido, toda sociedad establece un conjunto de ideas respetables mediante sus convenciones y aplica el ostracismo a todas las demás, considerándolas diabólicas, subversivas o indignas.

El papel del ciudadano, y sus roles, son también establecidos bajo lógicas de participación que el sistema impone como reglas del juego sociológico, las pautas de actuación y la presencia del ser ciudadano, también tienen sus propios discursos y sus canales de acción. Todo aquello que se salga del rol predefinido del ciudadano, es considerado por el sistema, como una rebelión, o como una disonancia que es preciso suprimir por los medios posibles, sean conciliadores o coactivos.

“Los arquitectos de la aldea global presentan las necesidades objetivas de los ciudadanos en una forma propagandística funcional para la indoctrinación de las mayorías” (Dieterich, 2003: 576). Esta relación simbiótica, entre los parámetros del ser ciudadano, socialmente establecidos y los espacios de expresión y participación diseñados para este propósito, son la combinación perfecta para asegurar la pervivencia del sistema, en un entorno sin aparentes contradicciones.

Las “nuevas tecnologías” aceleran y mejoran el rendimiento y la conectividad, como consecuencia, la idea y experiencia de velocidad lo inunda todo. “La aceleración y la velocidad tienen el efecto paradójico de crear impaciencia, como una característica de la sociedad” (Cabrera, 2006: 173).

El sujeto no se desarrolla activamente en el actuar político, porque sus patrones de actividad están repletos de múltiples actividades que desvían su atención y alcanzan niveles de prioridad que desplazan a necesidades de tercer orden en la escala de Maslow, en los grados de aceptación social.

La percepción de velocidad en la sociedad de la información, es en realidad un artificio que nos impide ver que nos quedamos estáticos en el mismo sitio, el acceso a múltiples realidades es también un engaño porque nos hace olvidar el suelo que estamos pisando y la gente que nos rodea.

La democracia tiene una lógica de acción inversa a las posibilidades tecnológicas, aunque bien pueda aprovechársele como vínculo del intercambio, organización y consenso de cada una de las personas, las expresiones comunicacionales no tienden a la integración, sino a la disgregación a través de subculturas, páginas de preferencias específicas y secciones especializadas.

Respecto a la opinión pública, cifrada al grueso de la población por los medios masivos de comunicación, se tiende a una desinformación que pretende alcanzar la “indoctrinación” (Dieterich, 2003: 98).

“Se trata de crear un eslogan que no pueda recibir ninguna oposición, bien al contrario, que todo el mundo esté a favor. Nadie sabe lo que significa porque no significa nada, y su importancia decisiva estriba en que distrae la atención de la gente respecto de preguntas que sí significan algo” (Lippmann, 1991: 66).

Así, cada cual sigue su rumbo olvidando a sus semejantes, y pasando por alto el mundo que se destruye y polariza. La democracia, tiene como premisa imprescindible la comunidad.

Como segundo punto, está la lógica del presente, ya que no se sacrifica en aras de un mejor futuro lo que poseemos. Sólo con estas consideraciones es posible abrir los ojos y valorar los cambios que a nuestro alrededor ocurren.

Por ello los medios de comunicación, al posicionarse dentro del raciocinio de las transnacionales, se convierten en eficaces operadores del poder empresarial y el control social. Edward L. Bernay definió a los medios masivos de comunicación como “puertas abiertas a la mente pública”, que deben utilizarse para la “fabricación de consenso” –en beneficio de la clase dominante- en el que reside la “verdadera esencia del proceso democrático”. Hoy estas puertas están abiertas a nivel mundial y las transnacionales de la imagen implementan la tal verdad, hasta el último rincón del inframundo capitalista (Bernay, 1947: 234).

Mediante la imagen se ha socializado a una población desarraigada y sin parámetros objetivos de interpretación de la realidad. Hoy afirmamos que la televisión es el opio de los pueblos. Y lo atestigua de manera irrefutable la multitud de antenas televisivas sobre las casas de cartón, de los sectores más ampliamente marginados.

Sin embargo, es importante considerar lo siguiente: la fuerza primera del poder mediático radica en que toca las estructuras profundas de la concepción imaginaria, el magma del imaginario radical, “aquello de lo cual se pueden extraer (o en lo cual se pueden construir) organizaciones conjuntistas en cantidad indefinida, pero jamás puede ser reconstruido (idealmente) por composición conjuntista (finita ni infinita) de esas organizaciones” (Castoriadis 1993: 288).

Es decir, lo mediático a través de la realidad virtual, tiene la capacidad de crear un mundo nuevo, propio y global que no puede ser inferido por sujetos externos al individuo, pese a estar imbuido en una mente más grande, de la cual extrae la realidad virtual que le transporta a su mundo.

Un replanteamiento ciudadano

La única manera de practicar la democracia, es por medio del ejercicio de nuestra voluntad, de la actividad de nuestra inteligencia, de la acción de nuestra elección. No de las palabras ni las imágenes. “Prácticamente cualquier movimiento social contemporáneo es analizado y su política instrumentalizada en espacios de representación y lógicas de participación, cuyo sentido se resuelve en el tiempo” (Bobbio, 1986: 65).

La formación ciudadana, mediada por una democracia mediatizada, impone fuertes lineamientos y parámetros de construcción de acción y opinión pública. Sin embargo, “no se puede hablar de un sujeto colectivo que reflexiona, (sin embargo) podríamos hablar de sujetos que reflexionan colectivamente” (Castañeda, 1990: 34). Entonces estaríamos en condición de buscar la plataforma de entendimiento común, como ciudadanos libres, actuantes y pensantes, cuyas acciones están orientadas al bienestar común, y a una digna calidad de vida.

Sin la tergiversación de la realidad que propician los medios, para mantener el control social, se abre la posibilidad de una mayor libertad de conciencia, y decisiones más críticas, acertadas, sin contaminación de los desvíos del sistema.

Es decir, ante la conflictiva especulación de si es posible un cambio estructural por los miembros del sistema, se abre una trayectoria que llena de esperanza e indica, que es y ha sido posible una transfiguración social. Si bien a base de rupturas y de conflicto, si bien a base de tensión y negociación en el campo político, la Ciudadanía como agente activo que direcciona una sociedad de manera directa y práctica es una realidad que va ganando fuerza como fenómeno sociológico, y como directriz de los esquemas políticos y de gobernación (Castells, 2004: 54).

“Las imágenes del mundo modernas son entendidas como sistemas de interpretación que van conectadas a una tradición cultural; que están constituidas por relaciones internas de sentido; que guardan con la realidad una relación simbólica; que van asociadas con pretensiones de validez y que por ende, están expuestas a la crítica y son susceptibles de revisión” (Habermas, 1987: 157).

La reconfiguración de la ciudadanía en torno a la democracia mediatizada, es la toma de conciencia. Es la redefinición de su papel social, y su activación dentro de la educación política, puesto que el gen político es la esencia de una completa ciudadanía.

En la era de la información, es obligado superar la persuasión y reconocer los supuestos de los discursos a los que se enfrenta. Es decir, si bien es cierto que el gobierno y la participación de la ciudadanía en este ámbito gubernamental, constituyen una expresión democrática, no son por fuerza propia una completa y cabal constitución de una sociedad en democracia, ni mucho menos representan una íntegra expresión del ciudadano.

Democracia como intervención del pueblo en el gobierno, también tiene sus implicaciones problemáticas, recordemos que la participación es sólo un acto externo, un acto muy pequeño, que difícilmente sería fiable de catalogarse como democracia. Pese a todo, nuestros sistemas de gobierno nos han hecho creer que mediante la participación, la ciudadanía es democrática, tanto en las elecciones como en la libertad de expresión. Pero todo esto es simplemente: "Darle voz al pueblo, derecho a disentir, posibilidad de expresión, un día como jurado, una oportunidad de ponerse de pie y ser tomado en cuenta, en otras palabras, cualquier cosa menos poder" (Lummis, 2006: 59).

Ni las instituciones, ni la realización de elecciones, ni el supuesto de la representatividad, ni la libertad de expresión, ni la igualdad de oportunidades, ni el desarrollo social son por sí solas un cauce de la democracia. El ciudadano que toma conciencia de esta limitante estructural y trasciende su papel dentro del sistema, está en posibilidad de ejercer con libertad su rol político, y superar el orden mediático que regula el sistema.

La sociedad de la información bifurca las esperanzas colectivas en dos líneas de acción independientes: por una parte, el ejercicio mediático puede utilizarse como recurso de integración, o como agente de disolución social y dispersión individual y de conciencia. El replanteamiento del ciudadano, consiste específicamente en desarraigar del prototipo de la democracia la estructura formal que se cierne por sobre el ser humano.

Es decir, plantear una verdadera existencia comunal. En las limitantes que se consideren (desde locales hasta llegar a lo global). Es tiempo de replantear también un proyecto histórico en congruencia con el discurso de desarrollo y participación social.

El replanteamiento ciudadano se condensa en que exista una directriz inversa en el ejercicio del poder y que la mediatización integre un instrumento de todos, más allá de lo institucional, normativo y político, un instrumento de vida propia, de revolución, pues como dijese Ortega y Gasset, “la revolución no es la trinchera, sino un estado de espíritu”.

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