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EL MIEDO EN EL NUEVO MILENIO: UN ABORDAJE ANTROPOLÓGICO PARA COMPRENDER LA POSTMODERNIDAD

Maximiliano E. Korstanje




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Seguridad Interna y Control de la Población

Las sociedades consideran su seguridad interna en base a la buena fortuna y a los criterios de escasez que de ella se desprenden. En efecto, la escasez debe comprenderse como un estado de impotencia que cualquier Estado quiere evitar. A la interpretación que la sociedad hace de la contingencia, Foucault la llama problema del acontecimiento. La penuria que provoca cualquier alza de precios debido a la escasez está asociada a la autopercepción de que tal estado se ha debido a una falta por parte de la humanidad, ya sea por excesiva ambición o credulidad. Entendida, entonces, la escasez como parte de la “mala suerte” y ésta última de la “mala índole humana”, existe alrededor todo un sistema jurídico y disciplinario con el fin de amortiguar los efectos de la escasez en la población: el control de precios. De esta manera escribe el autor: “el principio de libre circulación de granos puede leerse como la consecuencia de un campo teórico, y al mismo tiempo como un episodio en la mutación de las tecnologías de poder y en el establecimiento de la técnica de los dispositivos de seguridad que a mi parecer es característica o es una de las características de las sociedades modernas” (Foucault, 2006: 51). El libre comercio de granos y mercancías se configura como un mecanismo tendiente a evitar los sublevamientos afianzando la legitimidad del Estado y la seguridad interna. En el fondo lo que se quiere evitar es el “flagelo de la escasez”.

Ahora bien, ¿cuál es según Foucault la diferencia entre un dispositivo disciplinario y uno de seguridad?. El dispositivo disciplinario aplica sobre el desvío a la norma jurídica mientras el segundo regula de antemano los factores que infieren en la seguridad interna. Por ejemplo, la articulación de una estrategia de restricción en importación o exportación de granos puede subir o bajar su precio según el resultado deseado en forma anticipada al acontecimiento propiamente dicho. En otros términos, la seguridad tiende a lidiar con la continencia de las decisiones en materia de organización. Asimismo el concepto de seguridad comprende también al disciplinario y legal. El adoctrinamiento de los individuos en sociedad da lugar a la población como un concepto más complejo destinado a formar parte de un sistema holístico de oferta y demanda. Según Foucault, una mala cosecha puede despertar hambre, una suba generalizada en el precio del grano en un país determinado, no obstante, sabiendo de esa situación los países circundantes especularán sobre cual es el momento oportuno (según sus propios intereses) para venderles granos. Como ellos no saben cual será la estrategia de otros proveedores se lanzarán compulsivamente a vender granos e indefectiblemente bajarán los precios. En consecuencia, la escasez definida como tal tiende a ser una “quimera”, término que toma de Abeille. ¿Empero que pasaría si la gente desespera antes y arremete contra los aprovisionamientos de trigo apenas es recibida la noticia de la mala cosecha?.

Evidentemente, el sistema económico y político colapsaría, admite Foucault. En este contexto, surge la figura de la población como el colectivo sujeto no sólo a las leyes y la jurisprudencia sino también al contrato social. La población nace como resultado del accionar de la disciplina del Estado y el respeto por la ley, pero por sobre todo, de la obediencia colectiva. A su vez, Foucault afirma que la disciplina encierra en un espacio determinado y aísla al sujeto dentro de ciertos límites (soberanía). Por el contrario, los dispositivos de seguridad tienden a ser centrífugos tratando de abarcar circuitos cada vez más amplios como la psicología, los consumidores, los vendedores, la forma de pensar de los productores, etc.

En palabras del filósofo francés, “la disciplina reglamenta todo. No deja escapar nada. No sólo no deja hacer, sino que su principio reza que ni siquiera las cosas más pequeñas deben quedar libradas a sí mismas. La más mínima infracción a la disciplina debe ser señalada con extremo cuidado, justamente porque es pequeña. El dispositivo de seguridad, por el contrario –lo han visto- deja hacer. No deja hacer todo, claro, pero hay un nivel en el cual la permisividad es indispensable. Dejar subir los precios, dejar instalarse la penuria, dejar que la gente tenga hambre para no dejar que suceda otra cosa, a saber, el surgimiento de la calamidad general de la escasez. En otras palabras, el tratamiento de la disciplina aplica al detalle es igual al tratamiento que le dan los dispositivos de seguridad. La función esencial de la disciplina es impedir todo, aun y en particular el detalle. La función de la seguridad consiste en apoyarse en los detalles, no valorados en sí mismos como bien o mal y tomados en cambio como procesos necesarios e inevitables, procesos de la naturaleza en el sentido lato; y se apoyará en ellos, que si bien son lo que son, no se consideran pertinentes, para obtener algo que sí se juzgarán pertinentes por situarse en el nivel de la población” (Ibíd.: 67).

Si la disciplina fija la estrategia, la seguridad hace lo propio con el caso, el riesgo y la crisis. La función de la seguridad es crear dentro de la sociedad el consenso necesario para aceptar la situación dentro de ciertos límites que llevan a aislar la peligrosidad. Es precisamente, lo que el autor llama “normalización disciplinaria” la cual consiste en crear un modelo con el cual se identifican los miembros de cierto grupo. Partiendo de la base que lo normal es aquello que puede ser adecuado a la norma, Foucault arguye que las prácticas médicas con respecto a las enfermedades representan un claro ejemplo de cómo trabajan y se crean los dispositivos de seguridad. La vacuna, el ejemplo traído a colación por el autor es sobre la viruela que azotó Europa en el siglo XVII, tiene como característica tomar un aspecto de la enfermedad e inocularla (en dosis reducidas) disminuyendo su peligrosidad sobre el organismo. La vacuna no intenta suprimir la enfermedad, acepta su existencia pero la circunscribe dentro de cierta normalidad fijada arbitrariamente. Estamos, en consecuencia, en presencia del caso el cual tiene como función servir de barómetro a las autoridades médicas. En ocasiones, la enfermedad o el peligro pueden enquistarse en cierto territorio dando origen a lo que Foucault denomina “enfermedad reinante”. Identificada a un especio y tiempo específico, los nacidos en ese territorio poseen cierto riesgo de contraer la enfermedad en tanto que su proximidad geográfica remite a la idea de peligrosidad. A medida que más cerca se esté del territorio infectado o de los grupos infectados mayor será el riesgo de contraer la enfermedad. Lo cierto, en su explicación parece ser que –a diferencia de la disciplina que prohíbe- la seguridad opera desde y en la realidad aceptando la contrariedad pero limitando sus efectos.

Bajo dicha lógica, los riesgos diferenciales implican una idea de peligrosidad o amenaza. En el momento en que los casos de contagio duplican o exceden los rangos de normalidad a pesar de las medidas llevadas a cabo para reducirlos, surge el estado de crisis. Por lo tanto, Foucault debe admitir “caso, riesgo, peligro, crisis: se trata, creo de nociones novedosas, al menos en su campo de aplicación y en las técnicas que exigen, pues va a haber precisamente toda una serie de formas de intervención cuya meta será la misma que antes, a saber, anular lisa y llanamente la enfermedad en todos los sujeto en los cuales ésta se presente, o impedir que los sujetos enfermos tengan contacto con los sanos” (ibid: 82). La distancia geográfica entre los enfermos y los sanos remite al aislamiento como mecanismo de profilaxis que articulan las sociedades para mantener un grado acorde de normalidad. Las explicaciones del profesor Foucault apuntan a la ciudad como lugar paradójico de seguridad e inseguridad para la población y su príncipe. El siglo decimonónico es testigo de una nueva forma de concebir la población vinculada a la forma de gobierno en situaciones favorables y adversas. El gobierno de la población y la introducción de la economía como instrumento que permitirá legitimar ese gobierno son dos factores capitales en la construcción de poder. Un poder aplicable a la población en forma recursiva, de arriba hacia abajo (descendente) y de abajo hacia arriba (ascendente). La primera hace referencia al poder de policía mientras la segunda al carisma del príncipe (la posibilidad de dar soluciones a los problemas cotidianos).

Resumiendo, los alcances de la tesis foucaultiana apuntan al Estado de justicia como pre-requisito de una época feudal cuyas característica principal es la presencia de la ley. Durante los siglos XV y XVI el estado feudal da lugar a una nueva forma de gobierno que fija las fronteras e instaura una nueva norma basada en la disciplina, o mejor dicho en la administración disciplinaria. Esta nueva forma de dirección encuentra en la masa de población algo más que una variable predictiva de su poder o autoridad, sino su variable más importante. El gobernante es tal en tanto a la calidad de su población. De esta manera, escribe Foucault “un Estado de gobierno que ya no se define en esencia por su territorialidad, por la superficie ocupada, sino por una masa: la masa de la población, con su volumen, su densidad y, por supuesto, el territorio sobre el cual se extiende, pero que en cierto modo sólo es uno de sus componentes. Y ese Estado de gobierno, que recae esencialmente sobre la población y se refiere a la instrumentalización del saber económico y la utiliza, correspondería a una sociedad controlada por los dispositivos de seguridad” (ibid. 137).

Así, el profesor Foucault termina una serie de interesantes conferencias y clases, orientadas todas ellas al objetivo discutir acerca de la conformación del Estado moderno y las influencias (en ese proceso) de la población, el territorio y la seguridad. De la coacción a la legitimidad por medio de la creación de población, los príncipes se han esforzado por mantener el control de sus soberanías. Efectivamente, Foucault entiende que el poder “del pastor” aquel quien no sólo cuida de las ovejas sino que además ofrece un camino de “salvación” es una de las primeras herramientas tácticas de los gobiernos occidentales para perpetuar su control sobre los individuos. En este proceso, el cristianismo se ha transformado en una pieza clave ya que delineó cuidadosamente la forma y los pasos que debían seguir los súbditos del Estado en ésta y en la otra vida. No obstante, la posición de la Iglesia y el gobernante encontraron un declive en su legitimidad en el devenir del siglo XVI y XVII ya que eran incapaces de operar sobre la contingencia del medio y explicar el principio del desastre: ¿cómo un Dios que ama su rebaño deja que las pestes o los terremotos hagan estragos en la vida de sus súbditos?. Surge entonces, la idea de una Razón de Estado suficiente y omnipresente para velar por los intereses de todos los individuos. Con la racionalidad y los nuevos instrumentos al igual que con la creación de una nueva imagen de la comunidad para sí, la población, el Estado recurre al poder de policía para reforzar la devoción interna, a la paz interestatal (Westfalia) para alcanzar un equilibrio europeo y a la mejora material sobre los súbditos que promete el mercantilismo; nace, en otras palabras, la economía política como fuente de legitimidad interior y exterior del gobernante. “La razón de Estado, al margen de las teorías que la formularon y justificaron, cobra forma en dos grandes conjuntos de saber y tecnología políticos: una tecnología diplomático-militar, consistente en consolidar y desarrollar las fuerzas del Estado por medio de un sistema de alianzas y la organización de un aparato armado .. el otro conjunto está constituido por la policía, en el sentido que se daba por entonces a esa palabra: es decir, la totalidad de los medios necesarios para acrecentar, desde adentro, las fuerzas del Estado” (ibid. 413).

Por todos los puntos expuestos podemos afirmar que en una época, cuyo eje discursivo, se cierne alrededor de las estrategias de gobierno con respecto a la seguridad de la población, el presente texto se constituye como una obra de valor imponderable como así también una cita obligada para todos aquellos quienes quieran desarrollar el tema. El único problema que puede observarse en su construcción es que Foucault no imagina como funciona el Estado postmoderno. O por lo menos, no concibe todavía la desintegración del Estado moderno como hoy la experimentamos.

Este hecho sumado a una imagen autorreflexiva de sí y de sus gobernantes (característica insoslayable de la postmodernidad) explicaría la resistencia, y los conflictos que todas las poblaciones occidentales demuestran hacia la policía y el Estado. Desde Atenas, hasta Paris pasando por Buenos Aires, las marchas y contramarchas las cuales culminan con desastres y violaciones contra la propiedad occidental vienen acompañados de un enfrentamiento corporal hacia los cuerpos del estado funcionales a la preservación de la circulación material, la policía. Posiblemente, el futuro del Estado-Nación quede inconcluso, lo cierto parece ser que la relación dialéctica entre población, seguridad y territorio ha dado como resultado el nacimiento de la Economía Política que hoy conocemos. Por otro lado, existe en el imaginario colectivo una exacerbación del peligro y del temor a ser contagiado por una bacteria o virus mortal, a ser víctima de un accidente aéreo, o incluso de un atentado masivo, pero de la misma forma se desconfía del Estado como el órgano capaz de dar respuesta a ese sentimiento. Las hambrunas, desastres naturales o aquellos provocados por el hombre, la maldad, la delincuencia, el crimen, la corrupción, la malnutrición infantil y otros problemas siguen siendo calamidades que operan en la realidad. Mientras el concepto de seguridad las naturalice en estándares de normalidad, la población seguirá coexistiendo con ellas hasta enfrentar el proceso de crisis. En parte, dicha normalidad habla de un estado o un grupo de personas anormales cuya expulsión o reclusión lleva la tranquilidad a la población en general. La paradoja que Foucault quizás vio pero no mencionó es que si el Estado erradica por aplicación disciplinaria el problema que aqueja a la población, ella misma se disgrega transformándose en un conjunto de personas situadas en un territorio y terminan por desconocer el poder del soberano (desobediencia civil).

Por lo tanto, el accionar ambiguo del mismo estado tiene como destino su futura e inevitable desaparición. Una tesis diametralmente opuesta a Spinoza y Fromm quienes comprendían que el miedo no debía ser un instrumento de legitimidad política. En su parte introductoria, de hecho, Foucault admite que un estado de abundancia implicaría una desintegración del cuerpo social. No obstante, manteniendo la incertidumbre para afianzar el vínculo social, el Estado no puede garantizar que no se esté frente a una potencial crisis. En consecuencia, la disciplina es totalmente contraria a la seguridad. Ésta última se encuentra asociada a la noción de contingencia y a un código bipolar de probabilidades. El estado no erradica sobre el individuo probabilidad de ser dañado sino que la mantiene reduciendo sus efectos posibles. Esta estrategia tiene como objetivo mantener la legitimidad por medio de la introducción del miedo; la crisis se comprende cuando la situación desborda la capacidad del Estado para brindar seguridad a su población.


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