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EL MIEDO EN EL NUEVO MILENIO: UN ABORDAJE ANTROPOLÓGICO PARA COMPRENDER LA POSTMODERNIDAD

Maximiliano E. Korstanje




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INTRODUCCIÓN (POSTMODERNIDAD, MOVILIDAD Y MIEDO)

El miedo habita en todos los corazones humanos desde antaño. Es como ha explicado el profesor Corey Robin un aspecto semántico de los mitos fundadores judeocristianos de Adán y Eva y otros. Para las enseñazas bíblicas, el miedo nace del asesinato o del pecado, de la caída del dasein. En tanto componente psicológico, elemento básico de nuestra conformación psíquica hasta configuración secundaria (angustia) que nos permite anticiparnos al peligro, el miedo ha sido contemplado y estudiado por una gran cantidad de académicos en el mundo entero. Incluso, no sólo se encuentra circunscripto a las culturas occidentales, sino que puede ser visualizado en otras culturas. No obstante, en los últimos años parece que el miedo ha emergido como un aspecto del consumo cotidiano que los Medios masivos de comunicación transmiten sin cesar. Dentro de esta coyuntura, el presente trabajo es una compilación de trabajos anteriores que el autor ha escrito en relación a diversos temas referidos al temor, la angustia y la postmodernidad como así también al vínculo que existe entre miedo, democracia, autoritarismo y terrorismo. Los diferentes capítulos que forman este libro pueden ser leídos en forma independiente. Esta forma de organización sugiere también que el contenido de los mismos pueda tornarse reiterativo. Hemos intentado, eliminar las frases redundantes para una mejor lectura.

Indudablemente, la postmodernidad, la movilidad, el atentado a las Torres Gemelas y el Turismo se encuentran emparentados. Una nueva teoría crítica que deconstruya la relación entre la movilidad, el miedo y el terrorismo es necesaria. En este sentido, es de capital importancia una lectura preliminar del libro Economías de Signos y Espacios, escrito por Scott Lash y John Urry. Los autores analizan la exacerbación de los miedos al advenimiento de un nuevo orden postmoderno basado en un declive de la solidaridad y la lógica de autoridad jerárquica. Los autores afirman que “acabamos de esbozar las economías cambiantes de signos y de espacio que suceden al capitalismo organizado. Examinamos las trayectorias de objetos (bienes, capital, dinero, comunicaciones, mercancías) y de sujetos (fuerza de trabajo, inmigrantes, turistas), que en el pasado reciente se han acelerado y han ampliado sus recorridos. Es un estado de cosas que entusiasma, pero sus consecuencias inquietan. Estas consisten en que la aceleración, que distancia las relaciones sociales a la vez que comprime tiempo y espacio, conduce a vaciar sujetos y objetos. Esta movilidad acelerada determinan que los objetos se hagan descartables y pierdan significación, mientras las relaciones sociales se vacían de sentido” (Lash y Urry, 1998: 53).

No obstante, la idea apocalíptica de un vaciamiento total, Lash y Urry sugieren que la postmodernización trae consigo una reflexivilidad que profundiza y abre muchas alternativas positivas para los vínculos sociales tales como la intimidad, amistad o el ocio. Uno de los problemas que han tenido tanto Beck como Giddens en su análisis de la reflexivilidad es trivializar el papel de la estética y centrar su trabajo exclusivamente sobre lo cognitivo. La lectura de Beck enfatiza en que existen tres estadios que vincula la producción material a los riesgos: preindustrial, industrial y del riesgo. Si se parte de la base que las sociedades preindustriales no producían riesgos sino que vivían también las amenazas de la naturaleza, éstas no eran directamente provocadas por el progreso técnico. Por el contrario, las sociedades industriales modifica la situación instaurando la incertidumbre asignando responsabilidades a los agentes externos con respecto a la generación de riesgos. Se da una especie de secularización de las causas de la catástrofe, que hasta ese momento habían sido atribuidas a los dioses. En esta fase, la Ciencia se presenta como la disciplina encargada de detectar y prevenir los desastres futuros. Finalmente, la sociedad del riesgo se distingue de sus dos tipos anteriores por lo incalculable del riesgo. Si la sociedad burguesa admitía a las clases sociales como responsables de las amenazas, la del riesgo desdibuja los límites entre la culpabilidad e inocencia a la vez que extiende los riesgos y amenazas a toda la población sin ningún tipo de posibilidad de respuesta (Beck, 2006) (Lash y Urry, 1998: 56).

Particularmente, se debe recurrir al concepto maussiano de modernización. Uno de los problemas de Giddens es que establece su idea de modernidad en forma cognitiva, vinculando la teoría del yo psicológico pero sin ningún tipo de significante estético. En este contexto, Lash y Urry afirman “la subjetivización del espacio avanza sobre todo por la transformación de las redes de comunicaciones, de información y de transporte. El desarrollo de las metrópolis globales distorsiona las coordenadas espacio-temporales del espacio natural” (Lash y Urry, 1998: 84). En este sentido, en vez de recurrir al símbolo del espacio como lo hace Giddens, se debe concebir su alegoría. Mientras el símbolo se constituye como una versión privada del espacio cuyas características son jerárquicas y estructurales, la alegoría bucea por la hermenéutica y la reflexivilidad estética.

Ello rompe con la idea romántica de la comunidad (gemeinschaft) para instaurar un espacio que se produce constantemente así mismo. Sin embargo, ello no significa un vaciamiento total sino una nueva reconfiguración que se determina por el declinar del lazo social. El poder de la imagen hace su aparición en la vida social del sujeto subordinando todas sus instituciones y desdibujando los alcances del espacio cartesiano. En palabra de los propios autores, “ahora bien, hemos tenido en esto un desacuerdo importante con Beck y Giddens. En primer lugar, el elemento estético, se trasunte en la vida popular, el cine, el ocio o el turismo, es esenciadísimo a esta nueva condición que llamaremos postmoderna. En segundo lugar, nos afirmamos en la idea de vincular esa condición a cambios político-económicos. Opinamos que sólo en la modernidad tardía (o posmodernidad) una reflexivilidad estética ha llegado a penetrar los procesos sociales” (Ibíd.: 82). Siguiendo este desarrollo, los marcadores de lugares que caracterizaban al espacio premoderno (practicas sociales) se han vaciado de su sentido dando lugar a un espacio abstracto que no busca ser vivido sino apreciado.

Tomando las influencias nietzscheanas, los autores sugieren que la re-subjetivización propia de este proceso ha llevado a una dicotomización de las estructuras vigentes que obligan a redefinir el papel del sujeto como entidad inserta en el mundo. En un mundo que desafía la lógica del mundo apolíneo, un mundo que es amoral y natural por sí mismo. Las transacciones comerciales, las jerarquías empresariales, las modas se han transformado y se hacen más horizontales que en épocas anteriores. La alegoría ha reemplazado al símbolo en un horizonte a-cronológico que desdibuja la tradición y la historia. A la artificialidad propia del símbolo se le contrapone la profundidad de la alegoría y el sentido. Es decir, que lejos de tratarse de un vaciamiento total como sugieren Beck y Giddens, Lash y Urry consideran a la postmodernidad como un proceso que construye sus cimientos en la experiencia individual. No obstante, existen dos problemas en este abordaje que consideramos oportuno señalar.

En primera instancia, no queda del todo claro porque y bajo que argumento los autores sostienen que la postmodernidad adquiere una lógica más estética que la antigüedad o la edad media. Si se analiza el tema con detenimiento, se observará que la cuestión estética era de capital importancia no sólo en la antigüedad sino en la edad media. Las enfermedades de tipo cutáneas como la lepra o las malformaciones congénitas en el cuerpo eran consideradas verdaderas maldiciones de los dioses, y en consecuencia, quienes las portaban eran desterradas de la vida social. La apariencia estaba en todos los órdenes de la vida del sujeto y subordinaba a todas las instituciones (Elías y Dunning, 1992). El segundo aspecto es de carácter teórico y radica en la no inclusión del existencialismo en el estudio del fenómeno. En efecto, Lash y Urry (a diferencia de Giddens) subestiman el papel que juega la angustia como anclada en la existencia del ser.

Finalmente, los autores examinan el papel que ha cumplido históricamente el agente de viajes como un profesional cuya pericia en la organización de viajes ha llevado a disminuir el riesgo y la incertidumbre en los viajeros. Desde la perspectiva de los autores, existe una tensión entre el saber experto y el pensamiento popular. Por ejemplo, si bien existe a disposición del viajero toda una gama de servicios, personal, guías impresas y otros destinados a la organización de viajes, no necesariamente los actores escogen a una agencia de viajes como una fuente de información. Ello es producto de la reflexivilidad estética propia de la postmodernidad. En resumen, la tesis central de los autores es que “en Occidente, en el curso de los siglos XIX y XX, se estableció una reflexivilidad acerca del valor de ambientes físicos y sociales diversos; segundo, que esta reflexivilidad se basa en parte en juicios estéticos y nace de la proliferación de formas múltiples de movilidad real y simulada; tercero, que esta movilidad contribuyó a vigorizar una postura cosmopolita que se afirma: una capacidad de experimentar y discriminar naturalezas y sociedades con diversa historia y geográfica, y de exponerse a ellas; y cuarto, que la organización social del viaje y el turismo ha facilitado y estructurado ese cosmopolitismo” (Lash y Urry, 1998: 344).

En consecuencia, en la organización del viaje agente y viajero reproducen las estructuras de la propia sociedad. La función central del experto es crear el riesgo para reducir su implicancia al mínimo y aumentar la confianza en las propias instituciones sociales por medio de ciertas prácticas rituales. El intelectual o experto, en ese sentido, cumple la función de intérprete entre la amenaza y el sentido adquirido de ésta. Por medio del proceso de comunicación el viajero experimentará como amenazante aquella situación comunicada previamente por los expertos en viajes. En efecto, ambos observan que la idea de un consumidor masivo de viajes y experiencias novedosas está dando lugar a un postconsumidor más selectivo y diferenciado cuyos intereses varían notablemente entre sí. El fenómeno turístico debe comprenderse desde tres perspectivas: espacio-temporal, visual y el “re-hechizo del consumo”. En este sentido, los viajes no sólo consumen espacio sino que re-simbolizan lugares que son transformados en mercancías. Los potenciales consumidores son bombardeados por imágenes cuya interpretación queda estructurada bajo los valores de la propia sociedad. Al concepto de sociedad auto-poiética luhmanniana, los autores agregan la sociedad semiótica cuya distinción radica en la “aniquilación” del espacio y el signo bajo un control descentralizado (Lash y Urry, 1998: 369-371).

La comprensión de los estados de desastre como los últimos terremotos que han azotado a los hermanos países de Haití y Chile generando efectos devastadores son percibidos como imposibles por el imaginario colectivo; en tanto que encuentro entre el mundo natural (pathos) y el ideal construido de civilización (logos), lo catastrófico (sea natural o causado por el hombre mismo) conlleva una idea política, un signo que reestructura el orden social vigente. El miedo en este trabajo es examinado desde diferentes perspectivas, desde el 11 de Septiembre, la gripe Porcina hasta el último terremoto en Haití con el fin de construir un camino que esperemos sea continuada por otros autores. En la actualidad, nuestra función como cientistas sociales es privilegiada por ser testigos históricos del fin y principio de un nuevo milenio. Como los medievales del siglo XI, vemos a nuestras instituciones vaciarse de sentido y colapsar lentamente a la vez que otras nuevas incomprensibles comienzan a surgir. El milenarismo no sólo atraviesa nuestras forma de vida sino la relación con los otros. El temor se hace terror cuando las generaciones venideras, nuestra progenie, e hijos se encuentra amenazada por alguna catástrofe, ello nos hace por demás vulnerables a las manipulaciones políticas. Lo que subyace en el miedo postmoderno no es otra cosa que el declinar de nuestra imaginación. La muerte de Dios no ha puesto en un papel privilegiado, hemos querido ocupar su trono. Más seres limitados en nuestra estructura psicológica, a medida que vamos avanzando en nuestro saber y más cosas comprendemos de este mundo, vemos cuan frío es, cuan cruel, cuan inhumano y experimentamos el mismo terror que Freud describiera en su clásica frase que dice: hay dos formas de ser feliz en este mundo, una es ser hacerse el idiota, y la otra es serlo.

Desde su nacimiento el niño se comunica con los otros por medio de la risa y el llanto, pero a medida que se va desarrollando adquiere todo un código simbólico de comunicación al que llamamos lenguaje. Cuando el estímulo externo no encuentra un código y en consecuencia no puede ser comprendido, automáticamente se dispara hacia la imaginación. Si se escucha una canción, cuyo idioma se desconoce pronto la imaginación ayudará a construir un sentido a esa continuidad de sonidos y ruidos (como bien ya lo ha explicado Kant). Por tanto lo conocido y lo desconocido operan en cuanto a un código específico. Este hecho refleja la posición de la epistemología en cuanto a la limitación del conocimiento; el conocer humano por sí mismo encierra una limitación –tanto del tiempo como del espacio-. El mundo conocido y presente siempre implica una pregunta sobre el desconocido y futuro. En un eje conceptual, lo otro se construye desde el tiempo y el espacio. El mí se encuentra aquí y ahora, mientras el otro lo hace allá y en otro tiempo. El límite y la frontera, puede ser corrido pero existe un mundo imaginado más allá de ellos; los viajeros españoles medievales se imaginaban dragones y monstruos gigantescos más allá del mundo conocido; los romanos no viajaban más allá de sus limes o bosques, por miedo a la diosa Diana o al temible Pan; por tanto todo espacio conocido, implica uno que no lo es tanto. En el espacio y tiempo desconocidos opera la imaginación y la fantasía como formas de construcción de sentido.

Es un temor a lo desconocido operante desde la ilusión, pero cuando la ilusión se esfuma aparece otro miedo que es paralizante; una especie terror desde lo conocido. Las privaciones del medio y la corrosión de la propia corporeidad son paleadas por medio de las ilusiones; éstas son parte inherente de la imaginación cuya función más compleja puede entenderse como un mecanismo de evasión ante el principio de la realidad, tal cual es. Esto explica el origen de la motivación y motorización por el cual un niño y más tarde un hombre se lanzan más allá de los límites en busca de sentimientos placenteros. Mientras el temor a lo desconocido impulsa hacia delante, el terror desde lo conocido lo hace pero hacia atrás.

El problema del tiempo se presenta en el hombre en forma doble, en primer lugar en la irreversibilidad del pasado y en la incertidumbre del futuro; pero éste no es angustiante por sí mismo sino por repentino. Así, el ritual es uno de los mecanismos sociales orientado a prevenir lo espontáneo y sus efectos negativos. Su función es recordar y revivir los hechos traumáticos para reducir, de esa forma, el impacto disgregador de aquello en donde reina la impotencia. El acto de no poder es el principio del signo en el hombre que divide su mundo en un presente, pasado y futuro. Pero existe un pesar, el cual no ha sido debidamente desarrollado cuando se pierde la esperanza en el propio futuro bajo el principio de la predestinación.

Si todo destino es fijado de antemano, no hay nada que el hombre pueda hacer para deshacerse de él. La idea que todo hombre tenga fijado su futuro genera una enorme angustia que sólo puede ser afrontada con una actividad y trabajo excesivo. El movimiento continúo reduce la desesperanza o el declinar de lo imaginario; quien todo lo ve y lo sabe no necesita desplazarse porque ya está ahí y allá, tampoco necesita conocer, ni odiar porque todo lo comprende. La naturaleza de la aventura es que implica un posible fracaso por lo cual se convierte en atractiva y digna de ser vivida. La aventura perdería su característica intrínseca si se supiera de antemano el desenlace de la campaña o de las acciones seguidas. La finitud y la ignorancia son partes esenciales de la felicidad humana. Nadie se lanzaría hacia lo desconocido ya que no habría tal condición. Por tanto, se puede afirmar que la ignorancia –en su medida justa- cumple un papel profiláctico y funcional en la vida de todos los hombres; su negación es negación de lo humano. Sin ella, no existiría la pasión por el viaje ni por el conocimiento sino sólo terror inspirado desde un conocimiento total.

Paradójicamente, un médico cirujano especializado en cuestiones cardíacas se aterroriza cuando un familiar cercano sufre una dolencia en el corazón; o también un joven profesional agente de viajes teme viajar por los problemas que de antemano ya conoce en la organización de los mismos. El conocimiento, que lo lleva a desempeñarse como un “buen profesional” le indica una y otra vez, en forma caótica y desmesurada, todas las posibles complicaciones que podría experimentar su ser querido. En ese instante, el conocimiento se vuelve contra el ser angustiándolo e interpelándolo. El conocimiento científico atenta contra la ilusión y la imaginación. Quien más conoce, más teme no por conocer sino por no imaginar. En el conocimiento total no existe libertad ya que no existe la decisión, quien todo lo sabe, no debe decidir porque ya sabe lo que sucederá (ausencia de sabiduría). Por lo tanto, en el declinar de la imaginación también cae la libertad. El joven agente organizador de excursiones como el cirujano no teme en sí a los problemas, sino a la pérdida de su libertad. Esta se fundamenta por el vínculo que une a uno con otro. Decidir un acto sobre una operación condicionado por el conocimiento del otro, es como operar con un chaleco de fuerza. La impersonalidad le da al cirujano libertad de decidir y de actuar acorde a su decisión. Por lo tanto, las posturas de postmodernas deberían ser invertidas; no es la impersonalidad o la familiaridad del vínculo aquello que genera miedo, sino precisamente su ausencia. En el miedo existe, es cierto, sobrecarga informativa pero también afectiva. Sin más es precisamente, esa tensión lo que genera el miedo y por lo cual la experiencia se construye contraria al “ser ahí” en un “estar ahí-con”.

Referencias

Beck, U. (2006). La Sociedad del Riesgo: la sociedad del Riesgo. Buenos Aires, Paidos

Elías, N. y Dunning, E. (1992). Deporte y Ocio en el Proceso de la Civilización. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

Lash, S. y Urry, J. (1998). Economías de Signo y Espacio: sobre el capitalismo de la posorganización. Buenos Aires, Amorrortu.


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