BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

EL MIEDO EN EL NUEVO MILENIO: UN ABORDAJE ANTROPOLÓGICO PARA COMPRENDER LA POSTMODERNIDAD

Maximiliano E. Korstanje




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CAPITULO III: MIEDO, CIUDADANÍA Y ESTADO

Como ya se ha visto, en el siglo XVII, T. Hobbes consideraba que cada sociedad y civilización se mantenía unida por acción del miedo. El comportamiento humano se encontraba enfrentado a dos tendencias totalmente dispares pero complementarias. Por un lado, los hombres en su estado de naturaleza pugnaban por dos dinámicas contrastantes. Eran proclives a la guerra y la agresividad pero a la vez se llamaban a la obediencia civil. Según la tesis hobbesiana, la competencia por los recursos naturales con sus vecinos y la búsqueda de vanagloria, lleva a los hombres a entablar el conflicto. Pero paradójicamente, por la vanidad que impulsa al hombre a expoliar y expropiar a sus semejantes es la misma por la cual debe celebrar la paz, evitando (así) que otros se expropien de lo propio. Con el fin último de evitar la muerte o la guerra de todos contra todos, los hombres entran en el estado de civilidad al depositar en un tercero el uso coercitivo de la fuerza. De esa manera, renuncian a su libertad pero se aseguran un estadio de tranquilidad y prosperidad no sólo para ellos sino también para quienes los rodean (Hobbes, 1998).

Siguiendo esta línea de razonamiento, se puede afirmar que la razón de ser del Estado es la garantía de la paz, la protección de sus ciudadanos y la estabilidad. La seguridad interna de cada sociedad converge con el sentido de orgullo e identidad nacional. No obstante, dicho proceso a veces se lleva a cabo en forma fragmentada y patológica. Ya sea por complejo de superioridad, o de inferioridad, las consciencias nacionales se estrellan en búsqueda de seguridad, hasta el punto el sentimiento llega a ser insoportable que incluso renuncian al propio ejercicio de la libertad. Un ejemplo claro de la relación entre eficacia, miedo político, seguridad interna, y hegemonía lo demuestra la reacción internacional (sobre todo europea y estadounidense) al último terremoto que azotó el país caribeño de Haití contabilizando en forma no oficial un total de medio millón de muertos. La posición del discurso euro-céntrico que promueve el bienestar material, progreso, civilización y desarrollo como lo tipos ideales a seguir, ha generado un discurso específico que promueve la cooperación y la ayuda humanitaria frente a un sismo que pocos antecedentes ha tenido en cuanto a la magnificencia de su destrucción y penuria sobre el ya sufrido pueblo haitiano. Pero, no todo parece ser lo que es, o mejor dicho, no todo es lo que parece. La posición de la humanidad frente a la tragedia y a lo impensado sufraga por los mares de la caridad, la piedad y la dominación. En el siguiente trabajo, pondremos en conversación a cuatro autores que han aportado su granito de arena en el estudio del miedo político, el ejercicio de la libertad y la necesidad de dominio. Si bien, cabe aclarar, ellos no se han ocupado de la caridad como fenómeno social en sí mismo, sus aportes son (según nuestras consideraciones) más que ilustradores.

De esta manera, E. Fromm analiza como nadie el vínculo entre el miedo a ejercer la propia libertad y la reclusión consumista. A medida que el niño comienza a cortar los vínculos primarios, mayor es su propensión a la autonomía y la independencia. Pero también crece el sentimiento de ser-individual, mayor también es la tendencia a la soledad. Si una vez rotos los vínculos primarios que daban seguridad, el sujeto no puede resolver los problemas que acarrea el abandono del útero materno, caerá en una necesidad de sumisión caracterizada por un constante sentimiento de inseguridad y hostilidad. Un argumento similar al que sigue el francés M. Foucault en dos textos que atraparán al lector. Foucault, a diferencia de Hobbes, entiende que la historia y el rol del historiador como científico son funcionales al poder hegemónico del momento. La contribución central de Fromm es que el poder no es vertical ni vinculante en un sentido, sino circular. Quien es dominado necesita un dominador que le haga la vida más segura. El asistencialismo y el paternalismo son dos ejemplos claros de la tesis expuesta.

La historia y sus métodos no son otra cosa que un ritual más para el fortalecimiento estructural del poder; la historia es funcional al discurso. En consecuencia, la cohesión temporal subsumida bajo la autoridad del Estado se encuentra construida en la necesidad de llevar la guerra hacia fuera de las fronteras; explicado en otros términos, defender la sociedad bajo amenaza biológica, política o militar de un ataque extranjero será el mensaje imperante. La historia legitima a quienes han vencido y calla a quienes han sido derrotados. El adoctrinamiento simbólico y físico sobre el cuerpo, la reclusión, funcionará como el instrumento de disuasión para que los súbditos se sometan a los deseos del soberano. Pero esos deseos pueden, y de hecho lo hacen, chocar con las limitaciones materiales del medio ambiente como por ejemplo la escasez por la cual nace el principio contingente de seguridad. Ello no significa que la seguridad nace del miedo como en Hobbes, Spinoza o Fromm argüían sino que surge de la privación misma.

M. Foucault llama la atención sobre “el pastorado” cristiano como el movimiento que dio luz a una nueva forma de dependencia en las órdenes religiosas y políticas de Europa medieval. El pastorado cristiano encarna una nueva forma de dominación cuyas características se basan en el perdón, la protección y la piedad. La ley observada y cumplida por los fieles se encontraba acompañada de una promesa de salvación cuyo estatuto de verdad era incuestionable. La piedad no sólo funcionaba como instrumento para hacer frente a las inclemencias de la naturaleza, sino también como forma de elevación simbólica (salvación). No obstante, la Reforma cambió radicalmente las cosas. Si la salvación de los fieles estaba en mano de los prelados, fue precisamente el cisma protestante el que puso al cristianismo pastoral en crisis. Mediante la articulación de la tesis sobre la predestinación, los ministros eclesiásticos católicos perdieron todo tipo de control sobre sus súbditos. Ya sea si el sujeto era “el elegido” (por gracia divina) o “condenado”, en ambas situaciones la posición del pastor como garante de la salvación era inocua. La demografía, el control del territorio y la idea de seguridad reemplazaron (nuevamente) el papel clásico del pastor (Foucault, 2006: 218).

Diferente es el ángulo que toma C. Robin cuando sugiere que el mundo político se funda no sólo de las amenazas externas que ponen en peligro a la sociedad, sino también de la simbolización de un enemigo externo que paralelamente permite el ejercicio de poder. Dentro de esta perspectiva, el miedo se comprende como una base o trampolín hacia la dominación de las controversias subyacentes antes del momento crucial que ha despertado a la sociedad. Ese momento mítico es reinterpretado siguiendo una lógica bipolar de amigo/enemigo y genera la movilización de recursos humanos o materiales con fines específicos. En los enemigos, por regla general, se depositan una serie de estereotipos con el fin de disminuir su autoestima y masculinidad. Demonizados no tanto por lo que han hecho sino por sus conductas sexuales, atribuimos a ellos grandes desordenes psicológicos. La incorregibilidad de estas anomalías conlleva a la idea de confrontación y posterior exterminio. El miedo como sentimiento primario sub-político debe ser comprendido en tanto resultado de las creencias se encuentra vinculado a la ansiedad. En este contexto, Robin sugiere que el miedo político no debe entenderse como un mecanismo “salvador del yo” sino un instrumento de “elite” para gobernar las resistencias dadas del campo social. Las aristocracias capturan y re-simbolizan los eventos externos para perpetuar su poder (a veces nombrando chivos expiatorios) y los valores culturales que rigen a la sociedad. Por ese motivo, ninguna catástrofe, por más terrible que sea destruye el poder hegemónico de los grupos Elite. El caso más paradigmático, en la materia, es la teoría del calentamiento global. A pesar de la divulgación masiva de la tesis y de la preocupación general de todos los países, la contaminación atmosférica se ha triplicado.

Finalmente, la tesis de N. Elías nos permite comprender la manera en que la piedad en combinación con el sentimiento de superioridad conduce los hilos de la dependencia y perpetúa las lógicas económicas pre-existentes hundiendo cada vez más a quienes se dice ayudar. Básicamente, el saber y la tensión cultura/naturaleza cumplen un rol primordial en la configuración de la política; no necesariamente distorsionantes (en términos foucaultianos) sino superadores. Eso lo revela, la historia de todas las civilizaciones humanas. Bajo la palabra “furor hegemonialis” o “fiebre hegemónica”, Elías enfatiza que una de las características básicas de los hombres es la necesidad de seguridad interna. Pero este sentimiento, lejos de ser satisfecho definitivamente, actúa en forma entrópica. La sociedad fija su régimen político, su ideología y sus fronteras estableciendo un clima de estabilidad en lo interno pero tarde o temprano comienza a percibir a su vecino como amenazante y peligroso. Hecho que lo lleva a movilizar sus recursos en un enfrentamiento armado. La dialéctica entre la guerra y la paz constituye el eje central para un nuevo estadio de civilización, más refinado y estable.


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