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DE KEYNES A KEYNES. LA CRISIS ECONÓMICA GLOBAL, EN PERSPECTIVA HISTÓRICA

Federico Novelo Urdanivia




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LA GUERRA Y EL NUEVO ORDEN MUNDIAL.

“Nuestro deber es prolongar la paz hora a hora, día a día, tanto como podamos. He dicho, en otro contexto, que la desventaja del largo plazo es que a largo plazo todos hemos muerto. Pero también podría haber dicho que la gran ventaja del corto plazo es que a corto plazo estamos aún vivos. La vida y la historia están hechas de plazos cortos. Si tenemos paz a corto plazo, ya es algo. Lo mejor que podemos hacer es retrasar el desastre aunque sólo sea con la esperanza, no necesariamente remota, de que acabe sucediendo algo” .

La referencia que hace Keynes a su empleo anterior del largo plazo, está contenida en su más afamada cita: “En el largo plazo estamos todos muertos. Los economistas se plantean una tarea demasiado fácil, y demasiado inútil, si en cada tormenta lo único que nos dicen es que cuando pasa el temporal el océano está otra vez tranquilo” . Según se le revelaba la conducción del fascismo al desastre global, se inclinaba por la adopción de sanciones contra Italia, en la crisis de Abisinia de 1935, y contra Japón, al estallar la guerra chino-japonesa en 1937; y había considerado el acuerdo de Munich, en 1938, como una burla de cualquier política internacional honorable; sin embargo, como se anota al comienzo de este aparatado, era un pacifista convencido, al menos hasta el 3 de septiembre de 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. A partir de ese momento, demostró que no era partidario de la política de apaciguamiento a cualquier precio.

Desde 1929, en ocasión de la publicación del libro de W. Churchill, The World Crisis: The Aftermath (La crisis mundial: Las consecuencias), Keynes muestra mucho más que una brizna de simpatía por la obra y, en mayor medida, por el autor:
“¿Qué sentimientos despiertan las dos mil páginas de Churchill? Gratitud hacia un hombre que sabe, con tanta elocuencia y sensibilidad, escribir sobre cosas que forman parte de la vida de quienes pertenecemos a la generación de la guerra, cosas que él vivió y conoció mucho más de cerca y con mayor claridad. Admiración por su vigor intelectual y por su capacidad de concentrar intensos intereses intelectuales y emociones elementales en el tema tratado, lo que constituye su más bella cualidad. Un poquito de envidia, acaso, por su indudable convicción de que fronteras, razas, patriotismo, incluso guerras si es necesario, sean para el género humano verdades últimas: convicción que, a su parecer, confiere una especie de dignidad, incluso nobleza, a acontecimientos que para otros no son sino un angustiante interludio, algo que debe ser abolido para siempre” .

Durante los primeros días de mayo de 1940, Gran Bretaña y el mundo contemplaron la asunción de un nuevo Winston Churchill; atrás habían quedado los errores militares de la Primera Guerra Mundial y los problemas económicos que implicó el retorno al patrón oro en 1925. Incluso los muy recientes desatinos tácticos, perpetrados desde el Almirantazgo, ya en el despunte de esta nueva guerra. Churchill estaba de vuelta con renovada energía, tal y como lo hizo del conocimiento de la Cámara de los Comunes, el 13 de mayo:
“Le diría a la Cámara lo mismo que les dije a los que se han incorporado al gobierno: <<No tengo otra cosa que ofrecer más que sangre, sudor y lágrimas>>. Tenemos ante nosotros una prueba de lo más penosa. Tenemos ante nosotros muchos, muchos largos meses de combate y sufrimiento. Me preguntáis: ¿cuál es nuestra política? Os lo diré: Hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra potencia y toda la fuerza que Dios pueda darnos; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el lamentable y oscuro catálogo de crímenes humanos. Ésta es nuestra política. Me preguntáis: ¿cuál es nuestro objetivo? Os respondo con una sola palabra: la victoria, la victoria a toda costa, la victoria a pesar del terror, la victoria, por largo y penoso que sea el camino, porque sin victoria no hay supervivencia” .

Las reflexiones y propuestas keynesianas, tanto para afrontar la guerra cuanto para imaginar un mundo posterior a su conclusión, ocuparon un sitio destacado en la política británica, interna y externa, y se hicieron concretas en diversos textos, desde Cómo pagar la guerra, hasta su Plan para crear una Unión de Compensación Internacional, incluida la generación de una nueva unidad de cuenta mundial (bancor); lo que, muy metamorfoseado, acabó siendo el Fondo Monetario Internacional, a discutirse en la Conferencia de Bretton Woods, entre junio y julio de 1944.

En Cómo pagar la guerra (1940), Keynes plantea un propósito general: “Los sacrificios requeridos por la guerra obligan a una atención más urgente que antes para ahorrárselos a quienes menos pueden soportarlos”, y un plan con objetivos precisos: “El plan conveniente consiste en restringir la capacidad de gasto a su magnitud adecuada y entonces dejar en la mayor libertad posible al consumidor, para que decida en qué efectuará su gasto. Además, la presión de la capacidad de gasto provocará la marea de inflación, que es el remedio natural y la única alternativa auténtica. […] Una escasez de oferta con relación a la capacidad de gasto de los consumidores ejercerá una presión desfavorable sobre nuestra balanza comercial, porque producirá una desviación de bienes de la exportación y estimulará el consumo corriente de importaciones y también de la producción nacional que de otra manera podrían haberse empleado para fines bélicos. De esta manera, no podremos desarrollar al máximo nuestro esfuerzo de guerra y nuestras reservas internacionales disminuirán más deprisa de lo que es prudente […] Porque la victoria puede depender de que demostremos que somos capaces de organizar nuestra fuerza económica de tal manera que mantengamos al enemigo impenitente apartado por tiempo indefinido del comercio y de la sociedad mundiales […] En el frente económico estamos necesitados –por tomar prestada una frase de Reynaud-, no de recursos materiales, sino de lucidez y valor” .

El tema general de ese panfleto consistía en asumir el efecto de la guerra, de los gastos militares, en la demanda efectiva, asumiendo que –a diferencia de lo que habría que hacer, en tiempos de paz, para aumentar el empleo- la tarea fundamental era la de reducir la demanda efectiva, para enfrentar el doble riesgo de inflación o de reducción de los recursos necesarios para el éxito militar: “La oferta para el consumo inmediato no puede aumentar tanto como la demanda, de manera que los precios subirán un poco. Sin embargo, cuando la gente ha estado trabajando más duramente y ha estado ganando más, ha podido aumentar su consumo en casi la misma proporción”.

“Es decir, en tiempo de paz el tamaño del pastel depende de la cantidad de trabajo empleado. Pero en tiempo de guerra el tamaño del pastel es fijo. Si trabajamos más duro podemos luchar mejor. Pero no podemos consumir más” .

En la solución del problema planteado por un tamaño fijo del consumo civil, Keynes contempla la posibilidad de combatir, también, a la inequidad que caracteriza al capitalismo: “El carácter de nuestra solución debe ser, por tanto, que sustraiga del gasto una proporción de los mayores ingresos. Esta es la única forma, aparte de la escasez de bienes o de los precios más altos, para que podamos asegurar un equilibrio entre el dinero que debe gastarse y los bienes que deben comprarse […] Pero también considero mérito de un plan concreto que reduzca para el hombre medio la necesidad de estar constantemente perplejo sobre cuánto debe economizar y pensando sobre estas cosas más de lo conveniente. Una obsesión excesiva por el ahorro puede ser más útil que agradable; no es siempre el que decide ahorrar quien hace el sacrificio real; y la necesidad pública puede a veces convertirse en una excusa para darle rienda suelta, con la propia aprobación, a un instinto que es también un vicio” .

Cómo pagar la guerra, es una aportación de gran relevancia respecto a los mecanismos mediante los cuales es posible alcanzar la frontera de posibilidades del sistema económico británico, disponiendo de una cantidad fija de oferta y, necesariamente, de demanda de bienes para el consumo civil, en el que la prioridad fundamental es el abastecimiento de recursos al gobierno en el ánimo de alcanzar la victoria militar. Keynes hace una clara descripción de sus providencias, que componen el capitulado central de su plan:
“La primera providencia de nuestro plan radical es, por tanto, determinar la proporción de los ingresos de cada persona que debe aplazarse; es decir, sustraerse del consumo inmediato y dejarse disponible sólo como un derecho a consumir cuando haya terminado la guerra. Si la proporción puede fijarse convenientemente para cada grupo de renta, esta medida tendrá una doble ventaja. Ello quiere decir que los derechos al consumo inmediato durante la guerra pueden asignarse teniendo más en cuenta el sacrificio relativo que bajo cualquier otro plan. También quiere decir que los derechos al consumo aplazado hasta después que termine la guerra, que es otra manera de referirse a la deuda pública, estarán ampliamente distribuidos entre todos aquellos que están renunciando al consumo inmediato, en vez de estar concentrados principalmente, como sucedió la última vez, en manos de la clase capitalista.

La segunda providencia es hacer posible este consumo aplazado sin aumentar la deuda pública, por medio de una leva general de capital después de la guerra.

La tercera providencia es proteger de cualquier reducción en el consumo corriente a aquellos cuyo nivel de vida no ofrezca suficiente margen. Esto se lleva a cabo por medio de un mínimo exento, una escala muy progresiva y un sistema de asignaciones familiares. El resultado neto de estas propuestas es aumentar el consumo de las familias jóvenes que perciben menos de 75 chelines por semana, dejar el consumo agregado del grupo de ingresos menores, que tienen 5 libras o menos por semana, casi tan alto como antes de la guerra (al mismo tiempo que se les da derecho, a cambio de su trabajo extraordinario, a aplazar su consumo hasta después de la guerra) y reducir el consumo agregado del grupo de renta más alta, con más de 5 libras por semana, aproximadamente en un tercio, en promedio.

La cuarta providencia es ligar los cambios adicionales en los salarios monetarios, pensiones y otras asignaciones, a cambios en el coste de un número limitado de artículos de consumo racionados, una ración de hierro, como se le ha llamado, cuyo precio las autoridades tratarán de evitar, de un modo u otro, que suba” .

Keynes promovió la más amplia distribución de este panfleto, logrando que su impresión fuera lo más barata posible . Y en la elaboración de los apéndices estadísticos que lo acompañan contó con la colaboración de E. Rothbarth. La idea fue la de promover un debate profundo de los fundamentos y vías para alcanzar un propósito fundamental: “Mientras que los ingresos aumentan, el consumo debe disminuir. Esta es la conclusión que debemos asumir. No admite discusión” . A lo largo del texto, Keynes insiste en que se trata de un plan viable concreto, que no debe ser comparado con imaginarias perfecciones: “Tendré que insistir más de una vez, antes de terminar, en que mis propuestas deben compararse, no con alguna alternativa imaginaria, sino con alternativas reales que se están presentando o van a presentarse delante de nuestros ojos” .

Keynes parece ignorar que el término Plan, con independencia de su contenido puntual, provocaba (y provoca) enormes temores entre algunos economistas liberales, fanáticos del individualismo. La planeación, no hay que olvidarlo, es la materia fundamental con la que, según Fiedrich A. Von Hayek, se pavimenta el camino a la servidumbre, por (según él) conformar la antesala de cualquier régimen autoritario.

La aportación central del panfleto keynesiano, y que repercutió de manera fundamental en los Estados Unidos y, desde ahí, en todo el planeta, es la de establecer los mecanismos por medio de los cuales la demanda presente podría diferirse. El tema es de una importancia fundamental, entre otras razones, porque es la principal variable explicativa de la singularidad de la Segunda Guerra Mundial, consistente en que el transito de una economía de guerra a una economía de paz, pudo realizarse sin las incómodas y tradicionales escoltas de la depresión y el desempleo.

El éxito de la propuesta keynesiana, que no se aplicó plenamente aunque sí guió el diseño del presupuesto británico desde 1941 , y que se asumió claramente en los Estados Unidos, puede medirse por la capacidad que ambos países mostraron para exorcizar las amenazas inflacionarias de la posguerra, al menos en comparación con algunos otras naciones que siguieron estrategias distintas:


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