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DE KEYNES A KEYNES. LA CRISIS ECONÓMICA GLOBAL, EN PERSPECTIVA HISTÓRICA

Federico Novelo Urdanivia




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LA GRAN DEPRESIÓN Y LA ECONOMÍA CLÁSICA .

“Cuando lo único que tienes es un martillo, todos los problemas comienzan a parecer clavos”.

Mark Twain
A diferencia de la mayoría de los antiguos desastres naturales (sobre los actuales, no es tan evidente la inocencia humana), las crisis económicas suelen ser el resultado de la acción humana, especialmente cuando la producción dominante escapa de los imponderables naturales. Las sequías padecidas durante 2007 en naciones especializadas en la producción rural y su considerable efecto en la caída de la oferta y el consecuente incremento de los precios de los alimentos y algunas materias primas, en apariencia hijas de caprichos naturales, se ubican en la lógica (hoy tan neciamente debatida) del cambio climático producido por la acción humana. La temprana huída del capitalismo, a través de la industria, de esos imponderables, respondía al propósito añadido de empatar –como no puede suceder en la agricultura- los tiempos de trabajo y de producción. Sin embargo, antes y después de la era capitalista, el asunto de los llamados ciclos económicos, el tránsito del auge a la crisis y de ésta al auge de manera libre e irregular y en todos los aspectos importantes de la economía, ha sido una fuerte y añeja preocupación sobre la que se han intentado las más peculiares explicaciones, incluido el número y ubicación de las manchas solares .

La recesión, que convencionalmente se hace visible cuando hay una reducción del Producto Interno Bruto por dos trimestres seguidos, conforma el más sombrío de los momentos del ciclo económico, entre otras cosas, porque ha convocado (ayer y hoy) a reacciones tardías y convencionales que tienden a su prolongación, con un amplio espectro de efectos adversos, desde el contagio (entre naciones y entre las llamadas economías nominal y real) hasta la caída de los precios y de la actividad económica, a los que se les responde con la ortodoxia económica y el equilibrio presupuestal, cuyo saldo deplorable ha sido el de la deflación globalizada.

Por paradójico que parezca, y con objetivos muy distintos a los alcanzados, la depresión mundial de finales de la década de 1920 y comienzos de la de 1930, fue resultado de un plan, notablemente ineficaz, que se cocina durante la Conferencia Monetaria Internacional de Génova, en 1922, y que estableció: La restauración del patrón oro, la creación de bancos centrales independientes, la disciplina fiscal, la asistencia condicional a los países en los márgenes del sistema, y la sostenida cooperación de los bancos centrales en la administración del sistema. La forma en la que tales propósitos se intentaron alcanzar, más los propósitos mismos, sirvieron notablemente para el advenimiento de la Gran Depresión. Veamos:
El primer propósito, la restauración del patrón oro, se plantea como un mecanismo eficaz de establecimiento y consolidación de la confianza; este abandono preferente a la dependencia de una cuestión fundamentalmente psicológica sobre las ventajas de operar con arreglo a lo que resultara más práctico, se convirtió en una enorme debilidad, altamente favorable a los especuladores, en el sistema económico internacional; a ello se refiere la advertencia de John K. Galbraith, sobre: “... ese peligroso cliché que dice que en el mundo de las finanzas todo depende de la confianza” . El deseable freno a la inflación y a la deflación excesivas, la pretendida nueva expansión del comercio (que, consigo, traería la paz mundial) y la estabilización de las monedas, operaron como importantes incentivos en este retorno al patrón oro; aunque de él derivó una notable, y finalmente contraproducente, expansión del crédito a escala mundial que necesariamente reanimó –al sobrepasarse las capacidades tributarias de buen número de deudores- a la inflación. Recordemos el dictamen de Keynes –Grilletes de oro- al respecto:
“El patrón oro es la clave para entender la Depresión. El patrón oro de la década de 1920 preparó el escenario para la Depresión de los años treinta al aumentar la fragilidad del sistema financiero internacional. El patrón oro fue el mecanismo por el que se trasmitió el impulso desestabilizador desde Estados Unidos al resto del mundo. El patrón oro amplió esa conmoción desestabilizadora inicial. Fue el principal obstáculo para cualquier intento de neutralizarla. Fue el vínculo restrictivo que impidió a los gobernantes evitar el cierre de los bancos y contener la difusión del pánico financiero. Por todas esas razones, el patrón oro internacional fue un actor decisivo de la Depresión mundial. La recuperación no se demostró posible, por las mismas razones, hasta que no se abandonó el patrón oro” .

La pretensión de establecer bancas centrales independientes tenía un propósito muy claro, que hoy suele opacarse deliberadamente: el de llevar adelante sus políticas monetarias en concordancia con las exigencias del sistema internacional y no con las prioridades internas del país. Uno de sus principales defensores, y añejo gobernador del Banco de Inglaterra, Montagu Norman, lo planteaba con meridiana claridad:
“La centralización de la banca es algo nuevo, y tiene carácter experimental; carece de tradición: puede perdurar y crecer, o bien puede que su utilidad, en lo que se refiere a cubrir una necesidad de posguerra y no más que eso, tenga corta vida. Por un lado, su alcance se ve limitado por el requisito de que no puede haber un banco nacional mayor que el propio Estado; que la criatura exceda a su creador. Por otro, un banco nacional debe adquirir, ya sea mediante ayuda externa (como sucede, por ejemplo, en algunos de nuestros antiguos países enemigos) o por reconocimiento interno (como en Francia) una cierta libertad o independencia en el seno de su Estado, o incluso fuera de él. Sólo así es factible la verdadera cooperación. No puedo sino hablar hipotéticamente de esta situación, pero es posible que la misma permitiera que ese Banco pudiera “reprender” a su propio gobierno incluso en público, y ejercer un poder de decisión en todo tipo de cuestiones, salvo las políticas” .

Para el tercer propósito –la creación de bancos centrales- que se encontraba fuertemente vinculado con el retorno al patrón oro, los años veinte testifican el inicio de la estabilización derivada de ese retorno en Austria, Hungría, y Alemania; mientras el mismo principio se extendía por América: México, que ya se había adherido al patrón oro, establece su banco central en 1925, Chile en 1926; en Brasil se discute favorablemente el tema durante toda la década. Canadá crea el suyo en 1935 y Argentina en 1936. Con excepción de México, que crea su banco en oposición a los designios de la llamada comunidad financiera internacional , y de Francia, que estabiliza con relativa tardanza, los nuevos presidentes de los bancos centrales emergentes son cobijados, y aleccionados, por los responsables de los bancos centrales de Inglaterra, Estados Unidos y Alemania.

Respecto al siguiente propósito, la disciplina fiscal, resulta conveniente una pequeña evocación histórica. Una de las más amargas lecciones de la Primera Guerra Mundial, que fue prolija en brindar lecciones amargas, está referida a la imposibilidad de sostener un conflicto armado con arreglo a la recaudación de impuestos. Los préstamos y, muy especialmente, la menguada capacidad de pago de los deudores, debilitaron irreversiblemente la hegemonía financiera británica y la solvencia de los países europeos, con un solo acreedor mundial, los Estados Unidos. El reestablecimiento del patrón oro y el fortalecimiento de las bancas centrales eran consistentes con la idea, hoy aún más fortalecida, de controlar a la política fiscal desde la política monetaria, bajo el principio de la falacia de composición, que pretende establecer una analogía entre los jefes de familia y los gobiernos, sosteniendo que ambos sólo pueden gastar lo que sus ingresos les permiten . En un ambiente de penuria financiera, la prohibición tácita del déficit fiscal, no podría sino significar el recorte presupuestal, no sólo en aspectos militares. Buena parte de la crítica de Keynes al restablecimiento del patrón oro en Inglaterra, pronosticaba que la nueva paridad originaría la intensificación del conflicto de clases y la persistencia del desempleo . No se equivocó; la reducción del gasto público, por supuesto y, además, siempre fue contraria a su más sólida intención, la de alcanzar el pleno empleo .

La asistencia financiera condicional, inicialmente ensayada en Austria y Hungría, significó la concesión y administración de préstamos, por parte de los países aliados; éstos nombraron, en cada caso, un comisionado que recibía, controlaba y distribuía los fondos, condicionándolos, regularmente, al despido de decenas de miles de empleados públicos y a muy significativos recortes presupuestales.

Por último, la cooperación internacional de los bancos centrales, que derivó en el invento británico, por el mismo M. Norman, del Banco de Pagos Internacionales, cuyos dos propósitos fueron: concluir con la politización de las indemnizaciones de guerra y ser un instrumento para la cooperación de los bancos centrales, por la vía de reducir la volatilidad de los mercados de capital internacionales. Sobra decir que, en un plazo muy breve, ambos propósitos se fueron convirtiendo en contradictorios, si es que en algún momento fueron complementarios, con lo que la suerte del BPI y su errática existencia –hasta el notable cambio de perfil que derivó de los acuerdos Basilea I y Basilea II- quedaron marcadas.

En este ambiente y con una luminosa insensatez, derivada de un auge especulativo doméstico, el sistema económico estadounidense fue cocinando, como hoy y con arreglo a una exhuberancia irracional, una depresión que habría de alcanzar, también como hoy, a todo el mundo: “La producción de acero no había cesado de disminuir desde junio de 1929; también disminuyó fuertemente el volumen de transporte por ferrocarril. La industria de la construcción de viviendas –de significación realmente barométrica- venía sufriendo desde hacia varios años una crisis impenitente y acabó en franca bancarrota en 1929. Finalmente, se vino abajo la bolsa. Desde este punto de vista, el mercado de valores no es otra cosa que un espejo en el cual se representa –quizás con algo de retraso, como en nuestro caso- una imagen de la subyacente o fundamental y básica situación económica. Y si el sistema económico es causa, el mercado de valores es efecto, y nunca al revés. En 1929 el sistema económico se vio aquejado de serios trastornos, y estos marcaron la dirección de aquel. En su momento estos trastornos se reflejaron violentamente en Wall Street” .

Lo que fue la Gran Depresión y, muy especialmente, las formas en que fue interpretada –como un problema monetario, en la versión ortodoxa o como un problema de gasto, de demanda efectiva, en la keynesiana- son las cuestiones con las que concluye este apartado:
“La Gran Depresión, que comenzó en 1929 y duró hasta 1933, fue la peor crisis económica de la historia moderna. Como en la recesión actual, el epicentro de la misma estuvo en Estados Unidos. Entre 1929 y 1932, el valor de los bienes y servicios cayó casi a la mitad. El volumen de la producción bajó en un tercio. El paro ascendió al 25 por ciento de la fuerza laboral (unos 13 millones). Y la inversión se detuvo por completo. Magnitudes semejantes se registraron en todo el mundo, y Alemania, donde el desempleo llegó a los seis millones, fue el país que padeció el peor desastre. A finales de 1932 y principios de 1933, comenzó una limitada recuperación después de 12 trimestres de caída, pero no se produjo una recuperación total completa hasta la segunda guerra mundial.

Como ahora, la propia depresión fue provocada por una crisis financiera, aunque ésta tuvo lugar inicialmente en las bolsas más que en los bancos. En septiembre de 1929, el índice Dow Jones alcanzó un máximo de 381. El estallido de la burbuja de la bolsa, enormemente hinchada, el 24 de octubre desató un ansia incontrolable para vender. Dos financieros arruinados se tiraron del piso 100 del Empire State cogidos de la mano. En 1932 el Dow Jones estaba en 41.2 puntos, lo que suponía una caída del 90 por ciento. No se recuperó el nivel de 1929 hasta 1954. La desaparición de la riqueza de papel, la liquidación de préstamos e hipotecas y la presión sobre el sistema bancario condujo a una rápida reducción de la producción, que cayó un 10 por ciento entre octubre y diciembre de 1929 (Los índices de producción de Estados Unidos habían empezado a bajar antes del crash de la bolsa. Pero fue el propio crash el que cambió las perspectivas de una suave recesión por las de una profunda depresión). La crisis bancaria más grave no llegó hasta 1931.

La <<predicción>> de Hayek se basaba en una teoría completamente diferente a la keynesiana, que era habitual entre los banqueros y empresarios conservadores de la época. La Reserva Federal había mantenido el dinero demasiado barato durante demasiado tiempo, lo que había permitido que se desarrollara un auge crediticio insostenible. Para evitar auges y crisis Hayek no habría permitido jamás ninguna <<inyección>> de crédito desde el sistema bancario, y él reconocía la lógica de esta posición rechazando las reservas bancarias fraccionales, la práctica bancaria que exige que los bancos sólo mantengan una fracción de sus depósitos en reservas. Hayek sugería que el equilibrio a finales de la década de 1920 exigía que bajase el nivel de precios –en línea con los aumentos de productividad- y advertía que se estaba avivando una inflación de activos al mantenerlo estable. El auge crediticio había llevado a una <<sobreinversión>>. La economía se dirigía al colapso cuando la inversión iba cada vez más por delante del <<verdadero>> ahorro. Ésta sigue siendo hoy la base de la crítica <<austríaca>> a la política de dinero barato de Greenspan.

El otro ramal de la explicación ortodoxa de la Gran Depresión se concentra en los errores políticos cometidos durante la baja, que tuvo el efecto de ahondarla y prolongarla. En una obra clásica, Friedman y Schwartz argumentaron que el Consejo de la Reserva Federal no inyectó dinero en el sistema bancario después de octubre de 1930 para compensar la <<acumulación>> por parte de los bancos y del público. Esto se debió a un liderazgo débil y dividido, ya que el hombre fuerte de la Reserva Federal, Benjamin Strong, había fallecido en 1928. Admitieron que la caída de la producción en el 27 por ciento, del índice de precios al por mayor en el 13.5 por ciento y de las rentas personales en el 17 por ciento entre octubre de 1929 y octubre de 1930 habría sido todavía <<una de las contracciones más serias que se hayan registrado>>. Pero en octubre de 1930 llegó la primera crisis bancaria. La proliferación de quiebras bancarias en las áreas rurales llevó al público a convertir sus depósitos en dinero y a los bancos a acumular un exceso de reservas, y todos trataron de proteger sus activos contra el pánico. Esto llevó a un colapso de la oferta monetaria. Así pues, según Friedman y Schwartz, el desplazamiento de la curva de oferta de dinero hacia abajo llevó a una menor presión sobre la renta real y los precios. La depresión mundial intensificó la depresión americana, a través de la presión sobre el dólar después del colapso de patrón oro en 1931.

El quid de la explicación <<monetarista>> de Friedman es que la cantidad de dinero cayó, pero no porque no hubiera prestatarios dispuestos, sino porque la Reserva dejó que disminuyera la cantidad de dinero. En contraste, la mayoría de keynesianos han seguido el propio ejemplo de Keynes al explicar la depresión en términos de fallo en mantener la demanda agregada. Fue la caída del gasto lo que llevó a la disminución del stock de dinero, y no al revés” .

Es importante establecer que la economía estándar estuvo, y está, incapacitada para reconocer aquellas perturbaciones del sistema económico que no se corrijan con la eliminación de rigideces en los precios y, fundamentalmente, en los salarios.

De otro lado, las peculiaridades de la ilusión monetaria con la que, a despecho del respaldo institucional de las monedas de curso forzoso, se incentivó una no menos peculiar preferencia por la liquidez para el atesoramiento, por parte de los particulares y de los bancos, conforma una trascendente variable explicativa, primero, de las recesiones y, en su profundización, de las depresiones. Esta ilusión monetaria corresponde, ni más ni menos, a una de las más claras y preocupantes evidencias de la presencia de espíritus animales . Cabe recordar que esos espíritus y, especialmente, esa ilusión, han sido descartadas del análisis económico, de tiempo atrás, por la sabiduría económica convencional.

Los espíritus animales, tal como los analizan Akerlof y Shiller y que se expresan en: confianza, equidad, corrupción y mala fe, ilusión monetaria e historias, tienen una secuencia en los momentos críticos de la economía: En una fase A (expansiva), la confianza (y sus multiplicadores, en los que las historias de éxitos esperados juegan un papel central) toma el papel central e inicial; no es, como cabría esperarlo, una confianza racional, si no, más bien, una suerte de fe, en la que seguir a otros o confiar excesivamente en los expertos son las llaves con las que se abren las puertas de entrada a la corrupción y a la mala fe que invariablemente se sirven de tan vulnerables expresiones de confianza; la corrupción y la mala fe, casi sobra decirlo, se hacen visibles cuando el príncipe se convierte en sapo; es decir, cuando la crisis ya está presente. Ahí, las oleadas de optimismo devienen pesimismo y el contenido y tono esperanzado de las historias se metamorfosean en sus contrarios. La Gran Depresión no representa ninguna excepción a esta conducta colectiva y la fortaleza de la confianza muy pocas veces ha encontrado cotas mayores:
“En 1929, la obsesión por la especulación parecía carecer de límites geográficos o sociales. Incluso había ocasiones, por ejemplo, durante una conversación mundana, en que expresar desaprobación o escepticismo llegaba a provocar la misma animosidad que si la polémica hubiera girado alrededor de la política o la religión… No me resultaba nada agradable tener que comentar en el Times lo que a mi parecer constituían signos muy claros de peligro. La formulación de este tipo de advertencias me obligaba a enfrentarme a comentarios recriminatorios acerca de que el autor del artículo intentaba desacreditar o paralizar la prosperidad de Estados Unidos” .

En las páginas siguientes, se profundizará en la visión keynesiana de la Gran Depresión, al tiempo que se describen sus pavorosos efectos (enfatizando la emergencia y características del nacionalismo económico), la forma en la que hizo conexión con el crack de octubre de 1929 y la larga lista de lecciones que proporcionó. También se analizan los mecanismos con los que, desde la llegada al poder de F. D. Roosevelt, se le enfrentó con el Nuevo Trato e importantes regulaciones financieras, asumiendo que la verdadera superación llegó con la Segunda Guerra Mundial.


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