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DE KEYNES A KEYNES. LA CRISIS ECONÓMICA GLOBAL, EN PERSPECTIVA HISTÓRICA

Federico Novelo Urdanivia




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EL NUEVO CONSERVADURISMO: LA SERPIENTE VUELVE A DESOVAR.

“El gobierno no es una solución para nuestro problema; el gobierno es el problema”.

Discurso de la primera toma de posesión, como presidente de los EUA, de Ronald Reagan.

La definición de un solo tipo de capitalismo, en la versión estándar de la mano invisible, encontró reacciones tempranas y adversas de gran relevancia, como las de Federico List, que el cosmopolitismo reinante se encargó de menospreciar con éxito significativo: “El mundo literario deseaba un sistema de economía política, y el de Mr. Smith era el mejor en existencia. Dictado por un espíritu de cosmopolitismo, fue abrazado en la época de cosmopolitismo en que hizo su aparición. Libertad por todo el orbe, paz eterna, derechos de naturaleza, unión de toda la familia, etc., eran los temas predilectos de filósofos y filántropos. La liberta de comercio por todo el orbe iba en plena armonía con esas doctrinas. De aquí el éxito de la teoría de Smith. Además, daba un bonito consuelo a las naciones más débiles” .

El caso de los Estados Unidos, fuente inspiradora para las propuestas proteccionistas de List, no conforma ninguna excepción a la conflictiva búsqueda de la más adecuada economía de mercado:
“El debate sobre el tipo de capitalismo que es más conveniente practicar se remonta a la historia de Estados Unidos y se caracteriza por sus numerosos y agudos reveses. A comienzos del siglo XIX tuvo lugar una encendida polémica sobre el papel que debía representar el gobierno en la economía del país. Los demócratas se oponían a la intervención del gobierno, mientras que los Whigs creían que, en un capitalismo saludable, el gobierno debería constituir tan solo un telón de fondo. Para el gobierno federal suponía la iniciación de un sistema de coordinación nacional. Andew Jackson y más tarde Martin Van Buren se declararon contrarios a este plan. En cambio, John Quincy Adams y Henry Clay a su favor.

Desde entonces, la polémica ha resurgido varias veces. Su principal manifestación tuvo lugar durante la década de 1970 con la elección de Margaret Thatcher en el Reino Unido y en la de 1980 con la elección de Ronald Reagan en Estados Unidos. Durante los treinta años anteriores, con la aceptación general del New Deal, la ideología predominante entre los políticos consideraba que el gobierno debía representar un papel preponderante proporcionando la infraestructura de la sociedad capitalista. Además de autopistas físicas, esta infraestructura consistía en un sistema educativo y el apoyo a la investigación científica, pero también en reglamentaciones, sobre todo las que regulan los mercados financieros. A finales de la década de 1980, el sistema económico estaba extraordinariamente bien adaptado para superar cualquier trastorno. Por ejemplo, las S&L (Sociedades de ahorros y préstamos) quebraron en masa, pero el sistema de protección del gobierno pudo contener los daños macroeconómicos. El fallo costó dinero a los contribuyentes, pero en pocos casos les costó el empleo.

Pero entonces –y ésta es otra parte de esta historia-, la economía, como sucede siempre, cambió y se adaptó a las reglamentaciones en vigor. Después de la década de 1980, se reconoció la opinión general de que el capitalismo era un sistema económico desregulado libre para todos (free-for-all) y que quizá el terreno de de juego había cambiado, pero sus normas no se habían ajustado. Esta afirmación nunca había sido tan patente como en los mercados financieros y la historia que hemos relatado sobre el mercado inmobiliario es muy ilustrativa. Antes existían límites naturales para las hipotecas inmobiliarias. Los bancos comerciales y las cajas de ahorros tenían razón en adoptar precauciones cuando concedían una hipoteca. Probablemente sus titulares serían ellos mismos, pero cuando esto cambió, los bancos se convirtieron en los contratantes, pero no los tenedores, de las hipotecas. Pero la reglamentación no se ajustó para que las estructuras financieras reflejaran ese cambio.

La antipatía por parte del público hacia la reglamentación fue el motivo subyacente de su fracaso. Estados Unidos estaba enfrascado en una nueva visión del capitalismo y la gente creía que el juego se podía desarrollar sin restricciones. Había olvidado la lección duramente aprendida durante los años treinta: que el capitalismo nos puede proporcionar el mejor de los mundos posibles, pero solo lo hace si es el gobierno el que establece las normas y actúa como árbitro” .

Sin embargo, el ínfimo número de conservadores –al que hizo referencia Eisenhower- comenzó, desde los años cincuenta, a afinar la puntería en contra de dos instituciones, una política y la otra económica, ambas visibles en el ámbito de la economía política del Nuevo Trato. En el primer caso, el enemigo a vencer fue el Estado de Bienestar, democráticamente legitimado, en tanto la expresión más completa de las virtudes que acompañan a la intervención gubernamental enderezada en el propósito de edificar y consolidar una sociedad tan igualitaria como el capitalismo regulado lo permitiera, una intervención redistributiva de ingresos, oportunidades y resultados; en el segundo, se pretendía combatir el cuerpo de ideas que hacen del capitalismo desregulado (mercados competitivos) una fuente incesante de inestabilidad que incurre fatal y recurrentemente en el ciclo económico, transitando del auge a la depresión, en lo fundamental, por la debilidad e insuficiencia de las previsiones para oponer una respuesta cabal y completa a la incertidumbre, por las consecuentes fluctuaciones de la percepción que los agentes económicos pueden construir sobre el futuro del sistema económico y su inevitable reflejo en las decisiones de inversión, consumo, ahorro y... empleo . Ésta fue (y sigue siendo) una lucha en contra de las principales características del pensamiento keynesiano: “Sin la incertidumbre, Keynes es algo así como Hamlet sin el príncipe” . De estar Keynes en lo cierto, las diversas formas de intervención gubernamental no sólo serían un remedio a las crisis, para después de su superación jibarizarse, sino un requerimiento constante que, a fin de cuentas, tendría que producir otro tipo de capitalismo. El de la economía mixta.

En el frente político, el mantenimiento de la segregación racial, la percepción de la blanca como la raza avanzada, el fundamentalismo cristiano (preferentemente protestante) y la exaltación del individualismo, conformaban el credo conservador desde mediados de los años cincuenta; en conciencia plena de su escaso número, los apologistas del conservadurismo también comenzaron siéndolo de la violencia antidemocrática. Es esa la posición de William F. Buckley, fundador, en 1955, de la revista conservadora National Review. Reproduzco dos ejemplos:
“En efecto, si la mayoría pretende lo que resulta socialmente atávico, entonces puede que el hecho de contravenir la voluntad de la mayoría, aun siendo antidemocrático, suponga también un acto de ilustración. En este sentido, para cualquier comunidad y en cualquier lugar del mundo resulta más importante afirmar y llevar una existencia acorde con patrones civilizados que plegarse a las demandas de la mayoría numérica. Unas veces no cabrá hacer valer la voluntad de la minoría, en cuyo caso ésta habrá de ceder y la sociedad experimentará un retroceso; otras veces, la minoría numérica no podrá prevalecer sino recurriendo a la violencia, en cuyo caso la minoría habrá de decidir si la prevalencia de su voluntad merece el terrible precio de la violencia” .

“El general Franco es un verdadero héroe nacional. Suele concederse que él, más que ningún otro, combinaba el talento, la constancia y el sentido de que su causa era justa y resultaba necesaria para liberar a España de las manos de aquellos visionarios, ideólogos, marxistas y nihilistas que, en la década de 1930, habían impuesto sobre ella un régimen tan grotesco como para violentar la propia alma de España y para negar, incluso, la identidad histórica de este país” .

Poco importaba que aquel régimen grotesco fuera el gobierno español, democráticamente elegido y brutalmente derrocado por Francisco Franco. Un plazo relativamente breve alumbró importantes cambios. En menos de una década, los conservadores extremistas lograron convertir al Partido Republicano, que en un pasado inmediato albergó a conservadores moderados, en su propio hogar y postularon en 1964 a uno de los suyos, Barry Goldwater, como candidato presidencial. La nominación de Goldwater fue una respuesta anticipada, y mucho más que simbólica, a los preparativos y ulterior aprobación (1965) de la Ley de Derechos Civiles, inicialmente presentada como Derechos del Voto, diseñada en defensa de ese derecho para la población negra; aunque el candidato republicano fue claramente derrotado, no es un dato menor que en el estado de Mississippi –tradicionalmente racista- obtuviera el 87 % de los votos . El resultado electoral, abrumadoramente adverso en el resto del país, ponía en claro que el radicalismo conservador carecía, entre otras cosas, de base social; carencia que sólo pudo ser solventada hasta el despunte de los años ochenta, con el triunfo de Ronald Reagan.

¿Cómo logró sus avances el conservadurismo?; ¿qué rompió la convergencia hacia el centro, de republicanos y demócratas?; en fin, ¿qué tan resueltas están la cuestión racial y el aprecio por la gestión gubernamental, en los Estados Unidos? Hay una larga historia de conflicto entre el individualismo de los estadounidenses y los impulsos comunitarios que desarrolló una suerte de sectarismo protestante, desde el origen de esa nación. Puede decirse que los hábitos del alma, las mores que crean instituciones formales e informales, contienen a ambos elementos, más la desconfianza en el gobierno, sin que deje de ser visible, prácticamente en todos los casos, que las organizaciones comunitarias han mostrado formas diversas de intolerancia hacia los negros –y, en medida variante, hacia otras razas-, hacia las mujeres, los homosexuales y, destacadamente, hacia la acción gubernamental, a los efectos de la ampliación y profundización de los servicios públicos diversos y, más decididamente, a los efectos del cobro de impuestos progresivos para financiar dichos servicios.

Para la interpretación de dos importantes autores, durante un largo período existieron dos formas altamente diferenciadas de conservadurismo: El primero, se decantó por una militancia social, racista, machista, homofóbica y profundamente religiosa; en él, se cobijó la idea de un país WASP (blanco, anglosajón y protestante) como el único deseable. Sus orígenes y momentos estelares se hacen visibles durante el siglo XIX y se han venido expresando en las diversas etapas del nativismo blanco. El segundo, corresponde a un conservadurismo anti gubernamental; expresado en la apología de la actividad privada, del libre mercado, de la ausencia de controles y regulaciones oficiales y, como contrapartida, en un profundo desprecio al gobierno, a la recaudación de impuestos, a la expansión de la gestión y el gasto gubernamentales y a la burocracia responsable de ese accionar público .

La convergencia de ambas formas de conservadurismo se ha hecho acompañar de un notable adelgazamiento de los impulsos comunitarios y un incremento exponencial del individualismo, con la caída de organizaciones sociales, como los sindicatos, y el auge de la desconfianza y la adquisición de armas y otras formas privadas, como la creación de suburbios para las clases acomodadas, de seguridad individual .

El Antirradicalismo se refiere al temor sobre los efectos probables, aunque poco deseables, de extensión de la ideología radical de la Revolución Francesa; por ello se establece una norma que se opone a la importación de ideas y de agentes sediciosos.

La segunda etapa es de efectos más prolongados. La organización secreta Orden de la Bandera de las Barras y Estrellas originó el movimiento Know-Nothing; en realidad, un partido político que, a mediados de la década de 1850 había ganado elecciones de gobernadores en seis estados, la mayoría de nueve legislaturas estatales y tenían a 43 representantes en el Congreso; su origen fue un profundo miedo al catolicismo: “Tras 1815, la cada vez más acelerada inmigración procedente de Irlanda y Alemania empezó a moderar el carácter exclusivamente protestante de Estados Unidos. En el decenio de 1820, 62, 000 inmigrantes entraron en Estados Unidos desde Irlanda y Alemania. En el de 1840, casi 800, 000 llegaron sólo de Irlanda, y en la década de 1850, llegaron 952, 000 de Alemania y 914, 000 de Irlanda. El 90 % de los irlandeses y una parte sustancial de los alemanes eran católicos. Esta enorme afluencia reavivó los temores y las pasiones anticatólicas. Los norteamericanos se habían definido como un pueblo anticatólico y se sentían invadidos por el enemigo.  Este anticatolicismo se formuló a menudo en términos más políticos que religiosos. La Iglesia católica era considerada una organización autocrática y antidemocrática, y los católicos eran tenidos por gente acostumbrada a la jerarquía y a la obediencia que carecía del carácter moral debido en los ciudadanos de una república. El catolicismo era una amenaza para la democracia y, al mismo tiempo, para el protestantismo norteamericano.  Las acciones y los movimientos anticatólicos se intensificaron en los decenios de 1830 y 1840, e incluyeron la quema de un convento en Charlestown, Massachussets, en 1834” . El estallido de la Guerra de Secesión marcó el fin de los grupos anticatólicos explícitos, aunque los sentimientos que los animaban tuvieron una larga vida, si es que no han llegado hasta el presente. Huntington recuerda que: “... en 1898, los estadounidenses fueron llamados a la guerra para liberar a Cuba de la papista España” . Esta etapa encuentra un fiel reflejo en la película Gangs of New York, dirigida por Martín Scorsese, en la que se describe la intolerancia nativista frente a los inmigrantes irlandeses, entre 1846 y el inicio de la Guerra de Secesión.

La tercera etapa, también marcada por la oposición a la inmigración, responde a la presencia de un nuevo tipo de inmigrante, proveniente del sur y del este de Europa, frente a la que se logra el establecimiento de las bases administrativas para el control de la inmigración, contenidas en la ley de inmigración de 1891.

La cuarta etapa corresponde a un cuerpo de reacciones nativistas que se expresan antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial. Robert DeC. Ward interviene en el asunto con forma y tono pretendidamente definitivos: “Durante los años de la guerra diversos grupos raciales extranjeros en el país mostraron con claridad suficiente que sus simpatías no eran por los estadounidenses sino por europeos. Los antagonismos europeos, criados y alimentados en el exterior por siglos, llegaron a territorio de Estados Unidos. Quienes habían confiado en el Crisol de Razas para lograr la asimilación se dieron cuenta de que habían abrigado falsas esperanzas  De repente los estadounidenses se dieron cuenta del peligro de tener en su propio país un elemento de nacimiento en el exterior, o con uno o ambos padres de origen extranjero, que constituía un tercio de la población total y del cual una inquietantemente grande proporción era inadecuada para el servicio activo debido a su incapacidad de hablar inglés o debido a su inteligencia inferior” . Una quinta etapa, en la que el objetivo sea frenar la inmigración latinoamericana y caribeña está en curso y los indicadores de su existencia son diversos.

En todas las etapas del nativismo, además del ánimo antiinmigrantes, es notable el racismo dispensado a la población negra, incluso en el caso del más notable abolicionista de la esclavitud y en contra del llamado Melting Pot:
En 1858, durante el debate que sostuvo con Douglas, Abraham Lincoln no se muestra especialmente convencido de la homogeneidad del género humano: “No soy ni nunca fui partidario de instaurar de cualquier manera la igualdad social y política de las razas blanca y negra; no soy, y nunca fui, partidario de hacer de los negros electores o jurados ... Añadiré que entre las razas blanca y negra existe una diferencia física que, creo, impedirá siempre que ambas razas vivan juntas en una situación de igualdad social y política” .

El Crisol de razas (melting pot) tiene, por su parte, un añejo origen: En la década de 1780, Hector St. John de Crèvecoeur propuso el concepto de melting pot (crisol), para referirse a la asimilación de los inmigrantes en Norteamérica: “... los individuos de todas las naciones se funden en una nueva raza de hombres, mezcla entre ingleses, escoceses, irlandeses, holandeses, alemanes y suecos y el nuevo americano deja atrás todos sus antiguos prejuicios y costumbres y recibe otros nuevos a partir del nuevo modo de vida que adopta, el nuevo gobierno al que obedece y la nueva categoría que ocupa” . Muchos años después, en 1908, Israel Zangwill publicó la obra de teatro The Melting Pot, en la que extendió la mezcla incluyendo a “... celtas y latinos, eslavos y teutones, griegos y sirios, negros y amarillos, judíos y gentiles. El crisol implica la creación de una nueva cultura común en la que todos se unirán para construir la República del Hombre y el Reino de Dios” .

La tolerancia que implicaba la construcción del crisol, auténtica sopa multicultural, tendió a declinar muy tempranamente, entre otras cosas, porque razas, religiones, mores y culturas distintas comenzaron a percibirse como amenazas ciertas a los hábitos y dominancia WASP.

El hecho consistente en que la Constitución de los Estados Unidos prohíbe al gobierno federal establecer una religión oficial y que existe una observancia total y absoluta del principio de separación de la Iglesia y el Estado, entra en tensión con la no prohibición para que los estados que componen la nación sí establezcan una religión estatal, con el lema nacional, In God We Trust, y con la tradición de la toma de posesión presidencial, jurando la Biblia y no la Constitución; el resultado es un hecho trascendental: En los Estados Unidos existe un nivel de religiosidad mayor que en casi todos los países europeos que tienen una religión oficial .

En opinión de Fukuyama: “El carácter voluntario y empresarial de la vida religiosa estadounidense explica cómo fue posible que el compromiso religioso se renovara a través de largos períodos, resistiendo las fuerzas importantes de la secularización. Las Iglesias más antiguas y firmemente establecidas, cuyos ministerios se habían vuelto rutinarios y cuyas doctrinas se fueron tornando más latitudinarias, se veían desafiadas en forma constante por nuevas sectas fundamentalistas, con más altos niveles de exigencia para quienes querían unirse a ellas. Cuando la asociación a una Iglesia exige un alto precio en términos de compromiso afectivo y cambios de estilo de vida, se crea un fuerte sentimiento de comunidad entre sus miembros. Así como la infantería de marina de los Estados Unidos, con su estricta disciplina y su exigente entrenamiento básico, engendra mayor lealtad y espíritu de cuerpo que el ejército de ese país, así también las Iglesias fundamentalistas tienen feligreses con un compromiso más apasionado que las Iglesias más liberales de las primeras ramas del protestantismo” .

En el crepúsculo de los años cincuenta comienza a hacerse visible una ruptura del equilibrio entre individualismo y comunitarismo, notablemente adverso para el segundo, con efectos sociales relevantes:
“Las comunidades morales que constituían la sociedad civil estadounidense a mediados de este siglo, desde la familia y los vecindarios hasta las Iglesias y los ámbitos laborales, han sido marcadamente hostigadas, y una cantidad de indicadores sugerirían que el grado de sociabilidad general ha declinado. El deterioro más evidente en la vida comunitaria se nota en la desarticulación de la familia, con el constante aumento de las tasas de divorcio y de la cantidad de familias a cargo de un solo padre registrada desde fines de la década de los 60. Esta tendencia tiene consecuencias económicas muy claras: un marcado incremento de la pobreza, asociada con la figura de la madre sola a cargo de una familia. Para ser exactos, la familia es otra cosa que la comunidad. La familia estadounidense siempre ha sido más débil, en muchos aspectos, que sus equivalentes de China e Italia y, en cierto sentido, esto ha resultado más una ventaja que una desventaja económica. Pero la vida familiar estadounidense no se ha deteriorado a causa del fortalecimiento de otro tipo de vida societaria. Tanto las relaciones familiares como las comunitarias están decayendo” .

La participación en las asociaciones de carácter voluntario, la concurrencia a las diversas iglesias, la afiliación sindical, la participación en asociaciones de padres y maestros, la membresía en diversos clubes y en organizaciones como los Boy Scouts y la Cruz Roja, en todos los casos muestran una considerable disminución, con un efecto muy significativo en los grados de confianza recíproca.

El resultado no es otro que la reducción sostenida del éxito de la acción colectiva general, sometida a los avances de los grupos de interés económico y político. Organizaciones de mucho mayor poder y mucho menor tamaño infiltradas en casi todos los ámbitos de la vida económica y pública de la nación, capaces de crear necesidades que ellas mismas habrán de satisfacer o de imponer decisiones políticas y militares a los gobiernos, siempre que les beneficien; capaces, también, de distraer la atención colectiva de los asuntos relevantes y conducirla a sumarse a sus particulares intereses. El peso desproporcionado que la religión y el dinero tienen en las campañas políticas de los Estados Unidos, por ejemplo, ha permitido que la derrota del comunitarismo a manos del individualismo, beneficie claramente a estos grupos de interés, tradicionalmente ligados al más recalcitrante conservadurismo. Paradójicamente, quien mejor podría proteger al interés general de los intereses restringidos, el Estado, es por quien menor simpatía, si alguna, siente el común de los estadounidenses, salvo en el recurrente tema de la defensa militar.

En sintonía con su afición conservadora, Francis Fukuyama encuentra las causales de la derrota del comunitarismo en... ¡la intervención del Estado! Desde la construcción de conjuntos de viviendas sociales; la ampliación del Estado Benefactor; la defensa de los derechos de quienes, por razones de raza, religión, preferencias sexuales, sexo y nivel socioeconómico, era excluidos de algunas “organizaciones comunitarias” (como los Boy Scouts excluían a los no cristianos, a las mujeres y a los homosexuales), defensa que incluyó los Derechos Civiles (1964), los Derechos al Sufragio (1965) y los de expresión; todo ese espectro de intervención gubernamental, en opinión de este autor, ha resultado adverso a la vida comunitaria. En el tema de la defensa de los derechos, el tratamiento es indefendible: “A pesar de que cada uno de los pasos dados era justificable, sobre la base de los principios igualitarios básicos vigentes, el efecto acumulativo y no intencionado fue que el Estado pasó a convertirse en el enemigo de muchas instituciones comunitarias [...] Lo perverso de esa cultura de los derechos es que dignifica, con un alto propósito moral, lo que a menudo terminan siendo mezquinos intereses o deseos personales” . Como se analiza a continuación, Fukuyama se inserta, desde otro frente, en el conservadurismo económico de Milton Friedman, quien imagina que una invencible tasa de desempleo natural es el resultado de la intervención del Estado de Bienestar, al establecer salarios mínimos, seguro de desempleo y la prioridad del pleno empleo. Deshonestidad intelectual pura y dura.

El cine, la televisión e internet, porque los dos primeros implican la comunicación en una sola vía, y porque el tercero implica el aislamiento y la lejanía entre los usuarios, también tienen culpa, según Fukuyama, del auge creciente del individualismo. En su opinión, la destrucción creativa, como Joseph Schumpeter describía al capitalismo, y que en la actualidad ha potenciado exponencialmente ambas capacidades (la primera muy por delante), es inocente de toda afectación a la vida comunitaria o, en el peor de los casos, no es más culpable de lo que pudo haber sido, desarraigando a los trabajadores, durante el siglo XIX.

Por fortuna, se dispone de otra opinión: “Resulta curioso que los mismos pensadores de derecha que sostienen que los Estados son impotentes en la vida económica pusieran tantas esperanzas en la actuación estatal en ingeniería social. Todavía más incoherente es que el pensamiento de la <<nueva derecha>> que, al igual que el marxismo corriente, sostiene que los cambios económicos determinan el comportamiento, descuide tan sistemáticamente los efectos de liberar el mercado sobre el matrimonio, la familia y la incidencia de la criminalidad” .

Los avances del individualismo, la acrecentada sospecha colectiva sobre los actos del gobierno, especialmente los relativos a la fiscalidad, y la conversión del Partido Republicano en el hogar del conservadurismo radical, fueron los elementos que le otorgaron la base social de la que había carecido, prácticamente desde la conclusión de la Segunda guerra Mundial.


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