BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO

Mauro Beltrami




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LA HOSPITALIDAD EN GRECIA

Como ya ha sido mencionado, uno de los factores que ha contribuido notablemente al desarrollo de los viajes dentro de la civilización griega, ha sido la hospitalidad. En épocas de leyes no escritas, la vida social entre pueblos ya consideraba el tema de la hospitalidad y, con el paso del tiempo, esta institución pasaría a formar parte de las leyes de las polis.

Los ciudadanos griegos se caracterizaban, por lo general, por ser hospitalarios con los forasteros no hostiles, brindándoles alimentación y un lugar para pasar la noche. Zeus protegía al fugitivo que suplicaba clemencia y amparo, y al extranjero que no poseía derechos legales, pero que gozaba como huésped del amparo que consagraba la religión.

Ya en la Odisea homérica existen pasajes que muestran la hospitalidad como costumbre común a los griegos, como cuando a Telémaco y Pisístrato Nestórida los sorprendió la noche tras haber emprendido viaje partido de Pilos: “Poníase el sol y las tinieblas empezaban a ocupar los caminos, cuando llegaron a Feras, a la morada de Diocles (…). Allí durmieron aquella noche, pues Diocles les dio hospitalidad” . No es allí en el único pasaje de la Odisea en donde se manifieste la hospitalidad al viajero. Pueden observarse otros en donde se realiza una descripción detallada del modo en que se efectuaba esta práctica, desde que el forastero llegaba a la vivienda de algún residente. Este brindaba al viajero una serie de servicios, que se ofrecían, preferentemente, con anterioridad a las preguntas acerca de la ciudad de origen del forastero o de las motivaciones que lo habían llevado a emprender el viaje. Al llegar a Lacedemonia, a la mansión de Menelao, Telémaco y Pisístrato fueron recibidos hospitalariamente, brindándoles allí no sólo atenciones a ellos, sino también a los caballos. “Al punto, desuncieron los corceles, que sudaban debajo del yugo, los ataron a sus pesebres y les echaron espelta, mezclándola con blanca cebada, arrimaron el carro a las relucientes paredes e introdujeron a los huéspedes en aquella divina morada. (…) [Los huéspedes] fueron a lavarse en unos baños muy pulidos. Y una vez lavados y ungidos con aceite por las esclavas, que les pusieron túnicas y lanosos mantos, acomodáronse en sillas junto al Atrida Menelao. (…) La venerada despensera trájoles pan y dejó en la mesa buen número de manjares (…)” Menelao, el dueño de casa, les diría entonces a sus huéspedes que “… después que hayáis comido os preguntaremos cuales sois de los hombres” .

Claramente, se observa que la hospitalidad era un deber difundido dentro del mundo griego, lo cual se desprende de las propias palabras de Melenao: “También nosotros, hasta que logramos volver acá, comimos frecuentemente en la hospitalaria mesa de otros varones; y quiera Zeus librarnos de la desgracia para en adelante” . Puede verse, igualmente, que requerir hospitalidad era una situación incómoda, y que por ello se debía brindar de modo que los huéspedes se sintieran cómodos. Así, el huésped era objeto de todo tipo de atenciones: vienen muchachas a lavarle los pies o a bañarlo, le aplican ungüentos y hasta le ofrecen ropa nueva, se les brinda alimento y alojamiento –si es que lo requiere- y, en ocasiones, se le obsequia un presente.

El paso del tiempo no modificó el deber moral que tenía el griego hacia el huésped. La hospitalidad continuó teniendo un sentido sacro, pues Zeus se encargaba de devolver el mal a quién ofendiese al huésped.

La hospitalidad era practicada principalmente por los atenienses. Si se realiza un alto en el siglo V, se observa que la hospitalidad tradicional había disminuido mucho desde los tiempos homéricos; pero aún así continuaba siendo una virtud ateniense: los extranjeros eran bien recibidos aún sin presentación, y si traían cartas de algún amigo en común, se les ofrecía lecho y mesa y, ocasionalmente, regalos al partir.

La crisis espiritual que la religión griega sufrió durante la segunda mitad del siglo VII y en el VI, la cual es digna de mencionar por varios aspectos; en éste caso particular, vinculados al aumento de los viajes religiosos y la hospitalidad. Como se ha mencionado, a partir de entonces los oráculos fueron cobrando importancia sucesiva. Estos no sólo se dedicaron al aspecto político y religioso, sino que intentaron influir sobre el terreno moral, de diferentes maneras. En ciertas ocasiones, el oráculo predicó tanto el respeto a los juramentos como los deberes de hospitalidad.

Pero no todas las ciudades griegas compartieron el sentimiento de hospitalidad hacia el forastero. El régimen espartano se caracterizó por ser muy poco hospitalario con los viajeros, los cuales en raras ocasiones eran bien recibidos. Con frecuencia, se les daba a entender que sus visitas debían de resultar breves y, dado el caso de que su estancia se prolongase demasiado, la policía se encargaba de llevarlos a la frontera. Esto se lo puede comprender a partir de la valoración general que existía en Esparta acerca del viaje, del cuál se temía que fuese un medio para contagiar a la sociedad de lo extranjero. Por lo tanto, también el régimen espartano tenía restricciones para aquellos ciudadanos que decidieran viajar al extranjero. Estaba prohibido viajar al extranjero sin permiso del gobierno y, para ahogar una curiosidad que pudiese aumentar la propensión a viajar, se les infundía a los ciudadanos un sentimiento de arrogante exclusivismo nacional para que se creyera imposible una influencia positiva de otras tierras.

Cabe mencionar también que la hospitalidad griega, particularmente la ateniense, tuvo consecuencias negativas o indeseadas. En Atenas, el huésped invitado disponía de amplias libertades y atenciones, entre lo que se encontraba, incluso, el privilegio de llevar consigo a algún otro no invitado. Pero ésta libertad dio nacimiento a una clase de parásitos (parasitoi), palabra que originariamente se aplicaba al clérigo que comía el “trigo de” las provisiones del templo.


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