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OTIUM SINE LITTERIS MORS EST ET HOMINIS VIVI SEPULTURA (LAS PRÁCTICAS DE OCIO DURANTE EL ALTO IMPERIO ROMANO)

Maximiliano Emanuel Korstanje


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La vida cotidiana y el ocio en Roma

“Ciudad inmensa era Roma, con sus tintas cálidas de mediodía y respirando el orgullo de su poderío imperial; pero debemos guardarnos de atribuir a aquella densísima aglomeración de gente viva una solemnidad coreográfica y de maneras, olvidando que los hombres son hombres, y las ciudades, ciudades” (Paoli, 2007:49). Imaginar las formas que los antiguos conservaban para el ocio (otium) exige un esfuerzo particular ya que si bien ciertos conceptos puedan sonar análogos su sentido era hartamente diferente al conservado por las modernas sociedades occidentales. Uno de los placeres más codiciados por los romanos, era el banquete. La cena nocturna era considerada un premio al esfuerzo matutino. En ese ritual, se dejaban a un lado las convenciones y las obligaciones de estatus. Por lo general, se llevaban a cabo recostados sobre ciertos lechos, ya que alimentarse en una mesa era señal de un bajo escalafón social. Sin embargo, no todos los banquetes eran un asunto público. En forma elocuente, Suetonio nos cuenta que muchas familias de notables entre ellos Octavio-Augusto festejaban en forma secreta “el banquete de las doce divinidades”, en el cual los invitados se disfrazaban de dioses y diosas dando lugar de esta forma a verdaderas orgías en donde circulaban los alimentos, vino y excesos de todo tipo. En épocas de escasez esta clase de fiestas se llevaban a cabo en forma encubierta y solapada ya que eran muy mal vistas por los sectores populares. (Suetonio, Augusto, LXX) .

La arquitectura en Roma destinada a la concreción del ocio ha de haber sido cosa sería también, según la información que manejamos entre los primeros templos que se construyeron en Roma tenemos el templo de Jano, el de Vesta, y el Foro. Este último estaba recorrido por la cloaca Máxima, la cual llegaba hasta el mismo río Tiber. Si bien su aspecto fue cambiado en varias ocasiones, el Foro fue el núcleo de la vida pública romana (además de funcionar como un gran mercado -macellum). Al respecto, Paoli explica “El Foro se transformó; fue adquiriendo cada vez más la magnificencia monumental que demuestran hasta hoy importantes reliquias. El mayor esplendor del Foro empezó con César” (Paoli, 2007: 14). Luego, cada regente contribuía a aumentar y embellecer el Foro. La calle principal era llamada via Sacra, la cual partía del Sacellum Streniae pasando por la Velia hasta llegar al Foro. La vida pública en el Foro terminaba a la hora quinta. Desde la salida del sol a la hora décima ya el paso de vehículos estaba restringido. El profesor Paoli, nos explica, que la cantidad de personas que se congregaban en el lugar era “enorme”. Asuntos públicos, empresas privadas, cambistas, prestamistas, abogados, pompas fúnebres y causas de Estado se fundían en lo que indudablemente fue el corazón de la ciudad durante todo el Alto y el Bajo imperio.

“La vida matutina del Foro concentraba el movimiento y resumía todos los aspectos de Roma; los más dispares y contrastantes. En los otros lugares, no era así; al contrario, cada uno de ellos tenía su fisonomía singular, según el tipo de gente que más lo frecuentaba o habitaba; había las calles de los ricos y la de los pobres; los distritos suntuosos y los rincones sucios. Se podían encontrar las personas finas junto al templo de Diana en el Aventino, meta del paseo favorito de los romanos, o en la cercanía de los Saepta, en el campo de Marte, por las tiendas de lujo; no ya en el Velabro o en la Susurra. Burdeles, encrucijadas, callejones, y las callejuelas bajo las murallas tenían por todas partes mala fama y eran poco seguras” (ibid: 18).

Hacia la octava hora, la actividad de las oficinas había llegado a su fin. “Entonces de todas partes acudía al Foro una muchedumbre de ociosos, y allí se estaba horas y horas dando vueltas por entre tantos monumentos hermosos, para divertirse y pasar el tiempo” (ibid: 20). Durante la época imperial, la Saepta se convirtió en el lugar obligado de ostentación y compra pecuniaria. Los ricos y los patricios, se congregaban para adquirir esclavos de lujo, telas caras, y chuchearías varias. Su contratara, eran las calles del barrio Susurra en donde se ejercía la prostitución. Se aconsejaba a los jóvenes no asistir a estos burdeles hasta que no recibieran su toga, símbolo de madurez. Otras fuentes, sugieren una doble moral para con la prostitución. En realidad, explica Robert, las cortesanas frecuentaban los grandes espectáculos en busca de candidatos y su actividad no era proscripta por la ley. No obstante, recurrir a los burdeles tampoco parecía ser un acto de adulterio como hoy se lo comprende. Para el hombre romano, existían dos tipos de mujeres, aquellas destinadas al placer sexual como ser esclavas, libertas y prostitutas por un lado, y vírgenes, madres por el otro. Esta misma tensión que se observaba en la vida diaria, está vinculada a la doble figura mítica de Venus (Afrodita) que ya hemos mencionado. Por lo pronto, incurrir con una prostituta no parecía ser en tiempos de Imperio, una falta que requiera una sanción moral mientras que por el contrario, tratar a una dama como a una mujer fácil implicaba una fuerte condena social (Robert, 1992:208-209).

Los visitantes extranjeros (peregrinos) seguramente quedaban anonadados con el Templus Urbis, la más ostentosa y grandiosa construcción dentro de Roma, decorados sus caminos con extraños mosaicos, y sus ciento cincuenta columnas de granito y pórticos, recordaba a los romanos y a los extranjeros, la voluntad de los dioses de haber guiado a Roma por los caminos del Imperium (Paoli, 2004: 23). El campus Martius se conformaba como una extensa llanura verde en donde los ciudadanos disfrutaban y se relajaban luego de una extenuante jornada de trabajo. “La juventud Masculina se reunía allí para adiestrarse en los ejercicios deportivos; luego también fue de muy buen agrado la juventud femenina. Y todos iban a tomar aire, a calentarse, a ver. El paseo por el Campus Martius era el honesto, dulce atractivo que la metrópoli ofrecía a su pueblo” (ibid: 40-41).

Los ciudadanos, sobre todo los aristócratas mostraban un notable apego a los metales preciosos; tanto dentro y fuera de Roma, las casas estaban decoradas con adornos de oro y plata, así como los vasos y las vasijas. En efecto, cuenta Tito Livio que a los pueblos sometidos los generales obligaban a entregar toda clase de tesoros, joyas y metales preciosos que eran inmediatamente enviados a las ciudades principales del imperio (Liv. XXI, 60) (Liv. XXXIV, 43). La forma de vestir romana, similar a la griega, exigía al hombre usar cabello recortado mientras la mujer lo usaba largo. Uno de los aspectos, que mayor atención parece haberle causado al geógrafo griego Estrabón cuando visitó el norte de Hispania, fue que las mujeres fueran a la batalla en conjunto con los hombres, la herencia se realizara por línea femenina, y los hombres llevaran cabellos crecidos (evidente signo de femineidad). (Blázquez, 1989:161). Ahora bien, en Roma y sus adyacencias la vestimenta era un símbolo de estatus que diferenciaba a los grupos sociales. La barba se comenzó a llevar afeitada a partir del siglo III AC, en épocas de Escipión el africano. Se asume, que por defectos personales en su cara, el emperador Adriano llevaba la barba crecida, y que entonces a partir de él hasta Constantino, fue moda que los hombres usaran barba. Las mujeres por su parte, eran presa de todo tipo de peinados y vanidades, pero había exclusivamente una de la cual pocas patricias podían escapar; a saber que ésta moda consistía en teñirse los cabellos de rubio con sapo o spuma batava, y en ocasiones colocarse extensiones de cabellos rubios provenientes de las melenas nórdicas o germanas. En efecto, el pelo de los nórdicos era altamente codiciado en el mundo de la moda y las vanidades romanas (Paoli, 2007: 169-174). En este punto, los germanos representaban ambiguamente (como veremos más adelante) tanto lo bueno que Roma había perdido como la valentía y el honor, y lo malo de lo cual se los vinculaba con lo salvaje y lo animal.

En apego de las mujeres por las joyas, y los vestidos llegó a ser tal, que en épocas de Augusto, esté promulgó que ninguna mujer pudiera llevar perlas si no estaba casada y con hijos. Esta medida, tenía como objetivo aumentar la natalidad, y reducir el celibato que ya en ese entonces hacía estragos en la moral de Roma. Emancipadas de la autoridad patriarcal de las que habían estado sometidas en el pasado, las mujeres (llegado el Imperio) no sólo practicaban abortos sin comunicárselo a sus maridos, sino que además se entregaban a los rituales de seducción más complejos. Aún sin entrar en el terreno del adulterio, la dama romana ponía a su disposición todos los recursos para no pasar desapercibida en una reunión pública o privada. La belleza se convirtió así en una forma de poder para el género (Robert, 1992:192).

Los senadores, usaban una especie de zapato al cual llamaban calceus. El ciudadano romano, al llegar a los 21 años (adulescens) se disponía a vestir un manto de lana que simbolizaba la libertad al cual llamaban Toga . Las mujeres, por su parte, llevaban una túnica acompañado de un manto rectangular también conocido como palla. Los colores de la toga variaban acorde al estatus del ciudadano, los emperadores y su familia real llevaban el color púrpura, los conquistadores vestían la toga blanca bordados con palmas de oro, los magistrados y “los niños” (por llamarlos de alguna forma) la llevaban adornadas con tiras púrpuras. En cuanto a la gastronomía, podemos señalar que el “agri-dulce” era el sabor que más predominaba en la cocina romana. “Los romanos gustaban mucho de la torta de garbanzos, y el que iba a venderlas por las calles hacia negocios de oro.” (Paoli, 2007:51). Los romanos no acostumbraban a charlar durante la primera comida, si lo hacían durante el comisattio. En este segundo rito la pauta principal apuntaba a la ingesta de vino (Veyne, 1985).

La cena con invitados despertaba toda clase de ostentaciones y encargos para impresionar a los huéspedes. Se decoraban las casas con los mejores muebles, y las mujeres vestían sus mejores joyas. Paoli, sobre esto sostiene “de las mesas, que eran los muebles más hermosos de la casa, y de las cuales se mostraban los hombres tan ambiciosos como las mujeres de las joyas … La mesa que servía a los comensales cómodamente echados en los lechos triclinares, era redonda; en ella eran puestos los manjares y un recipiente con el vino (lagoena): los comensales se podían servir a su voluntad. También el salero (salium) quedaba siempre a su disposición, y la botella del vinagre (acetabulum). Para sostener los platos con los manjares, se usaba un mueble especial llamado repositorium... los comensales comían echados de través con el codo del brazo izquierdo apoyado en un cojín y los pies vueltos hacia la derecha” (Paoli, 2007: 144-145)

Al comer, el romano cuidaba no mancharse ni sus vestiduras, ni las manos o la cara, tomando con la punta de los dedos la comida. Esta forma era muy cuidada, ya que era signo de estatus y delicadeza (elegancia). Cada asistente, llevaba al banquete un esclavo de su confianza, el cual tenía como función asistir a su amo en todas sus directivas. Asimismo, que existía una competencia entre los asistentes por quien se presentaba con el esclavo más “bello” y “joven” (puer ad pedes) (ibid: 147). Paoli señala que la cena se componía de tres momentos bien distintos. El primero, estaba destinado a la gustatio, en el cual se servían manjares ligeros para estimular el apetito. Luego, venía el segundo momento, la cena propiamente dicha o ferculum, durante la cual se servían grandes cantidades de vino. La última etapa era la secundae mensae o lo que hoy conocemos como postres. También se lo conocía con el nombre de comisattio, y se servían comidas picantes para desarrollar la sed. Este era el momento, en el que el comensal bebía mucha cantidad de vino y agua. La comisattio, implicaba que se realizaran numerosos brindis, en ocasiones en honor al poder político o en algunos de los que asistían. Con un detalle que asombra pero también habla de su erudición, Paoli nos cuenta “la manera más común de hacer un brindis a un presente era ésta: se llenaba de vino la copa, se bebía de un trago a su salud y se mandaba llevarse la copa, nuevamente llena de vino, para que él bebiera a su vez. En aquella embriaguez de la vida, recordar la necesidad de la muerte era a un mismo tiempo admonición e invitación a gozar. Y había quien bebía alegremente en copas de plata” (Paoli, 2004: 149-150)

En la mayoría de los casos, los médicos recomendaban vomitar no como una forma de gula, sino para poder llegar con un mayor espacio y resto al comisatio. El carácter sagrado de la cena, obligaba a los asistentes a pasar por cada una de sus tres etapas; el hecho de no hacerlo implicaba un desprecio tanto para el anfitrión como para las deidades invocadas en tal evento. Por último, cabe mencionar que durante la cena, se recitaban poemas, cuentos (comentados por esclavos, poetas, moriones o bufones) y otros menesteres que entretenían (en ocasiones) a los comensales, aunque también existen testimonios que nos hablan de lo aburridas que podían llegar a ser estas reuniones. Todo dependía del contexto, el momento, y la unión entre el anfitrión y el huésped. Es de suponer que durante la era imperial, esta clase de eventos aumentaron significativamente acorde también aumentaba el poder, la riqueza y el prestigio de Roma. Esta forma de rituales, posiblemente hicieron más asimétricas las distancias sociales entre los grupos que conformaban la sociedad, sobre todo amos y esclavos. La simbolización y la puesta en escena que implicaba un banquete nos hace relacionar a este evento con una pieza teatral. En él se tejían inmensas y profundas tramas simbólicas en donde estaban en juego el temperamento, el rango social, estatus y el prestigio inherente a los valores culturales de la época.

En forma ilustrativa, el profesor Jean Noel Robert explica “es exacto, que para una gran parte de la población, la cena después del baño, se convirtió en un momento privilegiado, en uno de los placeres de la existencia del que todos supieron sacar provecho en función del respectivo temperamento, rango social y cultura. Fue así como la cena, de acto cuasi religioso que era, se convirtió en una verdadera ceremonia, una celebración en la que la alimentación no constituía más que uno de los elementos. Como hemos visto, la cena era una auténtica pieza teatral en la que cada uno representaba su papel. En aquel microcosmos que era el comedor, el maestro del banquete era el dueño del universo y mandaba en los elementos. Las diversiones ofrecidas por los bufones, los danzantes, los músicos no bastaban; todos participaban como actores: los esclavos cantaban y servían los platos como en un ballet; los invitados jugaban a los dados y a veces se dejaban llevar por los placeres del amor y el sexo. Este mundo cerrado y teatral se beneficiaba incluso, en algunos casos, de una maquinaria, como en las mansiones de Néron y Trimalquión. … la cena pues, constituía un placer para todos los sentidos reunidos; un placer total, pero un placer espectáculo” (Robert, 1992:148-149).

En ciertas regencias (sobre todo la Claudia), estuvo de moda organizar batallas de gladiadores durante las cenas, aunque esto no era aprobado por todos, y con el devenir del tiempo cayó en desuso; sobre todo por encarnizadas que podían resultar las contiendas. Nos cuenta Paoli que “El emperador Claudio, avidísimo de espectáculos sanguinarios, se mostraba siempre propenso a hacer degollar al gladiador caído; y mucho más si era un retiarius; porque los retiarii luchaban con el rostro descubierto y a Claudio le agradaba mucho observar las contracciones y la súbita palidez en el rostro de los moribundos” (Paoli, 2007:365). Por otro lado, en cuanto a sus manjares y gastronomía, durante la era imperial, los romanos no escatimaron ni gastos ni esfuerzos por hacer de sus comidas y banquetes los más elaborados y preparados. Usualmente, se hablaba días enteros de los banquetes que un anfitrión ofrecía a sus invitados. Por ese motivo, no es de extrañar que en estos eventos se pusiera en juego el estatus social de todos los que allí participaban. Afirma, Paoli, “los goces del banquete eran preparado con sabiduría metódica y con previsión” (Paoli, 2007:131).

En efecto, el gusto de los romanos antiguos versaba por el consumo de pan, y sus derivados, panis acerosus (pan negro), panis secundarius (pan blanco) y panis candidus (pan de lujo). Cada plato en ocasiones, era servido invocando algún signo en el zodiaco y cada animal tenía una importancia mayor dependiendo de su origen y proveniencia geográfica. Así, los mejores pavos reales no podían venir de otro lado que no sea de Samos; el Faísan de las orillas del Fase, los cabritos de Ambrasia, los atunes de Calcedonia, las ostras provenían de Tarento, los jamones de la Galia e Iberia entre otros (Robert, 1992:141). También disfrutaban de todo tipo de preparaciones hechas con legumbres como garbanzos, habas, lentejas y diversas hortalizas como lechugas, alcachofas, espárragos, col y puerro. Misteriosamente, a pesar de lo que algunos sostienen, los tomates eran casi desconocidos para estos eximios agricultores. En cuanto a las frutas, luego del VI AC, se incorporaron a la gastronomía, las manzanas (mala), peras (pira), ciruelas (pruna) y cerezos (cerasa). De Armenia, los romanos habían importado el Albaricoque (malura Armeniacum), el cual consistía en diversos platillos de ciervo y picadillo de lomo de cerdo. En efecto, con respecto a las carnes, el buey, el ciervo y el cerdo eran de las preferidas por los antiguos. (Paoli, 2007:136)

Los pescados hacían su aparición en los más selectos y populares banquetes. “En general se hacía en Roma gran consumo de pescado; desde los pececitos conservados en salmuera (gerres, maenae, etc) cosa barata que se despachaba entre el pueblo bajo, hasta los más buscados, como el rodaballo, los salmonetes, especialmente si eran muy gruesos; el escaro (cerebrum lovis paene supremi, lo llama Enio), el Esturión, etc” (ibid: 137). En este sentido, el garum era un producto excesivamente codiciado y preciado por los cocineros de la época. Cuenta el profesor Paoli que “por una escrupulosa receta que se nos ha conservado en un manual griego de agricultura nos enteramos de que ante todo se preparaba el liquamen, esto es, se ponían en un recipiente las entrañas de los peces mezclando en ellas pedacitos de pescado o pescados menudos, y se mezclaba todos hasta convertirlo en una pasta homogenea. Esta pasta se exponía al sol y se agitaba y batía a menudo para que fermentase. Cuando, por la acción del sol, la parte líquida se había reducido mucho, se inmergía un cofín en el recipiente lleno de liquamen. El líquido que lentamente se filtraba en el cofín era el garum …el buen sabor de los manjares dependía en gran parte de la habilidad del cocinero en dosificar el garum. Bastaba a veces una cantidad insignificante; un par de huevos con alguna gotita de buen garum, he aquí un manjar sencillo y delicioso”. (ibid: 138)

El dios Baco era la divinidad invocada para esta clase de eventos; algunos romanos lo asociaban con los placeres y la sociabilidad. El vino debió presente en todos los encuentros y festines como signo de hospitalidad y placer . Tal es el caso, que cuentan los contemporáneos como Suetonio, que Julia tras ser castigada y desterrada por su padre el Emperador Augusto, se le prohibió la compañía de sus hijos, y el uso o ingesta de vino “y de todas las comodidades” de la vida romana a la que ésta estaba acostumbrada. (Suetonio, Augusto, LXVII). Diferente a los banquetes, se tornaba el clima en las tabernas. En los ocasos, los romanos se agrupaban en esta clase de lugares para encontrarse con sus colegas o compañeros de oficio (collegia). Según el profesor Veyne, el poder imperial intentó por todos los medios que las tabernas no ofrecieran alimentos, ya que estas reuniones parecían molestar al poder político. Habría que imaginarse entonces, que los intereses de estos pequeños grupos o estaban en contraposición con los patricios o no eran demasiado claros. Como no podía ser de otra manera, la entrada de mujeres a las cofradías estaba terminantemente prohibida. De cierta forma, es posible ver en este tipo de reuniones el caldo de cultivo para futuras revueltas o protestas (Veyne, 1985). Explica Suetonio, que en épocas de Tiberio, los ediles recibieron órdenes expresas del emperador de prohibir las ventas de alimentos (pastelitos) dentro de estos lugares. (Suetonio, Tiberio, XXXIV)

Las tabernas, eran en efecto, los establecimientos más concurridos por la clase pobre de las grandes urbes. Estas las había en grandes cantidades ubicadas en los barrios bajos de la ciudad como así también en las cercanías de los grandes estadios, anfiteatros donde se llevaban a cabo las luchas de gladiadores. En la mayoría de los casos, los taberneros acudían a estas monumentales construcciones en búsqueda de animales muertos en la arena, que pudieran servir a un bajo precio en forma de caldo o plato para sus comensales. Sólo por dos ases, ladrones, vagabundos, esclavos, asesinos y legionarios sin empleo podían acceder a un plato compuesto por carne de jabalí, ciervo, mezclado con garbanzos u otras hortalizas. Particularmente, el vino corría por doquier y los asistentes danzaban o cantaban excitados por sus efectos hasta que todo terminase en una gresca callejera con muertos y heridos. Con el transcurrir del tiempo, y la transformación edilicia de la ciudad, las tabernas comenzaron a ser concebidas como espacios de confabulación política (sobre todo durante la dinastía Claudia). Descubrimientos arqueológicos de tabernas en Pompeya han demostrado varías inscripciones con alusiones directas a los emperadores y sus políticas, hecho que nos hace pensar que las razones de los príncipes para restringir las actividades que se llevaban a cabo en estos lugares parecían sustentadas. (Robert, 1992:52)

Los negocios o mejor dicho tiendas, daban mucho dinero y eran muy rentables. Se identificaban, con un epígrafe que simbolizaba la actividad en cuestión y ayudaba a potencial comprador a identificar la mercadería. Así, los cuchilleros mostraban en sus relieves sus herramientas de trabajo, los vinateros, tazas y jarros; los polleros, gallos y gallinas y las tabernas figuras de bebedores etc (Paoli, 2007: 53). Otro de los grandes eventos en la vida cotidiana del romano, eran los baños. Estos espacios eran públicos y generalmente no existía una división jerárquica por estatus tan marcada. Tanto pobres como ricos se encontraban en los grandes baños públicos. En ellos podían hacer deportes, disfrutar de aguas termales y socializar luego de una extenuante jornada laboral. Los esclavos, extranjeros y gladiadores también podían acceder a los baños pagando una cantidad mínima de dinero. Veyne, se esmera por señalar que ésta práctica no se relaciona directamente con la higiene sino más bien en un encuentro de amistades, muy similar a las playas en la modernidad (Veyne, 1985).

Por otro lado, si bien los romanos restringían en sus colonias los sacrificios humanos, en cierta forma y bajo ciertos emperadores se permitían la lucha de gladiadores en las arenas. La pasión por el circo (ludi circenses) romano y las carreras llegó a ser tal, que era tema obligado de conversación en otros espacios públicos como los baños. En ocasiones, se suscitaban disturbios en la ciudad cuando partidarios de tal gladiador se enfrentaban con los seguidores del gladiador contrario. Estas disputas callejeras, no estaban contempladas ni toleradas por el poder político y eran reprimidas por el ejército o los vigiles. De estas observaciones, surge una pregunta que amerita ser respondida, ¿Cuál era la función específica del juego público y en que espacios se desarrollaban?. Los ludi (juegos y espectáculos), estaban fijados por el senado y eran controlados por los magistrados (Nieto, 2006). Ahora bien, el mundo de los espectáculos era de por si un mundo que puede ser abordado desde varias perspectivas. Según la tesis doctoral de Jiménez Sánchez, los espectáculos se hicieron todavía más intensos durante la decadencia de ésta y no en los inicios del imperio. En este sentido, el autor sostiene “nuestro objeto de estudio va a consistir en examinar la relación que se estableció entre el poder imperial y los espectáculos durante la antigüedad tardía.” (Jiménez Sánchez, 1998:6)

Los anfiteatros congregaban (también) un gran número de personas de todas partes de la ciudad. En ellos se llevaban a cabo combate entre gladiadores (algunos ciudadanos libres) que era de gran aceptación para el pueblo romano. Etimológicamente, su nombre derivaba del término gladius, nombre otorgado a la espada con la cual peleaban. Esta tradición es heredada de los etruscos quienes fomentaban estos combates como un rito religioso (entre prisioneros de guerra). El Circo Máximo concentraba la gran mayoría de espectáculos de gladiadores. Situado en la Vaillis Murcia, entre el Palatino y el Aventino, el Circo se constituía como un lugar de reunión de todas las clases sociales. Los viajeros y visitantes, que tanto desde el Foro como del Circo dan vuelta la mirada hacia el Palatino no dejarían de admirar un sucesión de bóvedas, restos de edificios y rígidas series de arcos, lo cual lo constituiría en todo un espectáculo (Paoli, 2007:27).

Uno de los primeros juegos de gladiadores se dio por el 490 AC por Valerio Máximo (munus gladiatorium); pronto, esta tradición comenzó ha de extenderse por todo Roma hasta las provincias. Los gladiadores gozaban de alto prestigio y honores, a su disposición estaba toda la medicina romana. Se estima que existían varias casas de entrenamiento para estos combatientes, en donde los lanistas comerciaban vendiendo y comprando gladiadores. Toda esta estructura hacían de gran valor a los gladiadores; hecho por el cual se evidencia que –excepto algunos casos- los combates no llegaban a la muerte (Suetonio, 1985) . Sin embargo, en ocasiones y siguiendo los designios del Imperator, el circo romano funcionaba como un mecanismo de control social y ejecuciones públicas, arrojando en él a minorías religiosas como el caso de los cristianos (Nerón César) o criminales sin distinción de penas (Cayo Calígula) (Suetonio, Calígula, XXVII). Para una mejor comprensión del fenómeno, es necesario mencionar que las autoridades romanas tenían la facultad de nombrar a cierto grupo o individuo bajo el mote de “enemigos de Roma”. A tal suerte, ellos eran ajusticiados en forma histriónica en esta clase de sitios, lo cual explica la pasión que sentían los ciudadanos por estas ejecuciones. El ejemplo debía ser claro a grandes rasgos y aleccionador. Este tipo de entretenimiento o forma de ocio servía además como mecanismo de disuasión para todos aquellos que atentaran (de alguna u otra manera) contra los intereses del poder político (imperial). Aunque también, las multitudes usaban estos lugares en forma reaccionaría, por lo general vitoreando a los enemigos políticos del emperador.

En sus Cartas Morales a Lucillo, Séneca sugiere tres tipos de temores, a la miseria, a la enfermedad y a la violencia de los poderosos. De los dos primeros males, sugiere nuestro filósofo entran silenciosamente sin infundir ningún terror pero en el tercer tipo entra en nuestros sentidos acompañado de fuego y hierro, de cadenas y bestias feroces, de cruces y garfios. Con respecto, entonces a la coacción de los gobernantes Séneca sostiene “no es de extrañar, pues, que este mal sea más temido presentándose con tanta variedad y con tan terrible pompa. Así como el verdugo aterroriza tanto más cuanto mayor número de instrumentos de tortura exhibe, ya que semejante espectáculo vence al hombre que habría resistido el dolor, también de las cosas que sojuzgan y doman a nuestras almas, las más eficaces son las que se llegan a nosotros con mayor espectáculo” (Séneca, V I, cart. XIV, p.40). Existe cierta alegoría quizás a los reinados de Claudio o Nerón de los cuales Séneca fue contemporáneo. Oriundo de Bética (España) e hijo de un procurador Imperial (Marco Anneo Séneca), se predispuso desde niño al arte de la oratoria y del debate aunque muchas cosas de su vida continúan desconocida para los historiadores. Se entiende que Cartas Morales a Lucilo es un tratado moral que resume la vida de un filósofo de raíz estoica pero muy vinculado a las altas esferas del poder romano.

Durante el reinado de Calígula se creó una nueva forma de espectáculo destinado a ciertos grupos privilegiados. Este consistía en traer embarcaciones de las diversas colonias, y formarlos en posición de puente en el mar, entre Baias y Puzzola. Las embarcaciones eran cubiertas con pavimentos y su función principal era recordar la Vía Appia, una de las calzadas más importantes de la ciudad. En referencia al emperador, “durante dos días no hizo más que pasar y volver a pasar por aquel puente; el primero, en caballo magníficamente enjaezado, llevando una corona encima de la cabeza, el escudo en la mano y la espada en la otra, y vistiendo una clámide bordada de oro; a la mañana siguiente, con traje de auriga, en un carro arrastrado por dos famosos caballos” (Suetonio, Calígula, XIX). En otros casos, lo sucedido tanto dentro de los espectáculos públicos como teatros (ludi scaenici) o arenas (ludi circensi), era parte de conversación obligada durante los días sucesivos. Por lo menos así lo testimonia Tácito con respecto a Druso (hijo del emperador Tiberio) y su tendencia a disfrutar los combates violentos:

“Druso presidió unos juegos de Gladiadores que ofreció en su nombre y en el de su hermano Germánico, dando muestras de excesivo disfrute ante la sangre, aunque ésta fuera vil. Esto inspiraba miedo en el pueblo y se comentaba que su padre le había reprendido. Circulaban múltiples explicaciones de por qué no había acudido el propio Tiberio al espectáculo: decían unos que por su aversión a las aglomeraciones, otros que por la tristeza de su carácter y por temor a las comparaciones, ya que Augusto había tomado parte de buen grado. No me inclino a creer que pretendiera dar ocasión a su hijo de hacer ver su crueldad y provocar los odios del pueblo, por más que eso también se ha dicho” (Tácito, I, 76). Si se analiza detenidamente el párrafo que precede, observamos el vínculo existente entre el espectáculo como modo de ocio y/o entretenimiento y la presencia del poder político. Para el romano, la presencia o mejor dicho la ausencia de las autoridades durante los juegos o fiestas implicaba un mensaje específico que por sí mismo trascendía los límites de ese evento.

El ejemplo citado, aduce a las diferentes especulaciones (chismes) que suscitaban por un lado el comportamiento de Druso y la ausencia de su padre. Aun cuando, las causas de por qué Tiberio no asistió a esos juegos permanecerán desconocidas, el testimonio de Cornelio Tácito nos ayuda a comprender la función que cumplían los espectáculos como modo de construcción indentitaria y de imagen política. En cuanto a la vida privada, los romanos concebían al sexo (también) como una forma de ocio. Sin embargo, no parecían tan liberales como cree el imaginario colectivo. Existían fuertes tabúes y restricciones con respecto a la forma de conducirse en el sexo. Todas las mujeres debían conservar su sostén durante la relación, mientras que los hombres no podían tocar sus senos. Si bien los romanos no tenían prohibiciones con respecto a la elección sexual, la pasividad, era considerada un signo femenino y por tanto era rechazada por los hombres.

Por su parte, el nacimiento de un hijo también era causal de festejo, por regla y normas de buenas costumbres, los romanos daban el nombre a los niños dependiendo de su género. Si era niña le otorgaban el octavo día, mientras si era niño lo hacían al noveno de su nacimiento. A este día se lo conocía como el “lustricus dies”¸ o también día de la purificación. Al igual que en la era moderna, al flamante padre se le daba una licencia para concretar ciertos ritos religiosos. (Suetonio, Nerón, VI)

Pero los juegos públicos no eran los únicos que se practicaban en la antigüedad. Entre los juegos populares se encontraban enganchar ratoncillos de carritos y organizar carreras entre ellos. Luego, esta forma se llevó a organizar entre los infant y puers carreras de carros tiradas por cabras u ovejas. La Gallina ciega (mosca de bronce) y la mancha también se jugaban en la antigua Roma. Otro juego obligado, era el capita e navia o cara / cruz, como se conoce actualmente. En efecto, todos los juegos de los “niños” se imitaban del mundo de los adultos. “La mayor parte de estos juegos colectivos eran sugeridos a los niños por su instinto de imitar a los adultos, como cuando jugaban a los soldados, a los jueces, a los magistrados.” (Paoli, 2007: 340-341)

Los “mayores”, incursionaban en otra clase de juegos en los que en ocasiones se apostaban grandes sumas de dinero y llevaban a hombres “honrados” a la quiebra, tales como el caso de los dados, tabas y la morra entre los más conocidos. A medida que subía en la jerarquía social mayor parecía ser la pasión por las apuestas y los juegos de azar. “Con los juegos de azar, la ley romana era particularmente severa. Los prohibía, consintiéndolos sólo durante las Saturnales, las fiestas romanas de tipo carnavalesco, en las cuales había alegría y libertad para todos. Las deudas de juego no eran reconocidas; no sólo el acreedor no tenía acción contra el deudor, es decir, no podía con medios legales obligar al deudor a pagarlas, sino que se reconocía al deudor el derecho a reclamar judicialmente todo lo que hubiese pagado“. (ibid: 345)

Finalmente, la noche traía consigo un paisaje del que algunos temían pero otros ansiaban. No era extraño, si alguien quería salir debía hacerse acompañar por un esclavo con antorchas; no era extraño encontrarse con ricos totalmente borrachos, vagabundos, legionarios que salían de las tabernas o los prostíbulos, y gentes que volvían de los banquetes. La noche parecía también estar destinada para todos aquellos que abandonaban a escondidas su residencia para entregarse a los más denigrantes excesos. La sagatio era un juego (creado por los militares) que obligaba a una persona a tenderse lo sujetaban atándolo y lo lanzaban por el aire hasta que se aburrían del juego. Si bien los vigiles reprimían estos actos, algunos transeúntes eran victima de ellos (Paoli, 2007:58-60).


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