BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


LAS FALACIAS DEL CAPITALISMO

José López



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5. La libertad implica inevitablemente desigualdad. Cualquiera puede prosperar en el capitalismo.

Ésta es una de las grandes falacias del sistema capitalista. En la vida en sociedad, la libertad de uno acaba donde empieza la de otro. Según este principio, sólo puede maximizarse la libertad de la mayoría de los individuos, es decir, sólo puede maximizarse la libertad de la sociedad, mediante la igualdad de oportunidades. Si no PUEDO elegir, si no tengo OPCIÓN, entonces realmente no ELIJO (aunque quiera) y por tanto no soy libre (o soy mucho menos libre que otro que sí tiene más opciones, su libertad no acaba donde empieza la mía porque la mía simplemente no empieza, su libertad traspasa el límite de la mía). Igualdad y libertad son dos caras indisociables de los derechos del hombre. La libertad debe estar “equitativamente distribuida” entre los individuos de una sociedad. Como dijo Noam Chomsky, Una libertad sin opciones es un regalo del diablo. No debemos consentir que se nos venda la idea de que libertad implica inevitablemente desigualdad porque es justo lo contrario. No puede existir libertad (en la vida en sociedad) sin igualdad de oportunidades. Las grandes desigualdades sociales son realmente consecuencia del libertinaje (de la desigualdad de oportunidades, de la preponderancia de unas libertades “secundarias” de una minoría sobre las libertades “básicas” de la mayoría, del acaparamiento desigual de las libertades). Admitiendo que la igualdad absoluta es imposible (y también injusta), es antinatural, la desigualdad excesiva tampoco es lógica ni justa ni natural. No todos tenemos las mismas capacidades, no todos debemos ganar igual, pero nadie puede trabajar cientos (ni siquiera decenas) de veces lo que otros y por tanto tampoco debería ganar cientos (ni decenas) de veces lo que otros (no digamos ya el caso de unos pocos que se enriquecen con el trabajo ajeno). Es lógico que haya ciertas desigualdades (debido a nuestra desigualdad “natural”) pero no es lógico que sean excesivas (debido a las desigualdades “antinaturales”). Los seres humanos somos distintos pero tampoco demasiado distintos.

El liberalismo (la presunta ideología del capitalismo, presunta porque en realidad la única ideología del capitalismo es el capital) “olvida” que no se puede ejercer la libertad de la misma manera cuando alguien vive al margen de la sociedad, individualmente, que cuando vive con otras personas, socialmente. No se puede aplicar los mismos criterios de libertad en contextos opuestos. El liberalismo asume la libertad asocial en la sociedad. O dicho de otra forma, convierte la sociedad en una jungla porque asume que la libertad en la sociedad humana se puede ejercer de la misma manera que en la jungla. El liberalismo proclama solemnemente la libertad del individuo, pero se desentiende de cómo llevarla a la práctica en la vida en sociedad. Para el liberalismo, la sociedad no necesita ser regulada, al contrario, conviene desregularla para aumentar la libertad del individuo. Lo que ocurre es que, así como en la jungla el fuerte domina al débil (la cruda ley de la naturaleza), en la sociedad desregulada propugnada por el capitalismo, la libertad sólo existe para el más fuerte. La libertad en el capitalismo consiste en la posibilidad del más fuerte de dominar a su antojo. La libertad sólo existe para unos pocos para quitársela a la mayoría. En suma, el liberalismo institucionaliza la ley del más fuerte.

¡Cuántas veces se nos vende la moto diciendo que cualquiera con un poco de suerte, con riesgo y con esfuerzo puede enriquecerse! El capitalismo proclama solemnemente que el individuo con su iniciativa privada es el motor de la creación de riqueza en la sociedad. Pero “obvia” que las condiciones iniciales en que el individuo surge en la sociedad son determinantes para su futuro. “Obvia” que una persona que nace pobre tiene muy pocas probabilidades reales de dejar de serlo. “Obvia” que es mucho más difícil arriesgar cuando falta dinero, que cuando sobra. ¿Por qué los trabajadores no compran las acciones de las empresas? ¿No será que bastante tienen con sobrevivir? Es fácil arriesgarse cuando uno ya nace con dinero o en una familia que le sirve de colchón si la aventura empresarial sale mal. Pero el que nace pobre, o por lo menos, al que no le sobra el dinero, le cuesta mucho invertir. El riesgo en este caso no es dejar de ganar lo esperado, sino perder el sustento. En un caso se trata de apostar por enriquecerse, en el otro por sobrevivir. La diferencia es obvia. Pero para los “ideólogos” del capitalismo no existe. Se infravalora el riesgo que debe asumir el pobre mientras se sobrevalora el que hace el rico y se utiliza para justificar su posición dominante en la sociedad. ¡Cuántas veces se justifica que el trabajador no tiene ni voz ni voto en la empresa porque no ha arriesgado y no ha comprado acciones! Valiente “democracia” ésta del capitalismo donde muchos no pueden acceder a tener ni voz ni voto, donde se excluye a la mayoría, y donde unos pocos tienen más voz y voto simplemente porque son más ricos. Hermosa “democracia” ésta donde no se cumple el principio del sufragio universal ni el de “un hombre, un voto”. Coherente sistema éste donde lo proclamado en el ámbito político es lo contrario de lo proclamado en el ámbito económico. Donde las reglas del juego son distintas en los distintos rincones de la sociedad.

El capitalismo, algo característico en él, no se preocupa de que las ideas proclamadas en la teoría puedan llevarse a la práctica. Se fundamenta en la libertad del individuo pero no se preocupa de garantizarla, de posibilitarla en la realidad. Su especialidad es convertir lo que se proclama como blanco en la teoría en negro en la práctica. Es convertir la libertad teórica en esclavitud práctica. En el capitalismo, a lo máximo que puede aspirar la mayor parte de la población (y esto cada vez menos) es a tener un trabajo, ya sea por cuenta ajena, ya sea por cuenta propia. Pero que les pregunten a los trabajadores autónomos si consideran que es posible enriquecerse con una pequeña empresa. Que le pregunten al pequeño comerciante si es posible competir con las grandes superficies comerciales. El capitalismo hace de la excepción la norma. Explota los pocos casos en que alguien prospera por sí mismo (lo cual es por cierto cada vez más difícil, pero no imposible) para hacernos creer que si no hay más gente que lo hace es porque no se arriesga o no se esfuerza o no tiene suerte. En España, normalmente, se cierran más empresas al año que las que se crean. En el capitalismo, la gente deposita más su confianza de prosperar en la lotería. Ésta se convierte incluso a veces en la única esperanza de huir del alienante trabajo. Ya ni siquiera representa la esperanza de enriquecerse, sino que se convierte en la necesidad de huir de la explotación. Es cierto que ha habido ciertos individuos que con esfuerzo, mucho riesgo, y a veces mucha suerte, han sido capaces de huir de la pobreza y enriquecerse. Pero esto ya casi forma parte de la historia romántica de los inicios del capitalismo. En la actualidad, los que prosperan son los que ya nacen prósperos. Por el proceso de concentración del capital (proceso que aún no estaba tan desarrollado en los principios del capitalismo moderno), no sólo es cada vez más difícil abrirse camino en ningún sector, sino que incluso ya es difícil que el pequeño empresario sobreviva. El milagro del joven empresario que se enriquece en muy poco tiempo, que “triunfa”, sólo ocurre a veces en sectores nuevos, más “verdes” (por ejemplo en la informática). Es muy difícil, por no decir imposible, entrar de nuevas en un mercado dominado por oligopolios. Y cada vez es más difícil encontrar mercados que no estén dominados por grandes empresas. Si alguna vez fue cierto que era posible prosperar individualmente partiendo de cero, esto ya casi es utópico en el capitalismo actual. El capitalismo nos vende la utopía individual al mismo tiempo que niega la social. Nos vende la ilusión de la prosperidad individual mientras nos asegura la miseria social. Nos crea la falsa expectativa de que podemos prosperar individualmente, cuando nos condena a la miseria colectiva. Nos quiere hacer creer que podemos ser ricos si tenemos suerte, si asumimos las reglas del juego, cuando éstas nos condenan a una muy probable pobreza, cuando en realidad, sólo podemos aspirar a minimizar la miseria. Nos vende una muy improbable ilusión para camuflar una muy probable realidad. ¡El capitalismo sí que es realmente utópico! ¡Nos quiere hacer creer que es posible librarse del caos al que conduce a la sociedad en su conjunto! Separa al individuo de su contexto.

Es una constante en la ideología capitalista aislar al individuo del resto de la sociedad. El capitalismo se empeña en asumir un individuo asocial. Niega o minimiza la naturaleza social del individuo. Elimina por arte de magia la influencia (tanto hacia como desde) del contexto social del individuo. No sólo es muy improbable que nos toque la lotería y como individuos seamos la excepción, no sólo es casi imposible que nos enriquezcamos, sino que además, en el hipotético caso de que así fuera, se obvia que es muy difícil que islas de riqueza sobrevivan entre mares de pobreza. El capitalismo, por supuesto, no aspira a erradicar la pobreza, sólo se conforma con aislarla en guetos. O bien al revés. La riqueza aislada y protegida de la miseria. Para el capitalismo, la forma de combatir la pobreza es obviándola, es extirpándola de la sociedad como si fuera un cáncer (pero sin buscar las causas de la enfermedad, sin curar la enfermedad), no es por supuesto evitándola. Los pobres, los indigentes, son un mal necesario, inevitable y desagradable. Son los efectos secundarios del sistema. Es mejor no verlos, si es preciso se limpian las calles de ellos (y esto no lo digo en sentido figurado, así ocurre a veces). Para el capitalismo, la única manera políticamente correcta de “solucionar” la pobreza es mediante la beneficencia. La caridad como única compensación de las injusticias inherentes al sistema. La solidaridad individual está bien vista (precisamente por su ineficacia, porque no toca las bases del sistema, porque es anecdótica, simbólica) pero la solidaridad social, la obrera, la clasista, la colectiva, son el enemigo a combatir. Beneficencia sí, pero de redistribución de la riqueza no se quiere ni oír hablar. Para el capitalismo, las desigualdades son inevitables, no se puede (mejor dicho no se debe) corregir las causas de las mismas. Sólo se admiten parches. El capitalismo se sustenta en la desigualdad de oportunidades y consecuentemente provoca desigualdades sociales. Eliminar las causas de las desigualdades sociales, de las injusticias, de la pobreza, equivale a eliminar los cimientos del capitalismo. La caridad ejercida por ciertos individuos sólo sirve para tranquilizar sus conciencias. La beneficencia social es la redención hipócrita de una sociedad que no hace nada por evitar la pobreza, que se sustenta en el reparto desigual de la riqueza.


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