BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


LOS ECOSISTEMAS COMO LABORATORIOS. LA BÚSQUEDA DE MODOS DE VIVIR PARA UNA OPERATIVIDAD DE LA SOSTENIBILIDAD

Glenda Dimuro Peter


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2.4.2. CULTURA Y MOVILIDAD EN EL ESPACIO MODERNO

El espacio moderno proyectado por la técnica, artificial y no natural, racionalizado y no espontáneo, global y no local, es un objeto de gestión. No hay tierras sin dueños o que no sean legisladas. Las normas inducen a patrones de conducta y unificación de los territorios para la remodelación a un sistema “coherente”.

La marca de la vida moderna, o sea, la rapidez con que las informaciones se mueven y la facilidad de intercambios de dichas informaciones y contactos entre los territorios han causado la fragilidad de las comunidades y de culturas premodernas. Dentro y fuera empiezan a perder significados. La accesibilidad a la comunicación favorece la entrada de informaciones rápidamente, sofocando y oprimiendo la comunidad con la llegada de noticias de otros lugares. “La comunicación rápida sirve para limpiar y olvidar más que para aprender y acumular conocimientos.” (BAUMAN, 2002, p. 42). Con la aparición de la Internet, un tercer espacio fue creado y se ha impuesto sobre el espacio físico territorial, urbanístico y arquitectónico. Si la cultura era gestionada por los espacios territoriales que ocupaba, ahora fueron abiertas las fronteras.

Con el alcance y aumento de la movilidad resulta difícil mantener el peso de lo local, por la misma razón la modernidad es una época de comunidades supralocales, de comunidades imaginadas, que intentan crear naciones e identidades culturales fabricadas.

En un mundo global, ciencia, tecnología y sociedad no operan armónicamente y son los motores de una complejidad creciente y conflictiva. “Conforman procesos emergentes que se realimentan entre sí, generando mundo interdependientes aunque diferenciados que consumen velozmente los recursos naturales y transforman los procesos de circulación en la sociedad, así como a propios hombres, en sus propios recursos naturales, ya sea para la producción o para el consumo”. (VIZER, 2007)

La apertura de los mercados y de las comunicaciones ha cambiado los conceptos de nación, identidad, democracia, semejanza, diferencia y el extrañamiento domina la cena actual.

2.4.3. DEL ESTADO-NACIÓN AL PLURALISMO CULTURAL

Se pueden atribuir contenidos y formas variadas en sistemas culturales diferentes. Las categorías étnicas pueden impregnar la vida social o ser significativas apenas para ciertos sectores o actividades. El Estado moderno ha dado la preferencia por impregnar la vida social. La existencia de una categoría étnica depende de las fronteras, por su carácter intercambial y el Estado tiene el poder de proclamar o defender fronteras.

El proceso civilizador, que empezó a mediados del siglo XVII, pretendía separar las élites cultas del “resto” de la población. Las élites deberían formarse, instruirse para mejorar su conducta y tener el mando para dirigir la reintegración de la sociedad, en cuanto las masas eran juzgadas por ellas como brutas e incapaces de acomodarse a los moldes de los civilizadores. “Los procesos de integración y reproducción del orden social se habían convertido en el dominio de los especialistas, los expertos, de una autoridad legalmente definida.” (BAUMAN, 2002, p. 58). La elite ilustrada por lo tanto era la cabeza del orden social y el resto de la sociedad objeto de su enseñanza y acción culturalizadora, reproduciendo la estructura de dominación de la época moderna.

La reintegración de la sociedad encontró en el Estado y en la nación posibles aliados naturales. Los pueblos decidieron espontáneamente formar grupos basados en leyendas compartidas y sobre una vida común. Pero para transformarse en una práctica verdaderamente nacional, la cultura no podría ser un apenas proyecto, tenía que ocupar el lugar naturaleza. Así que Estado y nación se unieron y de esta unión, la nación que no disfrutase del impulso dado por el Estado sería apenas una más entre muchas que vivían en la inseguridad y sin los beneficios recibidos. El Estado-nación legislaba y determinaba resultados con cierta antelación, mantenía el orden y establecía las leyes, lo que era patrimonio y lo que debería ser enseñado. Todo eso era hecho para disminuir la influencia de las comunidades, con sus tradiciones, costumbres, dialectos, etcétera, sobre los patriotas de la nación, acabando con cualquier autonomía que no fuera la del Estado. La idea fundamental era la de superponer la idea del nacionalismo sobre todos los particularismos locales, “integrando” así a todos y por lo tanto destruyendo identidades, devaluando pautas de vida locales y artesanales.

“Cuanto más se acerca el Estado-nación al ideal de unos cimientos sólidos y un hogar seguro, menos libertad existe para moverse en esa casa y más enrarecida y jerarquizada se vuelve su atmósfera interna.” (BAUMAN, 2002, p. 67-68)

Lo que no se imaginaba es que no hay nada que los actuales Estados-nación puedan desear o hacer para afrontar la incertidumbre del individuo tardomoderno o posmoderno. Tanto que hoy en día las comunidades naturales de origen, menores que el Estado-nación, son miradas con esperanza, pues contiene un significado que él y la cultura nacional no pudieron propiciar.

La llamada cultura nacional apuesta por la cultura como un sistema autosuficiente. Se creó un modelo que debería convertirse en obligatorio, eliminando todos los residuos de costumbres y hábitos que no se encajaban en este modelo unificado, dejando la tarea de construir o preservar la identidad en las manos de las iniciativas individuales. El área de comprensión del modelo estaba bajo la soberanía del Estado, que pasó a ser identificado como territorio nacional. Se imponía al multiculturalismo ya que este suponía la existencia de un gran número de conjuntos autónomos con sus propios valores culturales. “La cultura nacional promovida por el Estado ha resultado ser una débil protección contra la comercialización de los bienes culturales y contra la erosión de todo valor, con la excepción del poder de seducción, la competitividad y la rentabilidad.” (BAUMAN, 2002, p. 69). El proyecto de la cultura nacional fue el suplemento necesario para garantizar la universalidad de la ciudadanía, integrar lo que la impersonalidad separaba, posibilitando una república de ciudadanos iguales.

La gama de elecciones ofertadas públicamente a través de la apertura de las fronteras hizo crecer la nostalgia por la dulzura de la pertenencia. Se esperaba que la cultura nacional promovida por el Estado compensara la sensación de indefensión de la sociedad y que pusiera límites al extrañamiento y a la soledad desencadenadas por la furia de la competición del mercado. Como el Estado-nación no logró hacer realidad el sentimiento de pertenecer, aparece el comunitarismo.

Los dos proyectos, el de la cultura nacional y el del comunitarismo buscaban sistematizar la cultura, acabando con las diferencias y ambivalencia de las opciones culturales para crear una única cultura e identidad social. Los líderes de las comunidades están dispuestos a aprovechar el capital político de la inseguridad de los desposeídos y de los que temen la desposesión futura. “Apelar a los derechos de las comunidades para preservar su distinción cultural suele esconder la brutalidad de poderes dictatoriales cubiertos por un fina corteza de culturalismo.” (BAUMAN, 2002, p. 72)

Aunque tengan semejanzas, también hay diferencias entre los dos proyectos culturales. La primera es que el proyecto de cultura nacional fue concebido para promover también la universalidad de la ciudadanía, o sea, la comunidad nacional debería ser la otra cara de la república de derechos y deberes, independiente de las elecciones culturales de cada uno. Aseguraba el funcionamiento de la república de ciudadanos iguales, manteniendo protegidos los ciudadanos (el colectivo) de sus elecciones (el individuo), extendiendo la red protectora de la solidaridad. El servicio de seguridad era mutuo, pues la república estaba encargada de garantizar los derechos de los ciudadanos y protegerlos de los extremismos de las cruzadas culturales. “La relación entre los proyectos de la república y de la cultura nacional no estaba libre de fricciones, pero era precisamente esa tensión existente entre ambos lo que permitía a la condición moderna surgir y desarrollarse.” (BAUMAN, 2002, p. 73) El proyecto comunitario delata un aspecto antimoderno, pues el compromiso del Estado-nación con la república y la libertad ciudadana no cohesiona y no fija límites a la comunidad cultural, que existe únicamente en función de una tradición compartida entre sus miembros. “Todo gira alrededor de las condiciones del acto de libre elección en el proyecto comunitarista, a saber, la promoción de la preferencia por una opción cultural determina al mismo tiempo que se conjuran las demás en un clima de censura y vigilancia estricta.” (BAUMAN, 2002, p. 73)

La segunda diferencia trata del hecho de que para mantenerse unida, la comunidad cultural del proyecto comunitarista no tiene otra opción que la lealtad de sus miembros. “En este punto se diferencia radicalmente de la comunidad premoderna que pretendidamente resucita o imita, es decir, una totalidad genuina en la cual aquellos aspectos de la vida que el análisis ha aislado y sintetizado como cultura se hallaban entretejidos o mezclados con otros, sin quedar nunca codificados como una serie de reglas que aprender y respetar, y, mucho menos, sin ser concebidos como una tarea.” (BAUMAN, 2002, p. 73-74) La comunidad nacional luchaba por la recreación de la totalidad premoderna en un nivel supralocal. Pretendían una cultura con funciones integradoras, pero era incapaz de mantenerse por sí misma, siendo los miembros los responsables de mantener una cultura vulnerable y consciente de su fragilidad. “Se debe forzar una condición sin alternativa en un mundo en el que todos los aspectos de la vida promueven y ofrecen alternativas diversas; la homogeneidad cultural se debe imponer por la fuerza – luego, mediante esfuerzos conscientes – a una realidad inherentemente pluralista.” (BAUMAN, 2002, p. 74) En la comunidad cultural, no se puede vivir sin una vigilancia y pautas disciplinadas, con castigos severos a aquellos que huyen de la conducta o se desvíen de las normativas, siendo tanto posmoderna como antimoderna.

La tercera diferencia es que los defensores y promotores de la comunidad cultural desarrollan una mentalidad de fortaleza asediada y cuanto más el sentimiento de fragilidad aumenta, la inseguridad hace con que dicha fortaleza tienda al ataque de los enemigos, aumentando la paranoia. Las características de la modernidad actual tienden a conspirar contra este proyecto, ya que el movimiento y el dialogo a través de las fronteras y el intercambio de ideas sugieren un peligro a dichas comunidades.

El pluralismo cultural descompone las comunidades definidas por su relación con una sociedad, una autoridad y una cultura, rechazando el multicomunitarismo para defender al multiculturalismo. Tanto el multiculturalismo como el multicomunitarismo pretenden abordar lo mismo: las muchas culturas que existen en el seno de una misma sociedad. Mientras el multiculturalismo es una fuerza unificadora e integradora, con validez universal de todas las variedades culturales, el multicomunitarismo no ofrece semejante oportunidad y prospera sobre la peculiaridad y la imposibilidad de traducir formas culturales, con intereses creados con la quiebra de las comunicaciones, pues para él los valores universales empobrecen las identidades.

La fase actual de la cultura está adquiriendo un alto grado de independencia con relación a las comunidades institucionalizadas y políticamente territoriales. En la vida contemporánea el factor que más se destaca en las sociedades es la variedad cultural, por encima de la variedad de culturas en la sociedad, pues rechazar una cultura no significa despreciar todos los bienes ni implica una conversión cultural, se acepta aquello que conviene. Muchos patrones culturales llegan a lo cotidiano desde fuera de la comunidad y su poder de inducción a veces es más fuerte que cualquier pauta local pueda soñar formar o sostener. Los modelos culturales viajan a una velocidad inaccesible al hombre, no haciendo caso a las fronteras, diferente de cómo ocurría en los tiempos del Ágora, donde todo se pasaba cara a cara. Aún así, la frontera es un territorio de intercambios intensos lleno de ambigüedades, pues es palco tanto del entendimiento cuanto de disputas, un suelo propicio para el crecimiento de sentimientos tribales y la xenofobia.

La realidad de la cultura está íntimamente unida a la facilidad del movimiento, a la falta de raíces y accesibilidad global. Las identidades culturales no han desaparecido definitivamente, pero sus patrones y productos han cambiado de ubicación, ya que sólo pueden surgir tras una serie de procesos de elecciones, retenciones selectivas y recombinaciones. Los valores y preceptos culturales no son siempre iguales, inclusive aunque hayan sido resultado de elecciones tomadas en un mismo territorio o en una misma etapa histórica. Es correcto afirmar que algunas soluciones culturales son más parecidas, pero no en el sentido de dar las mismas respuestas a los problemas universales y si que están dispuestas a considerar su propia historia y riesgos de la misma manera.

La gran dificultad afrontada por la cultura en nuestra época no es la ausencia de valores o la pérdida de autoridad sino las múltiples posibilidades de opciones de valores, que hace con que el hombre deba tener disposición a reconocer la validez de los mismos, las buenas razones para elegir uno u otro y que no se deje caer en la tentación de condenar y denigrar muchos otros, diferentes de los elegidos en cada momento. También existe la dificultad de articular corrientes comunes que unan las diferencias de los seres humanos, cuando se enfrenta también a una discordancia entre las autoridades. Los valores económicos como la efectividad, la eficiencia y la competitividad ofrecen un guía supuestamente infalible para nuestras elecciones, borrando todo aquello que ha hecho necesaria la elección e indispensable la obra colectiva. “Nuestra época, la época del pluralismo cultural, opuesto a la pluralidad de culturas, no es un tiempo de nihilismo. Lo que hace la situación humana confusa y las elecciones difíciles no es la ausencia de valores o la pérdida de su autoridad, sino la multitud de valores, escasamente coordinados y débilmente vinculados a toda una discordante variedad de autoridades.” (BAUMAN, 2002, p. 92)

Especialistas o no teorizan sobre una misma pregunta: ¿Estamos de hecho desalojados? ¿Dónde está nuestra identidad? ¿Cómo mantener una identidad en un mundo movedizo donde no existen más fronteras entre territorios, culturas, etnias? Durante más de un siglo las culturas fueron planteadas como tecnologías de separación y discriminación, donde se fabricaban las diferencias, oposiciones y singularidades de las comunidades. La cultura se refiere tanto a la preservación cuanto a la invención, es novedad y es también la tradición, rutina y ruptura de modelos, donde se puede seguir las normas o superarlas, ser inesperado o predecible. En nuestra época de pluralidades las negociaciones son fenómenos culturales y decisivos y es cierto que el mundo de hoy no puede ser considerado ni mejor ni peor del que un día fue, es simplemente diferente. La construcción de la humanidad también es un proyecto cultural y la experiencia compartida de nuestra vida puede confirmar que él está más allá del alcance de la capacidad cultural humana. “Si el entendimiento es un milagro, es un milagro cotidiano, y un milagro llevado a cabo por gente ordinaria, no por milagreros profesionales.” (BAUMAN, 2002, p. 94)

Hoy en día, cuando hablamos de cultura ya no es posible hacer referencias a una imagen totalmente coherente y adherida, cerrada, con partes claramente articuladas e íntimamente entrelazadas. El cuadro de la cultura en su contexto actual es una vasta matriz de posibilidades, donde existen innumerables combinaciones y cambios no necesariamente coordinados. La cultura no sirve para satisfacer ninguna necesidad preestablecida, tampoco hay prioridades sobre usos o signos. Culturas y sociedades no son totalidades, lo que existe son procesos estructurales continuos y no estacionarios en diversas aéreas y dimensiones de la practica humana, raramente coordenados. “Las culturas trabajan como la madera verde y no constituyen nunca totalidades acabadas.”(AUGÉ, 1994, p. 29)


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