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CONTRATIEMPOS Y AFORISMOS IV. FORMAS DE RESISTENCIA Y GRUPOS SUBALTERNOS BRITÁNICOS

Edgardo Adrián López



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4. Tundidores y calceteros

Sólo a partir de este punto, el isleño comienza a ingresar en el tema que se había propuesto “zurfilar”: el de las cinco enormes formas de resistencia, ubicadas en lo que él llama la conversión de las “muchedumbres” en clase obrera. Para nosotros, lo que realmente concreta es la descripción confusa de los innumerables componentes de lo que bautizamos “grupos dirigidos” y sus variadas maneras de organización, pelea, oposición, intereses, entre otros aspectos.

A ello se añade que lo que aspira a cincelar, no es la lucha específica entre capital y trabajo, puesto que tiene irremediablemente, entremezclados a capitalistas y otros sectores privilegiados, sino la refriega entre determinados elementos de los acomodados (que además, son precapitalistas y burgueses, aunque no en simultáneo...), y ciertos integrantes de los subalternos. En cualquier caso y cediendo bastante en el rigor conceptual, lo que talla es la pelea entre los miembros de los conjuntos sociales, a la par que intenta gubiar la lucha de clases entre agentes que sí son clases (pero aquí, extravía las distancias entre las que son precapitalistas, y las que se vinculan con capital y labor).

Por lo que resta, la supuesta explicación de cómo las “multitudes” devienen clase obrera nos quedó insatisfactoria, puesto que no logra explicitar cómo las demandas de los infinitos componentes de los grupos dirigidos (que son lo que denomina “muchedumbre”...), de forma compleja, dificultosa, no lineal, etc., “empalman” con las reivindicaciones de los que sí son fuerza de trabajo subyugada por el valor autócrata.

En la escala en que sea factible aceptar el “proyecto” del intelectual al que nos atrevemos a deconstruir, habrá que rehacerlo desde un principio. Y en esa proporción, quizá se podría convenir en que nuestras objeciones, procuraron re elaborar sobre bases desiguales, los temas, problemas y objetos de análisis que desea “diluir” el historiador filo weberiano, antes que marxista.

Saliendo entonces, aunque sea por un instante, de la parcela “roturada”, venimos a enunciar que las normas contra las asociaciones, fueron derogadas porque habían demostrado no ser tan efectivas como se anhelaba, en el control de la protesta, en general y en la “judicialización” de los reclamos de la clase obrera, en particular.

Tratando de hacer un racconto de lo que implementó en lo proferido en el vol. II, dice que se ocupó

“[...] de la oscura tradición de algún tipo de organización ‘clandestina’; la opacidad de las fuentes históricas; y las vigorosas tradiciones del sindicalismo ilegal [...]”.

No nos queda sino protestar, dado que no eran esos los horizontes más sustanciales que se había trazado en el extenuante capítulo 14, sino como explicitara supra, los cinco modos de pelea de la “gran tradición ‘clandestina’”. Comenzó con los antecedentes “oscuros” de la “ilegalidad” que luego supuestamente, ejercerían las trade unions, para desembocar en el ludismo, pero en los hechos está yendo sin el “gozne” de la clandestinidad de las trade unions, al “ludismo”. Se salteó un tema que se había fijado en cuanto “brújula”...

No quedándonos más remedio que seguir, afirma que el ludismo propiamente tal , es de los años 1811/1817 y el que se ejerce en tres ocupaciones: el West Riding de los tundidores, el sur de Lancashire de los tejedores de algodón, y el Nottingham, Leicestershire y Derbyshire de los tejedores de punto. De estos aglomerados, los desborradores, acondicionadores de paños o tundidores eran ocupados cualificados y privilegiados , al extremo de ubicarse en la “aristocracia” de los atareados con la lana. Los ingresos que percibían los “desborradores” eran de alrededor del 5 % del paño acabado, pero muchas veces, cobraban hasta el 20 % . Por eso , eran los más interesados en combatir la introducción de máquinas que sabían que los reemplazarían y eran los que, casi con certeza, iniciaron el ludismo (ver infra). No obstante , no bregaron contra las máquinas porque anhelaban conservar intacto un “nivel” de paga, sino a causa de que el sistema de fábrica desmoronaba un cosmos precapitalista de vivencias.

Sin embargo y a pesar de lo indicado, los tejedores y los tejedores de punto, eran atareados a domicilio con una larga tradición artesana, que padecían un deterioro en su posición.

Sabemos que hasta fines del siglo XVIII , el acabado de los paños lo hacían los tundidores, pero luego comienzan a emerger cinco fenómenos paralelos y complementarios. Por un lado, grandes fábricas que se encargaban de todo el complejo proceso, en una única unidad de producción. Estas industrias ocupaban en promedio, 80 desborradores .

Por otro, pañeros con pequeños negocios que dejaban la tela en un estado semiprocesado. En tercer lugar, talleres que empleaban de entre cuarenta a 60 trabajadores cualificados y aprendices , que eventualmente y por encargo, podían finiquitar el acabado. En cuarto término, pequeños talleres de hasta cinco ó 6 personas, que hacían lo mismo. Finalmente, los intermediarios que compraban los paños semiacabados y para su terminación, los orientaban a los grandes talleres o a los pequeños .

Esa serie combinada de elementos, ocasionó que de los 1733 empleados en el sector en Leeds en 1814, perdurasen unos escasos ocupados adultos en 1841, que cobraban de entre diez chelines a 14s. por semana. Mientras, a los jóvenes sin experiencia se les abonaba de entre cinco chelines a 8s. Los acondicionadores acostumbrados a otros ingresos, principiaron a buscar otras actividades : alguaciles, trajinantes de agua, basureros, vendedores ambulantes, baratilleros de artículos ínfimos (naranjas, betún, pasteles, etc.).

También la lucha de los tundidores contra determinadas innovaciones en el acabado, se remonta a fines del setecientos. Ya un poco en la centuria posterior , los “desborradores” se organizaron con más eficacia para impedir que máquinas más avanzadas, se introdujeran en Leeds, dado que no lo habían logrado en el West Riding. Apelaron al uso de amenazas , a la exigencia de que se respetaran ciertas leyes que limitaban el número de telares , a que se efectuara una introducción gradual de la maquinaria, a los incendios , a retrasar las invenciones no divulgándolas, entre otras múltiples tácticas. Y es que el “ludismo” , era la resultante de la legislación clasista que ocasionaba que cualquier intento legal o pacífico de enfrentar las desigualdades entre los grandes conglomerados sociales y entre las clases, concluyera en un fracaso. Peor aún: el sistema conducía a los no acomodados en general y a los obreros en particular, a enredarse en una refriega legislativa, procurando revertir en el marco de un gobierno clasista, normas que favorecían a los privilegiados, en especial, a los burgueses.

No obstante , esta forma peculiar de lucha no debe comprenderse únicamente a manera de una consecuencia directa, de lo que sería una supuesta “toma de conciencia” por sus derechos, de parte de los miembros de los conjuntos dirigidos, pues en realidad, un porcentaje significativo de los reclamos se hacían porque los grandes industriales, rompían con las costumbres precapitalistas, con la dinámica del trabajo pre burgués y con todo un estilo de vida establecido .

Lo cierto es que hacia 1809 , tras una serie de reyertas y escaramuzas entre comisiones ad hoc, protestas de los ocupados en las actividades asociadas a la lana, informes, discursos en el Parlamento, la Corona optó por abolir los últimos reductos de “protección”, a los que invocaban los tundidores, para despejar definitivamente el camino, en dirección a la producción capitalista en el sector. A partir de ahora, los burgueses podrían emplear a novatos, mujeres y niños; utilizar cuanta maquinaria considerasen imprescindible; etc.

Pero si los desborradores fueron el caso emblemático de la rebelión ludita, no hay que alucinar que se gestó con ellos; nació con los tejedores de punto.

En esos ocupados, existe una línea “constitucionalista” o “legalista”, y otra radicalizada. A veces , se oponían; otras, se “complementaban”, id est, los tejedores de medias apelaban a una “doble” estrategia.

El derrotero por el cual los tejedores de punto fueron empobrecidos, siguió la “lógica” por la que los tejedores sin más, acabaron en la miseria. Al principio, los tejedores de punto fueron propietarios de sus telares. Sin embargo y como casi siempre, la producción de tejidos terminó controlada a grandes rasgos, por los imponentes comerciantes intermediarios y calceteros. La firmeza que adquiere ese “personaje”, incentiva la aparición de intermediarios de menor “vuelo”, que convencen a los tejedores que les entreguen a ellos los artículos para “ahorrarse” viajar hasta donde residen los grandes calceteros intermediarios.

Lo anterior , estimula la competencia entre los tejedores de medias que laboraban en sus casas y los que debían atarearse en un taller, insignificante o de envergadura. Los precios caen a tal extremo, que los tejedores que eran todavía propietarios, incluso de un pequeño trozo de suelo, tienen que laborar ya en los talleres.

En simultáneo, afloran especuladores que invierten para alquilar telares.

Los tejedores se sienten agraviados, no únicamente por no ser reconocidos con una paga elevada en su arte , sino en virtud de que los talleres exigen modificar sus costumbres, recortan arbitrariamente sus ingresos con multas, aumentan el alquiler de su principal herramienta de trabajo y ellos deben cargar en sus pagas raquíticas, lo que tienen que abonarle a una costurera, y gastar en aceite, en agujas (en síntesis, deben invertir en los costos, materias, materias auxiliares y materias primas).

El declive de la rama se aprecia en las cifras. Desde 1785 a 1805, los atareados absorbieron ingresos de catorce chelines a 15s. por semana, por doce hs. Hacia 1807 , la paga se reduce en torno a tres chelines (!!). Otros gubian que hacia 1819, cobraban de cuatro s. a 7 chelines por dieciséis ó 18 hs. de intensa tarea.

En 1811 , había veintinueve mil telares de punto en Inglaterra y unos 50 mil empleados en y alrededor de la calcetería. Un “nucleolo” estaba en Londres (que era más comercial que de producción, dado que existían apenas unos 100 tejedores de medias), pero la actividad era febril en un triángulo compuesto por Nottingham, Leicester y Derby. No obstante, las grandes unidades escaseaban; la mayor parte de la producción venía de talleres de tres a 4 telares. El asunto es que de la calcetería fina se pasó a la sencilla; en paralelo, se desplegaban las condiciones descritas supra.

Tal como se anticipó , un segmento de los tejedores de medias se volcó a la lucha constitucionalista . Reclamaban que se instaurasen las antiguas normas que protegían a los artesanos y hombres de oficio; que se hiciera obligatorio el aprendizaje; que no se empleara mano de obra no calificada; que no se ponderase delito la destrucción de máquinas. Of course, no está de más delinear que la Corona se espantó de “semejantes” peticiones. Entonces , una fracción de esos legalistas y los más rebeldes, dieron un giro hacia el “ludismo”.

La “fase” más sustanciosa de los “admiradores” de Ned Ludd en Nottingham, se dio entre marzo de 1811 y febrero de 1812. De noviembre a enero, la destrucción, incendio, entre otras clases de sabotajes, se extendieron a Leicester y Derby. Ese accionar, condujo al gobierno a redactar un proyecto de ley que tipificaba la destrucción de máquinas, en delito que merecía la pena de muerte. Los tejedores de punto, se escondieron en una “semi clandestinidad”, se pusieron en rápido contacto con otras regiones, como Londres y Dublín, y requirieron poder asistir al Parlamento para exponer sus puntos de vista . Acabó ganando la Corona .

Lo curioso fue que los tejedores de punto, al haber perdido la batalla constitucionalista, en lugar de tornarse jacobinos, se convirtieron en celosos de la legalidad, vigilando a sus compañeros. ¡Aparecieron trade unions lo suficientemente poderosas, para desalentar el “ludismo”! Esta situación no pudo conservarse sino hasta 1814, cuando regresaron las destrucciones, las que se prolongaron hasta 1817 . Entonces, lo que aconteció en Nottingham fue que un segmento de los fondos de las organizaciones no clandestinas, pasaron a financiar, en cuanto “doble” estrategia, acciones luditas.

Apreciemos en ese momento, el “ludismo” en Lancashire. Al igual que con los tundidores y tejedores de Nottingham, la ilegalidad y la avería de máquinas, surgieron por un triple factor: el recrudecimiento de las leyes contra las asociaciones, la “oficialización” de la Economía Política de Smith, con su libre e irresctricto juego de la oferta y la demanda, y la afectación de un modo de vida precapitalista.

La agitación principió en 1800 con la solicitud de una ley que fijara un ingreso mínimo. A causa de que no sólo no hubo respuesta alguna, sino que comenzaron a encarcelar a los líderes, de 1807 a 1808, se desata una serie de manifestaciones, destrucciones y huelgas.

Pero aquende lo que nos explicitan esos ejemplos puntuales, ¿cuáles fueron las causas que suscitaron el ludismo? Ya adelantamos algunas posibles respuestas. Como es sabido, el bloqueo desordenó los mercados de Lancashire, Yorkshire y las Midlands, contribuyendo a un crecimiento lento o llegando a un estancamiento económico en estos “polos de desarrollo”.

Tal cual es conocido, la guerra continua y las sucesivas malas cosechas indujeron inflación, entre otros fenómenos, conduciendo al hambre a los grupos dirigidos. Esos dos componentes, pueden explicar la coyuntura en la que emergió el “ludismo”, pero necesitamos dar cuenta de su “naturaleza”.

Una de las vías es decir lo que no fue: no resultó ser una especie de “motín de subsistencia”; tampoco, una ciega protesta; menos, un sindicalismo “primitivo”. Surgió de la crisis de los nexos paternalistas entre los miembros de los conjuntos hegemónicos y subalternos, en general, y de idénticos vínculos entre las clases dominantes precapitalistas y burguesas, y de las clases oprimidas precapitalistas y proletarias, en especial. Recordemos que estos lazos paternalistas, aunque sin duda no superaban las desigualdades y los mecanismos de explotación, “sancionaban” a los acomodados que fueran “injustos”, arbitrarios, inescrupulosos, sedientos de ingresos ilimitados. Los dirigidos aguardaban poder acudir a los magistrados y funcionarios en sentido amplio, apelando a los valores de un “trato en equilibrio” .

A su vez , la mentada crisis se incubó a causa de que retrocedía la “economía ‘moral’” de la “multitud”, se retraían con velocidad las leyes paternalistas, se violentaba la Constitución y avanzaba la economía del capital, según el liberalismo de la época.

En la perspectiva de larga duración y acorde a lo que escribiera el “sociólogo” Tawney, se trata de una forma de resistencia que se encuadra en las maneras de lucha de los sectores populares, que se vienen gestando desde los siglos XIV y XV. El ludismo es su capítulo último. Puede evaluarse entonces, como

“[...] una erupción violenta [...] contra el capitalismo industrial [...], que rememora un código paternalista [...] y [que] se ve legitimado por las tradiciones de [...]” los integrantes de los grupos subalternos. Fue un instante de transición: se miraba hacia costumbres añejas y nexos paternalistas, y se empleaban antiguos derechos con el fin de sentar nuevos precedentes. Las exigencias que nos asoman más rebeldes (como el de encontrarle una ocupación al desplazado por la máquina; el de limitar la jornada de mujeres y niños; etc.), dan hacia el pasado cuanto se dirigen al futuro. Es probable que los radicales al estilo de los “luditas”, quisieran que el crecimiento industrial se pautase según prioridades éticas y que el lucro se subordinara a las necesidades humanas.

Sea lo que fuere, es dable enunciar que tanto en el sentido que se encaminaba hacia la época de los Tudor, como en la dirección que se orientaba hacia la legislación de las “10 hs.”, la pelea de los luditas representó por igual, una “economía política” y una “moral” disímiles a las de la competencia desalmada.

Yendo a otro “eje”, cabe sentenciar que los segmentos de no privilegiados, se hallaban entre dos fuegos. Por un lado, las “trincheras” del Estado y su legislación clasista, en la que podía haber alguno que otro funcionario que pudiera escuchar los reclamos populares. Sin embargo, cuando eran “demasiado” enfáticos y aunque no simpatizaran con los acomodados, en particular, con determinados grandes empresarios, esos magistrados sentían que los subalternos también colocaban en “peligro” el orden.

Desde otro flanco, lo que gestaba la pelea contra Napoleón, era la aprobación de normas que si bien afectaban a ciertas clases precapitalistas, como los viejos terratenientes (las Corn Laws), impactaban más en los conjuntos dirigidos. El gobierno prefería esto, descargando el peso de la guerra en las mayorías, a pesar de atraerse el malestar de un fuerte sector privilegiado.

Por otro lado, los no acomodados debían lidiar con el “frente” que hacían los conglomerados hegemónicos y con las “uniones” que armaban los burgueses. En definitiva , a los grupos subalternos se les oponían, desde el Estado, los “valores” del orden, y desde el gobierno y las clases dominantes, la economía de mercado liberada . Un ejemplo de refriega entre secciones de los conjuntos en lid, era la lucha entablada entre los pequeños propietarios de talleres y de negocios de todo tipo, contra los empresarios de envergadura y los propietarios significativos de fábricas . Los primeros , se resistían a que el aparato de Estado, la entera legislación en vigencia, etc., se orientara en beneficio exclusivo de esas capas de las clases extractoras de plusproducto.

La oposición era tal, que llegó a calar en determinadas fracciones de los comerciantes calceteros, los cuales se ubicaban en los reclamos, junto a los conglomerados de no privilegiados, en particular, acompañando a las clases dominadas.

Con el afán de mantener la numeración de las apostillas en una frontera “tolerable”, segmentamos otra vez, el capítulo.


 

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