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CONTRATIEMPOS Y AFORISMOS IV. FORMAS DE RESISTENCIA Y GRUPOS SUBALTERNOS BRITÁNICOS

Edgardo Adrián López



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SECCIÓN II. LA SOLEDAD DE LOS HIJOS DE EVA

“La producción bajo el capitalismo, al igual que en cualquier otra sociedad de clases, está sujeta a la regulación fundamental por parte del tiempo de trabajo […]”

Anwar Shaikh

“[...] La libertad destranca la cárcel de mis huesos [...]”

Horacio Ferrer

LA FORMACIÓN DE LA CLASE OBRERA

Vol. I

Segunda Parte: La maldición de Adán

VII

A fines de que la numeración de la notas se conserve dentro de unos parámetros estilísticamente razonables, decidimos dividir esta tediosa Segunda Parte en tres grandes fragmentos. En el primero, se abarcará hasta el capítulo sobre los artesanos y hombres de oficio; en el segundo, llegaremos hasta “La maquinaria moral” del punto XI; en el tercero, se concluirá con el resto del vol. I.

El Capítulo 6, bautizado “Explotación”, comienza poniendo de relieve que los integrantes de lo que denominamos “grupos privilegiados” y que Thompson llama “sectores patricios” , estaban alarmados con el hecho de que las nuevas unidades de producción, como las manufacturas, hilanderías, etc., fueran genuinos centros de autoilustración de las mayorías postergadas .

Pero no todos compartían iguales temores. F. i., los segmentos más retrógrados de los conjuntos dirigentes se agitaban por razones distintas. En primer término, miraban con malos ojos a los ricos industriales y sopesaban que destruían tanto la naturaleza, cuanto el orden social que había poseído hasta no hacía mucho en su pináculo, a los terratenientes.

En segundo lugar, apreciaban que las concentraciones masivas de personas en recintos de dimensiones modestas eran un peligro en sí .

Luego de eso, el investigador británico se empeñará en criticar lo que a él le resulta un diagnóstico apresurado, lineal y simplificador del joven admirado por Marx: que no es cierto que haya habido una “ecuación” que estableciera

[energía de vapor + fábricas (en especial, algodoneras) = clase obrera] . En la perspectiva aconsejada por el isleño, se suelen entretejer los nuevos usos de los instrumentos físicos de producción, con inéditas relaciones sociales, formas culturales e instituciones. Las protestas que van de 1811 a 1850 parecen confirmar la imagen de una sociedad inglesa muy distinta, en la que hay otros “actores”.

Las fábricas, en particular, las de algodón, son evaluadas no sólo a manera de agentes que provocan la Revolución Industrial y que gestan las mercancías, sino que alteran lo social y suscitan el propio Movimiento Obrero . Por supuesto que hay mucho que antes no estaba: los edificios similares a cuarteles, los niños escuálidos trabajando, las viviendas arracimándose alrededor de las unidades fabriles como si fuesen sus apéndices, las chimeneas humeando, etc., mas no es conveniente enfatizar la discontinuidad entre lo previo y lo posterior, sino observar lo viejo sobreviviendo en lo nuevo .

Tal como lo demostraron los estudios históricos de innumerables profesionales, las procesadoras de algodón fueron las primeras industrias y ellas sirvieron de modelo para el resto del sistema . Sin embargo, no se tiene que partir de supuestos apresurados ya que los obreros fabriles no fueron los “primogénitos” de la Revolución Industrial, sino los recién llegados . Los datos actuales revelaron que todavía a principios de la década de 1830 , los adultos tejedores manuales del algodón eran más numerosos que los varones y mujeres empleados en el hilado y en el tejido de las fábricas algodoneras, laneras y sederas en su conjunto. Incluso, es discutible si los trabajadores de las industrias constituyeron el núcleo del movimiento obrero antes de 1840 . Recordemos que los levantamientos antisistema como el jacobinismo y los disidentes religiosos, tuvieron a los artesanos en calidad de protagonistas. Por añadidura, las fuentes de inspiración del movimiento obrero no estuvieron en los trabajadores “típicos” sino en hombres de oficio (zapateros, talabarteros, imprenteros), en artesanos, pequeños comerciantes, libreros, guarnicioneros, tejedores, peones de la construcción y otros .

En suma, lo que habremos de nombrar en tanto “clase obrera” no nació abruptamente sino por un largo y complejo proceso que abarca de 1790 a 1830, donde se desplegaron con lentitud una conciencia de clase, formas de organización política y laboral –sindicatos, sociedades de socorro mutuo, publicaciones, etc.-, pautas de comportamiento, tradiciones, sensibilidades , instituciones determinadas. La “materia prima” de donde surgió la clase trabajadora no fue esa misma clase obrera, sino lo que denominamos el “inglés libre por nacimiento”, es decir, las “muchedumbres” que se resistían al Absolutismo y que estaban orgullosas de su “modo británico de vida”. “Plebeyos” que estaban integrados básicamente, por personas que respondían a antiguas tradiciones de corte artesano.

Sin embargo, una vez “cincelado” el trabajador del “fondo” de costumbres preindustriales, la clase obrera explotada por el capital estuvo en condiciones de autocrearse a sí misma, tanto como la habían engendrado otros segmentos populares .

A partir de entonces, Thompson efectuará una larga digresión que polemizará sobre el nivel de vida en la Revolución Industrial, tema que aparecerá en varias ocasiones .

Empleando circunloquios, sostiene de forma “curvada” que el suegro de Lafargue era partidario de una visión “catastrofista” del citado movimiento histórico y que tal mirada fue desmantelada punto por punto. En vez de caracterizar este lapso como de desequilibrio económico, inequidad social, pobreza, miseria, exclusión, explotación, represión y agitación popular heroica, hay que tener en cuenta la tasa de crecimiento y las dificultades en el desarrollo autosostenido (tales como la fuerte inversión a largo plazo en canales, vías férreas, minas, distintas obras de infraestructura, entre otros elementos).

Los autores no “apocalípticos” , de la talla de Trevor Ashton y otros, entienden que los infortunios del período se deben no a la exacción de plusvalía, sino a las guerras, las comunicaciones defectuosas, la inmadurez bancaria y crediticia, a los mercados poco seguros, a los ciclos comerciales, a los elevados precios de los productos básicos (entre ellos, el trigo), etc. Pero tendencialmente, la Revolución no sería un tiempo de conflicto y opresión sino de mejora (!). En el capítulo siguiente al que resumimos, el isleño matizará con un tino no propio de su firma, que si hubo alivio, esas mejoras fueron a parar a individuos distintos a los pertenecientes a los grupos subalternos . Sostiene que los “optimistas” participan de una ideología del crecimiento , que tiende a esmerilar toda una disciplina en mera propaganda.

El pensador intenta pues, una postura “intermedia” señalando que si bien la categoría “costo de vida” es una noción útil, las variables que entran en juego para acotarla son difíciles de calibrar y cuantificar. Además, en situaciones como las de la Revolución Industrial puede ser más importante considerar el “modo de vida” que el “costo de existencia”; no obstante, el concepto es más abarcador y escurridizo que el de “nivel de vida”. E. g., es desacertado homologar la situación de un abuelo bracero de Suffock, y la de su nieta que labora en una fábrica de algodón; se trata de dos niveles de existencia y de dos estilos de vida dispares .

Efectuadas las advertencias, afirma que tanto los “catastrofistas” como los no “apocalípticos” están equivocados, puesto que es un error negar que haya habido contrastes agudos y en simultáneo, mejoras relativas . Empero e incurriendo en contradicción con esa postura conciliadora, mucho más adelante abocetará que hubo un relativo declive y un incremento absoluto de la pobreza .

Por otro lado, se debe sostener que tanto el contexto político como la máquina de vapor incidieron en la gestación de la clase obrera . Un enfoque holístico , nos haría idear que la revolución al estilo francés que no tuvo lugar en Inglaterra, reforzó las tendencias negativas de entonces . La contra/revolución que va de 1792 a 1832 (a), fue acompañada de un notorio crecimiento demográfico (b) y de las alteraciones tecnológicas correspondientes a la industrialización (c), que son las tres grandes influencias que accionan en simultáneo. A ello se añaden los conflictos latentes entre la oligarquía agraria y comercial, los fabricantes, la pequeña gentry, la clase obrera y las “clases” medias . No hay que descontar tampoco la rápida generalización del cerramiento , que ocurre entre 1760 y 1820, ocasionando que el trabajador empobrecido deba sustentar con su esfuerzo a terratenientes y arrendatarios.

Lo mencionado en última instancia, es para Thompson lo que representa el aspecto catastrófico de la Revolución Industrial. En primer lugar, a causa de que el cercamiento implicó la pérdida no únicamente de tierras comunales, sino de un universo cultural colectivizado . En segundo término, porque supuso que el habitante rural, acostumbrado a un ciclo de tareas con ritmos distintos, se vio forzado a emigrar a la ciudad y a emplearse en las fábricas, con lo que se encontró de golpe, sometido a una disciplina a la que no se ajustaba con dicha. En este sentido, las fuentes dejaron vastas quejas respecto a que los que se atareaban en las fábricas, pero que provenían del campo o de un pasado de oficio y artesano, de trabajador a domicilio , eran indisciplinados , irregulares e inmanejables .

En tercer orden, el contraste entre los “orígenes” sociales de los ahora prósperos fabricantes (muchos de los cuales habían sido modestos menestrales, un poco antes ) y la fortuna que habían acumulado en escasos años, no sólo apuntalaba las sensaciones de estar varados en un mundo desconocido, sino que acicateaba la constitución de una conciencia política de clase que ocasionaba que los obreros se percataran que el nuevo mundo que estaba emergiendo, tampoco los iba a favorecer . Un inteligente oficial hilandero de algodón , había sido el autor de un panfleto que no firmó, en el cual adelantaba el mecanismo secreto por el que el capital se acrecentaba a costa de las labores de los que atareaba , postulando que obreros y capitalistas eran dos seres diferentes .

En suma, la percepción de un “Apocalipsis" viene de que las industrias estaban destruyendo de modo compulsivo, una cultura tradicional anterior y de que se observaba por doquier, que había parcialidad en todo y a favor de los nuevos amos . Lo único que les importaba en lo inmediato era conseguir el máximo de plusvalía convertida en ganancia , y reducir al mínimo los costos en salario, sin consideración alguna hacia sus empleados .

No obstante, de una forma inaudita el historiador weberiano argumenta que en el capitalismo posterior a 1830 y en alguna medida, en el actual, esa política despiadada de gestión de una empresa es inaplicable, puesto que no únicamente se requiere de un mínimo de obreros estables y fijos en las fábricas, sino porque de continuar con tamaños procedimientos, se estimularían incansablemente los conflictos, desestabilizando el mercado todavía más, volviendo incierta la transformación en ganancia de la plusvalía extraída. Sin embargo, Thompson se olvida que la tendencia histórica del capitalismo ha sido “flexibilizar” las condiciones de trabajo siempre y en desmedro de los obreros productivos, a pesar que una “filosofía” de esta índole pueda significar el “diluvio” .

Para remachar su conservadorismo, desea hacernos creer que no podemos echarle la culpa

“[...] de cada una de las penurias [causadas por] la Revolución Industrial[,] a los ‘patronos’ o al laissez faire. El proceso de industrialización debe acarrear sufrimiento en cualquier contexto [...] que podamos concebir [...]” (!).

Evadiéndose de sus apreciaciones desencajadas, sostiene que el mejor modo de aprehender un proceso como el de la Revolución es atender al contexto de los vínculos de clase . Ello supone estudiar en filigrana los entrelazamientos multidimensionales entre leyes, propiedad, costumbres y poder , por los cuales las máquinas, que fueron inventos que podrían haber ahorrado trabajo, devinieron instrumentos para el empobrecimiento de las masas.

Au fond, lo que se debiera calibrar es cómo determinadas relaciones sociales fomentan algunas clases de expropiación (renta, interés y lucro), y proscribe otras (robos , derechos feudales). Cómo son legitimados ciertos tipos de conflictos (la competencia, las guerras) y son inhibidos otros (los motines, las huelgas, las organizaciones populares). También hay que enfocar cómo son distribuidas las ganancias y el bienestar entre los miembros de los “grupos privilegiados”, en especial, entre las clases dominantes, y las pérdidas, la miseria, las crisis, la pobreza, el subconsumo, entre los “conjuntos no destacados”, en particular, entre las clases dominadas.

Como quiera que fuere, lo que se constata es que sea por las “multitudes” que todavía no eran clase obrera valorizadora de capital o sea por esa misma clase, lo genuino es que las instituciones políticas, sociales y económicas de la Inglaterra que se hacía capitalista, eran cuestionadas por los contemporáneos, incluso, por los pertenecientes a los “grupos hegemónicos”. Y así como antes encontramos escritos que habían anticipado conceptos de Marx, de igual suerte volvemos a toparnos con exposiciones en las cuales se habla del subconsumo en el que se hallan castigadas las mayorías .

Finaliza este engorroso capítulo, con la confesión de que los distintos tipos de laborantes agrícolas (poceros, trabajadores manuales, tejedores pobres, jornaleros, etc.), los criados (que podían vivir hasta en algunos hogares obreros), los mineros y los artesanos urbanos , son los principales segmentos que influyen, según él, en la problemática constitución de una conciencia proletaria, al interior de la compleja clase explotada por el capital .

VIII

El punto 7, llamado “Braceros del agro”, estudiará a los que componen los que integran los conglomerados dirigidos “camperos”. Es uno de los capítulos más detallistas al describir e individualizar a los disímiles elementos que son miembros de los grupos subalternados, en especial, de las clases dominadas. Pero en el “Post scriptum” del vol. II , el intelectual británico opina que es un ítem que acaso debiera haber dejado de lado, a la hora de exponer sus perspectivas sobre el proceso formativo de la clase obrera en Inglaterra.

Comienza con la advertencia respecto a que el caso de los braceros, que es el segmento que predomina entre 1790 y 1830 , demuestra los inconvenientes a la hora de fijar un “nivel de vida”. Sin embargo, lo que parece estar claro es que el sesenta por ciento de los braceros de 1830, vivían en los condados en donde el “costo de vida” era alto o los salarios eran muy bajos. En esos espacios, los que establecían el punto de comparación eran los aradores y los carreteros, los cuales cobraban alrededor de doce chelines por semana, cuando el salario mínimo estaba casi siempre a diez chelines con 5d. por siete jornadas . En nuestros términos, aquélla cifra se acerca al “umbral” a partir del que en una gran parte del periodo, se podía diferenciar entre acomodados y no privilegiados en el campo, “límite” que lamentablemente no es consignado por el autor .

Sir Clapham, un estudioso de la época que comentamos y que desmantela Thompson, aporta el dato sobre que algunos campesinos muy pobres o cottagers contaban con mínimas parcelas dedicadas al cultivo de papas, tenían animales de granja y poseían huertos . Agrega que en muchos casos, los efectos perjudiciales del salvaje cercamiento de las tierras fueron compensados con estas “disponibilidades” . El historiador británico amortigua, recordando que no podemos olvidar que hubo condados ingleses, en los que el cerramiento fue más intenso que en otros .

Indica también que había al menos, 4 grandes tipos de vínculos entre “contratistas” y empleados:

1- una fuerza de trabajo regular en las grandes explotaciones agrícolas, con tareas durante casi todo el año;

2- contratados por trimestre o por año;

3- especialistas a los que se apelaba para labores cualificadas específicas;

4- trabajo eventual , pagado a jornal o a destajo .

En la taxonomía 1, constatamos individuos en las mejores y peores condiciones . Por ejemplo, el consumo del arador que está con su familia en la propiedad y que con su relativamente buen salario puede adquirir leche y granos, contrasta con el penoso umbral de subsistencia de los jóvenes peones braceros, que es similar a como viven los aprendices miserables de las primeras fábricas, o con los eventuales cottagers. Sin embargo, entre los campesinos muy maltratados que son los cottagers y los peones solteros se observan más diferencias en algunos distritos . F. e., en algunas zonas de Lincolnshire el terrateniente arrienda a los pegujaleros, un acre para papas y 4 para alimentar a una vaca.

En la segunda categoría, nos enfrentamos con magros salarios y poca o ninguna independencia. Encontramos casa y comida en la vivienda del agricultor; éste puede ser un campesino medio o rico .

En la tercera taxonomía, hay incontables tipos de subcontrato: limpiadores de corral, leñadores, escardadores de trigo, constructores de canales y drenajes, cercadores.

En la clasificación 4, existe una enorme variedad: mujeres y niños con salarios paupérrimos; trabajadores migratorios (en particular, irlandeses); artesanos urbanos que aprovechan la estación para monetizar su economía, aunque sea con un bajo sueldo; labores a destajo sutilmente graduadas.

A esa segmentación de los “ingresos” de los atareados en el campo, habría que sumar los mecanismos que los devastaban, tales como los pagos en especie , la influencia de los impuestos para “asistir” a los pobres, las fluctuaciones en el empleo rural, la repercusión en general de los impuestos y el impacto de las leyes de caza, los diezmos, etc.

En cuanto a los pagos en especie, el intelectual de la añeja Albión asiente que son una estrategia de los “contratistas” para reducir los sueldos o para eliminar los salarios en dinero. Empero, como si no pudiera resistir ser crítico, dice que en algunos casos, las entregas en especie incrementaban los ingresos en moneda desvalorizada: si esto puede ser plus o moins exacto, es casi seguro que la treta no se convocaba conscientemente para favorecer a los explotados y/o dirigidos, puesto que ya entonces la agricultura se enfocaba con vistas a obtener el máximo de renta , sin tener por horizonte deseos altruistas como alimentar a una población en crecimiento .

Aunque caracteriza con lucidez el intrincado y lento proceso de cercamiento, a modo de un ejemplo traumático de robo de clase , que se efectuó acorde a las reglas de juego estipuladas por la propiedad privada y según el ordenamiento jurídico de la época, régimen legal consagrado por un Parlamento integrado básicamente por propietarios y abogados , vuelve a tropezar con perspectivas timoratas. Enuncia que muchos pequeños propietarios recibieron un trato razonable, a causa de que v. g., los comisarios de los cerramientos fueron concienzudos (!).

Subraya que el cercamiento no significó tan sólo y sencillamente, la expropiación de las unidades familiares que habitaban el campo, sino la pérdida de lo colectivo que se hallaba entretejido con una serie de tradiciones, valores, etc., alimentado a su vez, por el acceso a pasturas, leña, fuentes de agua, etc.

Entiende que lo interesante sería indicar grosso modo, las reacciones que se articularon desde los grupos subalternos ante el avance de ese robo de clase . Y esto porque casi siempre los estudiosos suponen que los pobres del agro , fueron extrañamente “pasivos” . Si ese hubiera sido el caso, existen varios factores que pudieron incidir en esa “pasividad”. F. i., el trámite de queja por el avasallamiento rudo que significó el cerramiento en manos de los campesinos ricos, la gentry, los grandes labradores, los terratenientes, algunos mineros y los capitalistas, era tedioso, de resultado incierto y desfavorable y en particular, oneroso, de forma que un aldeano se resignaría en lugar de entablar una lucha. Pero esto no implicaba necesariamente el abandono de toda estrategia de resistencia, debido a que los aldeanos analfabetos y desorganizados, podían apelar a los motines o a acciones que involucrasen a menor cantidad de individuos, que derribaban los cercados, que propagaban incendios, etc.

Otro elemento a tener en cuenta, es que el cercamiento dividía y enemistaba a los distintos tipos de campesinos medios, con las múltiples clases de campesinos pobres, dado que los primeros deseaban la propiedad delimitada y los segundos, que frecuentemente cumplían el rol de fuerza productiva en el campo (explotada o no por capitalistas), se arriesgaban al hambre con el cerramiento. Por eso es que no todos protestaron contra este robo de clase.

Ahora bien, ¿cuáles fueron los motivos por el que tomó vertiginoso impulso, un proceso que venía ocurriendo aquí y allá desde hacía varios siglos? Of course, el más obvio es el avance del capitalismo en la agricultura, lo que conllevaba una transformación de la estructura de la propiedad agraria . Asociado a esto, el cercamiento valorizó las unidades que tenían extensiones precisas, lo que incrementó las rentas percibidas, lo cual fue un aliciente para proseguir esa vía de despliegue. Por descontado, los suelos rápidamente cerrados eran los que detentaban ventajas comparativas, sea por su fertilidad, por la cercanía con cursos de agua, por ser accesibles, entre otras cualidades.

Otra causa fue que se requería concentrar la propiedad, eliminando a los innumerables campesinos con tenencias de pocos acres . Al mismo tiempo, ello se impulsaba en que había un fuerte clima contrarrevolucionario, antifrancés y antijacobino, por lo que se observaba con inquietud la proliferación de los campesinos medios y pobres con acceso a la tierra. Lo que tenía conexión con el hecho de que se creía con firmeza que los campesinos propietarios, en especial, los aldeanos analfabetos pobres, eran propensos por eso , a no ajustarse a la disciplina laboral en ciernes (tal como lo sugerimos en pp. 30, 33). De ahí que expulsar a los cottagers de las tierras de uso común , esmerilar sus ingresos complementarios, expulsar al pequeño propietario o yeoman, subordinar duramente a los trabajadores, etc., se haya convertido en una verdadera política pública.

Por ello también es que en los reclamos posteriores, que veremos emerger con renovado ímpetu hacia 1830, se regresa una y otra vez , al deseo de la parcela de tierra en propiedad y al ensueño de recuperar la libertad extraviada de cierto tipo de trabajadores a domicilio , artesanos, hombres de oficio; ambas cosas, con el carácter de un genuino “recuerdo popular”. A tal punto lo anterior era de esa suerte, que los grupos dirigidos elaboraron una versión de las ideas de Owen que consistía en una comunidad cooperativa acodada en la explotación colectiva del suelo, tal cual se imaginaba que había acontecido en la “edad dorada” de las aldeas, antes del cerramiento.

Pero retomando lo que enunciábamos supra, otro factor que influyó en esa alucinada “indolencia” de los pobres fue que la delimitación de las tierras, resultó tan violenta que gestó en décadas una cantidad abrumadora de mendigos, por lo que se hizo impostergable introducir “subsidios” a los fines de esquivar las posibilidades de revuelta. Con ello, los excluidos preferían, a los ojos de los contemporáneos, refugiarse en la miseria de la asistencia, a sufrir el trabajo . Sin embargo, el inesperado beneficio que las nuevas clases dominantes procapitalistas obtuvieron, fue que se disminuía el costo de los salarios , no únicamente porque se mantenía un excedente de población que en cualquier momento podía ser convocado por el capital, sino en virtud de que tales “subsidios” llevaban a un registro muy bajo, el mínimo por el que se reproducía un hombre que pertenecía a los conjuntos dirigidos.

Au fond, una de las tantas cosas que estaban alterándose para unos individuos que estaban acostumbrados al paternalismo preindustrial de su squire en el campo , o de los magistrados del Estado en la ciudad, era que la paga por el trabajo ya no se hacía acorde a lo que estipulaba la lógica de la “economía moral” como “precio justo”, sino que se efectuaba según la dinámica impersonal de los vaivenes del mercado, y de los caprichos de la oferta y la demanda. Bien puede expresarse que desde mil ochocientos , respira una sensación de erosión de las legitimidades tradicionales y de un mundo que se gobierna con “licencia para matar”, percepción de los grupos subalternos que dura alrededor de 4 décadas, en particular, en aquellos que viven una intensa explotación en el campo (aparecen las mujeres en calidad de jornaleras agrícolas).

El asunto es que la gentry , los mineros, los grandes labradores, los capitalistas industriales, los inspectores de aplicación de las “leyes de pobres”, los terratenientes, los campesinos acomodados, los curas que regenteaban las parroquias, estaban decididos a castigar a los que apelasen a los “subsidios” por insolvencia, con tareas extenuantes como la de picar piedras, integrar cuadrillas de salarios raquíticos , entre otras medidas. A su vez, las humillaciones que suponían las subastas de mano de obra , el enganche en carros de transporte, etc., facilitaban los argumentos para las amenazas, los sabotajes, entre otras actitudes, que abarcaban hasta el desgano y la lentitud en la ejecución de los trabajos.

Empero, la resistencia no se hacía tanto de modo frontal, aunque de cuando en cuando la desesperación condujera a la quema de los graneros , sino a través de acciones como la caza furtiva, el robo insignificante de huertas, etc. Y eso era así porque la resistencia abierta e identificable reforzaba a un tiempo, la explotación y la cruenta represión política , por lo que era preferible en cualquier circunstancia, emigrar.

Tampoco se debe creer que había una suerte de “cálculo” premeditado, respecto a las consecuencias de la protesta; lo que pasaba era que los diversos segmentos de los conglomerados dirigidos citadinos y rurales (que Thompson denomina genérica y equivocadamente, “trabajadores”), apenas si hacia 1833 estaban despuntando una conciencia política, como para que se animaran a originar instituciones comunes de lucha .

Yendo a otro terreno, uno de los problemas que parece haber generado el cercamiento, fue el de la relativa “escasez” de mano de obra. Está claro que las condiciones más que difíciles en el campo, impulsaron a muchos, en particular, a los jóvenes , a irse a las ciudades. No obstante, no hay que asumir que había una suerte de despoblamiento rural masivo ; ésta es la mirada propia de los dominantes de los grupos hegemónicos, que deseaban siempre una fuerza de trabajo a precio de remate. El crecimiento demográfico continuo, fue suficiente para compensar las oleadas de emigración del campo a la ciudad.

Lo que ocurría era que los privilegiados de los conjuntos dirigentes, en especial, las nuevas clases explotadoras procapitalistas, preferían despedir a sus trabajadores contratados, quejarse ante el inspector o el magistrado local de la “falta” de mano de obra y solicitar obreros acogidos en las parroquias , debido a que sus salarios estaban subvencionados , mitad por el impuesto destinado a los pobres y mitad por quien los emplease. Por añadidura, entre esos grupos de distintos condados existían recelos: unos y otros querían evitar que el vecino se aprovechase de los desocupados asilados en las parroquias, procurando entonces quejarse antes, lo más rápido posible y siempre, de la presunta “escasez” de fuerza laboral .

El parroquial era un sistema de “recolección” de desocupados insolventes, que se prestaba a infinitas combinaciones de embrollos, extorsión y despilfarro, con algunas grietas para que fuesen usadas por los pobres que en realidad, estaban “encarcelados”. Ese sistema cuasi foucaultiano precapitalista de control de la población, tenía el objetivo estratégico de destruir las posibilidades de que los que fueran obligados a jugar el rol de potencia valorizadora de capital, pudieran no sólo decidir sobre el nivel de su salario, sino también acerca de su trabajo futuro.

Retoma la discusión sobre el costo de vida . Con ingenio, pincela que es dable afirmar que un bracero o carretero con empleo regular, pudieron aumentar sus salarios durante los años previos e inmediatamente posteriores a la Revolución Industrial, pero que si tenemos en perspectiva el porcentaje total de pobres, es seguro que el crecimiento demográfico de la época, ocasionó que su número se abultara. Es probable que el cuarenta por ciento en 1790, alrededor de 10, 5 millones de habitantes, fuera pobre y que hacia 1841, los pobres fuesen el treinta por ciento, pero en virtud de que la población global también sería mayor, tendríamos no 10 sino 18, 1 millones.

En el apartado siguiente, vuelve sobre la cuestión del “nivel de vida” que nosotros, a los fines de conservar unidad en la síntesis, insertamos en este “topoi”. Así, consigna que los mineros, que en numerosos distritos eran casi una “casta” hereditaria , comparativamente ganaban mucho . Acorde a lo que imagina Ashton, es posible que otras ramas de actividad hayan tenido buenos salarios reales entre 1790 y 1840, pero también se debe sopesar que las condiciones de trabajo no era humanas (ése es el caso de los mineros ), que la supuesta “mejora” no afectó a todos por igual, que el grado de organización laboral incidía en el nivel de los salarios, que había jornadas reducidas según las estaciones.

Por lo demás, si todo fuera verano hay que interrogarse acerca de por qué las fuentes señalan que en fechas tardías como 1850 y 1890, los individuos no calificados (que podían ser camperos o citadinos, obreros productivos o no, etc.), vivían en condiciones de privación extremas. Una de las estrategias para resolver el dilema es aclarar que los “optimistas” citan para sus análisis, las “rentas” cobradas por agentes calificados con empleo. Pero con ello, descuidan a las personas subcontratadas, a los empleados eventualmente, a los subocupados y a los desempleados. Por añadidura, los “positivos” suponen que cada vez era mayor la cantidad de individuos favorecidos con buenos “ingresos”, lo que no está garantizado, puesto que es viable que el número de agentes que estaban en otras condiciones, se incrementara y de hecho, es lo que aconteció .

Otra de las consideraciones que se tiene que efectuar, es que los “optimistas” adoptan las declaraciones oficiales y/o las afirmaciones de los capitalistas respecto a las “rentas”, ignorando que incluso contra la paga de los cualificados, se descontaba el alquiler de las máquinas , se multaban las piezas defectuosas o la indisciplina. E. g., es viable hallar que un hilandero de algodón (que entonces era obrero productivo) de la Manchester de 1818, ganara un salario de dos libras con 3s. y cuatro peniques por semana, pero también que las deducciones devastaban la paga a 18, 4 chelines . Es decir, los “ingresos” de las fuentes y consignados por los empresarios, son sensiblemente distintos a las pagas reales: en el ejemplo, tenemos un ingreso de cuarenta y tres s., que se reduce a menos de 1 libra (equivale aproximadamente, a veinte chelines), esto es, una paga se deteriora a menos del 50 % (!).

Un elemento adicional es ponderar el grado de alienación que padecían los múltiples integrantes de los grupos dirigidos, puesto que los hombres consumían a veces, hasta el cincuenta por ciento de sus retribuciones en las tabernas . Aceptando entonces, que hubiese “rentas” elevadas esas alucinadas retribuciones no servirían para educar la conciencia política en la resistencia y en la puja, sino para amortiguar las angustias que suscitaba un mundo desencantado. El pago en especie o en “tickets” para gastar en determinados negocios, complica más el panorama a la hora de sopesar el nivel de “ingresos”.

Au fond, el imaginado privilegio de determinados hombres de oficio, artesanos, obreros productivos calificados, etc., no es la “música” dominante del período que va de 1780 a 1890, sino que por el contrario, la característica la ofrecen las pésimas condiciones de vida de los tejedores manuales , algunos de los cuales se radicaban en las urbes. Las rentas de los bien pagados suben hasta 1840, es verdad, pero esa suerte no es lo común para la inmensa mayoría de los elementos de los conglomerados subalternos:

podemos “[...] estar seguros que el nivel de vida de los pobres [decayó]” . Ello es así a tal punto, que a pesar de las horripilancias sufridas por los desafortunados que debían recaer en los asilos, los pobres acudían a esos infiernos .

Luego de estas últimas observaciones acerca del “costo de vida”, podemos encarar el ítem siguiente.

IX

El Capítulo 8 , “Artesanos y otros”, desgrana elementos que en buena parte y al contrario de las intenciones del autor, son asignables a los “sectores independientes” y en una mínima fracción, son adscribibles a los “obreros improductivos”. Hasta aquí, lo que emerge obvio es que, si bien hemos sido fieles a lo que escribe el autor, tuvimos que efectuar una reconstrucción en escala, para adecuar lo que efectivamente dice, con lo que hubiera anhelado afirmar, si es que se hubiese mantenido consecuentemente marxista. En definitiva, debimos re traducir lo que enuncia a un lenguaje propio de un marxismo no economicista, no lineal, no determinista, no causalista, no mecanicista, no dogmático, no elemental, no profético, y que fuera abierto, complejo e incapaz de actuar como un “oráculo” que, al poseer “todas” las respuestas, bloqueara la investigación, asfixiando los problemas que comúnmente enfrentamos en su despliegue.

Siguiendo con la ciclópea tarea, en el “Post scriptum” ya mencionado el sociólogo de la Historia en escena, afirma que algunos de sus críticos pincelan que para él, los artesanos y los trabajadores a domicilio están en el centro y que ignora a los que podrían incluirse entre los primeros trabajadores fabriles : los mineros, los oficios mecánicos , los obreros siderúrgicos, los oficios de la construcción, los ocupados en las ramas del transporte. Acepta la observación, en el sentido de que no habló acerca de los trabajadores de las industrias, pero niega que los atareados a domicilio y los artesanos sean el “núcleo” de su texto. Sostiene que tampoco dijo nada de la agitación en la Marina inglesa, de las subculturas “criminales” de las grandes ciudades, del localismo aislado de los minúsculos enclaves mineros y de las fábricas, de la “docilidad” de algunas zonas rurales, etc.

Advierte que las industrias de fines del setecientos y de principios del siglo XIX, no eran necesariamente enormes instalaciones sino que podían ser “factorías” modestas . Por ende, los trabajadores no eran sí o sí obreros típicamente fabriles, sino que eran atareados en talleres o en sus propios domicilios, algunos o muchos de los cuales podían ser talleres.

Por lo demás, en la genérica palabra “artesano” se detectaban enormes diferencias de matices, que iban desde el patrono independiente y más o menos próspero, que podía contratar o subcontratar a unos cuantos, hasta el peón de buhardilla. De esa situación, concluye el marxólogo que es difícil cualquier estimación precisa del número de artesanos y de su posición social, según los oficios .

Uno de los hechos que entorpece la identificación de los artesanos, es que los censos de entonces no distinguen entre el maestro patrono, el peón plus ou moins calificado, el peón no cualificado y el que trabaja por cuenta propia . Empero, un “artesano” podría definirse como

“[...] un término [...] que limitaría por un lado, con los carpinteros de navío [...] y con los obreros de las fábricas de Manchester, y por el otro con los artesanos degradados y los [laborantes] a domicilio”.

A partir de varios datos y fuentes, es dable sostener que los tipos de “trabajadores” que había en la Londres de 1800 a 1831, eran los siguientes, ordenados por la preponderancia numérica:

1) Sumando los datos parciales e irregulares, estimativamente había un millón trescientos noventa y siete mil, cuatrocientos noventa y un agentes ocupados, lo que coincide con lo que adelantamos en una apostilla, con relación a que los empleados serían alrededor de 1.500.000. Aunque en el cuadro existen casos en los que no se pueden identificar a los que pertenecen a los acomodados y a los no destacados, es probable que un porcentaje significativo sean integrantes de los no privilegiados;

2) respetando nuestra teoría de los conjuntos, es factible decir que los braceros o jornaleros agrícolas eran individuos que podían ser miembros de las clases dominadas rurales precapitalistas o sometidas a la injerencia del capital, o bien, que podían ser desfavorecidos adscribibles a los sectores independientes no acomodados, acorde a la lógica de las labores ejecutadas;

3) algunos de los criados domésticos, podían ser empleados por los maestros patronos que eran capaces de poner cierta distancia con los imperativos de la necesidad, sin que tales maestros pertenecieran a los grupos privilegiados;

4) las personas ocupadas en el área de la construcción que eran albañiles, podían ser obreros productivos que valorizan capital o agentes que se atarean de forma independiente .

5) Determinados trabajadores a domicilio de las industrias textiles, podían ser elementos de los sectores independientes o de las clases dominadas explotadas por un capital. No se puede rechazar a priori, que por la dinámica peculiar de la labor a domicilio, algunos hombres de estos oficios pudieran ser englobados en los obreros improductivos no acomodados;

6) de los oficiales de toda clase , es viable especular que fuesen miembros de los sectores independientes. En simultáneo, muchos de ellos eran componentes de los conjuntos hegemónicos;

7) los zapateros podían ser obreros improductivos o artesanos independientes de los grupos dirigidos;

8) si los sastres eran por igual tenderos, pertenecían a los sectores independientes; de lo contrario, eran obreros improductivos. En ambos casos, la más de las veces se hallaban dentro de los conjuntos subalternados.

9) Por último , tendríamos a los que practicaban infinidad de actividades. También aquí una buena parte de estos individuos , se adscribirían a los diferentes segmentos de los grupos dirigidos, aunque no se pudiera descartar que otros pudiesen integrar los conjuntos acomodados.

Id est, los “trabajadores” que continuamente mencionó el autor son agentes que son elementos de fracciones de los grupos subalternos, exceptuando a los que pertenecen a las distintas secciones de los conjuntos privilegiados. No todos esos componentes y acaso siquiera la mayoría, pertenecen a las clases dominadas, ni precapitalistas ni ya expoliadas por el capital. Empero, estas personas son miembros de las clases sujetadas, de los obreros improductivos sin acceso a un consumo alejado de lo imprescindible (en particular, domésticos) y de los sectores independientes no privilegiados (en especial, artesanos y hombres de oficio diversos).

Tomando a Londres como parámetro, un porcentaje de los artesanos, maestros, oficiales, capataces, hombres de oficio en general, en la década de 1830, fueron personas más instruidas y polifacéticas que los obreros citadinos del tipo de algunos tejedores y calceteros , por lo que tendían a fijar sus propios salarios, acorde a una serie de parámetros que no eran exclusivamente económicos. Algunos de los patterns eran la dignidad de la tarea , los grados de habilidad, la ascendencia de la tradición, la calidad de las piezas, el nivel de subsistencia que era conveniente mantener en quien era convocado por determinado consumidor, etc. Por otro lado, los precios de las labores concluidas se fijaban entonces, por mecanismos entretejidos con el precio “equitativo” y el salario “justo”, y no según el rasero condicionado por la oferta y la demanda .

Retornando a la cuestión de la fijación de los “ingresos” que les “correspondía” a cada oficio, había toda una escala de diferencias que no podían justificarse enteramente por motivaciones económicas . F. e., entre las desiguales ocupaciones referidas a la construcción de un carruaje (armazón, cepillado de la madera, herrería, pintores heráldicos), se detectaban distancias en la paga que quizá, reflejaban las gradaciones de prestigio. A los fines de esquivar el mecanicismo inscrito en el lexema “reflejo”, optamos por una perspectiva dialéctica que nos impulse a expresar que las diferencias en las retribuciones eran causa y consecuencia del prestigio, que a su vez dependía de un cúmulo de factores que incluía la valoración tradicional de las tareas, la calidad de las terminaciones, entre otros aspectos.

Las citadas gradaciones, inducían la formación de una “aristocracia” en los artesanos y hombres de oficio bien retribuidos . Con acierto, el autor delinea que el fenómeno de esa “élite”, no necesariamente fue algo que aconteció con el sindicalismo de los obreros productivos cualificados de 1850 a 1870, o con las modificaciones que acarreó el imperialismo inglés . Sin embargo, mientras el segundo tipo de “aristocracia” se daba en el seno de las clases expoliadas por el capital y por consiguiente, al interior de los grupos dirigidos, el primero ocurría en los trabajadores improductivos y en los sectores independientes acomodados, es decir, no en los conjuntos subalternados sino en los hegemónicos. Una vez más, la utilidad de una teoría de la estratificación aceitada con la amplitud de la teoría de los grupos, demuestra su capacidad a la hora de diferenciar mejor aquello que podría asomar indistinto.

Thompson habla de una vieja y nueva “élite” del trabajo, sin percatarse que no se trata de las mismas esferas de actividad. En el caso de la “aristocracia” de los hombres de oficio y de los artesanos, se involucran no obreros sometidos al capital o a la exacción precapitalista de plusproducto, sino elementos de los atareados improductivos y de los sectores independientes privilegiados. Para comparar una supuesta “aristocracia” vieja y nueva en los conjuntos dirigidos, el británico tendría que haber enfocado no a los artesanos y hombres de oficio con “ingresos” superiores a los doce s. ó 17 por semana, si provenían del campo, o a treinta ó 35 chelines , si eran citadinos, sino a personas sumidas en iguales tareas pero que tuvieran retribuciones cercanas a ese “umbral” (doce ó 30s.), a pesar de pertenecer a los grupos subalternos. Pero aun en esta ocasión, no se estaría comparando una nueva y vieja “élite” de trabajadores, sino a segmentos medianamente acomodados de los conjuntos dirigidos con fracciones plus ou moins privilegiadas, remisibles a los laborantes que son clase sometida.

Con el objetivo de conseguir de forma exacta lo que se proponía en principio el weberiano confundido con marxista, se debiera haber identificado a v. g., obreros productivos precapitalistas con un “ingreso” considerable (los cuales cobraban uno con setenta y un s. por día, si eran rurales), y a algunos trabajadores destacados de los que fueron sujetos al capital (que podían recibir 4, 28 chelines, si eran de las urbes).

Si aceptamos que es dable aguardar que determinados aradores y otros que alcanzaban los doce s., no fuesen sólo obreros improductivos o sector independiente, y sí clase dominada del campo, en ellos encontramos a los ejemplares de una “aristocracia” de trabajadores de vieja data. La posibilidad no es meramente conceptual, puesto que en la taxonomía elaborada por el pensador al que criticamos, se establece que existen empleados durante un año que por su especialización, obtienen una buena paga. Y son esos, a los que hay que contraponer con la sub “élite” de los obreros calificados y explotados por el capital, de 1850 a 1870. En simultáneo, la “aristocracia” de los trabajadores productivos calificados, adquieren salarios urbanos de alrededor de treinta chelines ó 25s. a la semana (en este último caso, tres con cincuenta y ocho chelines diarios), o de entre 12 a diecisiete s. en el campo.

No obstante, el sociólogo de la Historia glosado no sigue esta baza y arremolina disímiles universos de ocupación, suscitando mayor desconcierto que despeje. Sentencia que la vieja “élite” de maestros artesanos y de hombres de oficio con excelente paga (35 chelines o más por semana), se autoconsideraba tan importante como los capitalistas, los tenderos y los profesionales (abogados, boticarios, ópticos, escribanos, etc.). Lo que Thompson está identificando aquí con una “élite” precapitalista de “trabajadores”, es a los segmentos de los obreros improductivos y de los sectores independientes destacados (maestros artesanos y hombres de oficio), id est, a quienes accedían a cinco s. por 15 ó 12 hs. Dichas fracciones se (auto)evaluaban tan “distinguidos” como contados elementos de las clases apropiadoras de plusproducto (los capitalistas), seleccionados miembros de los obreros improductivos relevantes (profesionales con “éxito”) y determinados componentes de los sectores independientes acomodados (los tenderos que, a pesar de ser comerciantes que hacen circular sus mercancías y que no las convierten en capital-mercancía, sobrepasaban el “límite” del “nivel de vida” de entonces, que era de treinta y cinco chelines semanales).

Prosigue y apunta: el artesano y los hombres de oficio (a quienes el “autor” no menciona porque los incluye en la primera categoría), sobrevivieron en la producción de las casas, de los talleres/hogares, de los talleres que se ubicaban fuera de los domicilios de las unidades domésticas empleadas, en la producción de las manufacturas y en la de las fábricas. Pero esos hombres de oficio y estos artesanos no son ya miembros de los conjuntos hegemónicos, puesto que para ello tendrían que cobrar 35s. o más por siete días, sino que se integran en los grupos dirigidos y no son imperiosamente, trabajadores explotados por el capital. Bien pueden ser obreros improductivos y sectores independientes no privilegiados. Y si tienen la suerte de contar con rentas cercanas a los 25 chelines en cuestión, serán una “aristocracia” al interior de los conjuntos subalternos.

Pero..., ¿habrán de conceptuarse como una “nueva” o “vieja” élite? La clasificación interpuesta por Thompson no permite responder esa pregunta, dado que es un caso de mixtura.

Antes de especificar esa hibridez, es impostergable subrayar que por una combinatoria de lo que Marx pule en el Capítulo VI (inédito), los Grundrisse y Teorías sobre la plusvalía, referencias que son imposibles de desgranar aquí…, resulta que los tipos de subordinación de la tarea al capital (que adelantamos axiomáticamente, en nota liv), no son en exclusiva los dos que se interpretan.

La subsunción formal no parece haberse dado únicamente en los orígenes del capitalismo, sino que se despliega aun hoy, en esferas como las enlazadas con el “teletrabajo”. Esta subordinación se podría mencionar en tanto “subsunción formal desarrollada” de la tarea al valor autónomo, y se asocia con una “plusvalía formal desarrollada”.

Antes de la inclusión formal “simple” del trabajo al capital, respira una especie de sometimiento “ideal”, más “débil” o “blanda” que el formal y que se da en el sector de los servicios que se orientan de manera capitalista o cuasi capitalista, en marcos pre burgueses. A la subsunción ideal “simple” le corresponde un “plusvalor ideal simple”.

La subordinación ideal acontece también en el capitalismo mal bautizado de “tardío”, en la misma rama de los servicios, aunque en un contexto burgués desarrollado, por lo que se trata de una subsunción ideal “madura” de la tarea al capital, a la que se le asocia una “plusvalía ideal desarrollada”.

A la par o luego, surge la inclusión formal del trabajo al valor autócrata. Ésta puede ser poco “madura” (como en determinadas labores a domicilio, en las manufacturas, etc.), o algo más “desarrollada” (al estilo de lo que sucede en las fábricas). Pero esa subordinación formal “madura”, es distinta de la que citamos en p. 94, nota liv y que acabamos de explicitar.

Aceptando a un Negri no “pos” marxista ni postmoderno, evaluamos que la inclusión real del trabajo al capital, no se da sino entrado el siglo XX (ésta es una de las razones que nos permiten sostener que la comuna burguesa actual no es “senil”, ni que se halla al borde de una catástrofe…).

Bien; efectuadas las amortiguaciones del caso, proferimos que en la época se combinaban estructuras de labor precapitalistas, usadas en contextos medianamente capitalistas de subordinación ideal de las tareas al capital (domicilios particulares, ambas clases de talleres), formal poco desarrollada (manufacturas) y formal más hondamente desplegada (fábricas).

Continuando con las glosas, el investigador opina que las condiciones alteradas de génesis de tesoro, condujeron a la aparición de otros oficios y de artesanos vinculados al acero , al vidrio, a la mecánica y al mantenimiento de las máquinas de las industrias, en simultáneo a que se depreciaban múltiples ocupaciones . Sin embargo, nuestra teoría de los grupos nos aconseja sostener que, siempre que esos oficios y artesanos no fuesen sometidos por el capital, y toda vez que detentaban remuneraciones holgadas, constituían un segmento híbrido entre lo “viejo” y lo “nuevo”, pero de obreros improductivos y sector independiente no destacado, al borde de la conquista de los veinticinco s. “promedio”, o hasta los 33 ó treinta y cuatro chelines, para las ciudades, y de los 12 a los diecisiete s., para la situación en el campo.

Los inspectores y capataces que menciona el fallecido en 1993, salvo excepciones puntuales, tienen que conceptuarse en calidad de obreros productivos que valorizan capital, a pesar de ser el “látigo” que acicatea a sus compañeros de clase en las manufacturas y fábricas . No son ni trabajadores improductivos ni sector independiente “no selecto”. Tales inspectores y capataces, podían rondar los veinticinco chelines o contar con un salario (acá sí es adecuado el concepto), marcadamente superior a la paga del resto de los obreros empujados a acrecentar valor déspota, mas, eran una “aristocracia” en el seno de las clases dominadas y no en el resto de los elementos que “modulan” a los conjuntos dirigidos.

Dentro de la “élite” de agentes que obtenían entre 3 y tres con cincuenta y ocho s. o más por 12 ó quince hs. , hay que diferenciar todavía una “aristocracia” superior, que sobrepasa el “umbral” citado, y una “élite” inferior , que ronda esa cifra y se mantiene en ella o cerca del “límite” .

Uno de los mecanismos que contribuían a elevar la paga recibida por esta “aristocracia”, era que los mismos patronos , a los fines de poseer al alcance mano de obra barata, estimulaban las regulaciones corporativas de los oficios y de los artesanos , y las casi inaccesibles primas por el aprendizaje. Con el beneplácito de los capitalistas, las trade unions conservaban estas condiciones casi medievales de ejercicio de las ocupaciones, a través de las “sociedades de socorro mutuo”. Significa que se inducía, en parte artificialmente, un vasto océano de labores no calificadas . Pero en la década de 1830, los que estaban “por debajo” de los hombres de oficio y artesanos de “élite”, iniciaron un movimiento en pos de reclamar la igualación absoluta.

Lo puntual es que el compromiso más profundo con las “sociedades de socorro mutuo”, se daba entre los artesanos y hombres de oficio. Por igual, era entre ellos donde las trade unions fueron más continuas y estables, donde se fortalecieron los movimientos educativos o de autoilustración política, y en las cuales el owenismo enraizó . En alguna medida , eso se debió a que el tipo de tareas de los artesanos y de los hombres de oficio los apoyan, tal como lo adelantamos, en un fortísimo sentimiento de libertad, independencia y dignidad, por lo que estas pasiones contribuyeron al radicalismo político.

Empero, fueron escasas las trade unions que intentaron abordar de forma simultánea, los intereses de los cualificados y de los no calificados antes de 1830. Lo regular era que los artesanos y los hombres de oficio (fuesen sector independiente, obreros improductivos o trabajadores productivos, integrantes de los grupos subalternados), se preocuparan de bregar por su situación tanto ante los empleadores, cuanto frente a los no cualificados, id est, convirtiendo en un “rival” o hasta en un “enemigo”, a los no calificados.

Aparte de las diferencias que se gestaban entre la “aristocracia” que se podía originar en el seno de los universos de acomodados, y la “élite” que crecía al interior de los conjuntos dirigidos, germinaban distancias psicológicas , organizacionales y económicas entre los pequeños menestrales y los oficiales especializados. No obstante, las diferencias entre el oficial y el individuo urbano no cualificado (que eventualmente, podía ser obrero productivo), eran relativamente más hondas. Con mayor asiduidad, las distinciones se entablaban entre el agente calificado o entre el que había pasado por alguna cualificación, y entre el operario o peón simple .

Pero también ello debe a su vez, embragarse, puesto que no tiene que creerse que alguien especializado, sólo dominaba esta supuesta habilidad en exclusiva. En efecto, un buen porcentaje de artesanos y hombres de oficio eran versátiles en amplias ocupaciones : en determinadas ramas de actividad, un maestro estaba obligado a ser ensamblador, fundidor de latón y hierro, y a ser tornero y herrero. De modo que la separación entre las tareas de los hombres de oficio y de los artesanos, se dio poco a poco, a pesar que había (tal como lo hemos sostenido) una marcada tradición medieval en ello .

Aquí, es necesario señalar que hacia 1814 el gobierno abole la obligatoriedad del aprendizaje, a los fines de abaratar costos laborales y para empujar a la mayoría de los integrantes de los subalternos, a proletarizarse, lo que induce una notoria lucha de los artesanos y hombres de oficio. Esa pelea, tuvo el efecto secundario de conservar e incrementar los “ingresos” de ciertos hombres de oficio y artesanos que resultaron fortalecidos.

En suma, el quid es que todas estas escalas por las que los hombres de oficio, artesanos, pequeños menestrales, capataces, inspectores, pequeños patronos, trabajadores productivos no cualificados, peones medianamente calificados o no, individuos que se atarean por cuenta propia, se mantuvieron no sólo de 1800 a 1831 sino, con segura probabilidad, de 1840 a 1890 (lo que involucra un lapso que absorbe de 1800 a 1890 ).

Las ocupaciones de los artesanos y hombres de oficio que pertenecían a los grupos subalternados, y en las cuales era aconsejable deslindar una “aristocracia” superior e inferior que, por ser tales, se apartaba de la media de uno con cinco chelines para el campo y de 2s. para las urbes , que cobraban el resto de los integrantes de los conjuntos dirigidos, fueron las que alimentaron el “corazón” de la cultura artesana y el núcleo de los movimientos políticos de entonces . Pero esa “élite” poco a poco y a partir de 1825, se fue depauperando hasta quedar en las condiciones tremendas de los agentes que laboraban a domicilio, individuos que, aunque el autor no lo contemple, no siempre fueron sojuzgados en nexos de explotación, ya que podían “zafar” siendo u obreros improductivos o sector independiente (of course, asignables a los no privilegiados). Como quiera que fuese, esa “aristocracia” podía tocar la miseria a tal grado, que podía convertirse en “huésped” de los asilos (no obstante, preferían vagabundear que arribar a ese extremo, al cual se avenían cuando ya estaban absolutamente desesperados).

Empero, no todos los hombres de oficio y los artesanos se eclipsaron a un tiempo (ver infra). F. i., las actividades protegidas eficientemente por los “clubes de oficio” de las postrimerías del setecientos, cuyos miembros solían despreciar a los mecánicos y a los no cualificados en general, que tuvieron su auge al borde de principios del ‘800, soportaron una decadencia fulminante en la segunda década del siglo XIX, acompasada por una abundante disposición de mano de obra no calificada, seguida del establecimiento de otras jerarquías y de nuevas maneras de organización. En este punto, se vuelve adecuado subrayar que era poco frecuente que los especializados en labores que desaparecían, rara vez se adiestrasen en las nuevas .

Aparte de lo anterior, uno de los tantos aspectos a considerar es que en algunas esferas de actividad (e. g., en determinadas tareas vinculadas a las industrias textiles), los antiguos artesanos y los hombres de oficio (tundidores, estampadores manuales, cardadores de lana, etc.), eran reemplazados por otros, entretejidos con las nuevas técnicas de producción y/o máquinas . Pero en simultáneo, en ciertas ocupaciones de la industria doméstica, que suponían trabajos laboriosos y muy mal pagados, esos “primigenios” hombres de oficio y artesanos, eran solicitados todavía . Incluso, se llegaba a emplear a niños y en redor a sus tareas, se organizaban fuertes intereses para defender esa esclavitud penosa. De ahí que, a pesar que los matices que ya efectuamos nos enseñan que haya que historiar y particularizar, es creíble delinear una tendencia más o menos amplia, que se compactaba en que las innovaciones tecnológicas en contadas industrias, posibilitaba eludir a los artesanos y hombres de oficio adultos, sobreexplotando mujeres, niños y jóvenes .

Saliendo de este tema, había regiones como Birmingham que eran la metrópoli de los menestrales o modestos artesanos y hombres de oficio, que fungían como petit patronos y en las que eran centrales los pequeños talleres. Aun cuando el isleño no lo enuncia, se puede afirmar que las grandes acumulaciones de capital que convertían a Inglaterra en una potencia burguesa, se dieron por las contribuciones insignificantes y continuas de los empresarios cuyos giros eran poco abultados, y que se valían de individuos que se atareaban en calidad de peones y/o de artesanos independientes . Aquí, hay que puntuar que el trabajo a domicilio y las ocupaciones “deshonrosas” de los hombres de oficio y artesanos, fueron las actividades económicas preponderantes por lo menos, hasta 1840, y fueron las que dinamizaron el capitalismo inglés .

En ese tipo de espacios, las actividades más complejas, de terminación cuidada y elevada, se concentraban en las ciudades , mientras que a las poblaciones circundantes, en las que predominaban las personas que se atareaban a domicilio, se les encargaba los procesos sencillos y primeros .

Aunque sea una isotopía acerca de la cual retornará, el sociólogo de la Historia pincela que las resistencias que inducían las máquinas, no se debía a una “mentalidad” preindustrial que no entendía de economía y que era prejuiciosa, sino a que los artesanos, hombres de oficio y el resto de la población que estaba deviniendo fuerza de trabajo subordinada al capital, se percataba de la obviedad sobre que los instrumentos de producción inéditos, los desplazaban como mano de obra . Y aunque sin duda haya que reconstruir el derrotero particular de cada esfera de actividad, puesto que cada una tuvo sus propios momentos de auge y declive, en brochazos gruesos se puede cincelar que los niveles de vida cayeron, en especial, para los braceros, los tejedores y los agentes no aglutinados, en paralelo a que en determinadas coyunturas, como el de las guerras napoleónicas, algunas industrias crecieron y en ellas hubo empleo a full. Pero lo cierto es que la industria y el trabajo domésticos , la precarización laboral que sudaron los hombres de oficio y artesanos menos calificados, el océano de potenciales atareados no cualificados, los desocupados, semiempleados, subcontratados, que presionaban a la baja las rentas de la mayoría de los grupos subalternos y los salarios de los obreros explotados por el capital, fueron acontecimientos tan intrínsecos a la Revolución Industrial, como la producción fabril y el vapor.

Asimismo y si bien, tal como lo adelantamos en numerosas circunstancias, los artesanos y hombres de oficio fueron los más radicalizados porque anhelaban esquivar la proletarización a la que observaban cada vez más cercana, los líderes de la clase obrera que comenzaron a aflorar aquí y allá, provenían de miembros de los conjuntos dirigidos que otrora habían sido hombres de oficio y artesanos.

X

“Los tejedores” es el Capítulo 9 y con él iniciamos esta “sección segunda”, decidida para evitar el agobio de notas que ya habían desbordado cualquier paciencia.

Muchos de los distintos tipos de tejedores, en particular, los que habían tenido cierta independencia (sin que ello implicase necesariamente, que integrasen los conglomerados destacados), se apegaban a las leyendas que alucinaban mejores tiempos .

¿Qué es lo que añoraban?: las antiguas fiestas, las comidas tradicionales en ellas, las prolongadas épocas de “inactividad”, el no obedecer a ningún silbato ni reloj , la existencia “familiera” , la libertad para beber , las parcelas de tierra (para los que vivían en el campo) y las casitas con jardines floridos (para los que habitaban las urbes). Extrañaban cierto nivel de vida que les permitía conservar alguna “dignidad” en sus vestimentas , sentirse orgullosamente hacedores de sus productos , entre otras nostalgias.

Determinados estudiosos son de la opinión respecto a que esa “edad dorada” no existió , puesto que los tejedores fueron abrumadoramente miserables siempre. La situación de los tejedores de seda de zonas como Spitalfields en el setecientos, que no fue nada envidiable, parece otorgarles apoyo.

Otros sugieren que los pañeros llegaron a explotar a hilanderos y tejedores domésticos, antes de la Revolución Industrial, tanto o más que lo que hicieron los capitalistas propietarios de fábricas con los obreros en la década de 1840.

Lo que está documentado es que en el setecientos, los tejedores podían completar sus ingresos con lo que provenía de la agricultura en pequeña escala y/o con lo que aportaban huertas mínimas, ciertas clases de hilado, tareas estacionales, etc. Esa “fase” parece haber durado desde 1788 a 1803 y coincide en parte, con el ocaso experimentado por determinados tejedores (cf. infra): es que la “etapa brillante” se “solapó” con el período en que el artesano u oficial tejedor, se empantanó en la monotonía de ser tejedor manual.

Thompson amortigua lo precedente, estableciendo que en el setecientos habría 4 grandes relaciones standard entre tejedor y empleador :

1- el tejedor vivía en independencia en un pueblo o ciudad, efectuando los encargos para clientes, entre los que estaban los circunstanciales patrones. El número de los que figuraban en esta situación sui generis, iba continuamente en declive;

2- había maestros tejedores que laboraban por cuenta propia y que lo hacían por piezas para patronos elegidos. En ese grupo existían tejedores que eran artesanos de envergadura, es decir, maestros ;

3- había tejedores que trabajaban en su casa y con su telar para un único comprador, o que se empleaban en el taller del maestro pañero. En ciertas regiones como Yorkshire , el tejedor podía ser un oficial que laboraba para el maestro pañero que detentaba un minúsculo taller, quien además era propietario de las materias auxiliares, de la lana y de otros instrumentos, por lo que la alucinada “independencia” aquí era menor o nula;

4- existía el agricultor o pequeño propietario que se atareaba como tejedor a tiempo parcial.

Todos los conglomerados delineados, pero en especial, los tres últimos, se intersecan unos a otros, mezclándose. Apreciamos incluso, situaciones inusuales: hay maestros tejedores artesanos bien organizados en Manchester, que controlan casi monopólicamente las ramas de la mercería y del tejido de lienzos para pintura artística.

Lo que puede establecerse con cierta seguridad , es que la diseminación de la compra y la venta al menudeo empleando dinero en lo cotidiano, el robustecimiento de la economía de mercado, la ampliación de las retribuciones en dinero por las tareas concretadas y el despliegue de la industrialización jalonada por la fábrica del algodón , ocasionaron que agricultores con mínimos trozos de suelo (los individuos del ítem 4), se convirtieran en tejedores de telar a medio tiempo, a los fines de monetizar una porción de sus rentas. En simultáneo, había comarcas laneras (como el West Riding de Yorkshire) en las que predominaban con absolutez los agentes del “universo” tres, id est, los pañeros con modestos talleres en sus domicilios y en los que los tejedores contrataban a un puñado de aprendices y mancebos, laborando los propietarios a la par.

Aquende estas particularizaciones, la tendencia consistió en que los 3 últimos grupos ya traídos a colación, se fusionaron en una única categoría degradada, de 1780 a 1830. Extraviaron la “relativa” comodidad que podían aguardar en los grupos dos y 3, y los ingresos suplementarios del plexo cuatro. Se transformaron en individuos que laboraban en sus hogares, y unas veces eran propietarios del telar y en otras ocasiones lo alquilaban, tejiendo según las órdenes de un representante de industria o de un intermediario. Debieron aceptar las condiciones “deshonrosas”, a los ojos de los hombres de oficio y de los artesanos de la vanidosa Londres.

Pero las tradiciones “inventadas” que hablaban de un período glorioso y ensartadas en un remoto pasado, no eran únicamente atribuibles a tejedores (y por extensión, a hombres de oficio y artesanos), sino que nos topamos con leyendas análogas en los pequeños agricultores y braceros : en distritos como Halifax y Leeds, en los que otrora los procesos de la confección del paño se ubicaban en una única unidad doméstica, los agricultores y sus jornaleros almorzaban y cenaban en una misma mesa, afanándose en aceitar relaciones patriarcales de deferencia y protección.

Ahora bien. Cabe especificar los claroscuros que nos salen al paso en las zonas camperas. V. g., en contados aspectos, los mancebos y los contratados por un año en la explotación agrícola, poseían idéntico grado de autonomía . En otros, los mancebos aventajaban en alguna escala a los empleados trescientos sesenta y cinco días, porque eran aptos para conseguir crédito, obtener lana y devenir menestrales por cuenta propia. Por su lado, los aprendices que salían de una parroquia hacia la férula de un amo de horror, eran torturados durante mucho tiempo con algo cercano a la inmemorial servidumbre.

Hacia fines del siglo XVIII, los elementos relevados que modificaron la situación de los tejedores complicaron el panorama “bucólico” :

1) emergieron comerciantes no autorizados o que actuaban por fuera de los gremios; aparecieron zapateros y hojalateros que obviamente no habían efectuado el aprendizaje, y tejedores que se atareaban por cuenta propia, todos los cuales vendían paños;

2) por consiguiente, había competencia entre lonjas reconocidas o circuitos legales de comercialización, y entre lonjas ilegales o “piratas”;

3) el empleador ya no compraba la lana a los agricultores que la extraían de sus ovejas, sino a las hilanderías;

4) los procesos de acabado se encargaban a talleres especializados;

5) los mancebos que lograban ser menestrales , podían ser altivos y no reconocer derechos de terceros por encima de los suyos, manteniendo esa actitud aunque no contasen con empleados;

6) si se daba el caso de que abonasen contratados, podían ser menestrales que hicieran circular patrimonio dinero, o arribar a ser minúsculos fabricantes dueños de insignificantes talleres diseminados (little makers). Como quiera que fuere, solían compartir con sus empleados (que no necesariamente tenían que ser obreros productivos acrecentadores de capital...), sus costumbres y entablar con ellos, vínculos más personales;

7) el pañero y su ínfimo taller se volvían cada vez más sometidos por los comerciantes , los agentes y representantes o por las fábricas;

8) algunos de esos minúsculos pañeros podían ir poco a poco y con enormes dificultades, contratando cada vez un mayor número de individuos, hasta llegar a quince ó 20 y operar entonces, a modo de un pequeño capitalista ;

9) los tejedores, maestros tejedores y oficiales tejedores que se encontraban subsumidos en los items cinco a 8, sufrían toda clase de avatares que los empujaban en zigzag, a convertirse en un simple tejedor manual. En este ambiente, su compañera había perdido incluso, su propia economía doméstica autónoma. Algunos de los derroteros por lo que ese destino no anhelado acontecía, eran:

a. si como capitalista no le quedaba lucro debido a múltiples causas, entre las cuales hallamos la competencia, podía quedar limitado a tejer bajo el imperium de un intermediario;

b. también podía endeudarse con el comerciante proveedor y/o intermediario.

10) Muchos campesinos pudieron alcanzar el grado de maestro pañero ;

11) la categoría “maestro” descendía en prestigio , nivel de vida y correlativamente en ingreso, mientras que la de “oficial” se emparejaba y en no pocas ocasiones, adquiría casi igual rango. Sin embargo, innumerables maestros y menestrales pañeros y laneros, pudieron sostenerse plus ou moins como antes, hasta aproximadamente 1860, debido a que el incremento en la génesis de hilo forzaba la demanda en el sector;

12) esto a su vez, condujo a que los oficiales recuperasen holgura respecto a los maestros pañeros y laneros, al tratar directamente con los agentes, representantes e industrias que buscaban tejedores.

En lo que se refiere a la estimulación de la demanda de hilo, lo novedoso que deduce el historiador en el ruedo es que uno de los polos de atracción de mano de obra, no fueron en primer lugar, las fábricas textiles en cuanto tales, sino el telar. La significativa afluencia de mujeres y varones, ocasionó que se colonizaran las tierras altas de Middleton, Oldham, Rochdale, etc., que se obligara a los recién llegados a trabajar en graneros viejos, cobertizos, almacenes para carretas, repentinamente travestidos en talleres, y a vivir en genuinas pocilgas.

Los procesos que acabaron con la independencia de tejedores y por añadidura, de hombres de oficio y artesanos, y con la autonomía de pequeños agricultores y braceros, fueron sinuosos, pausados y no resultaron muy dolorosos (!) para sus protagonistas (ir a notas xi de p. 136 y xx de p. 137).

Por cierto, los integrantes de los privilegiados estaban alarmados por lo que alucinaban que eran “efectos” de esos años de “prosperidad” y los evaluaban contrarios a la disciplina, que se requería en las ramas de producción que se industrializaban. Un porcentaje significativo de tales miembros destacados eran capitalistas, por lo que llevaron a cabo una política de reducción sistemática de los salarios de los tejedores. Sin embargo, no hay que creer linealmente que eran los únicos comprometidos en esa arremetida contra las rentas, puesto que en ese movimiento estuvieron por igual involucrados patronos independientes poco escrupulosos, pero de “élite”, y hasta menestrales o tejedores que laboraban por cuenta propia. Id est, fue un bregar contra la paga que se dio también entre subalternos no acomodados.

No pocas veces, los capitalistas del sector, los independientes destacados, y los tejedores y menestrales que se atareaban por cuenta propia pero que pertenecían a los segmentos no privilegiados, apelaban a la estrategia despiadada de contratar tejedores en los peores meses de inactividad, abonando una paga miserable. Luego, los hacían producir más allá de las necesidades evidentes del mercado, a fines de acumular stock. Cuando se recuperaba la demanda, arrojaban a la venta los productos a precios de saldo, con lo que se gestaba un ciclo perverso que consistía básicamente en que los ingresos ya deprimidos de los tejedores, tendían a depreciarse cada vez más : los productos a bajo precio, reforzaban los mecanismos que conservaban contraídas las rentas. Empero, el número de tejedores continuó en aumento porque el tejido, al lado del trabajo no cualificado en general, constituyó el gran recurso para un porcentaje no desdeñable de desempleados.

Las retribuciones de los tejedores cayeron desde 1790, con una mejora hacia 1802, a lo que siguió la tendencia declinante hasta 1812, con un alivio de dos años y después una disminución ininterrumpida a partir de 1815 y hasta 1830 ó 1850, según las regiones. Una de las zonas que se opuso a esta contracción fue Manchester: primero solicitaron una paga mínima ; al rechazo por la Cámara de los Comunes, siguió una manifestación de entre diez mil a 15000 tejedores.

La sensación frustrante de no poder contar con protección jurídica frente a las compactaciones de los ingresos , condujo a muchos tejedores a radicalizarse en el hojaldre de lo político. Otros tantos, se apegaron a los movimientos religiosos que enarbolaban la consigna “¡Iglesia y Rey!”: es que del grueso de tejedores existentes, únicamente un porcentaje constituía clase obrera subordinada al capital , por lo que recién despuntaba en la superficie, una puja explícita con el humor de lucha de clases . El conflicto se fue agudizando poco a poco y en particular, luego de 1818 , año de una significativa huelga de tejedores en Lancashire y Manchester (en esta última localidad, hubo en simultáneo el primer intento masivo de sindicalización contestataria).

Empero, cabe señalar que los reclamos no se hacían únicamente desde los tejedores que eran ya clase obrera, sino que también los efectuaban maestros, oficiales, tejedores por cuenta propia, dueños de pequeños talleres , etc. que anhelaban que se restringiera el trabajo en las fábricas y que se custodiara la obligatoriedad del aprendizaje.

No se puede de ninguna manera, atribuir el complejo proceso de deterioro de las condiciones de los tejedores (hayan sido éstos obreros improductivos, independientes o trabajadores explotados por el capital), al telar mecánico (como en otras circunstancias, la enumeración de los factores intervinientes, su sistematización y su engarce, es resultado de nuestra escritura...). En primer lugar, ya en el setecientos en el tejido de seda de Spitalfields se aprecian acontecimientos idénticos y en los que el telar mecánico no interviene.

En segundo término, el número de telares en el Reino Unido es de 2400 en 1813; recién llega a catorce mil en 1820, pero aún entonces el telar mecánico era lento y tosco. Por esa causa , la “maquinización” no se introdujo en el tejido del estambre sino hasta cerca de 1830; en los géneros de lana de lujo, hasta principios de 1840 y parcialmente; en la confección de alfombras, hasta 1851. Allí donde se empleó el telar mecánico, la velocidad aumentó con parsimonia.

En tercera instancia, las rentas deprimidas de los tejedores y la abundancia de potenciales atareados no calificados retrasaron no sólo la invención mecánica, sino su universalización y lo que se destinaba a capital fijo.

En cuarto orden, el deterioro de la situación de los tejedores inducía un círculo vicioso que ya vimos asomar en el caso de los oficios y de las actividades artesanales evaluadas “deshonrosas” : los productos de los que caían en ese “estado”, no eran bien retribuidos, con lo que se reforzaba la tendencia a obtener mala paga.

En quinto espacio, el ingreso miserable los hacía recargar sus horas de desempeño , con lo que desplazaban a otros y contribuían a degradar más las rentas. En sexto lugar, la pobreza a la que se veían arrinconados hacía difícil el sindicalismo y con esto, la pelea por mejoras .

En séptima instancia, casos de depresión en los ingresos en 1825 , como los que se dieron en ocupaciones orientadas al lujo en Huddersfield, Saddleworth, etc., localidades en las cuales parte de las retribuciones de los tejedores comenzó a abonarse con los impuestos para pobres, y que acontecieron mucho antes de una seria competencia por el telar mecánico, revela que la caída de los ingresos se vinculó con otros elementos , al estilo de la voluntad de los contratantes, quienes procuraron reducir sistemáticamente las rentas .

En octavo término y a partir de 1830, durante un lapso de entre diez a 20 años, el telar mecánico fue en realidad, un auxiliar del tejido a mano. Y esto no únicamente porque el telar mecánico no podía aún efectuar tareas complejas, sino a raíz de que los empleadores, en especial, los capitalistas, utilizaban una combinación de telar mecánico y de telar manual, con el horizonte de abaratar costos: los tejedores que laboraban en esta clase de telar corrían con su alquiler, entre otros gastos.

En noveno orden, cuando el telar mecánico es ya una competencia de consideración contra los tejedores, tampoco actúa solo dado que a él se unen, en tanto factores que desbastan los ingresos, las Leyes de Pobres, la afluencia de inmigración (en particular, irlandesa), la política de los contratantes de pagar lo mínimo , la sobresaturación del sector por los desempleados, los no calificados y los atareados estacionales, la década deflacionaria de la posguerra, etc.

En décimo lugar, la injerencia del Estado no es soslayable . Tuvo un papel nodal en la destrucción del sindicalismo y en el impacto crudo del libre mercado, en las mayorías arrinconadas en la miseria. Incluso las enmiendas de 1834 a las Leyes de Pobres , en lugar de disuadir a los tejedores de que continuasen empleándose en el ramo, los empujó a aferrarse a la actividad para esquivar las cárceles de menesterosos que habían reemplazado a las viejas “casas” para pobres.

Au fond, la decadencia de los tejedores manuales tuvo dos grandes períodos : el primero, que llegó hasta 1830 ó 1835 y donde el telar mecánico fue un componente secundario, aunque se lo usó para asustar a los tejedores con la idea de que podrían ser reemplazados por la máquina. El segundo, que va de 1830 a 1850 y en que el telar mecánico al fin desplazó los productos del telar manual. La mayor reducción de rentas aconteció en la primera etapa (en las ciudades, se pasó de veinte chelines a 8s. y en el campo, de veinte a 4, 6s. ).

El declive de los tejedores en general y de los tejedores manuales en especial, ofreció al Estado de clase y a un porcentaje de los acomodados, en particular, a las clases dominantes capitalistas , la idea de que la mayoría de los subalternados eran pobres a causa de que cada quien era “libre” de elegir serlo o no, en un mundo en el que había que dejar actuar sin interferencias a las fuerzas económicas “naturales” y al “progreso”, para que seamos hábiles en ser artífices de nuestro destino. Al mismo tiempo, obtenían un plus de legitimación al defender la “libertad” del capital sagrado...

Desde el punto de vista del análisis cultural, las aldeas y poblados de tejedores no eran necesariamente de “mentalidad” obtusa, aferrados a supersticiones y prejuicios médicos , sino que había quienes montaban bibliotecas, y que estaban tan ávidos de conocimiento, que inauguraban por sí mismos, museos de historia natural y se preocupaban en aprender cálculo diferencial, geometría, botánica, poesía, biología, geografía, astronomía, música, entre otros saberes. De nuevo, es impostergable tener en perspectiva que las comunidades supuestamente “tradicionales” no son tan tradicionales .

Of course, además de lo anterior, lo que había era que los tejedores adelantados que se hallaban en la búsqueda y gestación de saberes por su propio esfuerzo, representaban un gozne entre las tradiciones populares de las colectividades del setecientos y el lento aprendizaje político de luchar por uno y por los otros, conciencia que se gubia en las primeras décadas del siglo XIX. Como lo hemos argumentado en varios “topoi”, ese fermento intelectual se acompañó de dos experiencias profundamente transformadoras: el metodismo y el radicalismo político.

F. i., el movimiento cartista se nutrió de las formas de ser de los tejedores a domicilio, cuyas armas se forjaron en los años que van de 1810 a 1830. Pero aquí es oportuno subrayar que el espíritu de los tejedores camperos (y por extensión, de los hombres de oficio y artesanos rurales), era más igualitarista que el de los artesanos y hombres de oficio citadinos, por lo que al principio fueron más “extremos” y solidarios .

Lo que no debe concebirse es que la politización y lucha de los tejedores en general, haya consistido en el único medio de la destrucción de las máquinas.

En líneas gruesas, es dable afirmar que los “programas” de acción de los activos del sector consistió en cuatro ejes:

1- proponían impuestos a los telares mecánicos para equilibrar la competencia con los telares manuales .

Los tejedores de estos telares, abonaban imposiciones para asistir a los pobres e impuestos indirectos en lo que consumían , lo que en la práctica significaba un sistema que redistribuía los ingresos, pero que iba de las mayorías postergadas a los acomodados.

2- En ese contexto, no es de sorprender que aproximadamente el ochenta y tres por ciento del presupuesto del Estado se gastara:

a) en las fuerzas armadas (26 %), en la policía (cero con cero siete por ciento) y en una ínfima parte destinada a servicios civiles (0, 04 % -mantenimiento de calles, alumbrado, desagües, etc.);

b) en cubrir la Deuda Nacional (por ende, cerca de un cincuenta y seis por ciento en beneficiar a los acreedores del Estado);

c) todo lo cual estaba en abismal contraste con lo que se orientaba a asistencia social , que era casi nada.

3- Exigían que se utilizara a varones adultos en las fábricas con telares mecánicos. Con ese “axioma”, que es propio de una “economía política” popular , esperaban que el trabajo femenino insalubre disminuyese, el contrato negrero de niños se anulara, se castigara o se repudiase, y que mermara a diez hs. el tiempo de labor en las industrias.

4- Con tales consecuencias, se aguardaba por añadidura que se contrataran más desocupados, subempleados, tejedores manuales, agentes atareados eventualmente e individuos no calificados o poco cualificados, id est, que se abultara la demanda de empleo.

5- Pero si el ítem tres no provocaba una reducción de la jornada, la pedían en un punto específico, lo cual ocasionó que innumerables súbditos de los no privilegiados se sumaran a la agitación.

Algunas de las situaciones que impulsaron a los tejedores a congregarse para dar batalla y a unirse medianamente con otros sectores (cf. nota ii en p. 43), fueron que las rentas que se les pagaba estaban diferenciadas entre las fábricas, según las edades y los sexos, siendo que los espacios que se gestaban entre una rama de industrias y otras, y entre los contratados eran muy discontinuos. En cuanto a lo primero, había fábricas como las mecánicas y las fundiciones de hierro, y ocupaciones como las de los mecánicos, zapateros, sastres y variopintos empleados calificados en la construcción, que al tiempo que obtenían entre quince chelines y 25s. a la semana, se abroquelaban contra los jóvenes, los atareados eventuales, los desocupados, los subempleados, los no cualificados o escasamente calificados y los tejedores de telar manual. Es decir, se embarcaban en una estúpida guerra de no privilegiados contra no acomodados.

Por su lado, había mejores pagas para las industrias más avanzadas en la maquinización y otras retribuciones para las fábricas que apelaban a un capital fijo no tan adelantado (sea porque no lo necesitaban, sea en virtud de que los propietarios anhelaban exprimir los medios de producción al máximo, para recién reemplazarlos). A ello se añadía que existían diferencias entre los ingresos percibidos por un individuo cualificado, y entre el no calificado o escasamente cualificado. Todo lo cual se remataba con el prejuicio de los empleadores de no contratar a agentes que viniesen de oficios, actividades artesanales, del campo en general y de cualquier actividad que los empleadores imaginaran que los habían “incapacitado”, para cumplir con los nuevos ritmos disciplinarios en las labores.

En lo que cabe a la “segmentación” de las rentas según los sexos y las edades, Ure nos informa que las buenas pagas nominales se hallaban a partir de los veintiuno y hasta los 35 años:

a. antes de los once, las retribuciones eran mínimas o muy bajas;

b. de los 11 a los dieciséis, había una media de 4, 10 chelines nominales por 7 días;

c. de los dieciséis a los 21, los ingresos aumentaban a diez con dos s.;

d. de los 21 a los veintiséis, eran de 17, 2 chelines;

e. de los veintiséis a los 31, de veinte con cuatro s.;

f. de los 31 a los treinta y cinco, eran de 22, 8 chelines .

La obvia consecuencia de lo descrito , fue que los contratantes preferían mano de obra menor a los veintiún años, y que fueran niños y mujeres jóvenes: cuando cumplían los 20, los despedían y entonces, se veían obligados a recurrir al telar o volver a él.

Pero antes de seguir con la síntesis in progress, lo que desearía resaltar es que la estrategia de “segmentación” de las rentas en general, si las actividades no suponían valorización de capital, y de los salarios en especial, si las tareas implicaban conversión del lucro en pluscapital, es una artimaña que no se inventó en el período de capitalismo monopolista de 1950 en los EEUU, tal como lo cincelaron teóricos al estilo de Paul Sweezy , Michael Storper, etc., sino que por lo menos, resultó un mecanismo que se universalizó a fines de la primera mitad del ochocientos, si es que no se puede sopesar que se instrumentó en el siglo XVIII (lo que es bastante probable).

Ese tipo de discontinuidades y de segmentaciones, dificultaban la sindicalización , la confección de un Programa político amplio, la concertación con otras líneas de actividad, la búsqueda de intereses comunes, el acuerdo sobre las prioridades de lucha. Encima, la desunión entre sí de los subalternados que no eran obreros productivos, entre los no acomodados y los trabajadores explotados por el capital, y entre los obreros productivos con otros trabajadores sometidos al capital, era agravada a propósito, por el recurso de los empleadores, de preferir contratar a los hijos y familiares de los que ya se desempeñaban en la unidad de producción de la que se tratase.

El capítulo finaliza con las nociones inusuales en un analista timorato, sobre que:

1- la enmadejada historia de los tejedores en general y de los tejedores manuales en particular, demuestra que se montó un verdadero sistema represivo y en extremo ordeñador, contra una parte mayoritaria de la población, sistema que además se permitió que se “derramara” por doquiera;

2- en el montaje y diseminación de un contexto vital tan negativo, destructivo y desesperanzador para los muchos, intervinieron no únicamente los que se beneficiaban con una cantidad significativa de individuos no calificados o poco cualificados (minúsculos propietarios independientes de talleres; grandes, medianos y pequeños capitalistas dueños de manufacturas, talleres, fábricas; entre otros), sino el Estado mismo, a través de ideólogos y legisladores ;

3- las tareas bien pagas y hasta de elevadas rentas, y la demanda de labores calificadas, no eran la norma ni lo común, sino hechos excepcionales en medio de un “fondo” de tareas no cualificadas o poco calificadas, labores manuales, tareas de pura fuerza muscular y labores eventuales.

XI

El ítem diez “Niveles de vida y experiencias” , concreta un relato de las condiciones en las que se encontraban los distintos integrantes de los subalternados desde 1790 a 1890. Los pormenores condujeron al autor a subdividir el capítulo en “Los bienes”, “Las viviendas”, “La vida” y “La infancia”.

Tal cual lo anticipamos en p. 73, el autor evalúa que el capítulo diez es inadecuado para la temática general de la obra. Reconoce que lo escribió en medio de una polémica que a la fecha en que inserta el “Post scriptum”, dejó de estar a la moda y donde sus apreciaciones demográficas fueron triviales, id est, de no especialista.

Efectuada la salvedad, comenzaremos con:

1. Los bienes

Retoma una vez más, la discusión de si hubo o no alivios en el proceso mismo de la Revolución Industrial y después de ella, con respecto a los años previos.

Sostiene que en los momentos iniciales en que el debate se planteó, los “optimistas” trataban de crear un ilusorio obrero “medio” con salarios “medios” que fuesen altos, e intentaban subrayar que el crecimiento del producto nacional era más rápido que el de la población. Poco a poco, los “pesimistas” y los que se mantenían equidistantes de ambas tomas de partido, objetaron la construcción de un imaginario obrero “medio” y los ingresos “medios”, al detectar casi rama por rama y ocupación por ocupación, cuáles eran las rentas que se percibían a la semana.

A lo anterior, fue agregado que estos analistas no ponderaron tanto las retribuciones en sí, cuanto la clase de vivienda, lo enlazado a la salud y mortalidad, y los artículos de consumo (vestimenta y alimentos). Introdujeron entonces, variables que son extremadamente difíciles de sopesar y cuantificar siquiera con aproximación, con lo que el debate abierto hace décadas prosigue inconcluso.

También objetaron que se tomara de modo aislado el incremento del producto nacional, sin determinar en simultáneo qué fracción salía fuera a través del comercio exterior, qué parte se dirigía a inversiones de capital, qué segmento se ocupaba en artículos de consumo y por último, qué iba a los disímiles habitantes. Es decir, no se estudiaba el aumento del citado producto en compañía de una perspectiva acerca de la reproducción a gran escala del capital y de la autorreproducción de la sociedad en el siglo .

En lo referido a bienes de consumo, en especial, los alimentos, la diatriba gira en redor de la ingesta de cereales (trigo), carne, papas, cerveza, té y azúcar.

En cuanto al trigo, los datos indican que su consumo disminuyó desde las postrimerías del setecientos a las primeras cuatro décadas del XIX. Esa evolución no fue resultado de una elección incondicionada de los no acomodados, sino que fue algo que forzaron los grupos destacados en general y las clases dominantes en particular, con la inestimable ayuda del Estado, los religiosos y el gobierno de clase. Se entabló una verdadera guerra alimentaria desde los terratenientes, los labradores sin dificultades, los religiosos, el gobierno y el Estado clasista, contra los que se ven enfrentados a incertidumbres, batalla que podría denominarse la “guerra de la papa”.

Esta batalla en regla, tuvo una primera fase a favor de los postergados: consiguieron a fines del seiscientos y en los inicios del ‘700 que la dieta en cereales bastos, se desplazara poco a poco al consumo de trigo. Ahora, lo que pretendían los agentes que mencionamos supra es que la lucha de clases “traducida” en una guerra alimentaria, reemplazara el trigo no únicamente por papas sino por harina de avena y avena, con el objetivo de abaratar los costos de reproducción de los subalternos y of course, los de las clases dominadas.

Increíblemente, a la lucidez mostrada en los párrafos “liminales” del capítulo, el británico se las arregla para añadir una apreciación que es cuando menos, indigna de lo que se difunde: cita que nutricionistas establecieron que el rizoma está plagado de virtudes, por lo que su consumo no demuestra por sí mismo deterioro en las condiciones de existencia (!). El sofisma de semejante argucia, radica en que el tubérculo en sí puede ser un alimento esencial en la dieta y de hecho, Europa se salvó de desaparecer cuando los piratas españoles la llevaron desde las Américas destruidas por la “Cruz y la espada”, pero un consumidor exclusivo de esa verdura, como le ocurrió ser a Marx en más de una ocasión desesperada, no lleva una dieta ni equilibrada ni saludable y es esto lo que se discute, además de que aquellas raíces eran más baratas que el trigo. Lo polemizado es que hubo una guerra alimentaria contra los no privilegiados, con el propósito de descender los gastos de su reproducción. Por supuesto, hay en esa batalla dietaria una ventaja adicional y es que a los no destacados, se les destruye uno de los medios de producción intelectuales centrales en la constitución de una conciencia política rebelde: su propio cerebro.

La alucinada “imparcialidad” u “objetividad” en temas álgidos en intelectuales como Thompson, actitud que es frecuente en profesores, alumnos, políticos, etc., y en los cuales se intenta mostrar “todos” los claroscuros, esconde un problema que consiste entre otras aristas, en que el supuesto “crítico” se impide a sí mismo hablar porque en el fondo, es cómplice del statu quo, de la dominación y/o no se compromete en derribar su propio amo interno.

El asunto es que los sectores que más resistieron el cambio de alimentos que deseaba la guerra alimentaria que a su vez, buscaba llevar a los ingleses arrinconados a un nivel próximo, análogo o igual al de los irlandeses inmigrantes , fueron los artesanos , los hombres de oficio, los braceros agrícolas (quienes se aferraban a la ingesta de pan blanco, queso y carne de cordero aun estando cerca del abismo del hambre), entre otros.

El trigo, el pan blanco, la carne, el queso, etc., eran valorados por los subalternos por encima de sus propiedades nutricionales, puesto que esos alimentos representaban lo “mínimo” que garantizaba a los ojos de los demás, un determinado “status” .

Los investigadores discuten la calidad de la carne consumida tratando de establecer si el ganado sacrificado estaba en su punto de engorde, procurando establecer por igual el número de sacrificios para calcular indirectamente, si su ingesta estaba plus ou moins, universalizada. Opinamos que aunque tales datos pudieran resultar algo “interesantes”, que la carne sea o no parte de la dieta de los no privilegiados, que acabe sopesada un indicador de “status” por los no destacados y que sea un dato para inferir el “nivel de vida”, tales cuestiones no se solucionan con establecer el engorde de los animales que iban al matadero (!).

En el celo por conservar la apariencia de “status” que traía consigo determinado tipo de ingesta, los “provincianos” eran para los londinenses, menos enfáticos y “pretenciosos” que los capitalinos. Por lo demás, los londinenses detentaban por lo regular, pagas algo más elevadas que las recibidas por el resto de los habitantes de la ínsula . En efecto, un peón humilde consigue carne, pan, cerveza (para “restituir” el sudor...), queso, azúcar, whisky, té , ginebra, velas , jabón, y unas prendas de algodón para él y su familia.

Sin embargo, los tejedores rurales y los braceros agrícolas veían que la “carne” con la que se alimentaban los capitalinos soberbios, no sólo no era fresca (en el sentido lato de haber sido faenada por sus propias manos) sino que estaba algo pasada y/o adulterada , como casi todos los productos vendidos.

Allende que innumerables ítems de la polémica no cerrada en torno a los efectos de la Revolución Industrial, no hayan sido ni de lejos esclarecidos, lo que puede afirmarse es que hacia 1840 la participación en el crecimiento del producto nacional, de los no destacados en general, y de las clases explotadas y de la clase obrera ocupada en las fábricas, manufacturas, talleres, en especial, disminuyó con relación a la parte que acapararon los grupos hegemónicos en general, y las clases dominantes y los capitalistas en particular. Un porcentaje no desdeñable de trabajadores explotados por el valor que se autovaloriza en escala ascendente, permaneció en niveles de mera subsistencia, lo que se sintió en lo subjetivo a modo de un deterioro en las condiciones de vida. Si hacia algo parecía orientarse el “progreso” económico, era para que los no destacados en general y los obreros aplastados por el capital, en especial, adquiriesen más papa...

2. Las viviendas

En el estudio de los lugares en los que habitaban los subalternos, es aconsejable establecer determinados “cortes” temporales. Uno de ellos, es que lo que es común en ciertas comarcas a finales del setecientos, son los jornaleros respirando en casuchas “monoambiente” y por debajo del suelo. El otro jalón es que en 1850, esas condiciones son menos frecuentes en el campo.

Desde las postrimerías del setecientos hasta 1840, las casas de las ciudades son algo mejores que las casuchas aludidas. Recién luego de 1840, nos topamos con el hacinamiento, los inconvenientes con el abastecimiento del agua , la miseria, las cloacas abiertas, etc. que registran los contemporáneos.

Los “optimistas” argumentan que los capitalistas no son responsables del empeoramiento de los males asociados al hacinamiento, la falta de planificación urbana, entre otras pesadillas. Dicen que hubo ejemplos de industriales, que se preocupaban sinceramente de cómo vivirían sus obreros. También se construyeron buenos hospitales de caridad.

El historiador isleño, en vez de catalogar de apologistas del capitalismo, y de “secretarios” de los bandoleros de la especulación inmobiliaria y de los empresarios de la construcción que lucraban con las necesidades de hogar, a quienes se inclinaron por semejantes “opiniones”, se conforma con enunciar que los casos seleccionados por los “no catastrofistas” para respaldar que hubo mejoras luego de la Revolución Industrial, fueron elegidos de entre algunas de las áreas de ingresos altos.

Alrededor de la situación de la vivienda, aboceta que hubo un patente deterioro del ambiente si sopesamos el asunto en términos estéticos, de sanidad y densidad demográfica, y en los de las comodidades disponibles. Un súbdito no privilegiado, era incapaz de fugar de los hedores de los deshechos de las fábricas, de los basurales al aire, de las cloacas; no podía escapar de las ratas y sus enfermedades, ni huir de tener que pagar por agua o de hacer cola por horas, para conseguirla en la única canilla que había a varias cuadras a la redonda. No contaba con calles iluminadas ni con pavimento; las “casas” estaban “interconectadas” por callejones tortuosos.

Disculpa a los grandes y medianos empresarios especuladores de la construcción , del estado y tipo de vivienda para los no acomodados con la excusa de que había una cantidad no despreciable de otros agentes, que intervenían en ese negocio de poca inversión y de elevados réditos. Por supuesto, los enumera pero de una forma tan desordenada, según los criterios de la teoría de los grupos, que se vuelve impostergable individualizarlos con más paciencia:

a- dentro de los conjuntos hegemónicos y de las clases dominantes, existían pequeños burgueses ya capitalistas, que eran intermediarios con modestas empresas constructoras, especuladores de acumulación minúscula y prestamistas de cierto peso (en comparación con los grandes y medianos empresarios aludidos supra);

b- constructores intermediarios especuladores, para los cuales la moneda invertida operaba en calidad de patrimonio/dinero y de dinerocapital. Obtenían lo necesario para incluirse en los sectores independientes de “status”. Podían o no animarse a pasar a la categoría “a” y sus “gradaciones”;

c- en los universos de subalternados, había:

i) intermediarios especuladores que construían, pero para los que la moneda funcionaba en calidad de patrimonio/dinero o de dinero capital. Pertenecían a los destacados de los segmentos independientes;

ii) pequeños propietarios de tierra que se arriesgaban a la rama inmobiliaria. Podrían incluirse en los acomodados de los sectores independientes;

iii) maestros mayor de obra, capataces, etc. que hacían casuchas con escaso efectivo, pero que son miembros de los independientes destacados.

Estas tres clases de constructores eran hábiles o no, en “ascender” en dirección a los independientes de los grupos privilegiados;

iv) maestros mayor de obra, atareados de la construcción, albañiles por cuenta propia, que levantaban casuchas con una ínfima cantidad de libras. Esos agentes son adscribibles a los independientes “comunes”, y podían o no convertirse en los otros tres tipos de constructores del ítem “c” .

Luego de escudar a los que amparándose en una retórica “científica”, anhelan ocultar la violencia ínsita en el capitalismo, y como si fuera lo opuesto a sí mismo o ya no respondiera a ese “mandato” (externo o “interior”) de ser el vocero de los conglomerados destacados en la reelaboración de la Historia, sostiene que el estado de los ambientes en los que vivían los “pobres”, se agravaba porque las pocas inversiones públicas se volcaban a los espacios de residencia de los acaudalados .

La degradación extrema es propia de los distritos textiles , de las ciudades que recibieron inmigración irlandesa y de las viejas urbes que sufrieron el boom de la Revolución Industrial (Londres, Lancashire) . Y es que las ciudades golpeadas por una nueva subordinación agresiva del trabajo al capital, se habían convertido en comparación con las urbes anteriores a 1750 (en las que se procuraba un equilibrio estético), en madejas de diez mil personas febrilmente atareadas, id est, en fábricas/ciudades . Degradación que es propia de un modo de gestar riqueza, que es refractario a la planificación y que se ajusta al encuentro de lucro a cualquier costo.

3. La vida

Tradicionalmente , la “explosión” demográfica que se dio entre 1780 y 1820 se atribuyó al descenso de la tasa de mortalidad y en particular, a la caída de la mortandad infantil. Se imaginó que hubo mejoras en la nutrición (las papas -!), la higiene (jabón y prendas de algodón), el abastecimiento de agua, en la vivienda (!) y en los conocimientos médicos.

Con posterioridad, supimos que el incremento poblacional aconteció también en Francia, España e Irlanda, por lo que se debía ponderar que hubo un ascenso de la tasa de natalidad en vez de lo señalado.

Las fracciones de las clases dominantes precapitalistas o capitalistas que se ocupaban de tareas semióticas de legitimación del orden, y los obreros improductivos destacados y los no acomodados, encargados de labor similar, estaban convencidos de que las leyes “sociales” de “protección” a los pobres estimulaba en ellos, el ansia de tener hijos con el “propósito” de intentar aumentar los ingresos y a los fines de ser “beneficiados” con los impuestos para menesterosos.

Sin embargo, lo que no se tiene en perspectiva en esa “idea” son múltiples aspectos:

1- los sectores populares pudieron elevar el número de hijos no por un cálculo egoísta, sino a causa de que el ambiente menos prejuicioso de las ciudades, podría haber influido en ablandar las prevenciones contra el matrimonio temprano y el alumbramiento del primer retoño;

2- otro elemento que incidió, fueron las oportunidades laborales ofrecidas por las industrias;

3- un factor adicional fue que se resquebrajaron los modelos de familia existentes, lo que condujo a que los jóvenes buscaran su independencia pronto y que constituyeran un hogar lejos de la casa paterna.

4- No hay que descuidar a las guerras, las que estimularon los nacimientos al conservarse o aumentar la demanda de trabajo;

5- la concentración en las urbes fue en sí, un atractivo para emparejarse y alumbrar niños;

6- pudo haber impactado la monetización de las rentas de los conglomerados de dirigidos ;

7- la selección genética (!) de los más fértiles ;

8- una relativa “mejor” educación ;

9- el declive de las epidemias y el fortalecimiento del sistema inmunológico;

10- una larga serie de buenas cosechas desde las postrimerías del setecientos.

Aparte de lo enunciado, es oportuno realizar observaciones. La primera es que la tasa de natalidad y la de fertilidad (esta última es la que se acota por el número de párvulos de cero a 4 años por cada mil féminas, del plexo de mujeres en edad de engendrar), no sugieren por sí que la clase obrera reproductora de pluscapital, sea más longeva o goce de mayor salud.

En ese último aspecto y asumiendo que lo que el sociólogo de la Historia nombra “obreros” , sean clase dominada por el capital y que los que llama “gentes de oficio”, sean artesanos y hombres de oficio que no son clase explotada e imaginando asimismo, que aquéllos pertenezcan a los no destacados, en ciertos espacios encontramos que (cuadro 2):

Del cuadro, se infiere que:

1) la gentry tenía una esperanza media de vida de cuarenta y cuatro con setenta y cinco años;

2) las convocadas “gentes de oficio”, de veintiocho con siete;

3) los mencionados “obreros”, de veintidós años.

4) Si realizamos una comparación global entre la edad de deceso en el seno de los integrantes de los que enfrentan incertidumbres, con uno de los segmentos representantes de los privilegiados, tenemos:

a. gentry, cuarenta y cinco;

b. subalternados, 25, 43 años.

La conclusión obvia es que la gentry tardaba casi el doble de tiempo en morir. Sin embargo, el autor gubia que acaso la cifra sea más abultada porque en las taxonomías “obreros” y “gentes de oficio”, no se deslindó a los que integraban la “aristocracia” de los no privilegiados. Esto ocultaría que los sectores populares, sufrieron un empeoramiento universalizado de sus condiciones de existencia.

La segunda acotación es que la tasa de fertilidad , era alta en el núcleo de la Revolución Industrial (Lancashire, West Riding, Staffordshire, Chesire, Londres), y en los condados maltratados del sur de Inglaterra.

La tercera es que quizá muchos de los elementos tildados en tanto componentes que incidieron en la natalidad, del estilo de la monetarización de los ingresos o de las “chances” de trabajo en las fábricas, pudieron impactar en los tempranos años de la Revolución Industrial puesto que en los postreros, la mortandad infantil era más alta en las ciudades que en los distritos, lo que se acompasaba de malformaciones laborales, desnutrición, enfermedades entre los grupos subalternados.

De entre las dolencias que soportaban los desesperanzados en general y los atareados en las fábricas en especial, estaban la tisis, el agotamiento, el asma, complicaciones y fallecimientos a raíz del parto , fiebres , sarampión, viruela, afecciones intestinales y hepáticas, gastroenteritis , difteria. Pero tal cual siempre y como si el autor tuviera la necesidad de menoscabar los efectos indudablemente destructivos de la Revolución Industrial en los conjuntos dirigidos y en los obreros, acto seguido enuncia que la salud de los contratados en las fábricas y de empleados al tono de los hilanderos, no estaba por debajo de la media y se alivió a partir de 1810 y hasta 1830 (!).

Sin transición alguna, pincela que en distritos de la estatura de Sheffield, la mortalidad infantil de niños antes de que aprendiesen a hablar o previo a cumplir los cinco años, era bastante mayor al 500 por mil o al cincuenta % , dado que al fallecimiento de los residentes hay que sumar el de los inmigrantes, lo que se ignoraba con asiduidad en los informes.

Varios factores interfirieron en la mortandad infantil:

a- la agotadora labor de niñas a temprana edad, lo que ocasionaba que la zona pélvica no se desarrollara lo suficiente y ello se traducía en problemas insalvables en el parto;

b- los prejuicios de los padres y adultos de las unidades domésticas, que reforzaba la “medicación” casera;

c- la ignorancia peligrosa en cuestiones médicas nodales ;

d- la debilidad de los bebés , a causa de que sus madres trabajaban hasta horas anteriores al parto;

e- la urgencia de que las madres regresaran en menos de 3 semanas a sus tareas, sin amamantar lo necesario a su retoño;

f- la escasa preparación de los futuros padres en el cuidado de bebés y niños;

g- el penoso hecho de que los infantes quedaran a cargo de sus hermanitos o de personas viejas;

h- las estrategias para calmar el hambre, una de las cuales consistía en darles a los menores de tres, muñecos de trapo sucio que los chupaban (!);

i- el alto índice de alcoholismo en los progenitores varones, que perjudicaba el esperma.

4. La infancia

Uno de los aspectos dolorosos al tematizar la niñez en el siglo XIX, fue el de su explotación despiadada . Increíblemente, algunos de los “optimistas” discuten algo que está fijo a causa de las fuentes documentales.

Esgrimen que las labores infantiles son previas a la Revolución ; que las condiciones eran malas antes de ese proceso; que la información es partidista, exagerada e incorrecta, puesto que fue artefactuada por intelectuales de clase “media” que no conocían el asunto; que los datos fueron proporcionados por terratenientes y sindicalistas hostiles a los capitalistas industriales.

“Además”, los propios padres eran responsables de la explotación de los niños; a pesar de ello, la situación estaba aliviándose hacia 1830 , lo que revela la creciente “humanidad” de los patronos. Llegados a ese “enclave”, el marxólogo recién toma abrupta conciencia de lo que se halla en juego y expresa que se debiera sopesar que existe una genuina

“[...] conspiración [de analistas] para justificar el trabajo de los [infantes], mediante una mezcla liberal de argumentos especiosos e ideología”.

Acepta que antes de 1780, el niño se atareaba en virtud de que era un elemento nuclear en la economía agrícola, del trabajo a domicilio, de los talleres, de las manufacturas, etc. Ciertas ocupaciones –grumetes, deshollinadores- eran muy negativas para su desarrollo; mas es un error generalizar a partir de casos que no eran lo típico (!).

Cincela que los requerimientos económicos de la unidad doméstica (en particular, de las familias de los tejedores rurales), hacían trabajar a los niños que apenas si habían aprendido a caminar, enviándolos a lavar el algodón con la presión de los piecitos en un fuentón o a acarrear objetos. En las pequeñas propiedades de agricultores pobres , los infantes laboraban con buen o mal clima. Pero nada de ello podía siquiera asemejarse a lo brutal que se vivía en las fábricas: una de las razones es que en la economía familiar (sea la de los de tejedores o la de los habitantes del campo), las tareas eran graduales, se combinaban con el juego para salvar la monotonía, entre otras estrategias.

Sin embargo, no hay que “recargar” las tintas en las industrias (!), a pesar que los padres que las vieron multiplicarse con moderación en los inicios, se resistieran a enviar a sus hijitos a sufrir el extrañamiento de horas de trabajo, porque otros componentes que impactaron fueron la especialización, la diferenciación en los papeles laborales, la ruptura de la economía doméstica . También incidieron el clima contrarrevolucionario , el fracaso de los criterios humanistas de los movimientos fideístas radicales y el conservadorismo de las clases dominantes capitalistas: ¡pero estos factores, dependen de la injerencia nefasta de las fábricas y de la lógica que arrincona a valorizar capital sin contemplaciones! Es que el adscrito al “eurocomunismo” no se percata que en esos embates ideológicos, una de las cuestiones que ventiladas es que existe, tal cual lo hemos apuntado en otros lugares o en este mismo corpus, una verdadera guerra contra Marx y determinado marxismo, a causa de que los poderosos intereses pro capitalistas se sienten atacados por esa teoría, imponiéndose la tarea de financiar y publicitar a los objetores, para desarmar políticamente y en el estrato simbólico, a las clases oprimidas y a los segmentos populares.

Ahora bien, en medio de la reacción pro burguesa, los subalternados en general y la clase obrera en especial, bregaron por mejores condiciones , en particular, por la restricción y/o abolición del trabajo infantil. Es que los impelía actuar de esta guisa, unos “instintos” para (re)conquistar Derechos Humanos fundamentales: antes que reivindicaciones por los ingresos, los no acomodados y los atareados por el capital, protestaban a raíz de la disolución de los antiguos lazos de parentesco, por los efectos monstruosos de las máquinas, a causa de la ruptura de las tradiciones, por el maltrato en los lugares de trabajo, etc.

En determinado sentido, es viable pincelar que esa movilización de los dirigidos inquietó a la Corona y al Parlamento, y se dispuso el nacimiento de comisiones. Au fond, las “investigaciones”, informes, comisiones fueron utilizadas por el gobierno para respaldar la necesidad de la policía y del control interno de los súbditos . En definitiva, lo que se fraguó con una alucinada “sensibilidad”, “humanitarismo”, “conciencia social”, etc., de parte de los destacados y del Estado, fue la constitución de un gobierno barato en la vigilancia de los sectores populares, y el nacimiento de un Estado hábil en la contención de los segmentos desfavorecidos, con el horizonte de que actúen libremente las “leyes” económicas. Con todo ello, se confeccionaba una “economía política” para el enriquecimiento de los acomodados.

A esta “economía política” se agregaba la colaboración de las religiones que apoyaban el trabajo infantil . Veremos por qué.

XII

El capítulo “El poder transformador de la cruz” , que es más farragoso que el que terminamos de resignificar, también se halla “particionado” en items: “La maquinaria moral” y “El milenarismo de la desesperación”. Principiaremos con:

1. La maquinaria moral

Tal como lo anticipamos en glosa xxv de p. 48, el radicalismo y el inconformismo religiosos pasaban por “etapas” en que había avances y capitulaciones, y defensa del statu quo o disidencia.

De las disímiles “líneas” religiosas que eran frecuentemente, timoratas y que podían volverse contestatarias, la que más solía crecer en adeptos eran los metodistas , quienes predicaban la resignación frente a la autoridad “legítima” y a la injusticia en este mundo.

En los fragmentos donde más penetraron, fueron en los sectores pobres de los grupos no privilegiados y en la clase obrera expoliada por el capital. Al mismo tiempo, las comarcas que fueron más “adoctrinadas” en la pasividad, resultaron ser los distritos mineros , fabriles , de tejedores y de pescadores (puntualmente, los del norte de Gran Bretaña). La conclusión fue que vastos segmentos de los conglomerados populares, acabaron debilitados en su conciencia política, “educados” en la sumisión y adiestrados psíquicamente, para aceptar la nueva disciplina que el capital demandaba.

Con todo y según lo que hemos enunciado en múltiples ocasiones, las experiencias religiosas servían para que los futuros oradores rebeldes, fuesen templándose ante el público y aprendieran a adquirir soltura. Por igual, en las reuniones de creyentes se ofrecía una enseñanza rudimentaria a niños, jóvenes y adultos; muchos de ellos, aprendían a leer y escribir .

Ahora bien, curiosamente, las vertientes religiosas “oficialistas” no eran las únicas en ser poco revulsivas; también ocurría con las tendencias contestatarias: un porcentaje significativo, caía en la insensibilidad y en la indiferencia ante cuestiones sociales como la tarea de niños en las fábricas, manufacturas y talleres.

Puede decirse en general, que las “líneas” protestantes en escena, eran parte de ese protestantismo analizado por Weber , que acompañó el despliegue de la génesis burguesa de tesoro. En rigor, lo que el pensador germano estudió fue cómo determinado puritanismo de los siglos XVII y XVIII, interactuó con el nacimiento del capital comercial. La idea base es que el puritanismo contribuyó a estimular la energía psíquica necesaria y la cohesión social impostergable, a los fines de que mercaderes intentasen actividades ambiciosas por sentirse “llamados” o “elegidos”.

Sin embargo, lo que el sociólogo alemán no pudo enfocar fue que el metodismo incidió en paralelo, tanto en las clases dominantes capitalistas cuanto en las clases dominadas. Lo que uno debe interrogarse es por qué el metodismo fue aceptado por los no acomodados y por la clase obrera subordinada al capital, cuando la “ética” que promovía era evidentemente más útil a los privilegiados y a las clases opresoras.

Para dar con una respuesta aproximada, cabría sostener el planteo de Erich Fromm consistente en pincelar que existían “artimañas” de índole cultural, para conseguir que los obreros se autodisciplinaran y devinieran sus propios “capataces esclavizadores”. El metodismo religioso cumplió así, el papel de una disciplina para el trabajo . Es lo que vemos en determinadas ocupaciones de hombres de oficio y artesanos, en especial, en los tejedores . Pero ¿qué decir de los obreros típicamente industriales?

Los trabajadores fabriles que eran calificados , eran menos propensos a obedecer el ritmo de la industria y con mayor ahínco defendían su libertad e independencia. Las máquinas, que según Ure fueron el producto de la feliz colaboración entre capital e investigación científica, poco a poco reemplazaron la necesidad de atareados cualificados, eliminando a este tipo de laborantes “ariscos”. Entonces, el movimiento para el sometimiento disciplinario de los obreros se apoyó en lo que podríamos denominar “coacción externa” o “maquinaria técnica”, la que venía dada por la vigilancia de los capataces, por la posibilidad de ser despedidos, por la transmisión de la sensación de que no eran necesarios, etc.

A esa “coacción externa”, se sumó una “coacción interna” o “maquinaria moral” , representada por los preceptos religiosos de pasividad, resignación, obediencia, sumisión, “humildad”. Era como si hubiera que fundar una o varias iglesias en cada barrio, donde habitaran los no destacados. La ventaja de esta ofensiva cultural de los grupos privilegiados contra los sectores populares, era que la domesticación religiosa ayudaba en la subordinación política, sojuzgamiento que era más amplio y acaso más buscado por los acomodados. Y es que acorde a Ure , parece que la piedad religiosa acarrea grandes “beneficios”...

En definitiva y aunque lo detallado por el autor no esté así de explícito, lo que se infiere es que si el protestantismo, tal cual lo aconseja Weber, influyó en los dedicados al capital comercial porque estimuló en ellos un “espíritu de empresa”, acodado en las nociones de ser “elegidos” y “benditos” en la escala en que económicamente eran exitosos, en los grupos de subalternados en general, y en la clase obrera en particular, los metodistas impactaban con otros parámetros y por distintas razones.

El metodismo (pero no únicamente él), nos enseña que el trabajo fue “barnizado” como algo que los hombres estaban condenados desde la expulsión de Adán a aceptar , y que su ejercicio “purificaba” . El componente disciplinario de los metodistas, palpitaba no únicamente en la aceptación del trabajo en tanto “maldición”, sino en que para obtener la Gracia había que humillarse y reconocerse “pecador” e imperfecto .

El “modelo” de resignación y disciplina lo dieron las industrias textiles , en especial, las de algodón; la idea fue extender ese “paradigma”, hasta lograr que todo se volviera elemento integrante de una gran “Algodonópolis”.

A la postre, resultaba más ventajoso y sencillo, emplear esa “maquinaria moral” para tornear la voluntad y la conciencia, que alterar las unidades de producción que estaban emergiendo y siendo orientadas por el capital, con el horizonte de adecuarlas a los ritmos múltiples de varones y mujeres. La adopción de religiones como el metodismo, indica el drama psíquico por el cual el carácter libre forjado en ciertas actividades de hombres de oficio y artesanos, se reconvirtió de un modo sutil aunque extremadamente violento, en el carácter obsecuente o sumiso del empleado por el capital.

El éxito de tamaña “maquinaria moral”, aflora en que creencias del estilo del metodismo, se transustanciaron en una genuina religión de los trabajadores succionados por el valor autócrata. Uno de los factores que incidió fue que los metodistas predicaban que cualquiera, sin importar riqueza o pobreza, era apto para la salvación si aceptaba a Jesús como el camino idóneo. Por consiguiente, el metodismo suprimía en la esfera teológica, las desigualdades sociales con el arribo al Paraíso: el igualitarismo en el terreno espiritual, se trasladaba al campo de lo social. Ya el luteranismo de los campesinos alemanes en guerra, había demostrado en lo concreto lo que podía significar que de interpretaciones teológicas se avanzara hacia intelecciones políticas. En los metodistas, esa tendencia “indeseable” se contrarrestaba con la idea de que los acomodados tenían una “función” , cual era la de las obras de caridad, la construcción de templos, entre otras acciones. Por lo que si pobres y ricos podían ser salvos sin importar su condición económica, en la Tierra ambos ocupaban “roles” distintos, complementarios e ineludibles, “papeles” que no debían ser diluidos ni alterarse.

Había otro concepto que contribuía a “embragar” las vetas rebeldes del metodismo: los pobres estaban menos tentados por la tosca materialidad invaginada en el “confort” (!). Se podría afirmar que existía una especie de “apología de la pobreza”. Por esto es que se incentivaba en los pertenecientes a los conglomerados de no destacados, a intentar ser los primeros en las misas de los sábados, lo que suponía ser los más resignados ante las desigualdades.

En síntesis, religiones como la de los metodistas eran “dispositivos disciplinarios” que ocuparon un lugar importante en la transición de unos hombres acostumbrados a una vida preindustrial, que iban camino a ser una mano de obra estrechada bajo el imperium de la máquina.

El entrejuntamiento de la existencia fluida de los preindustriales, la violencia ejercida contra un estilo de vida anterior y la consiguiente represión de lo asociado a esa existencia, reforzó el fanatismo religioso: los “paroxismos” de una población acostumbrada a otros modos de vida, que son bruscamente controlados, inducen otros “paroxismos”, esta vez, espirituales y emocionales, traduciéndose en dogmatismo a raja tabla. La represión de una forma de existencia preindustrial, la consiguiente negación de determinadas conductas (“indisciplina”, “espíritu” de independencia, etc.), la represión de ciertas emociones, el control del “corazón”, la pasividad y el disciplinamiento, y el auge del fanatismo, van al unísono y son aspectos entrelazados. No es casual que de las religiones protestantes, el metodismo estimulara el entusiasmo y los éxtasis emocionales en las reuniones, hasta el borde de la “histeria de masas” .

En lo que alude al lexema “represión” , habría que subrayar que de lo que se trataba, era no de una inhibición extrema de ciertas energías psíquicas, sino de una canalización hacia la obediencia, la pasividad, la fe, la iglesia, el trabajo continuo, el alejamiento de la política. Se podría delinear incluso, que había en las postrimerías del ochocientos y principios del siglo XIX, una serie de “trampas” psicológicas para “entretener” a mujeres y varones en ellas, una de las cuales eran las iglesias y las religiones . Los metodistas, revelan que las emociones y energías que son peligrosas para la conservación de las inequidades o que merman ímpetu en la esfera de la producción, se transmutan en inocuas reuniones de fe que no obstante, apuntalan la adaptación al Orden, la pasividad y el sometimiento incuestionado a la tarea que valoriza capital. El metodismo fue una ideología implacable del trabajo .

Otro de los efectos no menos perdurables y beneficiosos para el statu quo, es la conversión de los impulsos sexuales , que se hallan groseramente reprimidos en los metodistas, en disciplina que se respeta en las unidades para la génesis de tesoro, asunto que habría estudiado Weber . Sin exagerar, se podría abocetar que religiones de la talla del metodismo fueron “terrorismo religioso” : no sólo se amargó la belleza de la vida, sino que se atrofiaron las facultades “superiores” del hombre (alegría, voluntad, inteligencia, etc.). Aprovechándonos de una sentencia que el isleño usa para el poeta Blake, es factible agregar que hubo una “guerra mental” contra los miembros de los no privilegiados.


 

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