BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


CIUDADANÍA ARMADA

Arleison Arcos Rivas



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5.5 Urgencia de una hegemonía exitosa

Además de los textos citados de la profesora Uribe y Liliana López, Véase ESTRADA GALLEGO, Fernando. Las metáforas de una guerra perpetua. Estudios sobre pragmática del discurso en el conflicto armado colombiano. Fondo Editorial Universidad Eafit, 2004 246 “Si la seguridad es transformada en una mercancía, seguirá una carrera de protección al interior de la sociedad, que continuamente va ampliando su radio territorial: esto fomenta aun más la fragmentación social, al crear periferias donde la gente carece de los recursos para adquirir su seguridad, y cae presa de rackets, negocios criminales, para su "protección”.

LOCK, Peter. ¿Monopolio estatal de la coerción? Factores económicos de los conflictos y de la violencia. Informe de investigación en versión digital en http://www.peter-lock.de 247 Si bien otras formas de deslegitimación de la violencia estatal son posibles, como en el caso del rechazo a la participación en una guerra o la negativa a no incrementar impuestos con destino a la manutención de la fuerza pública y el incremento del poderío militar.

Así como acceder al poder no significa tener el poder y estar investido de autoridad no implica necesariamente ser obedecido, no basta tener ejército y policía para garantizar la coerción deseable capaz de constreñir la rebeldía.

Además, es necesario construir alternativas transformadoras de la crisis que, por ejemplo, sitúen al Estado en condición de poder. Si como afirma Luhmann “existen indicaciones de que las crisis se desarrollan donde el poder o las ideas están faltando”250 , un Estado robusto deberá legitimarse desde el poder y ello significa, en un país en el que se alternan los poderes y se superponen distintas formas de orden, constituir una hegemonía exitosa.

La falta de una hegemonía exitosa del Estado colombiano – y de las elites de la nación251-habría favorecido el que persistan en nosotros los llamados a batalla, volviéndose la política sobre la condición humana tan temerosa y deseante como cuando no había Estado alguno al cual reclamar seguridad contra el miedo o capaz de persuadirnos de las ventajas de la asociación política.

Las implicaciones de la no supremacía estatal soportan la perpetuación de la guerra, en la medida en que, ante la ausencia de un tercero disímil entre partes iguales, cada contendiente hace de su contradictor un enemigo y en cada afrenta se despierta el afán de venganza o de eliminación del oponente, manteniéndonos a todos en un estado de anticipación permanente contra la mala voluntad de los semejantes. Con ello, la ideología del miedo político sucumbe ante la pragmática de los miedos reales, toda vez que el miedo político no alcanza a generar estados de convivencia generalizados ni urgencias de integración, y en su lugar se igualan los ciudadanos ya no por sus diferencias en el recurso a la fuerza sino por su capacidad para anticiparse a cualquier evento calamitoso.

Por lo dicho, no es en la presencia precaria como el Estado logrará cohesionar al territorio y a los individuos, si éstos no están lo suficientemente persuadidos de ceder sus propias fuerzas a favor del orden Estatal que no resulta evidente ni eficiente. Dicho en otras palabras, desarmar a los ciudadanos puede que sea un fin deseable en un sistema político, sin embargo ello no ocurrirá allí donde el Estado no produce ámbitos generalizados de eficacia disuasoria simbólicamente aceptados ni donde la sociedad no suponga en las instituciones políticas una medida reverente de la autoridad.

Idear una hegemonía exitosa, (en la que la figura del Estado resulta necesaria, aunque puede no ser suficiente prenda de garantía para consolidar órdenes sociales generalmente consensuados), podría ser posible si avanzamos en la reconstrucción de la relación “entre instituciones y la vida cotidiana, los principios generales y la trama de relaciones interpersonales, las reglas explícitamente formuladas y aquellas otras, no escritas, que parecen resistirse a su penetración por el concepto”, toda vez que lo que hay que restituir son precisamente “los hábitos del corazón (Tocqueville) que por encima de las circunstancias y tal vez por debajo de las leyes animan la vida publica”252 .


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