BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


CIUDADANÍA ARMADA

Arleison Arcos Rivas



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6.2 La suma de nuestros miedos

La nuestra es una ciudadanía del miedo259, signada por los resortes que el miedo despierta:

El material empírico permite distinguir tres tipos de miedo: el miedo al otro, que suele ser visto como un potencial agresor; el miedo a la exclusión económica y social; el miedo al sinsentido a raíz de una situación social que parece estar fuera de control260 .

No se trata curiosamente del miedo hobessiano, reverencial frente al Estado y su fuerza, sino precisamente el miedo que se perpetúa en buena medida por la ineficacia del Estado como disuasor de agresiones; que termina corporativizando la seguridad y haciendo proliferar dispositivos privados de seguridad entre las clases alta y media, al tiempo que demanda alternativas societales armadas entre los más pobres, como atajo eficaz261 frente al miedo; atajo que permite la reconquista rápida y progresiva de los espacios otrora vedados para el transito, la recreación y el disfrute de la vida cotidiana, estos sí asegurados para los más pudientes.

En un escenario de conflicto dilatado, el miedo se instala por igual en todas las capas sociales; se lo narra como acontecimiento liminar, circula de manera similar al dinero y se acumula igual que el poder; pero no se expresa igual. Así algunos tienen más miedo que otros y viven en escenarios del miedo por oposición a los escenarios de la confianza que significan a la ciudad integrada.

Es un miedo que se reconoce en los hábitos de inseguridad262 especializados, segregacionistas263 y cotidianos que se deja ver en los sistemas de información, la recurrencia a escoltas, equipamiento preventivo, vigilancia a extraños, cierre de vías, obstrucción selectiva de la movilización, rejas, cadenas y barricadas, así como el asirse a la cartera, mirar a lado y lado de la calle, sospechar del que se acerca o del que simplemente esta parado esperando, cambiar de acera en cuanto se observa a alguien peligroso, no transitar por espacios que se sabe están signados por la recurrente violencia, así a uno no le haya ocurrido nada. Pero ésta no es toda la suma de nuestros miedos:

A la inseguridad que produce la posibilidad de un asalto o de un secuestro, se agregan inseguridades que se comparten con todos los países, tanto ricos como pobres, a partir de la globalización: la inseguridad en el empleo y por lo tanto en la estabilidad del ingreso, los conflictos étnicos, la desintegración social, el terrorismo, las migraciones que van penetrando las ciudades desfigurando sus espacios y desterritorializando los sentimientos de pertenencia de los ciudadanos previos264

El miedo al cual me refiero parece estructural, afecta de manera severa la interacción social. A pesar del Estado, el que aquí se describe es un miedo inscrito en prácticas de inseguridad, que se extienden a la percepción del espacio, la erosión de la solidaridad, la pervivencia de la desafiliación política, la ruptura con lo cotidiano, la exacerbación de la alerta y el control de lo dicho, lo hablado, lo escrito y hasta lo pensado.

Es un miedo sicológico en el sentido en que afecta los intersticios desde los cuales se articula la subjetividad, condiciona los haceres, acelera los movimientos por los espacios compartidos, ralentiza el suspenso y la sorpresa, invisibiliza los símbolos de la vida en convivencia, produce una especie de taquicardia colectiva, compartida con otros que tienen miedo y demarca los limites del tiempo para el disfrute de espacios de ocio y esparcimiento.

Pero también parece un miedo histórico y cultural, que se perpetúa entre generaciones y se recicla transmutando de cuando en cuando las formas del pánico -como en el caso del desplazamiento-, que, al tiempo que deifica las figuras reverenciales del miedo, desacraliza cada vez más las figuras reverenciales de la autoridad265:

Para ponerlo en términos fuertes, las calles de las ciudades, como diría Yi-Fu Tuan, se están convirtiendo en “paisajes del miedo”, (landscapes of fear): miedo a los terroristas, miedo a los ladrones, miedo también al vecino, al transeúnte, a los organismos de seguridad, a los mendigos, miedo incluso a las propias víctimas de la violencia, tendidas en la acera esperando en vano un gesto solidario266 .

Un miedo así, que se esparce y circula invadiendo todos los ámbitos de la vida personal, social y familiar convierte a todos en victima-en-potencia, al decir de Susana Rotker267 , a medida que incrementa la sensación, la percepción y la posibilidad real de resultar seriamente afectado – en cuerpo, psiquis o bienes-, “porque todo está podrido y descontrolado, porque no hay control, porque nadie cree en nada”268 y por lo tanto ya no hay pactos que valgan, incluido el pacto político fundamental e incluso la ley.

En dicha condición de miedo generalizado, que resulta del peligro y la amenaza constante de perecer o sufrir daño, las normas y las leyes no aplican269 y la violencia de las armas se levanta de nuevo como un recurso, un instrumento y un medio eficaz, ilegal pero eficaz, para hacer frente a los nuevos operadores del miedo y procurarse así una vida más dichosa y un mayor bienestar, “que de otra forma serian inalcanzables”270 .


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