BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


CIUDADANÍA ARMADA

Arleison Arcos Rivas



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1.2 Estado y ciudadanía armada: la comunidad no imaginada

En el caso de las milicias se ha defendido que si bien "las milicias populares no son un grupo legal, sí son un grupo legítimo; legitimidad que han obtenido de la misma comunidad que cansada de tantos atropellos y de sacrificar inútilmente tantas vidas se han revelado y quieren que haya una verdadera justicia social en sus barrios"24. Es ese precisamente el fundamento de la legitimidad del miliciano como ciudadano armado en procura de un orden societal solidario, convivente y popular, que opera como un distintivo cuando la guerrilla incursiona en la ciudad implementando el modelo miliciano:

Nos tocaba distinguirnos de ellos, porque se trataba de un paseo distinto. Iban por un lado y nosotros por otro (…) Milicias Populares del Pueblo y para el Pueblo. Todo porque de allí nacimos y la gente era nuestro respaldo25 .

Así, a comienzos de 1989, al momento en que la ciudad ya empezaba a escuchar de las Milicias Populares, éstas han ido perfilándose como una organización urbana con métodos y fines distintos al del accionar guerrillero:

Lucho nos propuso que nos uniéramos a la Coordinadora, que nos pegáramos al Eln. Le dijimos que estábamos cansados de las organizaciones grandes, donde se enriquece a la organización, se garantiza su estabilidad como empresa para financiar su guerra, dejando jodidas a las comunidades. Que habíamos visto cómo nos robaban la plata que recuperábamos en bancos y en operativos. Que mandábamos miles de millones de pesos y nosotros siempre en las mismas. Que veíamos el desequilibrio tan tenaz a todos los niveles; que no queríamos seguir eso, que estábamos en capacidad de ser organización política y de crecer en la ciudad26 .

Más adelante, los eventos asociados a la muerte “no justificada” de ciudadanos, el engrisamiento27 de las milicias producto de la incorporación en sus filas de actores delincuenciales convertidos a milicianos, el uso del nombre de milicias por parte de bandas para camuflarse ante las comunidades y la fama de “pistolocos” que se granjearon muchos de sus miembros, trajo como consecuencia la pérdida de legitimidad de estos grupos. Sumado a ello, lo que de mala manera se llamó limpieza social (asesinatos cometidos para erradicar bandas e individuos dedicados al crimen y a la delincuencia), hizo que las milicias operaran como agentes moralizadores de la vida barrial, aplicando códigos de comportamiento y normas de convivencia social sujetas a un modelo de vida del que quedaban excluidos los delincuentes resistentes. A estos, luego de advertencias y notificaciones de sentencias populares, se les conminaba a cesar sus acciones, “perderse” del barrio o se les “ajusticiaba”, muchas veces delante de la misma comunidad o en la casa familiar:

Hemos capturado a los ladrones; se han aporreado, se ha hablado con la familia y se les ha explicado cuales son nuestras condiciones de respeto al barrio28 .

Sin embargo, como si de técnicas de la guerra regular se tratara, éstos hechos fueron identificados como daños colaterales, males necesarios en la medida en que el objetivo fundamental de satisfacción de seguridad para los ciudadanos (hacer que el barrio fuera una maravilla29) implicaba “correr el riesgo de no hacer lo debido, de que ocurran desmanes que uno no puede controlar muchas veces, pero a los pelaos se les advierte hasta donde se puede”30 .

Aun a pesar de los errores históricos de las milicias en Medellín (vinculados también con el homicidio de sus propios soldados y comandantes, aun después de desmovilizados31), el alto grado de eficacia en la prestación de seguridad en su momento de mayor protagonismo entre 1989 y 1992, hace que se los identifique como factor estabilizador y ordenador de los asuntos propios de la vida ciudadana 28 Ibid, p. 98 29 Ver: SALAZAR, alonso. No nacimos pa semilla. La cultura de las bandas juveniles en Medellín. CINEP, 1992 p. 94 e incluso como mediación necesaria entre los agentes y organismos estatales y la comunidad, en la medida en que cierto fenómeno de ilegitimidad del Estado sobreviene, al tiempo que se legitima a otros actores y otras expresiones como constitutiva del ideario comunitario:

Aquí el Estado nunca se ha hecho presente; todas las instituciones del Estado están quebradas. La inspección de policía tiene que recurrir a las milicias para que la protejamos de las bandas (..) aquí la gente ya no coloca ningún caso en la inspección de policía, y ese es el temor del Estado: aquí el ilegitimo es él y lo legitimo es la organización miliciana, la organización popular, la Acción Comunal y las expresiones culturales que están surgiendo a todo nivel32 .

Muchas veces arreglaban las cosas no con la inspección (de policía) sino con las milicias…si con la inspección no se cumplía lo que se les ordenaba, entonces la milicia por lo general entraba a dirimir ese conflicto33 .

Para ello, la reproducción de hábitos de sociabilidad se hace notar y les diferencia de inmediato con el accionar de las bandas y los parches:

De pronto aparecieron las Milicias en Villa del Socorro. Por todas partes se regó la fama. Se decía que acababan con las bandas, que no miraban feo a la gente y que de pronto si uno les pegaba con un balón por accidente, no lo rompían o se lo llevaban, como los pillos. Que por el contrario, les gustaba jugar, y que hacían amistad con los muchachos. Que si uno rompía un vidrio hablaban con la familia y simplemente colectaban plata para pagar el daño. Que entablaban amistad con toda la gente y programaban festivales y fiestas en la cuadra, como en los viejos tiempos, para ayudar a hacer escalas y obras comunitarias34 .

La comunidad a la cual se refieren las Milicias, si bien no se corresponde con la comunidad imaginada de contenido nacional, sí es una comunidad concreta, transitada por violencias e hitos desgarradores, que permite a unos y otros verse reflejados en las demandas y las reclamaciones de los habitantes de los barrios más desprotegidos por el Estado. Los populares, Villa del Socorro, Manrique parte alta, Santo Domingo, Moravia, Paris, Picacho, entre otros, fueron barrios que sintieron la amenaza proveniente de las bandas y pandillas territorializadas en estos retazos de montaña convertidos en calles y viviendas con las que intentaban “ser un poco menos miserables de lo que antes éramos”35 .

Así, el miliciano encuentra su sentido en la refundación de una idea liberadora de la comunidad: “Nosotros queremos caminar pero en una zona liberada”36 , y su presencia es vivida como si se tratara de una mañana de carnaval:

El ambiente se cargó de rumba; abrieron tabernas y se hicieron frecuentes los festivales y fiestas a puertas abiertas. Ese era el largamente esperado reencuentro con la verdadera vocación de los barrios populares de Medellín: el arrabal37 .

Con ésta certeza la defensa, la seguridad y la protección ofrecida son justificadas en la medida en que el compromiso con la comunidad aumenta:

Cada día nos sentíamos mas comprometidos con la gente. Cada día había que pelear más por la comunidad38 .

En igual sentido la justificación del recurso a las armas se hace en función del retorno a la concordia y la unión de la comunidad. Con los signos de un discurso ambivalente39, esa justificación conjuga el amor, la autogestión comunitaria y la percepción de la injusticia como medida de la responsabilidad del ciudadano en armas:

Muchas veces donde hay tanta discordia y tanta cosa, las armas tienen que existir como para garantizar un poquito la seguridad de la gente; las armas de gente que ame mucho a los demás, para que no se vayan a desbordar; pero entonces a eso hay que juntarlo con autogestión comunitaria, porque si no, termina uno con las armas, con el odio y termina uno haciendo las cosas contra las que está luchando: luchando contra la injusticia termina uno haciéndose injusto40 .

El miliciano y su comunidad de referencia comparten un territorio disputado con otros actores armados capaces de intimidar y llenar de miedo a la población. Esta situación sin embargo evidencia un momento en la desarticulación de la ciudad que impacta a los sectores populares rompiendo el marco valorativo e identificatorio construido en las luchas cívicas de las décadas anteriores. Los lazos de vecindad, la ruptura de la solidaridad, la pérdida de la confianza, las finalidades egoístas y la rivalidad consecuente, se sitúan como elementos que intervienen con fuerza en el incremento de la inseguridad y la concentración delincuencial, aunque no solo en los barrios populares:

En el campo conflictivo de la inseguridad es posible establecer similitudes entre estos barrios y los de clase media y alta. Los habitantes tradicionales del exclusivo sector de El Poblado, por ejemplo, coinciden con los habitantes de los barrios de la Comuna Nororiental en denunciar la aparición de los expendios de droga, de bandas y de viciosos, como un factor de deterioro del entorno barrial, como una amenaza en su vida cotidiana. Estos barrios también se identifican porque, para enfrentar sus respectivos problemas de seguridad, apelan a la autodefensa, a través del servicio de vigilancia privada, más que a las autoridades legalmente constituidas41 .

Si bien en el texto citado la profesora Jaramillo concluye que “estas similitudes, de algún modo, contribuyen a desvirtuar la imagen de una ciudad bifurcada en la que una parte de la población vive al margen y otra en los marcos del orden y de la ley”, cabe anotar que aunque el miedo y las respuestas violentas puedan percibirse igual entre ricos y pobres, las salidas institucionales y legalizadas no siempre están disponibles de la misma manera para unos y otros.

El recurso inmediato a la acción de la fuerza pública y el aseguramiento por parte de empresas de seguridad privada, si bien no están negadas por sí a los pobladores pobres, resultan ser recursos prácticamente inaccesibles dado el valor de un servicio de altos costos como éste. Así es como en los barrios populares, económicamente pobres, se hacen sentir con mayor fuerza las violencias producidas por individuos, bandas y combos, que aportan una mayor zozobra y sumen a la gente en un miedo permanente que marca los hitos identificatorios de lo que podríamos llamar una comunidad armada, no imaginada, sino real.


 

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