BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


CIUDADANÍA ARMADA

Arleison Arcos Rivas



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6.5 El retorno del miedo: paramilitares en escena.

“Aquí todo estaba más o menos en calma – dice María – porque aquí mandaban las milicias, todo empeoró cuando llegaron los paras a disputar el reinado”302

Mientras el sueño llega, las comunidades urbanas se enfrentan hoy a nuevos enemigos, mucho más severos que otros, en la medida en que estos operan como fuerza coactiva como fuerza pública vinculada o por lo menos conexa con aparatos militares y de policía, por lo cual se les llama – y no sin razón- paramilitares.

Si bien no es el objeto de éste trabajo el análisis del paramilitarismo, quisiera con esta referencia insistir en que la ciudad escindida ha producido monstruos y demonios peores que el viejo Leviatán. En la ciudad un actor paramilitar es un individuo igualmente armado que se reclama instrumento de un poder territorialmente mayor enfrentado a la subversión. Por eso su estructura operativa es la de un ejército de contrainsurgentes enfrentado a ejércitos insurgentes y auxiliador del ejército de la República. Su institucionalidad no se la demuestra pero sí la reclaman, como quiera que se entienden a sí mismos como servidores de altos intereses de clase.

Su diferencia con el ciudadano popular armado para la protección de sus derechos es precisamente el carácter autónomo de quien reclama su ciudadanía. El paramilitar es un mercenario corporativo303 , que obra en función de técnicas especializadas en el uso de la violencia organizada304, por lo cual percibe una remuneración como soldado activo de un ejercito mercenario, financiado por agentes económicos y políticos de la sociedad incluida y tolerado en la medida en que no compite por el poder político ni entra en contradicción con intereses de clase. Tal como Antonio Gramsci señalara305, un sistema político ilegitimo estimula la aparición de escuadras o grupos paramilitares, que entran a suplir la incapacidad represiva oficial.

Políticamente, el paramilitarismo ocupa el lugar descentrado del Estado en relación con el monopolio de la fuerza, y su operación como empresario militar o de la coerción306 le han permitido expandirse y construir una estructura afín con sus propósitos. Como reconoce Vilma Franco, “la creación de cuerpos armados adicionales y el crecimiento cuantitativo de la unidades militares irregulares contrainsurgentes, dependen tanto de condiciones financieras como de una disposición social delirante y febril para usar las armas”307 .

En términos sociales, el paramilitarismo, como ningún otro fenómeno producto de las violencias, ha diezmado el escaso entramado organizativo comunitario construido en Medellín en las últimas cuatro o cinco décadas308 .

El paramilitarismo y la presencia urbana de ciudadanos armados para su defensa evidencian caras opuestas del proceso de apropiación de la fuerza por los ciudadanos en un contexto estatal no monopólico. Si bien en una sociedad es posible la aceptación de márgenes de liberalidad par el recurso a las armas, como ocurre incluso con carácter constitucional en naciones como los Estados Unidos, el Estado en ellas no resigna sus funciones. Al contrario, se garantiza una fuerte presencia en la vida pública y en la satisfacción de condiciones materiales de asociación política efectivas, de modo que las armas en manos de los ciudadanos no se conviertan en fuente de inestabilidad.

Entre nosotros, el Estado ni se asegura a sí mismo, de modo que su poder no resulte cuestionado, ni aporta ámbitos de aseguramiento público que disminuyan o controlen las contingencias y el riesgo. No es un Estado soberano porque no impide la guerra309 y parece no ser tampoco eficiente para cerrar las fronteras a la evasión fiscal y a la impunidad como ámbitos de su acción pretendidamente monopólica.

Este Estado faltón310 resulta incapaz para contener las múltiples violencias que se agolpan sobre todos los escenarios de la vida cotidiana, profundizando con su inacción las profundas fracturas de la irresolución de nuestra nacionalidad. En igual sentido el recurso o la tolerancia de fuerzas paramilitares socava la supremacía de la ley y la soberanía existente311 , al facilitar la emergencia de empresarios de la violencia por fuera de la ley, con los cuales se ha buscado “justamente la preservación de la unidad de la potestad soberana”. En la medida en que para el Estado “la descentralización del monopolio de la fuerza parece ser mas funcional, eficaz y en ningún momento contradictoria”312 .

Que el Estado opere de esta forma, acudiendo a operadores situados en el limbo de la juridicidad, evidencia que no solo obedece a razones de Estado. Como afirma Vilma Franco en el texto citado, también son posibles las razones de Mercado como corolario de una relación mercantil, una transacción no dicha en voz alta, que convierte al Estado sino en una enorme empresa313, sí en socio mayoritario del negocio de la coacción.

La emergencia del paramilitarismo ha significado la consumación de un escenario de desorden generalizado en el que una fuerza no oficial realiza acciones no oficiales en nombre de la oficialidad o a nombre de la denominada sociedad de bien314. Similar a la acción de Los Contra centroamericanos a favor de los intereses de la CIA, el paramilitarismo opera en función de intereses de círculos nacionales emparentados con empresas y socios transnacionales que se lucran, por ejemplo, con el producto rentista del narcotráfico y la concentración de amplias y fructíferas zonas del territorio nacional315 , que ha significado en la práctica la realización de una contrarreforma paramilitar y la fundación de un nuevo país sin Estado316 .

6.6. Más allá del miedo; ¿Más allá del Estado?

Todo este escenario de violencias sucedáneas, conflictos dilatados, sistemas de guerra y actores armados produce una imagen de no diferenciación entre enemigos, que incluso transmutan y se imbrican en dinámicas de transito ideológico deforme, que no se corresponden con las lógicas de la relación amigo – enemigo absoluto y al contrario, para asegurarse una mayor eficiencia y arraigo territorial, se suceden alianzas e interacciones entre grupos tan aparentemente opuestos como las bandas delincuenciales, los paramilitares y las actuales milicias urbanas de las guerrilleras317 .

Con todo, la pregunta por el Estado y su presencia real, capaz de hacer cesar la guerra y producir la pacificación necesaria para que los individuos y las comunidades concreten la vida dichosa se queda sin respuesta ante las evidencias de que tal vez el Estado ya no pueda ser medido en función de sus monopolios, toda vez que a la ciudadana le correspondería cada vez más, como consecuencia necesaria de esta aceptación, entrar a ocupar el lugar soberano que, a pesar de continuar reclamándolo, deja vacío el Estado, torpe para erigirse en suprema potestad318 .

Como alternativa, tal parece que la posibilidad de una ciudadanía mas allá del miedo319 avanza hoy hacia la constitución de nuevos sujetos políticos, capaces de una mayor autonomía frente al Estado y sin embargo concretando el ideal de la soberanía política en la esfera pública, es decir, en la capacidad humana para agruparse, relacionarse, actuar concertadamente y separarse320 , que para Colombia necesariamente deberá enfrentar la triste estela de haberse constituido como nación a pesar de si misma321 .

Reconociendo que en nuestro país y en el mundo se articulan hoy múltiples esfuerzos ciudadanos por la consolidación de un entorno político desarmado y pacifico, en el que diferentes movimientos de resistencia y de no violencia se encuentran para construir el lenguaje de una ciudadanía sin armas, cabe advertir finalmente que, en ciertos contextos como el revisado en este trabajo, cuando el sufrimiento y no el bienestar caracteriza la vida de los ciudadanos seguramente pueda alegarse, con las palabras de Tito Livio, que “justa es la guerra para quien la necesita y buenas las armas si son la única esperanza”322 .


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