ELEMENTOS PARA ENTENDER LA CRISIS MUNDIAL ACTUAL

ELEMENTOS PARA ENTENDER LA CRISIS MUNDIAL ACTUAL

Víctor H. Palacio Muñoz
Miguel Ángel Lara Sánchez
Héctor M. Mora Zebadúa

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4. La precarización del trabajo

Las condiciones que se viven en el trabajo precario son intermedias entre el formal y el in formal y tienden a convertirse en la norma; a los informales cada vez se les exige más disciplina y diversidad de funciones y a los formales se les retiran la seguridad en el empleo y los ingresos regulares.

El trabajo informal tiende a normarse y el formal a desregularse (Mora, 2002).

En México los topes salariales, la flexibilización del trabajo (prolongación e intensificación de la jornada, reorganización y la polifuncionalidad del trabajador) y su precarización (contratación sin prestaciones ni protección) constituyen la estrategia mediante la que el capital compensa las ineficiencias de sus sistemas productivos y la tendencia a la reducción de la tasa de ganancia.

Este conjunto de medidas arrebatan al trabajo su valor económico, social y moral, y tienen como consecuencias el empobrecimiento generalizado de los trabajadores, la degradación de la calidad de su vida y descomposición del ambiente social.

El des empleo crónico también desvaloriza la fuerza de trabajo, como mercancía, como función y actividad social, pues anula su estatus y prestigio social.

La degradación del trabajo incluye su fexibilización, su empobrecimiento contractual, la reducción real del precio de la fuerza de trabajo y la pérdida de la seguridad social.

En consecuencia la capacidad de consumo de los trabajadores se reduce, por lo que las empresas cada vez venden menos y su lucha por el mercado se agudiza.

El salario directo se reduce por el rezago de su crecimiento respecto a la inflación, la pérdida o reducción del monto de prestaciones y por la contracción del salario social.

Al mismo tiempo, el presupuesto público se reduce por la evasión fiscal de los empresarios; por la contratación precaria y el desempleo.

Todo ello fue promovido para reducir los gastos en mano de obra (capital variable), pero a la larga estas medidas se convirtieron en un bumerang contra el capital pues contrajeron el mercado.

El neoliberalismo implica libertad total para hacer negocios, que se ha convertido en el máximo valor en nuestra sociedad, por lo que si las fronteras, las costumbres o las leyes la limitan, deben cambiar.

Con esta lógica las empresas expropian a toda la humanidad y a la naturaleza.

Los medios de comunicación han privatizado la información y la difunden y comercializan de acuerdo a su particular interés; las empresas farmacéuticas con sus patentes monopolizan y encarecen los medicamentos, convirtiendo el acceso a la salud en un lujo impagable para las mayorías.

Las grandes empresas biotecnológicas patentan los códigos genéticos y otras sustancias como proteínas, enzimas, etc., de especies de interés comercial e incluso de algunas que probablemente lo tengan en el futuro, convirtiendo en propiedad privada la identidad biológica de esos organismos.

Con la globalización de la economía, la competencia entre capitales se radicaliza, por lo que los dueños del dinero demandan más libertades, incluidas las de contratar y despedir trabajadores sin que les cueste; pagarles menos si la competencia los obliga a reducir sus costos de producción; reducir o eliminar el servicio médico, utilidades y pensiones.

Para hacer realidad esas libertades, los derechos de los trabajadores estorban y por tanto deben cambiar o desaparecer.

Durante la promoción de las reformas laborales, los empresarios, los gobiernos y ciertos sindicatos argumentaron que la reforma tenía como objetivo reducir el desempleo, pues al ser más barato contratar y despedir trabajadores se crearían más puesto de trabajo.

Pero el resultado fue que no se crearon más empleos y la proporción de trabajadores con empleo provisional y sin prestaciones (el trabajo precario) se multiplicó en el mundo.

La competencia entre las empresas de la misma rama las obliga a invertir una proporción mayor de sus utilidades en actualizar sus sistemas productivos y aplicar tecnologías más costosas, por lo que contra las apariencias y la idea generalizada de que la tecnología hace prescindible al trabajador, su ganancia depende cada vez más de la fuerza de trabajo que contratan, porque la proporción del capital invertido destinada a instalaciones, equipos, investigación, etc.

(capital fijo) crece rápidamente y la dedicada al pago de salarios disminuye relativamente, por lo tanto la ganancia crece (al incrementarse la productividad) con el esfuerzo de un número menor de trabajadores.

Así, cada trabajador es más importante y necesario para el capital, aunque parezca lo contrario (Mora, 2002).

La reforma o flexibilización de la ley laboral es el complemento de los sistemas flexibles de trabajo, pues permite elevar al rango de leyes las prácticas impuestas por el capital en el mercado laboral: mayores libertades y derechos para los patrones y menos derechos y libertades para los trabajadores.

Las reformas laborales en el mundo han tenido como propósito crear la nueva regulación del mercado laboral, no su desregulación, como afirma la propaganda gubernamental y empresarial.

El problema de fondo es cómo se reparte entre el capital y el trabajo la riqueza generada.

Aprovechando que los trabajadores se encuentran debilitados, los empresarios pretenden quedarse (por ley) con una proporción aún mayor de la que ya disfrutan.

El 82.9% de la población mexicana (pobres e indigentes) percibe apenas el 18.5% del ingreso de los hogares, mientras que la clase alta, que representa sólo el 4.4% de la población, recibe el 45.7% del ingreso de los hogares (Boltvinik, 1999).

Los sistemas flexibles de trabajo y producción, la globalización de los mercados y la cambiante división internacional del trabajo, provocaron una diversificación de las condiciones de trabajo, incompatible con la “justa” competencia global, pues conviven en el mercado contratos colectivos de alto perfil, contratos de nuevo tipo que limitan derechos y beneficios para los trabajadores, trabajo precario y trabajo no asalariado o independiente.

El propósito es igualar hacia abajo las condiciones de trabajo y contratación, tomando como referencia el trabajo precario.

Los patrones hacen todo lo posible para que no sean reconocidas como tales las enfermedades y riesgos de trabajo.

Los sistemas flexibles son ideales para ello, pues el cambio frecuente de actividad y la polivalencia de los trabajadores, ayudan a enmascarar riesgos y consecuencias sobre la salud.

Asimismo, las formas de contratación tendientes a eliminar los puestos de base, ocultan las consecuencias sobre la salud de los trabajadores del desempeño de ciertas actividades y permiten a los patrones evadir toda responsabilidad al respecto, pues de existir consecuencias o daños a la salud se harán evidentes cuando la relación laboral haya terminado.

En la lógica del empresario cualquier regulación encarece la fuerza de trabajo y por eso demandan la desregulación del trabajo, pero esta sólo le es útil un cierto periodo, porque a la larga les resulta contraproducente: en la medida que los trabajadores se empobrecen, porque al ser sobreexplotados, el capital no paga el costo de su reproducción, es decir, los trabajadores ya no pueden “producir trabajadores”; mantener a su familia y a ellos mismos.

Esta posibilidad de reproducción cada década resulta más difícil; hasta los años 70 del siglo pasado una familia podía mantenerse modestamente con un salario medio, pero en los años 80 fueron necesarios al menos dos ingresos y a partir de los años 90 debieron trabajar al menos tres miembros de cada familia (Boltvinik, 1999).

Por ello, el trabajo infantil tiende a crecer.

Además de injusto y cruel, esta sobreexplotación es históricamente incorrecta, por que los costos sociales y económicos, para el propio capital y para la sociedad en general, de volver a una situación de redistribución del producto social que permita pagar los costos de reproducción de los trabajadores, son muy altos, por la resistencia del capital a reducir sus beneficios, la violencia que puede generarse en el proceso, etc.; al menos así ocurrió en el último tercio del siglo XIX y el primero del XX.

Además, debe recordarse que los derechos adquiridos por la fuerza de trabajo no son una concesión graciosa o una caridad patronal; por el contrario, son la retribución parcial por el beneficio o ganancia que el patrón y la socie dad obtienen con su trabajo y no les es pagado.

En América Latina el proceso de reforma laboral se inició en la década de los años 90 del siglo pasado.

En Argentina se flexibilizó el trabajo y se legalizaron los contratos tempora les; se redujeron las indemnizaciones por accidentes de trabajo e impidió la contratación colectiva a nivel de rama, limitándola al nivel de empresa.

Se flexibilizó la jornada diaria y se manal; se condicionó la indemnización por despido; se facilitó la contratación a prueba y se privatizaron los servicios de salud y los fondos de pensiones y jubilaciones (De la Garza, 1994).

Los resultados son conocidos, el desempleo y la pobreza de los trabajadores argentinos son los peores de su historia.

Lo que hundió al país en una profunda crisis, que se evidenció en principio por el lado financiero.

En Chile se llegó al extremo de limitar la huelga a un máximo de 60 días; se amplia ron las causales de despido, se legalizó el paro patronal y se limitó a los sindicatos al nivel de empresa.

También en Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil y Uruguay se impusieron las reformas laborales y en todos ellos, el nivel de vida de los trabajadores resultó gravemente lesionado.

La reforma es una demanda de los empresarios, no de los trabajadores, y la necesitan para reducir los costos asociados al uso de la fuerza de trabajo (prestaciones, indemnización por despido, seguridad social) para elevar o sostener su ganancia, según se vea.

Los contratos basura, reducen la proporción de trabajadores con acceso a base en el empleo y por tanto al disfrute del resto de las prestaciones consideradas en la Ley.

El crecimiento del trabajo precario o contratos basura, permite a los patrones ahorrarse los pagos de contribuciones al seguro social.

Además, legalizar el trabajo precario traerá como consecuencia el abaratamiento de la fuerza de trabajo, ya de por sí retribuida de manera injusta mente magra (Mora, 2002). Las empresas no crecen por pagar menos aportaciones al IMSS o por ahorrarse indemnizaciones por despido injustificado, pero pueden deshacerse de los trabajadores a su entera conveniencia sin responsabilidad legal.

Tanto la precarización del mercado de trabajo, como los intentos de reforma a la legislación laboral y su orientación, cuentan con el apoyo del Banco Mundial y de los organismos empresariales internacionales, pues la tendencia a reducir la participación de los trabajadores en el producto social, es la solución que el capital ha elegido para enfrentar la tendencia a la reducción de la tasa de ganancia a nivel global.

Con resultados a la larga nefastos para el propio capital.