REMOLINOS Y CIRCUNVALACIONES. ELEMENTOS DE MATERIALISMO CRÍTICO

REMOLINOS Y CIRCUNVALACIONES. ELEMENTOS DE MATERIALISMO CRÍTICO

Edgardo Adrián López

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Capítulo IV. “Producción”, “circulación”, “distribución”, “consumo”, “teoría del valor”, “tiempo”, “valor de uso”, “valor de cambio”, “dinero”, “capital”, “plusvalía”, “beneficio”, “ganancia media”, “tasa media de lucro”, “precios”

Según puede constatarse, nos toca efectuar una larga serie de definiciones de algunas de las principales nociones de Marx.

I

En los anteriores capítulos, habíamos acotado el término “labor” o “trabajo”. Es impostergable distinguir ahora, entre “proceso de tarea” o “trabajo” y “proceso de producción” o “producción” a secas.

Las labores son un movimiento o proceso por el que una materia ofrecida por la naturaleza o por otro tipo de trabajo, es convertida en algo útil. Eso útil puede a su vez, ser consumido por los individuos dentro de un proceso de producción dado.

La producción es el movimiento más abarcativo que incluye como una de sus partes, al trabajo. Y es que no todo proceso de producción supone en todas sus “etapas”, tarea. En efecto: el nacido en Prusia ofrece como ejemplo arquetípico de esta sutil diferencia, el añejamiento de bebidas alcohólicas. Mientras los hombres tratan los productos que destilarán para producir N bebida, hay trabajo, pero cuando el líquido destilado se almacena en depósitos para su fermentación y “envejecimiento”, ya no se ejecuta labor alguna. Otro caso, lo representa el tratamiento de uno de los jamones más caros del mundo, el jamón “Real Bellota”, que vale alrededor de $ 600 en enero de 2009, el kilo: entre el secado al aire libre y su procesamiento en cámaras de temperaturas controladas, el jamón ibérico tarda de entre seis a 8 meses en salir a la venta. En tal lapso, no constatamos tarea humana. Por eso es que es ineludible, distinguir entre trabajo en sí y devenir de producción o producción.

A gran escala, la “producción” puede significarse como el movimiento que genera los productos, la riqueza, el tesoro o los “valores de uso” para el consumo, el que no necesariamente es consumo para las personas (ya lo veremos enseguida).

Lo que se suscita en una colectividad S, en calidad de productos, requiere ser distribuido. Por ello, la “distribución” será el proceso a través del cual lo gestado en una comuna, se asigna por ejemplo, a determinados grupos sociales. Conviene ir adelantando, que esos grupos no están formados únicamente por “clases” (en su momento, apreciaremos que existen otros componentes).

Para que haya “distribución” tiene que haber en paralelo, “circulación”, la que será en consecuencia, el movimiento en sí de los productos.

Distribución y circulación son los “puentes” entre la producción y el consumo; son lo que enlaza lo uno con lo otro.

Enunciamos que el “consumo” puede ser de dos grandes tipos: el consumo que emplea los productos para darle continuidad a la producción social (el “consumo productivo”), y el que desgasta los valores de uso por su empleo individual (el “consumo improductivo”). Aunque suene tautológico, el consumo es entonces, el proceso que se diferencia entre “consumo productivo” y “consumo improductivo”.

Volvamos al asunto de la “circulación”. En el vol. II de los Grundrisse y en otras obras, el compañero del General sostiene que la circulación propiamente dicha no sólo implica que exista mercancía o valor de cambio, sino que haya precios. Por ende, si somos muy estrictos, circulación no existe en las sociedades mercantiles “arcaicas”, como las que solían haber en los “intersticios” de la Antigüedad. En realidad, circulación habría recién a partir de las comunas como las de Grecia y Roma ya desarrolladas. Sin embargo, sí había distribución, por lo que surge la pregunta de cómo bautizar el proceso que acompaña al de distribución.

En el vol. I de Teorías sobre la plusvalía y en unas cuantas palabras, Marx ofrece una respuesta: se trataría de un simple intercambio. Entonces, tendríamos sociedades sin circulación y con intercambio, y colectividades que, aun cuando tuviesen mercancía y un “proto” dinero, no estarían hilvanadas por la “circulación”, a pesar de haber comercio en ellas. Luego, emergerían comunas con mercancía, dinero y precios; éstas sí poseerían circulación.

Observemos lo que ocurre, porque será importante para cuando expliquemos la dialéctica entre base y superestructura: el intercambio, bajo determinadas condiciones, deviene comercio sin que haya todavía circulación. Después, el comercio se despliega lo suficiente como para que nazca la circulación propiamente dicha. En esquema sencillo:

Es adecuado subrayar que en el mercadeo sin circulación, hay dos subtipos: el comercio “arcaico” o “primitivo”, representado por el trueque, y el mercadeo más avanzado de comunas neolíticas.

Sea como fuere, resulta que la “flecha” más gruesa indica que la “circulación” es menos “flexible” y más “dura” que el comercio, el cual es a su vez, más “áspero” que el intercambio. Es como si hubiera un sucesivo “endurecimiento” de lo “blando”, “flexible”, “fluido”, etc. o como si a medida que las sociedades se hicieran más complejas, los individuos extraviasen otro tanto en capacidad para controlar su vida. En suma y tal cual lo imagina Wilhelm Reich en Análisis del carácter, aunque por otros motivos, hay un proceso de “acorazamiento” que da origen a “esquemas” o “estructuras” que son cada vez más rígidas e inmanejables para los hombres. Precisamente, eso es lo que ocurrirá con base y superestructura: lo social se “endurecerá” en dos enormes esferas (pero a este tema, lo abordaremos más adelante).

La aclaración es sustancial por otro motivo. En el artículo “Sobre el impuesto en especie”, del vol. IV de las Obras escogidas de Lenin, el revolucionario soviético cincela que el intercambio de mercancías (en vez de decir, “el comercio”…) genera casi de manera “automática”, capitalismo, lo que no es así, desde nuestra mirada. El comercio y/o la circulación de valores de cambio (que no es idéntico a “intercambio”…), suscitan a lo sumo, distribución de mercancías pero no necesariamente, capitalismo: hubo asociaciones pre burguesas con comercio y circulación, en las que no hubo capitalismo.

II

Acotados los cuatro momentos sustanciales de lo que Marx denomina “vida social”, presentemos la teoría del valor.

Para los marxistas ortodoxos y para los que están contra esa teoría, como Habermas, la hipótesis del trabajo en tanto gestor de valores, es típicamente ricardiana. Id est, está influida por David Ricardo, economista inglés que, junto a Adam Smith (que es anterior), echó los cimientos de esa idea. Nosotros apreciaremos que la teoría del valor, no es ricardiana en más de un fundamental sentido. Shaikh, el marxista pakistaní que mencionamos mucho más atrás, es de idéntico parecer: niega que el padre de Jennychen sea simplemente, el ricardiano más astuto (p. 222).

También los ortodoxos y los críticos del amigo de Engels, entienden en su mayoría, que la idea del valor sólo es aplicable al orden burgués. Marx, que redacta completo el capítulo del Anti-Dühring referido a la Economía Política, dice de sí mismo y hablando de él como si fuera Engels, que en sus escritos no se comprueba

“[...] la más leve alusión a que Marx crea aplicable –ni en qué medida, si es que lo cree- su teoría del valor de las mercancías a otras formas de sociedad” (p. 163). La cita no puede ser más explícita y contundente; la hemos tipeado por honestidad, a fines de que en cuanto alumnos o interesados, posean todos los aspectos a su alcance y no únicamente lo que el responsable de la asignatura quiera hacerles conocer para justificar sus propios puntos de vista.

Existen no obstante, algunos disidentes que se atreven a postular que la hipótesis del valor es válida por igual para una buena cantidad de sociedades mercantiles, si es que no para la totalidad de ellas, posean o no circulación (Shaikh es de ese parecer). El autor del incansablemente nombrado Anti-Dühring es de esta opinión (pp. 221, 253).

El jefe de cátedra y a pesar de las anteriores palabras del admirador de Engels, es una de las pocas personas que le otorga a la teoría del valor un alcance que para los ortodoxos, resulta “desmesurado” y hasta un error de concepto (el marxista pakistaní, ya no aprueba esta “abusiva” ampliación...). Veremos que no es así o tan así.

Parte de la discusión se centra en lo que vayamos a entender por “valor”. Los marxistas ortodoxos y los que restringen la teoría del valor al capitalismo, comprenden que “valor” es la cantidad de tiempo de tarea que se consume en la génesis de un producto, pero en calidad de mercancía (qué es una mercancía, lo abordaremos en otro punto...). Y resulta que únicamente en la colectividad burguesa, la mercancía o valor de cambio alcanza su pleno desarrollo.

Los que asumen que la teoría en conflicto, permite analizar lo que ocurre en las comunas mercantiles en general, afirman que en ellas también se calibra el tiempo de trabajo invertido en la producción de un objeto en tanto éste es producto, sin determinar si es o no mercancía.

A partir de lo anterior, el responsable de la asignatura entiende que el “valor” o tiempo de tarea insumido en la génesis de un objeto, se puede predicar de cualquier “bien” o tesoro a producir y no sólo de las mercancías. Como riqueza hay desde la “etapa” en que los Homo más avanzados en su instrumental lítico existieron, la teoría del valor acaso sea aplicable desde esa época. ¿Por qué no desde antes? Hay una razón que detallaremos después.

Establecido lo anterior, la cita inserta más arriba quizá pueda entenderse como que el padre de Laura no tuvo la oportunidad de extender él mismo las posibles derivaciones de la idea del valor a las comunas pre capitalistas en general. Si eso fuera así, y es a lo que apostamos, confiamos en que no haya nada de “ilegítimo” en ampliar la noción del valor para enfocar las sociedades que desfilaron en la Historia, desde la época en que los hombres se estaban diferenciando de los animales.

Previo a continuar avanzando, rescatemos una contribución que Anwar Shaikh toma de Piero Sraffa, un ricardiano que procura desmantelar la tasa de ganancia en Marx, intento al que el pakistaní respondió de manera brillante en Valor, acumulación y crisis. Ensayos de Economía Política. El tiempo de tarea involucrado es un tiempo de trabajo directamente insumido en el cincelamiento de un valor de uso, y en simultáneo, es un tiempo de labor ya gastado en los bienes que participan de la producción de ese objeto de disfrute, bienes que van desde las materias, materias primas y materias auxiliares, hasta los medios de producción. En otras palabras, el tiempo de tarea es un tiempo de labor directo y un tiempo de trabajo indirecto. Empero, conviene anunciar que otra vez, en el increíble Anti-Dühring se establece lo adelantado, aunque de manera implícita (p. 154).

Sin embargo, ¿qué significa la frase “tiempo de trabajo consumido en la creación de un producto”? Recuerden que Marx opina que la economía es ahorro o administración de elementos que son escasos y valiosos. Bien; el tiempo o la luz diurna, es un recurso que se tiene que ahorrar o contabilizar, en virtud de que no durante todo el día, hay sol (Derrida, a pesar de “desmotar” al alejado de los hermanos Bauer, sostiene que en las culturas que existieron hasta el presente, lo temporal se elaboró a partir del ReySol -http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/tiempo_del_rey.htm). Por eso, las distintas sociedades se vieron en la necesidad de tener que calcular de alguna manera, cuánto trabajo, energía, materia, etc., consumían en la elaboración de un producto. Si las comunas son descuidadas con este aspecto esencial, sufren consecuencias como los períodos de escasez, etc., puesto que derrochan energía, material, trabajo, esfuerzo y tiempo. Entonces, cuidar que no se malgaste tiempo en la génesis de un producto opera como una regla, norma o “ley” que los agentes deben obedecer, so pena de sufrir hambre, restricciones de toda clase, etc.

La teoría del valor es por consiguiente, la hipótesis que habla de una presunta “ley del valor”, la cual consistiría en que los productos tienen que gestarse en determinada cantidad de tiempo y con cierta inversión en trabajo, y no más que lo prudente o lo que corresponda.

De nuevo, por la impostergable sinceridad que debiera reinar en el ámbito de la discusión de nociones, es necesario señalar una interpretación alterna a la que efectuamos. Aceptando que la idea del valor y que la regla del valor sean aplicables en comunas pre burguesas, cabe hacer una distinción: es dable que los objetos suscitados por la tarea humana, sean calibrados en tiempo y trabajo, pero que sólo en las colectividades con circulación o únicamente en el capitalismo, se pueda concebir eso en cuanto normavalor. En esta mirada, sería un error homologar los dos sucesos, porque que los bienes sean gestados con arreglo a una economía de tiempo y tarea, no es siempre idéntico al imperio de la ley del valor, la cual sólo actuaría a partir de la existencia de la circulación o directamente, del sistema burgués.

Regresemos ahora a la cuestión de a causa de qué la norma del valor, no habría actuado antes de la aparición de los Homo más avezados.

En el vol. II de los Grundrisse, Marx, estando de acuerdo con un economista que suele criticar, sostiene implícitamente, que al parecer, hubo una “etapa” en la cual la creación de riqueza se llevó a cabo con el criterio de lo que se necesitaba, sin importar mucho lo que había que ahorrar en tiempo, esfuerzo, trabajo, materia, energía, etc. Posteriormente, se impuso la regla de observar cuánto se consume en tiempo, esfuerzo, etc. ¿Por qué? En este punto, el amigo de Engels no ofrece una contestación explícita, pero la podemos reconstruir.

Según los estudios antropológicos y paleoantropológicos, los australopithecines eran “manadas” y/o proto “hordas” a causa de que, entre otros numerosos motivos, no respetaban lo que se denomina “tabú del incesto”, que es la prohibición de relaciones sexuales con ciertos “parientes” (hijos, madre, padre, hermanos, primos, tíos, etc.), según se defina “pariente” y acorde a las “familias” que se constituyan. Plausiblemente, los contactos sexuales irrestrictos incrementaron la densidad demográfica. Es probable aunque no seguro, que esta mayor población haya pasado como “herencia” a los primeros Homo, que tampoco contaban con el “tabú del incesto”, hasta que asomó el Habilis, el cual sí comenzó a restringir las relaciones sexuales al interior de sus asociaciones. Quizá esto haya ocurrido en parte, aunque no exclusivamente, por la presión de más bocas para conseguir alimentos, lo que incrementó a su vez, las dificultades o esfuerzos para obtenerlos. Entonces fue cuando se pasó de buscar comida solamente atendiendo a la necesidad, sin importar lo que se derrochaba en esa búsqueda, a un instante crucial donde se hizo impostergable volverse más eficiente y rápido.

El incremento demográfico de la época, no fue significativo en términos absolutos; por la escasa o nula productividad y por el nivel de las fuerzas creativas de la etapa, una variación mínima podía convocar impactos de largo alcance.

No está de más aclarar que este conjunto abigarrado de suposiciones son meras especulaciones de lo que eventualmente, pudo haber acontecido pero no quiere decir que realmente, haya sucedido lo que creemos que haya ocurrido en una época tan lejana. De cualquier manera, lo que con alguna factibilidad pueda ser más o menos exacto, es que en determinada fase de la Historia de la especie, se pasó de encontrar el sustento sin atender a lo que se derrochaba, a un instante en que emergió un “imperativo” por el que era negativo no tener en perspectiva lo gastado. En concreto, las especulaciones vertidas nos sirven para entender por qué habría que diferenciar entre la “economía” de los Australopithecus y otros “antepasados” del Hombre, y entre la economía del Homo Habilis, economía que estaría ya regida por la “orden” de ahorrar “factores de producción”, en particular, el tiempo de trabajo o “tiempo” y “labor”.

Desde ese “terraplén”, la idea del valor es una teoría de cómo cada sociedad se ve empujada a administrar dos “factores de producción” esenciales, a saber: “tiempo” y “trabajo”. Pero..., ¿qué es el tiempo? Es una pregunta muy interesante, en especial, por como la responde Marx, que no es lo que le hace decir un intelectual de moda al estilo del italiano Agamben.

En síntesis: si concebimos la hipótesis del valor a manera de una teoría sobre cómo cada colectividad históricamente existente, se halló bajo la presión de ahorrar con sumo cuidado dos factores claves de producción (tiempo y tarea), la hipótesis del valor es aplicable a casi todas las sociedades que advinieron en la Historia, desde el Habilis hasta el capitalismo. ¿Por qué no también en el socialismo, si éste emergiera? Para contestar eso, debiéramos responder antes qué es el tiempo para Marx, por lo que tenemos que aguardar a despejar ese tema.

Nos queda un asunto más y es ¿por qué de entre todos los factores de producción posibles, solamente “tiempo” y “trabajo” son nodales? Nosotros mismos citamos una lista de tales elementos, entre los que se cuentan la energía, la materia, el esfuerzo, etc. Una razón entre muchas, es que casi todos los componentes aludidos pueden vincularse o “reducirse” a tiempo y tarea. Por ejemplo, para obtener energía se requiere consumir tiempo, a los fines de crear los dispositivos que permitirán aprovechar la energía, y trabajo que construya a su vez, tales dispositivos. Por ende, no es una cuestión caprichosa de parte de Marx, haber elegido estos dos elementos, de entre múltiples “candidatos”, como los que jugarán el papel de factores esenciales de producción.

La otra razón es la que apunta Guerrero, a partir de lo que acercan determinados estudiosos del marxismo: el trabajo puede medirse en lo que culturalmente se estructura como “tiempo” y lo temporal, puede traducirse a cantidades. En definitiva, tiempo y labor son entidades que pueden oficiar de patrones de medida. Cualquier otro elemento, no es fácilmente transformable en un patrón tan ubicuo (de p. 69 a 72).

Los teóricos de la “ecología política” critican la hipótesis del valor, en virtud de que sostienen que no tiene en cuenta el “costo social” del uso casi irrestricto e irresponsable, que los hombres hicieron de la Naturaleza y de los ecosistemas. Pero el nacido en Tréveris, no incluye la depredación de la biosfera y sus consecuencias futuras en la teoría del valor en sentido estricto, a causa de que efectivamente, las comunas que existieron desde el Homo Habilis al capitalismo, fueron sociedades parasitarias del planeta (en el caso de las comunas etnográficas, ese grado de depredación es mínimo y por lo demás, está encuadrado en simbolizaciones de la biosfera que la respetan). Por consiguiente, es la dinámica de la mayoría de tales colectividades la que no incluye como factor sustancial de producción el cuidado de no destruir el entorno, vicio que no es de la hipótesis del valor, sino que es algo social. Sin embargo, Marx sí se expresó en más de una circunstancia, acerca de que una comunidad que ya no fuera depredadora de la Naturaleza, debiera inaugurar con ella, nuestra única Madre (al decir de Cordera –el de la Bersuit), otra clase de vínculo que el que establecimos desde que nos ajustamos al “tabú del incesto”.

Por lo demás, el otro aspecto es que la “ley del valor” en cuanto regla que nos compele a ahorrar tiempo y trabajo, es una norma demasiado estrecha que deja de lado vg., el cuidado del entorno. Por eso es que habrá que emanciparse de la “ley del valor” y volver a producir según lo que se necesite, sin obsesionarse por administrar tiempo y trabajo, pero sin dañar los ecosistemas.

No obstante lo enunciado, se habrán percatado que dijimos que la hipótesis del valor “en sentido estricto”, no incluiría el costo del impacto ambiental. La expresión “en sentido estricto” supone que hay una teoría del valor en sentido amplio y así es, efectivamente. Cuando demos cuenta de los precios, veremos transmutarse la hipótesis del valor en una teoría de los costos de producción. En este plano, la hipótesis del valor permite que nos refiramos a aspectos como el impacto ambiental negativo. Apreciaremos cómo.

En determinados contextos, quien habría renunciado a su ciudadanía prusiana, solía entender que a las clases dominantes, que tienen que compartir el plusproducto no únicamente entre ellas sino con los múltiples sectores de lo que denominaremos “grupos hegemónicos”, les importa que los elementos de esos conjuntos sean poco numerosos o casi inexistentes. Si f. e., hay Estado, les interesa que sea lo más barato posible. Y es que la diversificación de los integrantes de los grupos dirigentes y la existencia de un gobierno, del Estado, de sacerdotes, policías, jueces, etc., son costos que merman el plustesoro del que gozan las clases propietarias. El admirador de Engels, bautiza a esos gastos como “falsos costos de producción”. Otro tipo de esta clase de gastos lo representa lo consumido en tiempo de circulación, aunque aquí el debate es más intrincado y no lo podemos desplegar. Baste con proferir que podríamos nombrar a los costos en escena como “gastos ‘indirectos’ o sociales de producción”, a los fines de esquivar la ambigüedad del lexema “falsos”.

El impacto ambiental, el consumo de los “recursos” naturales estratégicos y no renovables, etc., son aspectos que pueden incluirse como “costos ‘indirectos’ de producción”, en colectividades que se disponen a sacrificar los ecosistemas para mantener en funcionamiento la génesis de objetos de disfrute. Pero esto mismo, explicita a la par que es conveniente una sociedad en la que el impacto en juego y el consumo mencionado, no sean vistos en calidad de “falsos gastos de producción” y se contemple el posible daño que se le ocasiona al entorno.

Por último, si no existen clases dominantes y sí el resto de los miembros de los conjuntos hegemónicos, los que se preocupan de que ellos no sean demasiados son ellos mismos. En consecuencia, los que están atentos respecto a los “costos sociales de producción” son los elementos de los grupos dirigentes. Por este inesperado giro, se puede también fundamentar que la teoría del valor es aplicable por igual en sociedades preclasistas, al menos, en las que sean complejas.

El hecho es que los “gastos ‘indirectos’ de producción” son una muestra de que en las comunidades donde rige la ley del valor, el cálculo sobre lo invertido en tiempo y tarea es “difuso”, y se llega por medio de “desvíos” del tono de los “costos sociales de producción” citados (acerca de las dificultades para tabular lo consumido en tiempo y labor, ir de p. 80 a 82).

III

En este apartado, estudiaremos cómo entiende el tiempo Marx. Luego, podremos seguir con la explicación del resto de nociones.

Lo que cabe anticipar es que si no hubiésemos dado este “rodeo” y hubiésemos comenzado con las ideas relativas a “valor de uso”, “mercancía”, “dinero”, etc., habríamos dado la impresión de que Marx es un economista “aburrido”, sin poner de manifiesto que los problemas más interesantes de él y en él no son precisamente, los económicos ni las cuestiones económicas. Y uno de los ejes que mejor explora este lado no económico de Marx, es el debate sobre lo que comprende por “tiempo”.

En realidad, el “esquema” que seguimos de presentación de su teoría, arrancó primero de asuntos muy “filosóficos”, como el lugar de la dialéctica, que poco o nada parecían tener de común con la Sociología, y después, con cuestiones menos filosóficas, pero todavía aparentemente, alejadas de temas específicamente sociológicos. Acerca de esto, cabe postular que el compañero de Engels no es au fond, sociólogo por lo que el despliegue de su pensamiento no es necesariamente, sociológico. Éste es uno de los motivos para dudar que el refugiado en Londres, pueda ser incluido como uno de los “clásicos” de la Sociología. Empero, así se encuentra contemplado en el Plan de Estudios en vigencia, por lo que lo único que es dable concretar es al menos, colocar en suspenso esa idea previa.

En lo que se vincula con el eje a discutir, es ineludible adelantar que una vez más, existen diferencias entre él y lo que se propagará independientemente de él. Aquí, se registran opiniones dispares incluso, entre lo que enuncia Marx y lo que prefiere Engels. Éste, en el ya mencionado Anti-Dühring, sentencia que el tiempo es tan objetivo, concreto, “material” y exterior como el espacio. Lenin, en Materialismo y empiriocriticismo, en su trifulca con lo que evalúa una tendencia “idealista” de determinados físicos (Mach, Poincaré, etc.), subraya que tiempo y espacio son entes que persisten en el universo, sin importar si hay o no alguna conciencia que los detecte.

Aunque no podemos ingresar en un debate interesante pero arduo, digamos que uno de los traspiés de Lenin es que, en su discusión con los que él bautiza “idealistas”, trata de fundamentar un presunto materialismo que convierte la “materia” en principio. Pero con ese gesto, cae en lo que Marx había advertido en los extractos preparatorios de su Tesis Doctoral, reunidos en castellano bajo el título de Escritos sobre Epicuro: al partir de la “materia” en cuanto principio, se hace de ésta algo inmaterial; precisamente, un “principio”, un concepto, algo abstracto. En consecuencia, el intento de fundamentar “materialistamente” el materialismo da por resultado casi siempre, una fundamentación metafísica o filosófica de algo que ya no es materialismo, sino hasta idealismo o lo contrario del materialismo anhelado. Por esta cuestión es que quizá el exiliado en la vieja Albión, no deseó fundamentar ningún materialismo. Por ello también es que no es factible hablar sin más, de un supuesto “materialismo histórico”, dado que cualquier materialismo puede verse seriamente comprometido con su opuesto ideológico.

El asunto es que para Engels, Lenin y sus seguidores, el tiempo es tan real y concreto como la Tierra. Sin embargo, el amigo del nacido en Tréveris llega a pincelar que en ocasiones históricas, el futuro parece coexistir con el presente (El Anti-Dühring, p. 79). Es el caso de cuando es posible que emerja una revolución. También es factible que coexista el pasado; es el ejemplo de las tradiciones. Por añadidura, define al “futuro” como lo que en general, subvertirá el ahora y como lo que de manera puntual, cuestionará el presente de dominio y traerá la rebelión de los esclavizados (p. 80).

Y para Marx, ¿lo temporal es real? La respuesta no es lineal ni directa...

En primer término, hay que considerar los aludidos Escritos sobre Epicuro. El esposo de Jenny da a entender de un modo poco explícito o claro, que el tiempo es una especie de “matriz” que utilizamos para describir cómo se alteran las cosas. Lo que existiría entonces, no sería lo temporal en sí sino el devenir, el cambio. El tiempo es un “esquema” que inventamos para captar las modificaciones. En esto, el judío alemán sigue a cierta corriente filosófica griega que adoptaba una concepción similar de lo temporal. Digamos que no es demasiado “innovador”, pero sí es importante que él mismo rescate esa idea acerca de Cronos.

La otra afirmación significativa la hallamos en “La Sagrada Familia”, de la cual Engels redactó apenas un capítulo. Se dice como al pasar, que una de las cuestiones que habrá que conquistar cuando se haga la revolución por el socialismo, será... ¡al tiempo! Probablemente, en alemán la frase haga directa alusión a disolver o superar lo temporal y el traductor se asustó tanto de lo que leía, que prefirió la otra traducción. No importa; dejemos el tema como está, que igual sirve a nuestros propósitos.

Si el tiempo habrá de conquistarse, habrá de ser vencido, por lo cual lo que rubricaban los jóvenes amigos era que había que vencer a Cronos. Por este giro, es que sospecho que en alemán, la oración expresaba sin ambages que había que diluir lo temporal.

Mucho después, en el increíble vol. I de los Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política o Grundrisse, objeto de análisis de mi poca comprendida Tesis Doctoral..., Marx sentenciará que el tiempo es el “[...] fuego vivo [...] formador de las cosas”. “¡Ajá!”, dirá rápido alguien rápido, “ahí tenemos un indicio de que lo temporal para el fundador del Partido Comunista, es algo real y concreto, tal cual en Engels y Lenin”. Pero si miramos de cerca, Marx repite la perspectiva griega sobre que el tiempo es el cambio real trasladado a conceptos ideales. Lo temporal a lo cual alude de modo metafórico, literario, es una temporalidad que es “representante” del devenir de las cosas. Sin embargo, ese tiempo, el transcurrir de Cronos, no es directamente el devenir, sino un “indicio” de él. Y en ello nada hay de real y concreto; lo que es innegablemente real es el cambio, el feliz acontecimiento de que nada dure, ni siquiera la despiadada Muerte, según enuncia mi apreciado Marcel Proust (quien es el escritor más grandioso que haya dado la especie humana desde que se inventó la Literatura, a pesar que la afirmación pueda resultar poco “modesta”...).

Luego, en el vol. II de las Teorías sobre la plusvalía, discutiendo con un economista que es un hábil crítico de la teoría del valor, adopta de él una caracterización del tiempo que ese economista había arrojado sin mucha conciencia de lo que expresa. No obstante, Marx se detiene en lo dicho y lo resalta. Lamentablemente, no comenta lo que anticipa el economista contrario a la teoría del valor.

¿Qué es lo que rescata? Samuel Bailey enunció que lo temporal no podía ser medida de lo que cuesta producir un valor de uso, a causa de que el tiempo es nada más que “[...] ruido y furia”. ¿Cómo intuimos que Marx está de acuerdo con la caracterización de Cronos en tanto ruido y furia? (aprecien la belleza del concepto...). Porque cuando él a su vez, desmantela las objeciones de Bailey a la hipótesis del valor, no enfrenta lo que anticipó acerca del tiempo. Por ende y bajo ciertas restricciones, podemos asumir que comparte esa idea en torno a lo temporal. La afirmación es tan “pesada”, tan cargada de consecuencias, que Marx, si no estaba de acuerdo, no podría haberla dejado sin comentar, sin efectuarle una breve crítica, al menos. Empero, no lo hace. Y es que si el tiempo es algo que hay que vencer o superar, si es una “matriz” que nos orienta para comprender el devenir, etc., no puede ser sino “ruido y furia”, id est, nada concreto sino un invento, una convención. Pero al igual que la maldad, la destructividad de la que hablaba Yourcenar, el tiempo es una fatalidad..., es algo inevitable para las asociaciones que habrá hasta 2010 y más allá.

La hipótesis de que lo temporal no es objetivo sino subjetivo y cultural, incomoda tanto a los físicos, que uno de ellos, que ha sido revolucionario en la Termodinámica y en otras ramas de la Física, Ilya Prigogine, de la Escuela de Bruselas, anhela demostrar que el tiempo no es, como creía Einstein, una mera “ilusión” persistente, sino algo real y que se apoya en la dinámica de los átomos. Sin embargo y no podemos ingresar en estos detalles, cierta interpretación de la mecánica cuántica permite suponer que lo que denominamos “electrón”, “átomo”, etc., no son realidades físicas sino construcciones matemáticas que son útiles para cuantificar determinados procesos de la misteriosa Naturaleza. Nada sabemos de si son algo más que ruido y furia...

Contra esa visión de la Física, luchó no únicamente Lenin sino por igual Einstein, porque ninguno de los dos aceptaba que las nociones elementales de la Física sean en última instancia, meras convenciones matemáticas. Pero un materialista consecuente, tendría que asumir por el contrario, que sobre la “esencia” de las cosas nada podremos saber puesto que para hablar del mundo, empleamos el lenguaje y la palabra “cambio” no es el “cambio”. Gelman decía a propósito, que la palabra “amor” es una cosa y el amor es otra cosa, y únicamente los dioses y el alma saben dónde se juntan, y cuándo y cómo. La escritora Pizarnik afirmó en uno de sus fulgurantes poemas, redactados en medio de la lucidez que otorga la locura..., que la palabra “agua” no supone que podamos beber, ni “pan” que seamos capaces de alimentarnos.

Después del “excursus” anterior, regresemos a lo que desplegábamos.

A pesar que el debate acerca de lo temporal no está saldado y continúa, antropólogos e historiadores parten de que el tiempo es algo cultural. Ésta es la visión que adoptaremos y es la concepción que le adjudicaremos a Marx, al menos, a cierto Marx o a determinado marxismo.

Que lo temporal sea una elaboración propia de una época, cultura y/o civilización, lo explicita que haya comunas en las que el tiempo fue por ejemplo, “circular”. Ésa era la situación con los griegos y los inkas.

Lo interesante no radica tanto en esta constatación casi trivial en el estado en que se encuentran hoy las Ciencias Sociales, sino lo que se desprende de allí. Si Cronos es algo cultural, no objetivo, sino subjetivo y social, entonces, de idéntica forma que se puede plantear el nacimiento de la propiedad privada, del Estado, del dinero, etc., también es factible interrogarse cuándo nació el tiempo. Y esto sí está cargado de enormes consecuencias.

En este punto, hay que proceder por especulaciones, no únicamente porque el autor de El capital apenas si dio más que leves “pistas” sobre el asunto, sino en virtud de que nos arriesgamos a hipótesis que son endebles y precarias, a causa de los datos.

Sabemos ya que la “ley del valor”, en la interpretación no ortodoxa y radical de ella, es una norma para la administración de dos factores esenciales de producción, que son tiempo y tarea. Por ende, lo temporal debe estar creado por decirlo así, antes que comience a operar la regla aludida. Mas este principio, ya es algo por donde comenzar.

Por mera lógica, el trabajo se opone al “no trabajo”. A su vez, el estado de relativa libertad que insiste en los momentos de “no tarea” se opone a lo penoso y forzado de los instantes de labor. A este par de oposiciones (trabajo vs. no trabajo; libertad en los momentos de no trabajo vs. extrañamiento), se agrega otro: el contraste entre luz diurna y noche, diferencia que la entabla la salida y puesta de sol.

El asunto es que desde los Homo habilis u Homo Erectus en adelante, esos tres pares de términos implicaron que los individuos tuvieran que ahorrar, administrar o contabilizar, cuánto se dedicaba al trabajo y cuánto al no trabajo, cuánto al “ocio” y cuánto en estar forzado a las labores, y en síntesis, cuánto del día a la producción. Esta necesidad fue ocasionada por el escaso desarrollo de las fuerzas productivas de la época, debilidad que perdura al presente, en que no hemos podido emanciparnos de preocuparnos de cuánto de luz diurna, consumiremos en producir lo que nos haga falta. Esta necesidad es la que originó que la transformación de la luz en oscuridad, del “ocio” en tarea, etc., se calibre con esa categoría insólita de “tiempo”. En consecuencia, el contraste entre trabajo y no trabajo, etc., devino en la oposición entre tiempo de labor vs. tiempo de no tarea, tiempo libre o para la vida vs. tiempo de trabajo, etc. (la mirada que articulamos, transcurrió por disímiles etapas provisorias y a veces, contradictorias de formulación en otras investigaciones, incluida nuestra Tesis Doctoral). Precisamente, lo temporal es lo que, antes de las distinciones muy occidentales de “pasado”, “presente”, “futuro”, permitió conceptuar el devenir de la luz diurna. Encima, a lo precedente se agregó que la división de las labores entre varones y mujeres, que es la más “primitiva”..., contribuyó a reforzar la génesis de la temporalidad, tal cual me lo comentara la Prof. Amalia Carrique, docente de la Escuela de Letras de la Facultad, de quien rescato la idea.

Con lo anterior, es dable comprender mejor porqué no pudo haber ley del valor en la “fase” de los Australopithecus: para que actuara la regla en liza, debía haber alguna construcción de lo temporal y esta elaboración es demasiado compleja para un cerebro de poco volumen, como el de esos antepasados. Se presume que vivían casi como los animales, que se “percatan” del paso de la luz diurna por instinto antes que por abstracción o simbolización.

IV

De lo que llevamos expuesto, resulta conveniente subrayar que la ley del valor, la economía en tanto que ahorro de factores de producción elementales y el tiempo, surgieron casi en la misma etapa, de forma casi simultánea y por idénticos motivos: nuestra poca capacidad para gestar tal cantidad de riqueza, que pudiésemos vivir sin afligirnos por no malgastar luz diurna ni trabajo. Es plausible también, que la sociedad se haya fracturado entonces en los dos universos que la desgarraron (base y superestructura). Tenemos pues, los Cinco Jinetes de la catástrofe: la norma valor, el trabajo, la economía, el tiempo, y la perniciosa dialéctica entre base y superestructura, lamentables acontecimientos que obstruyen el libre desvío o clinamen de los hombres.

Esta presentación de los conceptos de Marx, guarda la ventaja de que convierte todas sus nociones en objeto de un “nacimiento” histórico preciso y no en simples puntos de partida: “economía” es una palabra que supone que en alguna época, hubo un nacimiento de lo económico; “propiedad privada” es un concepto que implica que en un determinado instante, apareció la propiedad privada; “tiempo” es una idea que significa que en alguna fase, nació lo temporal.

También muestra que la teoría del valor no es una zoncera acerca de cómo se gestan los productos o valores de uso, sino que conlleva toda una concepción de envergadura acerca de temas álgidos, como la de la “sustancia” del tiempo. Y por esto, es que la teoría del valor de este Marx, no es simplemente ricardiana; está más allá de Ricardo.

V

Habíamos dicho que los jóvenes Engels y Marx, nos convidaban a vencer a Cronos, a diluirlo. Otra vez, en Miseria de la Filosofía, el que fuera sepultado por el “marxismo”, dice que en las colectividades que advinieron hasta hoy,

el “[…] tiempo lo es todo, el hombre no es nada; a lo sumo, es el armazón del tiempo […]” (p. 68). Eso significa que los individuos debieran serlo todo y lo temporal, nada; que los agentes tendrían que ser los que subordinaran el tiempo y no lo temporal a los hombres.

Entonces, si ambos nos invitan a superar a Cronos, ello implica, entre otros aspectos, que se puedan tener experiencias de algo que tendremos que nombrar como “no tiempo” o “fuera de tiempo”.

Para aceptar que sea viable, podemos emplear la estrategia de oponer lo temporal al “no tiempo” y razonar que así como no siempre hubo lo temporal, cabe esperar que no siempre lo haya.

Acá estamos huérfanos, puesto que ni Engels ni su compañero ofrecen algo que nos permita intuir lo que acaso postularían, pero es impostergable que lo concretemos en lugar de ellos, con el objetivo de tornar entendible cómo sería una comunidad emancipada del tiempo.

Para eso, es una buena artimaña mostrar que dentro del régimen de lo temporal, existen “vivencias” de lo que podría ser el “no tiempo”. Algunas de esas experiencias, las despliegan Proust, Deleuze y Derrida, todos franceses.

Deleuze, en Estudios sobre cine II, opina que en una pintura se constata una “suspensión” de lo temporal, puesto que un cuadro o dibujo está todo él en “presente”: no comprobamos huellas de lo que haya sido “pasado” ni de lo que, mientras el artista creaba, haya sido alguna vez, “futuro”. Sin embargo, como el “presente” se aprehende por contraste con el “pasado” y el “futuro”, al no detectarse en pintura estos dos términos, tampoco se vuelve posible enunciar que el cuadro está en “presente”. La pintura se ubica en un registro que no es reductible al tiempo; está más allá de lo temporal.

Los otros autores que mencioné, son difíciles de explicar de manera que los obviaremos; los cité para que estén informados de que sostienen ideas sugestivas sobre el tiempo y lo que estaría “fuera de tiempo”. Los que quieran consultar acerca de esto, pueden leer el vol. I de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, y Ecografías de la televisión, que son entrevistas a Jackie Eliahou Derrida, un intelectual argelino y judío magrebí (de ambos, por una solidaridad y sensibilidad que me lastiman, casi no puedo hablar...).

La cátedra ofrecerá algunos ejemplos más que repetirán desde otros puntos de vista, lo que expusimos en redor a Deleuze.

Imaginemos que estamos en un vehículo determinado, el cual puede ser un auto, una bicicleta, una moto, un colectivo, etc. Supongamos también que observamos a alguien, conocido o desconocido. La situación es que sin preguntarle a esa persona, no podríamos saber si él o ella viene de algún lado y va hacia otro, que sería su “futuro”, o si ya estuvo donde había anhelado encontrarse, y por ende, ese lugar no es su “futuro” sino su “pasado”.

El otro caso es el de las mudanzas: existe un “momento” en que el tiempo parece “congelarse” y no sabemos si los que están atareados en un trasteo, se dirigen hacia un futuro, que es el domicilio al que irán, o si vienen de un pasado, que es el hogar que dejan atrás. Y ¿cuándo se induce ese peculiar instante? Cuando los que hacen la mudanza se encuentran descansando o esperando, al borde del vehículo que hará los traslados…

Otro ejemplo es el de las construcciones urbanas. En primera instancia, no podemos determinar si un edificio que nos parece “derrumbado” es una reliquia envejecida y derruida, o si es el “futuro” de un edificio que todavía no es pero que llegará a ser. Para despejar la incógnita, tendríamos que preguntar a los obreros que laboran en el espacio.

La otra experiencia de un “no tiempo” o de lo que escapa a lo temporal, es la de los espectáculos que disfrutamos almacenados en medios electrónicos: un recital, una ópera, una obra de teatro, etc. En algún momento, el recital, etc. ocurrieron y fueron presente que dejaba de serlo para devenir pasado. Pero resulta que al escuchar y ver lo que alguna vez, fue pasado, lo hacemos “en presente”. ¿Se trata de un pasado que se actualiza en el presente, de un presente/pasado, de un pasado que al ser revivido en un presente, es también futuro, etc.?

Bien; lo que queremos mostrar con estos casos algo torpes es que en el régimen temporal actual, que es Occidental y capitalista, hay “huecos” que dejan asomar vestigios de “no tiempo”.

El razonamiento se corona al evaluar que ese régimen de tiempo autoritario, aplasta otras líneas temporales: el tiempo de trabajo, rechaza el tiempo de goce o de no tarea. Sin embargo y a pesar de la omnipresencia de ese despotismo de lo temporal, nos las arreglamos para gestar “burbujas” o “refugios de tiempo” alternativos, en los que no estamos pendientes del transcurrir; vivimos y disfrutamos (es el caso del feliz encuentro con amigos, con la pareja, con los seres queridos en general).

Por lo demás, los “agujeros” en lo temporal y la posibilidad de crear “cápsulas de tiempo” para fugar de cronos, nos permiten asir que lo temporal es un “formato” que “recubre” el cambio pero no el devenir “en sí”. Y es que tiene que ser de esa suerte, a causa de que el tiempo es nada más que una construcción; como tal, no es la realidad y por eso, existen procesos que pueden estar más allá de ese “esquema” poco sutil para ordenar el cambio.

VI

Observemos ahora lo que significaría en el socialismo, un presunto final de cronos. Como en esta primera etapa del comunismo, todavía no hemos alcanzado producir en tal cantidad lo que necesitamos, que no nos debamos preocupar por ahorrar trabajo y tiempo, en el socialismo se comprueba algo del dominio del trabajo y de lo temporal. Sin embargo, ese dominio no es igual al que hubo desde los Homo Habilis u Homo Erectus hasta el capitalismo: estamos comenzando, si lo conseguimos, a producir más que en cualquier época anterior y de forma menos agresiva contra la biosfera. Ya no se emplea el dinero, no existe la propiedad privada, no hay que comprar ni vender, no existen los precios, los productos no adoptan la apariencia de mercancía, etc. Todo ello, nos va preparando para superar de una vez, el dominio de la economía, del mercado, del trabajo y consecuentemente, del tiempo.

Marx aguarda que en el comunismo, que es una especie de socialismo ultra desarrollado, no haya ni economía, en tanto ahorro de factores de producción, ni ley del valor, ni consiguientemente, mercado, trabajo y por extensión, cronos. Pero una colectividad de tales rasgos, apenas comprensible desde este ahora y desde este horizonte temporal, no sería el fin de la Historia: los individuos seguirán respirando de otras maneras inconcebibles. Más aún; el General, acodándose en Fourier, contempla la posibilidad de que la especie Homo pueda llegar a desaparecer, tal cual aconteció con innumerables especies en otras etapas de la historia de la vida en el planeta (El Anti-Dühring, p. 212), por lo que habría todavía Historia, aunque sin hombres. De paso, estipulemos que los seres humanos no serían el “núcleo” de un marxismo que se enredaría en algún “Antropocentrismo”, puesto que los individuos pueden extinguirse (Foucault no habría sido el único en adivinar un probable fin del hombre...).

Regresando sobre lo que decíamos, un grupo de estudiantes de 2008 arguyó que al igual que había que librar al trabajo de ser penoso, sin abandonar la tarea, así había que hacer con el tiempo: debiéramos construir otra temporalidad, más flexible, más humana, menos rígida. Bien; quizá sea factible esta otra solución, la de elaborar un tiempo que deje espacios para las “burbujas” anárquicas de tiempo.

Sea o no atinada esta perspectiva sobre el crítico de Proudhon, lo cierto es que nos hace pensar que el socialismo es muchísimo más sutil que una repartija de productos para que no haya miseria, hambre, entre otras dolorosas experiencias.

VII

Llegó el momento de abordar categorías que empleamos sin definirlas, tales como “valor de uso” y “valor de cambio”.

Lo primero es el producto que se consume, sea de manera productiva o de forma improductiva. La comida, la ropa, los libros, una lapicera, el papel, etc., son valores de uso. Sin embargo, también lo son películas, espectáculos de cualquier índole, etc., aunque no puedan consumirse al estilo de los alimentos. Los valores de uso no son necesariamente, objetos concretos, materiales, sino que pueden ser inmateriales, culturales.

Tanto si los valores de disfrute son materiales cuanto si son inmateriales, contienen tiempo de trabajo invertido. Es ineludible que nos detengamos en este punto, a causa de que “teóricos” actuales de los bienes “intangibles”, sostienen que la teoría del valor no es aplicable para estudiar la génesis de un software, por ejemplo. Lo que ocurre con tales apreciaciones, es que avanzan demasiado rápido, tanto que casi parece un atropello...

Primero, digamos que los objetos que sean al estilo de los alimentos y los que sean a la manera de un software, implican tiempo consumido para crearlos y una labor específica para darles existencia. Sostener lo contrario, es ir contra una evidencia palmaria: no resulta creíble que pueda imaginarse que los valores de uso se generen al margen del tiempo que se invierte y del trabajo que se emplea...

Segundo, Marx nunca dijo que el consumo de tiempo y tarea en cuanto factores básicos de producción, sea algo que pueda medirse con exactitud, con facilidad y de forma inmediata, sin “rodeos”. De hecho, el amigo del General analiza casos especiales en los que la medición de tiempo y trabajo en un producto es bastante engorrosa o incluso, un desatino. Empero, no es la teoría del valor la que demanda que los objetos de goce se tabulen con tiempo y trabajo, sino un sistema social como el burgués cuyo lema de sentido cotidiano es “el tiempo es oro”...

Tercero, casi todas las observaciones contemporáneas contra la teoría del valor, si es que no su globalidad, se acodan en que del suceso de que los valores de uso se creen con trabajo y consumiendo tiempo, se infiera que ambos elementos deben poder medirse con precisión. Y una cuestión no necesariamente implica la otra; lo hemos anticipado supra.

En términos amplios, los productos que vienen de la esfera que podríamos denominar “cultural”, tales como un libro, un cuadro, un teorema, un software, etc., son valores de goce o mercancías culturales que, delineándose invirtiendo tiempo y trabajo en ellos, estos dos componentes no pueden calibrarse con exactitud. Incluso y en especial, en los valores de uso artísticos, “medir” una obra de arte por el tiempo y el trabajo consumidos es algo improcedente. Sin embargo, lo que se manifiesta en eso no es que la teoría del valor no funcione sino que el sistema social en donde el tiempo es oro, demanda algo que es casi absurdo: que un cuadro, una sinfonía, un dibujo, una ópera, etc., se tabulen acorde a lo consumido en tiempo y tarea. Lo llamativo de esas objeciones contra la idea del “valor trabajo” de Marx, es que idénticas apreciaciones podrían efectuarse en desmedro de las infinitas hipótesis sobre los precios y el dinero, pero no se llevan a cabo... Los bienes intangibles y las mercancías culturales en general, no son “traducibles” en precios y en cantidades de moneda; están más allá de la economía y de lo económico.

Por añadidura, lo que sugieren esos casos peculiares es que se constatan aspectos de la creatividad humana, que no se pueden “medir”, ni pueden volverse “iguales” a tiempo y trabajo, ni son aptas para tornar equivalentes a precios y dinero. A raíz de que eso acontece, es que será posible en algún futuro, que nada de lo humano “necesite” medirse y que nada de lo efectuado por varones y mujeres, “requiera” calcularse conforme a cuánto se invirtió en tiempo y tarea. Lo que a su vez, supondrá emanciparse no únicamente de la “necesidad” de medir, sino del trabajo y de lo temporal.

El cuarto aspecto es que la administración de labor y tiempo, no se concreta sólo por un cálculo de lo que se consume en esos dos factores de producción, sino por medio de los “costos sociales de producción”, del dinero y/o de los precios, cuando éstos existen (analizaremos infra qué son los precios). Cuando se detectan precios, intervienen las famosas oferta y demanda, pero no para calcular directamente el valor, sino para anclar la “boya” que son los precios, en tanto un “indicio” de lo consumido en tarea y tiempo. Empero, cuando no hay precios, no accionan la oferta y demanda: es absurdo pretender que en las comunas de trueque, simple o complejo (ver más abajo), producción y consumo se rijan por oferta y demanda.

El asunto radica en que en las comunidades en las que no hay precios y por ende, en las que no respira la circulación, tabular cuánto se gastó en trabajo y tiempo en la génesis de un producto, es proporcionalmente más sencillo de conocer que en las colectividades en las que se instaló la circulación. Casi siempre, en tales sociedades lo que se acostumbra, las tradiciones, el dinero, etc., actúan como parámetros auxiliares para sopesar cuánto hay invertido en un valor de uso, de tiempo y tarea.

Una de las últimas observaciones contra el valor trabajo, es la que proviene de una “Economía Política” de la publicidad. Los intelectuales de esa rama, arguyen que el precio de las marcas no puede tabularse acorde a lo gastado en tiempo y tarea. Esta cuestión, se resuelve de la siguiente forma:

Si la marca es parte de los costos de publicidad de una mercancía para instalarla, re instalarla o conservarla en el mercado, la marca ingresa con el tono de un elemento de los gastos valor, es decir, a manera de un componente de capital constante (c k –ir a lo que se anticipa más abajo). En tanto tal, la marca se igualará a una determinada cantidad de tiempo y trabajo, que lo estipulará el mercado, esto es, lo que se pague a un diseñador, un especialista en “marketing”, etc., para la génesis del logo de una marca y lo que se gaste en material en ese mismo logo.

Si la marca se comercia en sí con el carácter de un fetichemercancía (Adidas, Topper, etc.), lo que se invierte para crearla vendrá condicionado por lo que se consuma en c k y en capital variable (c v –apreciar lo adelantado infra).

En definitiva, si la marca es parte de la mercancía que promociona, integra sus costos de producción, en el ítem “c k”, en el área del “capital fijo circulante” (ver lo que se anticipa más abajo). Por el contrario, si se hace circular en cuanto una mercancía en sí, sus gastos se tabulan según la manera “tradicional”. No hay pues, ningún misterio insondable.

Atendiendo únicamente a los costos de publicidad, es factible decir que tales gastos son un elemento de los costos de circulación de la mercancía, por lo que no integran los insumos valor de producción.

Contestadas a grandes rasgos, las objeciones contra la teoría del valor, continuemos con el explanamiento de las nociones.

El “valor de cambio” es el ente de disfrute que además de contar con valor de uso, posee “valor para el cambio”. Un “valor de cambio” es también, una mercancía. Pero ¿qué quiere decir “valor para el cambio”? Que no todos los valores de goce, son valores idóneos para trocarlos y/o comprarlos o venderlos: por ejemplo, el aire, el sol, etc., son objetos de goce que carecen de valor de cambio, puesto que no se compran ni se venden. No mencioné el agua, puesto que desde hace unos pocos años su provisión también se convirtió en negocio, lo que demuestra la irracionalidad de un sistema social que anhela vender hasta el agua.

En el otro extremo, y es un caso que menciona el refugiado en Londres, hay entes que cuentan con un empleo que es de status y de ostentación, esto es, que remiten a un goce meramente simbólico, como los diamantes, pero que tienen un altísimo valor para el cambio.

Señalemos de paso, que en el ejemplo de los diamantes, Marx está atento a que en los productos de disfrute, asoma un “revestimiento” social que los convierte de manera simultánea, en valores de goce que sirven para “distinguirse”, cuestión que analiza un sociólogo dispar como Pierre-Felix Bourdieu en un corpus denominado La distinción, casualmente.

VIII

¿Desde cuándo hubo mercancía? Esta pregunta no es tan pertinente para los valores de uso, dado que es más o menos obvio que existieron desde que los Homo más primitivos, fueron hábiles en conseguir lo que les hacía falta, consumiendo tiempo y trabajo para obtener productos. Sí es adecuada para la mercancía, porque no siempre los valores de goce estuvieron “recubiertos” de esa “capa” peculiar que los torna “valores para el cambio”.

La respuesta directa, sin deducirla, es que la mercancía afloró en la época en que emergieron las comunas con trueque.

Por los datos paleoantropológicos y antropológicos, el trueque no surge en colectividades con formas de organización simples, tales como “manadas”, “hordas”, “bandas”, etc., sino en sociedades tribales. Esto no significa por supuesto, que alguna vez no se compruebe que comunas con estructura social de “bandas” hayan practicado trueque o una especie de trueque, pero en esa circunstancia extraordinaria, el trueque no supondrá que un producto juegue el rol de “dinero”. El trueque eventualmente probable en una “banda” atípica, será un trueque previo a la “moneda” o barter sencillo.

En virtud de que las comunas tribales parecen haber asomado con los Neanderthales (hace unos 300 mil años) y haberse expandido con los Cromagnon, el trueque nació alrededor del Paleolítico Medio.

A estas alturas, es adecuado diferenciar entre sociedades con trueque simple y con trueque desarrollado. Las primeras son las que intercambian sus entes de consumo esporádicamente excedentes o “superfluos”, como mercancías o “proto” valores de cambio. Los objetos de disfrute son mercancías sólo en el momento del intercambio, según Anwar Shaikh. Hay entonces, un trueque directo, sin mediaciones: a tal cantidad de tal producto, le corresponderá X cantidad de W objeto de disfrute; la transacción se hará de forma directa entre los interesados y de acuerdo a lo que la costumbre fije por equivalencia. No hay nada que funcione en calidad de “dinero” o “moneda”.

El trueque desarrollado supone que interviene “dinero”. Marx se refiere aquí no al dinero tal cual lo conocemos hoy, sino a una especie de “antepasado” muy antiguo de él, representado por productos naturales difíciles de conseguir y altamente estimados por eso.

Hay dos grandes tipos de “moneda” o “dinero” en la “fase” del trueque complejo. Una es la que consiste en una multitud de valores de uso que son muy solicitados socialmente; otra es la que supone que únicamente un objeto de goce peculiar, adopta el papel fijo de actuar en calidad de “moneda”. Los mayas, aztecas, inkas, empleaban cacao, oro en polvo, plumas de colores, mantas finamente tejidas, hojas de coca, etc., como “dinero” para el trueque, pero sin que ninguno de tales bienes funcionara como “moneda” en exclusiva. Otras colectividades adoptan uno de esos u otros objetos de goce, para que hagan únicamente el papel de dinero. Por ejemplo, en ciertas asociaciones tribales y según enfoques antropológicos, las mujeres hacen el rol de moneda (ofrecer este caso, que fue histórico, no implica que el docente se comprometa con el machismo y el patriarcalismo que padecen todavía las mujeres, tal cual se hace circular de muy mala fe en distintos espacios de la Facultad y fuera de ella).

En las comunas con trueque desarrollado, que supone la intervención del dinero, el intercambio no es directo, sino que se da a través de la injerencia de un elemento que antes no figuraba en el trueque simple: el producto que operará en calidad de moneda. Dos valores de disfrute se compararán con respecto a ese tercer producto, para que los interesados se pongan de acuerdo sobre cuánto corresponde de E por determinada cantidad de F.

Todas los tipos de dinero que emergieron con el barter sencillo y complejo, pueden reducirse a cantidades de tiempo y tarea, id est, a “insumos” valor porque son entes concretos y no meros símbolos.

Retomando la cuestión de la mercancía, cabe abocetar que es un objeto físicamente metafísico, real irreal, concreto abstracto, etc., es decir, absurdo y curioso. ¿Por qué?

Observemos que un valor de cambio tiene que ser un valor de uso, dado que no podrá ser vendido ni comprado si no es de alguna utilidad para su consumidor. La mercancía tiene entonces, “dos caras”: una parte concreta, material, que es su valor de goce, y un costado abstracto, inmaterial, que es su valor para el cambio. Es como si tuviese cuerpo y “alma”. Por eso es que el compañero de Engels, opina que la mercancía es un objeto tan contradictorio que es ilógico y en su irracionalidad, nos llama la atención: en tanto cosa, es un objeto concreto, material, pero en cuanto producto económico, es un ente abstracto, no concreto, no material. El mejor ejemplo de esta característica ilógica de la mercancía es el papel moneda: el billete tiene una parte material, que es el papel del que está hecho, y un lado abstracto, que es que ese papel no es simplemente un papel, sino algo que sirve para comprar. El papel moneda cuenta con un lado material (el papel) y un costado inmaterial (la cualidad del papel de ser dinero). Esta clase de moneda no tiene un precio que se base en lo que se invierte en su producción. Muchos opositores del denigrado por las academias, aprovechan el lance para argüir que la teoría del valor no puede explicar en términos de insumos valor, el precio del dinero. Y es que ese tipo de moneda, es un “representante” abstracto, un signo de los precios. Pero esto indica que el dinero actual puede adquirir cierta independencia respecto a lo volcado en la producción, con lo que señala el camino de una libertad futura con relación a la necesidad de cuantificar lo gestado en objetos útiles. Por último, la idea del valor no se aplica así, de manera tan burda con el papel moneda, sino por la mediación de la cantidad de dinero que circula en proporción a las necesidades de pago y a la cantidad de mercancías que se agitan en el mundo, estimación que sí efectúa el padre de Jennychen.

Recuperando la trama de lo que enunciábamos, imaginemos que la cualidad fantástica de mercancía, de un valor de disfrute, sea como una “capa” que “envuelve” al objeto de goce. Lo que se deduce de esto, es que en la compra lo que el consumidor se ve obligado a usar primero, es esa característica irracional de mercancía y no directamente, el valor de disfrute en sí. Todavía más: la cualidad fantástica de mercancía actúa hasta a modo de una barrera que impide el consumo del objeto de goce. Existe por ende, un diferimiento del disfrute o del uso. Para entenderlo, volvamos al asunto de la marca; ésta se tornó tan importante que a veces, ni siquiera interesa la mercancía que se compra ni su valor de uso directo, sino el valor de uso simbólico o indirecto que proporciona “distinción” al consumidor.

Previo a finalizar con este apartado, subrayemos que Marx emplea una y otra vez, los términos “simple”, “complejo” al hablar de las colectividades con trueque, no porque sea lineal y esté enredado en la categoría “Progreso”, sino a causa de que es un pensador de lo enmarañado: lo que hace, es “clasificar” distintos “grados” de complejidad.

IX

Despejados los temas arduos, asociados a la teoría del valor y la ley del valor, podremos ahora ir más aprisa.

Según lo que es dable percibir en el trueque desarrollado, el dinero es una “escala” para comparar cuánto “vale” un objeto de goce X. En el Capítulo VI de El Anti-Dühring, redactado por el compañero del General y que supone casi un tercio de la obra, se propaga que la moneda y las distintas formas de dinero son cosas tan absurdas que son mariposas de papel (El Anti-Dühring, p. 191).

Au fond, para Marx la moneda guarda 9 funciones importantes:

1- sirve para “medir” cuánto “vale” un producto y por ende, para estimar de manera aproximada, cuánto se invirtió en tiempo y trabajo en la creación de un valor de uso. Es por consiguiente, medida estadística del valor. Por ello, es sustancial resaltar que la moneda no puede ofrecer una medida exacta de lo consumido en tiempo y labor, en la génesis de un objeto de goce. El compañero de Engels, jamás estableció que para que la teoría del valor y la regla del valor fuesen sopesadas pertinentes, teníamos que imaginarlas capaces de estipular con precisión absoluta cuánto se gastó en tiempo y tarea en la reproducción de un valor de disfrute. Pensar así, tal cual lo hemos adelantado, es forzar demasiado las nociones.

2- Reemplaza el oro y la plata;

3- cuando hay precios, representa o “traduce” los precios en cantidades de dinero;

4- se emplea para saldar deudas;

5- es medio de crédito;

6- es instrumento para comprar y vender;

7- puede ser él mismo una mercancía que se compra y se vende (el dólar);

8- juega el papel de moneda interna de curso “legal” en una región o país, cuando éstos existen;

9- asume el rol de un patrón de medida internacional, en el caso de que haya intercambios a gran escala y entre distintas sociedades.

Otro “clásico”, Weber, en Economía y Sociedad, despliega en un fragmento largo y tedioso sobre el dinero, otros tipos de moneda, pero casi todas ellas podrían estimarse como “subespecies” de esas funciones descritas por Marx.

Of course, estos empleos posibles del dinero no se dan en cualquier comuna, sino que asomaron poco a poco en la Historia. Una de las escasas sociedades donde esas nueve funciones del dinero ocurren, es el orden contemporáneo.

“Capital” será para el nacido en Prusia, un tipo muy peculiar de valor de cambio que tiene la “virtud” de incrementarse con vistas a continuar aumentando (luego apreciaremos el mecanismo por el que logra el “milagro”). “Capital” es entonces, “C +  C (‘delta’ de C) o incremento de C”.

Existen distintas clases de capital.

Hay el “capital productivo”, el “capital-mercancía” y el “capital/dinero”. Es insoslayable aclarar que no todo dinero es capital. Si fuese así, los obreros que perciben un salario en moneda, podrían considerarse poseedores de capital y por ende, burgueses.

Corresponde remarcar también, que no toda mercancía es capital-mercancía. De paso, este desbroce nos servirá para observar que existen determinadas actividades y ciertos segmentos sociales, que no son clases.

Por ejemplo, las mercancías que emplea para comerciar un kiosco, el pequeño almacenero del barrio, el carnicero, el farmacéutico, etc. son apenas valores de cambio que simplemente, circulan. No sirven a estos agentes, para enriquecerse sino tan sólo para obtener lo imprescindible para vivir más o menos, alejados de la incertidumbre que agobia a los obreros, pongamos por caso. La ganancia que consiguen no se convierte en capital sino que opera en calidad de “patrimonio/dinero”, id est, en tanto un “fondo” que los ayuda a sobrevivir. En su carácter de pequeños mercaderes, no son clase dominante pero tampoco clase dominada; se ubican en una zona “intermedia”.

Los grandes mercaderes o comerciantes (supermercadistas, carnicerías en cadena, etc.), sí son capitalistas y sus mercancías sí funcionan como capital-mercancía.

No siempre los comerciantes de enormes movimiento de dinero y de intercambio, pueden considerarse capitalistas. Lo primero que debemos enunciar, es que el capital mercantil o comercial no es propio sólo del capitalismo. Se dio por igual, en comunas precapitalistas.

Empero, no en todas las sociedades pre burguesas donde hubo capital mercantil, sus propietarios eran necesariamente, capitalistas. Aunque parezca insólito, Marx contempla el caso “raro” de la existencia de un capital comercial, que por lo tanto, no es mero “patrimonio/dinero”, pero cuyo propietario no puede caracterizarse como burgués.

Supongamos que en la Antigüedad haya habido una colectividad comerciante; imaginemos que hablamos de una etapa de hace unos 5.000 años atrás ó 50 siglos antes del siglo XXI. Es perfectamente factible, razona el amigo del General, que haya habido en esa sociedad H, capital mercantil y que los valores de cambio comerciados hayan funcionado en tanto que capital-mercancía, pero que no obstante, sus propietarios no hayan sido mercaderes capitalistas, sino comerciantes a secas. ¿Por qué? En virtud de que estos “primitivos” mercaderes, a pesar que sus valores de cambio operaron como capital/mercancía, no tenían lo que podríamos bautizar como “espíritu burgués”: un deseo casi insaciable de lucro y de aumentar sin cesar, la escala de los negocios.

Fijémonos en el detalle de que Marx considera como elementos importantes para decidir si una “persona” puede o no ser evaluada capitalista, su comportamiento o acción, sus valores, su manera de orientar los negocios, etc. Es decir, pondera componentes psicológicos y subjetivos. Esto es digno de rescatarse, porque Weber y los weberianos, a causa del daño que ocasionó el “marxismo” ortodoxo, acusan al perseguido por los poderes de la Europa del siglo XIX, de no considerar y hasta de subestimar, los aspectos psicológicos y subjetivos, lo que no es cierto.

En síntesis, puede haber capital mercantil sin que haya capitalismo, pero también puede haber capital comercial sin que sus poseedores sean capitalistas.

Definamos ahora, el otro término que quedó pendiente: “capital productivo” es el que se aplica a la esfera de la producción. Habrá que recordar esto, porque Habermas intentará generar “confusión” con un supuesto capital “improductivo”...

Por lo anticipado, el capital-mercancía y el capital/dinero son capitales de circulación o propios del universo de la circulación.

El capital se diferencia además, por lo que repone o paga en el seno del proceso de producción. Si repone el desgaste de las máquinas, el capital se denomina “fijo”. Si abona lo vinculado con lo que podría bautizarse como “infraestructura” (edificios, etc.), el capital se nombra “constante” (c k). Como es fácil de apreciar, el capital fijo es una parte del capital constante.

Si el capital se invierte en determinados elementos al estilo de materias primas, materias auxiliares, etc., se nombra “circulante” porque son componentes que se mueven, que circulan.

Si el capital compra integrantes que no son ni fijos ni circulantes, sino una mezcla de ambos, se llama capital “fijo-circulante”. Los aceites para lubricación, la marca, la electricidad, etc. son esta clase de capital.

Por último, el capital que paga el salario se denomina “capital variable” (c v). Marx lo denomina en paralelo, “fondo de trabajo”. De acuerdo a un Toni Negri que de cuando en cuando, hilvana intelecciones fulgurantes alrededor del padre de Laura, “c v” procura absorber y subordinar, algo cualitativo de la talla de las habilidades cognitivas e intelectuales de la fuerza de tarea. Empero y a medida que se desenvuelve el régimen actual, esas capacidades son cada vez más complejas para ser sometidas al valor autócrata y “c v” no logra expresar tal sutileza.

Así, existen dos grandes tipos de capital: el capital constante, que se divide en tres subespecies (capital fijo, capital circulante, capital fijo/circulante), y el capital variable. La proporción entre c k y c v, se denomina “composición orgánica”. Cuando expliquemos la formación de la tasa media de ganancia y su caída, apreciaremos la utilidad de estas clasificaciones que no únicamente resultan complicadas, sino hasta tediosas.

Sin embargo, ¿cómo es que el capital es “C +  C”? Lo analizaremos a continuación.

X

Imaginemos un obrero medio que labora 14 hs. diarias por 26 días al mes, puesto que los domingos no se atarea. Supongamos que su salario es S y que esa cantidad, se corresponde con lo que él necesita plus ou moins, para vivir en tanto que obrero, lo que constituye una cantidad T. Pensemos por añadidura, que esa cantidad T es equivalente a determinada fracción de lo que él produce en su trabajo de 26 días.

Por consiguiente, imaginemos que su salario es igual a V cantidad de valores de uso que él crea con su trabajo en cierta cantidad de tiempo. Para ser precisos, supongamos que esa V cantidad sea un día de labor. Lo que estamos pensando es que en un día de los 26, un obrero que se atarea 14 hs. diarias genera en mercancías para vender, su propio salario. Bastaría pues, que un trabajador laborase apenas en un día, 14 hs., para conseguir en dinero lo que requiere para vivir un mes de 30 días, a pesar que se ataree 26. Dándose cuenta de ello, le podría exigir al capitalista que lo deje en paz hasta el próximo mes, en que volverá a trabajar 14 hs. un día. Obviamente, el burgués que lo contrató, lo empleó para que se ataree los 26 días, no 14 hs. únicamente un día.

El asunto es que el producto de sus otros 25 días de trabajo, exceden su salario, lo que el capitalista le abonó al obrero. Esos 25 días se nombran en la comuna burguesa como “plusvalía”. Alguien podrá extrañarse y pensar que el capitalista tiene derecho a obtener un beneficio por su negocio. Nadie lo negaría, si no fuera porque el burgués comete una especie de “fraude” para conseguir lucro: abona un día de salario y hace trabajar 25 gratis, sin retribución alguna. Lo lógico sería que por 26 días laborados, retribuyera con una paga de 26 y no con apenas 14 hs., pero si hiciera esto se terminaría la fuente “secreta” de su excedente.

Otro crítico protestará porque Marx no considere que las máquinas también generen plusproducto, que es lo que contraponen los economistas. Lo que sucede con ese reclamo, es que se apoya en la idea no explicitada de que las máquinas..., ¡trabajan! Ellas son cosas y los objetos no tienen vida; el trabajo es una manifestación de facultades vitales. Por ende, lo que se está delineando con esa crítica es que las cosas tienen vida, lo que es algo bastante, bastante “extraño”, para enunciar lo menos. En cualquier circunstancia, las máquinas ayudan a que el proceso de producción sea más eficiente y rápido, pero no se atarean ni gestan excedente por sí solas, sin que haya personas que laboren.

¿No habíamos sugerido nosotros que en un futuro donde sea factible emanciparse del trabajo, habría acaso robots encargados de atarearse? Sí, pero eso no significaría evaluar que tales máquinas trabajan...

Volviendo a lo discutido, hagamos un diagrama para captar lo que desarrollamos:

Existen quienes piensan, como el historiador filo trotskista Alberto J. Pla o György Lukács, que la noción “plusvalía” no es propia del capitalismo, sino que puede aplicarse a sociedades preburguesas. La cátedra evalúa que no es así; en la esclavitud no se extrae supervalía de los esclavos, sino plusproducto o excedente.

Luego de la aclaración, podemos pincelar que ocurre entonces, que el capital C es “C + incremento de C” a raíz de que el capitalista acumula bajo su control, el plusproducto o supervalía de vg., los 25 días restantes de un obrero que se atarea por 26.

¿Significa que el plusvalor extraído es la ganancia del burgués? Muchos comentaristas del estudioso de Londres, sostienen que sí. Se basan en textos como “Trabajo asalariado y capital”, el “Discurso sobre el librecambio” y Salario, precio y ganancia, en los cuales Marx afirma explícitamente que la plusvalía es el beneficio del capitalista. Pero los que blanden tales obras, olvidan a propósito sus fechas: las dos primeras son de poco después del Manifiesto y la última, de antes del vol. I de El capital y del vol. III de ese texto, conferencia de divulgación que el destejido por Habermas, no quiso publicar. Por ende, allí el compañero del General no había diferenciado con claridad “supervalía” de “ganancia” y no había siquiera, planteado la formación de una tasa media de lucro. En el fondo, cuando en esas obras Marx acude a la palabra “ganancia” hay que reemplazarla por “plusvalor”.

Of course, el beneficio es una forma de supervalía, pero es una forma derivada. Esto lo explica contundentemente, en los vols. II y III de El capital y en las Teorías sobre la plusvalía.

Un informado del corpus, puede esgrimir que los Grundrisse son de 1857 y ahí, el acogido en Inglaterra, sí tematiza la cuota media de ganancia y distingue entre supervalía y lucro. Por lo tanto, lo que acabamos de enunciar debe amortiguarse a su vez. La cuestión radica en que esos escritos fueron inéditos en vida de Marx y no los mencionó en público, aunque los haya exprimido para redactar el vol. I de El capital. ¿Y entonces? Probablemente, como no aludía a ellos se haya olvidado de su existencia y a causa de eso, es que en escritos posteriores a los Grundrisse del estilo de Salario, precio y ganancia haya confundido plusvalor con lucro. En esto no existe nada insólito; los grandes pensadores de cuando en cuando, se olvidan de sus resultados y vuelven a andar “sendas” que ya habían recorrido, hasta que luego recuperan lo que habían analizado con exactitud. Otra alternativa es imaginar que la conferencia didáctica, no deseaba profundizar cuestiones que podrían haber exigido demasiada atención de los eventuales oyentes y se prefirió eliminar tales disquisiciones. Sea como fuere, lo sustancial es indicar sin ambages que “beneficio” no es igual a “supervalía”.

La ganancia es el porcentaje efectivo de la plusvalía, que se convierte en dinero. La definición de beneficio es oportuna porque no todos los poseedores de capital, transforman el 100 % del plusvalor en lucro. Ocurre que los capitalistas deben vender lo que producen y en las mercancías a ofrecer, está contenida una parte de la plusvalía total. Pero casi siempre acontece que no pueden vender todas las mercancías y les queda un stock, es decir, un porcentaje de supervalía sin convertir en dinero. Esta es pues, una de las razones por las que el beneficio es el porcentaje efectivo de la plusvalía que se transforma en dinero. Por ello es que puede enunciarse, acorde a Shaikh, que el lucro diverge del plusvalor, al igual que los precios se apartan de los valores.

De la ganancia surge un beneficio estadístico y una tasa media de lucro. ¿Qué son? Lo veremos en el siguiente apartado.

XI

Sin ocupar más tiempo, perfilaremos que la ganancia estadística o media es el beneficio que espera obtener un burgués que haya invertido C capital en determinada rama de las actividades económicas disponibles, aunque ello no implique que sí o sí vaya a obtener tal ganancia (por eso es que no se puede postular una cuota de beneficio para capitales individuales...). Es más, el monto en capital que se debe arriesgar en una cierta actividad económica, es el “piso” socialmente demandado para obtener el lucro medio. En realidad, hay una constelación de posibles beneficios a las que el capitalista aguarda conquistar, según el pakistaní nacionalizado norteamericano.

Salvo excepciones, los capitales invertidos se mueven donde la ganancia es más elevada, aunque sea temporalmente. ¿Cuáles son los factores que pueden incrementar coyunturalmente el lucro? Estudiaremos un caso más adelante.

Descontando ciertas ramas de ocupación, como las agrícolo-ganaderas, las mineras, las de determinados recursos naturales estratégicos (petróleo, gas, etc.) y algunos servicios, como los del alquiler de vías de comunicación (el pago de una tasa por emplear carreteras), en los cuales no es apropiado hablar de ganancia, sino de renta e interés, en la mayoría de las actividades se forma una cuota media de lucro. Esa tasa estadística se constituye por enormes ramas de ocupación: por ejemplo, todas las industrias enlazadas a la producción de vehículos terrestres, desde tractores y camiones, hasta buses y autos particulares, detentan una tasa media de beneficio. Sin embargo y de acuerdo a Guerrero o Shaikh, no se puede hablar de una cuota estadística de ganancia para cada una de las líneas fabriles o para grupos de empresas. En este ámbito, la tasa media de beneficio les deja a los capitalistas la alternativa de conquistar lucros que no se ajusten a esa cuota estadística global.

También se origina una tasa anual y mundial de beneficio por ramas de actividad, en paralelo a que se gesta una cuota media por naciones que luego se encuadra por una tasa planetaria (Diego Guerrero no comparte esta última idea –p. 199).

¿Cuál es la diferencia entre renta, interés y ganancia? No es conveniente a los fines de una introducción a la Sociología, ahondar en tales detalles, que pueden llegar a confundir más que ayudar a entender los planteos de Marx. Sin embargo, establezcamos que la renta a la que nos referiremos será la “renta de la tierra” y el interés al que aludiremos, será el que se asocia al costo del dinero o al precio de los créditos, en especial, bancarios.

Recordemos entonces, lo que hemos desplegado hasta ahora: nociones relativas a “capital”, “plusvalía”, “lucro”, “beneficio estadístico”, “renta”, “interés”, “cuota media de ganancia”. Debemos ahora, efectuar una pausa y volver a la cuestión del valor de las mercancías.

XII

La definición estricta de “valor”, tanto para un objeto de disfrute cuanto para un valor de cambio, es que es una cantidad X de tiempo y trabajo.

A partir del análisis del capitalismo, concluimos que el obrero labora un tiempo de trabajo necesario y un tiempo de tarea que se halla por encima de lo imprescindible. Digamos que en casi todas las colectividades que existieron al presente, se diferenció un tiempo de labor necesario y un tiempo de trabajo por encima de lo impostergable. Lo que se alteró fue que, cuando nacieron las comunas partidas en clases, las clases dominantes, fueron las que se apropiaron del plusproducto que, en el caso del capitalismo, se denomina “supervalía”, de la cual disfrutan por igual, el resto de los elementos de los conglomerados privilegiados.

De acuerdo a lo que acabamos de enunciar, podríamos acotar “valor” como una cantidad X de tiempo de trabajo necesario y de plustrabajo. El tiempo de tarea imprescindible, se compone a su vez de lo ocupado en energía, medios de producción y materias primas en general (i), y de lo invertido en quienes harán las labores (ii), id est, lo empleado en fuerza de trabajo.

Valor = {[tiempo de trabajo necesario] + [plustiempo]} = {[(fuentes de energía) + (medios de producción) + (materias, materias auxiliares, materias primas) + (etc.)] + [fondo de trabajo] + [plusproducto]} Acorde a nuestro punto de vista en torno a la noción de “valor trabajo” en el co fundador del Partido Comunista, para el ejemplo de las comunidades que transcurrieron hasta ahora en la Historia, esta “fórmula” es la que estipula lo consumido en tiempo y tarea en la génesis de un ente de consumo, independientemente de si es o no mercancía.

Of course, la parte que se denomina “plustiempo” figurará en las colectividades en las que ya se produzca con excedente, lo que no ocurre sino hasta las “bandas” muy desarrolladas y a punto de convertirse en tribus. Como se supone que fueron los Neanderthal los que primero se organizaron en forma tribal, parece que comienza a haber plus producto un poco antes del instante en que aquéllos asoman. Actualmente, se tiene por fecha estimativa que los Neanderthal emergieron hace unos 300 mil años, por lo que acaso el excedente se suscitó entre hace 400 mil, 500 mil ó 600 mil años.

Desde otro ángulo, es impostergable afirmar que en su mayoría, las fuentes energéticas en el régimen contemporáneo son “capital fijo circulante”; las mencionamos primero por una cuestión de preeminencia lógica.

En cierta escala, la teoría del valor se convierte entonces, en una hipótesis de lo que cuesta producir un objeto o en una teoría acerca de los “insumos”, en simultáneo a que la ley del valor deviene una norma que pauta dichos gastos. Incluso, es una hipótesis que supone lo que implica producir con excedente y la cantidad de tiempo que llevaría suscitar riqueza, con alguna fracción de plusproducto.

Lo precedente se traduce para la comuna burguesa, en:

Costos valor o gastos de producción 1 = {[capital constante (capital fijo, capital circulante, capital fijo/circulante)] + [capital variable, salario o fondo de trabajo] + [plusvalía]} In stricto sensu, para el capital los “insumos de producción” son “c k + c v”, dado que el excedente no le cuesta nada. Por ende, ya la composición valor mínima de la mercancía es su “gasto de producción” o “precio de costo” de clase 1.

Empero, Marx bautiza la ecuación “extendida”, como “gastos valor de producción” o costos básicos. En este tipo de comuna, la teoría del valor en tanto que hipótesis sobre los gastos se transforma en una teoría de lo que cuesta producir con excedente.

Sabemos ya que el plusvalor no se convierte siempre en ganancia y que en consecuencia, el lucro se aparta hasta ciertos límites, de la plusvalía, por lo que au fond, el valor tendría que modificarse. Al alterarse, no obtenemos simplemente los antiguos gastos valor, sino algo derivado que son los precios:

Precio = {[c k] + [c v] + [ganancia]}

Pero conocemos que el lucro no es un simple beneficio sin más ni más, sino una ganancia media, por lo que tenemos:

PP2 = {[c k] + [c v] + [ganancia media o “g m”]} Según lo que me comentara en 2007 con lucidez la estudiante de la Carrera de Ciencias de la Educación, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta, Salta capital (Pcia. de Salta, Argentina), Melina Wermuth, puede aceptarse que “g m” se deriva de la tasa de beneficio. Por esto y acorde a lo que reflexiona el pakistaní marxista (que es tal a pesar de oponerse a Lenin), la cuota estadística de lucro fija una “g m” standard para determinados periodos, hasta un nuevo descenso (beneficio que es el óptimo y al que deben procurar arribar los empresarios individuales).

Sin embargo, es conveniente resaltar que los capitales puntuales, para los que no se calcula una tasa media de beneficio, acorde a lo que hemos adelantado ut supra, se guían “a ojo” para establecer los precios de producción que incluyen no obstante, “g m”. La situación descrita, muestra que si bien los burgueses deben conservarse eficientes, el funcionamiento de la economía no les da parámetros claros para orientarse, por lo que tienen que ajustar su comportamiento, según lo que se crea que efectúa un capital “ideal” con un lucro estadístico “tipo” y de acuerdo a la composición orgánica de un capital “regulador” del sector en que se hagan las inversiones.

Lo genuino es que a esa clase de precios, la denominaremos “precios de producción” o precios de producción de tipo 2 (la clase 1 sería el “gasto valor” que es en sí, “precio de costo”...). Retengamos que los precios aludidos tienen como “piso”, los gastos valor de producción.

La hipótesis del valor deviene ahora, una teoría en redor de lo que cuesta obtener un beneficio promedio.

De ese lucro estadístico, el capitalista industrial debe ocupar un segmento para reponer todos los elementos consumidos (i), para originar un “fondo” que lo proteja frente a eventuales crisis (ii) y para ampliar la escala de los negocios (iii). Tiene que separar incluso, una porción para solventar su nivel de vida (iv). En la discusión de la caída de la tasa de beneficio, veremos qué importancia guarda lo que indicamos.

Siguiendo con el tema, estamos informados que existen la renta y el interés, de modo que la sumatoria quedaría:

PP3 = {[c k] + [c v] + [(g m) + (r) + (i)]} Llamaremos a estos precios, “precios ampliados de producción” o precios de tipo 3. La hipótesis del valor se hace una teoría sobre cómo el plusvalor o excedente, se reparte entre los que son industriales, terratenientes y financistas.

Pero no sólo comprobamos que se diseminan burgueses industriales, landlords que perciben una renta y financieros que obtienen interés, sino comerciantes que consiguen un beneficio mercantil, propio del sector:

PP4 = {[c k] + [c v] + [(g m) + (r) + (i) + (g c)]} Aunque sea quizá redundante, es impostergable destacar que la sumatoria de “g m”, “r”, “i”, “g c”, únicamente para los grandes capitalistas es igual o superior a la supervalía; en el resto, es con frecuencia menor al 100 % de plusvalor.

Esta clase de precio, lo bautizaremos como “precios ‘generales’ de producción” o precios de tipo 4. La hipótesis del valor se convierte en una teoría acerca de cómo el plusproducto, es distribuido entre industriales, terratenientes, financistas y mercaderes.

Recién a partir de esos precios, interfieren la oferta, la demanda, etc., y todos aquellos otros factores que los economistas mencionan en sus estudios.

Con Shaikh, podemos interrogarnos en qué escala los precios generales de producción se hallan condicionados por los gastos valor o los precios de costo. Los estudios empíricos que certifican los cálculos matemáticos efectuados por el pakistaní, arrojan que los gastos valor condicionan los precios de producción en un margen que va de un 80 hasta más allá del 90 %. Por consiguiente, los precios de producción acaban indeterminados tan sólo entre un máximo del 20 por ciento o menos. En otras palabras, la sumatoria del resto de los factores que intervienen y que van allende “ck + cv + g m”, da por resultado que esos otros elementos contribuyen con hasta un 20 % en la formación de los precios; nada más. Esto también es sinónimo de la capacidad predictiva de la hipótesis del valor: acierta en un 80 por cien o más, en el vaticinio de cuáles serán los precios de producción, a partir de lo que indican los valores trabajo. Correlativamente, los que insisten en que se abandone el valor trabajo para explanar los precios, se privan de explicarlos en un 80 %, dado que únicamente podrían dar cuenta de ellos en el 20 por ciento restante, en que intervienen otros elementos.

Lo anterior significa en concreto que acorde a lo que sintetiza Guerrero de los cálculos técnicos del nacionalizado yankee y basados en mediciones empíricas, los precios de producción se distancian de los valores en un 4, 4 % y los precios de mercado, un 9 por cien. Ello implica que cuando se establecen los valores/trabajo, los precios de producción suponen un 4, 4 % “adicional” o un 9 por ciento, si se trata de los precios de mercado.

A su vez, los precios de producción y los de mercado, se apartan entre sí en alrededor de un 8 % (Historia del pensamiento económico heterodoxo, p. 190), por lo que los capitales con precios de producción reguladores obtienen un beneficio extra a causa de su eficacia (las cifras corresponden a promedios en los que no se evalúan condiciones monopólicas ni oligopólicas, y para EEUU en 1947, 1958, 1963 y 1972 -p. 189).

Yendo a otro hojaldre de cuestiones, el asunto es que los críticos de Marx aprecian una contradicción entre la teoría del valor, que explica el valor como una ecuación integrada por algunos de los miembros que señalamos, y la formación de las cuatro clases de precios que acabamos de sintetizar. En brochazos amplios, el tema sería que el amigo de Engels describiría el valor de una mercancía por sus costos valor, explicación que debiera excluir cualquier apelación a los precios, y en simultáneo, por precios de producción. Aunque el problema guarda dificultad para resolverlo, podemos afirmar que no existe tal desajuste por cuanto los tipos de precios citados tienen por base los gastos valor de producción. Por lo demás, los tres órdenes de precios de producción que comienzan con la “clase 2”, no son el valor ni los insumos valor originales, pero arrancan de ellos, los cuales son en simultáneo, “precios de costo” tipo1.

Por añadidura, si empleamos la dialéctica del desvío nos será factible dar razón de lo que sucede: los gastos valor “declinan” y dan lugar a los precios clase 2; éstos se desvían o amplían, y nacen los precios tipo3; se gesta un clinamen y se originan los precios clase 4. Apoyándose en Marx, Shaikh añade los precios de mercado y los valores de mercado, que son los que regularán al conjunto de los otros tipos de precios. Entonces, la ley del valor se convierte en insumos valor; éstos, se transforman en precios de producción que condicionan los precios y valores de mercado, los cuales a su vez, impactan en el resto de los precios (que en el estimado por Engels, son más de nueve clases de precios...).

Al hacer intervenir a los precios de producción, lo que está concretando el atacado por Bakunin es la creación de un “puente” entre los gastos valor, y los distintos tipos de precios que se gestan en el mercado y por la interferencia de múltiples elementos, “puente” que serían los precios de producción. Aunque sea redundante, ese “enlace” se consigue con la asimilación de los “insumos valor” a “precios de costo” clase 1, y después, con los precios tipo 2, 3 y 4. La primera clase de “puente” supone a su vez, que el valor deviene “gastos valor” y luego, “precios de costo”.

XIII

Sopesado así el asunto, lo que tendríamos sería una transmutación dialéctica de los gastos valor (tesis) en precios (clinamen), conversión en la que jugarían un rol sustancial los precios de producción (antítesis), y los precios y valores de mercado (síntesis).

Uno de los motivos por los que ocurriría esa transustanciación dialéctica de los costos valor en precios, es que en las comunidades enmarañadas como el capitalismo es difícil y engorroso, pero de vida o muerte para las empresas, tabular cuánto se debe orientar en tiempo y tarea en la producción de un objeto que devendrá mercancía. A raíz de que es complicada esta operación de cálculo, el sistema social inventa una serie de estrategias para aproximarse lo mejor posible, a lo que se tiene que consumir en tiempo y trabajo. Con ello, se estipula un “umbral” que regula la supervivencia de los capitales, puesto que los que inviertan más tiempo y labor, serán ineficientes y acabarán eliminados del mercado, a la vez que los que gasten lo establecido o menos, continuarán funcionando en calidad de capitales.

A lo explanado se agrega que poco a poco, la teoría del valor se transforma primero, en una hipótesis de los costos, la que incluye los gastos valor de producción y los precios de producción tipo2, para luego operar a manera de una teoría de cómo el excedente se diluye entre segmentos de las clases dominantes (lo que es tratado en los precios de producción tipo 3 y 4). Con las reflexiones en redor de la caída de la tasa de ganancia, apreciaremos que la hipótesis del valor se convierte en una teoría sobre cuánto esfuerzo insume hacer que el plusproducto acreciente capital, por medio del devenir del excedente, en beneficio efectivo.

La originaria hipótesis del valor (tesis), se vuelve una teoría de los costos (antítesis), para después transformarse en una hipótesis de la distribución del plusproducto entre múltiples segmentos de las clases dominantes (síntesis). Las intelecciones sobre el clinamen de la cuota media de lucro, colocan las bases de otra tesis: en la escala en que el capital se despliega, cada vez es más difícil incrementarlo (ya lo veremos).

Pero bien mirado el asunto, la teoría en redor del fraccionamiento del excedente entre numerosos sectores de las clases dominantes, es una hipótesis de los gastos: se estipula que para conseguir determinado nivel de plusproducto, habrá que aceptar el costo de que un porcentaje de él se divida entre quienes no participan directamente en la rama de actividad. Así, la primitiva teoría del valor deviene una hipótesis alterada de los gastos, en cinco tiempos o en cinco versiones: a) los precios de producción tipo1; b) los precios de producción clase 2; c) los de tipo3 y 4; d) los precios y valores de mercado; e) la caída de la tasa de lucro (en los países industrializados del G 7, esa cuota oscila entre 5, 7, 10, 12 y 20 % -en promedio, 10, 8 %).

Sin embargo, la originaria teoría del valor ocupa el espacio de la “tesis” y la hipótesis modificada de los costos, independientemente de que lo sea en cinco tiempos, se ubica en el plano de la “antítesis”. Comprobamos aquí, que la dialéctica en el nacido en Prusia, no siempre es un movimiento en tres compases; puede haber dos, sin Aufhebung. Constatamos también, que lo referido a algo (como la hipótesis del valor) puede desglosarse en cierta perspectiva, en una dialéctica “no clásica” de cinco momentos, pero que en otro registro, puede implicar una dialéctica trunca de dos instantes. En suma, la dialéctica no funciona en el fallecido en 1883, de un único modo...

Observemos antes de abordar el siguiente ítem, que en los precios tipo3 y 4, se incluyen disímiles fracciones de las clases dominantes burguesas: industriales, terratenientes, banqueros y comerciantes. ¿Y qué con eso? Pues que a pesar de todas las apariencias, la explicación de los precios en Marx no es económica sino sociológica, dado que los segmentos de las clases dominantes participantes, pueden caracterizarse como “grupos formadores de precios”. No obstante, entre los involucrados no se entabla armonía alguna, dado que se disputan entre sí, cuánto le corresponderá a cada uno del excedente gestado.

XIV

Ahora bien. En los precios tipo3 y 4, sencillamente hemos supuesto que había renta, interés, ganancia comercial, pero no dimos explicaciones de porqué compondrían los precios.

Una de las razones es que si puede haber excepcionalmente, industriales que sean en simultáneo, comerciantes de sus propios productos, casi siempre los industriales se dedican sólo a gestar tesoro y los mercaderes a comerciar las mercancías. Pero en el capitalismo, nada se lleva adelante gratuitamente, de manera que por asumir el papel de mercadear los valores de cambio, los comerciantes exigen una porción de la plusvalía industrial. Este porcentaje de plusvalor, es lo que constituye la ganancia comercial de los mercaderes.

Lo que dijimos significa que si los comerciantes burgueses tienen empleados, el beneficio que logran no proviene de la explotación de sus trabajadores, sino de una fracción de la plusvalía que se les arranca a los capitalistas industriales, en carácter de “comisión” por el servicio de ocuparse de distribuir y/o hacer circular las mercancías. Por supuesto, que los comerciantes burgueses no aspiren supervalía de sus empleados, no implica obligatoriamente que les abonen salarios que les permitan existir con dignidad; perfectamente, pueden reducir los gastos de sus negocios, afectando las pagas de sus obreros. No obstante, si la mayoría de los ocupados en el comercio no son trabajadores en tanto que clase dominada, puesto que de ellos no se extrae plusvalía, ¿qué son? Acá observamos otro segmento social que no puede ser asignado ni a las clases dominantes ni a las clases oprimidas, por cuanto se ubican en una zona “intermedia”.

Idéntico argumento que el usado para los mercaderes, hay que aplicar para los terratenientes y los financieros (que no siempre son bancos). En efecto, no todos los industriales son poseedores del espacio donde asientan sus empresas, por lo cual tienen que abonarles una “tasa” o “prima” a los terratenientes, quienes sí son propietarios del suelo. Esa comisión se bautiza como “renta de la tierra”. Of course, el asunto es más intrincado pero esta presentación esquemática es suficiente para el ingreso a la Facultad.

Asimismo, no todos los industriales son sus propios prestamistas, por lo que alguien debe asumir la función de contar con fondos en la proporción en que se lo requiera; alguien tiene que ser “individuo dinero” (en realidad, todos los capitalistas son “persona dinero”, adoptando la feliz expresión de un corto animado televisado en el nuevo ciclo del programa Caloi en su tinta, que salió al aire en domingo 30 de setiembre de 2007, a las 19, 00 hs. por Canal 7). En consecuencia, los financieros cobran interés por cargar con ese rol en la división del trabajo en el seno de las clases dominantes.

Por lo que acabamos de cincelar, se comprende también porqué intervienen la renta, el interés y la ganancia comercial en los precios de producción: son pagos especiales que se les efectúa a las fracciones de las clases dominantes, que aceptan determinadas tareas, según un reparto de labores en su seno. Existe pues, una división de las tareas en el trabajo de la dominación (Bourdieu). Apreciaremos en las reflexiones sobre el Estado, que ese reparto de labores en el trabajo del dominio es más amplio.

Antes de finalizar con este punto, imaginemos que no hay capitalismo y que empero, existen comerciantes. Pueden ser o no capitalistas mercantiles, eso no importa para lo que queremos discutir. ¿De dónde llega la ganancia comercial que acaparan?

El hecho de que haya o no comunidad burguesa, no impacta en el asunto esencial, a saber: que el beneficio mercantil no proviene de la explotación de los eventuales obreros que pueda contratar el comerciante, sino de un porcentaje de plusproducto que le arranca a los sectores productivos de la sociedad. Únicamente en el capitalismo, esa fracción de excedente que aspiran los comerciantes, sean o no mercaderes que poseen capital comercial, es un porcentaje de plusvalía; en el resto de las asociaciones pre burguesas, es sin más, una porción de plusproducto. Tal porcentaje con el carácter de ganancia comercial, podrá servir o no para acrecentar un capital mercantil E, o podrá destinarse a abultar un patrimonio dinero U.

Ahora bien. Si las inversiones reales son tan riesgosas, podríamos creer que es mejor no abismarse y colocar el dinero en el comercio, en la adquisición de tierras o en el ámbito financiero. Shaikh nos da una respuesta inteligente: la tasa de interés es casi siempre, menor que la cuota de ganancia por lo que esto ocasiona que los burgueses prefieran las inversiones en el seno de la producción (p. 107). Si ampliamos el silogismo, concluimos que generalmente, la renta del suelo y el beneficio por mercadear, son menores a la cuota de lucro.

XV

De esta maratón de nociones, nos queda el tema de la caída de la tasa de ganancia.

Al igual que con la cuestión de los precios de producción, los economistas que son creyentes respecto a que lo que hacen es efectivamente, una ciencia, escribieron genuinos ríos de tinta para sostener que Marx se equivocó. Piero Sraffa es del parecer que se aprecia una divergencia entre la cuota de lucro ponderada en valor y entre una tasa de ganancia calculada en precios. A los fines de subsanar esa discrepancia, es necesario escribir otra fórmula matemática.

Aparte de las objeciones básicas que en otros espacios le dirigimos a Sraffa, el pakistaní esgrime que la cuota de lucro sopesada en valor es la que condiciona a la tasa de ganancia calculada en precios: la primera, correspondería a la cuota de lucro que se impone para la esfera de la producción y sería la tasa de beneficio real; la segunda, sería la cuota que reina en el ámbito de la circulación y sería la tasa “aparente” (marxistas al estilo de Diego Guerrero, enfatizan que no existen dos cuotas de ganancia, sino la tasa única que se habría articulado en el tomo III de El capital). Por lo demás, Shaikh arguye que sólo en términos algebraicos y analíticos las dos fórmulas para la cuota de lucro, tienen sentido, puesto que en la práctica, son virtualmente indistinguibles.

Se podría agregar que la teoría del valor se desdobla y en el ámbito de la génesis de riqueza, mandan los gastos valor y la tasa de beneficio “clásica”, y en la esfera de la circulación, rigen los precios de producción, los precios de mercado y la cuota de lucro sraffiana. En suma, la ley del valor norma la creación de tesoro, y se manifiesta alterada y con otros colores en el universo de la circulación, pero no existe contradicción ni entre los volúmenes I y II de El capital, ni entre los tomos I y III.

Por otro lado, la tasa de ganancia esculpida en valor (la cuota de beneficio en la concepción de Marx) es más exacta que la cuota de lucro sraffiana, la que origina un margen de error de un 3 por cien. Esto significa que si la tasa de beneficio nos da un lucro medio del 17 % en el amigo de Engels, para Sraffa es del 20. La consecuencia es que en Marx, los insumos valor explican el 80 por ciento de los precios, quedando e. g., 40 % para “c k”, 23 para “c v” y un 17 por cien para “g m”, dejando un 20 para los otros componentes que están allende el beneficio estadístico. En Sraffa, c k incide en un 40 %, c v, en un 20 y g m, en otro 20 por ciento, en los precios. Por esta divergencia, es que la cuota de lucro realista y la que condiciona los cálculos de los burgueses, que son pragmáticos y neuróticamente desconfiados, es la tasa de beneficio en términos de valor, o la cuota de lucro en los parámetros del enamorado de Jenny.

Otro de los “hechos” que se enrostran contra él, es mostrar que en sectores como en la extracción y comercialización del petróleo, no se constata ningún clinamen de la tasa de beneficio, sino hasta una mejora (Gouldner). Lo mismo razonan para el caso de ciertos minerales estratégicos, como el litio. Pero habíamos advertido que la cuota de lucro se forma no en cualquier tipo de empresas, sino en determinadas ramas de actividad. Habíamos anticipado también, que para la agricultura, la ganadería, la explotación del petróleo, del gas, etc., no se debe apelar a las categorías “ganancia estadística”, “tasa media de lucro”, puesto que lo que existe es renta, para el caso de las actividades agrícolo-ganaderas, o interés, en el ejemplo de las otras ocupaciones.

En lo que se refiere al carbón, litio, petróleo y gas, el rédito aumenta en estas esferas de actividad porque son “recursos” naturales no renovables y ante la perspectiva de que se acaben, se extrae de ellos lo máximo. Pero el tema es que en estos sectores particulares, no hay formación de beneficio estadístico ni de cuota media de ganancia, sino interés, por lo que los “ingresos” positivos allí, sirven para contrarrestar los problemas que el capital encuentra con su incremento. Por sinceridad, es impostergable subrayar que el responsable de la asignatura se encuentra solo en esta solución del problema, dado que la mayoría de los especialistas pincelan que en las actividades enlazadas al petróleo, etc., es pertinente emplear los conceptos que descartamos (así procede el pakistaní citado tantas veces).

Sea como fuere, el planteo de la caída de la tasa de beneficio no es un tema arbitrario en el compañero de Engels, sino que guarda conexiones con ejes muy hondos en su pensamiento. Lo veremos enseguida.

XVI

Sin inferir matemáticamente cómo se origina la cuota media de ganancia, diremos que consiste en la división de la supervalía total por el capital total consumido:

CML = Pl / C

ó TMG = Pl / (c k + c v)

Aparentemente, en esa sencilla fórmula no se observa nada trascendental y sí más causas para bostezos.

Previo a comenzar, sostendremos que la ecuación indica el grado en que el capital suscita plusvalía y la escala en que ese plusproducto, se reinvierte en él. Lo que implica que la fórmula expresa el grado en que se incrementó el capital primitivo, guarismo que puede complejizarse más, de acuerdo a lo que aportan las Matemáticas avanzadas pero que no emplearemos en este contexto “iniciático”.

Lo anterior sugiere que la originaria teoría del valor se volvió acá, una hipótesis sobre los gastos crecientes de valorización o del aumento del capital con el que se inicia un negocio, en el sector productivo, en especial, en las industrias. En otras palabras, la teoría del valor devino una hipótesis de lo que cuesta progresivamente, incrementar el capital primitivo en las industrias.

Alguien atento, podrá objetar que lo afirmado por Marx en el grueso vol. III de El capital, significa que está evaluando que el capital productivo destinado a la industria es una especie de “motor” del capitalismo. Intelectuales contemporáneos, como el mismo Castells, delinean que en las naciones del G 7, el sector industrial “clásico” es poco importante frente a la diversificación de las empresas, en particular, de los ambientes asociados a los servicios (medios de comunicación, negocios dedicados al marketing, etc.). Por eso, tales países pueden caracterizarse en cuanto sociedades posindustriales.

Esta crítica al compañero de Engels, se apoya a su vez, en la idea de que Marx habría afirmado que el sector industrial debe crecer incesantemente, en comparación con los otros segmentos de la economía. Pero él jamás postuló semejante cosa.

Sin interesarnos demasiado en polemizar sobre si el sector de las industrias crece o no, lo que sí dijo fue que ese ámbito de la economía es cimiento de la colectividad burguesa. Y no lo estableció porque esté contaminado de la ideología industrialista del siglo XIX o

del paradigma productivista de Occidente (que será una de las observaciones que enarbolará Habermas), sino porque el plusvalor que dinamizará el capitalismo debe surgir de actividades concretas, no de servicios ni de especulaciones en la bolsa, etc. Sin ese plusproducto, no habría qué repartir entre terratenientes, financieros y comerciantes; tampoco habría dinero disponible para que los servicios se complejicen ni para que existan los peligrosos juegos de bolsa.

Todavía queda un asunto más, antes de ingresar en tema. ¿Cómo interpretar una posible caída de la cuota de lucro?

En Marx, comprobamos dos sugerencias, entre otras. Una de ellas, es la que resulta útil para quienes lo critican. La otra es más sutil y por eso, la preferimos.

La primera interpretación, cincela que las dificultades en el crecimiento progresivo del capital, es una tendencia general en el capitalismo. En esto se acodan sus deconstructores, para argumentar que a lo largo del siglo XX o del tiempo que lleva de vida la comuna burguesa en la Historia, no se comprobó esa supuesta tendencia a la baja (empero, ver más abajo). Lo que hay que enfatizar es que para la pareja de la hermosa Jenny, la caída es algo caótico y no es constante, sino que puede interrumpirse por largos períodos, incluso siglos. Entonces, la cuestión no radica en que las barreras en el incremento continuo del capital se harán de tal suerte, que el capitalismo en su conjunto se paralizará. Lo que sí debemos remarcar, es que en el enfoque en lid, el capital representa un problema para el acrecentamiento del capital. El valor déspota se entorpece a sí mismo y es su propio enemigo.

En este punto es donde podemos hacer intervenir la otra “línea” argumental, complementaria de la precedente, en cuanto a que evita la hipótesis innecesaria de una presunta paralización catastrófica o total de la sociedad burguesa.

Los problemas en el crecimiento permanente y sostenido del capital, implican no únicamente que respiren dificultades en ese incremento, sino que existan crisis destructivas. Es impostergable aclarar que tampoco esto debe significar, como lo entendió cierto Marx, que tales deblaces se tornan cada vez más violentas; nos basta con que haya crisis. Engels y como para demostrar que era un agudo observador de su época, pincela en varias de sus cartas que el capitalismo manifestó una sorprendente capacidad de supervivencia y adaptación respecto a sus cracks. Apunta incluso, que la superproducción puede arribar a tal “extremo”, que en lugar de ocasionar y/o acrecentar la intensidad de una crisis, ayude a... evitarla o superarla. Por si fuera poco lo anticipado, el genial admirador de Marx sostiene que si bien las debacles parecen tener un período de aproximadamente, 10 lustros, los ritmos del capitalismo del ochocientos, parecen haber alterado algo lo que venía acaeciendo. Tales apreciaciones, son las que nos llevan a imaginar que el régimen burgués no está próximo ni cercano a su fin, a diferencia de lo que ventilan los aparatos partidos de izquierda leninista, que son propensos a miradas catastrofistas acerca del capitalismo. La revolución, lamentablemente, no está en la próxima cuadra…

Sea como fuere, el horizonte de las destrucciones periódicas muestra lo absurdo que es el sistema: se comienza con tasas elevadas de ganancia, luego se comprueban barreras en el crecimiento del capital y después, terribles crisis que aniquilan los logros conseguidos y suscitan bancarrotas, quiebras, etc. En la nueva etapa que se inicia, la tasa de lucro puede fijar o no una ganancia media igual, superior o inferior a la que había previa a la debacle, pero tendencialmente y en la larga duración, la cuota de beneficio ancla una ganancia estadística que va siendo menor con respecto a los enmarañados orígenes del régimen del valor déspota.

En síntesis, ya no importa si habrá o no una paralización del capitalismo, si las crisis serán o no cada vez más violentas; lo que interesa es que hay debacles que destruyen lo que se obtiene. Es como si el capital se afanase en arribar a cierta escala, para luego incendiar todo y recomenzar luego del Apocalipsis. De ahí que el sistema, que demanda que los capitales sean eficientes en la administración de tiempo y trabajo en la producción de riqueza, se torne inepto, precisamente porque a la larga, no ahorra tiempo y labor, sino que los derrocha y por añadidura, malgasta variados recursos, entre los que están los naturales.

Pero, ¿por qué habría cracks? El talón de Aquiles del capital es que debe convertir el plusproducto en beneficio efectivo. En simultáneo, el desarrollo de la sociedad burguesa, empuja a que, en paralelo a que se acrecientan las inversiones, se tienen que ampliar los mercados donde se liquida. Sin embargo, no siempre se puede vender todo ni ser el único o uno de los pocos que realizan beneficios en un mercado. Esto genera por lo demás, saturación de productos. No todo se puede liquidar o se mal vende; hay entonces problemas para saldar deudas. Los financieros ya no prestan dinero sino que toman los intereses. Crisis. Superada la debacle, vuelta a empezar. Uno de los intelectuales que enlaza las crisis con la merma de la tasa de ganancia es precisamente, Shaikh.

Veamos ahora, los resultados de estudios empíricos acerca de la cuota de lucro que reseña Diego Guerrero.

Para los USA, el descenso de la tasa media de ganancia se comportó así:

1) desde el siglo XIX hasta la Primera Guerra, caída lenta;

2) aplanamiento, de 1920 a 1929;

3) declive de un 80 % entre 1929 y 1930;

4) guarismos negativos para 1930 y 1931;

5) recuperación a fines de la década y hasta 1947;

6) nuevo descenso en la década de 1948 a 1958;

7) auge a partir de 1959 y hasta 1965;

8) caída desde 1966 (p. 197) y por veinte años (p. 198).

Para Japón, en empresas no agrícolas:

1. de 1908 a 1913, ascenso;

2. declive desde la Primera Guerra hasta 1935;

3. estabilización y aplanamiento, desde 1936 a 1953;

4. subida desde 1954 a 1970;

5. clinamen desde 1971 en adelante.

Para Reino Unido, Francia y Alemania se observa que desde fines del siglo XIX la cuota estadística de lucro está afectada por movimientos cíclicos de crecimiento, desaceleración y crisis. Las fases de expansión, sobre todo al principio, van acompañadas de una mejora de la tasa. Las etapas de desaceleración, de una merma de la cuota.

Puntualmente (p. 199), la tasa para el Reino Unido consistió en que:

1) de 1960 a 1974, constatamos un descenso continuado;

2) de 1968 en adelante, la caída es más pronunciada.

Para Alemania e Italia, las cuotas principian a bajar a partir de 1968.

Por el comportamiento descrito respecto a EEUU y Europa (p. 198), algunos analistas opinan que las cuotas de ganancia se podrían dividir en dos sectores: por un lado, USA y Canadá; por el otro, Europa. En brochazos amplios, cada cuota regional de beneficio evoluciona hasta 1970, de manera inversa a la tasa perteneciente a la del otro; a partir de 1970, caen ambas.

Si se efectuara un promedio mundial, se comprueba que:

1) desde 1955 a 1967, la tasa se mantiene constante;

2) de 1968 a 1975, la cuota declina.

Previo a seguir, es ineludible detenernos en cómo caracterizar entonces, a la comuna actual. Para el nacionalizado norteamericano, es una sociedad en la que sus parámetros fundamentales son el valor, la acumulación y la crisis. Para Guerrero, es un régimen en que son nodales la propiedad privada, el mercado, la extracción de plusvalía, los precios de mercado y la búsqueda de lucro. Creemos que la respuesta es una combinación de ambas perspectivas: valor (propiedad privada, succión de supervalía, ganancia, precios de producción y tasa de beneficio); acumulación (mercado y precios de mercado); crisis (declinación de la cuota de lucro).

XVII

Ahora sí, estamos en condiciones de presentar el tema.

Para que el capital extraiga con eficiencia plusproducto que lo alimente, tiene que invertir en máquinas, lo que supone ciencia y técnica. A raíz de que las máquinas se vuelven obsoletas con frecuencia, los burgueses deben reemplazar sus máquinas en períodos más breves, aunque no se hallen averiadas. El asunto es que a medida que el capitalismo se torna más complejo en ciencia y técnica, las inversiones en máquinas y en capital constante, crecen.

Si un burgués compra los adelantos más novedosos para su empresa, antes que sus competidores, puede conseguir porciones de excedente más elevadas y una ganancia mayor. Lamentablemente, enseguida los otros capitalistas adquieren idénticos adelantos y el lucro momentáneamente extra ordinario, retorna a sus niveles normales.

El tema es que con las crecientes inversiones en c k, disminuye en términos relativos lo destinado a salarios ó c v.

Por ende, cada vez una fracción mayor de supervalía tiene que consumirse en capital constante. También en términos relativos, decrece el porcentaje de plusvalía que el burgués guarda para su consumo. Entonces, lo que sucede es que prácticamente una porción cada vez más grande de plusvalor, se destina nada más que a conservar el capital o a ampliar con dificultades la escala de la empresa, con lo que el burgués se transforma en un guardián de su propio capital, el que pasa a adquirir una importancia desmesurada frente a sus propias necesidades.

Of course, el clinamen de la cuota de ganancia puede ser explicado de una manera menos “romántica” y más erudita, pero aunque sea simple lo enunciado, no deja de tener consecuencias profundas (pudimos constatar que el ingeniero pakistaní, presenta por este costado la declinación aludida –de p. 115 a 117). Una de ellas es que ni siquiera el capitalista, que se enriquece día a día, es libre, sino que debe subordinarse a alimentar un monstruo que crece sin cesar y que lo relega a ser su mero custodio. El problema de la tasa de ganancia muestra cómo en la sociedad burguesa, las cosas importan más que los seres vivos y que las personas. Manifiesta en paralelo, que uno de los ejes en Marx es la cuestión de la libertad humana: el capitalista, que se supone en el lugar del Amo, finaliza siendo el Siervo de otro Señor más poderoso, que es el Capital, a quien le sacrifica su existencia y, lo más valioso de todo, su propia libertad. Engels dice que los burgueses se alejan tanto de las labores concretas, que los capitalistas no únicamente se tornan víctimas de los prejuicios que suscitan lo “culto” y la cultura, sino que se vuelven esclavos de su propia vagancia y de su zoncera (El Anti-Dühring, p. 237).

Por situaciones como la involucrada en la tasa de lucro, es que el padre de Laura expresó en una ocasión lejana que no había nada que explicar, salvo la estupidez o necedad: durante dos millones de años enormemente largos, mujeres y varones no hemos sido sino insensatos al malversar la vida, sacrificar la libertad, condenar a miembros de la misma especie al hambre, al inducir guerras, etc. Realmente, lo único misterioso y lo que valdría la pena de estudiar es cómo fue que insistimos durante dos millones de años, en ser tan estúpidos, contando con todas las alternativas para existir en paz y en relativa “armonía”, en medio de lo sublime que viene del arte.