REMOLINOS Y CIRCUNVALACIONES. ELEMENTOS DE MATERIALISMO CRÍTICO

REMOLINOS Y CIRCUNVALACIONES. ELEMENTOS DE MATERIALISMO CRÍTICO

Edgardo Adrián López

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Capítulo VII. Algunas concepciones sobre el “Estado”

I

Aunque la presentación de la teoría del “clásico” glosado haya asomado “excesiva”, se advierte que hubo matices sustanciales que se debieron abandonar en una introducción a la Sociología académica...

Conviene sostener que para nosotros, la concepción del Partido en tanto “vanguardia” no es algo que estaba en el autor de Teorías sobre la plusvalía. Ese aparato, tampoco es el que debe orientar la existencia en una comunidad socialista. Por igual, la socialización de los medios de producción no es una estatización de tales instrumentos. El “Estado” en el socialismo, no es un Estado típico sino una “coordinadora” muy democrática que aglutina las diferentes comunas que organizan la producción, de acuerdo a las necesidades que plantea una población que discute y propone.

Por descontado, la “dictadura” del proletariado no es una dictadura, ni sangrienta ni “blanda”, sino una democracia revolucionaria ejercida por las mayorías, excluidos los que fueron opresores, los que integraron los grupos hegemónicos y los que se opusieron a la insurgencia popular (este parecer es compartido por el Dr. en economía, Diego Guerrero -p. 78). Una de las posibles fuentes de confusión de Lenin, probablemente haya sido que entendió que los trabajadores actuarían en cuanto clase dominante, cuando Marx estipuló que tendrían que orientarse como si fuesen una clase opresora. Obviamente, ello implica que los proletarios no son ya clase dominante alguna…

Asimismo, esa “dictadura” de los obreros debe ser el fin de la lucha de clases, y no es una mera transición entre el capitalismo y el socialismo, con una multitud de formas de economía y sociedad conviviendo, sino que es el socialismo, sin esas formas de economía y sociedad aludidas (que el revolucionario soviético detalla en un artículo que mencionaremos más abajo). Otra vez más y siempre, el Anti-Dühring lo establece:

“[... Cuando el proletariado derroca el capitalismo,] se destruye a sí mismo como proletariado, y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases y, con ello, el Estado como tal [...]” (p. 227). El socialismo entonces, no es un “socialismo” de Estado, tal cual ocurrió en el siglo XX.

Frente el peligro de una insurgencia interna, proveniente de los miembros de los conjuntos privilegiados que fueron desplazados, o de las otras comunas que “rodean” a la que tuvo la buena ventura de iniciar el socialismo, la defensa es el pueblo en armas y no ningún ejército, permanente o no, profesional o no. Engels, apodado el General por su pericia en el campo del arte de la guerra y de la autodefensa popular, lo enuncia de manera taxativa:

“[... En el socialismo no] seguirá habiendo ejército, policía y gendarmes [...]” (El Anti-Dühring, p. 254). Tampoco legislación, jueces (ídem), ni abogados (p. 255).

Puede que esto resulte una locura para los leninistas y que sea motivo para que se acuse que se entrega desarmada la revolución a sus adversarios, pero es lo que el “fundador” de la “tradición” remacha en escritos como La guerra civil en Francia.

El corpus en el que Uds. pueden toparse con esos desatinos leninistas, es el artículo “Sobre el impuesto en especie”, ya citado. La fecha en que fue publicado (a tres años de la muerte del revolucionario que impulsó los Soviets), indica que es un pensamiento “maduro” en él y no algo que estaba pronto a abandonar. Frente a estos yerros interpretativos y ante la acusación que se le dirige al jefe de la materia, respecto a que es un revisionista, me atrevería a sugerir que Lenin fue el primer revisionista de las teorías flexibles del admirador de Engels, aun cuando ello me condene al ostracismo en la izquierda actual.

II

Frecuentemente, en el marxismo lineal, en sus comentadores y en los críticos del expulsado de Bélgica, se entiende que el Estado es el “consorcio de las clases dominantes”. Una vez más, parte de la responsabilidad de esta concepción acertada aunque simple acerca del Estado, es determinado Engels y por supuesto, Lenin y sus partidarios.

Sin embargo, el que ayudó a Marx advierte que el Estado es no sólo el “buffet” que protege los intereses de las clases opresoras, sino que es un verdadero sistema de defensa que pertrecha las diferencias de clases en su globalidad. Protege el modo de producción en su conjunto (El Anti-Dühring, p. 226).

Agrega que en las fases en que el capitalismo no es lo suficientemente fuerte para conducir determinadas esferas de la vida humana, con el objetivo de que originen lucro, fracciones del Estado se comportan en tanto empresas burguesas. Después, cuando el capital adquiere las dimensiones impostergables para que aquellos ámbitos sociales sean obligados a dar ganancia, el Estado deja que la empresa privada intervenga: es el caso de la explotación capitalista de los ferrocarriles, del correo y de las vías de comunicación. Incluso, Engels prevé que el Estado puede ir interfiriendo en cada vez más planos de la economía, en calidad de gran capitalista, por lo que bien puede darse la situación de un régimen plus ou moins, ordenado y planificado por el Estado a los fines de que el capitalismo sobreviva... Si esta situación perdurase en el instante de una rebelión socialista, acaso sería factible emplear ese tipo de Estado poderoso para que la colectividad controle la vida social (ibíd.).

Lo brevemente sugerido, implica que la comuna burguesa transita por ciclos en las huellas de una intervención más o menos, “reguladora” del Estado. Id est, pasa por épocas “estatistas” y por fases en que el Estado es bastante o muy intervencionista. A su vez, los capitales, también por determinados períodos, oscilan entre atarearse con ciertas actividades que antes estaban en manos del Estado, y en retraerse de esos emprendimientos. El Estado entonces, juega el papel de un capitalista de “vanguardia”, haciéndose cargo de negocios que los capitales privados no pueden o no quieren asumir, pero que son impostergables para garantizar el funcionamiento del modo de producción. Incluso, asumiendo empresas que son muy riesgosas, el Estado actúa como un “laboratorio” para que los burgueses atentos comprueben que tales negocios podrían ser rentables.

En simultáneo, el capitalismo “vibra” entre un laissez faire, que por épocas es plus ou moins, “puro”, y la formación de monopolios que enturbian la libre competencia. La competencia engendra monopolios y en simultáneo, éstos suscitan competencia.

En paralelo, sirve para aclarar cuatro ejes adicionales. El primero se vincula con la existencia de un capitalismo de Estado, perfectamente vaticinado por el General. Este régimen del siglo XIX, se distinguirá del capitalismo de Estado de fuerte tendencia monopolista, que se vio nacer en países del tono de los EEUU a mediados del siglo XX y que fue abordado por marxólogos como Baran y Paul Sweezy.

El segundo tema es el conectado con los planteos de Weber acerca de la constitución de una presunta “cárcel burocrática”, al entrometerse el Estado en múltiples aspectos de lo cotidiano. Engels hizo un pronóstico similar, aunque sin enredarse en la defensa de la “democracia” parlamentaria ni en el ensalzamiento de la economía “libre” de mercado.

El tercer eje se asocia con las ideas de Habermas, respecto a que el intervencionismo estatal posterior a la Gran Depresión, refuta el condicionamiento de la superestructura por la base, dado que el Estado (que es miembro de la sobreestructura) incide en la “basis”. Pero si el General es de la opinión que el Estado, independientemente de si llega o no a incrementar a tal extremo su poder que subordine la vida rutinaria de los individuos, detenta capacidad regulatoria de los torbellinos de la sociedad capitalista, es porque sopesa que elementos de la superestructura del carácter del Estado, pueden impactar en la base. Por consiguiente, Habermas desmiente un marxismo que él mismo se fabrica para sus usos, pero que no era la propuesta ni siquiera de Engels, casi siempre criticado por evaluarse que era mecanicista (y de vez en cuando, lo era…).

Por si fuera escaso lo que precede, en las teorías de quien glosamos, el Estado no es únicamente miembro de la sobreestructura, sino que lo es en simultáneo, de la basis. Lo que el mal llamado Estado de “bienestar” evidenció, fue que en el capitalismo ideológicamente pincelado de “tardío”, ese aparato es un elemento de dos caras: de a ratos, actúa como integrante de la superestructura; en otros, en calidad de elemento de la base.

El cuarto tema se refiere a la vigencia o no de la ley del valor y de la tasa de lucro, en el capitalismo con monopolios y en los que supuestamente, la competencia del “dejar hacer” no es perfecta. Los marxólogos al estilo de Baran, sostienen que la interferencia de los monopolios de la estatura del capitalismo de Estado monopolista norteamericano de los ‘50, anulan la ley del valor e impiden la formación de una cuota media de beneficio. El argumento radica en que la competencia es la que establece la tasa estadística de lucro, por lo que al haber monopolios y oligopolios, esa competencia igualadora no es viable y entonces, no se forman los precios de producción por la intervención de una ganancia media. Al no constituirse precios de producción, los costos valor ya no tienen cómo incidir en los precios, dado que no se forman precios de producción. Por ende y en los hechos, ni siquiera son importantes los gastos valor. En síntesis, la ley del valor se halla cuando menos, suspendida.

Para intentar salir del aprieto, que fue formulado intuitivamente por un ex marxista como Edward Bernstein, que fue criticado por Lenin, hay estudiosos contemporáneos de la estatura de Mandel, que postulan una cuota de beneficio para los monopolios y otra para los capitales que se ubican en las turbulencias de la competencia desalmada.

Sea o no esa solución la adecuada, lo que debemos puntualizar es que Marx y Engels sí evaluaron que el capitalismo podía arribar a fases en que hubiese monopolios de considerable envergadura, que tenían efectos muy distorsivos en el mercado y en los precios. Pero a diferencia de los que polemizan este interesante asunto, que no podemos continuar aquí, los “fundadores” de la tradición sopesaron que el régimen actual oscila entre la competencia y el monopolio. De igual suerte que la competencia puede ser “pura” en determinadas etapas, los monopolios pueden llegar a su clímax y convertirse en oligopolios de alcance internacional.

Por otra lado, tanto los monopolios e incluso los oligopolios, cuanto los capitales que son arremolinados por la competencia, sí son impactados por la ley del valor, por los precios de producción y por la tasa de lucro. La manera más directa de cuestionar el razonamiento de Sweezy o Bernstein, es aconsejar que los oligopolios y los monopolios también compiten, aunque esa lucha se dé entre capitales enormes. Microsoft es un trust, pero cuenta con un serio rival en IBM, que es otro oligopolio planetario.

Por añadidura, los monopolios y oligopolios pueden asimilarse a empresas que pautan cuánto capital se debe poseer para lograr arribar a una posición dentro del mercado, que sustraiga en parte, a un negocio cualquiera, de los males de la competencia despiadada que sufren los capitales de menores proporciones. En suma, los monopolios y oligopolios ejercen el rol de capitales reguladores y los precios que imponen, son precios reguladores. Eso significa que el resto de los capitales tienen que intentar acercarse lo que más puedan, a la composición media de los capitales de los monopolios y oligopolios, para que sus ganancias no sean menores en comparación con lo que fijan los precios reguladores.

Lo genuino es que las oscilaciones entre competencia y monopolio, entre intervensionismo estatal y libre mercado, entre Estado capitalista e inversor, y entre la clara hegemonía de los capitales privados, indican que en realidad, la comuna burguesa es inestable y con fuertes desequilibrios. Las crisis (que son propias del capitalismo y no de otros modos de producción), son el ejemplo que patentiza lo que acabamos de subrayar. En consecuencia, bien podría comprenderse que la formación de monopolios y de oligopolios es una estrategia para inducir “focos” de orden que amortigüen la turbulencia del sistema.

El monopolio engendraría la competencia, por el hecho de que tornaría factible que los torbellinos que sacuden el mercado, no sean tan agudos que la competencia se hiciera virtualmente imposible. Así como el Estado intenta regular el capitalismo en las fronteras nacionales y por eso todavía es necesario, en paralelo, los monopolios y oligopolios afloran para normar la sociedad burguesa, en el terreno del mercado y de la competencia.

Palabras aparte merece la cuestión de si la norma del valor continúa funcionando en el capitalismo. La respuesta es que para el que fue atacado por los postmodernos y los posestructuralistas, la ley del valor sigue en curso y no, de manera dialéctica. Uno de los tantos aspectos que certifican lo que acabamos de pincelar en aguafuertes y aforismos, es que la paga de los improductivos no se cincela sólo por la regla valor, sino por factores adicionales. El otro, es el gubiado en el tomo II de los Borradores: en tanto la sociedad burguesa se despliega científicotecnológicatécnicamente, se destila más y más tiempo libre y entonces, el tiempo de tarea deja de ser la escala en que es calibrada la producción. La ley del valor se diluye en la proporción en que se mantiene vigente, y se conserva funcionando, en la escala en que se disuelve.

III

Entrando en tema, digamos en primer término, que la estrecha alianza y hasta la “promiscuidad” entre poder político, grandes empresarios y medios de comunicación (en especial, informativos) es de tal magnitud, que es una de las evidencias para demostrar que el Estado, en tanto que “administrador” de los asuntos de las clases explotadoras para beneficio de ellas, es su propio “consorcio”. Chomsky, pensador anarquista norteamericano, es uno de los intelectuales más lúcidos, que explicitan que el papel de los mass media es la de una “ingeniería del ‘consenso’” por la cual se induce un vacío informativo en torno a cuestiones nucleares y que potencialmente, podrían importar a los habitantes de una región. Existe en consecuencia, una desinformación calculada y para evitar que las mayorías no acomodadas se movilicen por asuntos clave, dejándose gobernar.

Por descontado que el Estado es realmente en tales circunstancias, un Estado “nodriza” para las clases dominantes, en particular, para los sectores más enriquecidos. Por eso y en segundo lugar, el Estado “asistencialista” para las clases propietarias, financia y subsidia en la práctica, a tales segmentos sociales, en perjuicio de los postergados. “No existe” dinero para salud, educación, vivienda, trabajo, pero sí para absorber a cuenta del Estado, los pasivos de las empresas (eso fue lo que ocurrió con la Deuda Externa en Argentina). “No hay” fondos para jubilación y para subsidiar a los desocupados, pero sí para no cobrar a los grandes evasores fiscales que no pagan en impuestos, cantidades millonarias. Y la lista podría seguir, pero es suficiente para resaltar que el Estado es el consorcio de las clases dominantes. Empero, no es únicamente esto...

Si tenemos en perspectiva a las demás fracciones de los llamados “grupos hegemónicos”, el Estado es un “botín” en disputa entre varios sectores y no sólo por el lado de las clases propietarias. Los segmentos independientes privilegiados, la población inactiva destacada y los obreros improductivos acomodados, las élites, son facciones que pelean por una “porción” de la protección que ofrece el Estado “nodriza” (que es “benefactor” para los que más tienen y no existe para los marginados...). Por lo que todos los miembros de los “grupos dirigentes” están igual de interesados en arrancarle “prebendas” al Estado, no únicamente las clases propietarias.

El caso histórico de la época que Marx estudió, es el del golpe que dio Napoleón III en la Francia del siglo XIX. Los comentadores malsanos, como el pseudo marxista Alvin Gouldner, esgrimen que en “El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte”, el Estado no puede ser estudiado satisfactoriamente por el amigo de Engels, como Estado clasista, dado que él mismo releva una miríada de sectores que no son clases, que acaparan o intentan copar el Estado francés. Aunque no es factible ingresar en esta polémica, hay que puntuar que precisamente, lo que Marx subraya es que el Estado en disputa es requerido por múltiples fracciones de las clases dominantes y del resto de los componentes de los grupos hegemónicos. Es más, lo que revela es que Napoleón III se apoyó para acceder al gobierno vía golpe institucional, no sólo en el ejército sino en un porcentaje de los campesinos ricos, medios y pobres, id est:

1- en campesinos que son miembros de las clases propietarias (los campesinos ricos),

2- en los que integran los grupos subalternos y no son clases (campesinos medios y pobres),

3- y en los que componen las clases dominadas rurales (campesinos pobres jornaleros).

En resumidas cuentas, el Estado bonapartista del sobrino de Napoleón I, es un Estado solicitado por una miríada de segmentos de los grupos dirigentes y con la participación más o menos, pasiva de los campesinos en tanto base de “legitimidad” del gobierno político.

Sin embargo, cabe resaltar que esta respuesta se vuelve posible porque ahora tenemos a mano una teoría de los grupos y de sus luchas internas, que completa y enriquece la hipótesis de las clases, teoría que estaba en Marx (había que detentar la impostergable paciencia para explicitarla con lentitud...).

Continuando con las reflexiones, el marxista estructuralista y leninista francés Althusser, sostuvo que el Estado es un conglomerado de aparatos de Estado que se encargan de su legitimación y de su reproducción ideológica. Por eso, son aparatos ideológicos de Estado. A este planteo se le hicieron innumerables críticas, pero a nosotros nos surge acertada la idea.

Uno de los que desmadejaron al maestro de Balibar, es Pierre-Felix Bourdieu. En su artículo “Espíritus de Estado”, afirma que el Estado no es un conjunto de aparatos sino un campo peculiar con su tipo de capital en riesgo. Incluso, es un “armonizador” de los diferentes campos y de las desiguales especies de capital, de las que habla el sociólogo en lid.

La dialéctica compleja nos enseña que es probable que las dos perspectivas sean complementarias, por lo que sostendremos que el Estado es un conglomerado de aparatos ideológicos y a la par, un “amortiguador” de los conflictos entre esferas sociales distintas entre las que existen ciertas luchas (esquivamos la terminología de Bourdieu porque no la compartimos; no obstante, es imposible ofrecer las razones de la crítica –lo hicimos en años anteriores, cuando debíamos explanar su apuesta sociológica, hasta que su permanente citación al interior de los claustros, me agotó...).

El otro teórico que innova en la visión acerca de esa curiosa institución, es el marxista italiano Gramsci. Concibe al Estado que nace en la Edad Moderna europea y que sobrevive hasta nuestros días, como un instrumento para conseguir hegemonía, la cual significa una dominación de las clases propietarias con el consentimiento o la escasa resistencia, de las clases oprimidas.

Weber dice que es el monopolio de la fuerza al interior de un territorio, que se convirtió en legítima después de vastos conflictos. Aceptamos la caracterización.

Regis Debray sostiene que los mass media llegaron a tal poder de influencia, que convirtieron la política en espectáculo y al Estado en un Estado “seductor”, esto es, que acude a la manipulación de los medios de comunicación de masas, para legitimar su accionar. Empero, el Estado no guarda una “cara” tan “amable” para la mayoría de la población civil que compone los grupos dirigidos y las secciones más pobres de tales conjuntos. Según Wacquant, discípulo dilecto de Bourdieu, la histeria alimentada en torno a la inseguridad, ocasionó que el Estado deviniera en un verdadero organismo policial y carcelario, donde se incrementó el número de efectivos policiales y los sistemas de vigilancia contra los ciudadanos, en particular, si pertenecen a los grupos aludidos. El Estado se travistió de Estado policial...

El ahora devenido foucaultiano Giorgio Agamben, pincela que cada vez más, el gobierno político por decretos de “necesidad y urgencia”, sin el acuerdo popular y sin la venia de los poderes formales del Estado (como el Parlamento), conduce a que haya un permanente “estado de excepción” o un gobernar por “fuerza de ley”, fuera de la ley. Chomsky suma que el régimen de propiedad privada y de economía rapaz de mercado, ocasiona que el resto de los civiles que no son propietarios, no puedan interferir en la dinámica de una empresa, a pesar que ésta dañe el entorno y perjudique intereses sociales. Los capitalistas actúan casi como virtuales amos absolutos o déspotas, aunque atenten contra un porcentaje considerable de la población: éste es el caso con explotaciones mineras a “cielo abierto”, tales como las instaladas en ciertas regiones de la Argentina.

Mientras, el Estado auspicia esas actividades sumamente destructivas, mostrándose en ello, según los perfiles de un mecanismo para la expropiación de los poderes políticos de los grupos subalternos. A la carencia de un adecuado nivel de vida que les otorgue la posibilidad de un continuo enriquecimiento espiritual y a la falta de poder económico, en comparación con el ostensible poder ejercido por los conjuntos dirigentes, se agrega el cercenamiento de los poderes políticos de los grupos no acomodados. En consecuencia, el Estado, sea de “excepción” o no, es la garantía de que los conjuntos dirigidos sufran la doble tiranía de un poder económico que no son capaces de influir decisivamente y de un poder político “trasladado” en favor de los privilegiados.

Como si fuera poco lo anterior, se añade que las grandes multinacionales actúan como negocios que se apropian de recursos y riquezas que no pertenecen a sus territorios de origen, a través de la farsa de la “libertad” de comprar y vender: se instalan en los países que se ven obligados a aceptar la radicación de tales multinacionales, por presiones de sus gobiernos, y se llevan los recursos y las ganancias acrecidas, dejando devastación económica y ambiental donde se afincan, acorde a un agudo análisis efectuado por el cineasta “Pino” Solanas (que nos visitó en 3 de octubre de 2007 en el Anfiteatro “H 200” y que es un peronista nacionalista de izquierda, que acompañó la primera campaña presidencial de Menem –luego se distanció de él, criticándolo). F. i., las multinacionales norteamericanas, fusionadas o no con otras empresas y con sus nombres primigenios o alterados para darles un “barniz” autóctono, se apropian en los hechos y por el “simple” ejercicio del “comercio”, de recursos y tesoros que no pertenecen a los EEUU, pero que acaban por ser explotados como si estuvieran dentro de su espacio geopolítico. La radicación de tales oligopolios es otra forma de invadir a los países subalternos y de arrancarles lo que poseen, id est, es otro camino para convertirlos en cuasi colonias, sin la desventaja de un ejército de ocupación permanente; basta con el dinero, las “inversiones”, y la complicidad traidora de los gobernantes y del Estado. Cabe afirmar que el imperialismo actual es “multipolar” y en consecuencia, es ejercido por varias naciones imperialistas, aun cuando USA sea la “cabeza” visible.

Otros analistas como Pierre Salama, entienden que el Estado es la instancia que garantiza la reproducción del capital y su acumulación. Por ello, es que podemos sostener que ese aparato es miembro de las dos estructuraciones que enfocamos en el Capítulo VI.

Pero yendo hacia otros horizontes, modestamente imagino que los ojos de Marx están puestos en otro problema. En “La cuestión judía”, en “Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel” y en la “Crítica al Programa de Gotha”, el compañero de Engels es de la opinión que el Estado es un tercer poder que se escinde de los hombres. Incluso, es una tercera potencia o poder soberano que cristaliza o endurece. El Estado es el ejemplo borrascoso de estructuraciones incontroladas, pero que tendrían que ser dominables por sus creadores, los individuos mismos. Allende todo lo que se dijo acerca del Estado, éste debiera ser disuelto en una colectividad por elaborar, a causa de ser uno de los tantos “acorazamientos” que limitan a varones y mujeres.

La situación con el lexema “ideología” es más intrincada, por lo que tendremos que armarnos de paciencia.