LA ECONOMÍA DEL FIN DEL MUNDO
CONFIGURACIÓN, EVOLUCIÓN Y PERSPECTIVAS ECONÓMICAS DE TIERRA DEL FUEGO


Miguel A. Mastroscello

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9.6. Apuntes finales

La perspectiva histórica permite identificar una característica distintiva de la economía fueguina, que definen una gama de problemas cuya resolución será decisiva para el futuro devenir de los acontecimientos: se trata del rol preponderante que la sociedad ha asignado al Estado.

Quizá se trate de un legado histórico, debido al papel que el sector público desempeñó en el pasado a través del instituto penal de Ushuaia y de la actividad de la Armada y otras instituciones estatales, aunque también es posible que derive de las desventajas competitivas determinadas por la localización geográfica. Cualquiera sea el motivo, la acción gubernativa ha sido tradicionalmente visualizada por los pobladores de la provincia como un factor determinante para la asignación de recursos. Esta visión se acentuó con el flujo migratorio de los ochentas, en el Siglo pasado, y las débiles respuestas que por entonces podía brindar el mercado, en especial en materia de vivienda y de ciertos servicios esenciales.

Con el tiempo, ese protagonismo fue aumentando en forma casi exponencial por las prácticas de la dirigencia política, que llevaron a una hipertrofia del aparato estatal y obligaron al fisco a asumir responsabilidades que se encontraban por encima de sus posibilidades financieras. Que los diferentes elencos políticos que actuaron a partir de la provincialización hayan caído una y otra vez en esa conducta por supuestas razones de conveniencia electoral no puede menos que llamar la atención, al menos si se tienen en cuenta los resultados conseguidos: en todas las elecciones llevadas a cabo entre 1995 y 2007, las dificultades fiscales restaron de tal modo posibilidades a los candidatos oficialistas, que ninguno de ellos alcanzó el triunfo.

Al final de una secuencia de gobiernos que oscilaron entre distintas variantes del populismo y el clientelismo, el deterioro de las cuentas públicas resultaba ser de una magnitud catastrófica, según lo denunció al asumir su cargo la gobernadora Ríos. Llamativamente, su administración –que por cierto llegó al poder con un discurso que expresaba una marcada confianza en el papel predominante del Estado, lo que ratifica que un segmento importante de la comunidad comparte esa idea- nada hizo en el primer año de gestión para corregir el problema, que por lo tanto se ha agravado.

Esperar o, más aún, exigir “todo” del Estado, es entonces un sentimiento bastante generalizado que, sin embargo, parece destinado a confrontar en algún momento no muy lejano con una profunda e inocultable restricción financiera.

Otra expresión de esa suerte de optimismo estatista estructural se verifica también en sector empresarial, algunos de cuyos segmentos no parecen dotados en forma suficiente del animal spirit schumpeteriano que caracterizó, por ejemplo, a los “burgueses conquistadores” de fines del siglo XIX y a los inmigrantes italianos de mediados del XX. También en el ámbito de los negocios se suele esperar mucho (quizá demasiado) de un Estado al cual responder a todas las demandas le resulta cada vez más complejo.

Esto también tiene relación con la dependencia que la actividad productiva tiene respecto del régimen promocional de la ley 19.640, que no es otra cosa que una regulación estatal sobre la asignación de recursos. En este aspecto, cabe hacer una digresión acerca de la forma en que la industria fueguina se relaciona con la problemática económica y política provincial. Por un lado, es probable que los propietarios de las firmas fabriles hayan interpretado que la suerte de sus emprendimientos estaba determinada antes que por los acontecimientos del ámbito isleño, por lo que ocurría en los grandes centros urbanos y, en particular, en Buenos Aires. Ello es cierto en gran medida, no sólo porque la demanda por sus productos se concentra en aquellas ciudades, sino debido a que las decisiones de índole política que pueden afectarlas se toman, como vimos, en la Capital Federal. Quizá fue por esto que los industriales no sintieron la necesidad de tejer lazos con la comunidad local, limitando su relación con ella al desempeño de sus equipos gerenciales locales y casi exclusivamente por temas referidos a la propia actividad. De modo paralelo, y como esperable correlato de esta actitud, en la población en general no se generó una compenetración con el sector, como por ejemplo tienen los mendocinos con su industria vitivinícola o los cordobeses con la automotriz, todo lo cual puede ser considerado como una asignatura pendiente para ambas partes.

Pero esa debilidad del sentimiento de pertenencia no es exclusiva del sector empresario, ya que también se verifica en muchos segmentos de la población, cuya gran mayoría es inmigrante y, aunque reside en la isla desde hace varios años, mantiene intereses en sus lugares de origen. Una manifestación económica de ello es la alta propensión al consumo y el fuerte nivel de endeudamiento de las familias con el sistema bancario para financiar ese tipo de gastos, lo que como contrapartida marca una escasa tendencia al ahorro y a la inversión.

En torno a estos aspectos, además de los vinculados en forma directa a la producción, la inversión y el consumo, girará el debate sobre la organización de la economía provincial en el futuro cercano. Sería saludable que en esa discusión acerca de las reglas y los paradigmas que servirán de marco al devenir económico se involucren todos los sectores sociales, a fin de encontrar unos lineamientos básicos compartidos dentro de los cuales se ejerza el necesario disenso sobre los instrumentos a utilizar.

También será importante que la dirigencia política esté a la altura de tales circunstancias. Es indiscutible que en los últimos años, quienes tuvieron la responsabilidad de gobernar no sólo no lograron conciliar los objetivos de crecimiento económico con los de una sana y transparente administración fiscal, sino que además —a la luz de los resultados— carecieron del sentido de la oportunidad y el compromiso que en el pasado distinguieron, por ejemplo, a gobernantes como Campos o Eseverri. Pero dado que desde la plena vigencia del sistema democrático y del status provincial la sociedad fueguina en su conjunto tiene la potestad de elegir a sus representantes en el gobierno, es obvio que la responsabilidad por lo que habrá de ocurrir al respecto recaerá sobre cada uno de los habitantes de esa tierra que alguien decidió bautizar alguna vez como “el fin del mundo”.

Las ciudades

entierran sus raíces

cada vez más hondo,

pero se las ve efímeras, etéreas,

atentas a mudanzas

del viento,

de los sueños.

Los castores

cambian el curso

de los ríos.

Los turbales

cambian el curso

de los pasos.

Los hombres,

inmigrantes en su propia patria,

no tienen más caminos

para seguir huyendo;

el resto del mundo

queda tan lejos…

(Reynaldo Uribe)


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