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LAS SOMBRAS DE MARX

Edgardo Adrián López



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CAPÍTULO VII

PRIMERA PARTE

El “engostamiento” mecanicista de lo humano y de sus pliegues conlleva la acción de bucles causales persistentes. Pero dar(le) un rodeo a la compleja cuestión de la causalidad en el Materialismo Histórico, sin caer en posiciones standard (el determinismo del marxismo vulgar, la deconstrucción de la Presencia, las observaciones de los pensadores de los sistemas alejados del equilibrio –Morin, Balandier, etc.-, la crítica de los postmodernos, entre otras perspectivas), significaría “torcer”, curvar la noción misma de causa a fin de no dar lugar a una nueva metafísica. La idea de Derrida (1994) en referencia a que el escape, la huida de la filosofía, de su archidiscurso, sería un pensamiento que estaría más allá de oposiciones tales como “sensible/inteligible”, “presencia/ausencia” es un latir que demostró sus frutos. Sin embargo, la crítica implícita a la causalidad, que en ciertos escritos se torna palpable, descuida que es concebible una categoría de “causa”(1) que no esté involucrada en el logocentrismo de la mitología blanca. La “indecisión” de la Escuela de Franckfurt (desde Benjamin hasta Habermas) en relación con Marx, la conduce a una puesta entre paréntesis del “modelo” base-superestructura a partir de adjudicarle un esquema simplista (incluso, una astucia insuperable que, según Benjamin, le permite ganar todas las partidas). Por otro lado, los postestructuralistas, los postmodernos, los pensadores de la complejidad y ciertos marxólogos como Bettelheim, Wallerstein, Samir Amin, han apostado por la caducidad de Marx. Por estas celebraciones, la superestructura tardocapitalista da en cuanto hecho irreversible, la muerte de un espectro que todavía incomoda -lo cual habría que leer. Leer para conservar, inclinar, “elevar”/enseñar, superar y desviar un Marx que siempre fuese un otro que no quedase reducido a los efectos de sistema de la época. Indagar entonces, un Marx “curvado”, extraño, desde ángulos alejados de la contemporaneidad –diversa, fragmentaria, pero topicalizadora.

Ciertamente, uno de los tropos y semas que más se prestan a una colonización por el pro/grama casi indeconstruible de la metafísica es el de “causa”. Recordemos el estudio que efectúa Aristóteles: su clasificación de lo causal en “causa eficiente”, “causa material”, “causa formal” y “causa teleológica” es una cuadrícula que parece haber agotado las fuerzas menores del pensamiento. Es con el Engels del Anti-Dühring (1972: 28-30), con la física cuántica (Schrödinger 1985), con la teoría del caos y de los sistemas imbricados, con Althusser y Miller, cuando asoma, en medio de tanta belleza perdida, un pensamiento des/marcado en relación con la propia filosofía aristotélica. Si pudiésemos expresarlo en términos más o menos directos, diríamos que el estagirita postuló que la causalidad se regía por una especie de esquema “estímulo-respuesta”, en el que uno de los polos actúa como origen generativo y el otro, en tanto elemento pasivo, como algo que es creado o “consecuencia”. En última instancia no sólo irrumpe un corpus de mediaciones emparentado al Referente (causa y efecto advienen presentes en el orden del mundo), sino un mecanicismo-determinismo apenas diluido. Althusser (1993: 279-280) esgrime una hipótesis acerca de lo causal (luego comentada por Jameson – 1989: 30-31 -), que enuncia que el modo de producción es una causa resignificada por la superestructura. Entonces, esa causa se detecta por las estrategias de textualización, lo que implica un proceso de reconstrucción analítica, más que una mirada que atravesaría las mediaciones que opacan la emergencia de la base. Jameson agrega que la “basis” es una causa ausente que se percibe por sus efectos, en virtud de que es aquello de lo cual no se anhela saber: la lucha de clases es algo que las distintas sociedades escindidas en antagonismos recubrieron con discursos de “acción comunicativa”. La base actúa como lo Real, como lo que resiste a ser simbolizado; en esa medida, opera en tanto que causa. Sin embargo, aparte de que hay que intercalar distancia con respecto al encasillamiento de la base en modo de producción, también es factible afirmar que Freud adelantó otro “modelo” causal. La cuota de displacer que implica el diferimiento del deseo a través de la sublimación o, en general, del pensar, es mermada por la compensación aportada por ese rodeo que es el uso del lenguaje (1976 a; 1976 b). Esta compensación, que acontece en la risa o en la reflexión conforme a argumentos, lleva consigo una causalidad que no se deja sopesar por el esquema del estagirita.

La etiología del síntoma es igualmente otro sesgo de lo causal: en un sujeto histérico, la escena de seducción, que es primera en el tiempo, es convertida en un segundo acto a fin de disimular su rol de génesis del trauma. Ahora bien, la cuadrícula de Aristóteles puede resultar deconstruida reabsorbiendo su tipología, porque un simple rechazo la coloca en el “topoi” de un resto no pensado. Y, tal cual lo indica el fluir de la dialéctica, su supresión es obtenida por desplazamiento, inclinación, elevación, conservación y desvío: lo crítico tendrá aquí la capacidad de integrar los lexemas de la metafísica, pero dirigiendo el enmarañado paso de cruzar sus márgenes. Esta dinámica hará notable que insisten regímenes de causación que, en Marx, giran con otras velocidades.

Para exponerlos, empecemos por considerar las lecturas un tanto ortodoxas de los marxismos políticos de militancia autoritaria. Es conocido que los estudios de Trotski, Mao, Lenin (1973), Stalin (1970) han caído en un mecanicismo causal que, aunque objetado por algunos (Althusser, Gramsci, Goldmann, Henri Lefebvre, etc.), gravitó en la tradición crítica por sus filosofemas no desgranados. Los postmarxistas en general aprovecharon esa ingenuidad interpretativa, para descargar sus sentencias en un blanco muy sencillo de abatir. No obstante, si de alguna manera las asociaciones humanas regidas por formas de violencia se ven impelidas a cercenar la praxis e inteligencia simbólica, es en razón de que una esfera de lo colectivo (la base) entabla un juego de efectos que condicionan los hechos también en el universo de la superestructura. Esta causalidad, que es cuasi-mecanicista/determinista, se debe a que el obrero universal no administra, por vía de conexiones libres de dominio, sus propias condiciones para la continuidad en la historia (Jameson 1989: 22). Por ende, esa lógica es inaccesible y los hombres tienen que “aceptarla” en su crudeza sorda (nivel de la causa material y eficiente –Engels 1972: 292-). Empero, las sucesivas “capas” que integran la infraestructura y lo superestructural, motivan que tales “envolturas” funcionen en cuanto barreras que no permiten “visualizar” esa causa inabordable. Así, la causalidad ausente o estructural que sugieren Althusser (1998: ) y Jameson, no está “presente” dado que se encuentra mediada, “oculta” por mediaciones que, a pesar, explicitan su singularidad. Este nivel sería el de una “causa de la mediación”; nombre que elude el archivo inagotable del Falogocentrismo y sus avatares en la perspectiva estructuralista. Nos ubicamos por consiguiente, en el orden de la causa formal.

Los planos citados no dejan de acentuar que base y superestructura son ambientes de lo comunitario que, aun por la cisura que los enfrenta, están vinculados en una forma de economía, sociedad, historicidad y praxis. Pero esa “unión indivisible” es en sí una causa, ya que por estar ligadas es porque ambas se influyen. A raíz de esa “causalidad de ligamento” la base se constituye a modo de un subtexto (Jameson 1989: 29, 66-67) de los otros conjuntos institucionales y semióticos. A medida que nos percatamos de lo enunciado, no parece que el mutuo condicionarse de base y superestructura sea una reminiscencia del positivismo del siglo XIX: que los elementos de la base induzcan(2) cambios en lo superestructural, no es una traslación escolástica de una “esencia” que sería la explicación de las alteraciones del “accidente”. El ligamento insiste en ocasión de que los hombres no pueden disolverlo; en consecuencia, las dialécticas sociales son dialécticas de la causalidad. La interacción entre “basis” y superestructura es un elogio a las constricciones de lo posible. Los ambientes mencionados hacen gala de una “causalidad limitadora”, angustiante, torpe. Si la dialéctica enmohecida reproduce sin cesar el reino de la Necesidad, es violenta justamente en virtud de que la urgencia de lo inaplazable transfigura lo que aplasta a los individuos en una axiomática (Engels 1972: 295-296). Esta causalidad marcha sobre una dialéctica de la tragedia: “... todos nuestros ayeres han alumbrado ... el camino hacia el polvo de la muerte ... ¡La vida no es más que una sombra que pasa ...; un cuento que nada significa!” (Shakespeare 1997: 311).

NOTAS

(1) Lo que ficcionaremos es que Marx emplea el recurso de usar un “esquema causal”, no porque su teoría misma esté pulsada por la filosofía, sino porque anhela denunciar las causalidades cuasi/deterministas de las colectividades que existieron hasta el capitalismo. Con ello, tampoco su apuesta crítica es causalista dado que lo que el desmantelamiento de la Economía Política lleva adelante es la comprobación de que las asociaciones humanas, en contextos precisos, desarrollan una dialéctica causal entre base y superestructura, limitando la vida social a “retroacciones” incontrolables.

(2) Una de las objeciones que se expanden hasta el agobio en contra de dicha interacción aquitinada, es que el sociólogo polemizado no explicitó los “eslabones” intermedios que conducen la influencia de un ámbito al otro. Pero para una inquietud tan desatinada existe una respuesta “sencilla”: los supuestos “eslabones” deben descubrirse en el curso de la investigación, salvo que la teoría se aventure por el cosmos de las generalidades incontrastables. No obstante, es viable sostener que para algunos condicionamientos la pregunta por las mediaciones es inoportuna: por ejemplo, en contextos en donde el Estado está capturado por las “clases ideológicas” que componen los obreros improductivos superiores con vocación legitimatoria (f. e., políticos con rutina de empresarios), la dependencia de ese complejo de aparatos con respecto a la base es más que evidente.


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