ADMINISTRACIÓN FINANCIERA II

ADMINISTRACI?N FINANCIERA II

Jesús Dacio Villarreal Samaniego

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Cálculo de los Flujos de Efectivo

Los flujos de efectivo asociados con un proyecto de inversión se pueden clasificar en tres categorías: (1) la inversión inicial, o desembolso preliminar, que se requiere para emprender el proyecto, (2) los flujos de efectivo operativos que genera el proyecto a lo largo de su vida y (3) los flujos de efectivo no operativos a lo largo de la vida del proyecto y al terminar su vida. También es necesario apuntar que la forma en la que se calculan las diferentes categorías de flujos de efectivo es un tanto distinta para los proyectos de expansión y los de reemplazo. En las secciones siguientes se estudiarán las diferentes categorías para uno y otro tipo de proyecto. Sin embargo, antes de abundar sobre puntos específicos, empezaremos la discusión sobre los flujos de efectivo con un componente muy importante en su cálculo: la depreciación.

Tratamiento de la Depreciación

Sin duda alguna, el desgaste de los activos por su uso y por el transcurso del tiempo es un hecho que debe ser considerado al evaluar un proyecto de inversión. La depreciación busca reflejar este hecho. Sin embargo, desde un punto de vista contable, la forma en la que esta consideración distorsiona el cálculo de los flujos de efectivo. Contablemente, la deducción anual de la depreciación obedece al “principio del periodo contable”, uno de los principios de contabilidad generalmente aceptados . Este principio indica que la depreciación debe considerarse como un gasto por el uso de los activos durante un periodo particular (frecuentemente un año).

La depreciación es un “gasto” contable, pero en realidad no es una salida real de dinero para la empresa. A diferencia de, por ejemplo, los pagos a los proveedores de mercancía, los salarios pagados a los empleados o los impuestos liquidados al gobierno que sí implican desembolsos de efectivo, la depreciación es solamente un gasto “virtual”. El desembolso real de efectivo por el activo ocurre al momento en el que este es comprado, no en el momento y en la medida en la que se usa.

Entonces ¿se debe o no considerar la depreciación para el cálculo de los flujos de efectivo? Aunque la depreciación no es un flujo de efectivo sí permite disminuir los ingresos gravables de impuestos, lo que implica que proporciona un “escudo fiscal”; es decir, permite reducir los impuestos que se deben pagar, como se muestra en el ejemplo del Cuadro 2–2. En este ejemplo, se supone que la empresa tiene una Utilidad Antes de Depreciación e Impuestos (UADI) de $1,000,000; que no se tienen deudas que generen intereses y que la tasa de impuestos sobre ingresos a la que está sujeta la empresa es del 40 por ciento y que la depreciación es de $500,000.

El Cuadro 1–2 nos presenta dos escenarios diferentes para una misma empresa. En el primer escenario –que es el que ocurre en México y en otros muchos países– es posible deducir la depreciación como un gasto para la empresa. En el segundo entorno no se deduce la depreciación del ingreso –ni se considera en alguna otra forma–, sencillamente se omite. En el primer escenario la utilidad después de impuestos de la empresa es de $300,000 y en el segundo es exactamente el doble, $600,000.

En una primera instancia se podría pensar que la empresa estaría mejor si no se dedujera la depreciación del ingreso gravable. Recuérdese, sin embargo, que la depreciación no es un gasto auténtico. El flujo real de efectivo de la empresa (el dinero que verdaderamente tiene en su poder) resultaría de sumar la utilidad después de impuestos más la depreciación, puesto que esta no es un desembolso auténtico. Esto significa que el flujo de efectivo en el primer caso sería de $800,000 ($300,000 + $500,000). En el segundo caso, como la depreciación no se consideró para fines fiscales tampoco tendría que considerarse para fines del cálculo del flujo de efectivo, por lo que el flujo de efectivo en estas circunstancias sería de $600,000, igual a la utilidad después de impuestos. La diferencia de $200,000 entre el primero y el segundo escenario es, precisamente, el escudo fiscal de la depreciación: