NOTAS SOBRE GLOBALIZACIÓN

NOTAS SOBRE GLOBALIZACI?N

Galo Viteri Díaz

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CAPITULO IX. GLOBALIZACIÓN Y CULTURA

La globalización incide profundamente en la cultura, de ahí la necesidad de plantear algunas reflexiones y elementos para comprender su problemática.

A este efecto, resulta válido definir el término “cultura”. Para Vargas-Hernández(114) cultura es: “Conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o grupo social en un periodo determinado. El término cultura engloba además modos de vida, ceremonias, arte, invenciones, tecnología, sistemas de valores, derechos fundamentales del ser humano, tradiciones y creencias. A través de la cultura se expresa el hombre, toma conciencia de sí mismo, cuestiona sus relaciones, busca nuevos significados y crea obras que le trascienden”.

Por su parte, García(115) entiende a la globalización cultural “como el pasaje de identidades culturales tradicionales y modernas, de base territorial, a otras modernas y postmodernas, de carácter transterritorial”. En este sentido, Moneta(116) afirma que las identidades culturales de la globalización no se estructuran desde la lógica de los Estados-naciones, sino de los mercados; en consecuencia, no se sustentan, en lo esencial, en comunicaciones orales y escritas, sino que operan a través de la producción industrial de la cultura, su comunicación tecnológica y el consumo diferido y segmentado de los bienes. La globalización de la cultura origina un conjunto de fenómenos que cambian los procesos de las sociedades nacionales y su política externa en varios aspectos: en la conceptualización de la globalización; en la construcción de la identidad nacional y la capacidad de respuesta societal al impacto de la globalización; en el perfil del ciudadano y en las nuevas políticas culturales.

Bernal-Meza(117) sostiene que la globalización guarda en su seno vertientes de homogeneización y de heterogeneidad cultural. Aquellos que consideran que los mayores efectos sobre el sistema mundial son de homogeneización destacan la trascendencia de la globalización económica, a partir de la acción de las empresas transnacionales y de la política bilateral y multilateral de los países industrializados, como fuentes emisoras de mensajes relacionados al consumo y a la cultura de mercado, en tanto, aquellos que argumentan a favor de efectos diferenciados y heterogéneos enfatizan dinámicas de apropiación y modificación del mensaje y de sus símbolos, en los niveles nacionales y subnacionales. De esta manera, la globalización también es un proceso de flujo, un movimiento, en que personas y comunidades anteriormente separadas o vinculadas levemente son impulsadas a juntarse, favoreciendo la emergencia de nuevas formas sociales y culturales, una mayor interdependencia económica a escala mundial, una mayor movilidad de ideas e individuos en el interior de un espacio que se ha vuelto universal. Así, la globalización no sería ni buena ni mala en sí misma, toda vez que no indicaría la dirección específica del proceso. Entonces, es natural que ella despierte, en el campo de la cultura entusiasmo, entre aquellos que suponen que se incrementa y enriquece la difusión de ideas y valores universales (democracia, derechos humanos, protección del medio ambiente, etc.), como igualmente despierte temores entre aquellos que imaginan que al provocarse una erosión del espacio primario en que se regulan las relaciones sociales, se construyen las identidades culturales y se cimentan las solidaridades, desaparezca la articulación entre lo nacional, lo internacional y lo transnacional. Donde se pierda la particularidad y la diversidad, en beneficio de lo homogéneo y uniforme, proceso impulsado justamente por la uniformación y similitud de las pautas y hábitos de consumo, basadas en los nuevos sistemas de ideas y valores que esta globalización implica y que significan una reproducción e imposición de aspectos de la cultura occidental, que se van imponiendo sobre lo autóctono, lo local, lo nacional y lo regional.

En este contexto, considera tres tendencias que caracterizarían el impacto de la globalización sobre la cultura: i) predominio de las industrias culturales sobre las formas tradicionales (locales, nacionales, regionales) de producción y circulación de la cultura, tanto ilustrada como popular; ii) aumento de la cultura de consumo privado y de carácter domiciliario (radio, TV, video, internet); y, iii) modificación en los patrones de consumo más masivo, en los cuales, como resultado de la transferencia de responsabilidades desde el Estado a las empresas privadas (nacionales y multinacionales) tanto en la producción como en el financiamiento, preservación y difusión de los bienes culturales, se están originando transformaciones en el contenido y mensaje de los mismos.

Ferreira(118), profundiza sobre lo expuesto manifestando que la cultura transnacional, penetrando a través del tejido social, condiciona el comportamiento de las sociedades en una dirección homogeneizadora en términos de consumo cultural. Los efectos de la programación masiva centralizada en las culturas locales están conduciendo a la sobreposición de distintas culturas, diferentes realidades, de cantidades no asimilables de información disponibles en los sistemas de comunicación.

Anota que el referido fenómeno está transformando las concepciones de vida y las culturas de los pueblos, básicamente aquellas poblaciones de regiones dependientes, mismas que por falta de opción se hallan más expuestas a los efectos del sistema globalizador, siendo este el caso de las poblaciones latinoamericanas. La influencia del carácter transnacional de la comunicación, adquirido a través de la reorganización electrónica de la información, está cambiando no solamente las concepciones de vida, sino también los valores éticos, estéticos, artísticos y religiosos de las poblaciones anteriormente restrictas a una localidad particular, con una identidad cultural propia y bien definida que se manifestaba en su cotidianidad.

Wagner(119), por su parte, señala que la globalización trae consigo una difusión de valores y patrones culturales que tienden a imponerse como estándares a nivel mundial. Las identidades culturales no son estructuradas desde la lógica de los Estados-naciones sino de los mercados en los que opera la producción industrial de la cultura, su comunicación tecnológica y el consumo diferido y segmentado de bienes. En otras palabras, las identidades culturales de base territorial son reemplazadas por las de base transterritorial.

Indica que esto genera reacciones. Una reacción es aquella de quienes buscan una reafirmación impositiva de los núcleos culturales de carácter endógeno, que se traduce en la reaparición de nacionalismos, autoritarismo y violencia. Pero igualmente existe una corriente, afirmada cada vez más, que dice relación con la realización de esfuerzos para compatibilizar la base cultural nacional, siempre diversa, con las limitaciones de recursos económicos, las exigencias de la competitividad en la economía globalizada y las expectativas de un desarrollo con equidad social.

Otra información al respecto(120), anota que el proceso globalizador profundiza en la minusvaloración de los valores culturales y sociales de las diferentes comunidades del planeta. Los Estados-nación generaban un proceso de homogeneización cultural y reprimían en la mayoría de los casos la diversidad de las distintas comunidades, pero el nuevo modelo destruye la diversidad desde la base, eliminando el espacio geopolítico donde perviven las identidades culturales. Situación que es compartida por Ruhlemann(121), quien indica que en la actualidad la identidad cultural de los distintos pueblos es motivo de homogenización o generalización de acuerdo a determinadas pautas comunes en marcha hacia una cultura estandarizada; proceso que es auspiciado por los poderes generadores de necesidades nuevas de consumo, que manejan a la vez tanto los medios de comunicación social como la producción ofrecida.

Romero(122), por su parte, argumenta que la globalización ha afectado, para bien o para mal, las culturas dependientes que de manera lenta pero sostenida van perdiendo su identidad, al asumir patrones de comportamiento sociocultural a imagen y semejanza de los países más desarrollados; al mismo tiempo, el resurgimiento de los nacionalismos y la lucha por el afianzamiento de los valores locales, así como la globalización de los canales de comunicación planetaria, producen oportunidades nuevas para la internacionalización de culturas anteriormente ignoradas.

Calderón(123), sostiene que la globalización en el campo de la cultura ha implicado la extensión de la industria y el mercado culturales, lo cual impulsaría, al menos inicialmente, una tendencia hacia la homogeneización de bienes simbólicos, gustos y aspiraciones de consumo, pero igualmente una contratendencia hacia la segmentación de mercados, donde la apropiación de esos bienes se efectúa desde la particularidad de las sociedades que se resisten, con mayor o menor éxito, a ser dominadas por una única racionalidad mercantil-consumista. De otro lado, la globalización ha permitido una cierta conciencia de la diversidad cultural mediante los medios de comunicación masivos. La contracara de esos procesos es el acceso desigual a los mercados culturales, expresado tanto en la generación de una distancia irresoluble entre aspiraciones de consumo y la imposibilidad de alcanzarlo.

Indica que la globalización cultural constituye una dinámica clave de transformación de los patrones de sociabilidad. La emergencia de una sociedad de redes crecientemente informatizada tiende a desintegrar los mecanismos nacionales de control y cohesión social. En forma tendencial los ciudadanos están perdiendo el control sobre sus vidas, sus economías, su cultura y sus gobiernos.

Dice que la fuerza persuasiva de la globalización de la cultura, vinculada con una expansión del mercado y la industria cultural, tiende a integrar simbólicamente a las sociedades. De esta manera redefine las construcciones culturales nacionales, homogeneizando y segmentando mercados. El flujo de imágenes, sonidos y mensajes creados por los nuevos medios torna evidente el rol que desempeña la comunicación social en la vida cotidiana. Dado que la internacionalización simbólica es definida en el centro, limita la autodeterminación cultural de los otros ciudadanos; sometiendo, por otro lado, a las culturas de la periferia a un bombardeo brutal nunca antes visto. Pareciera que ahora se instituye una convivencia entre un cosmopolitismo globalizante y un localismo vernacular.

Waters(124) distingue los siguientes fenómenos de la globalización en el ámbito de la cultura: los que han relativizado el papel de las religiones en la vida social, pero que han alentado por otro lado el “fundamentalismo” religioso; el incremento del cosmopolitismo, pero asimismo del nacionalismo y el racismo en ciertos grupos minoritarios; patrones mundiales de consumo y estilos de vida, al tiempo que dicho consumo se traslada de las cosas materiales a las “inmateriales”, como los servicios; la distribución mundial de imágenes e informaciones en gran escala acompañada de la desaparición de fronteras y regiones para su producción y consumo; y, la universalización del turismo por causa de placer y de negocios y paralelamente formas nuevas de turismo que contradicen al masivo tradicional.

Matsuura(125) destaca que el campo tal vez más sensible a los efectos de la globalización es el relativo a la cultura. La globalización sin lugar a dudas es un medio poderoso de acercar a la gente entre sí. Sin embargo, por ello no debe conducir a una uniformidad cultural mundial o a la hegemonía de una o más culturas sobre todas las demás. Por el contrario, debe alentar el pluralismo con miras al diálogo y al mutuo enriquecimiento.

Señala que las repercusiones de la globalización en el comercio no dejan de tener consecuencias para el diálogo intercultural. El entablar un diálogo genuino requiere una circulación equitativa y multidireccional de bienes y servicios culturales de numerosos y diferentes orígenes. De ninguna manera es aceptable que la mayor parte de la humanidad se vea confinada al simple consumo de productos culturales importados. Las reglas del comercio internacional deben facilitar la creación de espacios en que los habitantes del planeta puedan crear y expresarse mediante los bienes y servicios culturales, ejerciendo una elección verdadera respecto a lo que desean adquirir y hacerlo en condiciones de justicia y equidad. Sobre el particular, las culturas de los países del Sur por supuesto son las más vulnerables. Su identidad específica, sus referencias simbólicas y los bienes culturales puestos a disposición de sus ciudadanos se encuentran en manos del comercio y la tecnología.

Indica que la diversidad cultural significa tener la capacidad de producir y difundir una gama amplia de bienes culturales de alta calidad, poniendo de relieve también el sentido de la identidad como fuente de creatividad y de cultura viva. El reconocimiento de la diversidad cultural mundial, que abarca tradiciones, valores y relaciones simbólicas, conducirá no solamente a aceptar y apreciar mejor las culturas ajenas, sino también a poner de manifiesto la historia de los contactos interculturales, con sus préstamos y contribuciones recíprocas. Este sentimiento común de pertenencia, aunque pluralista, igualmente facilitará la lucha contra la ignorancia y la incomprensión mutuas, reforzando de esta manera los valores fundamentales de la democracia, la justicia y los derechos humanos.

Finalmente, Vargas-Hernández(126) afirma: “… en una cultura global se pierde todo el sentido de comunidad solo se buscan los intereses comerciales y de expansión de poder unilaterales enajenando con ello a las comunidades más pobres y realmente afectando su forma de vivir”.