¿QUÉ ES EL CAPITALISMO? MESOECONOMÍA: EL ANÁLISIS DE LA MESOESTRUCTURA ECONÓMICA

¿QUÉ ES EL CAPITALISMO? MESOECONOMÍA: EL ANÁLISIS DE LA MESOESTRUCTURA ECONÓMICA

Coordinador: Jorge Isauro Rionda Ramírez

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El nuevo orden laboral

En 1791, la Ley Le Chapelier abolió el régimen corporativo, prohibió el derecho de asociación y proclamó la libertad de trabajo; en el Código Civil napoleónico de 1804 se plasmaron los principios del individualismo jurídico, y el contrato cobró fuerza de ley entre las partes. El Código napoleónico otorgó absoluta libertad de trabajo y de acción para buscar la propia utilidad sin consideración del bien común. Mientras el Código Penal prohibió las huelgas y los sindicatos, se acató la legislación romana en cuanto a considerar el trabajo como cosa, de tal modo que “unos pocos artículos del arrendamiento de obra y de servicios terminan de poner a los artesanos a merced de los patrones”.

La disolución gremial liberó compromisos y ataduras jerárquicas de los artesanos. Pero esta emancipación se hizo a costa de una nueva atadura: la del mercado. El asalariado trabajaría ahora por un contrato que firma de libre acuerdo con el propietario del capital, pero son las presiones del mercado y la amenaza de la desocupación los factores a los que se hallará sujeto. Ante esta nueva amenaza, la tendencia natural y espontánea de los obreros fabriles fue, ya a comienzos del siglo pasado, organizarse en sindicatos. Pero también fue tendencia natural del capital promover una legislación que proscribiera la organización de trabajadores.

El obrero tenía entonces libertad de contratación, pero también, se veía forzado por la complejidad creciente de la producción a vender su trabajo en el mercado para ganarse la vida.

El gradual proceso de subordinación del trabajo a los designios del capital se consolidó en el curso del siglo pasado con el afianzamiento de la técnica de producción de maquinarias mediante maquinarias. Esta fase de automatización en la Revolución Industrial procuraba, además de la reducción de los costos, separar a los trabajadores del proceso de producción, manteniendo un régimen implacable de trabajo. De modo que las promesas de liberación del trabajo se vieron contrastadas con realidades laborales extenuantes. (Hopenhayn, M. 2000). Las jornadas de trabajo llegaban hasta dieciséis horas, tanto como para hombres como para mujeres, y doce para los niños, aun menores de nueve años. Los salarios eran tan bajos que, la mayoría de las veces, solo permitían como máximo la estricta supervivencia del obrero.

Los centros industriales y urbanos crecieron tan rápidamente que no se pudieron adaptar oportunamente a las nuevas condiciones. Se formaron barrios obreros en los cuales faltaban las más indispensables condiciones higiénicas. Los pobres tenían que vivir hacinados en conventillos miserables, allí se producían frecuentes epidemias de tifus, cólera y tuberculosis, y todo tipo de enfermedades infecciosas que hacían estragos sobre los obreros. En las zonas mineras las condiciones de vida eran particularmente indignas.

A raíz de la explosión demográfica y de la gran afluencia de gente del campo a la ciudad había un gran número de personas en busca de trabajo. Como consecuencia de la gran oferta de la mano de obra, los salarios bajaron de tal manera que una familia solo se podía mantener si trabajaban también la mujer y los niños, ello hizo aumentar a su vez la mano de obra.

Los valores humanistas del Renacimiento y el sentido trascendente del trabajo en la doctrina calvinista y luterana fueron rebasados por un orden socio-económico regido por la antropología individualista posesiva de Hobbes y de Locke, por una concepción laica del progreso exaltada por los enciclopedistas franceses: el progreso como un bien en sí mismo, por la prioridad utilitaria de la producción en gran escala, y por la reglamentación impersonal del contrato de trabajo. La mecanización del trabajo, el riguroso control impuesto sobre él en las fábricas y el valor asignado a la eficacia y a la reducción de los costos convirtieron al trabajador en un factor de producción que se adquiere en el mercado a cambio de dinero y si es posible, a bajo precio.

La abolición de los gremios por pronunciamiento legal, en Francia en 1776 y 1791, en Inglaterra en 1814 y 1835, y luego en Alemania y en otros países europeos, produjo un cambio drástico en la asociación entre los hombres que trabajan en tareas similares. Por último, “la teoría individualista en la que la abolición de los gremios se justificó, negó la legitimidad de los antiguos usos entre los hombres. La temprana aparición del sindicato, a pesar de la Oposición legal de su supervivencia frente a numerosos obstáculos, reafirmó una experiencia tan antigua como el tiempo, la fusión moral de hombres asociados físicamente en el trabajo.

Al disolverse el orden artesanal, se desvaneció también el horizonte de referencia con que el trabajador urbano podía sentir que su existencia productiva estaba dotada de sentido. El trabajo fabril, de libre contrato, sustrajo al asalariado el control sobre el proceso productivo y la posesión de las herramientas de trabajo; y arrojó al trabajador a un mundo anónimo en el cual trabaja para incrementar utilidades de personas que no conoce. La tendencia espontánea a agruparse y organizarse en sindicatos nace de la necesidad de recuperar ese horizonte perdido dentro de un medio totalmente nuevo y que escapa del control de quienes lo trabajan. El sindicalismo surge como, una reacción contra la atomización social, por una parte, y el divorcio del propietario y el trabajador de su función histórica como agentes morales en la industria, por la otra.

Los trabajadores fabriles se agruparon en sindicatos motivados por un doble interés:

La supervivencia (de carácter inmediato): la fuerza colectiva del sindicato permitía negociar con el capital en términos menos desventajosos, y presionar por mejores remuneraciones y condiciones de trabajo.

La identidad (de orden mediato): la organización colectiva del sindicato ha sido siempre un vínculo de reconocimiento, una relación de significación y de identificación, y una forma de tener mayor control sobre la propia vida. El sindicato es la desatomización de los pares. Promueve la identidad productiva que el trabajo fabril tiende a disolver en funciones anónimas.

Las características principales de este modo de producción fueron las siguientes:

- El control del uso de las obras hidráulicas por parte del Estado, era la base de la dominación de una minoría o clase por encima de las comunidades.

- El Estado obtenía tributos y trabajos de las comunidades: es por ello que se da una extracción de excedentes en beneficio del Estado, que seria una forma de explotación entre dos organizaciones sociales: el Estado y la comunidad, en un trabajo un territorio y de manera colectiva.

- En el interior de las comunidades no hay intercambio de bienes, tampoco entre comunidades. El intercambio se da entre la comunidad y el Estado: una ofrece tributos y trabajo y el otro a cambio da el servicio hidráulico.

- El Estado, al apropiarse de los excedentes, evitaba que en las comunidades se diera el surgimiento de una Minoría o grupo que se apropiara de la riqueza interna. Sin embargo, la riqueza que era atraída por el Estado éste permitía a sus Reyes vivir con gran lujo, junto con su corte de militares, sacerdotes, ingenieros y administradores.

- El poder se ejercía de acuerdo al derecho y gusto del Rey, quien no tenía ningún limite legal o moral. La voluntad del Rey y su familia era norma y ley, este poder se fundaba en el uso de la fuerza y en el terror.