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TEMAS

Francisco Javier Contreras Horta

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QUINCEAÑERA

Ella se levantó temprano pensando en la llegada de él. Se empezó a arreglar, imaginando que él la veía hacerlo. Aunque tendría que hacerse cargo de las tareas de la casa, se arregló para que si él llegaba temprano, la encontrara preparada: con una sonrisa en los labios y con una flor en sus cabellos; como ella creía que a él le gustaría verla. Se puso a hacer su cama imaginando que él estaba ahí, suponiendo que ya había llegado y que le platicaba los planes que tenía para los dos: los prados donde caminarían, las flores que cortarían, las frases que se dirían.

Ella imaginaba que le platicaba sobre el zapato que se le rompió ayer, sobre la canción que oyó en la radio, sobre lo que tenía pensado hacer por la tarde y que modificaría ahora que él estaba aquí. Era tanto su gozo por verlo, que no le importaría modificar los planes cuanto fuese necesario.

Desayunó cualquier cosa, que ahora eso de comer carecía de importancia; y se puso a hacer sus deberes de buen talante. Soñaba con el ansiado encuentro y veía como real que éste ya se había realizado. El día se le fue jugueteando con la idea de que él ya estaba ahí, que andaba por algún lugar atareado en cualquier cosa de hombres. Creía que se arreglaba para él. ¡Soñaba que todo lo hacía pensando en los dos! Y canturreó y canturreó; acariciando las flores, sintiendo que más que un deber, hacía una agradabilísima actividad que la realizaba como persona.

Y el día se le fue en un santiamén, y antes de lo que nos dimos cuenta, ya era por la tarde. Ella se apresuró a asearse, y se puso su flor en el pelo, para que él la viera con ese arreglo que tan bien le iba. Se puso su mejor vestido y limpió muy bien sus zapatillas. Y se arregló y se arregló, y se asomó a la puerta. Antes de abrirla se volvió a dar una retocada en el vidrio de la vitrina. Y se asomó... pero él no estaba ahí.

Se sobrepuso y se dijo que no tardaría, que en breve lo vería doblar la esquina. Que caminaría sonriente y despreocupado como ella siempre creyó que llegaría. Se felicitó un poco por la idea de que la tardanza le permitiría asegurarse de que su vestido le sentara bien; y por eso fue apresuradamente al espejo, y se volvió a asegurar que se veía bien... que él la vería bien.

Y volvió a la puerta y esperó. Y vio aparecer las estrellas. Y las fue contando una por una, diciéndose que lo hacía para platicarle a él, cuantas le habían ganado a aparecer. Luego nació la luna. Bella y sonriente como todas las lunas de los últimos tiempos. Bella, como la primera noche que salió a esperarlo, y se dio cuenta de que la luna era bella. Era una luna semejante a aquella luna, que vio aquel día, cuando vio que la luna tenía un algo que la hacía diferente a las otras lunas.

Y platicó con ella... como todas esas noches, desde aquella noche. Y le dijo a quién estaba esperando... como se lo platicaba siempre. Y le volvió a decir, por enésima vez, cómo era aquél a quien esperaba; y cómo creía que sería su apariencia. Y agradeció al viento fresco de la noche el que le peinara sus cabellos, como ella soñaba que lo haría él... cuando llegara. Y cerró la puerta con el agridulce en el corazón: triste por que él no había llegado, pero esperanzada ante la certeza de que, ahora sí, mañana vendría: sonriente y campante como siempre lo había imaginado... y ahora sí lo conocería.


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