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TEMAS

Francisco Javier Contreras Horta

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LA SABIDURÍA I

La verdad está flotando en el ambiente; está en el aire, en las cosas, en las gentes, en las intenciones; en la presencia y en el olvido; en el amor y en el odio. Algunos la encuentran a cada paso y otros la buscan afanosamente durante toda su vida sin que parezca que la encontrarán nunca. No es que para unos esté y para otros no exista. No es que tenga la dualidad de ser y no ser a un mismo tiempo.

El encontrarla o no, radica en la capacidad personal para ver lo que no se puede ver con los ojos, para oír lo que no se puede oír con los oídos; para tocar lo que no se puede tocar con las manos. El encontrarla radica en ser capaz de encontrarse a sí mismo como principio. Entender nuestra razón de ser: nuestro por qué y para qué.

La capacidad de encontrarla, verla y poseerla, es la sabiduría. El primer requisito para tener la sabiduría es desearla. Desearla intensamente, como náufrago, como cuestión de vida o muerte, con ardor, con ahínco, con toda la fuerza del ser.

Después hay que combinar el desesperante deseo de encontrarla con la seguridad de que no se le ha hallado. El irresistible deseo de poseerla, con la desesperante certeza de que jamás se dará con ella.

Luego hay que ver si se ha rendido y asomarse a los rincones, a los botes de basura, a las hileras de carros, a los montones de gente, a las puestas de sol, al cantar de un arroyo, al arrullo de una ave; a un discurso político, a la oblación de un poeta; a lo sublime y a lo vil, a lo grande y a lo pequeño, a la abundancia y a la miseria, a la paz y a la guerra.

Ir atando cabos aquí y allá, encontrando las piezas desperdigadas de un rompecabezas interminable; teniendo cada vez la certeza de que algún día se terminará de llenar; encontrando a cada paso, sorpresas inesperadas y bellísimas impresiones que difícilmente se puedan transmitir con palabras o representar con imágenes. Es ir encontrando belleza en la fealdad, paz en la guerra, serenidad en la tormenta, gozo en el suplicio.

LA SABIDURÍA II

La sabiduría no se puede transmitir: jamás se encontrarían las palabras adecuadas para ello. Con seguridad sólo confundiría a sus oyentes quien tal cosa intentara. Porque es un todo infinito para el que las palabras o las ideas no alcanzan. No se puede con unos granos de arena dar una idea de la magnificencia del universo.

La sabiduría es tal que sola se da a quien ella sabe que le busca. Pero el hombre tiene que luchar contra ella y rendirla. No se da la cosecha al primer intento. Para que un agricultor vea su granero lleno, debe antes pasar afanes sin cuento. Para que un minero pueda sacar un filón de oro macizo, antes tendrá que arañar las entrañas de la tierra, con las uñas si es preciso.

No se aprende la sabiduría; si así fuera, entonces se podría enseñar. Ella está rodeándonos, intentando comunicarse con nosotros, deseando compartirse y multiplicarse en los demás. Todos intuimos su presencia, pero no todos queremos comprometernos en asociarnos con ella.

La primera manifestación de la sabiduría se encuentra en la justicia. Abrimos nuestras puertas a la razón en la medida en que defendemos la justicia.

Todos creemos ser justos, pero lo somos en la medida en que somos capaces de ponernos en la balanza en igualdad de circunstancias con el otro. En la medida en que aunque deseáramos hacerlo, no podríamos cometer injusticias; ni la más pequeña, ni la más grande; ni al más amado, ni al más aborrecible.

La única forma de llamar a la sabiduría, es intentando por todos los medios a nuestro alcance ser justos.

Sólo puede pensar en que es justo el que es capaz de ponerse en el lugar del otro, y lo será en la medida en que se identifique con las motivaciones de su prójimo. Sólo el que sea capaz de vivir la vida de su semejante o cuando menos comprenderla al grado de decir de sus actos: "Yo haría lo mismo que él si estuviera en su lugar", sólo éste está abriendo las puertas de su corazón para que la sabiduría anide en él... Y cuando piensa así de su enemigo, entonces, y sólo entonces; la sabiduría y él son una misma cosa.


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