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TEMAS

Francisco Javier Contreras Horta

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LA PRÓXIMA GUERRA

¿Se ha puesto usted a pensar en, cuándo será la próxima guerra que veremos entre nosotros?

De seguro que dirá, que no, que qué bah, que qué esperanzas, que aquí todo es paz y progreso, y así por el estilo. Y le recordaré una cosa: en nuestro país, el 16 de septiembre de 1910, cuando se celebraban las Fiestas del Centenario de la independencia de la nación, nadie hubiera dicho que dos meses más tarde, el 20 de noviembre habría de iniciar una de las más sangrientas revoluciones que se han conocido en los anales de la historia humana. Y hay que hacer notar que sólo son dos meses más tarde; porque en esas Fiestas del Centenario, México parecía tan fuerte ante los ojos de propios y extraños, que por primera vez merecía respeto a las naciones del mundo; por fin España le regresaba a nuestro país el uniforme de El Generalísimo Morelos.

Habían llegado para el festejo, delegaciones de las principales naciones soberanas del orbe, y en el concierto mundial se comparaba a nuestra patria con Japón, que por esas fechas acababa de partirle el queso al Imperio Ruso y había acabado con el mito de que los europeos eran invencibles. Así estaban las cosas y ¡Zas! que se inicia la Revolución Mexicana. Algunos de los invitados apenas habían llegado a su país de vuelta de la fiestecita, cuando leen en los periódicos que aquel país que tanto prometía, acababa de estallar y que su gobernante, el viejo eterno que parecía mas difícil de mover que el Popocatépetl, andaba haciendo maletas para correr a otro país.

Pero lo que está más jalado de los pelos, es que treinta y dos años antes ya se había predicho este acontecimiento. Si señor, como lo oye usted. En 1876, el entonces recientemente destronado Presidente de México, Don Sebastián Lerdo de Tejada, cuando salió huyendo del país porque lo habían corrido las huestes de Porfirio Díaz, viendo que la nación llevaba ya setenta años de revoluciones ininterrumpidas, vaticinó que se vería venir una gran revolución, la más desastrosa y terrible de todas las revoluciones, una que en palabras de Enrique Krause, "haría palidecer a las anteriores revoluciones" que harían "parecer un juego de soldados las antiguas revueltas de Santa Anna". Y así fue: sucedió una guerra que parecía imposible de verse, en la que murieron, según datos oficiales, 1/12 de la población. Más de un millón de habitantes en un país que solo tenía poco más de doce.

Pero, ¿Cómo es que se puede predecir una guerra? Como usted recordará, nada es producto del azar. El elote que hoy se come, es consecuencia de una siembra que se hizo dos o tres meses antes. Y así es en todas las cosas: lo que hoy vivimos nace de lo que hicimos ayer y el mañana nacerá fabricado con los ladrillos que moldeemos este día. De tal manera es el asunto, que usted puede meterse a profeta sin que necesariamente reciba inspiración divina, sólo debe de abrir los ojos y mirar: Donde usted vea que alguien siembra vientos, puede jurar que habrá una cosecha de tempestades. ¿No es eso lo que decían nuestros abuelos? ¿Y eran profetas?

Toda guerra nace de una injusticia social. Donde usted vea que existen injusticias, puede apostar doble contra sencillo que habrá una revolución. Si usted ve que hay niños que hoy deambulan en la calle pidiendo para un taco, puede ignorarlos o regalarles una moneda, pero en ambos casos, ellos seguirán en la calle, educándose y formándose como usted jamás consentiría en que lo hicieran sus hijos.

¿Y porqué acepta que les suceda a los que no conoce lo que no desea para sus hijos? Déjeme adivinar: me va a decir que porque usted no puede hacer nada, y le diré que si como sociedad no sabemos qué hacer, sí tendremos que pagar las consecuencias. ¡Y hágase para donde quiera!

Pregúntese cuáles de las cosas que suceden son injusticias y véase al espejo para que se dé cuenta de qué es lo que usted está haciendo por remediarlas. Normalmente, nuestro código de justicia dice que lo que me gusta es justo y lo que no me gusta es injusto y no noto las injusticias que lastiman a otros hasta cuando me hacen daño a mí. En un ambiente así se incuban las guerras.

Y normalmente no nos damos cuenta de que las estamos creando entre todos porque no queremos ver las injusticias que fabricamos todos los días. Pero todos, usted y yo también: unos matando la vaca y otros deteniéndole la pata; y los más inocentones haciéndonos de la vista gorda, como que no vemos o no queremos ver las tonterías cotidianas, o justificándonos a nosotros mismos diciendo que somos bufones de los malos porque está de por medio nuestro empleo o la posición social de nuestra familia. ¡Hágame usted el favor!

Y luego tenemos la desfachatez de decir, cuando vemos una guerra, que murieron tantos inocentes. Los suponemos sin culpa sólo porque en ese rato no tenían un rifle en la mano, y le hacemos al enzarapado de todas las injusticias que cometieron durante tantos años y de las más que se hicieron los ciegos para no ver.

Jure usted que lo va a ver. Todos los que ahora no queremos aceptar nuestras burradas de todos los días, llegado el caso, llenaremos los templos pidiendo ayuda a Dios para alejar el mal que según nosotros no merecemos. Entonces pediremos paz, los que ahora no somos capaces de luchar por la justicia; los que no podemos entender que el edificio de la paz social se construye con los ladrillos de la justicia. Entonces diremos que: ¿Cuándo hubo injusticias? ; ¿Cuándo defendimos por conveniencia a los poderosos? ; ¿Cuándo lloró nuestro hermano?, que ni nos dimos cuenta; que de haber sabido, jamás lo hubiéramos permitido, pero uno qué sabía...; etc.


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