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TEMAS

Francisco Javier Contreras Horta

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EL TIRANO

Hay naciones y pueblos que crean entre todos un “hitlercito”. No lo hacen por maldad, sino por querer encontrar una salida a sus problemas. Pero estos no se solucionan con puertas falsas, pues como cada problema es característico de un estado de evolución social de cada conglomerado humano, no existe otra solución real, sino que se avance hacia otra etapa más evolucionada del desarrollo.

Esto ya lo ha enseñado la Historia muchas veces, sin embargo, se nos olvida con frecuencia: cada momento histórico que se vive tiene sus propios problemas que lo caracterizan, y sólo cuando se mejora como grupo humano el problema desaparece realmente. Mientras tanto, toda solución es aparente y pasajera, y a fin de cuentas se queda uno igual o peor que antes.

Así, podemos encontrar multitud de ejemplos en todos los pueblos, en los que para salir de un problema determinado que se vivía en equis sociedad, la población se tomo desesperada de un "ángel salvador", lo hicieron su ídolo y depositaron en él sus esperanzas; y éste, que no era más que miserable polvo al que la misericordia de Dios le había echado la mano y lo había convertido en su instrumento de redención; cuando vio que podía hacer algunas cosas bien, se creyó un iluminado, y dejó de escuchar la voz del que le hablaba y lo hacía ser y quiso caminar por sí y para sí. Se olvidó de trabajar por La Verdad, para vivir por su verdad.

Como se imaginará, lo que prometía ser una piedra de salvación, se convirtió en un estorbo para el progreso y enemigo público número uno. Piense usted en las multitudes que adoraban a Hitler o a Mussolini y recuerde usted cómo acabaron. Podemos traer a la memoria las imágenes en las que las enfurecidas turbas arrastraban el cadáver de Mussolini por las calles de Roma, sin encontrar la forma suficientemente horrible para humillar sus despojos y desquitar su frustración. Tanto así los había cansado con sus necedades.

Lo mismo podemos decir de cualquier tirano que haya azotado a su pueblo con sus terquedades. Empiezan siendo una alternativa de solución a un problema social. El pueblo los ve como una esperanza y les aplaude sus acciones, estos empiezan a sentirse cada vez más seguros y al rato ya no escuchan la voz del pueblo ni ninguna razón fuera de lo que ellos creen "correcto". Termina habiendo un abismo entre lo que quiere la población y lo que ellos creen que al pueblo le conviene. Pero aquí pasa una cosa bien curiosa.

Cualquiera con dos dedos de frente diría que si yo creo que lo mejor para usted es "A" y usted cree que es "B" y si yo le explico mi visión de las cosas y no lo convenzo, lo sensato sería no impedir que usted tome la opción "B", pero lo característico de un tirano es que, con el pretexto de que quiere "lo mejor" para "su" pueblo, los obliga a hacer "A", reduciéndolos con esto a la categoría de ciudadanos de segunda o entes menores de edad, incapaces, según él, de tomar sus propias decisiones, a los que "por su bien" hay que obligarlos a hacer las cosas como el tirano quiere.

Al pueblo sólo le queda en principio la resistencia pasiva contra los caprichos de su dictadorcito, e ir acumulando resentimiento hasta que la presión sea suficiente para un estallido social.

¿Por qué sucede esto?

- Hay un poco de culpa en el pueblo que siempre está buscando soluciones fáciles a sus problemas, sin querer ver que los arreglos de fondo, siempre le implican su propia superación como persona, y mientras no se cumple este requisito todo lo que se haga es parcial, aparente y transitorio.

- Hay otro poco en la miseria humana de que está hecho el dictador, que empezando por la punta, ni es el mejor ni lo han preparado para la gran función que le toca desempeñar, pero sin embargo, las circunstancias lo pusieron arriba del "caballo" y ahora sólo le toca agarrarse con las veinte uñas y salir lo mejor librado posible.

- Hay un mucho de culpa en el equipo que rodea al dictador, pues son los que de verdad mandan y los que realmente cometen los errores. Unos pecan por largos y tranzas; otros por omisión, pues simplemente dejan hacer; uno que otro por falta de capacidad para el cargo y los más por bufones.

Estos últimos, son tipos con poca sal en la mollera, que por su poca luz, se la pasan riéndole el chiste al dictador, aplaudiendo sus burradas y asegurándole, que la inmensa mayoría del pueblo aprueba sus necedades, e insistiendo en que los "únicos" inconformes, son unos cuantos ingratos, obligados a ello por su bajo espíritu humano.

Esto lo sabe cualquier dictador, sólo que ninguno de ellos acepta ser un tirano. Ellos se imaginan que son los mejores gobernantes que su pueblo ha tenido y se sienten muy ufanos de lo que hacen. Suponen que cada voz que les dice que lo que hacen está mal, es un enemigo del progreso al que hay que combatir y que los "sensatos" son los que lo apoyan. Y es que no pueden ver más allá de su nariz por que el círculo de los que les rodean les impide ver la realidad y por que ellos están muy a gusto viendo sólo lo que les gusta, pues viven borrachos, ebrios de poder. Y usted sabe lo que es la lógica de un alcohólico. Pero en la resaca nos vemos. Cuando se deja el hueso, después de seis o tres años, se acaba el licor de la adulación de los bufones, se termina la fiesta y empieza la cruda... realidad.


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