BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


TEMAS

Francisco Javier Contreras Horta

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EL DUEÑO DE LA CIUDAD I

Una ciudad está formada por lotes y casas particulares; calles y plazas públicas: las primeras son propiedad de alguna persona física o moral y las segundas son propiedad de la totalidad de propietarios de casas y lotes.

Cuando alguien compra un lote de casa habitación también compra un pedazo de terreno equivalente a la mitad de la calle y al ancho de su propiedad. En principio, ambos pedazos de terreno son de su propiedad personal, pero uno de ellos se dona a la ciudad para formar las calles. Sin ese pedazo que se dona, el otro no vale medio cacahuate. ¿Para qué serviría un lote que no tuviera salida a calle alguna?

Luego entonces, las calles de la ciudad son propiedad de cada uno de los dueños de lote o casa habitación, pero que por un contrato social se convierten de dueños o dominadores a condóminos o codueños de todas las calles. Luego, como en cualquier condominio, se nombra un consejo de administración que (a nombre de los condóminos dueños) administra lo que es de todos, a nombre de ellos y buscando en todo el bienestar general: en una ciudad, el consejo de administración es el ayuntamiento, y este puede ser honorable o no, según sus actos demuestren una cosa o la otra.

Por esto, el ayuntamiento de una ciudad, no es el dueño, sino mero administrador de los bienes de los ciudadanos. Equivocadamente, hay quienes cuando llegan a la administración municipal de algunas ciudades, se siente los dueños de vidas y haciendas; pero eso está tan jalado como que el administrador de un negocio se crea dueño y empiece a querer mangonear al patrón. Así como un dueño de empresa no debe permitir que su administrador, su ayudante, se le insubordine; de esa misma forma, un ciudadano (patrón) no debe permitir que el ayuntamiento (ayudante, administrador) se crea dueño de la ciudad e imponga su criterio sobre el de la población.

La línea que separa el que una administración trabaje bien o mal es más delgada que un cabello. Un gobernante, si tiene buena intención y quiere hacer las cosas bien, nunca podrá saber por sí mismo si lo que hace con buena intención será bien visto o no por sus conciudadanos: su única alternativa es preguntárselos.

No tenemos la cultura, en los países subdesarrollados, de que el gobernante le pregunte al ciudadano si le parece bien lo que está haciendo, o la forma como lo hace, porque nuestra herencia cultural es feudal y en ese sistema social, el gobernante es rey y dueño. Estamos queriendo llegar al sistema de gobierno republicano; cuando lo hagamos, el gobernante sabrá que no es dueño de la ciudad sino un ciudadano que baja de categoría, que se rebaja a servidor de los demás, por el gusto personal de servir, y que la mejor manera de hacerse esto, es preguntarles periódica y frecuentemente a sus patrones (ciudadanos), si lo que hace es de su agrado.


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