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TEMAS

Francisco Javier Contreras Horta

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CON DIOS O SIN ÉL

La ausencia de Dios se manifiesta en forma de vacío o carencia de sentido; como ausencia de paz personal que hace que no encontremos nuestro lugar; a modo de pobreza espiritual que nos hace creernos pobres en lo material, y ser mezquinos en nuestras relaciones con los demás. Cuando alguien no tiene a Dios en su alma, se siente tan poca cosa, que necesita ponerse joyas para llenar ese vacío, colgarse títulos nobiliarios o universitarios para intentar sentir que es alguien, que cuenta entre los demás.

El que tiene ausencia de Dios en su alma, se siente tan pobre espiritualmente que cree que es muy pobre económicamente, y entonces no hay cantidad de dinero que lo pueda satisfacer. Si le dicen que se sacó la lotería se sentirá inmensamente feliz, pero inmediatamente que hace cuentas para ver lo que hará con su dinero, se da cuenta de que es inmensamente infeliz porque en realidad no le ajusta casi para nada de todo el mar de cosas que él quisiera conseguir.

Por el contrario, la presencia de Dios hace que la persona sienta una paz espiritual que lo llena y lo hace ver con nuevos ojos todo lo que le rodea. Porque está lleno, no tiene grandes necesidades, pues siempre siente la sensación de estar completo. Se limita a desear las cosas simples que solucionan los mil y un problemas que la vida cotidiana le presenta. Así, desea una cuchara pero no una cuchara adornada y casi cualquiera que haga la función lo dejará tranquilo.

Con poco llena sus necesidades y no le falta gran cosa, pues no se inventa insuficiencias, de esas que se te antojan porque se los ves a otros, pero al rato de que las tuviste ya no sabes que hacer con ellas y terminan en un rincón, en el cuarto de los tiliches. Por el contrario, de tal forma está la mente de una persona sin Dios, como un cuarto de tiliches donde todo estorba y nadie sabe todo lo que hay ahí...porque es un caos.

El que tiene ausencia de Dios, siente un vacío que no se puede explicar, que no lo entiende, supone que ese vacío es por falta de las cosas que ve todos los días y entonces desea joyas, carros, pieles, fastuosidades... Pero en cuanto las consigue vuelve a sentirse a sí mismo vacío y entonces cree que lo que necesita es joyas más caras, autos más finos, títulos más rimbombantes. Y así se inicia una carrera que no tiene fin, que sólo hace a la persona permanentemente desdichada, permanentemente insatisfecha.

El que siente la presencia de Dios en su alma, experimenta un gusto por las cosas sencillas, pues encuentra que la piedrecilla más insignificante es producto de un acto de amor por él, detalle que reconoce en esa y en otras cosas. Agradece cosas tan sutiles e importantes como tener salud, paz pública o en su hogar; poder disfrutar cotidianamente de la luz del sol, del aire limpio, del canto de los pajaritos, de la belleza de las flores, de los colores y del placer de los amigos.

Podríamos pensar que podemos dividir el mundo en dos grandes equipos: los que sienten y los que no sienten la presencia del Señor Creador del Mundo en sus vidas. Y por ello también separarlos en dos equipos: los que son felices y los que son desdichados; los que sonríen y los que eternamente lloran y se quejan.

Nadie está totalmente vacío de Dios, pues dejaría de ser lo que es y se desintegraría al instante ante nuestros ojos; ni nadie está totalmente lleno de Él pues desaparecería de nuestra vista porque tendría que fundirse con el gran todo, que a todo lo hace ser. Nosotros estamos relativamente llenos o relativamente vacíos de su presencia y en la proporción en que estamos de una manera o de otra, en esa misma somos felices o desdichados.


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