BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


EL IMPACTO DE LA TECNOLOGÍA EN LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO

Eduardo Jorge Arnoletto

 

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Las tendencias globales

La profundización de los desequilibrios

Es imposible iniciar una reflexión sobre el tema del entorno global y sus tendencias, que impactan sobre las organizaciones de todo tipo y nivel, sin hacer algunas referencias a la situación coyuntural, a partir de esa “bisagra de la historia contemporánea” que fueron los hechos terroristas ocurridos en Nueva York el 11 de septiembre pasado.

Esos atentados, que han provocado miles de víctimas inocentes, son crímenes atroces, que merecen una condena unánime, pero al margen de las reacciones del sentimiento humanitario y de la ética universal, es deber de los analistas políticos tratar de explicarlos, buscando los factores causales que originan este tipo de situaciones, con miras a sugerir respuestas adecuadas, que no resulten contraproducentes. El hecho de que esos crímenes sean desde todo punto de vista injustificables, no quiere decir que no se los pueda explicar y señalar las complejas causas que los han producido, causas que no están de un solo lado de los actuales contendientes.

Una observación general, que resulta evidente a la luz de la índole de los acontecimientos, es que no bastan los análisis economicistas para explicar lo que sucede: es necesario un análisis integral, que tome en cuenta los factores políticos, sociales y culturales involucrados, incluyendo en primer lugar, entre estos últimos, las creencias religiosas y los distintos modos de sentirlas y vivirlas.

El fundamentalismo religioso, entendido como creencia militante y fanática en una manera de interpretar y vivir un credo religioso, única y excluyente de toda otra, no es, desde luego, una exclusividad islámica: existe también un fundamentalismo religioso cristiano, evangélico o católico, por ejemplo, en los grupos ultraconservadores militantes e intransigentes de los EE.UU. y en otros países, como Irlanda; y hay un fundamentalismo religioso judío, en grupos que actúan dentro y fuera del Estado de Israel. Incluso ciertas formas extremas de entender las ideologías políticas y económicas, como la ideología marxista-leninista, con su pretensión de ser “la única verdadera”, o las formas radicalizadas del neoliberalismo, con su pretensión excluyente de ser el “discurso único” que explica y encauza todo bajo la creencia en el valor absoluto del mercado, tienen rasgos fundamentalistas.

Es un hecho, lamentable pero real, que después de siglos de lenta evolución hacia una actitud de tolerancia, mutuo respeto y colaboración entre religiones e ideologías (que es hoy la actitud dominante en la gran mayoría de las personas), en nuestro tiempo ha resurgido esa intolerancia excluyente, que genera un nuevo tipo de conflictos, una extraña forma de guerra con enemigos evanescentes, escenarios virtuales y acciones psicológicas, combinadas con fulminantes golpes destructivos, muchas veces indiscriminados en cuanto a sus destinatarios.

En ese hecho (sin que sea causa única) tiene mucho que ver la profundización de los desequilibrios de todo tipo que caracterizan a nuestro tiempo: desequilibrios tremendos en la densidad de los asentamientos humanos, en el nivel de desarrollo, en la distribución de la riqueza, en el acceso al trabajo y a la posibilidad de desarrollar una buena calidad humana de vida, en el acceso al conocimiento, en la inserción o marginación del consumo y de la vida social.

La ideología capitalista neoliberal hoy dominante arrastra un grave defecto: es el modo de producción más eficiente para crear riqueza, pero es completamente inepta para distribuir esa riqueza con un mínimo de equidad social. La ideología marxista-leninista de economía centralmente planificada, que fue su rival hasta hace poco, tenía el defecto inverso: era eficiente para distribuir, pero tan ineficiente para crear riqueza que en la práctica se convertía en una sofisticada técnica de racionamiento. Es urgente que el capitalismo dominante encuentre mecanismos para equilibrar la lógica pura del mercado con una lógica del sentido humano y social de la economía. De otro modo, lleva en si misma el estigma de su propia destrucción: la economía de mercado puede terminar destruyendo el mercado, por incontrolada concentración de la riqueza!

También tiene mucho que ver en la actual situación, la manera en que se ha manejado Occidente, y en particular los Estados Unidos, en las últimas décadas, durante la guerra fría y con posterioridad. En síntesis se puede hablar de “violencia que engendra violencia”: comportamientos internacionales violentos, arbitrarios e ilegales, con diversas justificaciones, pero que han lesionado el sentir de otros pueblos de manera importante. Hay que analizar porqué Occidente es tan odiado en el resto del mundo, sin caer en la explicación fácil de que los actos terroristas son “obra de locos” que deben ser simplemente eliminados.

Durante la guerra fría, por ejemplo, para contener la expansión soviética, se fomentó y apoyó a grupos extremistas y a ideologías ultraconservadoras y excluyentes, que hoy aparecen como “el enemigo” pero que en su origen fueron de Occidente: El régimen iraquí de Sadam Houssein, los talibanes, Osama Ben Laden...y en América Latina, los sangrientos regímenes del terrorismo de Estado, desde Guatemala y El Salvador hasta Chile y Argentina.

La mentalidad terrorista es una mezcla de victimismo, humillación por la impotencia y esperanza mesiánica en un cambio radical. La venganza no sirve para contenerla, porque esa mentalidad no opera según criterios pragmáticos de premios y castigos, sino por exaltación mítica, que hace mártires de los muertos y semilla de futuros militantes...

Los hechos del 11 de septiembre muestran que el terrorismo internacional ha dado un salto cualitativo en su preparación, recursos, determinación y contactos internacionales. Hay, por otra parte, riesgos muy grandes involucrados: por ejemplo, que se revierta por vía de un golpe militar la situación política en Pakistán, que no es una estepa de pastores pobrísimos, sino un país armado con cohetes, armas nucleares y bacteriológicas.

Mientras no se encuentre un camino que restaure un cierto equilibrio en el mundo, con respeto por las culturas locales, y una razonable distribución de la riqueza, sobre todo en lo referente a los umbrales de la supervivencia y la relativa igualdad de oportunidades, Occidente no volverá a conocer la seguridad y la tranquilidad de la paz, por más que aniquile a los actuales terroristas. Detrás de ellos vendrán otros, y otros y otros...En un mundo donde la inmensa mayoría de las personas no son pobres sino miserables, los pocos ricos no pueden vivir bien ni disfrutar con tranquilidad de su riqueza.


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