BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


EL IMPACTO DE LA TECNOLOGÍA EN LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO

Eduardo Jorge Arnoletto

 

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Impacto socio cultural de los recientes cambios económico- políticos en Argentina

Los profundos cambios económicos y sociales ocurridos en los últimos años han producidos cambios en las actitudes de la gran mayoría de los argentinos y, si bien con la lentitud característica de los procesos culturales, comienzan a aparecer también nuevas pautas y valores, como respuestas adaptativas o reactivas a dichos cambios.

Argentina es un país con una relación extremadamente favorable entre los recursos naturales disponibles (particularmente en relación con la satisfacción de las necesidades primarias) y la cantidad de su población. En el sentido tradicional, que medía la riqueza por los recursos potenciales, es un país “rico”, en el que durante décadas se han podido cometer muchos errores sin que ello desatara consecuencias realmente graves para la población, como hubiera ocurrido en otros partes del mundo.

Así se configuró entre nosotros una cultura del progreso “natural” hacia un “destino de grandeza” inevitable, hacia el que avanzaríamos con trabajo pero en una situación de abundancia. Frases como “Dios es criollo”, “Aquí lo que se roba de día crece de noche”, “En Argentina lo que sobra es trabajo”, “Aquí nadie pasa hambre”, etc., son un reflejo de tan peculiar cultura.

Los procesos de las últimas décadas han desmentido cruelmente esas optimistas expectativas. Estancamiento económico, endeudamiento externo, crisis políticas sin solución, inestabilidad institucional, violencia fratricida, fracasos y errores gravísimos, económicos, políticos y militares (como el del “Proceso” en su plan económico, en su política interna y en Malvinas)

Finalmente, cuando por fin accedimos a una plena democracia formal, un hecho tan auspicioso se vio enturbiado (a fines del gobierno del Dr. Alfonsín y comienzos del gobierno del Dr. Menem) por crisis hiperinflacionarias realmente desvastadoras.

Como corolario siniestro, ha habido, especialmente en estos últimos años, un notorio acrecentamiento de la corrupción pública y privada (que, por supuesto, pocas veces puede ser “probada” jurídicamente) y de la correlativa impunidad de los poderosos, mientras conserven el poder, frente a los desmañados movimientos de la Justicia. El hecho es que, en la estadística internacional sobre índices de corrupción, ocupamos el puesto 43 entre los más corruptos (hay 56 niveles analizados), muy por detrás de Chile (puesto 15); Costa Rica (puesto 25), Uruguay, e incluso de Perú, Brasil y México (puesto 39).

Mientras tanto, países que hace cincuenta años estaban a nuestro nivel de desarrollo, o incluso por debajo del mismo, hoy tienen indicadores macroeconómicos y de desarrollo humano muy por encima de los nuestros, mientras en el país de la comida, que soñó ser “el granero del mundo”, hay 500 000 niños desnutridos y una mortalidad infantil del 22%º, el doble de la de Chile o Costa Rica y el triple de la de Cuba...

Experiencias tan traumáticas crearon en Argentina una actitud de aceptación del cambio “cueste lo que cueste” con tal de recuperar estabilidad y crecimiento, y así hemos entrado (o reingresado) al mundo condicionado por la globalización post guerra fría, buscando sus oportunidades pero también resignados a aceptar sus riesgos y amenazas, que nos han embestido de lleno.

Argentina aceptó cambiar su situación relativamente cómoda pero que se había vuelto insostenible en las nuevas condiciones del contexto internacional, por esta situación incierta en que nos encontramos, buscando una salida que no signifique la pérdida de la estabilidad y del crecimiento logrados pero que resuelva los gravísimos problemas sociales que han aparecido, como una sombra oscura y cargada de presagios funestos para nuestro futuro.

No hay que olvidar que Argentina era muy diferente al resto de Latinoamérica y que, con todos sus defectos y limitaciones, había llegado a ser un país formado por una pequeña y no demasiado rica clase alta (10% de la población), una amplia y fuerte clase media (40%), rasgo típico de Argentina, casi único en la región, compuesta de profesionales, comerciantes, empleados estatales y privados y obreros calificados, y una clase baja de obreros no calificados y peones, en general ocupados en empleos más o menos estables, con un acceso relativamente fácil a la salud y la educación y con reales posibilidades de ascenso social. Por debajo de ellos había un sector marginal de linyeras y pordioseros, de escasa entidad numérica, difícil de cuantificar estadísticamente.

Los procesos que hemos reseñado han producido, como hemos visto, una sociedad muy diferente: una clase alta (12% de la población) que ha concentrado en sí la mayor parte de la riqueza y el poder; una alta clase media (9%) que conserva y refuerza los rasgos típicos de su nivel; una baja clase media (24%) empobrecida y frágil, que vive en el temor ( con reales fundamentos) de perder su condición; una clase baja (47%) que abarca a los antiguos y a los nuevos pobres (ex clase media) con trabajos precarizados e ingresos que en general no satisfacen sus necesidades pero que los mantienen de algun modo vinculados al sistema; y por debajo de ellos, como otro fenómeno nuevo al menos en su dimensión, se encuentra una amplia clase o sector marginal (8% del total), separado del mercado, de la convivencia corriente y hasta de las pautas y valores vigentes en el resto, que está empezando a funcionar como “otra” sociedad, con muy escasas o nulas posibilidades de reinserción.

Encuestas hechas recientemente a la población sobre los problemas más graves de la agenda social argentina actual, señalan como tema nº 1 la falta de trabajo, y ennumera a continuación la salud, la educación, los bajos salarios, la falta de seguridad, la falta de vivienda, la corrupción y la drogadicción.

Naturalmente, las prioridades en esta problemática varían según las clases sociales. En la clase alta prima la inseguridad, la desconfianza y el temor a la violencia delictiva y social. Síntomas de ello son la tendencia a invertir fuera del país (hay 80 mil millones de dólares argentinos en los circuitos financieros internacionales), el auge de la construcción de barrios residenciales cerrados (“countries”) con custodia armada, y la proliferación de lugares de vida social y esparcimiento exclusivos y excluyentes.

En la clase media prima el temor a perder su condición, sobre todo por vía de la posibilidad de perder el empleo. Hay una aguda conciencia de que los empleados son rehenes del desempleo de los demás, lo que quita toda posibilidad de formular planteos reivindicativos, buscar mejoras en la distribución o en las condiciones de trabajo, e incluso de reclamar participación en los incrementos de la productividad que han ocurrido. Hoy se han hecho habituales las largas jornadas, el no pago de horas extras y el trabajo en negro, sin protección social.

En la clase baja encontramos una actitud ambigüa, que oscila entre la esperanza de lograr de algún modo (el nuevo empleo salvador o el microemprendimiento exitoso) una reinserción social, lo que lleva a los “nuevos pobres” a conservar valores y comportamientos de clase media aún en medio de sus nuevas y precarias condiciones; y la idea desesperanzada de que ya no hay retorno, lo que provoca un amargo resentimiento. Esta amargura y resentimiento se exacerba en el sector marginal, el cual, en la medida en que se convence de que su exclusión no es reversible, va adoptando comportamientos, valores y visiones del mundo, y hasta un lenguaje, diferentes a los del resto.

Esto crea el enorme riesgo, si la situación persiste cierto tiempo, de que se forme definitivamente “otra” sociedad, con otros valores y criterios, con otro sentido de la vida. Esa sociedad marginal, al coexistir en un mismo tiempo y espacio con la sociedad de los no excluídos por el sistema, probablemente encontrará en ellos el campo predatorio de sus recursos de subsistencia, bajo la forma trágica de una lucha entre pobres y marginados, por la lógica de una menor resistencia, frente a las posibilidades defensivas y agresivas de las clases altas, atrincheradas en sus residencias fortificadas.

Creemos que es ésta la más sombría amenaza que se cierne sobre nuestra actual situación social. Ya hay síntomas claros: la violencia y el sadismo “sin reglas” de las actuales modalidades delictivas pueden ser una señal de este proceso, ciertamente patológico desde el punto de vista social. Creemos que éste es el tema más urgente de la agenda social pendiente, antes de desembocar, como lamentablemente ocurre ya en otros lugares de nuestra América, en la eliminación sistemática de los “descartables” o los “favelados sem favela” por obra de los escuadrones de la muerte, financiados por sectores pudientes (y que por lo tanto, tienen intereses que defender) ante la indiferencia estatal y la lenidad de la justicia.

En una óptica más estructural, los verdaderos problemas argentinos no son los financieros, que llenan páginas y páginas de nuestros diarios, porque en el mundo globalizado las cuestiones financieras se complican y se arreglan a golpes de flujos de capital especulativo, sino tres procesos básicos de destrucción de lo que antes teníamos, que se vienen acelerando en los últimos años y cuya construcción o reconstrucción no es obra de un golpe inversor, de una inyección de dinero, sino algo profundo, que insume el tiempo de las generaciones:

• La destrucción del aparato productivo argentino.

• El deterioro del capital humano, en su formación física, intelectual y social.

• La degradación de la clase dirigente argentina, no solo política, sino también empresarial y sindical.

En nuestra opinión, ya está cerca el final de esta etapa. Ya no estamos “en el borde del precipicio” sino iniciando el desbarranque, que llevará a un cambio completo de situación. La supresión del crédito internacional, la amenaza del “default” que acaba de ser postergado una vez más mediante el uso de los fondos de los futuros jubilados, la corrida bancaria, que fue neutralizada tardíamente mediante el “encapsulamiento” de los ahorros y los sueldos de los argentinos, la restricción al uso del dinero circulante propio, la desaparición total del crédito, la caída a pique de las ventas, justo en vísperas de las fiestas navideñas, que en Argentina eran un verdadero festival del consumo, son síntomas claros de algo que, en una expresión muy argentina, sacada de los croupiers de los casinos, dice que ...No va más!

Hace ya mucho que en Argentina hay protesta social, y la sigue habiendo, pero ha cambiado notoriamente de tono. Ya no son los desocupados, los “piqueteros” de las provincias del Norte y del Sur, los “cabecitas negras” de las villas de emergencia que claman por alimentos para sus hijos. Ahora es la clase media, incluso la alta clase media, que cierra sus negocios, apaga sus vidrieras, interrumpe el trabajo de sus talleres y sus pequeñas fábricas y sale a la calle para protestar por la falta de ventas, la falta de crédito, la imposibilidad de pagar los sueldos de sus obreros, los impuestos confiscatorios para quien quiera pagarlos y altamente “beneficiosos” para quien logra evadirlos.

Creemos que ahora si comienzan a darse en Argentina, lentamente, condiciones prerrevolucionarias, todavía sin un liderazgo definido, pero es sabido que los procesos de cambio profundo, más tarde o más temprano, convocan la emergencia de los líderes que necesitan, y también el derrumbe de los dirigentes que condujeron la entrega del país y que hoy son considerados lisa y llanamente traidores a la Patria.

Otra novedad que advertimos es que, luego de muchos años de adormecimiento, vuelve a resurgir con fuerza el sentimiento patriótico, el amor a la Patria, la nostalgia de lo que fuimos y podemos volver a ser, y la amarga humillación de vernos de rodillas, postrados ante las fuerzas del capital internacional y los organismos multilaterales de crédito.

Lo mejor de la inteligencia argentina comienza a manifestarse en forma clara y contundente en contra del modelo neoliberal, que entre nosotros se aplicó durante una década con rigor de fanáticos conversos a una extraña nueva religión económica llamada monetarismo. Quien esto escribe es un antiguo “keynesiano” y recuerda que durante muchos años, manifestar opiniones en contra del “discurso único” del neoliberalismo era visto con sorna, como ideas antiguas de alguien que “se quedó atrás” en la evolución y el progreso de las nuevas ideas económicas...Hoy, a la luz de los espantosos resultados obtenidos, muchos intelectuales argentinos vuelven a descubrir que la economía es algo más que moneda, tasas de interés y especulación financiera “hacia la maximización de la ganancia”. Vuelven a advertir que la economía es producción, bienes y servicios, trabajo humano como campo de realización del hombre, consumo compartido y movilidad social ascendente en términos de bienestar general.

En estos días han ocurrido dos hechos significativos en el plano intelectual, que acompañan el nuevo sentimiento de rebeldía y necesidad de cambio compartido hoy por muchísimos argentinos, sin distinción de clases:

• Un grupo de destacados economistas de las Universidades Nacionales de Buenos Aires y Córdoba han presentado un plan económico alternativo al actualmente vigente, el Plan Fénix, con serios fundamentos y propuestas concretas.

• Un grupo de filósofos y educadores de la Universidad Católica de Córdoba ha presentado un libro sobre “La mundialización en la realidad argentina” que esclarece muchos aspectos poco comprendidos o engañosamente presentados de la globalización que venimos sufriendo.

Así, gradualmente, se irán creando las condiciones de conciencia para un cambio profundo, que sin duda puede ser doloroso pero que es necesario, para terminar con el nefasto ciclo de la entrega argentina a un destino que no merece, y se vuelvan a crear condiciones para un renacer de la esperanza en nuestro futuro.


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