BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


ÉTICA, PSICOLOGÍA Y CRISTIANISMO

José María Amenós Vidal y otros

 

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1. La visión antropológico-cristiana de la persona humana.

Nadie puede rebatir que el hombre y la mujer tienen una constitución complementaria que los hacen el uno para el otro. Obviamente, esa complementariedad no existe entre dos hombres o entre dos mujeres.

Lo que llama la atención es que todos los pronunciamientos en el ámbito público, ya sean a favor o en contra, son para expresar el acogimiento y profundo respeto que todo homosexual tiene como persona. Nada que objetar a lo anterior, pero habría que ir un poco más allá y plantear porqué nadie se pronuncia sobre la posibilidad de que se invite a las personas homosexuales a que intenten abandonar esa condición, y también a que vivan una vida plena en la complementariedad del hombre y la mujer. Hoy se está tratando de adoctrinar a las masas en el sentido de intentar que la gente acepte el mito de que la homosexualidad es un modo de ser natural, normal e innato. Esto no es cierto. No hay ninguna evidencia científica que pruebe esta teoría, sino como citan Fontana, Martínez y Romeo, existen estudios que indican la mayor tendencia a sufrir afecciones psicológicas en personas homosexuales.

Aún así se han realizado estudios para tratar de buscar una base biológica a la homosexualidad, intentando demostrar que ésta es una orientación sexual normal, incluso una especie de “tercer sexo”. Lo cierto es que todos estos estudios carecen de consistencia y de verificación, siendo sus resultados no concluyentes y la mayoría son especulaciones.

Es lo que ha ocurrido acerca de la visión cultural hacia la homosexualidad. No hace mucho producía una injusta incomprensión e incluso persecución. Pero hoy se ha pasado a considerar la homosexualidad como una orientación sexual normal y natural.

Habría que partir adentrándose en el estudio de la homosexualidad desde una visión valiente y cuestionadora de las tesis dominantes, pudiéndose afirmar que la homosexualidad es una patología y como afirma el ex-homosexual Richard Cohen, es un desorden de atracción hacia las personas del propio sexo. Prueba de ello son las terapias que se presentan para estos casos en los manuales de modificación de la conducta, citando la homosexualidad entre los problemas de la orientación sexual, como se diagnostica en el libro de texto, de uso común en numerosas facultades de psicología, de los doctores Olivares y Méndez.

Como se ha dicho, la falta de conocimiento sobre las causas de la homosexualidad abarca todo el abanico de la sociedad, incidiendo notablemente sobre terapeutas y educadores, siendo muy mayoritarios los psicólogos que apuestan por la errónea idea de que la doctrina de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad es insensible hacia los homosexuales, poco científica y errónea. Éstos suelen aconsejarles que se acepten como personas creadas homosexuales por Dios. Y es éste el camino hacia conflictos emocionales inherentes a la homosexualidad.

Un punto de partida puede establecerse al poner la confianza en Dios como el pilar sólido del tratamiento, sin menoscabar la ayuda de la terapia psicológica. Y establecer una relación de ayuda, en palabras de Jesús Sastre, centrada en la persona a la que se quiere orientar y ayudar, no en los problemas que tenga ni en el saber del orientador.

Cabría señalar la imposibilidad de tomar desde la psicología, como ciencia empírica, a Dios como hecho observable o medible. Lo divino se hace presente en la psicología en la medida en que el hombre se refiere a Dios por actos propiamente humanos. Tampoco es factible el intento de hacer coincidir la vida religiosa con la vida psicológica, ya que debe mantener el carácter referencial o intencional de la conciencia y del acto religioso. El estudio de la conducta ha de hacer valer la especificidad de la conciencia humana, como una conciencia abierta, al mundo, a los otros, a Dios. La religión reducida a lo puramente humano cerrado en sí mismo, equivale a desvirtuar el fin de la psicología religiosa, por ello apunta Antoine Vergote en su libro “Psicología Religiosa” que ciertos teólogos partiendo de posiciones radicalmente diferentes rehusan en principio reconocer todo derecho de observación sobre los fenómenos cristianos a la psicología religiosa.

La sexualidad ha sido estructurada por Dios como un signo del amor de Cristo, el esposo, a su esposa, la Iglesia, y por ello, la actividad sexual toma su plenitud dentro del matrimonio. En el marco de un adecuado desarrollo integral psico-sexual saludable lleva naturalmente a la atracción de personas por el sexo opuesto.

No debe de dejar de señalarse la vocación a la castidad de todo bautizado, ya que la castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitada del hombre y de la mujer.

La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la integridad del don.

Todo aquel que tenga inclinaciones homosexuales debe tener igualmente como objetivo la libertad de vivir castamente de acuerdo a su estado en la vida.

Una acertada opción puede ser el seguimiento del consejo evangélico de persecución de la perfección de la caridad en el servicio del Reino mediante el celibato. Asimismo la vocación matrimonial puede servirles de estímulo para afianzarles en los sólidos cimientos de la familia, teniendo sumo cuidado en no precipitarles a un matrimonio como vía de escape, lejano a una vocación conyugal.

La religión puede significar también un factor que contribuya a este problema. Determinadas creencias pueden provocar un impacto negativo si previamente existe ya un distanciamiento respecto de uno o de otro progenitor. Para los niños, los padres son los primeros representantes de Dios. Son la manifestación visible de un Dios invisible. Significan nuestro modelo para la masculinidad y para la feminidad. Dios representa una extensión de la figura del padre. Si el niño rechaza a sus padres, puede que fácilmente rechace sus creencias religiosas. Esto le separa de Dios, de los padres, de las figuras de autoridad y de un sentimiento de pertenencia dentro del mundo.


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