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J.M. KEYNES, EL PROFETA OLVIDADO

Mario Guillermo Gómez Olivares

 

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2.2. Individualismo y sociedad: la filosofía y el pensamiento político de un apóstol liberal

Keynes sugiere, en un plano abstracto, que en la ética práctica o en la filosofía de la razón práctica se englobarían la teoría y los métodos de la política. La teoría política no podría establecer verdades sobre los fines últimos, por lo que la política proporcionaría solo verdades sobre los medios. Por eso para Keynes no existirían fines políticos, ni formas ideales de gobierno, ni principios políticos válidos o verdades abstractas universales independientemente de las circunstancias . La noción de dere-cho natural era negada por Keynes. Como escribe O’Donnell: “The qualities such right sought to protect might be good in an instrumental sense, but the right could be legitimacy infringed if they interfered with the attainment of greater intrinsic good. La libertad individual y la seguridad eran dos precondición para conseguir el bien in-trínseco, de ahí que los derechos generalmente resguardados eran de defenderlos hasta el límite extremo. El problema era como permitir que las precondiciones para a existencia del Bien actúen de modo a maximizar a la cantidad de Bien probable en el mundo, en las circunstancias de insértese sobre o futuro. Entre esas precondiciones existen principios generales compartidos por Keynes tales como “anything which hinders (persons) from devoting their energy to the attainment of positive goods seems painly bad as means” . Keynes se posiciona claramente como un evolucionista histórico y como un reformista político-social.

La política es la aplicación de la teoría ética las cuestiones de la práctica, una branch de la razón práctica, que da atención a las determinaciones del curso de las acciones más racionales en dadas circunstancias. Según Keynes la atención principal va para la previsión de las razones de la acción, y no para el análisis del poder, ni para los conflictos de las clases sociales, ni para las estructuras políticas e institucionales. Así, Keynes llama constantemente a la razón, como la fuerza más importante de la política en el largo plazo, que tiene como corolario la acción persuasiva, sea del individuo relativamente al poder de las ideas, sea de los gobiernos relativamente a los agentes políticos, sociales y económicos y su poder.

Una característica fundamental del abordaje keynesiana en cuestiones políticas, es la estructuración del discurso teórico-analítico. Él considera lo ético y lo económico como dos vectores que organizan ese discurso, representando la relación fin-medio. El vector económico discutido en términos de técnica, presta atención a las cuestiones de la eficiencia: como conseguir determinados objetivos económicos; el vector ético discute moralidad, psicología, religión o credo, los valores y el bien intrínseco. Keynes entiende la política como ciencia y el arte del gobierno, en el sentido en que esta es un medio.

Pero del mismo modo que Moore fue una referencia en el terreno ético, Keynes tuvo en terreno de la política un pensador favorito para el estudio de los problemas de la ciencia política. En un ensayo de su época universitaria, Keynes escribió un opúsculo intitulado “Las Doctrinas Políticas de Edmund Burke”. Este es uno de sus estudios más profundos sobre ciencia política, donde Burke surge como uno de los mayores pensadores de los problemas de la teoría y de los métodos de la política, el único al cual reconoció tal merito.

Burke no creía demasiado en los objetivos buenos en si mismo. Su objetivo era la felicidad del pueblo y la ciencia política solo tenía valor en la medida en que ayudaba a la prosecución de ese fin.

La ciencia política era una doctrina de los medios a través de los cuales se pretendía alcanzar el fin único y último del gobierno, entendido de varias formas: “la felicidad general, una extensa diseminación del bien-estar, la promoción general y la equidad, etc.: ... “los gustos y emociones, los buenos sentimientos y los juicios correctos, son cosas que las gobiernos difícilmente pueden estimular o desarrollar directamente sobre la base de cualquier esquema o teoría. El bienestar físico y material y la libertad intelectual están entre los medios esenciales para conseguir aquellas cosas, y, son también medios para conseguir la felicidad; el gobierno que se fija como objetivo la felicidad de los gobernados servirá un buen propósito, sea cual fuera la teoría ética que le sirva de inspiración” .

Keynes admiraba en Burke la posición flexible relativamente al laissez-faire, su opinión sobre las funciones del gobierno, y sobre todo, su posición en lo que se refiere al hecho del gobierno deber integrar personas de competencia y carácter, que asegurarían la eficacia de la máquina estatal, con capacidad e integridad, en la base de jerarquías y desarrollos orgánicos. Aceptaba de este que los individuos no deben autogobernarse, aunque no creía en la noción elitista de clase representativa, categoría defendida por Burke, la cual indicaba la necesidad de la gobernación ser constituida por representantes escogidos por merito y no en elecciones. Keynes defendía los beneficios de la democracia.

La opinión de Keynes sobre la democracia, aunque reflejando la época en que vivía, superaba la noción elitista de Burke, constituyendo un referencial importante para el desarrollo de los conceptos de política económica defendida posteriormente, sobre todo en relación con el papel del gobierno en materia de acción correctora de los desequilibrios y de justicia social.

Según Keynes, para que la democracia pudiese ser perdurable y eficaz, el poder de la riqueza debería ser corregido por el interés más general de la civilización, un nuevo equilibrio social de las clases debería tener lugar, aunque no negó la necesidad de la eficacia del gobierno, ni la necesidad de exigir carácter e integridad a los políticos. Keynes subraya la eficacia como la contribución política más importante en oposición a los derechos abstractos, indistintamente reivindicados por revolucionarios o contrarevolucionarios: “La democracia espera por ser juzgada, pero hasta ahora no merece condenación; es verdad que aún no vive en todo su vigor, y eso por dos razones: una de efecto más o menos permanente, otra de naturaleza transitoria. En primer lugar, y, cualquier que sea la representación de la riqueza, su poder es siempre mucho mayor; segundo, la deficiente organización de las clases en ascensión política, que ha impedido cualquier modificación importante del equilibrio de poderes existente.

Un último aspecto de la filosofía política de Burke, que llamó la atención de Keynes, fue el carácter gradualista de sus proposiciones y el hecho de avaluar el tiempo en sus proposiciones, donde se colocaba énfasis en el presente. Un corolario de esta actitud residía en el rechazo en aceptar el presente negativo en trueque de beneficios futuros promisorios : “Burke no piensa que la raza humana avance a sangre y fuego en dirección a un fin eminente y glorioso futuro longincuo; para él no existe un milenio político de que se espera y que se deba promover con el esfuerzo y el sacrificio presente”... “Nuestro poder de previsión es tan diminuto, que pocas veces resulta prudente en razón de una ventaja futura duradera”... “sacrificar el bienestar de un pueblo durante una generación, llevar la infelicidad a una comunidad entera o destruir una institución benéfica, en razón de un presupuesto mirífico a disfrutar en un futuro comparativamente remoto. El deber esencial de los gobiernos y de los políticos es garantizar el bien estar presente de la comunidad y no aceptar riesgos en razón de los beneficios futuros” .

Keynes demostrara en su colaboración política con Lloyd George que sus ideas liberales no eran ortodoxas. La evolución de las ideas liberales de J.M. Keynes se manifiesta en continuidad y en ruptura con ciertas creencias y presupuestos doctrinales de la teoría clásica liberal, aunque el propio se declarase como un liberal. En esa cualidad, distinguió entre un liberal verdadero y un liberal real .

La esencia de su liberalismo estaría en adecuarse a las circunstancias cambiantes, adaptando su programa al mundo real a fin de superar el desastroso problema de la inestabilidad y del desempleo. Keynes se juzgaba representativo de esa categoría de liberal real, por presumir haber encontrado la respuesta al problema que afligía al capitalismo, no solo por no por en cuestión el postulado de la iniciativa privada, como por ser el único modo de continuar a creer y defender un sistema que representaba el ideal de libertad.

La utopía del individualismo doctrinario tiene por base el proceso histórico de la exigencia de fundamentos para entender la conducta humana de un modo más tolerante. Esa doctrina suministra un fundamento intelectual satisfactorio para legitimar los derechos de propiedad y de libertad, pero se inmoviliza frente a la necesidad de seguridad colectiva y de reequilibrio social. Keynes no creía en determinados preceptos de esa filosofía liberal ortodoxa: “(...) it is not true that individuals poses a pres-criptive ‘natural liberty‘in their economic activities...The world is not governed from above that private and social interest always coincide. It is not so managed here below that in practice they coincide. It is not a correct deduction from principles of economics that enlightened self-interest always operates in public interest. Nor is true that self-interest is generally enlightened; Experience show that individuals, when they make up social unit, are always less clear-sighted than when they act separately” .

Keynes propone, tomando a Burke como referencia basarse en fundamentos concretos, y no suponer como Bentham, que la interferencia es generalmente desnecesaria o perniciosa. Keynes piensa en una primera fase en que el Estado debería intervenir para elevar la probabilidad del conocimiento, disminuyendo la incertidumbre sobre el futuro, aumentando el estado de la confianza frente a los cálculos sobre el futuro. El fin último de la intervención del estado debería ser mejorar la información para una mejor iniciativa de los empresarios, aumentar la racionalidad de la inversión, regular la inversión a través de los cuerpos paraestatales, eliminar la desocupación y la formación de expectativas decepcionantes.

Keynes proclama la necesidad de los economistas diferenciaren entre Agenda y no-Agenda del gobierno, con la tarea política complementar de imaginar, en el cuadro de una democracia, las formas de gobierno que permiten realizar la Agenda. Esos cuerpos autónomos en el interior del estado deben estar sujetos al control del Parlamento. Entre estés cuerpos, Keynes incluye el Banco de Inglaterra, la administración de los puertos, grandes sociedades anónimas o de utilidad pública.

Keynes propone separar los servicios que son técnicamente sociales de los que son técnicamente individuales. Keynes propone curar la enfermedad mortal del individualismo: “But, above all, individualism, if it can be purged of its defects and its abuses is the best safeguard of personal liberty in the sense that, compared with any other system, it greatly widens the field for the exercises of personal choice, and the loss of which is the greatest of all loses of the homogeneous or totalitarian state” .

La amenaza al sistema, obligaría a algunas reconsideraciones en las “old theories”, imponiendo una reflexión sobre las tareas del gobierno y la relación estado-individualismo humano. Así escribe Keynes, justamente revelando el cambio en relación a otras opiniones anteriores. La visión doctrinaria de Keynes, poniendo énfasis en la necesidad de una ‘política interventora‘, no era tomada de animo ligero relativamente al daño que una excesiva intervención del estado provocaría en la economía y en la sociedad civil en general. En 1944, escribe a Hayek: “You will not expect me to accept quite all the economic dicta in it. But morally and philosophically I find myself in agreement with virtually the wholes of it; and not only in agreement with it, but in a deeply moved agreement”. Keynes alude al libro de Hayek escrito en 1944 The Road to Serfdom "The voyage has given me the chance to read your book properly. In my opinion it is a grand book. We all have the greatest reason to be grateful to you for saying so well what needs so much to be said” .

Keynes expresa su “deeply moved agreement” con Hayek, en la base de las ideas filosófico-políticas comunes, discutiendo el lugar donde debería ser trazada la separación entre Agenda y no-Agenda del estado, como debería ser establecida la relación Estado-individuo, como deberían ser garantizados los derechos y deberes de los ciudadanos.

La grande diferencia entre Keynes e Hayek presumiblemente está en las posibilidades morales de su tempo. Esto reflejase en las categorías de inversión y ahorro y por tanto de su relación con la determinación de la tasa de interés e influencia que esta tiene sobre el ciclo del crédito. Hayek vivía en el largo plazo, donde el crecimiento económico era asegurado por el ahorro y la renuncia al consumo, recriminando Keynes el uso indebido de instrumentos de curto plazo, la política del desesperado. La categoría ahorro era una categoría moralmente aceptada por Hayek si ella significase precisamente inversión para el futuro; cualquier forma de ahorro forzado, o de inversión financiada deficitariamente o por mayores impuestos era moralmente condenado por Hayek. Esto implica que solo los individuos son moralmente capaces de tomar decisiones correctas sin perjudicar el bien común. La obra posterior de Hayek demuestra la absoluta descreencia de este en cualquier obra colectiva, por cuanto moralmente inferior.

Pero Keynes toma distancia de Hayek por las mismas razones que en los años 20 criticó al Tesoro y la ortodoxia: “The lines of argument you yourself take depends on the very doubtful asumption that planning is not more efficient. Quite likely from the purely economic point of view it is efficient. That is why I say that even if the extreme planners can claim their technique to be the more efficient, nevertheless technical advancement even in a less planned community is so considerable that we do not today require the superfluous sacrifices of liberties which they themselves would admit to have some value...I come finally to what is really my only serious criticism of the book. You admit here and there that is a question of knowing where to draw the line. You agree that the line has to be drawn somewhere, and the logical extreme is not possible. But you give us no guidance whatever as to where to draw it. In a sense this is shirking the practical issues” .

Keynes pretendía una utopía caracterizada por el aumento del bien intrínseco. Ese objetivo último, donde la política y la economía eran medios para alcanzar tal fin, era la formación de una sociedad racionalmente ética. Keynes no escribió ninguna ‘Utopía‘, aunque su sociedad ideal fuese aquella donde la belleza y el amor existirían de forma variada; la pintura, la escultura, la música, las artes en general deberían florecer, las naciones deberían vivir en paz y en cooperación; la moneda debería perder la cualidad de medio de entesouramento que transformaba las personas en money lovers y especuladores: “At any rate to me it seem clearer every day that the moral problem of our age is concerned with the loves of money, with the habitual appeal to the money motive in ninetenths of the activities of life, with the universal striving after individual economic security as the primes object endeavour, with the social approbation of money as the measures of constructive success, and with the social appeal to the hoarding instinct as the foundation of the necessity provision for the family and for the future” .

De un punto de vista económico las precondiciones del bien implicarían una diseminación del conforto material y de la seguridad económica, así como del sosiego. El amor y la belleza solo podrían ser gozados por aquellos que estuviesen libertos de la inseguridad material. La generación de las precondiciones exige la eficiencia de la producción, de las prácticas institucionales, el crecimiento sustentable de la populación con una tecnología adecuada, abundancia de tiempo, output, belleza natural, etc.

Determinados valores serían tolerados solo como un medio para alcanzar el bien. Por lo que la transformación de la sociedad supone una reforma de las conductas de los individuos en la sociedad. Aunque para tal fuese necesario que el Estado, el bien común, tuviese sus deberes bien definidos.

Nada de esto resultaría del acaso, reservando la teoría y la práctica económica un papel, consciente de que el problema económico era el instrumento para objetivos superiores de la civilización humana. En el prefacio al ‘Essay in Persuasion‘ Keynes escribe:“(...) the day is not far off when the economic problem will take the back seat where it belongs, and that the arena of heart and head will be occupied, or reoccupied, by our real problems-the problems of life and of human relations, of creation and behavior and religion” .

Para Keynes la política es ciencia y arte. La aplicación de la teoría ética a las cuestiones de la práctica es una parte de la razón práctica. En relación al arte ella es la experiencia y sapiencia de los hombres justos. Esta distinción permite, sobre todo, una percepción más clara de sus ideas de ética práctica, aplicada a la transformación de la política en una doctrina de los medios de la razón y nunca destinada a sustituir la ética o doctrina de los fines, para lo cual los políticos no son los vehículos más apropiados.

Su pensamiento político concedió prioridad a los objetivos inmediatos sobre los futuros, que irán a tener bastante influencia en su teoría del output de corto plazo, actitud reforzada por su estudio sobre las probabilidades, donde la incertidumbre resulta de la precariedad de los conocimientos futuros, por lo que las acciones racionales serían las más adecuadas, de acuerdo a las circunstancias.

Burke contribuye para que Keynes estableciese una clara línea de demarcación entre esfera privada y esfera pública, así como de la interacción de esas dos esferas prestando atención a las determinaciones del curso de las acciones más racionales en dadas circunstancias. De este, aprende que, como el poder de previsión es tan diminuto, pocas veces será prudente, en relación a una ventaja futura duradera, sacrificar el bienestar de un pueblo durante una generación, llevar la infelicidad a una comunidad entera o destruir una institución benéfica en razón de un presupuesto mirífico a disfrutar, en un futuro comparativamente remoto. Nunca se pude tener conocimientos suficientes al punto de valer la pena asumir ese riesgo.

Para Keynes, el deber esencial de los gobiernos y de los políticos era garantizar el bien estar presente de la comunidad y no aceptar riesgos en función de los beneficios futuros. Más allá del riesgo implicado en cualquier forma violenta de progreso, existe una consideración adicional: no basta que la situación que deseamos promover sea mejor que la precedente, ella debe ser mejor en un grado suficiente a fin de compensar los daños de la transición, por lo que se recomienda la gradualidad en los cambios. El deber del estado era el alcance de la felicidad en el presente y no en la promoción de un objetivo último, aunque lo segundo pueda ser consecuencia indirecta del primero, habiendo privilegiado los ajustes con el auxilio del estado y no a la espera de automatismos difusos y temporalmente extensos.

El régimen de libertad era la forma que mejor encarnaba la construcción del bien público, fomentando la seguridad y la utilización adecuada de los medios. Keynes se consideraba un liberal del tipo real, perteneciente al futuro, aunque pretendiese ser reconocido como el último de los utopistas, aspirando a un tipo de sociedad ideal donde imperasen la armonía, la belleza, la paz. Cualquier ciudadano que mirase para el mundo real y no solo para la Sagrada Escritura, sabría que no havia correspondencia entre los deseos de libertad y el mundo en desagregación política y depresión económica.

El conocimiento sobre las motivaciones que llevaran este pensador a colocar como objetivo prioritario la estabilidad del capitalismo y el pleno empleo, están en la necesidad de preservación de una cultura que se encontraba puesta en causa por incapacidad de dar nuevos saltos civilizacionales, por la corrupción de sus valores éticos y por la ineficacia en el abordaje tradicional de los problemas políticos; por eso Keynes estaba convencido de que el tiempo era de cambio, pero no creía en un regreso a la ortodoxia doctrinaria defendida por los conservadores y por los liberales como Hayek.

La insistencia en los viejos métodos de la política conservaba la pureza de los valores liberales, pero no aseguraba en el tiempo la libertad y la seguridad que las personas buscaban, era tiempo de virar de rumbo, de redefinir los comportamientos, las funciones de las instituciones y de los individuos.

Los criterios de la razón práctica llevaron Keynes a distanciarse de un doctrinarismo individualista, por arriba de la sociedad y de sus problemas. El mejor camino era el que tomaba la razón, incluso porque la democracia lo exigía, surgía una Agenda para el estado que los ciudadanos deberían vigilar pero no impedir.


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