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J.M. KEYNES, EL PROFETA OLVIDADO

Mario Guillermo Gómez Olivares

 

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2.6.4 De las obras públicas al proteccionismo: “buy a brithish car”

Keynes establece los criterios a partir de los cuales podría ser defendido un vasto abanico de remedios, lo que es justamente característico de su posición en el período póscrisis: defender diferentes políticas o cambiar de posición relativamente a una determinada política, si fuese necesario o tácticamente recomendable.

Así, Keynes defiende siete clases de políticas: i) la desvalorización de la libra; ii) un pacto nacional sobre el precio los factores de producción; iii) los premios a la industria iv) la racionalización de la industria; v) las tarifas aduaneras; vi) la inversión nacional y vii) medidas sobre acuerdos internacionales. Aunque Keynes tuviese sus preferencias, todas esas políticas podrían ser adecuadas de acuerdo a las circunstancias. Es en esta base que enfrenta a sus detractores, aunque busque convencerlos abiertamente y buscando también llegar a los oídos más imparciales, la opinión pública interesada, los auditores de la BBC, los lectores del ´New Statman and Nation‘y el ´The Times‘.

El sexto remedio propuesto, el preferido por Keynes, implicaba abordar el problema desde un otro punto de vista. Actuando directamente sobre la inversión domestica, atacaba el problema del exceso de ahorro sin exigir una disminución de los costos. Del análisis sobre el modo como actuaba la tasa de interés, Keynes extrae la conclusión de que, si los medios de la política monetaria fracasasen, restaría el recurso al caso especial de la política económica: la inversión nacional promovida por el gobierno.

Entretanto, en Janeiro de 1930 la desocupación oficial era de 12.4 %; en Mayo era de 15 %, y en Diciembre de ese año alcanzaba la tasa de 20 %. Las invocaciones morales no satisfacían Keynes. El boom americano había hecho subir la tasa de in-terés hasta un 5%, pero con el colapso, a partir de Mayo de 1930, la tasa cayó hasta 3 %, abriendo un período de crédito barato. Keynes era de la opinión de que existía aun una expectativa de tasas de interés altas, lo que implicaba que la tasa de interés no cumpliría su papel de incentivar la inversión, así, juntamente con otros miembros del ´Economic Advisory Council‘, se asume como partidario de remedios más drásticos, denotadamente, medidas de proteccionismo y esquemas de desarrollo público, convencido de que la Inglaterra iría pasar por grandes dificultades, las cuales no podrían ser resueltas a nivel nacional.

Keynes estaba dispuesto a discutir cualquier solución, desde que practicable, asumiendo esa nueva solución con toda energía. Era apologista de todos los esquemas que atacasen la desocupación. Su punto de vista en la época era de que, si la inversión nacional y los prestamos al exterior fuesen menores que la cantidad de ahorro corriente, entonces surgirían pérdidas para los empresarios y consecuentemente originaría desempleo. Un exceso de ahorro provocaba deflación, disminución de los lucros, se presionaba los salarios, la demanda de los bienes de consumo, lo que originaría una revisión de las expectativas sobre las inversiones, por lo que la tasa de interés debería bajar pero en una posición inestable. La prueba teórica de que los cortes saláriales eran la política ideal no significaba su adopción como la mejor política.

En el esbozo del relatorio del ‘Economic Advisory Council‘, Keynes presenta las pro-puestas de política clasificando las opciones en términos de su relevancia. En primer lugar, las medidas que asegurasen el pago de los salarios: la anulación de las prácticas restrictivas y el aumento de la productividad; en segundo lugar, un crecimiento de los precios a través del crecimiento de los precios-oro internacionales o de la depreciación de la libra; en tercer lugar, la promoción de la inversión nacional, que incluía tarifas, incentivos fiscales a los proyectos locales y las obras públicas; en cuarto lugar, el incremento de la inversión externo visando al aumento de las exportaciones; en quinto lugar, tarifas y premios y, por último, la reducción de los salarios .

Aunque de un punto de vista teórico reinase el consenso entre los miembros del Comité, de un punto de vista político, mismo aceptando que en caso de grave desempleo, las obras públicas serían relevantes, la discordia en términos de realismo y prudencia era casi total. Pero ese consenso no impedía Keynes de asumir que:“(...) we have involved ourselves in a colosal muddle, having blundered in the control of a delicate machine, the working of which we do not fully understand” .

Durante las sesiones en el comité, Keynes promovió con insistencia la política de intervención del estado a través de obras públicas, pero aceptó discutir la modificación de las tarifas aduaneras.

Esta intención heterodoxa de introducir tarifas aduaneras se confronta con la doctrina del libre comercio, doctrina rígida y dominante en la Inglaterra, cuja discusión no era una cuestión fácil, ni para los economistas neoclásicos, ni para Keynes, que no era un defensor acérrimo.

El argumento del libre comercio se basaba en dos presupuestos: la movilidad y libre circulación del trabajo y capital, y la flexibilidad de precios y salarios. En la práctica, existía alguna movilidad de capital y poquísima movilidad del trabajo, más allá de que los salarios monetarios ingleses eran más elevados que en el resto del mundo desarrollado .

Keynes consideraba que la introducción de tarifas aduaneras permitiría el empleo de recursos productivos nacionales, equipamientos y hombres que de otro modo esta-rían desocupados, lo que, en la práctica, equivalía a subsidiar las inversiones. Esta idea no era pacífica entre las liberales, ni siquiera para quien reconocía sus orígenes ideológicas en el libre comercio, una de las componentes de la ideología del laissez-faire: “It is extremely difficult for anyones of free trades origin, so to speak, at this juncture to speak in a way that he himself believes to be quite truthful and candid without laying himself open to misrepresentation and to being supposed to advocate very much more than really does”...I speak as a life-long free trader” .

La introducción de las tarifas provocaría un terremoto político, excitando las convicciones largamente defendidas en los medios oficales: “But the virtues of protection is that is does the trick”.”Whereas in present conditions free trade does not” .

Del punto de vista político, el proteccionismo parecía ser el remedio más admisible para contrariar la rigidez de los salarios. En el corto plazo el proteccionismo era muy eficaz, en el largo plazo era ‘radically unsound‘. Keynes estaba preparado para aceptar el riesgo de largo plazo a fin de obtener ayuda en la situación inmediata, conforme escribe: “The question,.., is how far I am prepared to risk long-period disadvantages in order to get help to the immediate position” . El espíritu de Burke y la moral antivictoriana están en la base de esta opinión inusual radical.

Si por un lado el libre comercio era una forma de asegurar las ventajas de una especialización industrial, por otro lado, ese provecho estaba a ser largamente superado por las desventajas de la inestabilidad capitalista, violado por la conducta de auto-suficiencia de los países europeos y acentuado por los súper protegidos Estados Unidos de America, por lo que Keynes afirma: “I should regard that as a conclusive argument for giving them a tariff” .

Si la desvalorización era políticamente improcedente y el corte de los salarios socialmente impracticable sin una guerra civil, sólo quedaba el recurso a las tarifas. La realización de cortes saláriales implicaba una guerra de guerrilla industria la industria, región a región; por otro lado la aplicación de tarifas implicaba un simple decreto ministerial.

Para Keynes, la introducción de medidas proteccionistas sería un medio de resolver los problema nacionales a los costos de un otro país, una manifestación de no-cooperación, lo que representaría un agravamiento de las condiciones de la competencia, pero Keynes consideraba que el libre comercio no era un principio despótico .

Keynes quería libertarse del jugo doctrinario de la ‘teoría científica inglesa‘anclada en el pensamiento de la clase gobernante, de los conservadores a los laboristas, deseaba evitar la delicada situación de ser teóricamente fiel a los principios, pero en la práctica ser un insensato social.

La persuasión asume un papel esencial en el conjunto de las ideas keynesianas, pues ella es el vehículo a través del cual las nuevas teorías y políticas influyen en la sociedad y en los comportamientos humanos en una sociedad democrática, de libre iniciativa con economía de mercado. Las motivaciones de la persuasión se encuentran en un diagnóstico sobre el Estado, las instituciones, la sociedad y los individuos. De ese diagnóstico resulta la exigencia de una renovación en la forma de otorgar crédito en la sociedad capitalista, aunque con los necesarios ajustes en el funcionamiento de las instituciones bancarias y financieras.

Del mismo modo que la política monetaria se había convertido históricamente en un aspecto de los ajustes necesarios al equilibrio y funcionamiento harmónico de la sociedad capitalista en el siglo XIX, Keynes pensaba que la intervención del estado debería ser permanente e indispensable para el funcionamiento de la sociedad moderna en el siglo XX. En ese sentido, también los agentes políticos y económicos deberían ser persuadidos previamente a fin de comportarse de modo correcto y en correspondencia con el carácter de mercado de la economía y las características del régimen político liberal.

Debemos entender la persuasión como un método reformista para alterar las situaciones que con el tiempo se hacen incontrolables. Probablemente Keynes retiraba enseñanzas de la situación política europea y escogía el método que mejor permitiría preservar el tipo de sociedad que este defendía, la sociedad liberal, democrática, donde el poder se mantendría en las manos de los que sabían y encarnaban la idea de progreso de la civilización.

Como en la sociedad democrática las reglas del juego obligan a escuchar la opinión pública, esta debe ser esclarecida previamente, papel que es de la responsabilidad de los entendidos. Keynes prefería apostar en la inteligencia de los gobernantes, en adaptarse a las nuevas condiciones. No apreciaba la lucha de clases, quería la hegemonía de la burguesía, inteligente, pluralista, abierta y culta.

En una situación de crisis, el proceso de ganar el combate de ideas obligaba a los científicos sociales a conquistaren previamente los representantes del orden social para las ideas justas y correctas. La participación de Keynes en las comisiones MacMillan y en el comité de los ´Economist Advicer‘legitimó la presencia activa de los economistas en las sedes de discusión sobre los problemas económicos perentorios. Talvez lo más importante de esta discusión haya sido la posición transparente de Keynes, según la cual la teoría ortodoxa estaba en severa contradicción en relación con los nuevos hechos, existía una disfunción entre las recomendaciones políticas y la realidad, y, cuando esas eran practicables, estaban disociadas de la teoría. Si la teoría estaba errada, era necesario criticarla, asumiendo así la persuasión un papel catalítico de la propia crítica.

La persuasión para Keynes no era solo una forma de debatir las ideas en una sociedad democrática, era también un estado de espíritu, talvez la única forma congruente con la esencia de esa sociedad y con la posibilidad de permeabilidad a las nuevas ideas, de la exigencia de aceptar los cambios económico-sociales, en conformidad con la evolución pacífica y harmoniosa de la sociedad. Existe un resultado muy importante para los economistas de la acción persuasiva de Keynes: la consulta a las opiniones de los consejeros económicos se hizo frecuente, a lo que se siguió la formación de comités de consejeros que pasó a ser normal en un régimen democrático.


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