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EL TURISMO EXPLICADO CON CLARIDAD
Autopsia del Turismo, 2ª parte


Francisco Muñoz de Escalona

 

 

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De lo espontáneo a lo intencionado

No es fácil fijar el momento a partir del cual algunas ciudades son planificadas no solo para sus residentes sino también pensando en sus posibles visitantes. El arquitecto español Xerardo Estévez afirma que las ciudades se transforman y se conservan obviamente para los ciudadanos, es decir, para los residentes. Y aduce un criterio, sin duda obvio pero que, en su formulación negativa tiene la virtud de reconocer la existencia de una estrategia diferente: Hacerlo así supone entender las relaciones económicas y sociales que ayuden a fijar la población residente y a incorporar un nuevo contingente de vecinos que evite que el centro histórico (de las ciudades) se convierta en un lugar de minorías, en un bien de uso turístico (Ver “Dos ciudades”, El País, 22 de febrero, 2000, p. 18) ¿Se debe evitar que las ciudades se conviertan en bienes de uso turístico? Habrá que preguntar a los gobernantes de las ciudades candidatas a ser declaradas por la UNESCO patrimonio de la humanidad y de las que ya lo fueron. Las primeras lo buscan con denuedo. Las que se oponen son minoría.

Más arriba he hecho alusión a la obra de V. M. Lampugnani La ciudad normal. Lampugnani distingue entre ciudad normal y ciudad llamativa. Veamos lo que dice Lampugnani sobre ambos tipos de ciudad.

Ciudad normal: La ciudad apenas necesita novedades que causen sensación; no se compone primordialmente de esos monumentos grandes e impresionantes que aparecen en las postales. La ciudad se forma con sus muchos y diferentes barrios y distritos, y con esa trama continua de los conjuntos residenciales. Todos ellos configuran las diversas facetas de la normalidad sobre la que se basa la viabilidad de la normalidad y la calidad de la vida urbana, la normalidad de las formas auténticas, pero no de la originalidad.

Ciudad llamativa: Los clientes y arquitectos que construyen en un contexto urbano pretenden llamar la atención; y es que cualquiera que hace algo llamativo es recompensado inmediatamente con la atención de los medios de comunicación, a los que únicamente interesa informar de las cosas que caen fuera de las normas establecidas. En consecuencia, la verdadera ciudad construida –si es que entre tanto no se ha quedado a merced de los especuladores, y de su arquitectura cada vez más vulgar y mediocre- se va transformando más y más en un conglomerado animado por gestos individuales, un parque de atracción de emociones prestadas y, en realidad, impuestas (Ver Ob. cit.).

La planificación de ciudades llamativas no es tan reciente como cree Lampugnani. Los núcleos del litoral resultaban poco atractivos para residir, debido a las continuas amenazas de piratas, invasores y saqueadores. Por esta razón, en general, las grandes ciudades se localizaron lejos de la costa. A medida que aumentó la seguridad, los núcleos costeros crecieron más que los del interior y se dotaron de elementos incentivadores específicos, entre los que podemos citar el acondicionamiento de playas para baños de aire, sol y mar y para la práctica de deportes acuáticos.

En el inmediato pasado, al disfrutar el litoral de un ambiente rico en yodo, los médicos prescribían a sus pacientes la estancia en sus localidades como terapia para ciertas dolencias. Más recientemente, se acude a estas poblaciones no solo por motivos de salud sino también, o sobre todo, porque pueden ser un solarium natural o lugares idóneos para practicar deportes (baño, natación, navegación y otros) o para descansar, divertirse y hacer nuevas amistades. El auge de las visitas a las ciudades con playas se ha extendido hoy a todo el litoral. Desde hace siglo y medio se han construido nuevas ciudades especialmente orientadas a la satisfacción de estas necesidades. Son los llamados por los turisperitos, y también por periodistas, legisladores, ciertos empresarios y la gente lugares turísticos, a los que hace años se llamaba cosmopolitas. Unos y otros responden al modelo que Lampugnani bautiza como ciudades llamativas, Xerardo Estévez, lugares turísticos y, en general, se conocen como destinos turísticos.

El modelo seguido es el que ya se desarrolló a mediados del siglo XIX en los Alpes, donde se pusieron de moda pequeños y pintorescos núcleos de montaña en los que la alta burguesía disfrutaba de estancias estivales, primero, e invernales, años más tarde. Recordaré el cuento de Alphonse Daudet (Tartarín en los Alpes), en el que tan claramente se muestra que, ya a mediados del siglo XIX, podía hablarse de turismo masivo en ciertos parajes alpinos a los que acudía la aristocracia, primero, y la burguesía adinerada de Europa, más tarde.

El modelo de actuación alpino fue imitado por muchos otros núcleos de población, cualquiera que fuera su localización: la montaña, el litoral, la ribera de un río, de un lago o la proximidad de un monumento artístico de relieve. Hasta no hace mucho, bastaba con que sus planificadores creyeran que el lugar en cuestión contaba con los turisperitos llaman recursos turísticos porque atrae o puede atraer la atención de los forasteros y, en consecuencia, provocar visitas.

Hoy ya no es estrictamente necesario disponer de este tipo de recursos. Desde hace un cuarto de siglo, el modelo de actuación se ha llevado hasta sus últimas consecuencias lógicas. Las actuaciones inversoras de la empresa norteamericana Disney, por ejemplo, en parques temáticos son verdaderas ciudades orientadas a la incentivación combinada con servicios de hospitalidad. Los ejemplos son cada vez más abundantes. La prensa diaria de Madrid informaba de la apertura de un nuevo parque de ocio en los alrededores de la ciudad que vendrá a sumarse al futuro parque de San Martín de la Vega. Se trata del proyecto Xanadú, localizado en Arroyomolinos, al sur del distrito de Vallecas, el mayor parque de nieve artificial de Europa, que el gobierno de la Comunidad de Madrid inauguró recientemente y en el que se puede practicar el esquí los 365 días del año. El coste ha superado los dos mil millones de euros y ocupa una extensión de 95 hectáreas en un terreno yermo de acusadas pendientes. La empresa Ace Snowmake, especialista en este tipo de parques, ha construido tres pistas de nieve artificial de 200 metros de longitud cada una y ha plantado una gran cantidad de árboles naturales con los que ha reproducido el paisaje alpino. Además, el parque, ubicado a apenas 25 kilómetros de la capital, cuenta con numerosos comercios, restaurantes, cines, piscinas, hoteles, boleras y hasta una escuela de golf. El complejo de Arroyomolinos dará empleo directo a 4.000 personas e indirecto a otras 3.000. Los organizadores creen que un millón y medio de visitantes utilizará sus instalaciones anualmente.

El reportaje publicado por el diario El País responde a una de las muchas preguntas relativas a la elección de Arroyomolinos como localización del parque: Los responsables de Ace Snowmake tardaron cinco años en encontrar en España un pueblo con las características especiales de Arroyomolinos, con una orografía tan accidentada, perfecta para simular las vertientes de una montaña. Hay otra pregunta cuya respuesta me imagino: porque Arroyomolinos queda a 25 kilómetros de Madrid y dentro de una conurbación con cinco millones de habitantes que, además, recibe un flujo anual de visitantes de España y del resto del mundo del orden de diez millones. Cinco años son muchos para seleccionar el área metropolitana de una gran ciudad europea. Este factor, junto con la orografía, ha primado más que una latitud más alta que hubiera podido ahorrar costes de agua y energía. La empresa promotora de Xanadú tiene previsto construir otros seis centros de similares características en Milton Keynes (Inglaterra), Irlanda, Taiwan y Estados Unidos.

En San Martín de la Vega, Madrid, se ha construido el complejo de ocio Warner Bros Movieworld Madrid, que ha entrado en servicio el año 2002. Los promotores (nueve empresas privadas y una pública) han invertido cerca de 380 millones de euros. La multinacional Time Warner diseñó el proyecto y se encarga de su explotación. Se espera que el complejo reciba anualmente entre 2,5 y 3 millones de visitantes.

En Nueva York se construye un nuevo planetario. El Centro Espacial Rose consta de una esfera de 27 metros de diámetro con dos grandes salas de proyecciones circulares (el Teatro del Espacio y el Big Bang), la Rampa Cósmica, que circunvala la esfera, a la que rodea, el Hall del Universo, donde su puede admirar el meteorito Villamate, un trozo del sistema solar de 15 toneladas de peso y una exposición permanente sobre las galaxias, el nacimiento de las estrellas y la historia de los planetas. James Sweitzer, director del museo, afirma que nadie, ni siquiera los astrónomos, han podido experimentar el universo a tan amplia escala. Por primera vez podemos viajar a través de un modelo real, científico y continuo del universo.

El proceso seguido va desde la fundación de ciudades para ser vividas por residentes permanentes a la planificación y construcción de las que serán ocupadas transitoriamente por visitantes, residentes pasajeros, pasando por el desarrollo de un modelo intermedio, el de las ciudades acondicionadas para residentes permanentes y pasajeros. Hoy se habla de las llamadas ciudades escenario. El historiador David Ringrose (Ver Madrid ciudad imperial, en Juliá, Ringrose y Segura, Madrid, historia de una capital, Alianza, Madrid, 1995) dice que son numerosos los estudios que demuestran o suponen que los monarcas renacentistas y barrocos de Italia elevaron la reconstrucción urbana a una forma de arte independiente. Sugiere que el monarca absoluto realizó, o procuró hacerlo, inmensas inversiones en la reconstrucción física de su capital con el fin de crear un escenario apropiado para su categoría y autoridad y una manifestación de éstas. Así, la capital barroca ideal transmitía a primera vista una panorámica de la autoridad y la cultura del príncipe a través de toda una variedad de motivos decorativos, edificios, uniformes y grandes calles, mientras que la existencia misma de sus monumentos verificaba el poder cuasi divino del monarca para crear.

En nuestros días casi todas las ciudades, al menos las más avanzadas, pertenecen a este tipo de ciudad escenario creadas pensando tanto en los residentes como en los visitantes. Ciudades pensadas solo para residentes son solo las de muy escasa entidad o las del llamado tercer mundo.

Desde mediados del siglo XVIII se organizaban en Londres lo que hoy llamamos ferias de muestra para exponer las innovaciones técnicas en materia de máquinas herramienta. La Sociedad de las Artes de Londres decidió comprar las máquinas premiadas en los concursos que convocaba anualmente y en 1761 organizó la primera exposición industrial. Abierta al público durante quince días tuvo tanto éxito que la Sociedad decidió abrir una exposición permanente.

Francia imitó la experiencia exponiendo en bazares los productos de sus fábricas. El primero se abrió en el Campo de Marte en 1798 con la presencia de más de un centenar de expositores. El segundo se celebró en 1801 logrando doblar la participación de expositores. La rivalidad entre industriales británicos y franceses llevó a multiplicar la organización de exposiciones en ambos países. La exposición de 1849 en Francia contó con más de 4.500 expositores. Como ya he dicho, en 1851 tuvo lugar la Exposición Universal de Londres con el patrocinio de la familia real. El príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria, participó muy activamente en su organización. Se diseñó un edificio espectacular (104.000 metros cuadrados, 20 metros de altura y cerca de noventa mil metros cuadrados), el llamado Palacio de Cristal, con elementos preconstruidos ensamblados en un tiempo record en el corazón de Hyde Park. La exposición estuvo abierta durante ciento cuarenta días y recibió más de seis millones de visitantes (43.000 diarios), un dato a tener en cuenta para saber desde cuando hay turismo masivo. Thomas Cook, que llevaba produciendo turismo desde 1841 en Leicester, produjo y vendió en esta ocasión, utilizando la incentivación de esta exposición, 165.000 planes de desplazamiento circular desde diversos lugares del mundo hasta Londres. Sus fabricados incluían la entrada en el palacio de Cristal y el viaje en ferrocarril. Litton Strachey, el biógrafo de la reina Victoria, se refiere a que las felicitaciones de las corporaciones estatales se sucedían; la ciudad de París dio una gran fiesta al comité de la exposición y a que la reina y el príncipe hicieron una gira triunfal por el norte de Inglaterra. Los resultados económicos fueron igualmente extraordinarios. El beneficio total obtenido por la exposición alcanzó la suma de 165.000 libras que se destinaron a comprar un terreno en el sur de Kesington donde se levantaría un Museo Nacional permanente (Litton Strachey, Victoria, Salvat, Barcelona, 1995) El éxito fue tan espectacular en todos los sentidos que no hay duda de que la Great Exhibition of the Works of Industry of all Nations del año 1851 en Londres marcó la aplicación en gran escala de una tecnología ya conocida, orientada a la producción de servicios incentivadores de turismo. En 1855 se celebró en París la Exposition Universelle des Produits de l’Industrie que ocupó cerca de 140.000 metros cuadrados y fue visitada por más de cinco millones de personas.

Este tipo de eventos quedó pronto consolidado en la medida en que se convirtió en el maridaje perfecto de los intereses públicos al más alto nivel con los intereses privados de casi todos los sectores empresariales. Son ya 31 las exposiciones universales celebradas durante el siglo y medio que ha pasado desde la exposición de Londres (1851) hasta la de Munich (2000). Ya me he referido a las Olimpiadas, eventos comparables con las Exposiciones Universales. Como ya he dicho, los juegos nacieron en Grecia el año 776 a. C. según el historiador Timeo (352 – 256 a. C.). Los juegos olímpicos adquieren toda su fuerza generadora de visitantes de la ciudad anfitriona a fines del siglo XIX. En 1893, el francés Pierre de Coubertin convocó en París un congreso internacional de organizaciones deportivas. En el congreso se creó el actual Comité Olímpico Internacional. Las primeras olimpiadas modernas tuvieron lugar en Atenas en 1896. Desde entonces hasta el año 2000, los juegos se han celebrado en 27 ocasiones en ciudades de todos los continentes. Ambos tipos de eventos son ya dos de los más significativos elementos incentivadores globales o mundiales ya que tanto los visitantes como los participantes proceden de todos los países del globo.

Los XXIII Juegos Olímpicos, celebrados en la ciudad de Los Ángeles en 1984 (en 1932 se celebraron en la misma ciudad), se basaron en el ente planificador denominado “Los Ángeles Olimpic Organizaning Commitee” (LAOOC), ONG que estuvo vigente durante casi cinco años y medio. En el LAOOC trabajó un equipo de 1.500 personas a pleno tiempo, lo que supone cerca de tres millones de jornadas/hombre, a lo que hay que añadir la contratación de 45.000 trabajadores durante los juegos. El LAOOC consiguió que los juegos de Los Ángeles fueran uno de los más grandes éxitos deportivos conocidos por la humanidad y uno de los más grandes negocios del siglo XX.

Con motivo de unos Juegos Olímpicos o de una Exposición Universal, la ciudad anfitriona realiza obras públicas tan espectaculares que cambian su imagen. En Los Ángeles se acondicionó el Exposition Park, lugar en el que se celebraron los juegos, y se mejoraron las instalaciones del Memorial Coliseum. Se construyó un velódromo, un estadio para hockey, varios campos de tiro, piscinas y otras instalaciones permanentes, a todo lo cual hay que añadir las construcciones efímeras. Se vendieron 140 millones de entradas. Los ingresos ascendieron a 787 millones de dólares y los gastos no llegaron a los 546. El saldo favorable fue de cerca de 223 millones de dólares. El impacto económico de los juegos se dejó sentir en todos los sectores productivos y en todos los aspectos urbanos.

Un destacado interés para el estudio de la incentivación tienen las asociaciones mundiales de todos los tipos (deportivas, científicas, políticas, militares, religiosas, industriales, profesionales) tanto para elegir la sede permanente como para la celebración de asambleas y congresos periódicos. Tienen reconocida gran eficacia en materia incentivadora de visitas. Los cambios en la trama urbana, en la vida diaria y en la dotación de infraestructuras y servicios de todo tipo que numerosas ciudades han experimentado después de casi dos siglos han terminado por generar movimientos de repulsa, que si hoy son minoritarios pueden aumentar en el futuro. Como Lampagnani sostiene, una visión imparcial mostraría que actualmente, en el umbral del nuevo milenio, a la mayoría de nosotros no nos disgustaría vivir donde nuestros abuelos y bisabuelos vivieron en su día. Hoy hay que reconocer que esas ciudades no eran piezas de museo como son actualmente muchos centros históricos, paralizados en el tiempo y engalanados con cafeterías anacrónicas y tiendas demasiados elegantes. Un veredicto objetivo diría que gran parte de la práctica urbanística de las últimas décadas ha sido en el mejor de los casos, inoportuna, y en el peor, inadecuada. Se ha dedicado demasiado esfuerzo para sacarnos del pasado, sin ofrecernos algo mejor o al menos igual a lo que había antes (V. M. Lampagnani, La ciudad normal, Babelia, El País, 30 diciembre, 2000, p. 21)

El sociólogo (re)creativo Vicente Verdú, empeñado en distinguir viajeros de turistas como antaño los turisperitos se afanaban en distinguir turistas de viajeros, destaca la existencia de técnicas orientadas a provocar visitas masivas, con la siguiente frase: Tal ser apestado (el turista) es hoy, sin embargo, una vez que el mundo se ha convertido por entero en un parque temático, que los negocios de souvenir en San Francisco están en manos de coreanos, los de Copenhagen en poder de los rumanos o en Málaga bajo la administración de los marroquíes; que los karaokes de cualquier parte forman una red mundial de recién casados cantando iguales melodías y que los monumentos, uno a uno, han ingresado, reciclados y desinfectados, en los itinerarios normalizados del tour operator, el turista, digo, es una especie humana de extraordinario valor. No un ser, como antes, desplazado como un bacilo de autobús en autobús, sino que permanentemente, noche y día, 365 días sobre 365 días, ha emergido en el mundo como una etnia, con sus costumbres, su alimentación, su cultura, sus deseos, sus ritos y, tan importante en número como son ahora los habitantes de la India. Esa masa ingente, trashumante, ha dejado de ser por completo una anécdota cualquiera de la Humanidad. Es ya la Humanidad. Una de sus porciones más suculentas, decisivas, dinámicas, humanas (Vicente Verdú: “El turista”, El País, 15 de junio, 2001)

Entre las técnicas incentivadoras de visitas debo resaltar los zoológicos, los safari -park y los acuarios, entre las que se basan en lo que llamamos Naturaleza, y los museos y las exposiciones de arte, entre las que utilizan el referente de lo que llamamos Cultura.

Los antiguos egipcios fueron los primeros que se interesaron por hacer colecciones de animales (monos, leones, hienas, jirafas, antílopes, gacelas, cabras monteses, avestruces y aves). La experiencia fue imitada por chinos, griegos y romanos. La Edad Media aportó sus menageries, colecciones de animales de reyes y nobles que se consideran la base de los actuales zoológicos.

El primer zoológico data de 1752, el Schönbrunn de Viena. Desde entonces arranca la apertura de zoológicos en las principales ciudades europeas (París, 1793; Londres, 1826; Dublín, 1832; Amsterdam, 1838; Amberes, 1843; Berlín, 184; Melbourne, 11857; Francfort, 1858; Copenhagen, 1859; Colonia, 1860; Moscú, 1863; Vroclaw, 1863; Hannover, 1865; Leningrado, 1865; Budapest, 1866; Basilea, 1873; Filadelfia, 1874; Potzman, 1874; Bombay, 1875; Leipzig, 1878; Sydney, 1879; Wuppertal, 1881; Buenos Aires, 1888; Helsinky, 1891; Nueva York, 1897; Halle, 1900; Pekín, 1906; San Diego, 1921; Praga, 1931; París, Bois de Vicennes, 1934; Londres Whipsnade, 1931; Amberes Muizen, 1956; Malinas, 1956; Tokio, 1958; Madrid, 1972; Munster, 1974; Toronto, 1974, Mineápolis, 1978) La relación solo acoge los zoológicos más importantes. Hay en el mundo más de seiscientos zoológicos de los que 250 están en Europa. Los datos proceden de la obra de Miguel Jiménez de Cisneros “Guía de los Zoos, Safaris y Acuarios de España”. Penthalon, Madrid, 1986.

Como afirma Miguel Jiménez, a mediados del siglo XX hizo su aparición en Inglaterra un nuevo estilo de zoológicos, el llamado “safari – park”, zonas acotadas con animales supuestamente en libertad porque no están enjaulados, donde la visita se hace en coche o en buses, para la observación y la fotografía. La experiencia fue imitada inmediatamente por numerosos países. En España se abrieron safaris en Albiñana, Tenerife, Baleares, Andalucía, Madrid y Valencia.

Algunos zoológicos cuentan con acuarios pero también hay acuarios fuera de zoológicos. Siempre se ha tendido a la especialización, sobre todo en los últimos años. Hoy, con una oferta tan amplia, la especialización del zoológico es una de las fórmulas más exitosas. Es la que aplican los más grandes y mejor organizados.

Existen también técnicas de menor calado para atraer la presencia de visitantes en muchas ciudades que no son, sin embargo, desdeñables. Veamos algunos ejemplos.

Hay ciudades que pierden estacionalmente parte de su población residente. El fenómeno no es reciente. En el caso de Londres, la nobleza residía hace poco más de un siglo en la ciudad solo durante tres meses, de mayo a agosto. El resto del año estaba en sus posesiones rurales. A fines del siglo XIX se consiguió cambiar esta costumbre por medio del progresivo aburguesamiento del estilo de vida de la nobleza y de otros factores dinamizadores de la vida urbana. La revitalización de los club influyó de un modo destacado en el cambio, pero también la adopción de una serie de medidas destinadas al cambio de costumbres, como la organización de diversos espectáculos, apertura de nuevos comercios, la celebración de exposiciones de todo tipo, la apertura de museos, etc.

Hoy ha cambiado la estación durante la que los residentes abandonan una ciudad. La ausencia temporal de la ciudad de residencia equivale a la estancia temporal en el litoral, en la montaña y en general en zonas rurales o incluso en otras ciudades del extranjero. Madrid, como otras muchas megalópolis europeas, pierde parte de su población residente durante julio y agosto, meses de altas temperaturas. Los gobernantes regionales adoptaron en 2001 un conjunto de medidas tendentes a conseguir dos efectos sumatorios: que quienes residen en la región no se ausenten y que aumenten los residentes pasajeros. Las medidas incluyen espectáculos, rebajas en el precio de los servicios de hospitalidad, apertura de parques de tiempo libre y el compromiso con comercios para que no cierren sus establecimientos, entre otras medidas. El coste superó los 7, 2 millones de euros para conseguir medio millón de visitantes (14,42 euros por visitante).

Pero hay otras muchas técnicas para conseguir lo mismo. Son tan numerosas que difícilmente se pueden citar todas, pero citaré algunas. Quizás la más aplicada desde hace algunas décadas sean los llamados parques temáticos. Los expertos creen que estos eficientes elementos incentivadores de visitantes no residentes habituales en la ciudad en la que se localizan tienen su origen inmediato en la Exposición Universal de París de 1867 organizada a la mayor gloria del Segundo Imperio. Como la exposición de 1798, también esta se instaló en el Campo de Marte. Un gran palacio de hierro y cristal ovoide de unos 175.000 metros cuadrados de superficie (490 metros de largo por 390 metros de ancho) ocupaba la tercera parte del recinto. Simulaba el globo terráqueo, rodeado de los pabellones representativos de los diferentes países participantes construidos y decorados según el peculiar estilo de cada uno, a modo de satélites girando alrededor de un planeta. El Palacio estaba destinado a la exposición de los productos de cada país. Los pabellones del parque circundante se dedicaron a exponer muestras etnográficas de los países participantes. Estas muestras tuvieron un éxito inesperado. Los visitantes podían visitar reproducciones a escala real de la casa de un pachá turco, una mezquita islámica, un templo egipcio con tesoros encontrados en las incipientes excavaciones arqueológicas, una granja noruega con vacas pastando, un salón de té de China o una escuela primaria de USA (ver Daniel Canogar, Ciudades efímeras, Ollero, Madrid, 1992) Los pasillos del recinto mostraban los productos exhibidos de acuerdo con una novedosa concepción que combinaba el tipo de producto y el país de fabricación. Mientras que los pasillos ovoidales permitían contemplar un mismo tipo de producto a través de los diferentes países que lo producían, los pasillos radiales mostraban todos los productos de un mismo país. Como dice Daniel Canogar en la obra citada, los visitantes no lograron comprender la laberíntica estructura del Palacio hasta que no la contemplaban haciendo viajes en globo aerostático organizados por Nadar, el fotógrafo especialista en fotografías aéreas. Doce pasajeros a la vez podían contemplar desde el globo de dos pisos de Nadar la formidable transformación que había sufrido en pocos meses el Champ de Mars para acoger esta gran celebración expositiva. Nadar permitía al pasajero de su globo realizar instantáneas mentales del recinto de la exposición. Solo a estas alturas podía el individuo captar de un golpe de vista la forma ovoide del edificio. Dos semicírculos unidos en su parte central representaban el hemisferio norte y el hemisferio sur del globo terráqueo. El pasajero realizaba un vuelo imaginario a los confines más remotos de la estratosfera, desde la que vislumbraba un plano general que simulaba la tierra. Un siglo más tarde, con los primeros vuelos espaciales, se hizo posible esta experiencia real para los primeros cosmonautas, ahora con el planeta Tierra como objeto de observación.

Fue como es sabido, la factoría norteamericana Disney la primera que aplicó esta tecnología incentivadora de residentes pasajeros por medio de los grandes centros de Florida, Tokio y París de un modo masivo y permanente. Durante las últimas décadas del siglo XX Disney tuvo seguidores en todos los países. Numerosos grupos empresariales de ámbito transnacional, altamente capitalizados y tecnificados, protegidos por minuciosos convenios con los gobiernos de turno, apostaron por este tipo de negocios atraídos por sus grandes expectativas de beneficios. Todo permite esperar que este novedoso sector productivo, al que algunos llaman de ocio, siga proliferando a lo largo del nuevo siglo. Hay ejemplos de técnicas similares, aunque más modestas. Citaré algunos. En el este de Francia se abrió hace años el llamado Ecomuseo de la Alsacia. A principios de los años sesenta del siglo XX, un grupo de alsacianos amantes del pasado se propusieron rendir homenaje a su cultura tradicional y decidieron salvar todos aquellos elementos que la conforman, desde la arquitectura hasta la producción artesana pasando por el mobiliario, el interiorismo, la gastronomía, las costumbres y las fiestas populares. Para ello constituyeron la Asociación de Casas Campesinas, a la que dotaron de fondos para adquirir casas típicas condenadas a la demolición por la fuerza del progreso. Como es sabido, las viviendas alsacianas tienen una acusada personalidad. Se trata de la conocida casa cuyos paramentos exteriores muestran entramados hechos con viejos maderos cuyos huecos han sido cerrados con tapial de adobe. Se desmontaron las casas a derruir y fueron reconstruidas una por una siguiendo un plan urbanístico acorde con el modelo de villa alsaciana medieval. Las casas del reconstruido núcleo medieval, al que se ha dado el nombre de Ecomusee d’Alsace, están documentadas, es decir, se sabe el año de su primera construcción, el nombre de las familias que las habitaron y sus ocupaciones.

En 1980 se llevó a cabo el proyecto gracias a los terrenos cedidos por la municipalidad de Ungersheim y al apoyo del Consejo General del Alto Rin, la Región de Alsacia y el Ministerio de Cultura del Gobierno de la República. Una vez finalizadas las obras se encargó su gestión a la firma Ecoparcs. Es evidente que no puede considerarse el Ecomuseo de la Alsacia un núcleo urbano convencional, habitado por residentes permanentes. Se trata de un peculiar museo, como su propia denominación explica, cuya misión no es otra que simular un núcleo medieval, sobre la base del trabajo de investigación de un equipo de antropólogos, sociólogos, arquitectos, artistas y amantes de la cultura tradicional. Según el sociólogo francés Jean Baudrillard, vivimos en la era de la simulación (Ver su obra Simulations. Semiotext. Nueva York, 1983. Citado por George Ritzer: El encanto de un mundo desencantado. Revolución en los medios de consumo. Ariel. Barcelona, 2000)

En el Ecomuseo de la Alsacia se ofrecen muestras de los cultivos, de la artesanía y, en general, de la vida colectiva de una villa medieval. Anualmente se confecciona un programa de actividades inspiradas en las costumbres productivas y lúdicas que acabaron siendo barridas por el progreso: la recolección del maíz, la elaboración del carbón vegetal, las procesiones religiosas y la vendimia, entre otras. Se hacen exposiciones artísticas, se representan obras de teatro y se dan conciertos musicales. El Ecomuseo de la Alsacia está gestionado por una empresa mercantil que se sostiene prestando servicios incentivadores que pasan a formar parte de los planes de desplazamiento circular que elaboran quienes desean visitarlo o por las empresas especializadas en este tipo de producto para su venta en el mercado. El Ecomuseo de la Alsacia supera actualmente el medio millón de visitantes al año. Si pensamos en un gasto medio del orden de 60 euros por visitante y día y en estancias medias de 2 días por visitante tenemos una facturación anual del orden de 60 millones de euros.

Otros ejemplos de ciudades para visitantes lo constituyen los llamados destinos turísticos. Alberto Sessa llama macroproducción turística a la construcción, ex novo o no, de localidades llamativas o destinos turísticos, que no son otra cosa que núcleos dedicados a la captación de visitantes por medio de una combinación de técnicas incentivadoras y facilitadoras. Entre ellos destaca en Europa la ciudad española de Benidorm, que en la década de los sesenta del siglo XX no era más que un atrasado y pintoresco pueblo en el que vivía una comunidad de pescadores artesanales.

El ejemplo más espectacular de lo que digo lo constituye, sin duda, la ciudad norteamericana de Las Vegas. En la década de los cuarenta del siglo XX, Las Vegas era ya una ciudad claramente orientada a la prestación de singulares servicios a los visitantes. Fue fundada en 1855 por los mormones, secta que se sintió atraída por la existencia en la zona de pozos artesianos para irrigar sus cultivos. El auténtico desarrollo de la ciudad comenzó en 1905, gracias a la construcción del ferrocarril que comunicó Los Ángeles, en el oeste, con el Gran Lago Salado, en el norte. En los años treinta, se construyó la presa Hoover, que, además de servir para producir electricidad y para el abastecimiento de agua, se explota desde entonces como un servicio incentivador de visitantes. A principios de 1947, visitó esta ciudad la escritora francesa Simone de Beauvoir. En su obra América día a día. Diario de viaje escribe que, en 1947, la ciudad se encontraba a más de cien millas del núcleo urbano más cercano: sin industria, sin comercio, en el corazón de una tierra improductiva, esa ciudad constituye el triunfo del artificio; no hace otra cosa que explotar el desenfreno, que es la otra cara de su pobreza (pp 174 a 175 de la ob. cit.)

El clima de Las Vegas es tan agradable que constituye, por sí mismo, un elemento incentivador extraordinariamente eficaz. Es seco y soleado y, aunque los días estivales son calurosos, las noches son especialmente frescas. En 1931, el estado de Nevada consiguió la necesaria autorización federal para abrir salas de juego durante las veinticuatro horas del día. Tanto en Las Vegas como en la cercana Reno abundaban los carteles publicitarios que invitan a casarse en ésta o en aquélla capilla (wedding chapels) enumerando sus especialidades. Las iglesias y las capillas se mantienen abiertas durante las veinticuatro horas de todos los días del año. Se trata, ciertamente, de una técnica deliberadamente orientada a la incentivación de visitantes.

Simone de Beauvoir cuenta en la obra citada que tuvo dificultades para encontrar habitación en los hoteles de Las Vegas, un indicador harto expresivo de la aceptación que estos establecimientos tenían incluso en 1947, un año fuertemente marcado por la crisis económica en Estados Unidos, los servicios incentivadores de la ciudad. Simone tuvo que alquiler una casa con dos habitaciones, baño y cocina. Bugsy Siegel, el famoso empresario, había inaugurado un año antes el primer hotel-casino, el Flamingo Hotel. La oferta de servicios de alojamiento siguió siendo insuficiente durante años para atender la creciente demanda de sus servicios incentivadores.

La escritora encontró en Las Vegas los mismos clubes de juego que en Reno y la misma clientela de vaqueros y vagabundos. Buscando una oferta incentivadora diferente, un taxista la llevó a las afueras de la ciudad, donde no había, nos dice, más que casas de prostitución. El taxista la llevó, entonces, a un salón de baile anejo al hotel “La Ultima Frontera”, un hotel que a la escritora le pareció casi un pueblo entero, con una decoración que le recordó a los pueblos del Lejano Oeste típico, aunque el salón de baile no le pareció pintoresco, sino uno de esos lugares decentes donde nunca pasa nada con una clientela burguesa, provinciana y vulgar, por lo que decidió abandonar el salón de baile y el barrio negro de la ciudad. El taxista, todo un guía profesional, la llevó aún más lejos, donde están la mayoría de los clubes, aunque separados por grandes distancias. Una nueva referencia a través de la que podemos hacernos una idea de la abundante oferta de unos servicios incentivadores a cuyo conjunto es frecuente llamar ambiente nocturno.

En más del medio siglo que ha pasado desde la visita de Simone, la ciudad de Las Vegas ha conseguido llevar este modelo urbano hasta sus últimas consecuencias lógicas. Ya nos hemos referido al Casino - Hotel Flamingo, inaugurado en 1946. Antes de su apertura había ya numerosos casinos en Las Vegas, pero es evidente que el Flamingo marcó el comienzo de una nueva época en la vida de una ciudad como ésta, caracterizada por el crecimiento explosivo de un tipo de incentivación (los juegos de azar) integrado con servicios facilitadores muy específicos, la hospitalidad de gran lujo.

Como todo el mundo sabe, Las Vegas ha vivido siempre de la explotación de los juegos de azar. Los hoteles, los restaurantes y los comercios fueron siempre meras apoyaturas, puros servicios facilitadores, en los que las ganancias pueden ser pequeñas o poco significativas. Las verdaderas fuentes de ingresos y de beneficios son desde hace años los casinos. El Hotel Flamingo de la ciudad de Las Vegas integra numerosos servicios, tanto incentivadores como facilitadores. Desde entonces, todos los casinos aspiran a contar con un hotel de lujo, o a la inversa, o a integrarse en megacentros comerciales con espectáculos. Como dice el sociólogo norteamericano Georges Ritzer (Ver La macdonalización de la economía), Las Vegas se ha reinventado a sí misma, y ha pasado a orientarse mucho más al entretenimiento familiar. Aunque el juego sigue siendo una importante fuente de ingresos, las demás facetas del negocio de los casinos-hoteles también están diseñadas para obtener mucho dinero. El moderno casino – hotel constituye un medio sumamente eficaz de promover el juego, la experiencia de Las Vegas y las actividades y la parafernalia que la acompañan.

Los visitantes de Las Vegas practican el llamado casino hopping, un deporte urbano que consiste en visitar casinos. La ciudad de Las Vegas está al servicio incondicional de estos visitantes, conocidos como buscadores de oro. Numerosas empresas se dedican al negocio de organizar excursiones desde las grandes ciudades americanas y europeas a precios bajos para visitar centros de juego. Las Vegas es una ciudad hotel con más de 100.000 habitaciones al servicio de sus visitantes.

El modelo de Las Vegas está siendo seguido por otras ciudades americanas. Túnica County, en el estado de Mississipi, se ha convertido de la noche a la mañana en una meca del juego, con nueve casinos y 50.000 visitantes diarios en el momento de escribir esto (1999). En solo cinco años pasó de ser el condado más pobre a ser el más rico del estado de Mississipi (G. Ritzer, ob. cit.)

Lo dicho para Las Vegas ilustra cómo se ha pasado desde la fundación de ciudades que hemos llamado espontáneas a la de ciudades intencionadas, dedicadas al servicio de residentes pasajeros, visitantes cuya estancia media se encuentra entre un mínimo de varias horas hasta un máximo de cinco a siete días. Es la consecuencia del progresivo vencimiento de la distancia que ha conseguido la humanidad.

De todos modos, este modelo de ciudad tiene claros antecedentes en las ciudades universitarias de la Baja Edad Media. A partir del siglo XII aparecieron en Europa las llamadas Universidades, centros dedicados a la formación de clérigos expertos en teología. El traductor al castellano de La riqueza de las naciones, la obra de Adam Smith (1776) atribuye la fundación de las universidades europeas a la protección de los reyes e incluso a algunos particulares bajo patrocinio real después de impetrar las bulas pontificias al objeto de dar a su instituto mayor decoro y autoridad concurriendo ambas potestades, y porque siempre en sus aulas se había de tratar de las doctrinas sagradas y eclesiásticas. No es cierto que solo se erigiesen estas Universidades solo para la educación de eclesiásticos sino para todos los ramos de las otras ciencias o para la más principal de ellas. Piensa el traductor de la obra que no puede asegurarse con tanta generalidad como se acostumbra que los centros de enseñanza universitaria estuvieran siempre bajo la jurisdicción de los Papas. La Universidad de Salamanca fue fundada a principios del siglo XIII por Alfonso IX y no estuvo nunca bajo la privativa jurisdicción de los Papas. El citado rey hizo traer maestros consumados en todas las ciencias, de Italia y de Francia, prometiéndoles grandes salarios y premios.

Citaré las Universidades de Oxford, Salamanca, Alcalá y La Sorbona, entre otras muchas. Los centros universitarios dieron a las ciudades que las acogieron un carácter muy peculiar, marcado por una afluencia extraordinaria de residentes temporales (profesores y estudiantes). La función incentivadora de residentes pasajeros de estos núcleos urbanos resulta indiscutible, tanto que generó la aparición y el posterior crecimiento de una abundante oferta de servicios de hospitalidad (residencias, fondas, colegios mayores, mesones, inns of courts, etc)

El historiador británico John Stoye se refiere a la estancia de hijos de familias británicas de la nobleza rural y de las familias urbanas acomodadas en Oxford y Cambridge en el siglo XV. Los nuevos estudiantes engrosaron la demanda y las Universidades se vieron obligadas a incrementar la capacidad de sus residencias y refectorios. Surgieron colegios mayores dedicados a la enseñanza con servicios de hospitalidad propios. La oportunidad de aumentar los antiguos y modestos niveles de ingresos era grande. Los nuevos residentes dejaron de ser exclusivamente becarios pobres. Llegaron también jóvenes de familias pudientes dispuestos a pagar todos los gastos generados por la estancia (alojamiento, alimentación, enseñanza reglada o interna y enseñanza no reglada o externa al colegio, como danza y esgrima).

Por ello no es tan novedoso, como cree George Ritzer, (Ver El encanto de un mundo desencantado. Revolución en los medios de consumo, Ariel, Barcelona, 2000) que, en la actualidad, los directores de los establecimientos educativos hayan empezado a reconocer que los campus tienen que imitar a los nuevos medios de consumo si quieren prosperar. Se ha dicho que un instituto es como un centro comercial. Las universidades fueron siempre medios de consumo educativo pero hoy la mayoría de los campus universitarios resultan anticuados, pesados e ineficaces comparados con los centros comerciales, los cruceros, los casinos y los restaurantes de comida rápida. Para competir, las universidades están tratando de satisfacer las exigencias de los estudiantes ofreciéndoles alojamientos temáticos, dormitorios destinados a estudiantes que comparten intereses. En la medida en que las universidades aprendan cada vez más de los nuevos medios de consumo, llegará a ser posible y exacto referirse a ellas como McUniversidades, sostiene Rizer.

Esto se debe a la encorsetada imagen que aun tienen los centros universitarios, esas instituciones eclesiásticas medievales que aun conservan algo de sus orígenes. Las universidades siempre tuvieron carácter incentivador. No es sorprendente que hoy se esté prestando ya la atención que merece la oferta de servicios a residentes en centros universitarios. Los centros de enseñanza se han concebido siempre, al menos implícitamente, como verdaderas ciudades para residentes pasajeros. Es lógico que entre los servicios obligados de una ciudad con sus visitantes (alojamiento, restauración, comercios, recreo) se incluyan los educativos. Un ejemplo lo aporta en España la Universidad de Alicante en San Vicente de Raspeig. El campus cuenta con servicios de refacción diferenciados para alumnos (autoservicio) y para profesores (con camareros) y con una Sociedad de Relaciones Internacionales que funciona como empresa productora de turismo ya que programa estancias temporales de estudiantes y profesores en la universidad.

Para cerrar este punto podemos considerar los comentarios que el escritor inglés Julián Barnes hace en su novela de tesis titulada Inglaterra, Inglaterra (Anagrama, Barcelona, 1999). El protagonista es un magnate de los mass media que intenta remediar la decadencia del Reino Unido abriendo un parque temático al que denomina, precísamente, Inglaterra, Inglaterra, nombre que refleja la esencia del proyecto: ofrecer a los visitantes una muestra representativa de los valores de la auténtica tradición inglesa que, a su entender, se encuentran en vías de extinción.

El magnate adquiere en propiedad la isla de Wight (381 km2, cerca de 150.000 h., localizada en el Canal de la Mancha, condado de Hamp, conocido lugar de descanso desde que la reina Victoria lo eligió para erigir una de sus residencias de recreo) y encarga un proyecto técnico a un equipo de especialistas. La ironía que preside la obra no evita que refleje con inteligencia la tecnología que se está aplicando desde hace años a la creación de parques temáticos en muchos países. Un sondeo de opinión sirve para seleccionar cincuenta quintaesencias de la britanidad (la familia real, el big bend, los pubs, Robin Hood, la BBC, el Times, Stonehenge, los taxis de Londres, los almacenes Harrods, y en este plan)

El intelectual francés contratado como asesor del proyecto afirma al ser informado de los fines del proyecto: Estamos hablando de algo hondamente moderno, hoy preferimos la réplica al original. Preferimos la reproducción a la obra de arte en sí misma, el sonido perfecto y la soledad del compact disc al concierto sinfónico en compañía de un millar de víctimas de molestias de garganta, el libro grabado al libro en las rodillas. Si alguna vez visitan las tapicerías de Bayeux, en mi país, descubrirán que, para acceder a la obra original del siglo XI, antes tienen que pasar por un facsímil de cuerpo entero producido por técnicas modernas; ahí tienen una exposición documentada que sitúa la obra de arte para el visitante, el peregrino, como si dijéramos. Pues sé de buena tinta que el número de minutos que el visitante permanece delante del facsímil supera en cualquier cómputo que se haga al número de minutos que permanece delante del original. En el mundo moderno preferimos la réplica al original. Antiguamente solo existía el mundo, vivido directamente. Ahora existe la representación del mundo. Tenemos que exigir la réplica (Julián Barnes, ob. cit. pp 68 a 71). Más adelante, Barnes, por boca del magnate, expone que lo que busca el proyecto es magia. Queremos un aquí, un ahora, queremos la isla, pero también queremos magia. Queremos que nuestros visitantes sientan que han atravesado un espejo, que han abandonado su mundo personal y entrado en un mundo nuevo, distinto pero extrañamente familiar, donde las cosas no se hacen como en otros lugares, sino como en un sueño raro. (Ob. cit., pp. 145 y s.) La carga irónica de Barnes, como vemos, es evidente, y refleja un perfecto conocimiento de las aspiraciones de numerosos proyectos empresariales de servicios incentivadores que hacen intencionado lo que hasta no hace mucho solo era espontáneo.

No es tampoco nuevo el gusto por lo artificial. Hoy puede reflejar las preferencias de vacacionistas de mal gusto, pero hace más de un siglo constituyó la tendencia de los snobs que trataban de distinguirse de las masas de burgueses enriquecidos por los negocios. El escritor francés Huysmans, seguidor al principio de la tendencia del naturalismo en literatura, terminó por abandonarlo enfrentándose a Emilio Zola. En su novela Al revés, que data de 1884, encontramos pruebas indudables a través del personaje Des Esseintes, un aristócrata decadente y misógino, que odia todo lo que los nuevos ricos ambicionan. Llega incluso a afirmar que puede uno, sin moverse de París, adquirir la bienhechora impresión de un baño de mar; bastará sencillamente con que vaya a los baños Vigier, situados dentro de un barco en pleno Sena la ilusión del mar es innegable, imperiosa, segura. Todo consiste en saber acogerse a ella, en saber concentrar el espíritu sobre un solo punto, en saber abstraerse lo suficiente para provocar la alucinación y poder sustituir el ensueño de la realidad misma. Por lo demás, el artificio parecía a Des Esseintes la señal distintiva del genio del hombre. Como él decía, la naturaleza ha pasado de moda, y con la antipática uniformidad de sus paisajes y de sus cielos ha agotado definitivamente la paciencia de los refinados.

El elitista rechazo a la naturaleza conlleva la preferencia por todo lo artificial como muestra de buen gusto hasta el extremo de comparar la capacidad humana con la divina. Huysmans pone en boca de Des Esseintes esta frase: Ninguna de las invenciones (de la naturaleza) se ha reputado tan sutil o tan grandiosa que no pueda crearla el genio humano. No hay selva de Fontainebleau, no hay claro de luna que las decoraciones inundadas de resplandores eléctricos no puedan repetir, no hay cascada que el hidráulico no imite hasta engañar respecto a su autenticidad; no hay roca que el cartón piedra no pueda imitar; no hay flor que no igualen tafetanes especiales y delicados papeles teñidos. A no dudar, esta sempiterna engañadora ha hartado ya la bondadosa admiración de los verdaderos artistas, y ha llegado el momento de pensar en reemplazarla cuanto se pueda con el artificio (...) A buen seguro se puede decir que (...) el hombre ha hecho tanto como el Dios en el cual cree.

Huysmans publicó Al revés en la misma época que Daudet ridiculizó la moda de los paisajes nevados en Tartarín en los Alpes, el turismo de naturaleza que hoy como ayer practican los habitantes de las ciudades. Tanto uno como otro criticaron la imitación por parte de los nuevos ricos urbanos del consumo ostentoso que hasta entonces había estado limitado a los aristócratas. El turismo era uno de sus aspectos, aunque no el único, como se desprende de esta frase de Huysmans: (Des Esseintes) trató de no usar mientras fuera posible, en su gabinete al menos, estofas y tapices de Oriente, los cuales se han tornado tan fastidiosos y tan comunes, ahora que los negociantes enriquecidos se los procuran con rebajas en los almacenes de novedades

Los servicios incentivadores ejercen su influencia de un modo concéntrico con tanta mayor eficacia cuanto a menor distancia se localizan de la residencia de quienes son potenciales usuarios.

El geógrafo francés Paul Claval, autor de la “entrada” turismo de la enciclopedia Gran Larousse Universal (Plaza y Janés, Barcelona, 1995), contempla esta realidad desde los círculos o zonas que rodean a las grandes concentraciones urbanas. Claval delinea cuatro zonas alrededor de una ciudad con el característico enfoque de demanda que es habitual entre los expertos en turismo:

• Zona 1, de 150 a 200 Km.

• Zona 2 de 250 a 1.500 Km.

• Zona 3, de 1.500 a 2.000 Km.

• Zona 4, de más de 2.000 Km.

Con el enfoque de oferta que propugno, se pueden mantener los mismos círculos o zonas de Claval, pero no centrados en una ciudad, cualquiera que sea su tamaño, como lugar donde reside quien se desplaza, sino como localización de servicios incentivadores y sus respectivos radios de influencia o captación de visitantes.

Un ejemplo real lo aporta la planificación de la zona residencial de la ciudad española de Valladolid llamada Equinoccio Park, concebida como un parque de actividades familiares en el que se conjugan los aspectos comerciales, lúdicos y culturales de los que los habitantes y visitantes de la zona pueden disfrutar. Los inversores distinguen tres áreas de influencia en función del tiempo de desplazamiento de la población circundante: Isócrona 10 minutos: 365.000 habitantes; isócrona 20 minutos: 649.000 habitantes; isócrona 60 minutos: 1.565.000 habitantes. Resalta aquí con claridad el enfoque de oferta aplicado por los inversores, quienes se ponen en el lugar de las empresas que pueden tener interés en localizar sus negocios en Equinoccio Park para hacer una estimación de los clientes potenciales, en claro contraste con el enfoque de demanda de Paul Claval.

La población residente en los diferentes círculos explica que se planifiquen ciudades intencionadas. Sessa (1996) llama a la actividad planificadora de ciudades macroproducción de turismo. Confunde la producción de ciudades intencionadas con la producción de turismo en gran escala (macro) como confunde la producción de hoteles con la producción de turismo en pequeña escala (micro).

Todos hemos oído hablar de las famosas Siete Maravillas del Mundo que tanta admiración despertaron sobre todo en el pasado: El templo de Éfeso, los jardines de Babilonia, el Mausoleo de Halicarnaso, Júpiter Olímpico, el faro de Alejandría, el coloso de Rodas y las pirámides de Egipto. Son un testimonio palpable de que la Humanidad dispone desde hace miles de años de elementos incentivadores del turismo. Víctor Hugo, en La leyenda de los siglos, puso en boca de ellas el diálogo que reproduzco (resumidamente) porque trasluce con claridad esa función incentivadora:

El templo de Éfeso: Ningún hombre me ve sin que un dios le advierta que mi austero equilibrio enseña la justicia. Venid, pues, a mí, multitud. Yo soy la belleza.

Los jardines colgantes de Babilonia: Aquella reina, Semíramis, venía algunas veces a solazarse bajo nuestras flotantes ramas. Nosotros no pereceremos jamás. Somos la alegría transformada en rosas que caen sobre los hombres.

El mausoleo de Halicarnaso: Yo, el sombrío y soberbio edificio proyectaré mi sombra sobre vuestros rostros gozosos hasta la consumación de los siglos. Contempladme.

Júpiter Olímpico: Viéndome se cree oír el murmullo de la ciudad habitada y de la cosecha madura. Yo soy el poder.

El faro de Alejandría: Soy la prudencia.

El coloso de Rodas: El verdadero faro soy yo. Estoy aquí para siempre. Represento la fuerza.

Las pirámides de Egipto: Y yo, gritó Keops, yo soy la eternidad.

Así hablaban, aquel oscurecer, continúa Hugo, en la pálida claridad, esos monumentos que el hombre llama las siete maravillas. Jardines, frontones alados de vastas envergaduras, pórticos, pedestales que sustentáis figuras de gesto soberano, acrópolis que acuden a admirar de todos los confines de la tierra, torre del Buey, donde Jasón hace sonar el caracol que hace que los viajeros, vanos como abejas, en su avidez por contemplar maravillas, osen desafiar el Ponto Euxino.

Nada que añadir a la brillante prosa del genio francés del Romanticismo, pero no me resisto a incluir aquí el texto de un escritor español, Manuel Vicent, que a principios de noviembre de 2006 publicó el diario El País un texto ciertamente brillante en el que expone la falta de calidad estética de algunos establecimientos dedicados a prestar servicios combinados incentivadores y facilitadores. Vicen se refiere al establecimiento en fase de construcción Marina D’Or, localizado en el litoral levantino español, un emprendimiento que supone una de las inversiones más descomunales en servicios auxiliares del turismo.He aquí el texto que Vicent titula Infame con toda intención:

Enmascarado detrás de unas gafas oscuras, con el ala del sombrero en las cejas y las solapas de la chupa levantadas hasta media mejilla he visitado el complejo inmobiliario, que responde con el nombre de Marina d'Or, en Oropesa del Mar. Si tienes un mínimo aprecio por la estética, es mejor que te sorprendan en un antro de perdición que te reconozcan en un lugar como ése. En Marina d'Or hay una avenida principal iluminada con arcos de bombillas como en la feria de abril de Sevilla, un jardín con esculturas romanas de yeso alternando con otras modernas de metacrilato, farolas barrocas y de diseño, bancos de azulejos adoptando formas imposibles de animales, todo amalgamado por el horror al vacío. En una carpa, bajo un espectáculo de agua, luz y sonido, se muestran las maquetas de lo que será este inmenso alarde de la especulación para atraer a los incautos. En ese mundo de ilusión se levantará una Venecia de cartón piedra con canales llenos de góndolas, avenidas de París con una torre Eiffel de cemento pintado, un simulacro de cabañas del Caribe con estanques para remar entre cocodrilos de plástico, unos Alpes repletos de nieve sintética con pistas de esquí, y no sé si montarán también las cataratas del Niágara sin una sola gota de agua. La línea del mar ya está tapada por varias murallas de apartamentos desolados puestos a disposición de una clase media cuyo buen gusto ha sido ofendido y degradado. En el vestíbulo de algunos hoteles valencianos he visto rincones decorados con el escudo de una gran águila bicéfala cuyas alas se abren sobre un tresillo estilo Luis XV, flanqueado por una columna corintia que tiene plantado en el capitel un chino de alabastro fosforescente bajo un centollo pegado a la pared a modo de lámpara. Creía que la locura hortera se había detenido ahí, pero el listón ha sido sobrepasado en el hall de hotel de cinco estrellas de Marina d'Or. Allí, por unas enormes columnas con taraceas de falso mármol y de acero dorado, la mirada asciende hasta el techo, donde te encuentras con los frescos de la Capilla Sixtina. En uno de los paneles está pintado el mismísimo Jehová en el momento de unir su dedo creador con el dedo de Adán. Se trata de una pintura simbólica, porque ese dedo no pertenece a Jehová, sino al político infame que ha engendrado a un tiburón inmobiliario con carta blanca para violar la belleza de este paraje, uno más entre los depredadores con tres filas de dientes que siguen tapando con un muro lo poco que queda del litoral mediterráneo.

Para encontrar una exposición completa de los servicios facilitadores del turismo, el lector debe acudir a la Primera Parte de esta obra, El vencimiento de la distancia. Solo añadiré aquí que en ella se tratan servicios facilitadores que brillan por su ausencia en la literatura convencional a pesar de su indiscutible utilidad para la producción de turismo. Me refiero a los servicios de guías personales, a los libros guía y a las empresas aseguradoras, los cuales aun esperan que alguien les dedique la atención que merecen en la función de turismo.

No debo terminar este capítulo sin hacer referencia una vez más a la propiedad que tienen los servicios facilitadores de poder cumplir en ciertas circunstancias funciones incentivadoras. Por su parte, nunca un servicio incentivador puede cumplir funciones facilitadoras.


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