BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

MÉXICO EN LA ALDEA GLOBAL

Coordinador: Alfredo Rojas Díaz Durán

 

 

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¿CÓMO PRODUCIR Y DISTRIBUIR MEJOR LA RIQUEZA? (LO ECONÓMICO)

A la expansión capitalista del siglo XIX, a la extensión del mercado “autorregulador”, al conjunto de la sociedad que suscitó grandes crisis, siguió, como réplica ordenadora, un incremento del Estado. Ese auge del Estado, en muy diversas formas, permeó todas las teorías de la sociedad, de la práctica política y de las estrategias económicas durante el siglo XX.

Hoy, al contrario, estamos ante la crisis del Estado —aunque se mantenga arraigada y persistente, en muchas partes, una mentalidad “estatista”, “asistencialista”— y su radical vuelta a pensar, reducción y reestructuración. Se asiste, en cambio, al regreso no sólo de una positiva valorización del mercado, sino también a las apologías “fundamentalistas” del mercado “autorregulador”.

Por otra parte, si bien la “globalización” es dato real impresionante, que se impone y hay que tener en cuenta, descartando ignorancias suicidas o inútiles exorcismos, también ha incubado paradigmas ideológicos que se proponen como vectores de su desarrollo. La perspectiva del “mercado global” relanza la utopía de una sociedad de “competencia perfecta”, en la ilusión de que la “mano invisible”, ahora operante a escala mundial y sin mayores obstáculos, conlleve una generalizada prosperidad y elevación universal de los niveles de vida.

Un liberalismo a ultranza, como el de Friedrich August von Hayek54, quien denuncia los virus que conspiran contra la libre cooperación entre los hombres según las leyes del mercado, reconoce estos virus en el pensamiento aristotélico, también en Tomás de Aquino, condenando todo estatismo moderno y contemporáneo. Quedaría hasta prohibido, teórica y prácticamente, hablar de “responsabilidad social” y de “justicia”, en cuanto moralismo superfluo y aun contraproducente. Un desarrollo confiado al “mercado autorregulador”, tendería cada vez más a limitar la acción de los gobiernos a una mera garantía notarial.

El Mercado es expresión y garantía de libertad. La libertad económica, ha de considerarse como una dimensión de la libertad de la persona humana. No puede minusvalorarse el círculo virtuoso que asiste hoy, en no pocos países, mediante una más libre iniciativa y creatividad, una más abierta y exigente competencia, una adecuación más ágil y emprendedora a las nuevas tecnologías, mayores inversiones innovadoras, mayor seriedad en las cuentas y en los gastos públicos; una eliminación de vínculos y ataduras obstaculizantes y hasta sofocantes de la libre actividad productiva, la creación de nuevas empresas y la reestructuración de las existentes, una incorporación y responsabilidad del trabajo humano más cualificado, y una mayor flexibilización de las modalidades de trabajo. Es un bien que se hayan ido superando improvisaciones e irresponsabilidades de nefastas consecuencias en el manejo y conducta de las políticas macroeconómicas y que se hayan ido equilibrando los datos “fundamentales” de las economías de diversos países: baja inflación, reducción de déficit, cambio sustancialmente estable, aumento del producto interno bruto y de las exportaciones. Basta compararlo con la espiral insoportable de hiperinflación y endeudamiento de la “década perdida” de 1980-1990, que nos ha llevado al caos, al despeñadero del estancamiento y de la marginalidad.

No hay alternativas serias hoy día a un rigor exigente en la disciplina económica. Cierto es también que la instauración de una economía de mercado, sobre todo después del desfonde de estructuras totalitarias, pero también de desgastados y agotados “populismos” e indiscriminados “asistencialismos”, queda acompañada por graves desórdenes y desequilibrios.

No obstante ello, nadie puede negar que en esta última década se han dado pasos muy importantes de crecimiento económico, a veces muy significativos no sólo en la “locomotora” de la economía mundial, sino también y especialmente en diversos países de Europa centro-oriental, Asia y América Latina.

Sin embargo, la experiencia elemental dice que si se consideran todos los países como si fueran interlocutores iguales y se abren indiscriminadamente todos sus mercados, resulta evidente que vence el más fuerte. Bien han experimentado los países de menor desarrollo, en distintas fases históricas, cómo la apertura indiscriminada de fronteras ha provocado una competencia ruinosa para sus manufacturas locales y un desmantelamiento de sus potencialidades industriales.

La vulnerabilidad y el desamparo a los que hacía referencia resultan manifiestos cuando se toma en consideración que, en el actual fenómeno de “globalización”, lo que más cuenta es la libertad absoluta de las transacciones financieras, porque son mucho más consistentes que todas las demás transacciones que todos los otros intercambios de bienes que se dan cotidianamente en el mundo—. Masas enormes de capital líquido, concentrado gran parte en pocos y extremadamente poderosos gestores de fondos —bancas internacionales, compañías privadas, fondos de pensiones—, a menudo al amparo de paraísos fiscales con gran margen de autonomía de los gobiernos, que permiten desplazarse instantáneamente de una parte a otra del mundo por las redes cibernético-espaciales de la geofinanza, siempre a la búsqueda de la mayor rentabilidad en el menor plazo de tiempo posible.

El problema más grave se da en las nuevas condiciones de pobreza, marginación y desesperanza de los excluidos. Incluso, las sociedades “modelo”, triunfantes, ven incubarse desde su seno un inesperado “Cuarto Mundo” de desocupados sin consuelo, de jóvenes criminales, de minusválidos que aumentan sus inseguridades, etcétera. Como condenados a la miseria y a la violencia quedan 1,300 millones de personas, sobre todo en las áreas subdesarrolladas, sumidas en la “pobreza absoluta”. Hay siempre que recordar algunas cifras dramáticas, como las ofrecidas por el Informe mundial sobre el desarrollo humano (1997) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): en los países en desarrollo el 20% de la población muere antes de los 40 años, y el 33% en África subsahariana; 850 millones de los adultos son analfabetos, 800 millones las personas que no tienen acceso a programas de salud, 1,200 millones los que no acceden al agua potable y 2,000 millones que no gozan de los beneficios de la electricidad… Hay datos tremendamente ilustrativos: en 1965 el Producto Interno Bruto (PIB) de los países más ricos era 30 veces superior al de los países pobres, y ahora, entrando al siglo XXI esta desproporción se ha duplicado… Así, se proyecta mundialmente la parábola de Epulón y Lázaro. Los ricos, comercian sobre todo entre ellos y con los países emergentes, como si se tratara de una nueva frontera entre “civilización y barbarie”, los demás quedan entregados a su suerte. La cooperación internacional, por medio de la ayuda oficial al desarrollo, se mantiene en una mísera mitad del objetivo del 0.7% del PIB. Apenas les puede llegar alguna “ayuda humanitaria”. El muro más resistente es, sí, el de la indiferencia. El “tercermundismo” ideológico de ayer, tan pródigo en denuncias y proclamas, hoy ha quedado mudo.

Hay preguntas muy pertinentes, inquietantes, que no cabe ignorar ni eludir. “¿Cuáles serán las consecuencias de los cambios que actualmente se están produciendo? ¿Se podrán beneficiar todos de un mercado global? ¿Tendrán todos, finalmente, la posibilidad de gozar de la paz? ¿Serán más equitativas las relaciones entre los estados o, por el contrario, la competencia económica y la rivalidad entre los pueblos y naciones llevarán a la humanidad hacia una situación de inestabilidad aún mayor?” Una “globalización” con marginaciones y exclusiones o una “globalización en la solidaridad”… El capitalismo desgasta y corrompe. Es un enorme consumidor de energías cuyo nacimiento y flujo no controla. Son las que, luego, un Daniel Bell llamará las contradicciones culturales del capitalismo. Si se abandona el mercado a sí mismo, bajo pretexto de competitividad y buen funcionamiento, pero desde la ilusión utópica de su dinamismo natural de “autorregulación” de la sociedad, prosperará la explotación de los más débiles y la grandeza y dignidad de la persona tenderá cada vez más a ser reducida al plano de la mercancía. Hay cosas, sin embargo, que no se pueden simplemente vender ni comprar ¡y son las humanamente más capitales y decisivas! Una sociedad humana no se construye sólo desde un justo intercambio de equivalentes sino, ante todo, desde la lógica del don. Si no es así, “una mundialización que ofrece extraordinarias posibilidades de progreso” —y es nada menos que el director general del Fondo Monetario Internacional, M. Camdessus, quien lo dice— es percibida por “muchos de nuestros contemporáneos” como “un universo que se construye sin ellos y del cual sólo conocen sus efectos negativos”.

La economía mundial hoy es radicalmente diferente, es interdependiente y cada Estado cuenta con menor maniobrabilidad ante la concurrencia internacional que rige los mercados y los capitales. No podemos aislarnos del resto del mundo, ni queremos sustraernos a la globalización; antes bien, debemos aprender su manejo y aprovechamiento, lograr la compensación y la mitigación de sus impactos sociales desfavorables.

Ante la globalización, el reto es mucho mayor que sólo sobrevivir o crecer; es calidad de vida y bienestar compartido, es desarrollo y autorrealización creativa, es solidaridad con subsidiariedad. En los próximos 25 años queremos llegar a ser una nación próspera, que participe e influya en la solución de los problemas globales.

Economía privada y estatal. En el pasado se planteó la disyuntiva entre iniciativa privada y economía estatal, hoy afirmamos que “la meta es tanta iniciativa privada como sea posible y sólo tanta economía paraestatal como sea necesaria”. En consecuencia, se deberán fomentar diferentes formas de asociación productiva, donde las personas y las comunidades generen su propio desarrollo integral. Pero, cuando la iniciativa privada no sepa, no quiera o no pueda generar un bien o servicio, y esto merme el bien común de la sociedad, el gobierno debe intervenir transitoria y supletoriamente.

Eficiencia gubernamental. En el pasado reciente, las empresas privadas más exitosas pasaron por un proceso severo de rediseño, modernización y eficientización; sólo así lograron sobrevivir en la competencia internacional. Ahora debe hacer- se eficiente el sector público, desde una reforma y simplificación fiscal, pasando por la automatización de funciones y comunicaciones, hasta llegar a la desburocratización y al servicio excelente. Se requieren procedimientos de calidad, actitudes de calidad ante los ciudadanos, servicios públicos de calidad y resultados de calidad. Si queremos una nación de primera, necesitamos también un gobierno de primera; para proporcionar esos mejores servicios, el gobierno necesita mayores ingresos, sin aumentar las tasas de impuestos sino mediante la captación de más contribuyentes y con el combate a la evasión fiscal.

Política de desarrollo empresarial. Se requiere una política de largo plazo para el fomento de micro y pequeñas empresas, las cuales son generadoras de un mayor número de empleos que los grandes consorcios. Se requiere un programa de fomento integral, con apoyo crediticio y tecnológico, fiscal y administrativo que forme cadenas productoras exportadoras de alto valor agregado, que fomente la cogestión y la copropiedad. Se requiere una educación que prepare a las nuevas generaciones para su inserción en el trabajo productivo, que propicie la investigación y el desarrollo de la nueva economía del conocimiento y de los servicios de soporte como mantenimiento e instalaciones, alimentos y alojamiento, transporte y proceso informático.


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