BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

MÉXICO EN LA ALDEA GLOBAL

Coordinador: Alfredo Rojas Díaz Durán

 

 

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COLOFÓN

La política, en su sentido clásico, no es un mero instrumento de ascenso y conservación del poder, sino parte de la condición humana, más exactamente, de la condición social que es un aspecto fundamental de aquélla. En rigor, la condición humana es, por eso mismo y al mismo tiempo, condición social. Tal cosa significa que la condición social del hombre nunca es abstracta sino vinculada a situaciones determinadas: a un sistema de producción, a una tradición cultural determinada, a un conjunto de valores: creencias éticas e imágenes que corresponden a una época precisa. Y, también, por supuesto, a un conjunto de valores que se refieren a la convivencia, al modo de organizarla, y a ciertos fines que se persiguen precisamente en la dimensión social del hombre. Los fines y los medios, inevitables en toda vida humana y por tanto en la vida social y política, no son indiferentes a las tradiciones éticas y culturales que se viven: están vinculados a ellas y no son ajenos a las mismas. Por eso, es inaceptable la idea del poder y la política como mero instrumento, como puro medio técnico para alcanzar el poder y conservarlo.

LOS VALORES DEL MÉXICO QUE QUEREMOS

Honestidad. Honradez y veracidad, congruencia y autenticidad, en vez de corrupción, de demagogia. Solidaridad y paz social, justicia social y amistad, en vez de violencia y desunión. Patriotismo, amor a México y a lo mexicano, en vez de desencantos y preferencia de lo extranjero. Respeto a la ecología, a la cultura y tolerancia, pluralismo, más que contaminación o imposición. Prosperidad, bienestar compartido, estabilidad y desarrollo, en vez de contrastes, colapsos y miserias.

Responsabilidad, participación y madurez, en vez de apatía y conformismo. Libertad, autonomía, democracia y subsidiariedad, en vez de dependencia y sumisión. Orden, legalidad y responsabilidad, respeto y justicia, en vez de impunidad, anarquía y desorden. Alegría, felicidad compartida y entusiasmo innovador, en vez de temor, tristeza y aislamiento.

Éxito, seguridad y creatividad, eficacia y progreso, en vez de frustración, emigración y repudio.

La democracia en México ha de construirse con base en el consenso y con la participación de organismos sociales y partidos: ha de avanzar “sobre los dos pies”. Sólo así podrá lograr plena legitimidad y real vigencia. Es, por supuesto, materia de un proceso histórico y no verá la luz de la noche a la mañana, sino a través de grandes esfuerzos políticos y culturales. Las inevitables altas y bajas, tendrán la más importante función transformadora y “modernizadora” de la sociedad que sea posible imaginar. En sentido real y efectivo del térmi no, es el efecto civilizador más sólido y positivo en que podamos pensar. El verdadero desarrollo político y la estabilidad sólo puede fincarse sobre una genuina democracia.

Lo que la democracia mexicana tiene en contra es su historia, la tentación de discordia de las élites políticas, la búsqueda de autoridades paternales, la fascinación por los caudillos y los atajos, la falta de disciplina ciudadana, los hábitos del gran gobierno al que pedir, los reflejos del nacionalismo defensivo con su carga victimista, los cuentos de su historia patria. La democracia es todavía una planta exótica en nuestro suelo, como lo fueron en su tiempo el idioma español, la rueda, el ganado y la religión católica. Su aclimatación requiere jardineros que tengan tiempo y cuidado, tolerancia y mesura.

Requiere también entender que los frutos de esa mata no sirven para todo, no calman todas las hambres, ni arreglan todos los problemas.

Las soluciones de fondo para nuestros problemas son bien conocidas, moneda corriente de nuestra discusión pública: democracia, legalidad, justicia, educación, productividad.

Ninguna de esas soluciones es simple, todas llevan tiempo, requieren más que de la voluntad o pericia de un gobernante, de la genuina voluntad de cambio de toda una sociedad. En realidad, plantean una reforma profunda de la vida pública de México, más allá de la transparencia electoral. En muchos aspectos, esa reforma pide el cambio de nuestras costumbres más que de nuestras leyes, supone una transformación de los hábitos y valores de la cultura cívica heredada, que es como nuestra segunda naturaleza. México, necesita una reingeniería de sus instituciones y una transformación de sus costumbres ciudadanas. Éste es el tamaño del reto en que está empeñado.

Democracia participativa, derechos humanos, especialmente la libertad de conciencia y de expresión, base de las de- más libertades y derechos, deben ser ejercidas con responsabilidad; cualquier represión o intolerancia al respecto resulta inaceptable. Hay que vertebrar a la sociedad para que intervenga en política en forma organizada, crítica y participativa, sirviendo de contrapeso a todo corporativismo o caciquismo.

Sólo cuando el pueblo es corresponsable de las decisiones gubernamentales y las autoridades toman en cuenta la voluntad popular, se evitan las prepotencias y los atropellos. Esto requiere un compromiso por la reconstrucción del tejido social, promoviendo la formación de todo tipo de organizaciones legítimas de la sociedad.


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