MÉXICO EN LA ALDEA GLOBAL
Coordinador: Alfredo Rojas Díaz Durán
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Hasta la revista Foreign Affairs, portavoz del poderoso
Consejo de Relaciones Exteriores (CFE, por sus siglas en inglés), que muchos analistas consideran adelanta las futuras
posturas de la Casa Blanca, cuestiona la vigencia de la globalización. Rawi Abdelal profesor asociado de la escuela de Negocios de Harvard, y Adam Segal, becario de estudios chinos
en el CFE, se preguntan si ya pasó el pico de la globalización.
Consideran que se han erigido nuevas barreras económicas
que ponen en tela de juicio la inevitabilidad de la expansión
del libre-comercio y pronostican que el futuro parece mixto:
"mientras el nuevo nacionalismo económico se asienta, algo
de integración probablemente continuará". El punto más vulnerable de la globalización: "la energía, el más globalizado de
los productos, se ha vuelto una vez más objeto de un intenso
nacionalismo de los recursos, conforme los gobiernos de los
países ricos en recursos imponen mayor control y propiedad
sobre tales activos".1 Abdelal y Segal, confunden globalización económica con la actual revolución tecnológica deformada por especuladores financieros para multiplicar sus ganancias a expensas del género humano. Creyendo que la globalización continua mientras perviva la información tecnológica,
pero admiten que los "fundamentos institucionales de la globalización imponen reglas que obligan a los gobiernos a mantener sus mercados abiertos, así como las políticas domésticas
e internacionales que permiten a los hacedores de la política
liberalizar sus economías, se han debilitado considerablemente en los pasados años".
Abdelal y Segal añoran el pasado reciente, al cual definen
como el "fin del mundo que conocimos", cuando la "globalización económica el libre flujo global de capitales, bienes y mano de obra, parecía "inevitable e inexorable: un mundo plano".
Repiten lo archisabido: las crisis financieras de la década de
los noventa del siglo pasado, el disparo del déficit de cuenta
corriente de Estados Unidos, la devaluación del dólar y la inseguridad de la clase media debido a la deslocalización (outsourcing). Permea su obsesión americanocentrista que relega
despreciativamente el profundo malestar que la globalización
provocó en el resto del planeta nada plano".
El punto más resplandeciente del análisis dual de Abdelal
y Segal versa sobre la "medición de la salud de la globalización en los mercados energéticos, en particular del petróleo",
que "se ha convertido en la última materia prima global con
una importancia sin paralelo" y lanzan un atractivo axioma:
"como marchan los mercados petroleros, así marcha la economía global". Bajo esta óptica, las "señales serían preocupantes para Estados Unidos, cuando Latinoamérica "ha reafirmado su autoridad en los proyectos extractivos que previamente
habían cedido a las empresas foráneas", y Rusia utiliza la "carta petrolera-gasera" para extender su influencia estratégica.
Aceptan que las "tendencias contradictorias" indican que el
panorama "estará embrollado" y "aunque la globalización como proceso continuará chisporroteando, la idea de una globalización sin restricciones decaerá en forma considerable". Lo
real es que las fuerzas centrífugas de la globalización superan
a las fuerzas centrípetas.
Un economista muy solvente de la talla de Stephen Roach,
jefe de economistas del banco de inversiones Morgan Stanley
y ex funcionario de la Reserva Federal, en tres recientes artículos, admite a regañadientes que, la globalización ha entrado
en una zona crepuscular de "transición"2 y se encamina irremisiblemente hacia su "localización”.3 Destaca el "traslado de
poder",4 tema que se volvió redundante en la deprimente reunión anual del Foro Económico Mundial de Davos de 2007.
Roach, enfatiza las "profundas consecuencias para el ciclo de
ganancias que ha acompañado al mundo siempre espumoso
de los mercados financieros". Pone de relieve el "giro laboral
con entonaciones proteccionistas, que puede representar la
prueba sombría de la globalización".
Al solvente economista no se le escapa que, la desaceleración de Estados Unidos y China, que "contribuyen colectivamente en más de 60 por ciento al crecimiento acumulado del
producto interno bruto (PIB) mundial en los pasados cinco
años", sea susceptible de profundizar las tendencias desglobalizadoras. Puntualiza que el "traslado de poder", en especial
en el ámbito político, ha tomado vuelo como consecuencia del
control del partido Demócrata del Congreso estadunidense en
las elecciones de noviembre 2006, cuyos "impactos políticos en
los mercados económico-financieros no deben ser minimizados". Los demócratas abogarán por mayores salarios a trabajadores y empleados, mayores impuestos a los ejecutivos y a
las trasnacionales petroleras, y un "mayor escrutinio regulatorio" de los
mercados financieros. Advierte que, el desequilibrio entre "el retorno del
capital que se encuentra en sus niveles históricos más altos y la recompensa
laboral que se ubica en sus mínimos niveles desde hace 40 años", será revertido
por el "movimiento del péndulo hacia el poder político" que
"se ha movido hacia la izquierda en Estados Unidos".5
El nuevo Congreso empujará la nueva correlación de fuerzas en varios frentes: "el primer aumento del salario mínimo
en 10 años en un 40 por ciento que pasará de 5.15 dólares la
hora a 7.25" en los próximos dos años; los "inminentes aumentos a los impuestos a la industria petrolera", y un mayor enfoque a los "excesos de las compensaciones a los ejecutivos", en
medio de la "intensificación de presiones proteccionistas". Es
decir, del interés particular de la plutocracia oligopólica, el
mundo industrializado del G-7 pasaría al interés grupal de
sus ciudadanos. ¡El giro es dramático! Las supuestas bondades de la teoría sobre la globalización han fallado en su aplicación en los siete países más industrializados, cuando los
principales beneficiarios han sido los "tenedores del capital",
mientras sus principales perjudicados han sido obreros y empleados de cuello-blanco: "la participación obrera en el ingreso nacional cayó a un récord de nivel más bajo de 53.7% hasta
la mitad de 2006, mientras la participación de ganancias se
disparó a su récord más alto de 15.6%."6
Falló la teoría decimonónica de David Ricardo, con su simplista cuan reduccionista "ventaja comparativa" (extensiva a
su reformulación posmoderna del teorema Heckscher-Ohlin),
que, a más de dos siglos después, desquició al planeta entero
y benefició exclusivamente a la plutocracia oligopólica anglosajona mientras dañaba a sus propias poblaciones.