Descifrabilidad, escritura y pronunciación
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

¡GUA!, EL INSOSPECHADO ORIGEN DEL LENGUAJE

Alfonso Klauer

 

 

 

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Descifrabilidad, escritura y pronunciación

Quizá la mayor ambición en trabajos como éste es alcanzar a descifrar la significación de los nombres encontrados. No estuvo eso sin embargo entre nuestros objetivos iniciales, sobre todo porque, más allá de /ua /, no pretendíamos y menos imaginábamos encontrar otras raíces comunes en el mundo entero, y menos pues tan reiteradamente presentes.

Si en algún momento en el transcurso del trabajo hemos intentado conjeturar algunos significados, no ha sido pues, repetimos, sino un ejercicio muy libre, desprovisto de todo rigor científico, con el único propósito de estimular futuras y especializadas investigaciones.

Sin embargo, estando de por medio lenguas de todo el planeta, muchas de ellas muertas, la tarea será titánica. En un ámbito tan restringido como el norte de España, que en el mapamundi no representa sino cinco milímetros cuadrados, Josep Maria Albaigès nos habla de prefijos y sufijos «enigmáticos» como "–ona" (Barcelona, Tarragona, Gerona, etc.), "–iego" (Elciego, Samaniego), "–ena" (Sijena, Sariñena), y otros, concluyendo que «es de prever que jamás podrá dilucidarse del todo el significado primigenio de la mayoría».  Quizá mayor escepticismo cunda pues en torno a voces como "waba", "waka" y todas cuantas hemos encontrado, sobre las que presumimos una antigüedad todavía mayor que aquellas que nos señala Albaigès. Porque aquéllas, por la presencia de las vocales "e" y "o", recién habrían surgido en el contexto del desarrollo de las lenguas, que para las más remotas se estima que aparecieron en torno a los 45.000 años aC 415.

Pero la antigüedad no es el único factor que ofrece dificultades.

La existencia de la inmensa mayoría de los topónimos del planeta que250 Alfonso Klauer da hoy evidenciada por la escritura, pero la aparición de ésta es un acontecimiento históricamente reciente. Alexander Marshack, del Museo de Harvard Peabody, después de un intenso estudio microscópico de una costilla de buey, de una antigüedad de unos 135 000 años, cubierta con inscripciones simbólicas, cree que éstas son muestras de «preescritura».  Sin embargo, los documentos escritos y descifrados más antiguos, de origen sumerio, tienen apenas una datación de 3 500 417 o 3 100 aC 418. En las casi mil tablillas sumerias de Uruk, en efecto, ha sido encontrada información económica con cantidades de alimento, ganado y ropa que ingresaban o salían de los templos de las ciudades. Y también se ha podido identificar nombres de lugares como Kish y Eshnunna (al norte de Sumer), Aratta (en alguna parte de las montañas de Irán), y Dilmun (en Bahrein) 419.

Un poco más tarde apareció la escritura jeroglífica egipcia que fue usada desde 3100 aC al 400 dC. El sistema de escritura chino, basado en ideogramas y elementos fonéticos, tuvo sus comienzos hacia el 3000 aC 420. Y la introducción del alfabeto tuvo lugar en el segundo milenio antes de nuestra era. 421 Según Ferdinand de Saussure, a la postre los sistemas de escritura se reducen a dos: el ideográfico, en el que la palabra es representada por un signo único y extraño a los sonidos de que se compone, y del que el ejemplo clásico es la escritura china; y el comúnmente llamado "fonético", que apunta a reproducir la serie de sonidos que se suceden en la palabra, y cuyo prototipo es el griego. Según también el eminente lingüista suizo, «lengua y escritura son dos sistemas distintos; la única razón de ser del segundo es representar al primero». Pero el tiempo y otros factores, como veremos, se encargarían de que la escritura dejara de representar fielmente a la lengua. O, en todo caso, que no fuera un cabal testimonio de ésta.

Quizá los primeros ejemplos nos los proporcionaron los historiadores, geógrafos y escritores de la época romana. A Roda, la colonia que los comerciantes griegos establecieron en Cataluña, en la costa nororiental de España, Tolomeo la llamó "Rodipolis" y "Rodepolis"; Estrabón, "Rhodope"; Scymno Chio, "Rhode"; Tito Livio, "Roda"; y Plinio, "Rhodanusa".

Ya vimos el caso del nombre náhuatl Cuauhnahuac, que por mediación de los conquistadores españoles dio paso a Cuernavaca. Quizá fue una transformación «intuitiva», como dice Albaigès, pero no puede negarse que la escritura ha terminado por dejar de representar al sonido original de la lengua original.

Gerhard Böhm expresa así su sorpresa en relación con los casos de transformación que encontró en el norte de África: «Todo lo que podría suceder ortográficamente en tal manera a una palabra exótica, nos lo muestran ejemplarmente los nombres árabes de un protocolo español de principios del siglo XVI, (…) en él se recoge "Maholufut" allí donde el nombre original era Mu~Ammad Al–Wafid» 426. Otro Gráfico Nº 105  251 ejemplo es el del peñón de Al Hoceima, en la costa de Marruecos, al que en 1673 los españoles indistintamente representaron como "Alhucemas", "Bucima", "Mezemme", "Mozema", "Mozlena", "Mosmer", "Motzema", "Motzumar", "Monçemar", "Buzoma", "Alzema", "Mozuma" y "Busema".

En el caso del Perú, para solo citar dos últimos ejemplos, cuando Garcilaso de la Vega se refería a Nazca la llamaba "Nanasca", en tanto que el cronista y sacerdote Anello Oliva la llamaba "Hascala".

Debiendo quedar constancia que el primero, cusqueño, era tan extraño a Nazca como el segundo, italiano. Y asimismo, un topónimo como Camaná fue citado por los cronistas como "Camata", "Camaña", "Cabanas", "Ccmera" y "Camanay".

Pero no solo muchas transformaciones de topónimos, suscitadas por las diferencias idiomáticas, han quedado refrendadas por la escritura.

Sino que ésta misma no ha logrado salvar de la desaparición a muchos topónimos. Es suficiente comparar mapas de la antigüedad con los actuales para demostrarlo.

Adicionalmente, sobre todo en la antigüedad, la displicencia de muchos historiadores dejó en el olvido una gran cantidad de nombres.

Historiadores como Estrabón, Mela y Plinio, que tan diligentes fueron en informar sobre muchas materias, no quisieron serlo cuando de nombres nativos se trataba. Para ellos, por inarticulables, malsonantes y carentes de significado, muchas resultaban sin interés alguno.

Es decir, la escritura por sí misma, no ha sido garantía de absoluta fiabilidad. Lo no nombrado por ella ha dejado de existir. Y muchas veces lo nombrado por ella no resulta sino la convalidación de grandes distorsiones.

Como indica Saussure, la lengua tiene una tradición oral independiente de la escritura. Pero el prestigio que ha adquirido la forma escrita «nos impide apreciar esa independencia» 430. Ese prestigio, como razona él mismo, tiene varias explicaciones: a) la imagen gráfica de las palabras nos impresiona como un objeto permanente y sólido; b) en la mayoría de los individuos las impresiones visuales son más netas y duraderas que las impresiones acústicas, por eso se atienen preferentemente a las primeras; c) la lengua literaria incrementa la importancia inmerecida de la escritura; y d) cuando hay desacuerdo entre la lengua y la ortografía, «la forma escrita tiene casi fatalmente las de ganar». 431 En muchos de los ejemplos de distorsión de nombres que hemos proporcionado ha estado presente una lengua nueva, generalmente de un pueblo conquistador, y su escritura, alterando los sonidos de una lengua nativa y su correcta o más precisa representación. Pero el tiempo se ha encargado que aparezca en el mundo, dentro de un mismo idioma, otra forma de desacuerdo entre la lengua y la escritura: la pronunciación.

Dice Saussure que «una de las más desafortunadas inconsecuencias de la escritura en relación con la pronunciación es la multiplicidad de signos para el mismo sonido» 432. En ese sentido, dentro del español, aunque con diferencias de pronunciación sutiles, casi imperceptibles, es pues el caso de /ua/, que como se ha visto igual resulta representada por "ua", "gua", "hua" y "wa". A diferencia de éste, el alfabeto griego primitivo merecía la admiración del lingüista suizo, porque cada sonido simple estaba representado en él por un solo signo, y, a la inversa, cada signo correspondía a un sonido simple, siempre el mismo.

Hoy esa armonía no existe en el caso de muchas lenguas y su escritura. Ambas evolucionan, pero la velocidad de cambio de las lenguas es mayor que la de sus escrituras. «La escritura tiende a permanecer inmóvil», afirma Saussure. Y agrega: «así la grafía termina por no corresponder ya a aquello que debe representar». Dos magníficos ejemplos nos lo proporciona él mismo en los siguientes términos 434: Tiempo Pronunc. Escrit. Pronunc. Escrit.

1) Siglo XI rei rei lei lei 2) Siglo XIII roi roi loi loi 3) Siglo XVI roè roi loè loi 4) Siglo XIX rwa roi lwa loi Sin embargo, nos preguntamos: ¿las pronunciaciones y escrituras que recoge Saussure para el siglo XI, correspondían por igual a la élite y a las masas? No tenemos respuesta, pero siendo que la historia de las masas ha estado siempre ausente de los textos, presumimos que tanto aquella pronunciación como aquella escritura eran las del sector más culto y minoritario de la sociedad francesa.

En estos términos, el cambio a las pronunciaciones /rwa/ y /lwa/ no solo resultaría un cambio fonético, sino, lo que nos resulta más destacable, es que parece y puede considerársele una "involución" fonética, un "retroceso" a pronunciaciones más remotas. ¿No podría ser esa involución una consecuencia de la Revolución Francesa, tras la que, con la irrupción y protagonismo de las masas "incultas" en la escena social, la lengua terminó por recoger "oficialmente" las formas de pronunciación que éstas impusieron, dado que constituían una mayoría aplastante? ¿No es razonable suponer además que la pronunciación "inculta" siempre ha sido más cercana a la pronunciación ancestral, y por ello la presencia del /ua/ en ambas expresiones? Pero esta última interrogante nos permite afinar nuestra propuesta.

Es posible, como pretendemos mostrar en el Gráfico Nº 106, que ni siquiera haya lugar a hablar de "involución". Sino a que la pronunciación actual no representaría sino la convalidación "oficial" de la forma de pronunciar que siempre tuvieron las masas. Y, al adquirir éstas protagonismo, simplemente quedó en desuso la pronunciación de la élite. Si desapareció la lengua de una élite, como en el caso del latín, parece más fácil que ocurra la desaparición de la forma de pronunciación de otra, en este caso la de la aristocracia francesa.

De acuerdo al gráfico, en el siglo XI hubo concordancia entre la pronunciación y la escritura de la élite: (a) / rei / = "rei". Pero no la habría habido entre la escritura de ésta y la pronunciación de las masas: Gráfico Nº 106 / /  253 (b) /rwa/ = "rei". Así, en el siglo XIX, sin renovarse la escritura que venía del siglo XIII, e imponerse la pronunciación de las masas, queda en evidencia otra discordancia: (c) /rwa/ = "roi".

Otro ejemplo que de algún modo refuerza nuestra hipótesis, y que amerita ser tomado en cuenta, es el que ofrece el judeo–español. En efecto, entre los herederos de los judíos que se refugiaron en Europa Oriental tras su expulsión de España a fines del siglo XV, el lingüista Marius Sala encontró "guguevis", por jueves; "guguego", por juego; "tuguerto", por tuerto; y también por ejemplo, "güeno", por bueno 435.

El autor citado propone que el cambio se habría dado por «el reforzamiento del elemento inicial de [cada] sílaba»: "j" 􀁊 "gu" y "t" 􀁊 "tu". Mas ello explicaría los tres primeros casos, pero no el de "güeno". Alternativamente, y con validez en cambio para todos esos ejemplos, puede pensarse que se trataría de un espontáneo "rescate" de la voz /ue/.

Casi al principio del texto vimos un ejemplo de rescate de /ua / entre los algondinos de EEUU (en "nadouessioux" 􀁊 "nátowéssiwak").

Creemos que también ése es el caso de los franceses con /rwa/ y /lwa/.

Y nos parece equivalente el rescate de /ue/ en el judeo–español.

En el sur de México, Elena E. de Hellenbach ha encontrado que, por sus diferencias fonológicas con el español, quienes hablan la lengua trique, en el estado de Guerrero, pronuncian /gwaa/ en lugar de Juan 436. Y quienes hablan mixteco, en Oaxaca, pronuncian el mismo nombre como /waa/ 437. A simple vista parecen lógicas y naturales esas transformaciones fonéticas nativas. Pero cabe preguntarse, por qué siempre /ua/; por qué no /cwa/ o /dwa/, o incluso sonidos más distantes.

Nuestra hipótesis a este respecto es pues que, por una inercia que hunde sus raíces muy profundamente en el tiempo, cada vez que han tenido oportunidad de hacerlo, tanto las masas como las minorías étnicas han tendido al uso o al espontáneo rescate de las voces /ua/ y /ue/.

Ese privilegio, puesto en práctica hasta hace muy poco, está cediendo hoy su lugar al del cambio fonético. «Se podría decir que el vulgo –dice el lingüista peruano César Guardia Mayorga 438–, mediante el habla popular, es el motor principal de los cambios fonéticos (...) las modificaciones fonéticas populares acaban siempre por imponerse».

Pues bien, regresando al tema, lo constatable y verificable es que, si siglos atrás hubo concordancia entre pronunciación y escritura en voces como /rei/ = "rei" (= rey) y /lei/ = "lei" (= ley), hoy no la hay.

Como no la hay tampoco en voces como "oiseau" (= pájaro), que se pronuncia /wazo/; ni en "mois" (= mes), que, dependiendo del contexto, se pronuncia /mwa/ o /mwaz/. Esas pronunciaciones obviamente no están representadas por las grafías. En esos casos, dice Saussure categóricamente, «no queda nada de la imagen de la lengua». 439 Pero nos dice más: «el empleo que se hace de las palabras "pronunciar" y "pronunciación" es una consagración del abuso de la forma escrita, que termina por lograr invertir la relación legítima y real que 254 Alfonso Klauer existe entre la escritura y la lengua. Cuando se dice que "hay que pronunciar una grafía" de tal o cual forma, se está en realidad tomando la imagen por el modelo, la copia en vez del original» 440.

En el caso de /rwa/ y /lwa/, no son "roi" y "loi" los que están siendo pronunciados, y menos pues estas grafías las que "académicamente deben pronunciarse" /rwa/ y /lwa/; sino estos sonidos los que están siendo escritos y hoy mal representados por "roi" y "loi". De haber /roi/ y /loi/, deben representarse por "roi" y "loi". Habiendo por el contrario /rwa/ y /lwa / deberían representarse por "rua" (o "rwa") y "lua" (o "lwa").

Y abunda: «Aunque ha terminado por imponerse la inversión, no es pues la grafía la que debe pronunciarse de tal o cual forma, sino el sonido el que debe escribirse o representarse de tal o cual manera». 441 En "roi" y "loi", para que "oi" se pudiera pronunciar /wa/, tendría que empezar por existir por sí mismo. En realidad es /wa/ lo que hoy se está escribiendo "oi".

«Para explicar tal extravagancia se añade que en este caso se trata de una pronunciación excepcional de "o" y de "i"; y esto es otra vez una expresión falsa, ya que implica una dependencia de la lengua frente a la forma escrita». 442 Ciertamente no solo en el francés se presentan esos casos. También en inglés. Dice el mismo lingüista: lo que antiguamente se escribía "hwat" (= qué), aparece hoy como "what". O lo que se escribía como "hweel" (= rueda), hoy aparece como "wheel". ¿Estamos en presencia de un cambio de grafía o de un cambio fonético, se pregunta Saussure? 443 ¿O, como correspondería interpretar, de ambos tipos de cambios? En el caso del alemán el ilustre lingüista suizo nos recuerda que «toda /w/ se ha transformado en /v/ labiodental», pero se escribe "w".

Así, / wazer / (= agua), ha pasado a pronunciarse / vaser / aunque se escribe "wasser". Y el fonema / z / ha quedado trocado por / s / aunque se escribe "ss". 444 En el caso del polaco muchas "w" también se pronuncian hoy como /v/ y otras incluso como /f/. Y aún cuando en Rusia hemos encontrado Wangjiadian, en Birobidzhan, tal parece que el sonido /wa/ no existe en esa lengua.

No obstante, además de todas las consideraciones precedentes, para los efectos de este trabajo, adoptamos como sentencia final del maestro la siguiente: /y/ y /w/, no son otra cosa que /i/ y /u/. 445 Así, /wa/ = /ua/. Y todo "wa" representa /ua/ y no /va/.

Este ha sido el criterio con el cual hemos recopilado todos aquellos 80 mil nombres del planeta a los cuales hemos denominado topoguánimos.

Entre ellos hemos encontrado pues 71 mil topoguánimos puros ("gua", "hua", "gua", "gwa", "ua", "wa", etc.). Y solo una fracción de topoguánimos impuros ("kwa", "dwa", etc.), pero que supera 6 mil nombres. Esta cifra se habría multiplicado varias veces de haber registrado variantes como "bua", "cua", etc.

Es decir, siguiendo a Saussure, y para todos los nombres que el atlas de la Enciclopedia Encarta presenta en alfabeto latino, hemos  255 interpretado todo "wa" como representando siempre a /ua /. Sin duda podemos haber incurrido en un exceso, desde que el lingüista suizo no hace por ejemplo referencia al chino, donde "hua" hoy se pronuncia /jua/, ni al árabe y los miles de lenguas en que han sido compuestos los topónimos del mundo. Pero si todos los "hua" chinos son en realidad / jua /, seguirían siendo topoguánimos, aunque ciertamente impuros según el criterio que hemos adoptado. Y otro tanto puede estar ocurriendo no con cientos sino incluso con miles de topoguánimos.

De haber seguido el criterio de las pronunciaciones actuales –con el cual por cierto no habríamos podido abordar este trabajo–, habría ocurrido que muchos de los nombres que hemos considerado topoguánimos en verdad no lo serían, pero en compensación habríamos tenido que incluir entonces a los que, siéndolo, hemos excluido. Como sería el caso de nombres del tipo de "oiseau" = /waso/ o "loi" = /lwa/, en francés. O voces del inglés del tipo "one" = /wan/ (= uno), "weid" = /waid/ (= ancho), "wife" = / waif / (= esposa) o "why" = /hwai/ (= por qué) 446.

A diferencia del español, que no tiene diccionario de pronunciación, hay idiomas como el inglés que lo tienen incluso para quienes lo hablan como lengua materna. Los escasos ejemplos que hemos proporcionado son suficientes para probar que en él un mismo fonema, como /i/ tiene varios sonidos, o varias pronunciaciones distintas; pero también una misma pronunciación, como /wa/, se representa con muy distintas grafías.

Las «excepciones o irregularidades son tan abundantes en inglés que casi puede decirse que las letras de ese idioma de ninguna manera representan los sonidos del lenguaje», nos dicen a ese respecto los editores del A new pronouncing dictionary of the Spanish and English Languages 447.

El dato sin embargo es absolutamente válido como fundamento de la siguiente interrogante, que solo en apariencia es inútil: ¿antes de la aparición de la escritura, tenía también el inglés un diccionario de pronunciación? No pues. Pero no solo porque antes de la aparición de la escritura no pudo haber diccionario alguno. Sino porque resulta completamente lícito asumir que los cambios fonéticos en ese idioma, como en otros, han surgido con posterioridad a la aparición de la escritura.

Son pues históricamente nuevos, recientes.

Los diccionarios de pronunciación, como todas las discordancias entre ésta y la desfasada grafía que la representa, son la antípoda del lenguaje más remoto de todos. Éste, no nos cabe duda, debió ser extraordinariamente simple. Cada voz debió ser siempre única y la misma: /wa/ siempre y solo /wa/; /ka/ siempre y solo /ka/, etc. Las sofisticaciones de pronunciación de muchas lenguas modernas, no son sino una buena demostración de la distancia cada vez mayor que las separa del protolenguaje más primitivo.

Y hoy, aunque intentáramos buscar alternativas, hemos de resignarnos a considerar que la toponimia del mundo parece contener el único testimonio vivo de lo que fueron las lenguas más remotas. Y, 256 Alfonso Klauer como creemos, el mejor testimonio de que hubo en la humanidad un protolenguaje único, común a todas las lenguas que aparecieron miles de años más tarde.

Esta conclusión es del todo consistente con una de las ideas centrales y básicas que con justa razón inculcan los más calificados especialistas en toponimia, y que acá recogemos de Josep Maria Albaigès.

Dice pues él en La toponimia, ciencia del espacio: «…hay algo más duradero que la piedra, que un cuadro, que un libro, incluso que la memoria humana misma. Es el nombre de una cosa…» 448.

En los últimos dos millones de años, muchas piedras han quedado convertidas en polvo, y muchos ríos y lagos se han evaporado de la faz del planeta. A esos dramáticos desenlaces han asistido, imperecederos, testigos mudos, miles de topóguánimos ignotos para la inmensa mayoría de los pobladores de las grandes ciudades.

Si como indica el lingüista español Luque Durán, «el tema del origen y evolución del lenguaje actualmente es una cuestión que se construye conjuntamente con evidencias y teorías aportadas por la arqueología, la paleontología, la biología molecular, la anatomía comparada, la psicología humana y animal y estudios lingüísticos tanto tipológicos comparativos como los de adquisición de lenguas maternas y extranjeras», cuanto hemos dicho sugiere que la toponimia mundial tiene también muchísimo que decir. Hagámosla pues hablar. Apenas hemos comenzado.

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